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CRUELDAD

pulsión es descripta como el elemento presente en la crueldad del niño. El autor propone que la
misma es un aspecto natural en el carácter infantil, "(…) la inhibición en virtud de la cual la pulsión
de apoderamiento se detiene ante el dolor del otro, la capacidad de compadecerse, se desarrollan
relativamente tarde.

En una tercera fase denominada fálica, Freud (1923/1992) establece los inicios de la identificación
sexual y que los genitales comienzan a tomar un papel rector en el desarrollo sexual del niño. La
obtención de placer se centra en ellos y prima la amenaza de castración, no obstante, la referencia
sigue siendo en torno al genital masculino puesto que aún se ignora el femenino. La observación
da muestras al varón de la falta de pene en la niña y con ello la amenaza de castración se vuelve
representable y obtiene sus efectos, los cuales constituirán la declinación del complejo de Edipo.

Siguiendo los lineamientos de Freud (1910/1972), los mencionados sentimientos que se


despiertan en estos vínculos, no son sólo de naturaleza positiva y tierna sino también negativa y
hostil, no obstante están destinados a una pronta represión ejerciendo efecto desde lo
inconsciente, siendo éste considerado el complejo nuclear de todas las neurosis.

o la bisexualidad constitucional del individuo, generan que a temprana edad el mismo invista
como objeto a su madre a la vez que se identifica con su padre, no obstante el refuerzo de los
deseos hacia la madre, generan una percepción del padre como obstáculo tornándose hostil y
ambivalente la mencionada identificación. La misma compone un elemento central en la obra
freudiana ya que implica el proceso por el cual se constituye el sujeto humano a través de la
incorporación de aspectos de otro sujeto como propios.

La identificación es la forma más originaria de ligazón afectiva con un objeto; en segundo lugar,
pasa a sustituir a una ligazón libidinosa de objeto por la vía regresiva, mediante introyección del
objeto en el yo".

ambivalencia vinculada al padre y la aspiración tierna. hacia la madre como objeto, constituyen
para el varón el contenido del complejo de Edipo simple o positivo. La declinación de este proceso
implicaría la resignación de la investidura de objeto respecto a la madre lo cual Freud (1923/1992)
plantea, puede tener dos desenlaces: "(…) o bien una identificación con la madre, o un refuerzo de
la identificación-padre. Solemos considerar este último desenlace como el más normal; permite
retener en cierta medida el vínculo tierno con la madre.

un niño grita, reclama una respuesta, se produce una situación entre el niño el sonido y la madre
que no implica la mera señal de una necesidad. El grito se encuentra inserto en una sincronía de
gritos organizados produciendo una serie de cosas, en las cuales el lenguaje ya esta instaurado,
incluso antes de que el niño pueda articular palabras compartibles, "los gritos están ya
virtualmente organizados en un sistema simbólico.

se establece que ante la necesidad el niño ejerce un grito que será interceptado por Otro y el
discurso que lo codificará, por lo cual "lo que empezó como necesidad se llamará demanda (…) y
constituye el mensaje que evoca el Otro." (p.94) No obstante la demanda introduce a la necesidad
en el orden simbólico, la misma es transformada por el ejercicio del significante, situándola en el
plano del deseo.
oncibe al psiquismo demandante desde sus momentos iniciales de contención, regulaciones y de
cierto grado de estabilidad y vinculaciones con los otros y el mundo y que dichas vinculaciones
constituyen fuentes recíprocas para una identidad relacional. Pues tal como plantea Soto (2005),
los movimientos pulsionales que se dan en el ser viviente se inscribirán en una superficie solo al
ser mencionados por Otro que los significará al inscribirlo en el lenguaje, "es por hambre", "es por
frio", todos los estímulos exteriores dejarán su marca al tocar, al acariciar, en el acto de
amamantar, pero también la mirada y los tonos de voz, generarán una escena, un plus de placer.

FUNCIONES PARENTALES

Hacia la independencia es el momento descrito por Winnicott (1981), en el cual la criatura


comienza a crear medios que le permitan gradualmente prescindir de estos cuidados. Esto se va
posibilitando a través de la acumulación de recuerdos, la introyección de los cuidados recibidos y
la proyección de las necesidades, lo que implica un desarrollo de la confianza en su medio y de
capacidades intelectuales.

Agrega que cualquier amenaza sobre el aislamiento de la personalidad central constituirá una
importante fuente de angustia, por lo que el tipo de cuidado que el niño recibe de un ser humano
adulto, va gestando una integración que evita uno de los afectos más intolerables de la infancia
producto de una falla en dicha integración, una desintegración. Las defensas de la primera infancia
aparecerán vinculadas a la incapacidad del cuidado materno, para evitar lo que amenace el
mencionado aislamiento.

" En la primera infancia, no se está de hecho pertrechado para dominar psíquicamente grandes
sumas de excitación que lleguen de adentro o de afuera.". Por lo mismo el niño recurre a la
repetición como forma de dominar lo displacentero, ya que la experiencia no ha podido ser ligada
a una representación, lo cual implica un desborde pulsional que desencadenará angustia y un
movimiento defensivo primario que se fijará si no es organizado por otro que se sustente como yo
(Monserrat, 2002). Esto se enmarca en una segunda teoría de la angustia.

la función del ambiente sostenedor, es la de reducir al mínimo aquellos peligros que lleven a la
criatura a una reacción que implica un momento de aniquilación de su existencia

Con respecto a esta etapa de dependencia, Winnicott (1981) plantea que existen dos extremos y
una zona intermedia, en los que ubica como resultado la psiconeurosis y la psicosis. De esta forma
el autor propone que en la medida que la dependencia sea adecuada, el niño obtendrá como logro
el establecimiento de relaciones interpersonales, además de adquirir un estado de madurez tal,
que le permita tratar los conflictos personales propios de la realidad psíquica.

En este punto ubica la psiconeurosis medida por el grado de rigidez de las defensas para lidiar con
la angustia. El niño se va viendo capacitado para enfrentarse con el mundo sus complejidades y
con los conflictos propios de su personalidad. Irá tomando aspectos de la sociedad ampliando sus
círculos, desarrollando un grado de dependencia en la que se encuentra en condiciones de vivir
una existencia personal satisfactoria envuelta en los asuntos de la sociedad.

Con una zona intermedia a estos dos extremos, Winnicott (1981) refiere a existencia de una
provisión ambiental que fue satisfactoria, pero luego cesa y el niño percibe su fallo, truncando su
continuidad existencial y constituyendo para él una pérdida de dicha provisión. En este punto el
autor entiende el origen de la tendencia antisocial, como algo que se apodera del niño debido a un
fallo producido en su historia y un desajuste en la satisfacción de sus necesidades.

"Irónicamente, al mismo tiempo que se siente obligado a plantear repetidamente su reivindicación


a la sociedad se le tacha de "mal ajustado""

Tomando la idea de la formación del yo a partir de la identificación con un semejante, se podrá


establecer un paralelismo con la teoría Lacaniana, pues la misma sostiene que el yo se constituye
por medio de identificación con el semejante y con la imagen especular. .

embargo también tiene un aspecto simbólico puesto que como plantea la autora el niño vuelve el
rostro hacia su madre, lo cual implica un gesto fuertemente significativo puesto que en ese
intercambio de miradas y en la asistencia de otro y Otro que rectifique la imagen, se dará un
intercambio simbólico, la madre significará la imagen y en dicho momento se pone en juego su
deseo, su castración, "su inconsciente presente en la forma de amar a su hijo" (Casas de Pereda,
2008, parr.10). En este punto se unifica el yo primordial a a partir de la discriminación "no- yo" y El
yo ideal, que es precedido por la imagen del otro que funciona como promesa, la imagen anticipa
al niño la futura sensación de totalidad. Casas de Pereda (2008) sostiene que dada las
circunstancias de su formación el yo solo puede ser "especular, narcisista y paranoico, "lo cual no
implica desde luego que el sujeto lo sea" (parr.14). Plantea la autora que transcurrido el proceso la
sensación de fragmentación se seguirá manifestando en sueños o actos fallidos, en forma de
imágenes de castración, mutilación, devoramiento, estallido del cuerpo.

FUNCIÓN MATERNA DETERMINA EL ESTABLECIMIENTO DE LAS RELACIONES OBJETALES O LA


FORMACIÓN DEL YO.

LUGARES QUE OCUPAN LAS FIGURAS MATERNA Y PATERNA: LUGAR QUE OCUPAN LAS FIGURAS
PARENTALES. a metáfora paterna implicará la medida en la que se ha sustituido el deseo de la
madre por el nombre del padre. De esta forma introduce la figura del padre para dibujar la
triangulación que se instaura, pero afirma que para el niño esta figura aún no ha entrado en juego
y solo lo hará en tanto se le confiera su nombre de padre: PROCREADOR COMO SIMBÓLICO la
posición del padre en el orden simbólico durante el complejo de Edipo, se presenta en el sujeto la
cuestión de aceptar o no, de registrar o simbolizar la privación de la madre como objeto de deseo.

Un segundo momento tiene que ver con la aparición del padre privando a la madre. El padre
entrará en juego como interdictor del incesto, siendo el obstáculo entre el niño y la madre. De
esta forma mientras más nos acercamos a la realización de la relación madreniño, más aparece en
primer plano un objeto imaginario. Entendiendo al falo, no como el órgano genital masculino, sino
como la función simbólica e imaginaria que significa esta relación.

El mencionado complejo dará como resultado en el sujeto la identificación del niño con el padre
luego de que el mismo entre en función como privador de la madre, o sea como el que castra. En
este punto, es necesario aclarar que el que es castrado no es el niño sino la madre, puesto que la
misma no tiene el falo. En este tercer tiempo el padre ya no es el falo, más bien aparece como
portador del mismo, deja de ser un agente de privación, para reubicarse como objeto de deseo de
la madre. C
En el n el tercer tiempo el objeto ya no es imaginario, es un objeto portado por otro lo cual juega
un papel fundamental en el desarrollo. De esta forma para el autor la castración implica el punto
de partida para la asunción de la posición viril, pues como describe el juego en el que gana el que
pierde, registra en el niño la primera inscripción de la ley. A su vez la metáfora paterna habilitará
en el niño un pasaje a desear y ser deseado. El deseo que antiguamente venia del Otro, (deseo de
la madre) es reprimido y sustituido por el nombre del padre (de aquí el sentido metafórico). Como
resultado aparece una nueva significancia. El falo simbólico. El mismo implica una alternancia
entre perder o tener, pero implica una renuncia a ser falo, un pasaje de ser objeto de deseo a ser
sujeto, como plantea Soler (2009) sin la instauración de la metáfora paterna al sujeto le falta un
significante de su ser. plantea que a través de la castración, el nombre del padre quedará inscripto
en el sujeto de modo que se empoderará del falo como significante. A partir de ese momento, el
niño ya no está sometido a la significación del deseo materno. De esta forma a través de la
metáfora paterna, se instauran puntos de tope y se asegura la significación pues se establece un
corte en el goce9 presente en la relación madre-hijo. Si esta sustitución no se estableciera, el niño
no dispondría de significante fálico que diera razón de él como sujeto corriendo así el riesgo de
enfrentarse con un deseo del Otro que como plantea el autor, implicaría una voluntad de goce sin
límites. Si el nombre del padre está forcluido10 (como en la psicosis), no habiendo metáfora
paterna, no es posible ninguna significación fálica, puesto que la misma es la significación
fundamental de la cual dependerán todas las otras significaciones

Esta identificación se llama Ideal del yo. Se inscribe en el triángulo simbólico en el polo donde está
el niño, mientras en el polo materno empieza a constituirse todo lo que luego será realidad y del
lado del padre es donde empieza a constituirse todo lo que luego ser a superyó

Con respecto a la idea de riesgo Calzeta (2004) en su artículo titulado Deprivación Simbólica,
afirma que el mismo es inherente a la infancia, pues al entender el apronte amoroso materno
como la base desde la cual se constituye el sujeto psíquico y su dimensión deseante, el problema
debe precisarse cuando determinada situación arrasa todo sostén y el riesgo se convierte en una
agresión que consiste en la sustracción de los puntos de apoyo para la constitución subjetiva.
Siguiendo las ideas planteadas por el autor, al abordar este tema se debe tener en cuenta que si el
sostén y la protección faltan, se verán perturbadas las bases del aparato psíquico, puesto que a
través del otro es que el sujeto encuentra un auxiliar, modelo, objeto, rival a partir del cual
consolidará aspectos de la alteridad radical y sin lo cual se le dificultaría notablemente vivir en
sociedad. A su vez, desde el presente trabajo se considera que por medio de ese otro, le llegará al
niño el discurso del Gran Otro que lo significará y lo sujetará a su deseo.

Con respecto a lo postulado, diferentes autores como Aprile y otros (2012), Calzeta (2004),
Cavalcante y otros. (2010), sostienen que la institucionalización provoca una discontinuidad en la
historia del niño, de repente se encontrará separado de su vida cotidiana, de sus vínculos
significativos, e inmerso en un nuevo entorno que lo posiciona en un lugar de marginación. En
dicha instancia se van masificando los procesos de cuidados y las relaciones personales, quedando
desapercibidas las demandas individuales, sin embargo una variedad de situaciones extremas,
como historias de abandono, maltrato o abusos, hacen de la internación en organismos estatales,
la medida necesaria para la protección del infante. No obstante los mencionados autores plantean
que si al llegar a la institución no cuentan con la protección de un adulto que otorgue calidad en el
sostén, los niños podrían ser protagonistas de un movimiento de deconstrucción en el que se
estructurarían mecanismos adaptativos extremos, con el fin de evitar un sufrimiento intolerable
para el psiquismo. Desde estas líneas de pensamiento se establece que en los señalados casos, se
ven perturbados los procesos de constitución psíquica. Además se considera que aparecerían
riesgos inherentes a niños que padecen una prolongada inseguridad emocional15 como ser: un
retraso en aspectos intelectuales, motrices o cognitivos,

Según Calzeta (2004) en estos casos se forja una oposición que podría generar la negación de los
otros y debería advertirse como consecuencia, una fragilidad psíquica en la que el Yo se ve
amenazado por la aniquilación. Se establecería la pérdida de investiduras " lo que equivale a decir
una pérdida en la misma esencia del Yo (…), que obliga a la puesta en marcha de mecanismos
defensivos extremos" (p.123). En este punto el autor considera que los mismos, se van
determinando hacia la pulsión de muerte,16 pues la deprivación de los recursos simbólicos
conduciría al sujeto hacia una repetición de conductas que invisten desde las formas más
primitivas de dominio. Como se desarrolla en el primer apartado del presente trabajo, se
constituye más tempranamente la destrucción, la tendencia hacia la agresividad, y según las ideas
planteadas "si se carece de la posibilidad de apoderamiento simbólico, las formas más primitivas
de la tendencia al apoderamiento serán entonces las únicas disponibles" (p125) A su vez en el
artículo referido, se considera que dadas las mencionadas circunstancias podría establecerse la
génesis de un ideal del yo17 peculiar, en el cual los sistemas (7 El ideal del yo, al igual que el
superyó, son producto de la declinación del complejo de Edipo y la identificación con la figura
paterna. El mismo ejerce una presión consiente hacia la sublimación como destino pulsional y
permite asumir una posición sexual. (Evans 1997. p 107)

alorativos se organizan en torno al ejercicio de la violencia, opuestamente a lo que el resto de la


sociedad concibe como valor.

