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Para los amores perdidos de mi vida y los que

posiblemente quedan por venir.


TIERRA

Incluso ahora, tantos años después, recuerdo cada detalle de


aquella playa.

Recuerdo el dorado apagado que fungía como arena; donde su


humedad abrazaba nuestros pies descalzos y la luna llena que se
reflejaba en cada uno de los ínfimos granos que llenaban hasta
desbordar aquella playa.

Aún recuerdo la suave brisa marina de verano moviendo su corta


caballera, mientras el olor del salitre inundaba nuestros jóvenes
pulmones, llenándolos de vida.

Las olas chocaban con las enormes rocas que formaban el


acantilado que estaba cercano a la costa, el sonido estruendoso
como bombas que estallaban con cada impacto sobre las piedras,
un ruido poderoso, pero aun así distante.

Ahí estábamos sentados los dos, juntos, sobre un viejo y largo


tronco que la sal que arrastraba el océano había dejado seco por
completo muchas lunas atrás. Posiblemente antes hubieras sido
un árbol fuerte y frondoso, rebosante de vida, pero ahora no era
más que los vestigios de un pasado lejano y que no volverá; ahí
estábamos ella y yo, juntos, a semi oscuras, solo cubiertos por el
velo de la luna una vez más, una de las decenas de veces que
habíamos ido a ver el mar.

La mente del ser humano es algo sorprendente, algo extraño,


podría jurar y apostar cualquier cosa que ese día no recordaba el
paisaje como lo recuerdo ahora, tantos años después.

Es más, esa noche era una noche común y corriente, no le


encontraba nada de especial, no había nada memorable, era la
misma playa que tantas veces había visitado antes; aunque para
ser sinceros puede ser que sea la edad, en esos tiempos no
disfrutaba tanto como ahora de la naturaleza, ahora puedo decir
que es culpa de mi juventud, a mis para refinados gustos por el
arte o también la hipótesis más factible de todo. El amor.

Estaba enamorado como nunca lo estuve, enamorado de esa


mujer, de esa niña, como me encantaba decirle, escuchaba su
corazón latir despacio a un ritmo único, mientras ella tenía su
cabeza recostada sobre uno de mis hombros esa noche.

Eran tiempos distintos, la época de la eterna juventud, donde eres


el ser mas invencible del planeta, donde crees que te puedes
comer el mundo de un bocado, donde los imposibles no son mas
que palabras vacías para asustar a la gente con miedo, una época
con sueños por cumplir, repleto de vida, con el corazón lleno de
ese amor juvenil, eran esos maravillosos años donde pensaras lo
que pensaras, actuaras como actuaras y amaras como amaras, no
tenías la capacidad de dimensionar nada sobre la vida, sobre la
realidad cambiante como los barcos pesqueros tras una ráfaga de
viento.

Claro, ahora con el tiempo y con algunas arrugas en mi rostro y mis


ojos con menos brillo que antaño, lo veo desde otra cristalera. El
paisaje de aquella noche, ahora que lo recuerdo bien, no puedo
ocultar que me resulta conmovedor, ese penetrante y peculiar olor
a mar, los azotes de las olas al golpear a las malgastadas rocas, en
el proceso de una erosión constante, que merma el paisaje y lo
desfiguran con el transcurso de los eones.

Aunque ahora, solo son viejos recuerdos, almacenados en las


profundidades de mi ser, tan escondidos que apenas puedo
recordarme a mí esa noche, y no puedo recordarla a ella con
claridad. — ¿Dónde estamos? — pregunto para mis adentros,
mientras trato de buscar en mi mente más detalles de esa noche,
nuestros rostros, ¿cómo lucían?, esos rostros de esa noche —
¿Cómo he olvidado algo tan importante?, ¿cuándo perdí el valor a
mi yo del ayer, a ella, a nosotros, a lo que fue nuestra realidad? —
realmente odio decirlo, pero con los años he comenzado a olvidar
como era su rostro.
Realmente no es tan grave, si me esfuerzo un poco, unos cuantos
segundos, puedo recordar a la perfección su cabellera café, salvaje
y rebelde como ese océano, sus pequeñas manos trigueñas
delicadas como pocas, aunque a veces sudorosas cuando las
juntaba con las mías, esos lunares pequeños prácticamente
incontables que decoraban su cara, su cuello y también sus
hombros, recuerdo ese tono de hablar tan suyo, ese timbre que se
alzaba cada vez que se emocionaba por algo, y su hermosa sonrisa.

