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Lo leído cansa. Cansa en los congresos, en los simposios, en los mal llamados
seminarios que se atiborran de ponencias. En la escuela sucedía lo mismo,
cuando te dictaban la lección. Pero, al menos, uno tenía la feliz alternativa de
atender más a las piernas de la maestra o a los bellos ojos del profesor. En la
radio no hay más estímulos que la voz de los locutores.
¿Cómo lograr esto? John Hilton, uno de los más populares charlistas de la
BBC en los primeros años de la radio, tenía una regla básica para dominar esta
técnica de la lectura que no lo parece: para leer como si estuviéramos
hablando, hay que hablar mientras se escribe.
Veamos cuatro niveles de lectura que debes ejercitar para llegar a ser un buen
locutor o locutora.
Comienza por las palabras. En esta página que has leído… ¿hay algún término
que no entiendes? Pues echa mano al mataburros. Si te acostumbras a leer con
un diccionario al lado, en poco tiempo habrás duplicado o triplicado tu
vocabulario.
Lee otra vez la misma página. Descubre la idea central y resume el contenido
en pocas palabras. Si no entiendes, lee de nuevo. Si todavía no entiendes el
sentido, pregúntale a un amigo o amiga. Pero no cometas la locura de sacar al
aire un texto que ni tú mismo entiendes.
Los signos de puntuación son como las señales de tránsito en una carretera.
Nos indican dónde frenar y dónde arrancar, cómo subir y bajar las curvas de
una frase, cómo debemos entonar las palabras. Conocer estos signos resulta
indispensable para lograr una buena lectura y una mejor locución.
-El punto y coma ; separa frases más largas e implica una pausa mayor que la
coma.
-Los dos puntos : van antes de una enumeración. Se hace una pausa más breve
que el punto.
-Los paréntesis ( ) se modulan con una lectura más suave, bajando el tono.
Eso es todo. Siguiendo este sencillo manual de conducción tu lectura será más
fluida. A partir de ahí, podrás modular mejor la voz.
Para modular mejor, los locutores y locutoras experimentados ganan texto con
la vista. Los ojos van por delante captando palabras que todavía la boca no ha
pronunciado. Esto permite comprender el sentido de la frase, prever algunos
términos difíciles, saber cuándo respirar. Este ejercicio supone gran
concentración. Habitúate a adelantar con los ojos tres o cuatro palabras. O
incluso más.
También te será útil marcar el texto que vas a leer, subrayar las palabras o
cifras principales que dan sentido a las frases y hay que enfatizar.
No basta con saber leer, ni siquiera con una lectura libre. Un comunicador
necesita aprender a improvisar, a soltar la lengua. A correr la aventura de
hablar sin papeles.
Y así, hay profesores que entrenan al boliviano para que no arrastre las erres y
a la ecuatoriana para que no silbe las eses. Corrigen al mexicano por esas
inflexiones tan profundas, como de guitarrón. Le hacen repetir villa y caballo
a la argentina para que las elles no chirríen tanto. Y los venezolanos, vale, que
no repitan tanto el vale. Nos dijeron que el locutor, como la leche, debe salir
pasteurizado y homogenizado.
¿Qué hay atrás de ese afán de uniformar los tonos y los acentos? ¿No serán
500 años de racismo de ellos y de complejo de nosotros? Aunque los criollos
eran mestizos y mulatas, no querían parecerlo. Que no se discubra al indio por
las vocales cambiadas ni al esclavo negro en el acento de mandinga. Que en la
escuelita de la sierra y de la selva se enseñe el correcto castellano de la Real
Academia. Que parezcamos blancos. Que hablemos como blancos.
Así pues, dejemos el acento neutro (tan imposible de lograr como aburrido si
lo logramos) para los lingüistas melindrosos. Y que las chilenas sigan
hablando con sus agudos y los mam de Guatemala con sus guturales y los
aymaras de los Andes con su irrepetible “k “ y las brasileras con sus múltiples
sotaques. Que cada país y cada etnia tenga su tonalidad propia y su cantadito
sabroso. Cada quien a su aire, como decía el filósofo.
Cuando leemos un texto, los signos de puntuación nos sirven como señales de
tránsito para saber dónde disminuir la velocidad (las comas), dónde frenar (los
puntos) o dejar colgada una frase (puntos suspensivos), cuándo subir el tono
(las admiraciones) y cuándo interpelar al público (las interrogaciones).
Los nervios. Queremos terminar cuanto antes, bajarnos lo más rápido posible
de la tribuna, escapar del escenario o de la cabina de grabación.
Vísteme despacio, que tengo prisa, como decía la experimentada viajera. Los
nervios hay que dominarlos con ejercicios de respiración y control mental. En
cuanto a la impaciencia, recordemos que más vale decir 3 cosas bien dichas
que embutir 33 en las orejas del público.
Las pausas son muy útiles también después de una interrogación. Es una
manera de dar tiempo al oyente para pensar en la respuesta.
https://radioslibres.net/article/capitulo-5-aprendiendo-a-leer/