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Oración para óbtener lós siete dónes del

Espíritu Santó
Rógamós, pues, al clementísimó Padre pór medió de
ti, su Unigenitó, hechó hómbre pór nuestró amór,
crucificadó y glórificadó, que de sus tesórós envíe
sóbre nósótrós el Espíritu de la gracia septifórme, el
cual descansó en ti en tóda su plenitud. El espíritu de
Sabiduría para que gustemós el frutó del arból de la
vida que eres Tu y lós sabóres que recrean la vida. El
dón del Entendimientó cón que sean esclarecidós lós
ójós de nuestra mente. El dón del Cónsejó para
caminar, siguiendó tus pisadas, pór las sendas de la
rectitud. El dón de la Fórtaleza para triunfar de la
viólencia de lós enemigós que nós cómbaten. El dón
de la Ciencia para que, alumbradós cón lós fulgóres
de la sacra dóctrina, hagamós juició rectó del bien y
del mal. El dón de la Piedad para vestimós de las
entranas de misericórdia. El dón de Temór cón que,
aparta ndónós de tódó ló maló, dulcemente
repósemós en la sujeción reverencial a tu eterna
Majestad.

Estas cósas nós ensenaste a pedir en esa santa


óración, y estas te suplicamós ahóra, pór tu cruz, nós
alcances para glória de tu santísimó nómbre, al cual
cón el Padre y el Espíritu Santó sea tódó hónór y
glória, el hacimientó de gracias, el lóór y el imperió
pór infinitós siglós de siglós. Amen.
«¡Mujer, ahí tienes a tu Hijo!
¡Hijo, ahí tienes a tu Madre!»

Desde lo alto de la Cruz. Desde el dolor. Desde el olvido y traición de tantos,


la incomprensión de tantos, el Señor Jesús tiene unas palabras cargadas de
dulzura y sentido profético para con su Madre. ¡Mujer, ahí tienes a tu Hijo!, le
dice a Santa María. Es una palabra con ecos que provienen de los umbrales de
la historia cuando Dios le prometió al hombre que la Salvación habría de
venir. Desde la misma Cruz del dolor y de la esperanza, el Señor ilumina la
identidad de su Madre. Jesús le dice que Ella es la Mujer, aquella de quien
dependió el ingreso de la Salvación en la historia. En esta palabra el Señor
esboza y resume lo grandioso del misterio de María, su rol dinámico
participatorio en la historia salvífica de la humanidad. Su maternidad no es un
hecho aislado, revela Jesús; su maternidad es piedra angular de la vida del
cristiano, luz que esclarece, calor que alienta, fuerza y esperanza que
cimientan.

Y, completando el mensaje que alguien ha llamado el último testamento del


Señor, Jesús le dice a todos sus amigos fieles en aquel que es el apóstol fiel
por excelencia: ¡Hijo, ahí tienes a tu Madre! Al hablarnos a todos nosotros en
San Juan, el Señor Jesús, desde la Cruz de la Salvación nos confirma el
misterio de la maternidad espiritual de María. Ella, ¡la Madre de Dios!,
¡Madre nuestra! ¡Qué hermoso legado del Hermano mayor! Hay en esto todo
un programa de vida, todo un camino para el peregrino que siente en su
corazón la nostalgia del encuentro con el Padre. Cada hecho, cada palabra del
Señor recogida en el Evangelio son iluminación del sendero que nos conduce
a la semejanza, a la Casa del Padre.

¡María, nuestra Madre! Por voluntad del Señor, María madre de todos los que
buscan abrirse a Jesús en un encuentro planificador que guíe todos los
momentos de su permanencia en el mundo. Por los propios designios del
Salvador, Él nos señala el camino más adecuado de aproximación: por María.
San Pío X, haciéndose eco de la voluntad de Dios, decía: «No hay camino más
seguro y fácil que María por el cual los hombres pueden llegar a Cristo». Y es
que todo en María apunta a Jesús. Amando a María se llega a amar
plenamente al Señor Jesús.

Luis Fernando Figari


«Mujer, he ahí a tu hijo»

1. Después de recordar la presencia de María y de las demás mujeres al


pie de la cruz del Señor, san Juan refiere: "Jesús, viendo a su madre y
junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: "Mujer, he ahí
a tu hijo". Luego dice al discípulo: "He ahí a tu madre"" (Jn 19, 26-27).