A este respecto Winnicott en su libro Deprivación y Delincuencia (1996), plantea la relación entre
deprivación y tendencias antisociales, puesto que el niño deprivado por un tiempo prolongado no
lograría afirmar la capacidad de preocuparse por el otro ni sentir o aceptar responsabilidades
puesto que el origen de esta capacidad se encuentra en la relación madre-bebé, como un
complejo proceso de maduración que dependerá de que se le otorgue al niño un cuidado
suficientemente bueno

Siguiendo las ideas planteadas por las autoras, el término deprivación refiere a una falla durante
un tiempo prolongado del ambiente encargado del niño, dicha falla supera las capacidades de
elaboración lo que generaría angustias primitivas, confusión y sentimiento de desamparo. Siendo
el niño capaz de percibir la falta de sostenimiento por parte del ambiente, espera la restitución del
vínculo, no obstante si la pérdida no es compensada el vacío se llenará mediante reclamos
asociados a la conducta antisocial: agresividad, compulsión a la crueldad, y en casos extremos
hasta la psicopatía.

En la investigación realizada por Castrillon y Venegas (2014) se aplicaron test proyectivos cuyos
resultados expusieron que el principal conflicto intrapsíquico refería al deseo de protección y de
amparo. Sostienen las autoras que en el 88 % de los casos, los niños reflejaban sentimientos de
temor, rechazo por parte de los otros, un yo debilitado y el sentimiento de incapacidad para
responder a las demandas 60% de los niños se dibujaban pequeños y alejados de los otros,
aparecían tendencias a la introversión e inhibición. En un 77% de los niños parte de la muestra las
relaciones objétales se caracterizaban por la agresividad, por el abandono, poseían una
autopercepción marcada por el desamparo, la debilidad yoica y la subordinación al Otro. "La
configuración de las relaciones de los niños está determinada por los deseos de protección, o bien
se defienden de la cercanía del objeto pues el mismo es exigente y controlador" (Castrillon y
Venegas. 2014. p.114) esto trae aparejado afectos como la tristeza, sentimientos de soledad,
temor a la demanda del Otro y a la pérdida de objeto. A su vez las autoras perciben en niños que
sufrieron una deprivación temprana, que tienden a una autoagresión como movimiento defensivo,
además de un sentimiento de culpa en el cual prevalece la idea de que hay algo malo en él que no
le permite encontrar alguien que lo cuide.

Las autoras sostienen que en la institución residen niños que cuentan con la figura de los padres
pero los mismos han sido negligentes o abusivos. Este abandono de los cuidados requeridos es
leído por el niño como un castigo, aparece una negación por parte del mismo de las fallas
parentales generando una rebeldía ante la situación. El niño queda a la espera del reencuentro
familiar y genera en él un sentimiento de ambivalencia con referencia a la institución que por un
lado lo cuidó y por otro lo aparta de su familia. Dicho sentimiento de ambivalencia se refleja en la
demanda de atención que los niños dirigen a la institución y la constante puesta a prueba a través
de actos transgresores.

adulto, es imposibilitada en la institución puesto que desde el ingreso al hogar el mismo tendrá
que adaptarse a los ritmos establecidos, lo que homogeniza las diferencias y las individualidades.
Las demandas quedan muchas veces silenciadas bajo las rutinas, las expresiones de desagrado o
berrinches son percibidos por las personas a cargo como una dificultad del niño para la adaptación
que la institución no puede aceptar ni integrar. A su vez plantea el autor que debido a la rotación
de horarios en el personal, el cuerpo del niño será manipulado desde nuevos ritmos y diferentes
formas de cuidado. Dichos cambios, sobrepasan las capacidad de metabolización psíquica,
generando formas de respuestas que se manifestarían como marcas en el cuerpo como ser:
"recurrentes dificultades en la alimentación, problemas de sueño, autoagresiones, poco interés
por los demás y los objetos de la realidad, la ausencia de dolor, regresiones, dificultad creciente
para confiar en otros

plantean que los educadores son referentes para estos niños, y además de brindar protección
constituyen sus modelos identificatorios durante el proceso, por lo cual sería de suma importancia
que participen en diferentes instancias de formación e intercambio, con el fin de darle un sentido
a sus acciones, a la forma en que realizan su trabajo, a modo de comprender el impacto que sus
actitudes pueden tener en estos niños. Dentro de estas acciones se incluyen, talleres lúdicos entre
funcionarios y niños, encuentros entre funcionarios de distintos hogares en un espacio de
intercambio y comunicación institucional, capacitación permanente al personal (funcionarios,
educadores) con el fin de un propicio ambiente institucional. Los educadores son quienes actúan
todos los días con el niño institucionalizado, y allí se juega un concepto clave, pues quien realiza
este trabajo posee lo que Aprile y otros. (2012) denominan un cuerpo solicitado por el niño, un
"cuerpo de transferencia". En este punto sostienen que el cuerpo es un importante vector de
comunicación,

PADRE FIGURA
El varoncito se ve precisado a amar y admirar a su padre, quien le parece la criatura más fuerte,
buena y sabia de todas; Dios mismo no es sino una enaltecimiento de esta imagen del padre, que
tal como ella se figura en la vida anímica de la primera infancia. Pero muy pronto entra en escena
el otro lado de esta relación de sentimiento. El padre es discernido también como el hiperpotente
perturbador de la propia vida pulsional, desviene el arquetipo al cual uno no sólo quiere imitar,
sino eliminar para ocupar su lugar. Tanto en el complejo de Edipo como en el de castración, el
padre desempeña igual papel, el del temido oponente de los intereses sexuales infantiles. Las
castración, o su sustitución por el enceguecimiento, es el castigo que desde él amenaza.

Vargas (2010), cita a Freud (1913), para describir que desde el aspecto cultural, enfatiza que el
Complejo de Edipo es la condición central del totemismo, por tanto, es universal y fundante de la
cultura en cualquier sociedad. El padre es el personaje que posibilita el corte simbólico con la
madre y consecuentemente la triangulación edípica. El odio [al padre] proveniente de la rivalidad
por la madre no puede difundirse desinhibido en la vida anímica del niño: tiene que luchar con la
ternura y admiración que desde siempre le suscitó esa misma persona; el niño se encuentra en
una actitud de sentimiento de sentido doble – ambivalente- hacia su padre, y en ese conflicto de
ambivalencia se procura un alivio si desplaza sus sentimientos hostiles y angustiados sobre un
subrogado del padre. Es verdad que el desplazamiento no puede tramitar ese conflicto
estableciendo una tersa separación entre sentimientos tiernos y hostiles. Más bien el conflicto
continúa en torno del objeto de desplazamiento, al ambivalencia se apropia de este último (Freud,
1913 p.132). Vargas (2010), en referencia a Moctezuma (2002), quien cita a Milmaniene (SF),
señala que “…por eso los delincuentes siempre evidencian una historia infantil en la que se
detecta a un padre ausente, o bien la presencia de un padre inductor del acting y cómplice en el
desafío a la ley de prohibición del incesto y a las normas que sostienen la diferencia de los sexos.
(…) Los padres que se abstienen de sancionar a los hijos les incrementan paradójicamente la culpa
y, por ende, la búsqueda de castigo a través de renovadas expresiones delictivas. Se observa así
que cuando el sujeto encuentra la sanción simbólica, se estabiliza y se apacigua su furor
transgresivo. Se podría decir que cesa de delirar a través de sus actuaciones en lo real”. El
nacimiento de la conciencia de culpa (Freud, 1913), escribe que también es producto de la relación
del varón con su padre: Odiaban a ese padre que tan obstáculo significaba para su necesidad de
poder y sus exigencias sexuales, pero también lo amaban y admiraban. Tras eliminarlo, tras
satisfacer su odio e imponer sus deseos de identificarse con él, forzosamente se abrieron paso las
nociones tiernas avasalladas entretanto. Aconteció en la forma del arrepentimiento: así nació una
conciencia de culpa que en este caso coincidía con el arrepentimiento sentido en común .

Por otro lado, Vargas (2010), en referencia a Moctezuma (2002), quien cita a Milmaniene (SF)
señala que existen dos formas básicas en las que el padre falla al efectuar su función. La primera
se da por el camino de la debilidad o la impotencia que puede tener éste para asumir los
emblemas fálicos, dando como resultado que la madre se apropie del hijo como objeto sexual, lo
cual dificulta o imposibilita la separación de esta relación. Milmaniene (SF), refiere que bajo este
esquema el padre abandona al hijo en el goce pulsional, abriendo la posibilidad de que la
patología de la delincuencia surja con una terrible contundencia. La segunda forma de falla
paterna la constituye el padre cruel, despótico y paranoico que de alguna forma es descrito por
Freud (1913) en Tótem y tabú. El padre, en ese sentido, se asume como la Ley absoluta sin
abandonar en ningún momento este lugar. Otro componente que Vargas (2010), menciona sobre
la función paterna y crisis en la que encuentra, lo describe de la siguiente manera: Las acciones
perturbadoras, turbulentas, escandalosas o rebeldes que el niño protagoniza constituyen un
intento para hacer asomar la singularidad, en lo que serían muestras de autoafirmación, aunque
también pueden responder a la necesidad de convocar el límite o la contención. La capacidad de
autorregulación todavía no está a su alcance, y la ausencia de control, en lugar de producirle
satisfacción, lo precipita a la angustia, al abismo y a la locura. Prueba de ello es que en no pocas
ocasiones el niño comete travesuras, e incluso desafía al padre, para que éste le ayude a emerger
del caos pulsional y, por consiguiente, a restablecer el control sobre sí mismo. Enseguida se
relaciona este efecto patógeno con la delincuencia. Los planteamientos de Freud (1913), ya se
habían aproximado a la génesis de la delincuencia en varones, de la siguiente manera: El
psicoanálisis nos ha enseñado que la primera elección de objeto sexual en el varoncito es
incestuosa, recae sobre los objetos prohibidos, madre y hermana; y también nos ha permitido
tomar conocimiento de los caminos por los cuales él se libera cuando crece, de la atracción del
incesto. Ahora bien, el neurótico representa {reprasentiere} para nosotros, por lo común, una
pieza del infantilismo psíquico; no ha sido conseguido liberarse de las constelaciones pueriles de la
psicosexualidad, o bien ha regresado a ellas (inhibición del desarrollo y regresión). En la vida
anímica inconsciente, pues, las fijaciones incestuosas de la libido siguen desempeñando – o han
vuelto a desempeñar – un papel principal. Por eso hemos llegado a desempeñar como el complejo
nuclear de la neurosis el vínculo con los padres, gobernado por la apetencias incestuosas .

ADAPTACIÓN SOCIAL DEL ANTISOCIAL

Según Friedlander (1972), para entender el proceso de adaptación social en el ser humano se hace
necesario establecer la fusión de los instintos en el individuo; normalmente se da una fusión entre
los dos instintos primordiales: el sexual y el agresivo, esto deja ver que no hay necesidades
instintivamente exclusivamente sexuales, ni exclusivamente agresivos, ambas siempre estarán
interactuando, por lo anterior se comentara brevemente el desarrollo instintivo infantil, a manera
de comprender más claramente las tendencias agresivas en los adolescentes. Según lo planteado
por Friedlander (1972), este proceso inicia con la fase oral, desde el nacimiento hasta
aproximadamente finales del primer año; en esta etapa predomina el placer por la succión ante la
necesidad de alimentarse, de igual manera el niño también experimenta placer al succionar
cualquier parte de su cuerpo, más específicamente las manos, el fin de esta acción proviene del
placer llevándolo a acciones repetitivas, de no tenerlo se le genera displacer, es una exigencia
instintiva, “su fuente es la membrana mucosa de la boca; su fin es la disminución de la atención
mediante un movimiento rítmico de los labios y de la boca, y su objeto una parte del propio
cuerpo del bebé” (Friedlander, 1972, p. 32). Más tarde con la erupción de los dientes el niño
empieza a manifiesta sus primeras conductas agresivas, se constituye así la boca la zona erógena
durante la fase oral (Friedlander, 1972).

