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CONEXIÓN

Desde pequeño me fascinó la vida de algunos héroes Bíblicos, los principales fueron: José, Daniel, Elías, y
como mayor ejemplo nuestro Salvador Jesús.
Me gustaba escuchar sus historias, de cómo Dios los usó con tanto poder, en milagros, logros, éxitos,
lecciones, profecías, etc. Son tantas cosas que en mi mente de niño quería imitar. Ahora que he crecido, al conocer
con más detalle sus vidas y el contexto en donde se desarrollaron, los admiro mucho más y algún día (no muy lejano)
podré saludarlos en persona, abrazarlos y decirles lo mucho que me ayudaron a transitar en esta vida, y miraré a
nuestro Maestro (es muy probable que llore de alegría) sabiendo que al final, todo sacrificio y esfuerzo valió la
pena.
En esta oportunidad quise escribir un poco de Elías, “Elías el débil” ¿Débil? Sí.
No lo sé, pero algunos pensamos en los profetas como viejitos barbudos, harapientos, caminando por las calles
de las ciudades. Aunque algunos puede que hayan sido así, estoy seguro que Elías no era uno de ellos.
Él era un hombre fornido y de buen semblante, de hecho sí tenía barba (ya que no existían Gilletes o
rasuradores); era un hombre que al mirarlo infundía respeto, temor, pero también seguridad. Su historia es muy
conocida por todos. Baal, es un nombre muy conocido por nosotros, Acab, Jezabel, Eliseo del mismo modo, nombres
que automáticamente relacionamos con Elías; también conocemos de sus milagros, su valentía, sobre la viuda de
Sarepta, los cuervos entre otras cosas. Pero esta vez enfatizaré una parte que me gusta mucho, algo que en cierta
forma cambió y sigue cambiando mi Vida… Su vida personal secreta.
Se habla mucho de sus logros, pero no se nos dice ¿cómo es que logró hacer tantas cosas?
Si me pusiera en el lugar de Elías, el único profeta Vivo (según él) que quedaba en todo el reino de Israel, me
sentiría muy solo. Es más que seguro que Elías no tenía amigos. Paraba solo! Imagínense ¡Solo en todo el
mundo! Si solo ahora que no estoy con mi hermano, (a quien amó demasiado) hay momentos que me
siento solo, imagino ¡cómo se habrá sentido Elías! No le quedaba otra que buscar a un solo amigo, alguien que podía
estar en cualquier parte del Universo: Dios. Elías paraba la mayor parte del tiempo con Dios, es decir, conectado a
Dios, en otras palabras, “paraba orando”. Y ese es el punto que quiero resaltar.
Hermanos y hermanas, estamos en las últimas horas de nuestro pequeño mundo, los últimos segundos de la
historia de este planeta, a instantes de la segunda venida de Cristo… Y me pregunto, ¿Por qué nuestra Iglesia aún no
tiene el poder que solían tener los antiguos héroes bíblicos? ¿Qué nos falta?… No encuentro otra explicación mejor
que “Comunión con Dios”.
¿De qué sirve que nuestros pastores nos hablen de la misión?, ¿de qué sirve que nos hablen de
profecías?, ¿de qué sirve que nos hablen de servir al prójimo?, ¿de qué sirve que nos hablen de ser
amables?… ¿De qué sirve?, ¿De qué sirve que vengamos los sábados?, ¿De qué sirve que sepamos la Biblia
al revés y derecho? (aunque muchos ni la leen), ¿de qué sirve que demos nuestro diezmo sino entendemos su
verdadero significado? Muchas veces hacemos las cosas por inercia, por costumbre, o porque mis padres me
enseñaron, sin preguntarnos del porqué las hacemos.

La única forma de poder darle sentido a todo lo que hagamos es tener una conexión con nuestro Dios; una comunión
como la que tuvo Enoc, Abraham, Elías, Daniel, José, David, y todos los demás héroes. Muchos se preguntan: ¿Por
qué la iglesia no crece? ¿Por qué no avanza? ¿Por qué es tan fría…? La respuesta es una sola: “Comunión”. ¿Cómo
puede funcionar una tremenda máquina sino está conectada a una fuente de energía? ¿Cómo es que queremos
cambiar y mostrar al mundo la verdad si es que no tenemos las “energías” espirituales para hacerlo? Elías nos
da ese gran ejemplo de estar “conectado” con Dios a tiempo completo. Yo me imagino a Elías hablando con Dios
todo el tiempo, solicitando su ayuda, esperando sus respuestas, viendo sus milagros, ayudando a quien podía, tanto
así que estaba dispuesto a cualquier cosa por Dios. Obedeció sin pretextos he hizo grandes obras para Dios, era
dependiente de Dios.