Mi mente sigue en su viaje al pasado, rememorando ese día en


particular, esa noche, precisamente. Finalmente, su rostro surge
con lujo de detalles desde lo más profundo de mis recuerdos, se
enciende una llama que me deja verlo con claridad todo.

Como si se dibujara enfrente de mi sobre un lienzo blanco y virgen,


primero sus grandes ojos negros como el azabache, con el toque
brillante de obsidiana que los dotaban de fuerza, sus 32 perlas
blancas colocadas en dos hileras adornadas por sus labios rojos.

La veo de nuevo, la tengo a mi lado, me acaba de voltear a ver, me


sonríe, estamos en la playa, su mirada es profunda pero dulce,
parece ser que busca algo en mí, me observa durante unos
segundos, ladea la cabeza de un lado hacía otro, yo me mantengo
a la expectativa, esperando que encuentre lo que busca,
finalmente ella desiste, me quita la mirada y se vuelve a recostar
sobre mis hombros.
Es una pena que tarde tanto tiempo en recordar su rostro, antes
necesitaba 2 segundos para describir con tantos detalles como
quisiera de ella, desde su primer cabello hasta la punta de sus pies,
sin fallar en un solo detalle, desde esa casi imperceptible cicatriz
bajo su mentón que se hizo a los 5 años, recorriendo por esa marca
de nacimiento que tenía sobre su hombro izquierdo, hasta ese
lunar en forma de luna menguante en su espalda baja, pero ahora
con los años me cuesta cada vez más recordar sus detalles, el
tiempo no pasa en vano y la edad no perdona ni a los más grandes
gobernantes, como me perdonaría a mí, odio admitirlo pero puede
ser que entre más años sean los que pasen, más difícil sea
acordarme de esos detalles.

El golpeteo de las olas en su vaivén constante contra las rocas,


cada vez se escucha más distante, la suave brisa marina que
ondeaba su cabello se vuelve más tenue, siento como que me
esfumo, la volteo a ver, ella sigue ahí a mi lado, su respiración sigue
constante, tranquila e inalterable, como un tic tac de un reloj
recién salido de la fábrica, siento su halo cálido de su aliento sobre
mi hombro, eso me provoca paz, trato de cerrar los ojos y disfrutar
el momento, pero entonces algo me comienza a perturbar, mi
respiración se acelera, mi rimo cardiaco aumentan con eso y una
serie de preguntas atormentan mi cabeza — ¿Dónde estoy?,
¿dónde está ella?, ¿qué carajo pasó?— calma, respira profundo
pienso mientras trato de volver a regresar a la playa, —¿De qué
estaríamos hablando en ese momento?— pienso mientras mi
respiración de a poco vuelve a regresar a la normalidad, mis
pulsaciones descienden hasta su estado habitual, vuelvo a sentirla
sobre mi hombro y con ella su respiración relajada.
Creo recordad que esa noche hablábamos del mar, de mar
adentro, de esa enorme masa incomprendida durante milenios
por los humanos, a veces ella solía hablar con metáforas, para
referirse a situaciones o sentimientos que le pasaran por la cabeza,
era extraño pero intrigante, era una de las tantas cosas que me
cautivaban de ella, siempre me tenía al pendiente de que diría
ahora —Es extraño no crees, que nos entendamos tan bien, es
decir míranos acá nosotros dos juntos, así tan de repente— decía
aún con su respiración lenta y su cabeza recostada sobre mi
hombro.
— ¿A qué te refieres? — le pregunté mientras clavaba mi mirada
en la inmensidad del mar
— No sé, es solo que no se si te esperabas que estuviéramos acá
los dos juntos, es decir yo no me esperaba estar a tu lado
compartiendo un momento así, no me lo tomes a mal, solo que
nunca se me cruzó por la cabeza— me decía tratando de medir sus
palabras lo más posible —la verdad es que todo esto me recuerda
al mar ¿a ti no? es decir míranos, cuando nos conocimos fue como
darle una primera vista al mar, al trozo de agua que estaba frente
a la costa, claro solo te fijas en eso que alcanzan a ver tus ojos, la
franja cristalina, la parte azul que refleja el cielo, pero a medida
nos fuimos conociendo, descubrimos esos lados oscuros, los
miedos, esas partes profundas del océano, donde no todos se
aventuran a ir, donde tienes que sumergirte para poder — me
decía mientras me sonreía y sus ojos brillaban con intensidad.