Así mismo, Winnicott (2013), describe el concepto de agresión primaria o amor-apetito primario,
una agresividad instintiva que aparece en las relaciones externas del niño, ataques que pueden
escandalizar a los adultos pero que en realidad no son una violencia real, según el autor, la
finalidad es la gratificación, la tranquilidad del cuerpo y espíritu. Esta idea puede responder al
hecho de que los bebés pueden y necesitan dañar, en los momentos en que muerden el pezón de
la madre por ejemplo, al tiempo el niño percibe que agrede al gratificarse por lo que necesita
proteger a quien ama y lo hace al inhibir sus impulsos agresivos. El niño debe pasar a un segundo
momento en donde dirija su agresión a un segundo objeto que tenga menos posibilidades de
lastimar (objetos Siguiendo con Friedlander (1972), la fase siguiente es la anal – sádica que inicia a
finales del primer año y mediados de los tres años, la boca disminuye en importancia como zona
erógena y ahora toman importancia los órganos de excreción a través de la sensibilidad de la
membrana mucosa; este tipo de actividades ya no son tan visibles, pudiendo conllevar a que el
niño retenga las materias fecales, hasta que ellas le fuerzan a expulsarlas, esta irritación resulta
muy placentera; suele verse al niño jugar con ellas o con cualquier material sucio. En esta etapa
para Friedlander (1972), se ha establecido la relación emocional entre la madre y el niño gracias a
los cuidados y atenciones de la primera. En esta etapa se empiezan a hacer manifiestas tendencias
agresivas, manifestadas en cólera y odio cuando sus deseos no son satisfechos, se da también en
la relación con los otros niños en donde se da la tendencia a lastimar, empujar, arañar, morder,
tirar del cabello, etc. A pesar de que el niño cuente con mayor fuerza física carece aún de la
capacidad de sentir dolor por el daño realizado. Friedlander (1972), explica de este modo como
aparecen en el niño los primero impulsos antisociales, a la vez que aparece el deseo de ser
lastimado, lo que explica los componentes sádicos y masoquistas. Winnicott (2013) comenta que
el individuo tiene la tendencia de recurrir a lo instintivo, manifiesta la propia crueldad y voracidad,
“todo niño sano adquiere la capacidad de ponerse en la situación de otra persona y de
identificarse con los objetos e individuos externos” ( p. 116); así mismo requiere de los adecuados
cuidados de la madre, los cuales le permitirán desarrollar adecuados procesos de maduración, en
donde pueda “ser destructivo, odiar, patear y berrear”, en vez de aniquilar mágicamente ese
mundo, con esto se logra que la agresión efectiva sea considerada como un logro. De esta manera,
gracias a una buena atención materna y paterna, se les puede proyectar al niño, una vida sana, lo
que le permite dejar el control y la destructividad y disfrutar de las gratificaciones y las relaciones
afectivas.

A continuación el niño entra en la fase fálica, alrededor del tercer año hasta los cinco años, en esta
etapa Friedlander (1972), explica que el interés pasa a os órganos genitales el cual se hace
manifiesto por la tendencia del niño a exhibirse desnudo, a interesarse por los genitales de niños
más pequeños y a cuestionarse por las diferencias sexuales; los genitales se constituyen como la
zona erógena, teniendo como actividad autoerotica la masturbación. Es el momento en donde
afloran deseos amorosos, similares a los de los adultos, con una tendencia a poseer el sexo
opuesto, y celos por el sexo opuesto o bien por los hermanos; es un estado muy rico
afectivamente y emocionalmente, “los niños de ambos sexos interésense por el órgano genital
masculino y lo consideran como la forma correcta de genial” (p. 35). En este orden de ideas
Friedlander (1972), explica que el niño en esta etapa manifiesta un interés por la vida sexual de sus
padres, aún no logra comprender la función del genital femenino, e interpreta las relaciones de
sus padres como algo sádico, como un acto agresivo del padre hacia la madre o viceversa. En esta
etapa se desarrolla lo que Freud denomino como complejo de Edipo; al respecto Friedlander
(1972), manifiesta que el varón manifiesta dependencia hacia la madre y la búsqueda de la
protección que ésta le da, de igual manera, imita el comportamiento paterno y habla de cuando
sea grande y fuerte como su padre. “En otra palabras el varoncito empieza a conducirse en
muchos aspectos como un amante”
Sin embargo, Fridlander (1972), expresa que un factor mucho más potente lo constituye el miedo
provocado por la hostilidad del niño hacia al progenitor del mismo sexo. A esta edad el niño es
sumamente agresivo y cree que el padre adivinará sus sentimientos hostiles y se enterará también
de sus deseos de poseer a la madre, por lo cual cree que su padre tiene idénticas tendencias
agresivas contra él y teme que podría matarlo o castigarlo de algún modo espantoso: castrarlo. A
la larga el miedo a que se mutile su cuerpo, lleva al niño a abandonar el deseo sexual hacia la
madre y a identificarse con el padre; sin embargo las necesidades instintivas no pueden
simplemente desaparecer; es entonces, cuando el niño reprime conjuntamente sus necesidades
instintivas, en este caso, las sexuales. Para Friedlander, (1972) los impulsos que constituyeron el
deseo de Edipo son modificados de modo tal que su energía es totalmente utilizada para la
formación de su futura personalidad. En ese caso el complejo de Edipo como tal se habrá liquidado
por completo (p.679); pero la realidad es que el miedo derivado de los deseos incestuosos pueden
haber sido extraordinariamente fuerte, y esto puede ocasionar que se reprima la totalidad de los
deseos edípicos, o si el miedo es muy intenso y la organización fálica es muy débil al principio, la
libido podrá regresar a un nivel anterior del desarrollo, casi siempre al anal- sádico; consecuencia
de ello puede originarse la neurosis obsesiva o la delincuencia en la vida adulta (p. 68).

Hacia los cinco años de vida, Friedlander (1972), comenta el niño entra en el periodo de latencia
en donde inicia una declinación lenta de la vida infantil instintiva impulsando al niño a dejar sus
deseos hacia sus padres. Después de la fase edipica la estructura de la personalidad emerge bajo
la forma del ello, del yo y el superyó, una vez formada la conciencia, las exigencias del mundo
exterior pasan a ser representadas por el superyó; que si es muy severo no permite ni siquiera la
mera expresión de aquellas necesidades instintivas que serían toleradas por la sociedad. Es en el
período de latencia donde el solevamiento emocional causado en la pubertad por el renacimiento
de los viejos conflictos, conlleva a un dominio inestable del superyó sobre la personalidad
consciente, generando períodos que se alternan entre extrema severidad, fases ascéticas y
entrega de placer instintivo (Friedlander, 1972)

Para comprender mejor la inadaptación de los impulsos en el joven delincuente Friedlander,


1972), propone tener en cuenta los siguientes procesos: Principio de placer. El niño se encuentra
gobernado por el principio del placer- dolor, fruto de sus necesidades instintivas. Principio de la
realidad. Este principio ocurre cuando el niño debe aprender a regular sus necesidades instintivas
gracias a los requerimientos de la sociedad: los del mundo externo y los de su propia conciencia.
En base a lo expuesto anteriormente Friedlander (1972), describe los mecanismos que se van
desarrollando durante las diferentes etapas del desarrollo infantil que le permiten al niño ir
acomodando su conducta a los requerimientos socialmente establecidos; para tales fines se
explicaran brevemente los mecanismos de modificación (p. 47):

3.4.1. Desplazamiento de la libido. Hacia mediados del primer año, para esta época el niño desea
seguir succionando el pezón de su madre pero ve frustrados sus deseos con el destete, dicha
atención se aliviará cuando el niño satisfaga sus deseos con un sustituto, en otras palabras la
necesidad pulsional fue desplazada sobre otro objeto. Este mecanismo permite una modificación
de la actividad pulsional y solo la relación emocional con la madre es la fuerza que permite que el
niño acepte el sustituto (Friedlander, 1972). 5.1.4.2. Formación reactiva. Este proceso lleva a que
la necesidad inicial del niño sea remplazada por la tendencia opuesta, en vez de desear la suciedad
aparece el deseo de limpieza, o en vez de que querer lastimar a otros niños siente piedad. Es la
energía subyacente que el niño puede dominar su impulso y fortalecer la tendencia contraria. La
limpieza y la capacidad de experimentar piedad por otros, son las características propias
generadas por este mecanismo de modificación (Friedlander, 1972). 5.1.4.3 Represión. En este
mecanismo el niño puede experimentar a perdida de todas sus tendencias agresivas, la energía es
reprimida al inconsciente y ahí se mantendrá en su forma primiegenia; ante esto sin embargo se
corre el peligro que en un futuro los instintos reprimidos afloren en contra de la voluntad de la
persona (Friedlander, 1972). 5.3.4.2. Regresión. Para este mecanismo suele darse una
modificación de las corrientes instintivas pasando a un nivel de desarrollo previo o anterior; esto
es generado por gratificaciones instintivas no satisfechas, haciendo que el niño retroceda hasta la
etapa precedente donde sí pudo satisfacerla, esto debido a una decepción o un intenso miedo; el
niño sufre entonces una detención en su desarrollo (Friedlander, 1972). 5.3.4.3. Sublimación.
Ciertos instintos no logran ser gratificados, es por esto que deben de una forma directa o indirecta
ser satisfechos, es entonces cuando se hace uso del mecanismo de la sublimación en donde el
individuo es capaz de dirigir sus instintos hacia fines aceptados por la sociedad, esto supone que el
individuo este dotado de grandes habilidades inteligencia (Friedlander, 1972)

MODIFicación de los instintos, lo que permite transformar la corriente instintiva primitiva en una
conducta más sociable. Dentro de estos factores se encuentran: - Los dotes naturales,
relacionados con la fuerza de las necesidades instintivas y de su inteligencia innata. - Relación niño
madre, esta relación es el factor más poderoso en la modificación de las necesidades instintivas
fruto del amor del niño hacia su madre y el miedo a perder su amor. Otros autores como,
Winnicott (2013) explican, que desde la relación del joven con su familia, que la falta de una figura
materna confiable, impide el proceso constructivo del sentimiento de culpa, conllevando a que
dicho sentimiento se vuelva intolerable y no pueda inhibir sus impulsos, lo que hace que el niño no
se sienta responsable de nada y sus impulsos e ideas afecten su conducta, debido al
derrumbamiento de sus defensas yoicas , de tal manera que se reorganiza y apoya en una nueva
pauta de defensa yoica de menor calidad. Es entonces cuando el niño organiza actos antisociales
para tratar de retornar con la misma sociedad a la posición en la que se hallaba cuando se
deterioró su proceso de desarrollo emocional. Ambiente social, este contribuye en la modificación
de las necesidades instintiva, la adaptación social del niño y futuro joven, que se inicia en su grupo
familiar, si esta relación no se desarrolla adecuadamente, en el periodo de latencia, aparecerán los
primeros signos de la conducta antisocial, reflejo entonces de un fracaso en la adaptación social.
“Desde el punto de vista psiquiátrico, hablamos de conducta delictuosa en todos aquellos casos en
los cuales la actitud del trasgresor frente a la sociedad es tal que eventualmente conducirá a la
violación de la ley” (Friedlander, 1972, p. 117). Por su parte, Aichhron (2006), expresa que las
primeras relaciones en la infancia son fundamentales para una buena adaptación social; comenta
que el aparato psíquico debe pasar por un proceso de adaptación a la realidad, se esfuerza sobre
todo hacia aquellas adaptaciones que son las menos peligrosas para la personalidad (p.160).
Aichhorn (2006); los vínculos que el niño crea con sus padres o cuidadores, ya que este proceso lo
lleva a adaptarse a la sociedad dejando de regirse por sus instintos “primitivos”. “Cada niño es, al
principio, un ser asocial, porque exige una satisfacción instintiva, primitiva y directa, sin
preocuparse del mundo que le rodea” (p.34). En el curso de su desarrollo, el niño, cuanto más
joven es, menos capacidad posee para degenerar la total satisfacción de sus deseos instintivos,
para conformarse con los requerimientos de la vida social. Solo cuando se encuentra bajo presión
de una experiencia dolorosa aprende, gradualmente, a moderar sus impulsos y aceptar las
demandas de la sociedad, sin conflictos, transformándose en un ser social. (Aichhorn, 2006, p. 35).

Por otro lado, Winnicott (2013), explica que dentro de los parámetros normales, un niño que se le
brinda ayuda en sus etapas iniciales, desarrolla capacidad de controlarse, desarrolla lo que para el
autor se llama “ambiente interno” que le da la inclinación a buscar buenos ambientes. Para el caso
de los niños antisociales, que no han podido desarrollar dicho ambiente, requieren de un control
exterior para sentirse bien, jugar o trabajar. En cuanto a la relación del niño y futuro joven con su
ambiente, Blos (1979), afirma que los conflictos experimentados en la infancia de mezclas de
pulsiones en relación con el objeto, tienen el efecto en la adolescencia, de primitivizar en forma
permanente las relaciones objétales; de este modo el nivel de desarrollo pulsional es desviado
hacia el yo, apareciendo en la necesidad de objetos de amor y odio en el mundo exterior. Si dichas
mezclas se hacen duraderas, se hacen efectivas en la conducta de ideas y de moral rígida e
inflexible. Por lo anterior se puede ver que la regresión cumple una función adaptativa,
permitiéndole al adolescente tolerar la angustia resultante de la regresión pulsional del yo.
Cuando la regresión tiene que evitarse el adolescente exterioriza y concreta lo que es incapaz de
vivenciar y tolerar interiormente como conflicto: Angustia, culpa y depresión.

Finalmente, para Friedlander (1972), los primeros síntomas de las conductas antisociales suelen
asociarse a tres factores que se manifiestan por la incapacidad de resistir los deseos instintivos y
sus posteriores consecuencias; estos tres factores son: “La fuerza de las necesidades instintivas no
modificadas, la debilidad del yo y la falta de independencia del superyó. Aunque autores como,
Aichhorn (1925), Alexander y Staub (1926) y Ferenczi (1928), citados por Blanquicett (2012),
exponen la influencia de las fallas del medio y de la incapacidad del aparato psíquico y del Yo, para
controlar las demandas pulsionales. De acuerdo a lo anteriormente expuesto, Winnicott (2013),
explica que las tendencias antisosiales propias de las etapas de desarrollo de un sujeto no son
indicio de que confirme como un delincuente, y utiliza entonces el concepto de tendencia
antisocial y no delincuencia, al considerar que la tendencia antisocial puede ser estudiada tal como
aparece en el niño normal y ser relacionada con las dificultades inherentes al desarrollo emocional
(p. 146). En la tendencia antisocial, la persona a través de sus impulsos inconscientes, busca que
alguien pueda ayudarle a manejar su conducta. Mesa (2012), toma en consideración las
postulaciones de Freud (La herencia y la etiología de las neurosis, 1973) y explica que los menores
infractores no deben ser considerados según el psicoanálisis, como “sujetos traumatizados”, su
conducta es el efecto de situaciones traumáticas vividas en la infancia, como es el caso de abuso,
maltrato o abandono, explica que para Freud (1973), el trauma estructura la condición de estos
sujetos.

