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Enseñemos filosofía para la democracia cultural que se aproxima

Miguel Santagada

Comment se fait-il que les petits-enfants étant si intelligents, la


plupart des hommes soient si bêtes? Ça doit tenir à l'éducation!
Alexandre Dumas (1824-1895).

Resumen

Una frase de Alejandro Dumas sugiere que la educación hace más estúpidas a las
personas. Esta idea no permite discutir el supuesto de la inteligencia natural de los jóvenes. Para
ello, retomamos las categorías de labor, trabajo y acción de Hannah Arendt. Los propósitos de la
enseñanza de la filosofía deberían actualizarse para asegurar la democracia cultural en ciernes
que anuncia la extensión de las redes sociales y su influencia en el conocimiento y la acción
política de las próximas generaciones.

Palabras Clave

Enseñanza de la filosofía, redes sociales, Hannah Arendt.

Abstract

A phrase by Alejandro Dumas suggests that education makes people stupid. This idea allows us
to discuss the assumption about natural intelligence of youth. To do this, Hannah Arendt’s
categories on labor, work and action are retaken. The purposes of teaching philosophy should be
updated to ensure cultural emerging democracy who announced the extension of social
networking and its influence on knowledge and political action of the next generations.

Keywords

Teaching philosophy, social networks, Hannah Arendt.

“Doctrinas” de la estupidización de la juventud

El escritor francés Alejandro Dumas se preguntaba cínicamente a fines del siglo XIX
cómo es que siendo tan inteligentes los niños, son tan tontos la mayor parte de los adultos. Su
respuesta señalaba a la educación como factor excluyente de tal degradación. Lo que puede
interesarnos actualmente del sarcasmo de Dumas son tres supuestos que por la fuerza de la

1
costumbre pasan desapercibidos: los niños conservan cierta virtud innata que se anula con la
educación formal (a), sólo la educación escolar opera cambios valiosos y significativos en la vida
de las personas (b), con el conocimiento enciclopédico se debería volver uno más inteligente (c).

Desde ya, los tres supuestos no tienen por qué conformar un sistema coherente de ideas.
En el plano de los imaginarios sociales, las ideas aceptadas no suelen examinarse ni en detalle ni
en comparación con otras que podrían matizarlas o contradecirlas. Humoradas como la de
Dumas llegan a ser persuasivas más a causa del ingenio que despliegan que por su precisión o
exactitud. Por más brillante que sea el chiste, numerosos ejemplos nos indican que ni el
conocimiento enciclopédico es un factor que por sí mismo aumenta el coeficiente intelectual, ni
la educación formal es la única fuente de maduración y crecimiento de las personas. En cambio,
aunque parezca algo exagerado, merece atención detenida el supuesto según el cual algo
virtuoso de los más jóvenes se degrada a través de la educación formal.

El temor de que la vida social contaminara cierto virtuosismo innato1 hasta hacerlo perder
del todo ha sido compartido desde épocas más o menos remotas. Ya en los últimos decenios, ese
temor fue aumentado conforme crecía la oferta abundante de medios de entretenimiento que
utilizan tecnología digital y conexiones instantáneas. Además del contenido violento y las
implicaciones ideológicas de los videojuegos, el uso de las redes sociales ha despertado entre
padres y educadores una inquietud semejante a la del temor por la contaminación social de las
virtudes innatas de los niños. Correspondiente a la dinámica de esas ofertas, circula la opinión
de que es excesivo el tiempo cotidiano que los más jóvenes destinan a los videojuegos o a las
denominadas redes sociales.