Me pongo a pensar… y les digo con el corazón… ¿Cómo es que teniendo un “arma” tan grande en nuestras
manos, un arma capaz de cambiar (literalmente) cambiar el mundo entero, no la usamos?
La oración es parte esencial de la comunión…

Existen muchos estudios científicos que dan crédito a la meditación oriental. Dedicar media hora al día a
la “meditación” ayuda a mejorar tu sistema inmunológico, ayuda a ser más “exitoso” te ayuda a lograr tus objetivos,
te ayuda en la salud, te ayuda a conocerte más, te ayuda a ser más organizado, te ayuda en general a ser una mejor
persona, etc. Si nuestros científicos dan crédito a la Meditación oriental, ¿Cuánto más beneficiosa sería la meditación
cristiana? Es decir, nosotros No nos “conectamos con nosotros mismos”, a diferencia de la meditación oriental que sí
lo hace. Los beneficios que vemos en ella, es porque somos seres físicos espirituales y como tales necesitamos
conectarnos a un ser espiritual, es por esto que “el conectarnos con nosotros mismos” (seres espirituales) nos
sentimos bien, sin embargo estas técnicas desplazan a Dios y no le dan el lugar que le corresponde.
Nuestra meditación cristiana, la oración, no nos conecta con nosotros mismos ¡No! Nos conecta con un ser
que sobrepasa nuestro entendimiento, un ser que es Espíritu, nos conecta con Dios. Si entendiéramos el gran poder
que está a nuestra disposición les aseguro que no dejaríamos de orar, nos conectaríamos con la “energía” divina,
aquella que creo todo cuanto vemos, y al hacerlo podemos disfrutar de sus grandes beneficios, la oración no es solo
pedir cosas a Dios, ¡No! (Dios no es papa Noel) La oración es “enchufarnos” a Dios, es una actitud de dependencia
de Él. Cuando nos “conectemos” encontraremos una nueva forma de vida, veremos las cosas desde la perspectiva de
Dios.
La oración no tiene por objeto “el hacer milagros” en nuestro alrededor, sino el de cambiar nuestra manera de
pensar, nuestra manera de ver la vida, de ver las cosas. Es ahí cuando ocurre el verdadero Milagro, el Dios eterno, EL
Espíritu, el Ser que lo creo todo, entra en nuestra mente y corazón, de una manera que no entenderemos, es ahí
cuando poco a poco cambiamos… sin darnos cuenta.
La mente humana es un laberinto, uno de los más complicados, tal vez el más
complicado, Ellen White menciona que el universo entero está a la expectativa de lo que ocurre en
nuestro pequeño mundo y les asombra el no entender cómo es que pensamos, cómo es que somos tan cambiantes, tan
volubles, nuestro desorden de pensamientos, y están a la espera de saber cómo Dios resolverá todo esto,
especialmente el tema de la mente. Ah esa mente es que Dios logra acceder, entendiendo esto es que podemos
responder la siguiente preguntan ¿por qué Dios permite tantas atrocidades? La respuesta es simple “Libertad”. La
libertad es un derecho que Dios nos dio, el cual tiene un valor demasiado alto, tanto así que aunque Dios nos ame en
un nivel incomprensible, no puede actuar en contra de nuestra voluntad si no, dejaría de ser Dios, dejaría de ser amor,
ya que el amor verdadero se da en libertad. Dios es tan poderoso que crea criaturas capaces de rechazar su amor,
capaces de oponerse a Él. Eso es amor, el amor implica libertad, y la liberta implica riesgo, y el riesgo implica
responsabilidad, ¿Cómo la estamos usando?