AGRESIVIDAD

Winnicott (2013), dirige sus postulaciones sobre las raíces de la tendencia delincuencial en los
adolescentes varones, en relación a la falta de vida hogareña, la fuente está en la infancia y la
niñez y la forma cómo se relaciona en su hogar. Inicialmente el niño dentro de su hogar busca
sentirse libre y jugar, hacer dibujos y manifestar conductas irresponsables; es el momento en
donde el hogar debe soportar toda esta carga ejercida por el niño en su afán por destruirlo y crear
a la vez un círculo de amor y fortaleza que le ayuda a manejar su temor por sus sentimientos y
fantasías. Si el hogar no suministra estos cuidados el menor experimenta ansiedad y busca en su
exterior lo que su hogar no le puede proporcionar, ya sea con sus familiares, amigos o escuela
hasta que pueda pasar a la independencia. Para Winnicott (2013), “el niño antisocial…apela a la
sociedad en lugar de recurrir a su familia o a la escuela, para que le proporcione la estabilidad que
necesita a fin de superar las primeras y muy esenciales etapas de su crecimiento emocional” (p.
139). En los casos en donde el joven comete delitos como el hurto, el trasfondo es la búsqueda de
la madre y el padre ausente, busca amor, busca protección, una autoridad que ponga límites a sus
impulsos e ideas.

os (1979), comenta que la tendencia delincuencial en los varones se manifiesta a través de una
lucha agresiva con el mundo objetal y sus figuras de autoridad representativas. Los impulsos
agresivos primitivos pueden ser generados por la excitación sexual, manifestada en la activación
de los genitales, la erección y el orgasmo con eyaculación, dicho orgasmo suele ser el portador de
la excitación psicomotriz incontrolada e incontrolable. Es muy común que el varón, utilice el falo
como órgano inespecífico de descarga de la tensión y a su vez es investido por con una energía
agresiva que se refleja en las fantasías sádicas salvajemente agresivas (p. 106). Gallo (2012),
aborda el problema de la agresividad desde la perspectiva del psicoanálisis, la define como “una
presión intencional, presión experimentada en el yo y que se manifiesta en estados emocionales
como la cólera, el temor y la tristeza existencial” (p. 2). Para el autor, la cólera conlleva a un
desvanecimiento momentáneo del yo racional, en donde la capacidad de tener en cuenta los actos
cometidos o bien la responsabilidad, desaparecen. Para el caso del temor el sujeto se ve invadido
por impulsos destinados a destruir a los seres más queridos; finalmente en la tristeza suele ser la
forma de castigo de sus impulsos crueles. Estos estados emocionales, según Gallo (2012),
relacionados con la agresividad, permiten una disgregación de los vínculos, comenta además que
aunque la agresividad suele manifestarse ocasionalmente, la presión ejercida por ella, se da por el
contrario de forma permanente.

Para Gallo (2012), la presión agresiva tiene sus raíces en las relaciones de violencia producidas
dentro o fuera de la familia; esta presión, es de tipo sexual y agresiva, propia de todos los seres
humanos, por lo que debe canalizarse de forma ética respondiendo civilizadamente de forma tal
que permita la conservación de los vínculos familiares y sociales, evitar los conflictos o resolución
de problemas en forma violenta. Así mismo se tiene que existe una relación íntima entre
agresividad, cuerpo y prácticas sociales, así por ejemplo la presión agresiva influye directa y
negativamente en el cuerpo, de igual forma la agresividad es contraria al adecuado
establecimiento de las relaciones y vida en comunidad. Gallo (2012), hace un paralelo distintivo
entre intención agresiva y tendencia criminal, la primera está más en dirección del yo, manifestada
a través de la tensión que puede ser elaborada mediante el diálogo, la tendencia se orienta hacia
los actos en donde el diálogo fracasó, producto de la descomposición del yo, conllevando a la
desaparición de la conciencia racional y anulación de lo descrito por Freud (1972), como
“capacidad de compadecer” (p. 1206). Winnicott (2013) utiliza el concepto de agresividad madura,
sobre todo con una aplicación a los adolescentes varones, quienes suelen generar una actitud de
competencia a través de los juegos y el trabajo. La agresión cuando no es negada permite la
aceptación de la responsabilidad personal y puede favorecer los intentos de reparación y
restitución. De esta manera en “el sfondo de todo juego, de todo trabajo y de todo arte hay un
remordimiento inconsciente por el daño realizado en la fantasía inconsciente y un deseo
inconsciente de comenzar a arreglar las cosas. Para Blos (1979) la agresión es, sin duda un medio
que permite al individuo injerirse en el ambiente con el objetivo de moldearlo, cuyo fin es
salvaguardar apropiadamente su integridad psíquica, su autoestima y su integración social. Al
cometer actos de agresión y violencia siendo parte de un grupo que le aprueba la acción,
neutraliza su culpa individual y los requerimientos de su superyó. Lo anterior refleja que la
estructura psíquica tiene su origen en la interacción del individuo con su entorno humano y no
humano, es el reflejo de las influencias ambientales al ser interiorizadas, integradas y organizadas
en la personalidad. Los estímulos externos complementan el proceso de maduración, dando forma
a una estructura y contenido apropiados, que le permitan realizar funciones personales y sociales;
cuando el entorno está por debajo del nivel de complementariedad, adquiere un carácter nocivo y
el organismo psíquico en vuelto en él sufre daños. Si el entorno carece de las condiciones
esenciales que permiten la articulación de las potencialidades y aspiraciones de los jóvenes con
respecto a algo que realmente importa – y que importa en una escala mayor que la de cualquier
preocupación individual-, se verán críticamente perjudicadas las interacciones mutuamente
beneficiosas entre el adolescente y su ambiente. La apatía y el caos, la rebelión y la violencia, la
alienación y la hostilidad, son las consecuencias sintomáticas de un mal funcionamiento del
proceso social metabólico, cuya sana actividades esencial para mantener concertados de manera
productiva al organismo que crece y su entorno (Blos, 1979, p.29). Desde estos factores
ambientales desencadenantes de la conducta agresiva del joven, Friedlander (1972), hace una
descripción de dicha conducta a partir de los rasgos caracteriológicos comunes de los adolescentes
varones con una orientación hacia la delincuencia, considera que éstos suelen ser incoherentes en
su actuar, prometen hacer algo y actúan posteriormente de otra manera, no son sinceros y
mienten con facilidad, se desengañan con mayor facilidad y el resultado de su frustración es un
comportamiento aún más antisocial, viven solo para el placer dando la impresión de “vivir bien”,
pero en el fondo cargan con mucho sufrimiento. Este comportamiento es explicado desde el
hecho de que los jóvenes se hayan dominados por el principio del placer y no por el de la realidad
y prima en ellos la gratificación de sus deseos, mantienen una conducta narcisista y
emocionalmente infantil a pesar de que sus deseos y comprensión de la realidad son los de un
adulto.

Para Friedlander (1972), el varón adolescente con conductas antisociales suelen ser muy agresivos
frente a sus mayores y a la sociedad en general, así por ejemplo con sus padres suelen tener
relaciones sadomasoquistas, producto de una regresión parcial o total a la fase anal-sádica. Parten
entonces de esta relación y se transfieren a la sociedad, siendo hostiles de una forma abierta o
escondida, se manifiesta, según se describe “un rencor contra la sociedad”, esta relación es
devuelta a su vez por los demás en forma de rechazo. En relación a la descripción del delincuente
común, Friedlander (1972), explica que suelen tener una formación caracteriológica antisocial, que
se manifiesta hasta con mínimas provocaciones que desencadenan el comportamiento delictuoso,
estas provocaciones hacen referencia a situaciones ambientales como por ejemplo condiciones
económicas deficientes o psicológicas como un conflicto mental (ejemplo celos fraternos,
perturbaciones sexuales, la rebelión de los padres en la pubertad); en ambos casos su respuesta es
impulsiva y hostil frente a la situación de frustración, sin importar las consecuencias. Una vez deja
de ser estimulado por un factor que lo frustre mejora en su conducta, pero ante una nueva
situación reedita la reacción antisocial

Aichhorn, (1936), estos chicos suelen tener grandes perturbaciones en su organización familiar
original, sumado a abundantes factores ambientales primarios que desencadenan el carácter
antisocial. En base en lo anterior Melillo, et al., (2004), expone que, tanto los adultos como los
jóvenes disfrutan de presenciar actos violentos. Detrás de la violencia hay agresión, detrás de la
agresión hay asertividad, detrás de la asertividad hay autoconfianza, detrás de la autoconfianza
está la certeza de la sobrevivencia.; así mismo el miedo está detrás de la agresión y la violencia.
Los autores expresan que los varones son el género percibido como más violento, esto debido a
las expectativas sociales de ser fuerte; los chicos por esta razón reciben menor apoyo por parte de
la familia y profesores, se espera de ellos que sean capaces de lidiar con las adversidades de la
vida, se les orienta a participar de deportes y tener que demostrar su masculinidad esto según la
salud pública es uno de los mayores factores asociados a la violencia

En el caso de la adolescencia, la formación caracterológica antisocial muestra la estructura de una


mente en la cual los deseos instintivos no se han modificado y aparecen por eso con toda su
fuerza, en la cual el yo, dominado aún por el principio del placer y falto de la ayuda de un superyó
independiente, es demasiado débil para gobernar los deseos que se despiertan en el ello
(Friedlander, 1972). Esto significa que en el joven no ha repudiado por completo sus deseos
instintivos, sino que los ha suprimido aparentemente, aunque, en realidad, continúan al acecho en
el fondo, esperando la oportunidad de emerger a través de una satisfacción (Aichhorn, 2006). Por
ello Friedlander (1972), realiza una clasificación de las perturbaciones de las tres zonas psíquicas
en tres grupos, las cuales realizan la formación caracterológica antisocial y se puede deberse a (p.
273):

FACTORES CONSTITUCIONALES Y AMBIENTALES


Sólo a la formación antisocial del carácter; el comportamiento delictuoso se manifestará desde el
periodo de latencia sin interrupciones y sin que medien provocaciones serias, fuera de los factores
ambientales que ha motivado originalmente la perturbación (p. 273).

A una formación caracterológica antisocial de grado menor, con el agregado de una severa tensión
ambiental o emocional; esto último por lo general a causa de un conflicto psíquico inconsciente (p.
273). Autores como como (Almonte & Sáenz, 2012) caracterizan a estos jóvenes por un
desenvolvimiento en el cual, y en consideración de la etapa evolutiva, las normas y reglas sociales
son habitualmente transgredidas, como también violados los derechos básicos del otro. Así
mismo, destacan como hecho psicopatológico relevantes del trastorno las siguientes
características (p. 389): - Hiporreactividad sensorial y patrones de búsqueda intensa de estímulos,
junto a hiperactividad motora. - Escaso o nulo desarrollo de la capacidad de empatía,
representado por ello dificultades para comprender los sentimientos y deseos de los otros, como
también ausencia de sentimientos de culpa y remordimiento, con tendencia a responsabilizar a los
otros de sus propias acciones (heterorresponsabilidad). - Alteraciones en el establecimiento de
vínculos y de compromiso afectivo

- Dificultades en el control de impulsos, sobretodo de los agresivos, expresándose éstos de manera


intensa, inmoderada y sin mayor análisis de los elementos de la situación (p. 389). 1.1) a una
formación caracterológica antisocial más leve, acompañada de conflictos neuróticos sobre cuya
base pueden presentarse formaciones sintomáticas. El síntoma resultante será delictuoso en lugar
de neurótico. A este grupo pertenecen la cleptomanía, el incendiarismo, los crimines ocasionales y
ciertos delitos sexuales (p. 274). 1.2) A un cierto desarrollo antisocial del carácter, acompañado de
la perturbación neurótica de “vivir” una fantasía en la vida. Como el “grupo predominante
inadecuado de las personalidades psicopáticas (p. 274).

PERTURBACIONES PSICOLÓGICAS DEL YO

El yo no puede controlar las exigencias instintivas a causa de su incapacidad para distinguir entre
la realidad y fantasía. Si no existen otros síntomas patológicos además del acto delictuoso
inexplicable, no puede diagnosticarse enfermedad psicótica (p. 275). Otras manifestaciones
clínicas que se presentan en la tendencia antisocial, según (Valenti, SF), son: 1. Síndromes
depresivos caracterizados por la hostilidad, la baja tolerancia a la frustración, estallidos violentos y
conductas autoagresivas, desesperanza, sentimientos de vacío acompañados por dificultades para
investir el futuro y al propio self (búsqueda compulsiva de la muerte, anorexia/bulimia).