También está vinculada con esta opinión la creencia de que el entretenimiento ocupa
tiempo que los jóvenes podrían emplear con mejores o más verdaderos beneficios2. Esta
interpretación de la madurez intelectual se muestra complacida con la preservación a ultranza de
los implementos didácticos con que alguna vez se alcanzó la era –severamente cuestionada por

1
Declinamos, por no ser el tema de este artículo, la inevitable referencia a Rousseau, que en el Discurso sobre el origen de la
desigualdad entre los hombres incluye un argumento a favor de esta idea: “He ahí las causas funestas y probadoras de que la
mayor parte de nuestros males son obra nuestra, y de que los habríamos evitado en su mayor parte de haber conservado la
manera de vivir sencilla, uniforme y solitaria que nos estaba prescrita por la naturaleza. Si esta nos había destinado para estar
sanos, casi me atrevo a asegurar que el estado de reflexión es un estado contra la naturaleza, y que el hombre que medita es
un animal depravado.” (p. 37).
2
Circula la frase “El entretenimiento es la felicidad de aquellos que no saben pensar”, atribuida –tal vez erróneamente- a
Schopenhauer.

2
algunos e idealizada por otros- clásica de la educación moderna. El libro como fuente exclusiva
de conocimiento, la lectura como habilidad fundamental, y el docente que expone la lección ante
el silencio litúrgico del aula son pensados como pilares excluyentes del legítimo aprendizaje que
convertirá a los jóvenes en adultos respetables, y no como recursos aptos para exigencias
culturales que han dejado de ser las presentes. Frente a eso, las computadoras y redes digitales
han hecho algo más que relativizar la importancia de la memoria o el culto inalterable a las
autoridades académicas. Han facilitado niveles de interactividad probablemente desconocidos en
la historia del homo sapiens: imágenes, videos, música, textos e imágenes se han vuelto tan
accesibles que ya no tiene sentido insistir con clasificaciones jerárquicas o axiologías auto
evidentes. Entre los jóvenes de esta generación, la pretensión de referir lo ya conocido ha
claudicado frente a la inquietud por explorar y relacionar la información disponible3.

Observemos que en la época de Dumas la prensa gráfica era el único medio de


comunicación de amplio alcance. No rivalizaba con otras plataformas, de modo que las
perspectivas de análisis y edición de las noticias quedaban limitadas a las pocas empresas que
detentaban el control de la circulación de periódicos en cada país o región. Hasta no hace
mucho, la concepción general de la prensa no había variado significativamente, a pesar de la
aparición de canales rivales, tales como la radio o la televisión. Sin embargo, el esquema
predominante era el de auditorios masivos, compuestos por múltiples espectadores frente a pocos
productores de discurso. Con las redes sociales y la posibilidad de postear comentarios, la
participación de los lectores o de los consumidores de medios se ha trastocado de modo
relevante. Esta forma inédita de participación no autoriza por sí misma a sostener que se hayan
mejorado nuestros sistemas democráticos, pero sí es una pauta de la reorganización del tráfico de
noticias que habilita discusiones en torno al carácter y la incumbencia pública de los distintos
asuntos. ¿Estaremos dejando definitivamente atrás la cultura de espectadores pasivos para
ingresar a una cultura de agentes ávidos por discutir cuestiones de interés colectivo?

Innovación y libertad

¿Es posible rescatar algún aspecto del supuesto según el cual los niños son
“naturalmente” más inteligentes que los adultos y que esa diferencia se produzca en el proceso

3
En opinión de Henry Jenkins, la cultura contemporánea es participativa gracias a que los medios digitales no sólo permiten
sino que aumentan la capacidad imaginativa de las actuales generaciones. Véase, por ejemplo,
http://henryjenkins.org/2010/02/_children_and_young_people.html#sthash.nYgHRaWw.dpuf

