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En nuestro país se han propuesto políticas educativas que buscan mejorar la calidad de los
aprendizajes tanto académicos como formativos. Se reconoce la importancia de estimular el
desarrollo personal, social y ético de los estudiantes, y fortalecer la calidad del clima de
trabajo y de convivencia en los colegios.
La generación de estas políticas nos muestran que la preocupación por brindar educación de
calidad está muy vigente en nuestro país. Los esfuerzos concretos, sin embargo, han enfatizado
el desarrollo de competencias intelectuales por sobre las competencias personales, sociales y
éticas. El tema de la convivencia social escolar y la formación socio afectiva y ética han sido
relegadas a segundo plano, e invisibilizadas en su impacto en los logros académicos y en la
calidad de vida de cada uno de los miembros de la comunidad educativa.
La primera en ser dictada, fue la Política de Transversalidad (2001), en la cual se plantea que
la educación debe estimular, mediante medidas transversales, el desarrollo pleno de todas las
personas. Por ello, se proponen los Objetivos de Formación Transversal, los que se organizan
en cuatro ámbitos o áreas generales relacionados al área de la convivencia y formación
socioafectiva de los alumnos:
Entre las habilidades que se promueve desarrollar, habría habilidades relacionadas con la
promoción de una autoestima y confianza en sí mismo, y de un sentido positivo ante la vida.
Así también, se incluye la necesidad del desarrollo de habilidades relacionadas con la capacidad
de expresar y comunicar opiniones, ideas, sentimientos y convicciones propias, con claridad
y eficacia; habilidades para una crítica reflexiva, eficaz; y habilidades de resolución
de problemas, que permitan aprender de las experiencias.
En la misma línea, también se plantea la importancia de una formación ética, que promueva el
reconocimiento, respeto, defensa y actuar acorde a los derechos de todos, a la búsqueda de
equidad, libertad, autonomía, justicia y respeto, y valoración de la diversidad. Desarrollando el
sentido de la generosidad y solidaridad, en el marco de la justicia y el bien común, promoviendo
una participación responsable con la comunidad.
Constantemente las políticas educativas se han orientado en fortalecer las competencias intelectuales por sobre
las competencias personales, sociales y éticas. Éstas últimas han quedado así, invisibilizadas en su
impacto respecto a los logros académicos y en la calidad de vida de cada uno de los miembros de la comunidad
educativa.
Se vuelve perentorio profundizar y complementar las actuales políticas para que se logren sus objetivos.
Antes era el reglamento interno. Regula las relaciones entre todos los actores de la comunidad
educativa.
Por ende, uno de los desafíos a los que hoy se enfrenta la política educativa es cómo desarrollar
ambientes escolares con mayor bienestar, donde niños y adultos vayan construyendo una nueva
forma de convivir. Es una tarea prioritaria, tanto por su incidencia en los aprendizajes formales
ciertamente insuficientes de nuestros niños, pero muy especialmente, por la importancia que tiene
para la formación integral de nuestros niños y jóvenes. Dar respuesta a los desafíos en inclusión
social y de fortalecimiento de los lazos sociales es de una relevancia capital para la convivencia
ciudadana y el futuro de nuestro país.
Avanzar en el mejoramiento de los climas escolares, especialmente del clima emocional en el aula,
no es una tarea simple, pero hay que facilitarla, promoverla y apoyarla desde las políticas
educativas, disminuyendo la segregación social, la presión sobre las escuelas y la competencia
descarnada a la que se somete al conjunto de los actores del sistema escolar. Esto crea condiciones
de base para una adecuada convivencia escolar. Sin embargo, sabemos que impactar a ese nivel
no es suficiente, también se deben implementar metodologías específicas y cercanas a las
realidades escolares. Solo de ese modo se puede avanzar con la urgencia que se requiere, aunque
sin voluntarismo, en la construcción de una experiencia escolar más gratificante, plena e inclusiva.
Para Eduardo Santa Cruz, sociólogo que lleva más de 10 años investigando temas de educacion,
poner a su hija Catalina, de 13, en un colegio público no fue tema de plata sino que de convicciones.