2. Compulsiones, adicciones (especialmente el alcohol y las drogas) facilitaciones del pasaje al


acting – aut y somatizaciones. 3. Subjetividades funcionales de carácter violento que operan como
un recurso de afirmación de la identidad, para proteger al verdadero self en riesgo. Si estas
subjetividades cristalizan, pueden transformarse en estructuras que dan garantías al ser. Almonte
& Sáenz (2012), expresan, que estas perturbaciones de la conducta provocan serias dificultades en
el desenvolvimiento social, académico y ocupacional de quienes las presentan y pueden
manifestarse en una variedad de contextos, como el familiar, el educacional y/o el comunitario,
que se pueden ver plasmados a través de actos como robos, hurtos, lesiones personales,
vinculación a pandillas y todas acciones que lleven a la transgresión de la ley
Grotberg (2004), explica que, un modelo de resiliencia se puede caracterizar a través de la
posesión de cuatro áreas que, al interactuar entre sí, generan conductas o características
resilientes, y que cada una de estas áreas agrupa factores resilientes como: autoestima, la
confianza en sí mismo y entorno, la autonomía y la competencia social. Los rasgos de resiliencia
son agrupados de la siguiente manera (p. 160):  Los soportes y recursos externos “yo tengo” -
personas en quienes confío y me quieren incondicionalmente; - personas que me ponen límites
para que aprenda a evitar los peligros o problemas; - personas que quieren que aprenda a
desenvolverme solo/a; - personas que me ayudan cuando estoy enfermo/a o en peligro o cuando
necesito aprender (Grotberg, 2004, p.160).  Fortaleza intrapsíquica “yo soy”

una persona por la que otros sienten aprecio y cariño; - feliz cuando hago algo bueno para los
demás y les demuestro mi afecto; - respetuoso/a de mí mismo y del prójimo (Grotberg, 2004,
p.160).  Fortaleza intrapsíquica “yo estoy” - dispuesto/a a responsabilizarme de mis actos; -
seguro/ de que todo saldrá bien (Grotberg, 2004, p.161).  Habilidades interpersonales y sociales
“yo puedo” - hablar sobre cosas que me asustan o me inquietan; - buscar la manera de resolver
mis problemas; - controlarme cuando tengo ganas de hacer algo peligroso que no está bien; -
buscar el momento apropiado para hablar con alguien o actuar; - encontrar a alguien que me
ayude cuando lo necesito (Grotberg, 2004, p.161). Grotberg (2004), comenta: “La interacción
entre estos factores es dinámica, va variando a lo largo de las etapas de desarrollo humano y
cambia de acuerdo con la situación de adversidad”

10.1. Principales Referentes Teóricos del Psicoanálisis Establecidos, en Relación a la Temática de


Adolescentes Varones con Tendencia Antisocial El interés por buscar la identificación de los
principales referentes teóricos del psicoanálisis en relación a los adolescentes varones con
tendencia antisocial tiene como punta de partida las primeras inclinaciones hacia lo antisocial,
contempladas por Freud, al describir los deseos del niño de querer matar al padre para mantener
comercio sexual con la madre (Freud, 1916). Este deseo incestuoso es descrito por Friedlander
(1972), como parte del complejo de Edipo, que no se resuelve de forma perfecta y culmina en la
adolescencia dando inicio a la futura personalidad del sujeto. Se tiene por tanto, que en la
adolescencia hay una regresión del miedo hacia los deseos incestuosos; ya que aún no existe una
armonía de los interjuegos psíquicos. De igual forma Blos (1979), expresa que en la adolescencia la
regresión es fundamental para la adaptación y exterioriza lo que no puede vivenciar o tolerar
interiormente como conflicto (angustia, culpa y depresión) El deseo incestuoso en el Edipo
también lleva al varón a desear la muerte del padre, quien es el rival y en algunos casos (cuando la
figura paterna existe) el oponente máximo para llevar a cabo mencionado deseo (todo es
simbólico). Sin embargo, la relación del varón con el padre es fundamental para la formación y
estructuración del sujeto, que viene en la forma de: neurosis, psicosis o perversión. En dicha
relación el papel que tome el padre frente al deseo incestuoso del varón y del deseo de la madre
por su hijo determina la formación de la tendencia antisocial en él joven, debido a que
simbólicamente el padre es la ley, la autoridad y quien realiza el corte de la relación que hay entre
madre y niño. Esta afirmación se justifica bajo los planteamientos de Freud (1913): El odio [al
padre] proveniente de la rivalidad por la madre no puede difundirse desinhibido en la vida anímica
del niño: tiene que luchar con la ternura y admiración que desde siempre le suscitó esa misma
persona; el niño se encuentra en una actitud de sentimiento de sentido doble – ambivalente-
hacia su padre, y en ese conflicto de ambivalencia se procura un alivio si desplaza sus sentimientos
hostiles y angustiados sobre un subrogado del padre. Es verdad que el desplazamiento no puede
tramitar ese conflicto estableciendo una tersa separación entre sentimientos tiernos y hostiles.
Más bien el conflicto continúa en torno del objeto de desplazamiento, al ambivalencia se apropia
de este último (Freud, 1913 p.132). Por otra parte el autor Vargas (2010), cita a Moctezuma
(2002), en relación a Milmaniene (SF), expone que la falta del padre frente al deseo incestuoso del
hijo varón efectúa dos fallas en su función paterna; La primera se da por el camino de la debilidad
o la impotencia que puede tener éste para asumir los emblemas fálicos, dando como resultado
que la madre se apropie del hijo como objeto sexual, lo cual dificulta o imposibilita la separación
de esta relación. Milmaniene (SF), refiere que bajo este esquema el padre abandona al hijo en el
goce pulsional, abriendo la posibilidad de que la patología de la delincuencia surja con una terrible
contundencia. La segunda forma de falla paterna la constituye el padre cruel, despótico y
paranoico que de alguna forma es descrito por Freud (1913) en Tótem y tabú. El padre, en ese
sentido, se asume como la Ley absoluta sin abandonar en ningún momento este lugar. Durante la
conformación de la conducta delictiva el joven experimenta un mecanismos de defensa) y
externos (el ambiente, la relación con los pares y roles sociales), que contribuye a que se origine
una lucha agresiva del mundo objetal y las figuras de autoridad representativas. Se puede decir de
acuerdo a lo postulado por Friedlander (1972), que estas conductas antisociales manifestadas en
los adolescentes, son en cierto modo normales, ya que están relacionadas con las tendencias
instintivas del niño manifestadas en las diferentes etapas del desarrollo psicosexual. Culminada la
fase edipica se abre paso a la estructuración de la segunda tópica del aparato psíquico conformada
por el: ello, yo y superyó; la formación de este último es muy importante para una adecuada
adaptación psíquica del sujeto. El superyó es el regulador de aparato psíquico, según lo explica
Friedlander (1972), y permite que sean cumplidas las necesidades instintivas aceptadas por la
sociedad; de igual forma el grupo familiar tiene una participación fundamental en la formación de
la personalidad del sujeto. La falta de cuidado y atención en las etapas iniciales de los adolescentes
varones inclinan al niño a buscar en la sociedad estabilidad en los actos delictivos y la búsqueda de
sus padres (Winnicott, 2013). El hogar constituye las bases sólidas para una identidad adecuada y
acorde con las exigencias de la sociedad; de no ser posible, el joven no cuenta con el espacio
propicio para canalizar sus impulsos agresivos y destructivos. La figura materna es descrita como
pilar esencial para el sostenimiento de las defensas yoicas, al estar ausente el joven realiza actos
delincuenciales que hacen manifiesto en los diferentes contextos sociales, en una forma de mitigar
los sentimientos de culpa que no permiten controlar sus impulsos. De igual manera cuando el
joven no cuenta con una organización familiar puede generar grandes perturbaciones; ya que no
logra tener un espacio de edificación y satisfacción de necesidades emocionales, sumado a esto se
encuentran además los factores ambientales primarios que pueden desencadenar el carácter
antisocial.

Es por esto que la tendencia antisocial se relaciona con las dificultades inherentes al desarrollo
emocional en el niño, por medio de los impulsos inconscientes el sujeto busca ayuda en su
entorno, esto es posible si el joven cuenta con el apoyo del otro y logre ambientes sanos como:
estabilidad familiar, oportunidades de estudio, laborales y formativas que faciliten el control
adecuado sus impulsos. Al hablar de conductas hasta cierto modo normales en los adolescentes,
lleva a considerar que existen mecanismos que permitan la modificación de las necesidades
instintivas que buscan ser satisfechas a través de las conductas manifiestas en los adolescentes,
como hurtos, lesiones personales y todos aquellos delictivos que conllevan a la trasgresión de la
ley y la violación de los derechos humanos. Es de anotar que es un proceso complejo y difícil, el
hecho de refrenar las necesidades instintivas, de acuerdo a lo explicado por Friedlander (1972), de
ahí la importancia de reconocer que puede existir la posibilidad de encontrar casos de
adolescentes con tendencia antisocial, que recaigan en las antiguas conductas delictivas. Sin
embargo, existen alternativas que puede favorecer el proceso de socialización de los jóvenes, las
cuales se pueden orientar hacia factores externos como el ambiente y los factores más internos
como los mecanismos de adaptación los cuales facilitan el desarrollo psicológico. Como momento
transitorio necesita una adaptación positiva se pretende analizar la resiliencia en adolescentes
varones con tendencia antisocial y si existe la posibilidad de que estos tengan un adecuado
acoplamiento a la sociedad; de igual manera destacar el paso y tránsito por la adolescencia como
momento que ordena y define estructuralmente a un sujeto y permite de paso su inserción en la
cultura y el lenguaje.

PERSPECTIVA INTRAPSÍQUICA

2.2. Perspectiva intrapsíquico - intersubjetivo Desde el punto de vista intersubjetivo, estos


pacientes se caracterizan ya sea por un déficit en los vínculos, que se pone de manifiesto en rasgos
tales como apatía, abulia y/o desinterés por el otro (Kaës, 1991), o por la predominancia de
vínculos de odio (Kernberg, 1989), que se manifiestan en el rechazo sistemático y descalificación
hacia la persona del terapeuta o de sus pares en el grupo. Desde el punto de vista intrasubjetivo,
se observa un déficit en la construcción de la trama representacional por la intensidad y la
cualidad de situaciones vitales traumáticas acaecidas en la infancia y en la realidad familiar actual.
(Quiroga y Cryan, 2004). Siguiendo la definición de Laplanche y Pontalis (1996), entendemos el
trauma (palabra del griego herida, derivada de perforar, designa una herida con efracción) como
un acontecimiento de la vida del sujeto caracterizado por su intensidad, la incapacidad del sujeto
de responder a él adecuadamente y el trastorno y los efectos patógenos duraderos que provoca
en la organización psíquica. Los diversos peligros que el infante afronta pueden precipitarse en
una situación traumática en diferentes épocas de la vida: el nacimiento, la pérdida del amor de la
madre, el temor a la castración y la pérdida del amor del superyo (Quiroga, 2001). En todas ellas,
el trauma produce un efecto devastador sobre el aparato anímico debido a la energía pulsional sin
ligar. El efecto del trauma, dice Freud (1926), genera dolor o estasis libidinal. Destacados autores
han investigado sobre la importancia de los traumas tempranos en la clínica de los trastornos de la
personalidad. Bion (1959), apoyándose en las desarrollos teó- ricos de Melanie Klein (1934), sobre
las fantasías sádicas de ataque al pecho, la escisión de los objetos por parte del lactante y la
identificación proyectiva –mecanismo por el cual partes de la personalidad son escindidas y
proyectadas en objetos externos–, considera a este vínculo como el prototipo de los ataques a los
objetos vinculares y a la identificación proyectiva como el mecanismo de defensa utilizado por la
mente para deshacerse de fragmentos del yo producidos por su propia destructividad. Siguiendo
este desarrollo, Kernberg (1994) sostiene que el apego intenso a la madre frustradora es el origen
último de la transformación de la ira en odio. En el marco de la teoría de las relaciones objetales,
el autor entiende que la destrucción del “objeto malo” pretende restaurar mágicamente al “objeto
idealizado”, pero este proceso defensivo conduce a la destrucción de la capacidad del “self” de
relacionarse con el objeto externo. Fonagy (1996), por su parte, investigó que los sujetos con
trastornos de personalidad fueron víctimas de abuso infantil y que en su crecimiento afrontan esta
situación desestimando los pensamientos acerca de sus figuras de apego, evitando así tomar
contacto psíquico con los deseos de dañarlos de sus cuidadores. Masud Khan (1974) plantea que la
reiteración de situaciones amenazantes y disruptivas en la infancia trae aparejado lo que se
conoce como trauma acumulativo o vivenciar traumático; situación intrapsíquica presente en la
mayoría de nuestros pacientes que se observa en la limitación de la capacidad de la elaboración y
en el desmantelamiento de la subjetividad. Desde otra perspectiva, Benyakar (2003) diferencia la
realidad objetiva externa como capaz de ser potencialmente traumática, de la noción de trauma
como injuria psíquica, que puede producirse o no ante efectos externos de carácter disruptivo.
2.3. Perspectiva Familiar