3
educativo formal? Arriesguemos una interpretación, aunque quizá no fueran estas las ideas de su
autor decimonónico. Las virtudes naturales exaltadas en la cita de Dumas parecen no ser de
carácter cognitivo, sino actitudinal. Se trataría de una manera de arreglárselas en el mundo
caracterizada por cierto desenfado y audacia. Una clase de atrevimiento que se manifiesta en la
despreocupación por las consecuencias colaterales de la acción, incluido el error. Estas parecen
ser las condiciones que los más jóvenes pierden al ingresar al mundo de los adultos por la puerta
de la educación formal. Los adultos que critica Dumas, por su parte, mantenían sin discutir
creencias triviales, y por ello no intentaban innovar o mejorar lo existente; resignados a su suerte,
se mostraban convencidos de que solo valía la pena luchar para evitar empeorar su situación. La
crítica con propuestas se limitaba a ser una queja inconducente. No recurrían al debate para
confrontar ideas: preferían tomarlas de fuentes de prestigio, para no discordar con las opiniones
dominantes. En resumen, las virtudes innatas corresponderían a una indiferencia casi permanente
respecto a las opiniones y valoraciones ajenas, la cual operaría en el sentido de una acción no
sometida a restricciones de carácter moral o práctico. Es posible que Dumas sobreestimara la
creatividad de quienes no habían pasado por la educación formal, sin advertir que si estos
recurrían a la innovación, entre otras cosas, era porque ignoraban las experiencias ajenas que les
permitirían llegar más rápidamente a sus objetivos. Pero no solo por este error de apreciación se
explica por qué Dumas juzgaba que la educación degrada la inteligencia natural. No hay que
olvidar ciertos ingredientes detestables de la educación decimonónica, tales como la inculcación
de pautas de conducta mediante la administración de castigos o correctivos y la insistencia
exclusiva en el cumplimiento no razonado del deber. Educado en uno de los colegios más
exigentes de Francia, Dumas pudo comprobar que estos métodos pedagógicos eran verdaderos
obstáculos contra los que tropezaban la desenvoltura y espontaneidad de los niños.

Sin embargo, esta forma de entender la espontaneidad de los jóvenes puede asemejarla
más a una carencia que a una virtud. “No temer equivocarse” revela una actitud aventurera y no
es necesariamente asimilable a una conducta provechosa. ¿No es imprudente ponderar el
desconocimiento de los riesgos de cara a los resultados de una acción decidida? ¿Cómo
compensar la supuesta pérdida de la espontaneidad innata con actitudes responsables, pero no
coercitivas? La respuesta puede hallarse, irónicamente, en la alfabetización digital, una expresión
que resume el conjunto de habilidades sociales donde están implicadas la investigación, las
habilidades técnicas y la crítica del material que circula en los soportes tradicionales y en las

4
redes sociales. A través de las actividades lúdicas y educativas facilitadas por las computadoras,
los estudiantes pueden experimentar con su entorno formas de resolución de problemas, ejercitar
la improvisación, interpretar y construir modelos dinámicos sobre procesos reales, apreciar con
sentido crítico el contenido ideológico de los medios, interactuar con herramientas que
desarrollan la capacidad creativa y, tal vez el más importante, reunir datos y conocimientos con
los otros, para el logro de objetivos comunes.

Ninguna de estas actividades que hoy consideramos valiosas para la formación de


ciudadanos y profesionales puede soslayarse frente a supuestas virtudes naturales que convendría
dejar crecer por sí mismas. En el mismo sentido, la enseñanza de estas habilidades sociales
debería conllevar no restricciones a la tendencia juvenil por innovar, sino estímulos para que los
más jóvenes desarrollen criterios de evaluación de la credibilidad y confianza de las diferentes
fuentes de información, y para seguir historias y continuidades de información a través de
diversos medios. Todas estas habilidades solo se pueden desarrollar de modo sistemático y en el
marco de instituciones a cargo de personal formado para acompañar a los más jóvenes en la
búsqueda de la relevancia de la información a lo largo de diferentes canales, respetando y
valorando opiniones y puntos de vista alternativos.

La complejidad del mundo de los adultos no puede reducirse al trámite expeditivo que se
despacha con un aforismo ingenioso. Las tareas y los contenidos diseñados para la educación no
pueden quedar exclusivamente relegados al deseo de los niños o a una interpretación de lo que
podría resultarles menos aburrido. Educar para la libertad requiere acercar a los jóvenes los
recursos que hacen posible el pensamiento y su expresión por medio del discurso en todos los
soportes y lenguajes utilizables. La innovación requiere de la libertad, pero no puede prescindir
de la experiencia ajena para evitar a tiempo caminos inconducentes.