Dios, un ser que nunca comprenderemos en su totalidad, dejó su reino, se volvió hombre, se volvió un
bebé (es un misterio que no comprenderemos tampoco). ¿Cómo un espíritu, un ser incontenible, un ser que maneja
las leyes de la física, mejor dicho que creó las leyes de la física (Tiempo y espacio), que creó más de 1, 000, 000, 000
galaxias y muchas más estrellas, que creó los átomos, quarks, neones entre otras demás sub-partículas, aquel que
mantiene todo el universo en plena armonía, que creó las proteínas, enzimas, células y toda ley de vida, un ser que
conoce el futuro y nuestras mentes, un ser incompresible, cómo es que se volvió un indefenso bebé? La respuesta es
simple fue por Amor, por darnos esa verdadera LIBERTAD, simplemente no entenderemos, solo lo aceptamos por
Fe. A ese Dios nos conectamos, es el Dios con el que hablaba Elías y esa conexión es la que hizo acrecentar la Fe de
este gran profeta, le abrió las puertas del cielo para contemplar esos milagros tan grandes, incluso el de la
resurrección. ¿Será que la oración hoy en día tiene menos poder? ¿Será que estas historias no son más que cuentos?
O ¿Será que ahora en estos tiempos ya no confiamos en la oración…?
Pero hay una parte de la historia de Elías que me encanta. Si bien es cierto, Elías estaba acostumbrado a ver
milagros extremos como fuego del cielo, lluvia milagrosa, harina y aceite interminables, resurrección; Elías era tan
igual como tú y tan igual como yo. Tendemos a pensar que los héroes bíblicos eran muy diferentes a nosotros, como
su tuvieran otro nivel de existencia, como si fueran de otro mundo! Pero no! Él era igual a nosotros, con los mismos
errores, los mismos miedos, las mismas inclinaciones y pasiones. Y a veces cuando intento salir adelante y caigo,
recuerdo a estos héroes, porque un héroe no es el que no cae, sino aquel que no se rinde después de haber sido herido.

Elías cayó, el gran profeta, ejemplo de FÉ, cayó y muy feo, al punto de querer suicidarse, aborrecía la vida
¿Alguna vez te has sentido así? Después de una vida llena de “éxitos espirituales, financieros, familiares, etc”, cuando
pensabas que Dios estaba a tu lado y todo salía de maravilla, justo después ocurre algo inesperado que derrumba
todos tus sueños. Después de matar a los profetas de Baal, después de ver caer el fuego del cielo, después de hacer
llover luego de tres años de sequía, después de correr a la velocidad de un caballo por varias horas, sin descanso,
Elías entró en depresión. ¿Por qué? Por qué pensó que con todo lo que había hecho lograría que el pueblo se opusiera
a Jezabel, pensó que el pueblo lo seguiría y adoraría a Dios, pensó que los milagros bastarían, pensó que eliminando a
todos los profetas falsos en vista de todo el pueblo de Israel, pensó que el pueblo contemplando los milagros de Dios
decidirían por Jehová, pensó que Acab recapacitaría, y que por fin todo Israel entraría en una reforma, un
reavivamiento espiritual. Pensó que tanto esfuerzo, sufrimiento, abstinencia de varias cosas tendrían resultado, pensó
que lograría su mayor preciado sueño, ver un Israel como Dios deseaba, un Israel reformado, pensó pero pensó mal,
porque nada de eso ocurrió. Todo lo contrario, nadie lo defendió, sino más bien uno de sus compatriotas le fue a dar
el mensaje que Jezabel lo iba a matar. ¿Cómo te sentirías? Imagino que Elías habrá dicho… ¿Dios para que me haz
traido? ¿Para que tanta cosa? ¿Dios para que me haces pasar por tantos sufrimientos, si al final no logré nada? Sus
sueños se vieron desbaratos. Sintió que su vida entera era un engaño. Sintió que el sentido que le había dado a su vida
era equivocado. Había dejado familia, amigos, para vivir solo con Dios y al parecer todo fue por nada.
Dejó a su siervo en Beerseba (1 reyes 19:3) y corrió como desesperado, corrió y corrió un dia entero (tenía un
cuerpo súper saludable) hacía el desierto. Talvez mientras corría lágrimas salían de sus ojos por la frustración e
impotencia que sentía. ¿Y dónde estás ahora Dios? ¿Por qué no destruyes la vida de Jezabel? ¿Por qué me haces pasar
por todo esto? Si la cosa es más sencilla, destruye a Jezabel! Tal vez pensaba.
Tenía muchas preguntas en su mente, no entendía los caminos de Dios, no entendía lo que estaba ocurriendo.
Sus grandes proezas ahora no valían nada. Todos esos milagros ahora eran solo recuerdos que no lo llenaban.