"Es una decisión coherente con lo que pensamos como familia, con cómo vemos el mundo y con
el valor que se damos a lo público". Él se educó en un colegio privado, el Francisco de Miranda,
un establecimiento que estuvo muy ligado a la oposición en la dictadura, pero a su hija le tocó
entrar al sistema escolar mientras vivían en España, donde él estaba haciendo un Doctorado en
Educación. Allí la matricularon en la escuela pública del barrio, y cuando regrasaron a Chile,
cambiarla a un colegio particular estaba fuera de la discusión. "Con total conocimiento de cómo
son los colegios en Chile queríamos una escuela pública. No era ni por choreza ni por ignorancia,
teníamos nuestras ideas claras".
Catalina entró a la Escuela Mercedes Marín de Providencia. Aunque la niña se aburía en algunos
ramos - dado que venía con un nivel más alto desde España - Santa Cruz aclara que "no es un mal
colegio". De hecho, la experiencia fue positiva para su hija y nunca consideraron cambiarla. En
2014, cuando ingresó a séptimo básico en el Liceo Carmela Carvajal, las cosas se pusieron "más
desafiantes" y tuvo que dedicar mayor tiempo al estudio.
"Yo creo que a mi hija le beneficia estar en la educación pública, en vez de perjudicarla, como
muchos podrían pensar". Pese a eso, sus familiares y amigos, "muchos de izquierda", agrega,
reaccionan con un silencio incómodo cuando les cuenta que Catalina estudia en un liceo. "Es super
triste, porque en general uno sabe que ellos están pagando por humo en sus colegios. Hay que
entender que las escuelas públicas, hoy tan desmedradas, son producto de la lógica del sistema,
pero también de que quienes tenemos un mayor capital cultural y económico hemos sacado a
nuestros hijos de ahí. Hay que lograr que la gente deje de tenerle miedo a lo público, y para eso se
necesita que el Estado no piense más que lo público es para los pobres"
“La convivencia es algo que hay que educar”
Hay dos cosas, un tema es cuán efectiva es la política y cómo cambia las cosas cotidianamente
en el colegio (lo que es siempre lento, porque involucra a la sociedad), y el otro tiene que ver con
la finalidad de la política.
Yo diría que crecientemente en Chile y también en el resto de los países, en la medida que el
mundo se hace más plural y hay diferencias de pensamiento, las personas tienen más libertades y
más individualidades; la convivencia es un tema que se pone en el centro.
En una imagen muy simple, si nos vamos atrás en la historia, a mitad del siglo pasado teníamos
un país en el que el 97 por ciento de los chilenos se declaraba católico, mientras que hoy el 57
por ciento se declara católico. Teníamos un país en el cual la inmigración era casi inexistente,
hoy día tenemos una migración creciente y variada.
De alguna manera la convivencia antes era -exagerando- una cosa “natural”. Yo convivía con los
otros, porque eran de mi grupo, estábamos en la misma “tribu”. Ahora la diferencia hace que la
convivencia sea algo que hay que educar, algo para lo cual hay que prepararse, la aceptación del
otro supone aceptar a un diferente como igual.
El gran desafío de la educación está no sólo, pero sí muy principalmente, en esto que se puede
llamar de diferente manera: Política de convivencia o Política de inclusión, lo que es más o
menos lo mismo. El concepto de inclusión es cómo yo genero una educación donde cada uno
viene de un hogar distinto y se incluye, se incorpora a una entidad que es única, donde yo acepto
al otro, al diferente, como igual.
Ese es el marco en el que estamos. Ahora dentro de ese marco, ¿cómo se logra esto? Yo diría que
no hay recetas, pero sí hay algo que uno ve recurrentemente a través de la investigación y las
visitas a colegios de distintas partes del mundo, y lo que resulta es que cada colegio tiene que
tener un sello. Es decir, esa convivencia se hace normalmente y resulta, en la medida que
ese colegio tiene un proyecto que acoge, en el cual el Centro de Padres, el Consejo de
Profesores, el Centro de Alumnos -si es un colegio de Enseñanza Media- están conversando en
función de un proyecto que los une, que les “calienta el corazón”, que tiene sentido para el
conjunto. Cuando eso deja de existir, es imposible la convivencia.
Hay un elemento cotidiano que tiene que ver con las normas de convivencia, con cómo hago los
consejos de curso, cómo hago que este niño o niña empiece a expresar lo que siente, a conversar
con los otros; pero -por otro lado- esto supone un marco que es importante, y por eso insistimos
mucho en el Ministerio en la supervisión del Proyecto Educativo Institucional, PEI, que
recoge esta idea del sello.
