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¡Cuidado con la mundanalidad!

La palabra “mundanalidad” suele poner a la gente a la defensiva. Este no es


un tema que generalmente se escucha con agrado, a pesar de la enorme
importancia de este asunto para todo creyente que desee disfrutar de una
vida espiritual vigorosa y fuerte.

Así que, por favor, no levantes tus defensas antes de leer lo que sigue a
continuación; no asumas de antemano que al hablar contra la mundanalidad
estaremos abogando a favor del legalismo, porque el legalismo y la
verdadera piedad están tan lejos uno del otro como el cielo del infierno.

Si eres cristiano propón, más bien, en tu corazón examinar cuidadosamente


lo que la Escritura enseña acerca de este tema, recordando que la Biblia no
es otra cosa que un regalo de nuestro Padre celestial que nos amó con tan
grande amor que envió a Su propio Hijo a morir por nosotros en la cruz del
Calvario.

Y una de las cosas que ese Dios amante nos advierte una y otra vez en Su
Palabra es que nos cuidemos del mundo, que no bajemos la guardia en
ningún momento porque estamos en medio de un conflicto de enormes
proporciones y consecuencias (comp. Jn. 17:14-16; Sant. 4:4; 1Jn. 2:15-
17).

Estos textos nos enseñan claramente que el amor al mundo y el amor a


Dios son totalmente incompatibles; que no se pueden amar a los dos al
mismo tiempo. La enemistad entre Dios y el mundo es irreconciliable, y a
nosotros no se nos ha dado la encomienda de lograr un tratado de paz, si no
de alinearnos con nuestro Capitán en esta guerra.
Ahora bien, cuando hablamos del mundo en este contexto debemos tener el
cuidado de definir con precisión de qué estamos hablando, porque hay un
sentido en que el cristiano debe amar al mundo.

El creyente está llamado a amar la creación de Dios y a las personas que


pueblan este mundo, independientemente de que sean cristianos o no.
Cristo vino al mundo por amor al mundo (Jn. 3:16). Dios amó al mundo y
nosotros debemos amarlo también en ese mismo sentido.

Pero cuando la Biblia nos advierte contra el amor al mundo, se refiere a un


sistema o modo de vida que se opone al carácter de Dios y a los planes de
Dios. Alguien lo define como “el sistema organizado de civilización que es
activamente hostil a Dios y que se encuentra alienado (separado) de Dios”.

No podemos pensar en el mundo únicamente en términos de


“entretenimientos cuestionables” o de ciertos patrones de conducta que se
sitúan al borde de lo inmoral o pecaminoso. El mundo es algo mucho más
amplio.

Tal vez entenderemos mejor este concepto si nos preguntamos: ¿Cuándo se


introdujo en el mundo ese sistema al que llamamos “mundanalidad”?
Desde el mismo momento en que nuestros primeros padres cedieron a la
tentación de Satanás en el huerto del Edén, cuando el diablo les dijo:
“Seréis como Dios” (Gn. 3:5). En vez de someterse al único Dios vivo y
verdadero, el diablo les propuso que se convirtieran ellos mismos en su
propio dios.

“Seréis como Dios”. ¿Y eso qué implica? Que en vez de buscar la gloria de
Dios, ahora buscarían su propia gloria; en vez de procurar el agrado de
Dios, ahora habrían de seguir la inclinación de sus propios deseos y
pasiones, aún en contra de la voluntad de Dios. “Lo que importa es mi
opinión, mis deseos, mi placer, mi propia gloria”. Ese es el espíritu de la
mundanalidad.

Vayamos a uno de los textos clave del NT sobre este tema: 1Jn 2:15-17.
Juan especifica en el texto que no debemos amar el mundo (el sistema en
sentido general), “ni las cosas que están en el mundo”; ahora ¿cuáles son
esas cosas? Noten cómo Juan las define en el vers. 16:“los deseos de la
carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida”.

“Deseos… deseos… y vanagloria”. ¿Ven cómo Juan apunta claramente al


corazón? Todos nosotros hacemos uso cada día de cosas que están en el
mundo; y muchas de esas cosas son neutrales en sí mismas.

Pero pueden atrapar de tal manera nuestros deseos que nos lleven a hacer
un uso pecaminoso de ellas, en contra de la voluntad revelada de Dios, o a
colocarlas en el lugar que sólo a Dios corresponde.

El hombre mundano es aquel que busca su felicidad primariamente a través


del uso de las cosas del mundo, independientemente de la voluntad de Dios
(comp. Sal. 17:13-14). Mientras puedan saciarse a sí mismos, y saciar a sus
hijos, estos hombres se sienten satisfechos. Ellos no están detrás de
aquellas cosas que trascienden esta vida presente; su porción se limita a las
cosas de este mundo y nada más.

Eso es lo que ellos aman, y lo aman con tal pasión que Dios no tiene lugar
en sus vidas, excepto cuando creen que lo necesitan para obtener más cosas
de este mundo. Ese es el espíritu de la mundanalidad.

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