Vous êtes sur la page 1sur 5

Estos días he estado pensando en un tema que os pudiera

servir, aportar y ayudar en vuestra profesión y trabajo


diario y se me ocurrían varias ideas, pero la que al final ha
ido tomando forma es el suicidio y en concreto la de “los
mitos y los factores de riesgo del suicidio y la actuación y el
apoyo psicológico en un intento de suicidio”

El suicidio es un tema del que todos hemos leído, hablado y


oído algo e incluso lo hemos vivido muchos de nosotros
más cercanamente.

Antes que nada me gustaría que conocierais algunos de los


mitos o falsedades que han ido surgiendo acerca del
suicidio como:
1. “La gente que habla sobre el suicidio no lo lleva a
cabo”.
La realidad es que el 80% de las personas que se
suicidaron habían hablado previamente de ello.
2. “Una vez que se ha realizado algún intento de suicidio
y la persona comienza a mejorar, se ha superado el
riesgo”.
La verdad es que de hecho, es todo lo contrario.
Cuando una persona se encuentra severamente deprimida,
podría carecer de las fuerzas necesarias para activar la
conducta suicida. Sin embargo, cuando comienzan a surgir
de nuevo estas fuerzas y a la vez permanecen intactas las
razones por las que se dio el intento previo, puede
reactivarse la conducta.
3. “La gente que se suicida está loca”.
Lo cierto es que solamente un pequeño porcentaje de
suicidas son realmente psicóticos. La soledad, la
desesperanza, la indefensión, etc. pueden contribuir a la
decisión de suicidarse.
4. “La conducta suicida se hereda”.
La realidad es que aunque pueden observarse a veces
tendencias suicidas en las familias, no hay ninguna
investigación que apoye tal afirmación.
¿Cuándo existe un mayor riesgo?

El suicidio es una posibilidad en cualquier etapa de la vida y


en ambos géneros (masculino y femenino), aunque hay una
serie de matices:
–Las tasas de suicidio son elevadas en los adolescentes y
hay un mayor riesgo entre los 55 y 65 años.
– Las mujeres se intentan suicidar tres veces más que
los hombres, pero los hombres son más efectivos.

También hay otra serie de indicadores o de factores


definidos por Pope (1986) en los que puede aumentar el
riesgo como son:
– La advertencia verbal directa. Una afirmación directa
sobre la intención de suicidarse es útil para anunciarnos o
predecirnos su posible conducta. Hay que tomarse en serio
cualquier afirmación.
– Intentos anteriores. Quizás más del 80% de los
suicidios consumados fueron precedidos por un intento de
suicidio.
– Afirmaciones indirectas y signos conductuales. La
gente que planea poner fin a sus vidas podría comunicar de
modo indirecto el intento de suicidio a través de sus
palabras (“Me voy, ya no me verás”, “no puedo soportar
más este dolor”,…) y sus acciones.
– Depresión. La tasa suicida para aquellos que
experimentan una depresión clínica es aproximadamente
veinte veces mayor que para el resto de la población.
– Desesperanza. La sensación de falta de esperanza, de
desesperación, parece asociarse más con el intento suicida
que con cualquier otro aspecto de la depresión.
– Intoxicación. Entre la tercera y cuarta parte de los
suicidios se encuentran vinculados con el alcohol como
factor contribuyente.
– Vivir solo. El riesgo de suicidio tiende a reducirse si
alguien no vive solo, más reducido aún si vive con su
cónyuge y menor todavía si se tienen niños. La mortalidad
es mayor tras la separación y el divorcio.
– Impulsividad. Aquellos que presentan un control
deficiente de los impulsos se encuentran en un riesgo
mayor de quitarse la vida.
– Eventos vitales estresantes. Una serie excesiva de
eventos vitales no deseados que generen consecuencias
negativas ha sido asociado con un mayor riesgo suicida. La
pérdida (de una persona, de un animal doméstico, de un
trabajo, de un status,…) constituye un factor suicida.

