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Quién soy yo?

Habíamos dicho que las preguntas filosóficas -o muchas de estas- suelen


ser simples, breves, y que en apariencia se responden solas o con
relativa facilidad. La pregunta por la identidad (¿quién soy yo?), es uno de
los tantos ejemplos.

Ustedes podrán comprobar que el ser humano promedio también piensa,


pero veremos cuál es su grado de pensamiento. Por ejemplo, cuando se
levanta piensa en lo mucho que detesta su trabajo o lo que le toque
hacer, luego se asea, desayuna y abandona su hogar para empezar la
jornada. En el trabajo, además de pensar en las tareas a realizar -siempre
que no sea un trabajo autómata-, piensa sobre otras cosas. ¿Ejemplos?
Vacaciones, lo que desea comprarse, los planes que tiene organizados en
un futuro cercano o medianamente lejano (salidas con amigos, reuniones
familiares), lo último que vio en televisión o en las redes sociales, etc. En
definitiva, el ser humano, por mediocre que sea, en algo piensa, porque el
terreno de la trivialidad o la cotidianidad también requiere de un trabajo
de la mente.

Nótese que para comprar el último celular, primero hay que enterarse de
su existencia en Internet o en algún medio, y una vez despertado el
deseo (creado, inyectado por la publicidad por medio de la insaciable
necesidad), este permanecerá latente, regresando una y otra vez a la
conciencia del hombre-medio, hasta que un día contará con el dinero
necesario para satisfacer el deseo que le crearon. Finalmente irá con su
auto o se tomará el transporte necesario, ubicará el local
correspondiente, lo pedirá y lo pagará. Todo eso requiere de un cierto
pensar y no de actividades autómatas (escogerá cómo viajar acorde a la
ubicación del local, antes de eso la persona verá qué local le queda más
cerca, cómo pagar, etc). Si toma decisiones es porque piensa, de lo
contrario, sino pensara, no podría tomar ninguna decisión.

El problema es que el ser humano se desliza de deseo en deseo, de


trivialidad en trivialidad, y cuando llega el momento de pensar en lo
importante (por ejemplo las elecciones presidenciales de su país),
abandona su propio ejercicio de reflexión y se somete al ser pensado, ser
interpretado. De esta manera, tenemos al hombre mediocre o a la mujer
vulgar sumergidos en meros pensamientos cotidianos y en el estado de
interpretado cuando la reflexión más íntima se hace necesaria, que en
todo caso, y refiriéndome a la reflexión íntima, debería surgir todos los
días. En síntesis: pensar en lo superfluo, y ser-pensado en los asuntos
trascendentales es la realidad del hombre alienado.

Habiendo descrito este panorama lamentable, ¿ustedes piensan que el


hombre o la mujer se hacen un momento para preguntarse quiénes son?
Pero vamos, si esa pregunta se responde sola, dirá el hombre de la
medianía, quizás con un dejo de soberbia o con una semi sonrisa burlona.
"¿Cómo no voy a saber quien soy? Yo soy yo, Claudio Pérez, y punto".

Si el hombre y la mujer no se plantean esa pregunta es porque no la


creen necesaria o de relevancia. Piensan que es de esas preguntas que
no conllevan a nada fructífero, porque lo importante es trabajar(que es
visto como una de las maneras de ser un "ciudadano digno" ) y nada más.
Y uno es quien es y listo, no hace faltar ir haciéndose el filósofo para
pensar en eso. Se verá que para el hombre mediocre o la mujer vulgar, el
filósofo se hace todas las preguntas innecesarias, y que no es más que
un charlatán que conoce muchas palabras que sólo consiguen crear
confusiones. En definitiva, el hombre de la medianía vive pensando en lo
que es "práctico", y preguntarse por la identidad, es para este un
auténtico "perder el tiempo". Vivimos en una sociedad en la que pensar
en el nuevo IPhone es más trascendental que preguntarse por la
identidad. Y después la gente se fastidia cuando uno dice que estamos
condenados como especie. ¡Vaya hipocresía!