Desde el punto de vista familiar, se destaca el bajo nivel educativo de las figuras parentales,
habiéndose encontrado que el 17 % de los padres no ha completado la instrucción básica primaria
y que sólo el 4 % ha completado el secundario. Con respecto a las madres, el 50 % ha completado
el primario y el 27 % tiene un estudio secundario o un oficio. Los trabajos que desempeñan los
padres son en su gran mayoría poco calificados y temporarios. Esta inestabilidad laboral y la
necesidad económica de supervivencia genera dos tipos de respuesta: la entrada en contextos
laborales transgresores como venta de drogas, robos, estafas, etc., o por el contrario, una
resignación pasiva de la condición de desempleado. Esta falta de estabilidad laboral y habitacional
o el estado permanente de trasgresión condiciona la aparición de psicopatologías familiares tales
como desregulación emocional, violencia, depresión y abuso de sustancias, entre otras. Por otra
parte, siguiendo a Freud (1905), “los poderes anímicos que más tarde se presentarán como
inhibiciones en el camino de la pulsión sexual y angostarán su curso a la manera de unos diques
psíquicos (el asco, el sentimiento de vergüenza, los reclamos ideales en la estética y en lo moral)”
se ven trastocados en el seno de estas configuraciones familiares, donde los vínculos
intersubjetivos se instituyen en base a la ruptura de los diques y no en su constitución a favor de la
cultura. Con respecto a los factores familiares analizados desde el punto de vista psicoanalítico,
Quiroga (1994, 2001) planteó ciertos determinantes familiares que inducen a los adolescentes a
conductas autodestructivas o al suicidio. Estos determinantes pueden ser considerados relevantes
en esta población, ya que en un primer momento la agresión observada en las familias de estos
adolescentes se manifiesta hacia el exterior y en un segundo momento es vuelta contra la propia
persona. Es frecuente encontrar en estos adolescentes peleas callejeras con uso de armas de
fuego o armas blancas, accidentes de tránsito, o lo que ellos llaman “ajuste de cuentas”. Estos
determinantes familiares se presentan en las siguientes modalidades: 1. Los desbordes
pulsionales: Tienen lugar en familias donde los adultos, constituidos como modelos, presentan
graves patologías. Los hijos suelen soportar una conflictiva familiar básica, compulsivamente
repetitiva y sin salida, cuyo desenfreno desemboca en situaciones límite, ya sea por desbordes
violentos de maltrato, golpes o ataques con objetos (cuchillos, navajas, etc.) o por desbordes
emocionales, catárticos donde los hijos son usados como objeto de descarga, tanto para consolar
como para ser blanco de agresiones...”. 2. El discurso especulador: “En estos casos la catarsis y el
caos familiar no se manifiesta, pero en su lugar, el adolescente se siente objeto de un doble
discurso, que bajo la apariencia de comprensión empática, en realidad pareciera ser objeto de
especulación. Un tipo de vínculo superficial, inconsistente y desafectivizado, en el que uno o
ambos padres busca la complicidad (consciente o no) del hijo para el logro de metas narcisistas...”.
3. La escisión de los discursos: “Desde el contexto familiar provienen mandatos contradictorios
originados en una escisión yoica y proyecciones indiscriminadas que involucran al hijo en
actuaciones sin salida, obligándolo a tomar partido por uno u otro, mientras siente a la vez, que es
explotado psicopáticamente por ambos...”. 4. Desplazamiento del desamparo: “La situación de
desamparo parental suele generar culpa por estar vivo. Durante la adolescencia este sentimiento
es desplazado al contexto social, que es vivenciado como poco continente. Se siente exigido por
figuras superyoicas (profesores, jefes) que visualiza como sádicas y abrumadoras. El rechazo, la
tensión y el desconocimiento de sí mismo dentro del hogar son proyectados al exterior, que
adquiere así características de no confiabilidad y persecución. El contexto se le torna amenazador
y aumenta su vulnerabilidad, sus temores paranoides y sus fobias, combinado con una
autoexigencia que le condiciona una salida patológica temprana como el desplazamiento actuado
en la realidad familiar de los roles edípicos (por ejemplo, ser la madre o el padre de los hermanos,
ocupar el lugar de pareja de la madre, “ser el padre”). 5. Manejo de vínculos de dependencia-
independencia: “Otra característica parental a considerar es el manejo contradictorio de la
independencia de los hijos: por un lado lo consideran maduro y autónomo y lo expulsan
prematuramente para aquello que les es favorable (como asumir el trabajo, atender a hermanos
menores, etc.); por otro, evitan su independencia afectiva impidiendo la ruptura de vínculos
simbióticos, narcisistas y totalizantes. Reclaman del hijo una fidelidad absoluta, por medio de
amenazas de expulsión mortíferas que lo arroja al vacío y lo desestima como persona. Siguiendo el
destino de desconocimiento en la mente de sus padres, el hijo se desestima a sí mismo en su
sentir y pensar, perdiendo el sentido de la propia existencia...”. 6. Identidad parental de fachada:
“Otra manifestación de contradicción interna paralizante se observa en familias que presentan
una fachada de perfección dentro de un sistema defensivo extremadamente rígido, que encubre la
posibilidad de derrumbe psíquico (Winnicott, 1963). Son padres que se comunican desde el saber
y la censura permanentes. Los adolescentes, asumen por proyección, el aspecto despreciado o
idealizado de los padres. Nunca es suficiente lo que hacen y “siempre podría haberse logrado algo
mejor”. Esta exigencia, que atenta contra la autoestima, puede tener varios desenlaces psíquicos:
estados de pánico y paralización por desmantelamiento psíquico; sentimientos de culpa o
autocastigo o actuaciones autodestructivas: adicciones, violencia, enfermedad psicosomática, etc.
Estas conductas inmolatorias constituyen un intento de salida de la situación paradojal, son un
mensaje a la familia, con la ilusión de provocar un cambio y poder ser escuchado...”. 7. Vínculos de
dependencia simbiótica: “Otro criterio clasificatorio de origen psicoanalítico toma en cuenta no
sólo las manifestaciones sino la estructura interna de los vínculos, presentes en la patología
familiar. En estos casos encontramos familias cuyas características simbióticas o aglutinadas
(Bleger, 1967) impiden todo intento de discriminación del hijo, ya que ello es vivido como traición
al núcleo familiar y se paga con la expulsión, cuyo significado es la muerte psíquica, y en ocasiones
se transforma en muerte física... La rigidez en las interacciones es otra variante de estos vínculos
familiares. Los padres deciden mantener a cualquier costo un tipo de defensa que convalide su
propio equilibrio narcisista y el del grupo. Para ello apelan a impedir el cambio, aun a riesgo de la
autodestrucción de los hijos. Esta constelación familiar conduce al aislamiento, la incomunicación
y la pobreza afectiva de los miembros y engendra en el adolescente efectos de soledad, abandono
y desestima de la propia vida”. Por último, los desarrollos de Winnicott (1990) afirman que la falta
de integración familiar interfiere en el desarrollo emocional. Este autor destaca que la relación
madre-hijo constituye el contexto donde se desarrolla la personalidad del niño, y enfatiza la
delicada dialéctica entre el contacto y la separación, que permitirá tanto el desarrollo de las
capacidades de relacionarse como las de estar solo. Así, cuando no se cuenta con una madre
empática, se establecen vínculos adhesivos como manera de enfrentar el vacío; aparece el miedo
al derrumbe que es entendido como una falla en la organización de las defensas que sostienen el
self y que puede transferirse al miedo a la muerte; el paciente busca compulsivamente la muerte
que ya ocurrió pero que no fue experimentada (1963). Quiroga (1994) establece una correlación
entre las ideas propuestas por Winnicott y lo enunciado por Marty (1968) como depresión
esencial, Kreisler (1976) como depresión fría y Green (1972) como complejo de la madre muerta,
en donde la madre se declara ausente para el bebé y no puede ofrecerse como objeto de
satisfacción de las necesidades. Estos desarrollos confirman lo enunciado por Winnicott acerca de
que el acto delictivo constituye una apelación a las figuras paternas que han fallado en su función.
La tendencia antisocial en el niño, es en realidad, un llamado a otro que pueda ocuparse de él. 2.4.
Perspectiva transgeneracional Desde la perspectiva transgeneracional consideramos lo planteado
por André-Fustier y Aubertel (1997) acerca de que “Todo individuo adviene siempre a una historia
que lo preexiste, de la cual es a la vez heredero y prisionero. Un individuo no puede inventar
totalmente su propia historia, se ancla en la que le ha sido legada por sus predecesores; es
partiendo de estos datos como va a construir su identidad de sujeto y a tomar un lugar en el
conjunto familiar”. La clínica de este grupo de adolescentes con patologías que se centran en la
actuación, es un campo particularmente interesante para observar y/o investigar la transmisión de
la vida psíquica entre generaciones. En este sentido, Quiroga (2001) plantea que la presencia de
lazos familiares de tipo simbiótico subyacentes, que han estado sosteniendo patologías narcisistas,
pueden desencadenar en la adolescencia duelos patológicos en la totalidad del grupo familiar.
Considera relevante la presencia de fallas en la díada primaria por un estado patológico de la
madre: tal estado del psiquismo materno ha influido en la historia infantil del niño, condicionando
la aparición de una depresión temprana con poca o ninguna posibilidad de elaboración psíquica,
que suele reaparecer en la adolescencia en forma de autodestrucción actuada. Por esta razón,
destaca la importancia que tienen los estudios que apuntan a investigar sobre la significación que
tiene la presencia del vínculo con el otro en los momentos primarios de la constitución del
psiquismo, como determinantes de las disposiciones autodestructivas. A partir de estas
consideraciones, plantea que en psicoanálisis no es suficiente el abordaje de la dimensión del
campo terapéutico individual y que es imprescindible considerar la dimensión familiar y en
especial el aspecto transgeneracional (Faimberg, 1985; Kaës, 1976), lo cual implica el diálogo con
la dimensión cultural. El contexto familiar real es estructurante tanto de los vínculos primarios
constitutivos del narcisismo como responsable de la estructuración edípica. En ambos, las
vicisitudes pulsionales del hijo tienen influencia recíproca sobre las carencias, deseos y fantasías
de los padres. De la conjunción de ambos términos resulta una inscripción absolutamente singular
en el aparato psíquico del niño. Carel (1997), por su parte, plantea la hipótesis de un proceso de
tipo “traumatismo, fijación y aprés-coup generacionales” cuya transmisión estaría garantizada por
las reglas familiares que rigen la tramitación del patrimonio superyoico. Esta hipó- tesis se
desarrolla de la siguiente manera: una situación familiar traumática (una de cuyas formas típicas
es la coincidencia temporal nacimiento-muerte, genera una representación vidamuerte (Guyolat,
1980) que desorganiza el sistema de valores de una manera en la cual el desamparo es vivido
como desorden del mundo y la figura del padre se melancoliza (Guyolat, 1995). Desde este
momento, la instancia superyoica ya no tiene la misma capacidad reguladora de las pulsiones. La
relación entre “las fuerzas antagonistas” entre pulsión de vida y de muerte, y la prohibición, ya no
se establece dentro de un adecuado compromiso neurótico y con una modalidad atemperada.
Esta relación tiende a volverse dilemática y “paradojal”, con una violencia fundamental
representada en vida-muerte, pulsión-prohibición, uno u otro. Maldavsky (1991) destaca de los
trabajos de Abraham y Torok (1978), Faimberg (1985) y Kaës (1993) la circulación y la eficacia
intersubjetiva de ciertos acontecimientos jamás narrados, que parecen atenerse a una lógica
primitiva de transmisión, a la que Freud (1933a) denominó telepática, y que supone el principio de
que dos cuerpos hacen uno. Agrega que lo que en una neurosis traumática aparece como
incitación exógena desmesurada, en la generación siguiente, incluso como parte de su
procesamiento, se expresa como perturbación tóxica, tal como aparece en la promiscuidad, los
incestos consumados, la adicción, la epilepsia o la criminalidad. André-Fustier y Aubertel (1997)
proponen que el individuo no puede construir por completo su propia historia: ancla en una
historia familiar que lo precede, de la cual va a extraer la esencia de sus fundamentos narcisistas y
a tomar un lugar de sujeto. Las generaciones precedentes le transmiten una herencia psíquica
(Granjon, 1990) que se puede subdividir en: • Una herencia intergeneracional: constituida por
vivencias psíquicas elaboradas: fantasías, imagos, identificaciones, que organizan una historia
familiar, un relato mítico del cual cada sujeto puede tomar los elementos necesarios para la
constitución de su novela familiar individual neurótica • Una herencia transgeneracional:
constituida por elementos en bruto, no elaborados, trasmitidos tal cual, surgidos de una historia
lacunar, marcada por vivencias traumáticas, por no-dichos, por duelos no hechos. Como no han
sido elaborados por la generación o las generaciones precedentes, estos elementos en bruto
hacen irrupción en los herederos, atravesando su espacio psí- quico sin apropiación posible. Kaës
(1993) plantea que la transmisión se organiza a partir de lo negativo, a partir de lo que falta, y
falla, y señala que esto ya había sido desarrollado en 1914 por Freud en “Introducción del
narcisismo” (1914) al proponer que el niño se apuntala sobre lo que falta a la realización de los
“sueños de deseo” de los padres. Considera que no solamente a partir de lo que es falla y falta se
organiza la transmisión, sino a partir de lo que no ha advenido, lo que es ausencia de inscripción y
de representación, o de lo que, en la forma del encriptado, está en éxtasis sin ser inscripto. Por
otra parte, Kaës (1997) plantea que es a través de las alianzas inconscientes como se efectúa la
transmisión. Las alianzas inconscientes están destinadas, por función y por estructura, a
permanecer inconscientes y a producir inconsciente. Sobre las funciones co-represoras y más
generalmente co-defensivas constitutivas del inconsciente, la hipótesis básica que sugiere es que
en todo vínculo intersubjetivo, el inconsciente se inscribe y se dice muchas veces, en muchos
registros y en muchos lenguajes, en el de cada sujeto y en el del vínculo mismo. El corolario de
esta hipótesis es que el inconsciente de cada sujeto lleva la huella, en su estructura y en sus
contenidos, del inconsciente de otro, y más precisamente, de más de un otro.

CONCLUSIONES

Desde la perspectiva intraspsíquica-intersubjetiva, se observó que desde el punto de vista


intrapsíquico estos pacientes se caracterizan ya sea por un déficit en los vínculos, que se observa
especialmente en aquellos casos en los que el analista tiene que transformarse en memoria de su
paciente para reencontrar aquello que quedó “en silencio” (Kaës, et. al., 1991) y que se manifiesta
en rasgos tales como apatía, abulia y/o desinterés por el otro; o por la predominancia de vínculos
de odio (Kernberg, 1989), que se manifiestan en “tormentas afectivas” (Kernberg, 2003), rechazo
sistemático y descalificación hacia la persona del terapeuta o de sus pares en el grupo. Desde el
punto de vista intersubjetivo, se observa un déficit en la construcción de la trama representacional
por la intensidad y la cualidad de situaciones vitales traumáticas acaecidas en la infancia y en la
realidad familiar actual (Quiroga y Cryan, 2004). Desde la perspectiva familiar, se destaca que la
falta de estabilidad laboral y habitacional o el estado permanente de transgresión condiciona la
aparición de psicopatologías familiares tales como desregulación emocional, violencia, depresión y
abuso de sustancias entre otras. Resulta pertinente considerar las modalidades de ciertos
determinantes familiares tales como los desbordes pulsionales, el discurso especulador, la escisión
de los discursos, el desplazamiento del desamparo, el manejo de vínculos de dependencia-
independencia, la identidad parental de fachada, los vínculos de dependencia simbió- tica, para
poder comprender la dinámica familiar de esta población. Desde la perspectiva transgeneracional,
consideramos que el contexto familiar real es estructurante tanto de los vínculos primarios
constitutivos del narcisismo como responsable de la estructuración edípica. En ambos, las
vicisitudes pulsionales del hijo tienen influencia recíproca sobre las carencias, deseos y fantasías
de los padres y que de la conjunción de ambos términos resulta una inscripción absolutamente
singular en el aparato psíquico del niño. La consideración de estos desarrollos nos permitió
avanzar sobre la segunda premisa y desarrollar este modelo de abordaje psicoterapéutico grupal
de orientación psicoanalítica organizado en módulos con objetivos y técnicas predeterminadas
que aquí presentamos. En esta línea, observamos que para los pacientes con déficit en la
verbalización y conductas de riesgo, este tipo de abordaje muestra una mayor eficacia, que se
traduce en una mayor adherencia al tratamiento y una menor deserción (Quiroga, Paradiso y
Cryan, 2003). Por otra parte, una

PERSONALIDAD ANAL

CONTROL DE ESFÍNTERES PREMATURO: PERSONALIDAD NEGATIVA, REBELDE, HOSTIL PERO


ADAPTADO, LIMPIO, MIEDOSO

PERSONALIDAD ORAL:

PASIVA: DEPENDIENTE DE LA MADRE QUE LE RESUELVA TODO ( LE DA DE COMER EN LA BOCA, LO


BAÑA, LO CAMBIA, LO CONSIDERA SU BEBÉ)