El proyecto educativo normalmente se define por algún acento que la escuela subraya, que nunca
es único, siempre el proyecto educativo es multifacético. Es imposible que un proyecto educativo
no hable de relaciones interpersonales, relaciones con la comunidad o de mejoramiento
pedagógico, pero -de alguna manera- cada uno lo hace desde una identidad.
Todo lo anterior supone un cambio cultural, pero con el desafío de concretarlo en el corto plazo.
El cambio cultural es para la sociedad, nosotros como sociedad tenemos que ser más tolerantes y
aceptar al diferente, pero la ventaja del cambio educativo es que es una transformación
pequeña, es un cambio en una comunidad escolar que tiene mil, dos mil o trescientas personas.
Es una cosa mucho más acotada y, por lo tanto, es más simple, más fácil de producir, conducir y
corregir.
Ahí los instrumentos que la Política se ha dado son, uno -y muy importante-, el Consejo
Escolar, el hecho de que en cada establecimiento exista una instancia que, en algunas partes
funciona muy seguido, y que es un ente que piensa el establecimiento con la mirada de los
profesores, los alumnos y las familias, es un elemento que ayuda.
Lo otro que ayuda es tener esta idea de un proyecto que de alguna manera va dándole sentido a
una serie de instancias que existen. Una cosa bien significativa en todos los cursos, a partir de
5to Básico, es el Consejo de Curso. Un momento en el cual el grupo se hace cargo de sí mismo
y es capaz, por un lado, de organizar cosas entretenidas y, por otro, tomar una responsabilidad
compartida sobre lo que son sus relaciones interpersonales y colectivas.
El territorio es importante cuando la escuela es parte de un tejido social que acoge a las personas
y que, de alguna manera, antes eran familias dispersas. En las escuelas de pueblo, el territorio es
muy sustantivo, a diferencia de las grandes ciudades en la que este concepto se diluye.
¿Cómo se articula el trabajo en red en las grandes ciudades considerando esta dificultad?
Ahí lo que empieza a predominar y a lo que estamos asistiendo culturalmente con el tema del
internet es a la existencia de un territorio virtual que empieza a ser tan importante como el
geográfico. Un territorio en el cual yo me junto con otros que tienen una misma inquietud: que
puede ser el arte, el servicio a la comunidad, el deporte, lo religioso, etc. Desde ese punto de
vista, estamos asistiendo a un territorio que es inimaginable.
Pueden ser las comunidades virtuales crecientemente. Yo creo que ahí hay un tema que va a
trastocar también el tipo de competencias que el niño y la niña necesita, porque también hay una
ética de comunicaciones que es totalmente distinta. Ahí hay un elemento que se aprovecha poco
para la enseñanza y la comunidad educativa.
Esto ya se da bastante en medios con mayores recursos, pero ¿qué pasa en los colegios públicos
y las escuelas rurales con menor acceso a tecnología y conectividad?
En la educación rural es cierto que tenemos todavía algunas islas en términos de conectividad,
pero en el resto de Chile la conectividad es prácticamente total. Por ejemplo, ahora dentro del
Ministerio estamos con un pequeño proyecto para ver qué pasa.
El Ministerio de Educación y los Ministerios de Educación del mundo tienen entre sus tareas la
de realizar supervisión o labor de apoyo escolar que es que, básicamente, un funcionario
calificado visita las escuelas cada cierto tiempo. Cuando esa escuela está en dificultades, las
visitas son más sistemáticas o permanentes y se transforma en un acompañamiento.
Estas visitas siempre han sido presenciales, pero se nos ocurrió incorporar este acompañamiento
de una manera virtual y estamos viendo qué pasa y qué tipos de cosas se pueden hacer. Estamos
recién partiendo, pero la idea es tratar de implementarlo primero en Santiago, para poder hacerlo
a distancia, pero también poder ir a ver qué pasó después.
La idea es tratar de hacer redes, en las que virtualmente conecto a un grupo de escuelas y
empiezo a tener conversaciones una vez por semana, tratando de replicar lo que se hace en forma
presencial, ya que el Ministerio tiene una red de más de 500 directores y jefes técnicos, entre
otros profesionales que se juntan regularmente.
