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2.-Le decimos a nuestro hijo que ha sido deseado y bienvenido, que fue concebido
con amor. Cada día le hacemos sentir que es visto por nosotros, que es importante en
nuestra vida.
3.-Amamos a nuestro hijo tal como es. El niño no es una pantalla donde los padres y
sus árboles genealógicos proyectan sus vidas no vividas.
4.-Nuestro hijo ocupa el territorio que le pertenece por derecho. Cada niño tiene su
lugar en el mundo. Sabemos que no invadiendo su territorio estamos apostando por
su felicidad.
5.-No lo bautizamos con nuestros nombres, ni con los de ningún miembro de nuestros
árboles genealógicos. Y si lo hicimos, le facilitaremos cambiarlo por otro.
8.-Dejaremos que nos llame “papá” y “mamá” hasta que él o ella lo decida.
9.-El amor a nuestros hijos no estará sujeto a contratos, será un amor puro e
incondicional.
10.-Le contaremos cuentos, con la certeza de que a través de ellos todos crecemos.
14.-Desde muy pequeños, estamos dispuestos a reparar los errores que comentamos
con él.
15.-Nuestro hijo es una creación común de nosotros como pareja, pero no por ello
tenemos que tener una misma visión. Resolvemos las diferencias educativas sin
discutir, tratando de encontrar un punto de equilibrio que beneficie al niño.
16.-Respetamos los vínculos que haga nuestro hijo con personas ajenas a la familia,
pues sabemos que tiene derecho a formar su propia red social con la que interactuar y
crecer cada día.
19.-Le hacemos ver con nuestro ejemplo que el cuerpo es un templo sagrado que hay
que cuidar. Sabemos que somos responsables de su salud.
20.- Tratamos de que nuestro hijo sea feliz, pero no podemos evitarle ciertas tristezas.
Cuando tiene pena, hacemos lo posible por ayudarle.
21.-Expresamos amor a nuestro hijo, aunque sintamos que no hemos sido amados
por nuestros padres. Trataremos de no repetir las historias neuróticas de nuestros
árboles, para que las siguientes generaciones crezcan con un ADN más sano.
Carmen Sol