Pero las personas que sí se preguntan por la identidad, pueden estar días,
meses y años considerando esa pregunta; llegando a aproximaciones,
para luego borrarlas, crear nuevos bocetos a modo de respuesta, y
reiterar el proceso. Porque si uno se pasa la vida sin preguntarse quién
es, entonces está perdido. Y como siempre, no se trata de encontrar
respuestas absolutas, sino de hacerse las preguntas necesarias y
reflexionar en vistas a un horizonte.
En la novel  Uno, Ninguno y Cien Mil de Luigi Pirandello escritor italiano
que fu  Premio Nobel de Literatura en 1934, la pregunta por la identidad
recorre la historia del protagonista. No se preocupen porque no les
arruinaré la lectura, sólo tomaré la crisis existencial a modo de ejemplo,
aunque aprovecho este mismo instante para recomendarles el libro

En la historia, el protagonista, que si mal no recuerdo tiene 28 años, lleg


a un punto de quiebre en su vida cuando su esposa le dice qu  "tiene la
nariz ligeramente torcida hacia un lado ". Tras esa simple observación, el
mundo del protagonista colapsa. ¿Por qué  Porque hasta ese entonces,
tras haber vivido casi 30 años, el protagónico pensaba que su cuerpo,
que él, era de una única manera. De la forma en la que se veía en el
espejo y en la que se pensaba a sí mismo  ¡Pero qué tragedia! Después d
tanto tiempo, su esposa le menciona ese "desperfecto" en su nariz, y al
comprobar que estaba en lo cierto, al menos una vez comprobada su
percepción, se derrumbaron todas sus certezas, todas sus verdades. El
personajes principal, tras comprobarlo, reflexiona como un Descartes
iluminado de la siguiente manera (lo parafraseo)  "Yo pensaba que era ta
como veía, pero ahora mi esposa, la persona que me ve todos los días y
que mejor me conoce, me dice que mi nariz está torcida, y efectivament
así es o así lo creo ahora; entonces, si mi nariz estuvo torcida todo este
tiempo y jamás me había percatado de ello, ¿qué tan seguro puedo estar
de que el resto de mi cuerpo no esté igual de distorsionado, y de que mi
personalidad (yo) sea la misma que creo que es?

Tras sumergirse en las profundidades de l  duda, en e escepticismo


radical, el protagonista empieza a filosofar sobre las percepciones de las
personas, la identidad y la apariencia. Hasta antes de escuchar las
palabras de su mujer, el mundo del protagonista estaba "en orden", en el
orden que él le había dado, pero cuando escuchó y comprobó lo de su
nariz, siendo la nariz algo tan intrascendente y trivial, pero al darse
cuenta que hasta en esos detalles uno podía estar errado, ¿cómo podía
jurar que no lo estaba respecto a su figura completa o frente a todo lo
conocido? El protagonista cae así en la duda metódica de Descartes,
teniendo una única certeza: que estaba vivo.
Pirandello expone que cada persona posee su propia percepción de la
realidad, porque si nuestra mente está condicionada por datos a priori,
nuestros ojos también lo están, ya que lo se ve no es independiente de lo
que se piensa; y que en tanto una persona se conduzca por su propia
percepción, encontrará "su verdad" en las cosas, pero no la Verdad en
mayúsculas. De esta manera, se podría decir que cada persona observa
su propia fantasía de lo real, una real-fantasía, que en un diálogo
cualquiera podrá verse enfrentada a otra realidad-fantasía,
correspondiente a otra persona. Voy a dar un ejemplo que también se
plantea en la novela. Tenemos tres personas: A, B y C.

A tiene su percepción de cómo es A


A tiene su percepción de cómo es B
A tiene su percepción de cómo es C

Lo mismo sucede con B y C (para no repetir y agobiarlos).