Esto implica dos cosas interesantes, es un importante ahorro de tiempo y recursos; pero además
permite crear redes no sólo territoriales, sino también basadas en intereses compartidos. Uno
podría, por ejemplo, tomar el conjunto de escuelas que han puesto en su proyecto educativo el
deporte como un elemento central y conectarlas para ver qué conversan.
¿Hacia dónde debería avanzar el desarrollo del trabajo de las redes territoriales?
Yo creo que esto es algo que se ha ido dando en todas partes del mundo, en la cual esta idea que
conversamos antes en que el Ministerio tiene personal que va a la escuela para dar apoyo, se ha
ido transformando en muchas partes en que este apoyo, en vez de ir a darlo a una sola escuela, se
organizan redes de escuelas. La dificultad que presenta esto es que la red se suele encapsular en
los directivos y no baja, pero eso también es bueno, porque se intercambian experiencias, aunque
no hemos logrado “enredar” al conjunto.
La relación con los niños y niñas en las familias ha sufrido cambios, pero estos cambios no
siempre han tocado la relación profesor-alumno. ¿Opina que es así? ¿Por qué?
Me acordé de una caricatura en la que se lee “1969 – 2012“ y aparece un profesor retando a un
niño y, en un caso, la familia está junto al profesor retando al niño y en el otro, está la familia
retando al profesor, porque reta al niño. Acá hay cambios que son importantes.
Detrás de eso hay dos cambios
culturales: Uno es la figura del profesor en la sociedad. Si nos retrotraemos a 50 ó 60 años atrás,
el profesor era un grupo dirigente de la sociedad. Eran muy pocas las personas que llegaban a ese
nivel de cultura. Hoy día la profesión docente – esperamos que la nueva ley que está
implementándose cambie eso- es una profesión desmedrada.
El otro tema que se ha dado internacionalmente es que el paso de la familia extendida a la familia
nuclear ha hecho que la relación padre-hijo sea mucho menos prescriptiva.
Estos son dos grandes cambios culturales que dificultan el tipo de relación y, por lo tanto,
también la convivencia. Hay una relación que hay que construir, no se da connaturalmente. Si
no se logra una comunidad de propósitos entre familia y escuela, es muy difícil el rol del
profesor.
Que hoy los niños, niñas y jóvenes sean sujetos de derecho en el plano de la convivencia y en la
relación con el mundo adulto al interior de la comunidad, ¿qué tipo de campos de tensión
produce, si es que es así? y ¿qué se debería hacer para abordar esa problemática?
Recuerdo que antes de estar acá yo trabajaba en la Universidad Alberto Hurtado y éste era un
tema que siempre tocaba el que era su rector en esa época, Fernando Montes, que planteaba que
se habla mucho de derechos y poco de deberes. Pero yo creo que ahí hay una falacia, ya que todo
derecho es un deber, al mismo tiempo.
El derecho es un arma de dos caras: reconocerle a otro un derecho me pone también un deber con
respecto a la sociedad. Es verdad que hay un tema en el cual la autoridad de un docente es algo
que se construye mucho más difícilmente. Es algo que hay que ganarse. No es posicional,
simplemente. No porque yo soy profesor jefe, voy a poder actuar como profesor jefe, sino que
para poder dar una orientación personal a cada uno de mis alumnas o alumnos, tengo que
ganármelo. Desde ese punto de vista hay un cambio cultural, el que el otro se sienta sujeto de
derechos le da una prestancia que antes no tenía.
En el ámbito de la autoridad eso implica un tipo de vínculo profesor-alumno que es distinto…
Claro, porque la autoridad posicional no tiene límites, es como decir “Yo soy más que tú”. La
autoridad real, basada en derechos, es una autoridad limitada. Yo le doy permiso al médico para
mandarme en una serie de cosas, pero no para decirme cómo tiene que ser la relación con mi
esposa o con mis hijos. Acá pasa lo mismo, en el momento en que un alumno cede autoridad a
un docente, existe esta diferencia de ámbitos que antes no se daba. Antes era una jerarquía, ahora
es mucho más una red. Dependiendo del punto en el que estoy, tengo autoridad para algunas
cosas y no para otras.
Esto requiere instalarse de una manera distinta. Si quiero incidir de verdad en lo que tiene que
ver con valores y formación, tengo que llegar a un tipo de relación en la que el otro me acepte
como alguien legítimo.