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ZUMBAYLLU

Antero trae al colegio una especie de trompo al cual llaman zumbayllu, y todos los chicos se
quedan sorprendidos por este mágico instrumento, en la novela este instrumento será el que
desprende la magia, al traerlo todas las discusiones quedan de lado y el zumbayllu es el que une
a todos, Antero le regala uno a Ernesto y se vuelven los mejores amigos, Antero le pide que le
escriba una carta para la niña mas linda de Abancay, esta niña es Salvinia, así Ernesto le hace la
carta, pero a la ves se gana también un desafió con rondines, un niño flaco, pero que el
Zumbayllu acaba por unirlos. También encontramos a Valle el alumno mas "culto" es el más
elegante y aquel que representa la diferencia de clases.

La terminación quechua yllu es una onomatopeya. Yllu representa la música que producen las
pequeñas alas en vuelo, música que surge del movimiento de objetos leves. Se llama tankayllu al
tábano zumbador e inofensivo que vuela en el campo libando flores. No, no es un ser malvado.
Los niños que deben su miel sienten en el corazón, durante toda la vida, como el roce de un tibio
aliento que los protege contra el rencor y la melancolía.

En los pueblos de Ayacucho hubo un danzante de tijera que ya se ha hecho legendario. Bailó e
hizo proezas en las vísperas de los días santos; tragaba trozos de acero, se atravesaba el cuerpo
con agujas; ese danzak´se llamó Tankayllu.

Pinkuyllu es el nombre de la quena gigante que tocan los indios del sur durante las fiestas
comunales. El pinkuyllu tiene una voz grave y extraña, que ofusca y exalta. Los indios desafían la
muerte mientras lo oyen. Ninguna música llega más hondo al corazón humano.

¡Zumbayllu! Ántero trajo el primer zumbayllu al colegio. Los alumnos pequeños lo rodearon.

- ¡Vamos al patio, Ántero!

Palacios corrió entre los primeros. Saltaron el terraplén y subieron al campo de polvo. Iban
gritando:

- ¡Zumbayllu, zumbayllu!

Yo los seguí ansiosamente, ¿Qué podía ser el zambayllu? ¿Qué podía nombrar esa palabra cuya
terminación me recordaba bellos y misteriosos objetos?...

Yo recordaba al gran Tankayllu, el danzarín cubierto de espejos, bailando a grandes saltos en el


atrio de la iglesia. Recordaba también al verdadero tankayllu, el insecto volador que
perseguíamos entre los meses de abril y mayo. Pensaba en los pinkuyllus que había oído sonar
en los pueblos del sur.

Yo no pude ver el pequeño trompo ni la forma como Ántero lo encordelaba. Me dejaron entre
los últimos, cerca de Añuco. Sólo vi que Ántero, en el centro del grupo, daba una especie de
golpe con el brazo derecho. Luego escuché un canto delgado.

Bajo el sol denso, el canto del zumbayllu se propagó con una claridad extraña; parecía tener un
agudo filo. Todo el aire parecía estar henchido de esa voz delgada, y también toda la tierra, ese
piso arenoso del que parecía brotar.
- ¡Zumbayllu, zumbayllu!

Hice un gran esfuerzo, empuje a otros alumnos mas grandes que yo y pude llegar al círculo que
rodeaba a Ántero. Tenía en las manos un pequeño trompo. La esfera estaba hecha de un coco de
tienda, de esos pequeñísimos cocos grises que vienen enlatados. La púa era grande y delgada.
Cuatro huecos redondos, a manera de ojos, tenía la esfera. Ántero encordeló el trompo,
lentamente, luego lo arrojó. El trompo, se detuvo un instante en el aire por sus cuatros ojos,
vibrando como un gran insecto cantador.

El canto del zumbayllu se internaba en el oído, avivaba en la memoria la imagen de los ríos, de
los arboles negros que cuelgan en las paredes de los abismos.

Ántero miraba el zumbayllu con un detenimiento contagioso. Así atento, agachado, Ántero
parecía asomarse desde otro espacio.

- ¡Quiero ver si tú puedes manejarlo! – dijo, entregándome el trompo.

Lo encordele, lo lancé hacia arriba. El cordel se deslizó como una culebra entre mis manos. Pero
la esfera se detuvo en el aire, enderezó la púa y cayó, lentamente.

- ¡Sube, winku! – gritó Ántero.

El trompo apoyó la púa en un andén de la piedra más grande, sobre un milímetro de espacio. La
piedra era redonda y no rozaba en ella la púa.

¡Mira Ernesto! - me dijo Ántero -. No va a la montaña, sino arriba. ¡Derechito al sol! Ahora a la
cascada, winku ¡Cascada arriba!

El zumbayllu se detuvo y cambió de voz.

- ¿Oyes? – dijo Ántero-. ¡Sube al cielo, sube al cielo! ¡Con el sol se va mezclar!

Cuando empezó a bajar el tono del zumbido, Ántero levantó el trompo. Me miró fijamente.

- ¡Guárdalo! – me dijo -. Lo haremos llorar en el campo, o sobre alguna piedra grande del río.
Cantará mejor todavía.

Lo guardé en el bolsillo. Lo examiné despacio con los dedos. Era de verdad winku, es decir,
deforme, sin dejar de ser redondo, y layk’ a, es decir, brujo, porque era rojizo con manchas
difusas. Por eso cambiaba de voz y de colores como si estuviera hecho de agua.

- Si lo hago bailar, y soplo su canto hacia la dirección de Chalhuanca, donde está mi padre,
¿llegaría hasta sus oídos? – le pregunté.

- ¡Llega, hermano! Para él no hay distancia. Entantes subió al sol. Y su canto no se quema ni se
hiela. Tu le hablas primero en uno de sus ojos, le das tu encargo, le orientas el camino, y
después, cuando está cantando, soplas despacio hacia la dirección que quieres, donde está tu
padre y sigues dándole tu encargo. El zumbayllu canta al oído de quien te espera. ¡Haz la prueba
ahora, al instante!

- ¿Yo mismo tengo que hacerlo bailar?


- Si. Debe ser el que quiere dar el encargo. Háblale bajito – me advirtió.

Puse los labios sobre uno de sus ojos.

“Dile a mi padre que estoy resistiendo bien – le dije -; aunque mi corazón se asusta, estoy
resistiendo. Y le darás tu aire en el frente. Le cantarás para su alma”.

Lo encordelé cuidadosamente, y tiré la cuerda.

- ¡corriente arriba del Pachachaca, corriente arriba! – grité.

El zumbayllu cantó fuerte en el aire.

- ¡Sopla! ¡Sopla un poco! – exclamó Ántero.

Yo soplé hacia Chalhuanca, en dirección de la cuenca alta del gran río.

Y el zumbayllu cantó dulcemente.

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