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Pastrana López, Nayla Mariana 2017

¿Qué es la filosofía? Sobrevivir para vivir.

Se me ha traído a la conciencia como si fuese de repente una interrogante


que ya hace tiempo ronda latente en el fondo de mis preocupaciones, y confío
que también en las de quienes avanzan por este camino hace años conmigo.
No voy a afirmar de entrada que la filosofía es, como pienso que es, un modo
de vida, sino que antes bien me parece necesario –para hacer justicia a tal
afirmación- deslindar primero a la filosofía de ciertos límites impuestos, que en
su afán de determinarla más precisamente la han vuelto a mi parecer más
problemática y difusa. Cabe señalar, en primera instancia y aunque pueda
parecer superfluo, que tal observación no puede hacerse más que a través de
una mirada retrospectiva de los diferentes modos en que se ha intentado definir
y delimitar la filosofía, y a su vez que a tal efecto nuestra posición espacio-
temporal es una posición privilegiada.

Como el tema abarca ya mucho en sí mismo, y para evitar por tanto


discurrir entre posturas múltiples y diversas sin dejar a cada momento bien en
claro su punto de unión y finalidad en el presente ensayo, voy a valerme de
esta posición privilegiada que mencioné antes como hilo conductor de mis
consideraciones. Confieso que además esta interrogante que logró
conmocionarme nuevamente, apareció esta vez en el momento en que ya otra
comenzó a gestarse y a exigir también su debida respuesta. La misma
formación que he estado alimentando me exige dirección, y no puedo siquiera
formular a manera de bosquejo el camino que pretendo construir a partir de ella
sin que me salga al encuentro esa primera interrogante que aún no había
intentado contestar a conciencia.

Resultado del entrecruzamiento de estas cuestiones es que voy a apelar a


nuestra posición de latinoamericanos para acercarme a ambos; quizá sea que
fue necesario llegar a esta instancia de mis estudios para poder contestar la
primera y primordial pregunta y que por eso haya permanecido estos años
calmada, sin mayores temores, latente en el fondo de mi misma.

Antes que nada, debo justificar el uso de la palabra “privilegiada” para


describir nuestra posición, y al tiempo que lo haga se vislumbrará el abanico de
definiciones que serán objeto de mi crítica. Por un lado, es privilegiada en
cuanto al tiempo, en tanto hoy podemos conocer todo el bagaje filosófico que
se desarrolló desde la Antigüedad hasta nuestros días. Es decir, que la
variedad y riqueza de nuestras fuentes es mucho mayor a que si fuésemos
hijos de la Edad Media por ejemplo, y no sólo eso, sino que además es notable
como ha acelerado la producción y el acceso a ella en los últimos tiempos de la
mano de los avances tecnológicos, que permitieron en alguna medida acortar
Pastrana López, Nayla Mariana 2017

la brecha existente entre el acceso que tienen a la producción filosófica


aquellos que gustan en llamarse “del primer mundo” y nosotros, que
vendríamos a ocupar la destacada categoría de “los demás”, permitiendo
además que la producción originada en lo que vendría a ser el “tercer mundo”
expanda sus fronteras y sea a su vez leída y conocida en las grandes sedes
filosóficas.

A este respecto también es privilegiada en cuanto al espacio, aun cuando


en principio y también por lo que acabo de decir, parezca lo contrario. No voy a
centrarme en si es América del Norte o Europa, pero es de suyo conocido que
la filosofía extranjera es, podría decirse, hegemónica. Pero de esto no sólo se
desprende que la mayoría de las cátedras esté ligada o relacionada a
temáticas y autores extranjeros; puede verse si se quiere un rasgo privilegiado
en el hecho de que a aquello que allá donde habita la mayoría de los
“pensadores profesionales” se tiene como rumor, o se conoce como derivación
de la filosofía o como estético, exótico, podemos nosotros internalizarlo desde
el lugar de la identidad, o al menos comprenderlo mejor en su contexto y no
dudamos, tanto como quizá se dude desde lejos, en considerarlo filosofía.