Las condiciones de la inteligencia

A fin de caracterizar con más rigor este punto de vista, es oportuno recordar la distinción
entre labor, trabajo y acción propuesta en La condición humana por Hannah Arendt para
caracterizar la búsqueda de la libertad en un contexto de contingencias e imprevisibilidades. Las
tres categorías aluden a otros tantos tipos de actividad que corresponden respectivamente a una

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de las condiciones de la existencia humana, a saber: la vida, la mundanidad y la pluralidad. La
condición humana de la labor es conservar la vida, la del trabajo es construir el hábitat apropiado
para desarrollar la vida, esto es la mundanidad. La condición de la acción es la pluralidad que
posibilita la participación política en los asuntos de incumbencia pública, lo que concede sentido
colectivo a la existencia individual. Estas tres clases de actividad representan una distinción
según la creciente influencia de las instituciones sociales sobre la existencia de los individuos,
entre la condición puramente biológica de la vida (que correspondería a la labor), hasta la
emancipación de esas restricciones naturales representada por la culturización, que Arendt
explica como resultado de la acción concertada pluralmente.

La primera actividad fundamental de la vida activa, la labor, contempla las faenas


destinadas a sobrevivir y obtener medios para el sustento. Si bien estas actividades son
necesarias para conservar la vida, no perduran pues se agotan en sí mismas una vez realizadas o
consumidas4. La labor se halla ligada a la necesidad, por ello es que no atañe a la libertad. Se
aplica a los ciclos naturales de repetición y su finalidad consiste en mantener la existencia del
organismo humano y de la especie. La labor produce la uniformidad entre los individuos
humanos que, como los esclavos en la Grecia antigua, eran destinados a la solución de
necesidades básicas. Precisamente si esas necesidades no eran satisfechas quedaba
imposibilitado el desarrollo de actividades propiamente humanas. Por tanto, por su función de
atender las necesidades humanas, la labor no permite la libertad, ni la determinación de los
individuos como ciudadanos o agentes autónomos y creativos.

En el esquema de Arendt, el trabajo es un tipo de actividad por la que se producen obras


y resultados tangibles, tales como instrumentos, objetos o incluso obras artísticas. Con esta
actividad el hombre se distancia de la naturaleza para controlarla, para ejercer una forma de
dominio que la transforma en su hogar, en su mundo. Por ello es que los objetos producidos a
partir de la naturaleza, con sus variedades múltiples, ya no configuran algo meramente
biológico, en el cual se aparece constantemente repetido el ciclo vital de la especie, donde la
mortalidad de los individuos queda compensada por la renovación ciega de los ejemplares.
Dentro de los límites del mundo fabricado como hogar encuentran amparo las vidas individuales,

4“Labor es la actividad correspondiente al proceso biológico del cuerpo humano, cuyo espontáneo crecimiento, metabolismo y
decadencia final están ligados a las necesidades vitales producidas y alimentadas por la labor en el proceso de la vida. La
condición humana de la labor es la vida misma” (Arendt, 1993, p.21)

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pero este mundo como un todo sobrevive y trasciende a todas ellas. La condición humana del
trabajo es la mundanidad. Se diferencia del mero ciclo repetitivo de la labor en que el trabajo
consigue obtener objetos que duran más allá del ciclo vital, nacimiento, crecimiento y muerte de
los ejemplares. Con esos objetos producto del trabajo, el hombre alcanza la objetividad, pero
sometido a los imperativos técnicos de la producción no puede conformar todavía un espacio de
libertad, que confiera plenitud de sentido a su existencia.

En este punto ya podemos volver a nuestra crítica al supuesto de la inteligencia natural.


La idea de que la educación formal perjudica la continuidad de las virtudes innatas deriva de la
concepción según la cual la formación escolar está fundamentalmente dirigida a satisfacer
exigencias de la producción económica. Dicho de otro modo, la educación formal tendría como
única función lanzar al mercado trabajadores rutinarios sobre los que penden las exigencias y
restricciones de las tecnologías dominantes en las épocas posteriores a la Revolución Industrial.
Orientados por la finalidad instrumental de la producción, los trabajadores no encuentran
alicientes para utilizar la inteligencia innovadora que proyecte una perspectiva de felicidad sobre
la existencia. En todo caso, la educación reducida a los perfiles técnicos demandados por el
mercado de trabajo bloquea lo más significativo de la vida humana, que consiste en atreverse a
existir por encima de las restricciones formales y materiales que se le oponen. En la era de la
información, tal el desdichado nombre que ha merecido nuestra época, se han desplazado los
requerimientos tecno-industriales de principios del siglo XX y nuevas exigencias, acordes con
las tecnologías dominantes en la actualidad, han cambiado los patrones culturales de obediencia
y docilidad imperantes hasta no hace mucho.