ORAL CANIBALÍSTICA: TENDENCIA A LAS RELACIONES AGRESIVAS, DEPRESIÓN, PENSAMIENTOS


PESIMISTAS,MELANCÓLICOS IRRITABLES, CUANDO SUS DEMÁNDAS NO SE SATISFACEN SE
VUELVEN TIRÁNICOS

SI UN NIÑO VIVE CON HOSTILIDAD APRENDE A PELEAR, SI VIVE AVERGONZADO A PRENDE A


SENTIRSE CULPABLE

Las conductas delictivas y antisociales, así como los comportamientos caracterizados por la
violencia y la agresión hacia otras personas u objetos, se producen siempre en un contexto social,
y en muchas ocasiones son una consecuencia del estilo de socialización que el sujeto ha recibido a
lo largo de su vida. A pesar de que, sobre todo en el caso de los comportamientos agresivos, se
reconoce la existencia de factores relacionados con el temperamento de los sujetos, y que están
en cierta medida genéticamente determinados, actualmente se considera que estos factores
pueden influir en estas conductas sólo si los diversos contextos de socialización, principalmente el
familiar, presentan una serie de características que potencian estas respuestas agresivas y
violentas. La familia es el núcleo básico donde el niño recibe sus primeras impresiones afectivas,
impresiones que configurarán más tarde su actitud y modo de entender. a vida, su personalidad, la
calidad de sus relaciones con los demás y su seguridad o inseguridad emocional ante el mundo. Así
pues, como primer grupo de referencia, se convierte en un punto central de atención ya que
puede ser fuente de modelos agresivos. De tal manera que la agresión persistente puede
originarse como resultado del modelado de la violencia y su refuerzo: observando continuos
conflictos familiares, potenciando los intercambios agresivos entre padres e hijos, y siendo
testigos de la violencia en el seno familiar y en el ambiente. Entre los factores familiares se
destacan (Serrano, 1998; Sanmartín et al., 1998; Berkowitz, 1996; Kazdin y Buela, 1994; Junger-
Tas, 1994): · Interacciones entre padres e hijos que van moldeando la conducta agresiva mediante
las consecuencias reforzantes inherentes a su conducta. · El tipo de disciplina a que se les someta.
Se ha demostrado que una combinación de disciplinas relajadas y poco exigentes con actitudes
hostiles por parte de ambos padres fomentan el comportamiento agresivo en los hijos. · La
incongruencia en el comportamiento de los padres. Ocurre cuando los padres desaprueban la
agresión y, cuando ésta ocurre, la castigan con su propia agresión física o amenazan al niño. ¿No
resulta contradictorio castigar la agresividad con agresividad? Aunque este contraataque por parte
de los padres pueda funcionar momentáneamente, parece generar incluso más hostilidad en el
niño (además de ser en sí misma una fuente de modelamiento de comportamiento agresivo) y, a
la larga, acaba por manifestarse. Otra forma en que suele expresarse la incongruencia es cuando
ante el comportamiento agresivo del niño, unas veces es castigado y otras ignorado (lo que
llamamos ‘reforzamiento intermitente’), o bien cuando uno de los padres lo aprueba y el otro lo
desaprueba. En ambas situaciones, al niño no se le están dando pautas claras de conducta, no
sabe qué puede y qué no puede hacer, por lo que puede experimentar una sensación de
incoherencia al carecer de estructuras sólidas que le sirvan de marco de referencia.

· Las relaciones deterioradas entre los propios padres. Los padres de jóvenes agresivos no sólo se
caracterizan por la infelicidad, los conflictos y las agresiones entre ellos, sino que muestran más
actitudes hostiles, menor aceptación de sus hijos, y menos afecto y apoyo emocional. · Las
restricciones excesivas que los padres imponen al hijo (del tipo “haz esto -o no hagas esto- porque
lo digo yo y basta”), sin dar explicaciones o razonar la adopción de las mismas; estas situaciones
pueden provocar una sensación de opresión que desemboque en rebeldía y agresión.
Lógicamente, los procesos de interacción familiares no son los únicos factores que colocan al
menor en riesgo de desarrollar conductas agresivas, pero sin duda alguna, las prácticas de
parentalidad juegan un papel muy relevante en el desarrollo de estos problemas de conducta. El
ambiente más amplio en que el niño vive también puede actuar como un poderoso reforzador de
la conducta agresiva: por ejemplo, si el niño reside en un barrio donde la agresividad es vista como
un atributo muy apreciado. Otro elemento ambiental del que se ha hablado como favorecedor de
actitudes y conductas agresivas es la influencia que a largo plazo ejerce la exposición repetida a la
violencia en los medios de comunicación

ADQUISICIÓN DE LA CONDUCTA AGRESIVA

El niño puede aprender a comportarse agresivamente mediante el modelamiento que los mismos
padres, otros adultos o los compañeros le ofrecen. El proceso de modelamiento a que está
sometido el niño durante su etapa de aprendizaje no sólo le informa de ‘modos de conductas
agresivas’, sino que también le informa de las ‘consecuencias’ que dicha conducta agresiva posee
para los modelos. Por lo tanto el niño aprende por observación que el comportamiento agresivo es
reforzado. En este sentido diríamos que está siendo sometido a un proceso de reforzamiento
vicario. El reforzamiento es el otro proceso implicado en la adquisición de la conducta agresiva.
Decimos que ocurre un proceso de reforzamiento cuando se incrementa la probabilidad de
ocurrencia de una respuesta a causa de las consecuencias que siguen a la misma. Hay dos tipos de
reforzamiento: positivo y negativo. Hablamos de reforzamiento positivo cuando a una conducta le
sigue una consecuencia agradable, y de reforzamiento negativo cuando tras realizar una conducta
se elimina una estimulación aversiva para el sujeto.

MANTENIMIENTO

Mantenimiento de la conducta agresiva El responsable es de nuevo el proceso de reforzamiento a


que sea sometido el niño. Si se da el caso de que cuando el niño se encuentre en una situación ez
tenderá a repetir el mismo tipo de comportamiento. Si vuelve a repetirse el mismo proceso se
consolidará dicha conducta. El niño aprende que mediante la violencia consigue diferentes cosas
de la gente que le rodea. Por supuesto, esto no quiere decir que los niños que se comportan
agresivamente sólo reciban de sus padres y/o educadores reforzadores positivos. También se les
suele castigar por ello. Lo que ocurre es que normalmente, ese castigo tiene lugar tras una serie de
respuestas de condescendencia por parte de los padres a sus conductas agresivas. Es decir, tales
consecuencias aversivas sólo tienen lugar tras una serie de agresiones llevadas a cabo con éxito
por parte del niño. Es preciso llamar la atención sobre uno de los reforzadores más poderosos que
existen para incrementar la probabilidad de ocurrencia de una determinada conducta y que, a
veces, pasa inadvertido para los adultos: la atención prestada al niño tras la emisión de la
conducta agresiva. Muchos niños llevan a cabo este tipo de comportamiento para conseguir la
atención de los adultos o de otros niños, de tal forma que aunque la intención sea castigar la
conducta inadecuada el solo hecho de prestarle atención actúa como un reforzador positivo y no
como un castigo. Esto es todavía más evidente cuando al niño no se le presta atención por su
comportamiento correcto y las interacciones más intensas ocurren cuando se comporta
inadecuadamente. Para algunos niños, es mejor llevarse una reprimenda que pasar
desapercibidos; aprenden rápido que la mejor manera de llamar la atención de los adultos es
portándose mal. Además, puede darse otra circunstancia que provoque más intensamente la
consolidación del comportamiento agresivo: los programas de reforzamiento intermitente, que se
dan cuando sólo a algunas emisiones de la misma conducta le sigue la consecuencia reforzante

En segundo lugar, el reforzamiento que reciba un niño tras emitir una conducta agresiva o
‘reforzamiento directo’ (por ejemplo, conseguir el juguete “deseado” de otro niño tras una pelea),
o el reforzamiento que reciba la conducta agresiva del modelo que él está observando -al que
llamamos ‘reforzamiento vicario’- (como por ejemplo, el padre que grita ante un réplica de la
madre y consigue callar a esta última), serán determinantes para adquirir y seguir manifestando
esa conducta en el tiempo. De tal forma, que si tras la realización de una conducta agresiva (sea el
autor de la misma, el niño o un modelo) se consigue el objetivo buscado, es muy probable que el
niño incremente la probabilidad de manifestar este comportamiento en una próxima ocasión,
precisamente por las consecuencias que siguieron al mismo, ya sean agradables en sí mismas (un
juguete, una golosina, la atención de otros adultos o niños, ver la televisión, etc.) o fueron
consecuencias que evitaron o eliminaron una situación desagradable o conflictiva para él (por
ejemplo, conseguir que un amigo o un hermano deja de molestar, acabar una discusión, etc.).

Así, aún cuando ésta pueda parecer que se desencadena de forma mecánica (por ejemplo, ante un
ataque o insulto), el intento de una persona por dañar a otra representa una secuencia compleja
de interacciones interpersonales mediatizada por la historia propia de cada individuo, el ambiente
que le rodea, las normas y valores que haya interiorizado, su estado emocional, sus creencias,
expectativas y pensamientos, el modo como perciba e interprete la conducta del otro, y las
variables contextuales concretas que precedan al acto violento. Para comprender mejor el
intrincado tema de la delincuencia violenta, vamos a seguir la distinción que lleva a cabo
BLACKBURN (1993) entre disposición a la violencia y actos agresivos o violentos. Los primeros
pertenecen a la historia personal del sujeto, como las experiencias infantiles -familia, grupo de
pares, escuela, entorno- y las características de personalidad; mientras que los antecedentes de un
acto violento suelen ser factores situacionales y contextuales que pueden preceder al asalto, como
eventos recientes de vida, el contexto social en el que ocurre la agresión, la presencia de un arma
o el consumo de alcohol y drogas u otros desinhibidores.

DISPOSICIÓN O TENDENCIA A LA VIOLENCIA

Por disposición a la violencia, no entendemos ciertas tendencias latentes transmitidas


hereditariamente y que constituyen una demostración o inclinación invariable a actuar, sino,
fundamentalmente, el conjunto de variables personales, sociales y ambientales que, en
combinación, pueden potenciar el desarrollo y mantenimiento de un modo de reaccionar violento.

Los factores cognitivos desempeñan también un papel importante en la adquisición y


mantenimiento de la conducta agresiva. Estos factores pueden o no ayudar a la persona a
autorregularse; por ejemplo, a anticipar las consecuencias de alternativas a la agresión ante la
situación problemática, a reinterpretar la conducta o las intenciones de los demás, y a observar,
recordar y ensayar mentalmente el modo en que otras personas se enfrentan a las situaciones
difíciles (Cerezo, 1997; Serrano, 1998). Con respecto a las habilidades cognitivas para solucionar
problemas interpersonales, se han asociado las deficiencias en esta área con una pobre
adaptación social, impulsividad y agresividad. Generan pocas soluciones a situaciones de
problemas interpersonales y también producen soluciones más agresivas y menos efectivas. En el
campo de la percepción social, que engloba las situaciones de interacción con otras personas,
también se ha demostrado la existencia de déficit de habilidades asertivas y empáticas y de
habilidades de toma de perspectiva social en los sujetos violentos. Esto explicaría, por qué algunos
delincuentes violentos sienten poco sufrimiento por sus víctimas y parecen crear ideas más
positivas y neutralizadoras acerca de las consecuencias que se derivan de sus actos agresivos.
Además, los déficit en el razonamiento social o interpersonal de algunos sujetos, pueden hacerles
sesgar sus percepciones acerca de las actitudes y conductas de otros sujetos y resolver posibles
conflictos con medios coercitivos. . Otro precursor de la violencia está asociado con una
disposición a experimentar ira y hostilidad ante situaciones de frustración y provocación -real o
imaginada-. Relacionado con esto, también está el nivel de autoestima: parece ser que aquellos
sujetos que tiene más probabilidad de sentir amenazas contra su autoestima reaccionan con
mayor violencia. Pero en realidad más que un nivel bajo de autoestima, lo que se relaciona con la
violencia es un nivel inestable.
nalmente, con respecto a la relación entre déficit intelectual y violencia, algunos estudios
neuropsicológicos han planteado que ciertos sujetos con rasgos psicopáticos y antecedentes de
violencia presentan una reducida lateralización del hemisferio izquierdo, lo que podría explicar su
manifiesta incapacidad para autorregular su conducta a través de diálogos internos. Pero si bien el
déficit intelectual puede ser una importante limitación para la adaptación social del individuo, los
planteamientos más recientes sugieren que las diferencias individuales en agresión, están más
relacionadas con aspectos cognitivos que con un bajo nivel intelectual, en el sentido de que los
primeros pueden estar sesgando las interpretaciones de las situaciones interpersonales y
potenciando modos de reaccionar violentos.