Cada tiempo ha tenido voces que no fueron tímidas a la hora de postular su


concepción sobre lo que sea la filosofía, y aunque es verdad que estuvieron
regidas por situaciones e intereses diversos, siempre tuvieron en común la
enorme confianza con la que proclamaban esa, su propia concepción, como la
más depurada y acertada, como la que más se acercaba a la verdadera
finalidad y esencia de la filosofía. A este respecto dirá Josef Esterman:

“El significado de la 'filosofía' no siempre ha sido aquel de ‘buscar


las primeras causas y verdaderos principios de los que se puedan deducir
razones de todo aquello que uno es capaz de conocer’ (Descartes), y no
siempre se suponía que la filosofía fuera ‘los pensamientos cristalizados de
una época’ (Hegel). Entre las descripciones alternativas puedo mencionar –
a manera de ejemplos – las siguientes: ‘Meditación sobre la muerte’
(Platón); ‘un arte de la vida’ (Séneca); ‘cultivo del espíritu’ (Cicerón); ‘introito
a la religión’ (Pico della Mirándola); ‘amor de la sapiencia de Dios’ (San
Agustín); ‘amor de los mitos’ (Aristóteles).”

Al reconocer esta ambigüedad que es aparentemente natural a la filosofía


misma, es probable e incluso deseable que uno termine por adoptar una actitud
de sigilosa sospecha. Resulta que mientras más uno se introduce en este
ámbito donde la batalla por las palabras es la más importante – o al menos en
el que lo es más visiblemente, porque en última instancia es ésta la batalla que
se libra en el fondo de cada aspecto de la realidad humana –, más reticente se
vuelve a la hora de referirse o siquiera concebir ciertos términos. Como por
ejemplo cuando hablé de esa confianza compartida, no es difícil que alguien se
pregunte: ¿confianza en qué? No confían en ser aceptados y ni siquiera
entendidos, en lo que realmente confían es en la verdad de sus afirmaciones.
Pastrana López, Nayla Mariana 2017

1De ahí que no pocas veces me encuentro preguntándome, y ojalá también la


mayoría, qué será en realidad esto a lo que llaman verdad, de dónde surge y a
dónde va. Pareciera ser un ente de lo más abstracto por el cual sin embargo no
cesan de levantarse banderas y regimientos. Y entonces, casi sin interrupción,
otra pregunta nace inquieta: ¿Qué va primero, la espada o la palabra?

Si la fuerza de la palabra reside en lo que hay en ella de verdad, así como


el oro acumulado en los bancos respalda el valor de una moneda, y si lo que
mueve a los hombres es el convencimiento de poseerla y la ambición por ser
reconocidos como sus poseedores, al mismo tiempo que traducimos “filosofía”
como este amor por la sabiduría – que se extiende fácilmente a amor por la
verdad –, la filosofía aparece como un inminente ejercicio de violencia y de
dominación. La espada y la palabra no son sino las dos caras de la verdad.
Pero la verdad, cimiento firme de toda construcción humana, es en realidad su
más frágil artilugio, siempre proclive a las contingencias de lo humano, a
modificarse, a morir y a nacer. La verdad es a la vez motor y resultado de una
batalla primordial, la batalla por la supervivencia de lo humano; es por eso que
toda verdad tiene un momento agónico en el que pasa de ser la única verdad a
volverse múltiple ante el advenimiento de una verdad gestante, para volver a
ser una.

La alteridad es conmoción para esa verdad bandera, porque la alteridad


implica el reconocimiento de un “otro” y ese reconocimiento implica: o bien
admitir un otro con una verdad diferente a la propia, o bien la negación de ese
otro por la incapacidad de concebir la única verdad. En ambos casos el
resultado es violencia, pues es evidente que la primera vía jamás ha sido
plenamente posible. La violencia de la negación lleva a una consecuente
exclusión, y la sospecha de un “otro” termina llevando a la violencia de la
imposición, basada en el hecho de que por definición no puede haber dos
verdades acerca de una misma cuestión.