En términos de Arendt, la condición humana del trabajo es crear y construir el mundo a


modo de hogar. A diferencia del mundo de Dumas, el nuestro es un hogar planetario, donde la
velocidad de las conexiones doblega las distancias físicas. Mediante el trabajo concertado y
organizado a través de redes, este mundo se ha establecido y persistirá más allá de la vida de los
individuos que componemos los cientos de nodos interconectados. El producto del trabajo
incluye además de los artefactos, herramientas y obras, las instituciones políticas establecidas a
través de la actividad humana más elevada, que Arendt llama acción, en conformidad con la
distinción efectuada por Aristóteles entre praxis y poiesis. Este espacio mundano creado por el
trabajo y compartido con los demás, señala, entonces, la restante condición humana, relacionada

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con la pluralidad en el sentido de que es preciso decidir en conjunto sobre lo que se pretende
hacer. Esta actividad, política por su carácter e innovadora en su esencia es la “única acción que
se da entre los hombres sin la condición de cosas o materia, corresponde al hecho de que los
hombres vivan en la Tierra y habiten en el mundo”5 La acción humana en tanto interacción, es
decir acción que se produce y se manifiesta entre los otros, incluye la comunicación, el manejo
del discurso como medio de expresión de la subjetividad y como vínculo con los otros. Es la
condición humana por la que nos elevamos sobre las restricciones naturales y culturales y
construimos el sentido de nuestra existencia. No sería concebible, entonces, llevar a cabo la
acción al margen del régimen discursivo de la época, es decir sólo a partir de estructuras
intelectuales pre-sociales.

La filosofía en la educación para la libertad

Aunque rebatible y mal fundamentado, el supuesto de que la educación afectaría virtudes


innatas de los estudiantes tiene un añejo antecedente que convendría rastrear: en la versión
sarcástica de Dumas, no se precisa si la absorción de contenidos pedagógicos o la disciplina
escolar por sí misma serían responsables de la degradación de la supuesta inteligencia natural. En
su versión más actual, y frente a la rivalidad que plantean las computadoras a la educación
formal, se señala que la estupidización de los jóvenes ocurre por la indisimulable decadencia del
sistema educativo formal, aventajado con creces por un enemigo más poderoso y perspicaz: las
redes sociales y los videojuegos asistidos por ordenador.

Tal como lo analizamos, el supuesto de las virtudes innatas no es convincente porque la


inteligencia natural sería previa al lenguaje y a la capacidad de expresarse y comprender a los
otros. Siendo la condición de la actividad humana por excelencia el manejo del discurso, que
implica habilidades comunicativas y disponibilidad para la interacción, la educación formal
constituye el mejor recurso para construir la identidad sobre pautas culturales que los individuos
puedan reconocer como propias para trabajar sobre ellas e innovarlas mediante experiencias y
proyectos originales. ¿Es preferible que esta dinámica quede librada a la suerte personal de los
más jóvenes, aun de aquellos que provienen de hogares con menos recursos simbólicos y
materiales? Ciertamente, no están distribuidas homogéneamente las oportunidades de acceder a
estas actitudes innovadoras que revitalizan la vida social. Para allanar tales diferencias, la

5
Arendt, 1993, p.21.

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educación formal debería complementar la formación de los futuros ciudadanos mediante
prácticas que orienten el uso de la información utilizable en las redes sociales. De esta forma, los
más jóvenes contarían con un espacio favorable para el desarrollo de las habilidades cívicas que
conciernen a la acción en términos de Arendt.

