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EL MENSAJE DE W ANG W EI

En este fin del décimo segundo mes, el tiempo permanece claro y agradable.
Hubiera podido cruzar la montaña para ir a verte; pero me retuve, pues sabía que estabas
profundamente sumido en los clásicos.
Me encaminé entonces hacia las colinas y llegue al templo de la Misericordia. Tras una comida
frugal con los monjes, volví a partir.
Al norte del Manantial Negro, que crucé, la luna creciente iluminaba toda la comarca.
Subí a la colina Hua-tzu, desde donde podía ver el agua del río Wang-chúan ondular bajo el
claro de la luna. Algunos fuegos lejanos relumbraban a través de los árboles del bosque.
Más cerca, en el fondo de las callecitas de la aldea, el ladrido de los perros se oyó como un
aullido de leopardo. El ruido de las aldeanas que molían el arroz alternaba con el tañir de las
campanas.

Ahora todo está silencioso; el joven sirviente se ha dormido.


Sentado solo me dejo invadir por el recuerdo de momentos deliciosos en que ambos
paseábamos, tomados de la mano, por los senderos que bordean el río, componiendo poemas.
¡Venga ya la primavera que hace florecer las plantas sobre la montaña!
¡Los peces graciosos rebullen en el agua y las gaviotas echan a volar a todo vuelo; los faisanes
cantan al amanecer en medio de los campos de esmeralda, aún brillantes de rocío!
Ah, ese tiempo ya está cerca, ¿vendrás conmigo a disfrutar de este paisaje, no es así?
Tú, alma tan elevada, tan sutil, sabes percibir su misteriosa belleza: si no, no me hubiera
atrevido a importunarte con una invitación tan futil.
Aprovecho el paso de un cargador de madera para hacerte llegar este mensaje.

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