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Felipe Rotondo
Bien dice la ley general de la Administración Pública de Costa Rica (1978), art.
214.1: “el procedimiento administrativo servirá para asegurar el mejor
cumplimiento de los fines de la Administración, con respeto para los derechos
subjetivos e intereses legítimos del administrado, de acuerdo con el
ordenamiento jurídico”; “su objeto más importante es la verificación de la
verdad real de los hechos que sirven de motivo al acto final”.
*El cuanto a los tipos, el procedimiento puede clasificarse según su objeto en:
a) de gestión o común, que se sigue para cumplir la actividad normal de la
administración; b) recursivo, que se sigue con motivo de la impugnación de un
acto usualmente adoptado en el procedimiento de gestión; c) disciplinario,
seguido para sancionar al funcionario que ha incurrido en una falta, o correctivo
si se sigue en relación a un administrado infractor. d) ejecutivo o de apremio,
por el cual se va a la ejecución del acto administrativo. Una regulación
específica, incluso legal, lleva a la existencia de procedimientos especiales
tales como el de expropiación ya considerado o los que conducen a un
contrato, que se verán más adelante; el relativo a la autorización ambiental (ley
16.466, arts. 7 y siguientes y decreto 349/005) o al registro de marcas (ley
17.011-con ajustes de ley 19.149, arts. 187/189- y decreto 34/999, modificado
por el 277/014). También suele distinguirse entre procedimiento externo, el cual
incide en el administrado, quien tiene mecanismos de participación (inicio,
impulsión, prueba, recurso, etc.) e interno, que queda en el ámbito de la
administración, incidiendo en la actividad de sus órganos y funcionarios. Sin
embargo, Gordillo observa que todo trámite presuntamente interno de modo
inexorable supone relación con algún sujeto de derecho y no meramente con
un órgano administrativo en cuanto tal.
242. Principios del procedimiento administrativo (legalidad objetiva;
oficialidad; informalismo en favor del administrado; economía, celeridad y
eficacia) En este y siguientes parágrafos se trata los principios generales que
rigen la actuación de la administración, los que además sirven de “criterio
interpretativo para resolver las cuestiones que puedan suscitarse en la
aplicación de las reglas de procedimiento” (decreto 500/991, art. 2º). Ellos
están, por cierto, interrelacionados.
a) Legalidad objetiva. El procedimiento es objetivo ya que tiende a la
protección del administrado y también “a la defensa de la norma jurídica
objetiva, con el fin de mantener el imperio de la legalidad y justicia en el
funcionamiento administrativo”; sin duda existe interés público en su correcta
sustanciación. Al promoverse la regularidad administrativa, el afianzamiento de
la seguridad jurídica y la eficacia, se deriva la necesidad de dar oportunidad de
defensa al administrado y de motivar las decisiones; también lo que sigue de
inmediato.
b) Oficialidad: la administración tiene el poder de dirigir el
procedimiento, por lo que puede realizar las diligencias que sean pertinentes
para esclarecer los hechos. Comprende: b1) La impulsión de oficio, sea que
el procedimiento se haya iniciado de oficio o a petición de un administrado. El
art. 56 del decreto 500/991 dispone: “(…) la autoridad correspondiente
practicará las diligencias y requerirá los informes y asesoramientos que
correspondan, sin perjuicio de la impulsión que puedan darle los interesados”.
Por lo mismo, la administración tiene el deber de pronunciarse aun en el caso
de que hayan transcurrido los plazos que configuran la denegatoria ficta
(decreto citado, arts. 85, 106 y 148) y el desistimiento del interesado solo se
admite si la cuestión no fuese de interés general (arts. 86 a 88). b2) El carácter
instructorio del procedimento. Gordillo señala que “la obtención de las
pruebas o certificación o averiguación de los hechos no corresponde
exclusivamente a la parte, sino que también debe ser efectuada de oficio: es
decir, la Administración debe cooperar, y es por ello responsable, en la reunión
de los elementos de juicio necesarios para decidir” (véase decreto citado, arts.
56, 71 que refiere a un período de prueba, dispuesto de oficio o a petición de
parte, etc.). b.3) Verdad material: la administración debe resolver acorde con
los hechos realmente acaecidos, hayan sido alegados o probados (o no) por el
administrado; se prescinde, incluso, del desistimiento de este. Para la
verificación del motivo, aquella no queda limitada por la actividad o inacción del
interesado; esta regla aparece en el decreto 500/991, art. 4. Dicha verdad
“debe obtenerse en el marco de la legalidad y el respeto de las garantías
básicas que rodean el estatuto protector del administrado” (caso 16578 LJU,
con remisión a sentencias anteriores del TCA). Por razones de seguridad
jurídica, legalidad y eficacia emerge asimismo la obligación de motivar o
fundamentar las decisiones (“motivación”, véase parágrafo 236), principio que
explicita el art. 2 “l” del decreto 500/991).