El supuesto de la inteligencia natural afectada por la escuela ha advertido sobre una


renovada amenaza en los diferentes empleos de las computadoras y las conexiones telemáticas.
Según esta perspectiva injustamente pesimista, los niños cibernautas pagarían un precio altísimo
al ceder imperceptiblemente sus presuntas virtudes innatas a cambio de ser conducidos a cierta
forma de estupidez. En todo caso, semejante preocupación por el mañana de los más jóvenes
deja ver cierta clausura de la autocrítica y una actitud escéptica acerca de la renovación de
nuestras pautas culturales. Dicho escepticismo ni siquiera es reciente, tal como testimonia la cita
de Alejandro Dumas.

Este planteo deja ver la falta de una concepción más flexible acerca de las habilidades
necesarias para que los jóvenes operen de acuerdo con pautas culturales susceptibles de revisión
y reformulación. Dicha concepción incluye el manejo de todas las vías de comunicación
disponibles para la exposición, confrontación y búsqueda de acuerdos entre perspectivas y
opiniones diversas. No se trata solo de leer o consumir textos o mensajes audiovisuales con una
actitud crítica. Precisamente, la novedad de las tecnologías radica en facilitar los canales para
que fluyan las distintas expresiones. Esto implica tener que acudir a recursos expresivos y
retóricos con los que hacer comprensible el punto de vista propio. En los últimos cincuenta años
se han incrementado las facilidades gracias a las cuales mayor número de personas pudo
comunicarse más eficientemente con otras, sin importar la distancia. Las nuevas pautas culturales
se han vuelto dominantes gracias a la franca disponibilidad de cámaras y editores digitales de
video. ¿Marcará esta renovada infraestructura comunicacional donde es más accesible la difusión
de ideas y propuestas a costos relativamente bajos y con un mínimo de equipamiento una nueva
etapa en el desarrollo de la democracia? En la medida en que la complejidad de las conexiones
digitales sea acompañada por un empleo más consciente de sus potencialidades culturales y
políticas, el antiguo supuesto de la estupidización de la juventud resultará cada vez más difícil de
suscribir. Por cierto, será necesario que las escuelas públicas dediquen sus mejores esfuerzos a
educar para el uso político de las tecnologías.

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A fin de asegurar un acceso razonablemente homogéneo a estos recursos, deberían
ordenarse algunos contenidos escolares para preparar a los jóvenes cibernautas para un mundo de
conexiones múltiples y decisiones más difíciles. Todo lleva a suponer que las tecnologías de la
comunicación digital habrán de ser aún más versátiles a medida que avancemos en el siglo XXI.
Será necesario para los educadores comprender que las nuevas mentalidades y sensibilidades
comunitarias que se reúnen en las redes sociales son una consecuencia de la extensión de dichas
tecnologías y de la renovación de los patrones culturales .y no necesariamente una deformación
de ellos.

La enseñanza de la filosofía es tal vez de los espacios más aptos no solo para reflexionar
sobre dichas circunstancias, también para ejercitar habilidades discursivas. Estas tres formas de
acción han experimentado importantes alteraciones en sus patrones de comunicación como
consecuencia de la extensión de las conexiones e infraestructuras habilitadas por las tecnologías
digitales y sus prácticas correspondientes. Fundamentalmente, puede contribuir con el ejercicio
de tres tipos habilidades: para adquirir y procesar información relevante, a fin de formular
opiniones acerca de asuntos públicos (1), para exponer y debatir opiniones y creencias
relacionadas con la vida pública dentro de la comunidad local o regional (2), y participar
comprometida y sostenidamente en instituciones de interés público, tales como protestas
medioambientales, de acción estudiantil o gremial, partidos políticos, etc (3).

Bibliografía

Arendt, H. (1993) La condición humana. Paidós, Barcelona.

CV del autor.

Doctor en Filosofía por la Université Laval, Quebec, Canadá. Profesor titular de la Universidad
Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires y profesor asociado en la Universidad de
Buenos Aires. Investigador del área de estudios culturales y procesos de la comunicación. Autor
de artículos y libros propios y en colaboración.

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