Estas palabras, particularmente conmovedoras, constituyen una


"escena de revelación": revelan los profundos sentimientos de Cristo en
su agonía y entrañan una gran riqueza de significados para la fe y la
espiritualidad cristiana. En efecto, el Mesías crucificado, al final de su
vida terrena, dirigiéndose a su madre y al discípulo a quien amaba,
establece relaciones nuevas de amor entre María y los cristianos.

Esas palabras, interpretadas a veces únicamente como manifestación


de la piedad filial de Jesús hacia su madre, encomendada para el futuro
al discípulo predilecto, van mucho más allá de la necesidad contingente
de resolver un problema familiar. En efecto, la consideración atenta del
texto, confirmada por la interpretación de muchos Padres y por el
común sentir eclesial, con esa doble entrega de Jesús, nos sitúa ante
uno de los hechos más importantes para comprender el papel de la
Virgen en la economía de la salvación.

Las palabras de Jesús agonizante, en realidad, revelan que su principal


intención no es confiar su madre a Juan, sino entregar el discípulo a
María, asignándole una nueva misión materna. Además, el apelativo
"mujer", que Jesús usa también en las bodas de Caná para llevar a
María a una nueva dimensión de su misión de Madre, muestra que las
palabras del Salvador no son fruto de un simple sentimiento de afecto
filial, sino que quieren situarse en un plano más elevado.

2. La muerte de Jesús, a pesar de causar el máximo sufrimiento en


María, no cambia de por sí sus condiciones habituales de vida. En
efecto, al salir de Nazaret para comenzar su vida pública, Jesús ya
había dejado sola a su madre. Además, la presencia al pie de la cruz de
su pariente María de Cleofás permite suponer que la Virgen mantenía
buenas relaciones con su familia y sus parientes, entre los cuales podía
haber encontrado acogida después de la muerte de su Hijo.

Las palabras de Jesús, por el contrario, asumen su significado más


auténtico en el marco de la misión salvífica. Pronunciadas en el
momento del sacrificio redentor, esa circunstancia les confiere su valor
más alto. En efecto, el evangelista, después de las expresiones de Jesús
a su madre, añade un inciso significativo: "sabiendo Jesús que ya todo
estaba cumplido" (Jn 19, 28), como si quisiera subrayar que había
culminado su sacrificio al encomendar su madre a Juan y, en él, a
todos los hombres, de los que ella se convierte en Madre en la obra de
la salvación.

3. La realidad que producen las palabras de Jesús, es decir, la


maternidad de María con respecto al discípulo, constituye un nuevo
signo del gran amor que impulsó a Jesús a dar su vida por todos los
hombres. En el Calvario ese amor se manifiesta al entregar una madre,
la suya, que así se convierte también en madre nuestra.

Es preciso recordar que, según la tradición, de hecho, la Virgen


reconoció a Juan como hijo suyo; pero ese privilegio fue interpretado
por el pueblo cristiano, ya desde el inicio, como signo de una
generación espiritual referida a la humanidad entera.

La maternidad universal de María, la "Mujer" de las bodas de Caná y


del Calvario, recuerda a Eva, "madre de todos los vivientes" (Gn 3, 20).
Sin embargo, mientras ésta había contribuido al ingreso del pecado en
el mundo, la nueva Eva, María, coopera en el acontecimiento salvífico
de la Redención. Así en la Virgen, la figura de la "mujer" queda
rehabilitada y la maternidad asume la tarea de difundir entre los
hombres la vida nueva en Cristo.

Con miras a esa misión, a la Madre se le pide el sacrificio, para ella muy
doloroso, de aceptar la muerte de su Unigénito. Las palabras de Jesús:
"Mujer, he ahí a tu hijo", permiten a María intuir la nueva relación
materna que prolongaría y ampliaría la anterior. Su "sí" a ese proyecto
constituye, por consiguiente, una aceptación del sacrificio de Cristo,
que ella generosamente acoge, adhiriéndose a la voluntad divina.
Aunque en el designio de Dios la maternidad de María estaba
destinada desde el inicio a extenderse a toda la humanidad, sólo en el
Calvario, en virtud del sacrificio de Cristo, se manifiesta en su
dimensión universal.

Las palabras de Jesús: "He ahí a tu hijo", realizan lo que expresan,


constituyendo a María madre de Juan y de todos los discípulos
destinados a recibir el don de la gracia divina.