Hubo unos segundos de silencio, pero no un silencio incómodo,


era un silencio de paz, podría haberme quedado callado y todo
seguiría igual, pero decidí contestarle.

— Tienes razón, pero uno nunca termina de conocer a las personas


¿no crees?, ya que haces un símil de las personas con el mar
podemos seguir y decir que uno nunca termina de conocer el mar,
por ejemplo, esta misma playa en la que estamos, yo puedo decir
que conozco esta arena, este olor, esta playa como la palma de mi
mano, he venido acá durante años y años, conozco cuando la
marea está en su punto más fuerte, cuando el mar se retirará o se
acercará más a la orilla, conozco las partituras de la música que
hacen las olas al chocar con las rocas, se en que parte están esos
hoyos traicioneros que sin previo aviso te pueden hacer tropezar,
o por donde se extienden las corrientes que pueden hacer que
termine en las profundidades del océano — le respondí mientras
la miraba de reojo.

— Pero claro estos conocimientos pueden hacer que yo baje la


guardia, que me relaje, y un día sin previo aviso una corriente que
yo no conocía o un animal que viene por primera vez a las costas
me ataque y ahí estaré yo desnudo, desprotegido, con todas mis
fibras llenas de pánico, y con una tristeza, la tristeza de la traición
de creer que conocía al mar que formaba parte de mí, que era mío
y en un abrir y cerrar de ojos estoy a kilómetros de la costa o
asesinado por un animal, sé que puede sonar algo dramático pero
no es imposible y así algo que creías conocer te termina
matando—dije mientras la miraba con una ligera sonrisa.

Ella me miró intrigante, quitó su cabeza de mí hombro, se sentó


mientras su mirada recorría cada parte de mí alma o por lo menos
eso sentía, me miraba fijamente y me preguntó — entonces tu
sientes peligro al estar enamorado de mí, ¿tienes miedo de
amarme? —.

Yo sonreí como hace tiempo no sonreía, le pasé mi mano sobre su


pelo alborotado, lo que hacía que solo se volviera más salvaje,
luego le coloqué mi brazo sobre sus hombros y la acerqué a mi
cuerpo, donde sentía más cerca su latir y su calor, luego de unos
segundos le dije — dejar de amar por miedo a que te lastimen o
por miedo a que pase algo desconocido, que suceda algo que te
rompa los esquemas, que te parta en mil pedazos, es igual que vivir
con miedo a morir, es decir nunca disfrutaras del amor o de la vida
misma, si tienes ese miedo a que pase lo peor, eso te detiene, te
paraliza y no das lo que quieres dar, al final somos humanos y esta
es la parte graciosa e interesante de la vida, esa eterna duda y las
hipótesis sin resolver, las eternas preguntas ¿Qué pasará?, ¿qué
sucederá mañana? Ahora estamos acá tu y yo abrazados pero
mañana no sabemos que puede pasar, es más en unos minutos no
tenemos la certeza de que sucederá, no sabemos si tomaremos
buenas decisiones o si por lo contrario haremos algo de lo que nos
arrepentiremos toda la vida, si el azar del destino nos beneficiará
o nos clavará 20 dagas en el pecho, es la gracia, es parte del juego,
la vida es riesgo ¿qué seríamos de nosotros si nunca tomáramos
riesgos, si jugáramos a lo seguro?— dije mientras me mordía mi
labio en señal de interiorización mientras mi mirada estaba fija en
el mar, — seriamos como robots — proseguí — maquinas
automatizadas, sin sentimientos, emociones, placeres, vicios,
dolores y miedos, para mí eso no tiene gracia alguna, viviríamos
sin vivir, amaríamos sin amar, nuestras decisiones no importarían
un carajo, y si así fuera que sentido tendría seguir vivo—.

Volvió a llenarse de silencio, aunque se interrumpía por las olas


que se volvían a escuchar con fuerza, la brisa marina volvía a
revolotear su corta cabellera café, los olores marinos volvían a
recorrer mis pulmones, yo cerré los ojos, no esperaba una
respuesta de ella.

Entonces ella me abrazó con fuerza como si necesitaba


transmitirme lo que ella sentía, podía notar su corazón latir con
pausa, pero estaba vivo, más vivo que nunca, sentía su calor sobre
mí, yo esbozaba una sonrisa mientras la abrazaba también.
–El mar es todo un misterio ¿no?... igual que tu – dijo mientras
seguía abrazándome.

La miré a los ojos le besé la frente mientras seguíamos viendo el


océano.

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