Retrospectivamente podemos ver como esta batalla librada durante siglos


culminó en la creciente imposición de la visión occidental del mundo como la
visión hegemónica, y con ella, la de su concepción de filosofía. Sin necesidad
de cavilar tanto al respecto, cualquier persona puede hacerse una idea de la
filosofía, y lo más probable es que lo primero que se le venga a la mente sean
los filósofos de la antigua Grecia, o los grandes ilustrados que impulsaron el
culto a la diosa razón en los comienzos de la Modernidad. Pero este mismo
desenvolvimiento del sentido común no es más que el reflejo a nivel práctico de
la instalación de una definición genética en el nivel teórico. Se piensa que la
filosofía es aquella que nació en las costas del Mediterráneo allá por el siglo VI
a.C., y partiendo de este hecho, todo lo que pretendiese llegar a ser

1
ESTERMAN, Josef. Filosofía andina: Sabiduría indígena para un mundo nuevo. 2da Edición. La paz;
ISEAT, 2006.
Pastrana López, Nayla Mariana 2017

considerado como filosofía debió pasar por ese ajustado tamiz, siendo
sometido al más riguroso escrutinio.

Cuando la visión occidental logró ver más allá de sus fronteras oceánicas
en dirección al nuevo continente, su primera reacción fue la de la negación. Su
propio convencimiento sobre lo beneficioso, sobre lo correcto y lo más
importante, sobre lo humano, llevó a los conquistadores a librar la primera
batalla entre Occidente y el Nuevo Mundo, la batalla por lo humano, por la
verdad acerca de lo humano, pues si los habitantes de esas nuevas tierras no
podían ser considerados como humanos, eran viables la explotación y el
exterminio. Pero la historia no acaba con la aniquilación de los pueblos
americanos, se trata más bien del comienzo de una nueva historia, la del
sometimiento de los sobrevivientes, la de la instalación de las costumbres,
creencias y organizaciones extranjeras en territorios que ya habían
desarrollado las propias. La de la paulatina alienación que logra que el
perseguidor deje de acosar al perseguido, para que sea el perseguido quien
acose al perseguidor; la de la “obsesión con el paradigma ajeno” en palabras
de Esterman.

Aun cuando comenzaron a surgir los estados latinoamericanos


independientes, los hombres de este lado del charco siguieron sometidos a la
prueba de la humanidad, debieron probar que eran humanos y que merecían
formar parte del mundo; pero ese mundo no era otro que el incipiente mundo
capitalista en el que el pensamiento no occidental no generaba ganancia, y la
respuesta en realidad no era otra que: “¡Miren, somos como ustedes!”. Las
culturas ancestrales fueron acalladas, y la filosofía se convirtió en escritos
académicos que utilizasen correctamente las categorías occidentales. Tardaron
bastante en llegar los intentos de inaugurar una filosofía auténticamente
latinoamericana, lo que no resulta tan difícil de entender si pensamos por un
lado en que los nativos de estas tierras no se preocuparon en definir
estrictamente algo así como una “filosofía”, pues no lo necesitaron, y por otro
lado, en que los nuevos nativos fueron fruto del mestizaje tanto biológico como
cultural, de la asimilación de tradiciones y formas de pensar, por lo que lo
“auténtico” no puede ser ya sólo una revivificación de lo anterior.

Como se ve hasta aquí, aún en un recorrido tan corto como en el que


acabo de esbozar aparecen diversos sujetos a los que le cabe el predicado de
“filosofía”. Hay filosofía antigua, moderna, occidental, americana e incluso se
utilizan términos como pseudo-filosofía o “filosofías paralelas”. Y cuando se me
pregunta sobre qué es la filosofía, no puedo hacer caso omiso de esta realidad.
Si a todas les cabe el ser llamadas como tal o siquiera considerarse cercanas a
la filosofía, será que comparten “algo” que hace que los hombres tiendan a
pensar en ellas de manera similar. Pienso hoy que si algo tienen en común es
ese amor por la verdad, por una verdad que tiende a ser una pero que siempre
será múltiple, y que por tanto siempre será una lucha por su propia
Pastrana López, Nayla Mariana 2017

supervivencia. La verdad es el texto de la historia de la humanidad, y la filosofía


la narración de aquel texto manifestada en las acciones de los hombres que
viven para ser iguales y diferentes, para transformarse, para reinventarse, que
buscan sobrevivir para vivir.

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