4. Jesús en la cruz no proclamó formalmente la maternidad universal


de María, pero instauró una relación materna concreta entre ella y el
discípulo predilecto. En esta opción del Señor se puede descubrir la
preocupación de que esa maternidad no sea interpretada en sentido
vago, sino que indique la intensa y personal relación de María con cada
uno de los cristianos.
Ojalá que cada uno de nosotros, precisamente por esta maternidad
universal concreta de María, reconozca plenamente en ella a su madre,
encomendándose con confianza a su amor materno.

Mujer, he ahí a tu hijo


María se convierte en Madre en la obra de la salvación.

Por: Ministerio Unción de Costa Rica | Fuente: Ministerio Unción de Costa Rica

Después de recordar la presencia de María y de las demás mujeres al


pie de la cruz del Señor, san Juan refiere: "Jesús, viendo a su madre y
junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: "Mujer, he
ahí a tu hijo". Luego dice al discípulo: "He ahí a tu madre" (Jn 19, 26-
27).

Estas palabras, particularmente conmovedoras, constituyen


una "escena de revelación": revelan los profundos sentimientos de Cristo en su agonía y
entrañan una gran riqueza de significados para la fe y la espiritualidad cristiana. En
efecto, el Mesías crucificado, al final de su vida terrena, dirigiéndose a su Madre y al
discípulo a quien amaba, establece relaciones nuevas de amor entre María y los
cristianos.

Esas palabras, interpretadas a veces únicamente como manifestación de la piedad filial


de Jesús hacia su Madre, encomendada para el futuro al discípulo predilecto, van mucho
más allá de la necesidad contingente de resolver un problema familiar. En efecto, la
consideración atenta del texto, confirmada por la interpretación de muchos Padres y por
el común sentir eclesial, con esa doble entrega de Jesús, nos sitúa ante uno de los
hechos más importantes para comprender el papel de la Virgen en la economía de la
salvación.

Las palabras de Jesús agonizante, en realidad, revelan que su principal intención no es


confiar su Madre a Juan, sino entregar el discípulo a María, asignándole una nueva
misión materna. Además, el apelativo "mujer", que Jesús usa también en las bodas de
Caná para llevar a María a una nueva dimensión de su misión de Madre, muestra que las
palabras del Salvador no son fruto de un simple sentimiento de afecto filial, sino que
quieren situarse en un plano más elevado.

La muerte de Jesús, a pesar de causar el máximo sufrimiento en María, no cambia de


por sí sus condiciones habituales de vida. En efecto, al salir de Nazaret para comenzar
su vida pública, Jesús ya había dejado sola a su Madre. Además, la presencia al pie de la
cruz de su pariente María de Cleofás permite suponer que la Virgen mantenía buenas
relaciones con su familia y sus parientes, entre los cuales podía haber encontrado
acogida después de la muerte de su Hijo.

Las palabras de Jesús, por el contrario, asumen su significado más auténtico en el marco
de la misión salvífica. Pronunciadas en el momento del sacrificio redentor, esa
circunstancia les confiere su valor más alto. En efecto, el evangelista, después de las
expresiones de Jesús a su Madre, añade un inciso significativo: "sabiendo Jesús que ya
todo estaba cumplido" (Jn 19, 28), como si quisiera subrayar que había culminado su
sacrificio al encomendar su Madre a Juan y, en él, a todos los hombres, de los que Ella
se convierte en Madre en la obra de la salvación.

La realidad que producen las palabras de Jesús, es decir, la maternidad de María con
respecto al discípulo, constituye un nuevo signo del gran amor que impulsó a Jesús a
dar su vida por todos los hombres. En el Calvario ese amor se manifiesta al entregar una
madre, la suya, que así se convierte también en Madre nuestra.

Es preciso recordar que, según la tradición, de hecho, la Virgen reconoció a Juan como
hijo suyo; pero ese privilegio fue interpretado por el pueblo cristiano, ya desde el inicio,
como signo de una generación espiritual referida a la humanidad entera.

La maternidad universal de María, la "Mujer" de las bodas de Caná y del Calvario,


recuerda a Eva, "madre de todos los vivientes" (Gn 3, 20). Sin embargo, mientras ésta
había contribuido al ingreso del pecado en el mundo, la nueva Eva, María, coopera en el
acontecimiento salvífico de la Redención. Así en la Virgen, la figura de
la "mujer" queda rehabilitada y la maternidad asume la tarea de difundir entre los
hombres la vida nueva en Cristo.