MODELADO DE LA VIOLENCIA

Del que ya hemos hablado en profundidad. En la medida que se experimenta la violencia como
parte de la socialización familiar, el riesgo de convertirse en una futura persona con conducta
violenta y/o antisocial se incrementa. De hecho, parece ser que aquellos niños que han estado
expuestos a múltiples formas de asalto en la familia tienen más probabilidad de ser agresivos con
sus pares y familiares, así como de convertirse en adultos violentos. El entorno familiar se
convierte en el ambiente de aprendizaje donde las manifestaciones violentas son modeladas,
repetidas, reforzadas o castigadas de forma inconsistente. Sin embargo, una exposición a tales
condiciones no es suficiente por sí sola, y de nuevo, para dar cuenta de la perpetuación en un
estilo de vida violento. Otras variables familiares señaladas en la predicción de la violencia han
sido: desorganización familiar, pobre vivienda, historial de empleos pobremente

TENDENCIA ANTISOCIAL INFANTIL

La tendencia antisocial se puede estudiar tal como aparece en el niño normal o casi normal, en
quien se relaciona con las dificultades inherentes al desarrollo emocional. Un niño se convierte
en niño deprivado cuando se lo depriva de ciertas características esenciales de la vida hogareña.
Emerge hasta cierto punto lo que podría llamarse el “complejo de deprivación”. El niño
manifiesta entonces una conducta antisocial en el hogar o en un ámbito más amplio. La
tendencia antisocial del niño puede imponer, con el tiempo, la necesidad de considerarlo un
inadaptado social y ponerlo bajo tratamiento en un albergue para niños inadaptados o llevarlo
ante la justicia como un menor ingobernable

La tendencia antisocial se caracteriza por contener un elemento que


compele al ambiente a adquirir importancia. Mediante impulsos
inconscientes, el paciente compele a alguien a ocuparse de su manejo.
La tendencia antisocial implica una esperanza. La falta de esperanza
es la característica básica del niño deprivado que, por supuesto, no
se comporta constantemente en forma antisocial, sino que
manifiesta dicha tendencia en sus periodos esperanzados.
La tendencia antisocial implica una esperanza. La falta de esperanza
es la característica básica del niño deprivado que, por supuesto, no
se comporta constantemente en forma antisocial, sino que
manifiesta dicha tendencia en sus periodos esperanzados.
LA DESTRUCTIVIDAD Mediante la segunda, el niño busca el grado de
estabilidad ambiental capaz de resistir la tensión provocada por su
conducta impulsiva; busca un suministro ambiental perdido, una actitud
humana en la que el individuo pueda confiar y que, por ende lo deje en
libertad para moverse, actuar y entusiasmarse.
Cuando en el momento de la deprivación original hay cierta fusión de las
raíces agresivas (o de la hostilidad) con las libidinales, el niño reclama a
la madre valiéndose de un comportamiento mixto –roba, miente, hace
daño, arma líos- que varia conforme a los detalles específicos de su
estado de desarrollo emocional. A menor fusión corresponde una mayor
separación entre la búsqueda de objeto y la agresión, así como un mayor
grado de disociación en el niño. De esto se infiere que la capacidad de
causar fastidio observada en el niño antisocial es una característica
esencial y, en el mejor de los casos, favorable, por cuanto indica una vez
más la posibilidad de recobrar la perdida fusión de las emociones
libidinales y motilidad.
En la base de la tendencia antisocial hay una experiencia temprana que
se ha perdido. El bebe ha adquirido la capacidad de percibir que la causa
del desastre radica en una falla ambiental; esta es, sin duda, una
característica fundamental de la tendencia antisocial.
El grado de madurez del yo que este tipo de percepción posibilita hace
que se desarrolle una tendencia antisocial,
WINNICOT
ara dar cuenta de la complejidad que implica el tema de los comportamientos
agresivos de los niños en la escuela es preciso preguntarse cómo se construye
la subjetividad en nuestra época, signada por la inestabilidad de los afectos y
de los vínculos intersubjetivos. Los pequeños se encuentran desvalidos y
carentes del sostén necesario que debe proveer el adulto para permitirles
procesar las situaciones que exceden su capacidad de elaboración. El
predominio de relaciones simétricas entre padres e hijos, o peor aún, de
simetrías invertidas, conlleva el peligro de niños faltos de los cuidados
imprescindibles para su desarrollo psíquico.

La postura de Winnicott respecto al origen de los impulsos agresivos y


sus destinos En investigaciones que hemos realizado acerca de la violencia entre
niños en la escuela primaria, pudimos observar la agresión reactiva en el niño al que
se califica de violento, quien seguramente se habituó a reaccionar agresivamente
frente a un ataque sufrido en las primeras épocas de su desarrollo. En la escuela,
primer lugar de socialización fuera del hogar, es donde se evidencia la agresión
inmotivada y compulsiva de algunos infantes que responden violentamente aunque no
medie ningún estímulo real para ello, como producto de vivenciar al mundo como un
peligroso agresor. El origen de esta conducta puede radicar también en la mala
relación entre los padres, de modo que el niño incorpora este modelo de violencia y
luego lo actúa por identificación con ellos.

Winnicott considera que la agresión reactiva también puede manifestarse de maneras


menos evidentes. La relación de maltrato entre padres que se agreden con frecuencia
puede llevar a que el hijo incorpore este modelo de vínculo y emplee toda su energía
psíquica en tratar de controlar esta experiencia en su interior, lo que trae como
consecuencia una serie de síntomas que pueden oscilar entre el cansancio, la falta de
energía, la depresión e incluso malestares somáticos

Winnicott agrega que cuando se interrumpe la expresión de la agresión en el niño, el


medio se vuelve persecutorio para él y puede formarse un patrón reactivo de
adaptación con violencia encubierta y vuelta contra sí mismo, llevando a conductas
autoagresivas que pueden variar en una escala que va desde los accidentes reiterados
hasta los intentos suicidas, como un esfuerzo por controlar o eliminar lo que se vive
como malo en su interior.

Los sucesos violentos en ambientes escolares en la actualidad nos han hecho


reflexionar que esta agresión encubierta y silenciada a la que se refiere Winnicott
puede tener otro destino y llegar a un momento en que no puede contenerse,
expresándose en estallidos homicidas.

Si bien las manifestaciones exacerbadas de violencia resultan impactantes, es


necesario reflexionar sobre aquellas interacciones cotidianas de los infantes en las que
se confunde el juego con la violencia, porque responden a dos formas diferentes de
interactuar con el otro que dejarán su huella en los vínculos futuros; estas
interacciones podrán estar marcadas por la construcción creativa o por el
sometimiento, la devaluación y el daño.

Una de las características de la actividad lúdica es que proporciona placer al niño, sin
embargo, cuando la ansiedad entra en juego deja de ser una actividad placentera.
Juego y creatividad están indisolublemente unidos: incluso en la adultez podemos
rastrear en el trabajo placentero o la obra de arte, la marca que dejó un juego logrado.
Por eso mismo no podemos hablar de juego cuando la intención es el daño al otro
considerado como objeto a eliminar; en estos casos se trata de una puesta en acto de
la agresión reactiva, que no pudo limitarse a la fantasía y que incluso bloqueó la
capacidad de simbolización.

FUNCION DEL PADRE WINNICOTT

En la teoría de Winnicott son ponderadas las funciones que desempeña la madre, sin
embargo, en un texto dedicado a las relaciones entre el niño y la familia destaca la
importancia del padre (Winnicott, 1989 [1957]). Allí menciona la necesidad del padre
de apoyar a la madre para que ella se sienta cómoda en el desempeño de su rol, y
destaca que el padre es quien pone límites a la agresividad del niño hacia su madre.
Cuando el autor se refiere a la tendencia antisocial en los niños vuelve a mencionar la
importancia del padre:

Cuando el niño roba fuera de su hogar, también busca a su madre, pero ahora con
mayor sentimiento de frustración, y con la necesidad cada vez mayor de encontrar, al
mismo tiempo, la autoridad paterna que ponga un límite al efecto concreto de su
conducta impulsiva... (Winnicott, 1986 [1939]: 188).

Winnicott llama privación a la situación en que el ambiente no suministró los cuidados


necesarios en el periodo de dependencia absoluta y utiliza el término
de deprivación para referirse a la pérdida de un ambiente "suficientemente bueno" que
promueva la integración. Este último escenario es el que se vincula con la tendencia
antisocial (Winnicott, 1993 [1963]).

La tendencia antisocial representa el reclamo del niño que desea recuperar un estado
de bienestar perdido; Winnicott plantea que tal tendencia puede estar presente tanto
en el niño sano como en el que sufre de algún trastorno psíquico. Al respecto este
autor pone un ejemplo en el que el niño puede ser privado de la satisfacción de sus
necesidades:

El nacimiento de un hermanito, por ejemplo, puede ser un choque terrible en este


sentido particular, aun cuando el niño esté preparado para su llegada o aun cuando
existan buenos sentimientos hacia el nuevo bebé. La súbita aparición de la desilusión
—con respecto al sentimiento infantil de que ha creado a su propia madre— que el
advenimiento del nuevo bebé puede provocar, inicia una fase de robo compulsivo
(Winnicott, 1986 [1939]: 182).

La tendencia antisocial puede manifestarse en conductas como la mentira, el robo,


actos destructivos, crueldad compulsiva y perversión. También puede ocurrir que el
niño oculte esta tendencia y desarrolle una formación reactiva (es decir, que
manifieste un afecto opuesto al que siente), o que adquiera un carácter quejoso. Las
causas que originan tales tendencias se vinculan con el periodo de dependencia
relativa en el que la madre dejó de adaptarse a las necesidades del yo del niño, por
ejemplo por enfermedad o por estar ocupada en alguna situación que le obligara a
apartarse en demasía de su hijo.

Otra de las causas relacionadas con las tendencias antisociales puede deberse a la
pérdida más tardía de un ambiente que podía sobrevivir a la agresión del niño. Por
ejemplo la separación de los padres puede llevar al hijo a sentir una angustia intensa
que se manifieste con actitudes destructivas. Como consecuencia de cualquiera de
estos hechos el niño reacciona defensivamente, atacando y perdiendo la capacidad de
sentir culpa (Winnicott, 1981 [1956]).

Winnicott pone el acento en la importancia que tiene la sociedad para prevenir y


enmendar las conductas destructivas que origina la tendencia antisocial del niño, quien
alienta la esperanza de encontrar en otros ambientes la estabilidad perdida: "El niño
cuyo hogar no logra darle un sentimiento de seguridad, busca las cuatro paredes fuera
de su hogar... A menudo, el niño obtiene de sus parientes y de la escuela lo que no ha
conseguido del propio hogar" (Winnicott, 1986 [1939]: 188).

Siguiendo a Winnicott podemos pensar que la violencia que el niño expresa en la


escuela es en realidad un pedido de auxilio, una búsqueda de contención que no
obtuvo en su hogar, un intento de que el ambiente acepte sus necesidades de
dependencia y sus demandas identificatorias, por lo que los vínculos que establece con
el maestro y otras figuras de autoridad pueden enmendar el daño sufrido, lo que no
sólo implica una esperanza para el niño sino también para nuestra sociedad.

En suma, para Winnicott la agresividad parte del impulso primitivo del amor-lucha para
llegar al reconocimiento de un mundo externo separado, es decir que la destructividad
crea la realidad y siempre que el ambiente facilite su expresión, proveerá de fuerza a
la creatividad, cuyo germen lo constituye ese primer objeto subjetivo que el bebé crea
en su omnipotencia y que se consolida en el área de ilusión de los fenómenos
transicionales. Este autor considera que los destinos negativos de la agresividad,
cuando el ambiente la reprime, se pueden manifestar como culpa, devaluación,
sometimiento, problemas de aprendizaje, limitación de la creatividad, o
como agresividad reactiva destructiva. Cuando el niño percibe que la madre no ha
sobrevivido a su agresión puede traer como consecuencia la depresión, la tendencia
antisocial, la hipocondría, la paranoia o la psicosis maníaco-depresiva.

Si bien reconocemos la importancia que tiene la etapa de dependencia inicial del niño
respecto de su madre en las patologías graves, creemos que Winnicott privilegia en
demasía la importancia que otorga al ambiente como facilitador o perturbador de la
salud psíquica del sujeto, particularmente en lo que se refiere a la psicopatía. En la
medida en que la patología de los actos antisociales está signada por la deprivación
ambiental, considera a estos padecimientos psíquicos como un intento del sujeto de
curarse con la esperanza de que el ambiente logre resarcirlo del daño sufrido en su
desarrollo, de modo que la sociedad le compense lo que le debe. En este sentido le
resta responsabilidad al sujeto por sus actos, asumiéndolo como víctima de las fallas
ambientales primarias, y minimiza los impulsos y el goce sádico que subyacen al
comportamiento antisocial.

Pensamos que un aspecto valioso del pensamiento de Winnicott es su planteo sobre la


omnipotencia como base de toda actividad creativa que se expresa desde el juego del
infante hasta la producción del adulto, en contra del valor negativo que el psicoanálisis
en general ha atribuido a este concepto: éste ha sido definido como una manera de
compensar la inmadurez infantil, o como una defensa que puede llevar a negar la
realidad, cuando también puede considerarse un camino para transformar el
desvalimiento humano en una producción estética por la vía de la ilusión.

El aporte teórico de Winnicott respecto de la agresividad favorece su desmitificación


como un impulso necesariamente dañino, y al plantearla como un camino para el
reconocimiento de la alteridad, contribuye a aceptar la complejidad que implica y
permite cuestionar los ideales pacifistas que promueven su represión.

El enfoque original winnicottiano se refiere a la agresión relacionada tanto con la


creación como con el descubrimiento del otro, es decir que el camino a la alteridad
parte desde niño y no de un corte o castración ejercidos por el medio, como sostiene la
tradición psicoanalítica, ya que se accede al "objeto externo", e incluso al self, como
otro, por la vía de la agresión espontánea propia del bebé. Es necesario acotar que no
todas las relaciones violentas implican el reconocimiento del otro; por ejemplo, existen
aquéllas en las que el otro es solamente un objeto a destruir al que no se le reconoce
la categoría de humano.
Winnicott plantea que adaptarse a la realidad impide crearla, de ahí que llegue a
considerar que existe una patología de la adaptación en los niños. Por nuestra parte
hemos constatado que cuando los "buenos alumnos" son víctimas de la violencia de
sus compañeros, tienen dificultades para implementar formas de defenderse por esta
inhibición de la imaginación que les impide encontrar la manera de lidiar con estos
problemas. Adaptarse a la realidad difiere de aceptar la realidad concebida como una
construcción en la que el sujeto ha participado.

FACTORES DE RIESGO: ESTILO DE INTERACCION FAMILIAR VIOLENTO, CON


INSULTOS, GOLPES, PALABRAS ALTISONANTES, PELEAS , BAJO NIVEL EDUCATIVO DE
LOS PADRES, BAJO NIVEL SOCIOECONÓMICO

Donald Winnicott, la manifestación clínica de la tendencia antisocial abarca síntomas muy diversos,
a veces desatendidos por el interés psicoanalítico. Winnicott rastreó sus orígenes en la deprivación
afectiva sufrida en la primera infancia. Si el quehacer materno y la familia son suficientemente
buenos, los niños acceden a la madurez afectiva. Cuando esto no ocurre, por depresión, rechazo,
ausencias prolongadas, trastornos ambientales, el niño se encuentra deprivado.
La constancia de los vínculos, los hábitos de maternaje, alimentación y limpieza, el entramado de
relaciones familiares con sus lazos de parentesco que establecen nombres y lugares –cuestiones
tan simples como tener un nombre, un domicilio y un paisaje familiar– proveen el holding o sostén
para que el niño desarrolle la “permeabilidad” entre mundo interno y mundo externo, tolerando un
monto de frustración que se elabora en la capacidad de jugar

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