Pero entonces, ¿qué resultado nos arroja esto? Tenemos tres


percepciones distintas de A, tres percepciones distintas de B, y tres
percepciones distintas de C. Pirandello dice a través de su obra que en
una habitación donde hay tres personas en realidad hay nueve, no sólo
por cómo se ven sino también por lo que son, puesto que, ¿cómo puede A
asegurar con absoluta certeza que su percepción de sí misma es LA
REAL, LA AUTÉNTICA, LA FIDEDIGNA en lugar de como la ve B o C?
¿Quién posee la percepción absolutamente certera? ¿Puede A decir que
su rostro, tal cual y como lo ve en el espejo es el retrato digno de su
cara? ¿Y por qué no confiar en lo que dice B o C? ¿Acaso A, por tratarse
de su propia cara, nos puede decir que es así y punto? ¿Las personas
tienen un fidedigno retrato de cómo lucen o cómo son? No voy a
profundizar en esto ya que prefiero dejar que esas preguntas les sirvan
de disparadores, pero les voy a mencionar un ejemplo para que puedan
comprobarlo, y de seguro ustedes podrán encontrar mil ejemplos más:
hay chicas que son delgadas, o se ven delgadas para nuestro tiempo (lo
que impone la cultura machista en torno a los cuerpos), pero aun así se
ven gordas al mirarse al espejo, y por ello, a pesar de que todos les dicen
que se ven delgadas, ellas prefieren evitar la comida o comer en demasía
para después vomitar.

Evidentemente estas chicas no se ven como las ven los demás. Ustedes
podrán argumentar: "bueno, pero se trata de un trastorno psicológico,
tiene una explicación, y no se basa tanto en percepciones". Sí, es cierto,
pero aquí les doy otro ejemplo que no tiene en absoluto que ver con un
trastorno de la psiquis, y que a mí me ha pasado y probablemente a
ustedes también: ¿a quién no le han encontrado varios parecidos a lo
largo de la vida? Supongamos que se encuentran A, B y C. B piensa que A
se parece a un cantante, y C piensa que A se parece a un actor, pero
cuando uno compara al actor y al cantante no se parecen en nada o hay
que hacer un esfuerzo considerable para encontrar una similitud, de la
cual uno no termina convencido. Entonces, ¿qué sucede? ¿B y C están
locos y la verdad la tiene A? No, nadie está loco y nadie tiene la Verdad
en mayúsculas. Estas comparaciones, tan frecuentes y cotidianas, se
deben a que B y C tienen distintas percepciones de A, ya que una simple
facción en el rostro de una misma persona, no le representa o no es
observado o percibido de la misma manera por todas las personas. De allí
que al prestarle atención minuciosa a determinados rasgos, siempre
percepción mediante, es indudablemente factible que a una persona le
puedan encontrar parecidos que en su aspecto no posean similitud
alguna.

Todo lo escrito hasta el momento no sólo hizo referencia a la novela


de Pirandello, sino a la filosofía idealista de Kant, que nos diría que
nosotros no podemos ver la cosa en-sí o noúmeno (término que para
referir a un objeto no fenoménico, es decir, que no pertenece a una
intuición sensible, sino a una intuición intelectual o suprasensible) , sino
que vemos los fenómenos. Estos fenómenos son producto de nuestras
percepciones sensibles y condicionadas sobre las cosas, pero que a las
cosas no las vemos tal cual y como son, como cosas en-sí. Y que las
percepciones jamás podrán alcanzar la cosa en-sí, que es la cosa en-sí en
sí misma. Nuestro mundo está condicionado por nuestros sentidos. Es
por eso que Schopenhauer, que tuvo a Kant entre sus influencias, y
siguiendo la línea del idealismo alemán, sentenció: "El mundo es mi
representación".