Tenemos que tener claro que aunque una persona reúna


alguna o varias de estas características no tiene por qué
llevar a cabo en último término una conducta suicida.

¿Qué podemos hacer ante un intento de suicidio?

La posibilidad de un suicidio nunca es fácil de tratar. La


persona en una situación de este tipo está intentando
escapar del dolor, y el suicidio debe contemplarse como un
alejamiento de una emoción intolerable, un dolor insufrible
y una angustia inaceptable; por lo tanto, debemos reducir
el nivel de sufrimiento, aunque tan sólo sea mínimamente,
así el individuo elegirá vivir en ese momento.
El propósito habitual del suicidio es buscar una solución,
una salida ante un problema, una dificultad, una crisis, una
situación intolerable,… El suicidio le parece a la persona la
solución única y la más óptima. Nosotros tenemos que
buscar en ese momento otras soluciones, otras
alternativas.
Es importante saber que cualquier amenaza de suicidio
debe ser evaluada como realizable, como conducta que
puede llevarse a cabo.
Si estamos ante una persona que parece querer realizar
este acto:
– Debemos dirigirnos al sujeto usando su nombre (si lo
conocemos).
– Identificarnos.
– Empatizar, es decir, ponernos en su lugar intentando
pensar y sentir de la misma forma que el afectado está
sintiendo y pensando.
– Pedirle permiso para aproximarnos, usando alguna
excusa como aumentar la privacidad de nuestra
conversación, etc.
– Cuanto más tiempo pasemos dialogando con el sujeto,
más probabilidades hay para que la persona se vaya
calmando.
– En esos instantes tenemos que transmitirle con
absoluta certeza y seguridad que para nosotros es la
persona más importante.
– Hay que convencerle de que nuestra ayuda es
incondicional.
– Hay que transmitirle la sensación de que no está sólo,
que le escuchamos, que le comprendemos, que nos
interesa, que tiene a alguien que le va a ayudar y se va a
esforzar en solucionar el problema.
– Nuestra actitud ha de ser de total calma, serenidad y
tranquilidad.
– Es importante tener un autocontrol de nuestras
emociones, pensamientos y conductas.
– Si es posible establecer una acuerdo con la persona,
ofrecer algo a cambio de suprimir esa idea.
– Hay que considerar que el más leve cambio que
podamos facilitar va a contribuir a que el sujeto vuelva a
reconsiderar su decisión. Tenemos que conseguir que la
persona sienta que puede hacerse mucho más, que sepa (o
sea consciente) que siempre puede existir una atisbo de luz
en su vida.

En definitiva, hay que intentar que la persona deseche esa


conducta.

¿Qué no hacer?
– Usar expresiones del tipo “¡si todos tenemos malos
momentos!”, “¡venga que todo pasa!”,… no le harán
sentirse comprendido.
– Utilizar un trato frío, distante.
– Hacer reproches.
– Emitir juicios personales o mostrar algún tipo de
prejuicios.
– Realizar preguntas que le recuerden lo mal que se
siente.
– Etc.

A la hora de actuar es bueno y positivo que haya una


persona preparada y dispuesta para mediar y dialogar con
el afectado.
Es fundamental que durante la actuación se eviten las
aglomeraciones de gente y un gran despliegue de medios,
ya que van a provocar que el sujeto muestre una mayor
desestabilización y ansiedad.
Es difícil averiguar en un primer momento si su verdadera
intención es acabar con su vida. No nos confiemos y
tratémosle lo mejor que podamos, el objetivo final es que
en ese momento de bloqueo pueda encontrar una salida.
Si la persona decide llevar a cabo la conducta de acabar
con su vida debemos pensar que en último término la
decisión ha sido suya. No se puede obligar a nadie a vivir
en contra de su voluntad, sólo se puede intentar.
Es fundamental interiorizar esta frase “¡fuera culpabilidad!”.

Vous aimerez peut-être aussi