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Así que, por favor, no levantes tus defensas antes de leer lo que sigue a
continuación; no asumas de antemano que al hablar contra la mundanalidad
estaremos abogando a favor del legalismo, porque el legalismo y la
verdadera piedad están tan lejos uno del otro como el cielo del infierno.
Y una de las cosas que ese Dios amante nos advierte una y otra vez en Su
Palabra es que nos cuidemos del mundo, que no bajemos la guardia en
ningún momento porque estamos en medio de un conflicto de enormes
proporciones y consecuencias (comp. Jn. 17:14-16; Sant. 4:4; 1Jn. 2:15-
17).
“Seréis como Dios”. ¿Y eso qué implica? Que en vez de buscar la gloria de
Dios, ahora buscarían su propia gloria; en vez de procurar el agrado de
Dios, ahora habrían de seguir la inclinación de sus propios deseos y
pasiones, aún en contra de la voluntad de Dios. “Lo que importa es mi
opinión, mis deseos, mi placer, mi propia gloria”. Ese es el espíritu de la
mundanalidad.
Vayamos a uno de los textos clave del NT sobre este tema: 1Jn 2:15-17.
Juan especifica en el texto que no debemos amar el mundo (el sistema en
sentido general), “ni las cosas que están en el mundo”; ahora ¿cuáles son
esas cosas? Noten cómo Juan las define en el vers. 16:“los deseos de la
carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida”.
Pero pueden atrapar de tal manera nuestros deseos que nos lleven a hacer
un uso pecaminoso de ellas, en contra de la voluntad revelada de Dios, o a
colocarlas en el lugar que sólo a Dios corresponde.
Eso es lo que ellos aman, y lo aman con tal pasión que Dios no tiene lugar
en sus vidas, excepto cuando creen que lo necesitan para obtener más cosas
de este mundo. Ese es el espíritu de la mundanalidad.