Entonces, vamos nuevamente, si uno no puede estar seguro de cómo luce


su propia nariz, ¿cómo puede estarlo respecto a la totalidad de su
cuerpo? ¿Cómo puede uno confiar en su propio relato de lo que dice ser,
que incluso pertenece a lo ininteligible? ¿Si estoy condicionado por mis
sentidos y mi percepción no puede brindarme un retrato totalmente
fidedigno de cómo me veo, que tanto puedo confiar en lo que digo ser?
Porque si empiezo a dudar de cómo luzco, que está merced de la mirada
de cualquiera, entonces lo que pienso sobre mi vida, sobre mi persona,
que es infinitamente más complejo, debería entrar, siguiendo en la lógica
expuesta, en el más profundo escepticismo.
Se verá que las personas viven primordialmente de sus propios relatos.
Toda persona hace literatura con su existencia, al contar cómo era, cómo
es, cómo se siente, las experiencias que vivió, lo que hicieron, lo que
hizo, todo cae en el terreno del relato, de la literatura. Es imposible no
vivir de lo que uno piensa de sí mismo y de lo que cree hacer. Son relatos
que se reiteran y se extienden como si fuese una obra personal, en la que
cada uno cree, en mayor o menor medida, que es lo que dice ser y que
hace lo que dice hacer.

Sin embargo, cada vez que me encuentro con un otro, mi mundo se


convulsiona, entra en crisis, y las verdades son puestas a examen por
ese otro. Porque si hay algo que NO puedo evitar es que los demás se
creen su propio relato de lo que soy y de cómo luzco. Ese es el terror que
produce la mirada del otro (ya entramos en Sartre, y esto fue tratado en
otro post), porque esa mirada que no me es propia me arranca de mi
realidad, cuestiona mi verdad y mi relato es puesto en tela de juicio por
medio de la mirada ajena. El otro siempre me está definiendo, así como
yo lo defino a él. Y es una inexorable pesadilla, porque el otro se puede
hacer una idea de mi persona, en cuerpo y alma, que me sea
absolutamente desagradable, pero por mucho que lo niegue, no puedo
evitarlo, esa persona me arrebata a mí mismo y recrea mi persona acorde
a su percepción, porque en definitiva, no puedo hacer que el otro me vea
tal cual y como yo quiero que me vea.

Vamos cerrando. La identidad del yo es contingente, está siempre en


devenir. No es una verdad absoluta y por lo tanto acabada. El único que
puede presentarse como "Yo soy yo" es Dios, porque Dios, en caso de
existir (pero no entraré en esta cuestión ahora), es el SER ABSOLUTO.
Dios es el Ser con mayúsculas, es todopoderoso, omnisciente y
omnipresente. Un SER ABSOLUTO sí puede decir YO SOY YO, porque lo
absoluto no cambia, no se modifica, no sufre alteración, dado que es la
perfección acabada, su esencia no está en devenir ni es contingente
como la de cualquier mortal.
Muy por lo contrario, nosotros los mortales tenemos una identidad que se
compone por múltiples factores que pueden cambiar y nuestra esencia es
el río de la metáfora de Heráclito. Somos contingencia, así que ninguno
de nosotros puede decir "Yo soy el que soy", "Yo soy yo" ni expresiones
similares. Además, debemos recordar que nada está determinado, que
somos devenir, un proyecto siempre a realizarse, y que apenas
sostenemos nuestros nombres y apellidos, pero lo demás, está sometido
al cambio y a la reflexión ininterrumpida. Y en cuanto a cómo nos vemos,
tendremos que aceptar que lo que vemos en el espejo no es más que una
representación, una recreación de nuestra percepción sensible y que
nuestra apreciación sobre nuestro rostro está tan condicionada como la
del vecino que nos saluda a la mañana.

Y si no lo creen así, prueben posarse frente al espejo y los reto a que le


lancen una mirada extraña, una mirada extrañada, pero desde ya les
advierto que no lo conseguirán nunca, porque no pueden sorprenderse a
ustedes mismos, ni pueden engañar a su propia percepción. Cada vez que
se ubiquen frente al espejo, inmediatamente tomarán posesión de su YO,
y ese YO, ya no les permitirá acceder a otra cosa que no sea la
percepción sensible de quien mira. El YO es mi representación.

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