Cansado de correr y de lamentarse, con los ojos rojos, se sentó debajo de un arbusto y le dijo a Dios: Destruye mi
vida, no soy mejor que mis padres! Luego se durmió.
Dios, mirándolo con ternura, envió un ángel para que lo alimentase. Le dio pan recién horneado y un poco de
agua (representa la palabra de Dios, las promesas horneadas en fuego y el agua de vida, Cristo) Comió el pan y tomó
el agua y se durmió otra vez, estaba deprimido. Otra vez volvió el ángel y le dijo: Levántate, el camino es largo. EL
comió y bebió. Luego se paró y caminó por el desierto durante 40 días. No notan algo que se repite aquí en otras
historias? Si, efectivamente, el número de días: 40.
El número 40 siempre está relacionado a pruebas muy fuertes, 40 años de Moises en el desierto, 40 años del
pueblo de Israel en el desierto, 40 días de diluvio, 40 días de camino en el desierto por el mismo Jesús. 40! Y en casi
todas ellas se aplica a un lugar “desierto”.
Puede ser que en nuestra vida, nos demos cuenta que los planes de Dios no eran los que pensábamos, puede
ser que hayamos trabajado mucho por algo, y al final no resulto, Moisés, siendo aún príncipe de Egipto, por muchos
años estuvo pensando en cómo libertar a su pueblo, pensó que estaba haciendo la voluntad de Dios, pero lo quiso
hacer con sus propias fuerzas. Pero al final cometió el error y mató al egipcio, lo cual lo llevo al desierto 40 años.
Puede que a veces necesitemos pasar por este desierto. El desierto nos enseña a depender totalmente de Dios.
A ser humildes y mansos, o no estar angustiados, sino estar seguro, que pase lo que pase Dios está con nosotros. Y si,
Elías pasó por ese desierto. 40 días. No es poco, al parecer esa comida “divina” fue tan potente, que le permitió
caminar durante 40 días sin parar. Y aquí viene la parte más importante de la historia de Elías.
Luego de caminar 40 días, Elías entró a una cueva, en el monte HOREB, el monte de Dios, y se acostó en la
Cueva. Y Dios le dijo: ¿Qué haces aquí?
Esa misma pregunta nos hace Dios ahora. ¿Qué haces metido en esta cueva? SAL. Elías dio sus razones,
sentía impotencia, porque todo lo que había hecho por Dios al parecer no tenía resultado, o al menos hacía lo veía
Elías. El Señor le dice: Sal y preséntate ante mi en la montaña! Fue una orden! Sal de tu cueva y ven y preséntate anti
mi.
Cuando Elías salió pasó un viento fuerte, tan fuerte que rompía las rocas. Yo me puedo imaginar ese desierto,
un atardecer, el cielo rojizo mezclado con azul y morado, las rocas un color naranja, a lo lejos el basto desierto, con
algunos arbusto y el sol ocultándose. Y el viento, el ruido, pero Dios no estaba en el viento. Luego de eso la tierra
tembló, me imagino algunas rocas cayendo, pero Dios no estaba en el terremoto, luego vino un Fuego, que iluminó el
área, un fuego extraño, parecido al que cayó y consumió el altar con agua muchos días antes, pero Jehová no estaba
en el fuego.
Por último se escuchó un suave murmullo, un suave silbido. Y Elías reconoció a su amigo, y se cubrió el
rostro. Luego Dios lo reconfortó y le dijo que las cosas no son como él pesaba. Le mostró su plan. Pasados algunos
meses Elías se fue con Dios a vivir por la eternidad.
Muchas veces tratamos de buscar a Dios en los terremotos de la vida, o en el fuego, en la bulla del viento.
Tratamos de hacer grandes cosas por Dios, pero el verdadero evangelio no se trata de lo que Tu haces por Dios, sino
de lo que él hace por ti. Dios no se encuentra en las cosas estridentes, en los grandes impactos, Dios se encuentra en
la quietud, en el suave silbido, en las cosas sencillas, en una oración. Dios se encuentra en el silencio. Busquemos a
Dios en las primeras horas del día, cuando no hay ruido, y entreguemos nuestros planes a ÉL confiando en que sus
planes son mucho mejores que los nuestros, y asi como Elías, poco tiempo después se fue al cielo, asi nosotros
veremos la gloria de Dios actuar en nuestras vidas.

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