La mayoría de personas en el mundo tienen un fuerte temor hacia la muerte.
El fin de la existencia en esta tierra para el ser humano ha sido un terrible tormento en términos generales. De aquí que las religiones del mundo traigan siempre un intento de consuelo para esta situación. Por esto el tema de la inmortalidad es fundamental en toda creencia religiosa. El punto es que todos desean la vida eterna, pero solo el cristianismo bíblico presenta una perspectiva realista de esta verdad tan importante como lo es vivir eternamente. Por supuesto, quienes hacen a un lado la fe, y simplifican todo a la mera existencia del hombre aquí en la tierra, declaran que la muerte es el fin para toda criatura y que tras la muerte no hay nada más sino el exterminio total de la existencia del ser. Pero como lo dice el apóstol Pablo en 1 Corintios 15:19 “Si la esperanza que tenemos en Cristo fuera solo para esta vida, seríamos los más desdichados de todos los mortales.” Sin ánimo de ofender, podemos decir que quienes creen que la vida se reduce solamente a lo que hay en esta tierra, entonces quienes así piensan son los más desdichados de este mundo. Claro, ellos son quienes creen que la religión solo da falsas ilusiones a los hombres, al inventarles un cuento de eternidad, de vida después de la muerte. Pero recordemos que el cristianismo bíblico no es una religión más del montón. Para quien no ha conocido a Cristo, claro que esto suena a puros mitos; para quien solo ha gustado religión humana, y solo ha quedado con más sed en su alma, nada de esto tiene sentido; en cambio, quien ha experimentado la salvación, quien ha bebido del agua de la vida, quien ha sido saciado por Cristo; aquella persona cuyo corazón ha sido regenerando por la Palabra de Dios, está segura de la eternidad, porque ya gusta de ella en su alma. Así que esta verdad es la que nos muestra ahora la segunda parte del versículo dos del capítulo veintidós de Apocalipsis, donde la Palabra de Dios nos lleva nuevamente a recordar el principio de la historia. Allí dice: “A cada lado del río estaba el árbol de la vida, que produce doce cosechas al año, una por mes; y las hojas del árbol son para la salud de las naciones.” Como ya vimos, el rio de agua viva que fluye en la eternidad, es la garantía de que allí jamás nadie tendrá sed, que el alma de los hijos de Dios es eternamente saciada. Pero no solo allí hay agua de vida en abundancia, sino que, en la eternidad, Juan ve que “A cada lado del río estaba el árbol de la vida”. Nuevamente la similitud con el libro de Génesis es indudable. Allí en Génesis capítulo dos, versículo nueve dice que en Edén: “Dios el Señor hizo que creciera toda clase de árboles hermosos, los cuales daban frutos buenos y apetecibles. En medio del jardín hizo crecer el árbol de la vida y también el árbol del conocimiento del bien y del mal.” Pero si algo resalta en este relato de Apocalipsis, es una gran ausencia; en el principio no había solamente un árbol, sino que en Edén había muchos árboles para comer, y dos árboles en particular: “el árbol de la vida y… el árbol del conocimiento del bien y del mal”. Así que en los versículos dieciséis y diecisiete de Génesis capítulo dos nos dice de una orden de Dios para el hombre: “y le dio este mandato: «Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de él comas, ciertamente morirás».” Así que al desobedecer el mandato de Dios el hombre pecó. Y efectivamente murió de inmediato al comer de aquel árbol. Adán y Eva tuvieron la muerte más terrible; sus ojos fueron abiertos al pecado, por primera vez sintieron vergüenza, se escondieron de Dios, perdieron su relación con el Creador, sufrieron maldición, fueron expulsados del paraíso y en el capítulo tres, versículo veintidós al veinticuatro Dios habló “Y dijo: «El ser humano ha llegado a ser como uno de nosotros, pues tiene conocimiento del bien y del mal. No vaya a ser que extienda su mano y también tome del fruto del árbol de la vida, y lo coma y viva para siempre». Entonces Dios el Señor expulsó al ser humano del jardín del Edén, para que trabajara la tierra de la cual había sido hecho. Luego de expulsarlo, puso al oriente del jardín del Edén a los querubines, y una espada ardiente que se movía por todos lados, para custodiar el camino que lleva al árbol de la vida.” Esto sin lugar a dudas es muerte. Y esto pudo ser más terrible aún. Si el hombre con su corta duración de vida hace tanto mal, ¿cómo sería de terrible que éste fuera inmortal? Pero ahora en la eternidad las cosas son totalmente diferentes. Ahora que ya no existe mal, ahora que solo hay santos en la gloria, Juan ve que “A cada lado del río estaba el árbol de la vida”. Y no solo esto sino “que produce doce cosechas al año, una por mes”. Si tan solo el hombre hubiera tomado del árbol de la vida, a pesar de su pecado, éste hubiese vivido para siempre. Imaginemos entonces ahora que el árbol de la vida puede tomarse cuantas veces se desea. Claro, es que allí la vida es abundante. Esto es increíble porque allí dice al final que “las hojas del árbol son para la salud de las naciones.” Recordemos, el rio de agua viva es Cristo, es cierto, Él esta en la eternidad, pero su agua está fluyendo, está siendo ofrecida a todo aquél que quiera beber de Él. El evangelio de Cristo, la predicación de su Palabra es ese rio que fluye desde la eternidad hasta los hombres que con sed en el alma claman a Dios por salvación y vida eterna. Así que cuando el ser humano bebe del agua de vida, cuando el corazón del hombre es saciado por Cristo, está tomando agua de este rio cristalino que sale de la misma presencia de Dios. Y ya que el árbol de la vida está a uno y otro lado del rio, las hojas del árbol, transportadas por las aguas de vida, llegan hasta cada nación, sanando a los hombres, para que al llegar a la eternidad tomen cuanto quieran del fruto del árbol de la vida eterna, ya que no existe en sus corazones ni rastro del pecado. Apocalipsis al final nos recuerda que primero debemos beber del agua de vida que es Cristo, su verdad, su evangelio; primero necesitamos saciar nuestra sed espiritual, para que al llegar a la eternidad, seamos vestidos de inmortalidad al comer para siempre del “ÁRBOL DE LA VIDA”.