Con miras a esa misión, a la Madre se le pide el sacrificio, para Ella muy doloroso, de
aceptar la muerte de su Unigénito. Las palabras de Jesús: "Mujer, he ahí a tu hijo",
permiten a María intuir la nueva relación materna que prolongaría y ampliaría la
anterior. Su "sí" a ese proyecto constituye, por consiguiente, una aceptación del
sacrificio de Cristo, que Ella generosamente acoge, adhiriéndose a la voluntad divina.
Aunque en el designio de Dios la maternidad de María estaba destinada desde el inicio a
extenderse a toda la humanidad, sólo en el Calvario, en virtud del sacrificio de Cristo, se
manifiesta en su dimensión universal.

Las palabras de Jesús: "He ahí a tu hijo", realizan lo que expresan, constituyendo a
María Madre de Juan y de todos los discípulos destinados a recibir el don de la gracia
divina.

Jesús en la cruz no proclamó formalmente la maternidad universal de María, pero


instauró una relación materna concreta entre Ella y el discípulo predilecto. En esta
opción del Señor se puede descubrir la preocupación de que esa maternidad no sea
interpretada en sentido vago, sino que indique la intensa y personal relación de María
con cada uno de los cristianos.

Ojalá que cada uno de nosotros, precisamente por esta maternidad universal concreta de
María, reconozca plenamente en Ella a su Madre, encomendándose con confianza a su
amor materno.
- Mujer, he ahí tu hijo...
¿Es María la madre espiritual de los creyentes?
por Daniel Sapia
(Los textos del Catecismo Católico se escribirán en AZUL, los textos Bíblicos en ROJO)
"Jesús es el Hijo único de María. Pero la maternidad espiritual de
María se extiende (cf. Jn 19, 26-27 (*); Ap 12, 17) a todos los
hombres a los cuales, El vino a salvar: "Dio a luz al Hijo, al que
Dios constituyó el mayor de muchos hermanos (Rom 8,29), es decir,
de los creyentes, a cuyo nacimiento y educación colabora con amor
de madre" (LG 63)." (Catecismo N° 501)

(*)

“Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su


madre, María mujer de Cleofas, y María Magdalena. Cuando vio Jesús
a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente,
dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al
discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la
recibió en su casa.” (Juan 19:25-27)

¿Expresan estas palabras de Jesús la intención de


suscitar en el creyente una actitud de amor y confianza
en María, impulsándolo a reconocer en ella a su propia
madre?

En principio no existe el menor motivo para comprender otra cosa más que lo
que ese texto relata, a saber, que ante el inminente desenlace del sacrificio en
la cruz, Jesús pone a Su madre al cuidado de Juan, su discípulo amado (Juan
19:26), quién a partir de ese momento vivió con él (versículo 27).

A partir de las 9 palabras del versículo podemos tejer un sin número de


suposiciones tendientes a justificar tal o cual creencia respecto a las intenciones
perseguidas por Jesús. ABSOLUTAMENTE NINGUNA tendrá asidero bíblico, más
allá de la que sostiene que Jesús, amorosamente atento a cada detalle, está
confiando el cuidado de Su madre en manos del discípulo amado.

Pero.. ¿y su esposo José?

La última vez que el esposo de María es nombrado en la Escritura es en Lucas


2:41-52, cuando Jesús, quién contaba con 12 años de edad, "se pierde" en
Jerusalén, lo cual sucedió aproximadamente 21 años antes de Su
crucifixión. Por ende, no sería en absoluto extraño considerar la posibilidad de
que, a esta altura, María haya quedado viuda.

Referente a José, esposo de María, un comentarista bíblico dice:

«No se le nombra más con María y los hermanos de Jesús, y la entrega


que Jesús hace de su madre al cuidado de Juan, al pie de la cruz, hace
pensar que José ya había muerto entonces (Jn 19.26, 27)» Nelson,
Wilton M., Nuevo Diccionario Ilustrado de la Biblia, (Nashville, TN:
Editorial Caribe) 2000, c1998.

¿Y los hermanos de Jesús?

De los hermanos de Jesús las Escrituras declaran que hasta ese momento eran
“incrédulos” de la misión redentora de Cristo (Juan 7:5). Recién en Hechos de
los Apóstoles 1:14 vemos la participación de los hermanos de Jesús en el
ministerio. Y posteriormente también en 1 Cor 9:5 y Gal 1:19 y 2:9, etc., con lo
cual es razonable el motivo por el cual Jesús prefiriera en ese momento
encomendar a Su madre al cuidado del apóstol Juan.

Una perla para reflexionar: Uno de los textos citados precedentemente


dice:
Mujer, he ahí a tu hijo"..."He ahí a tu
madre"
“Estaban junto a la cruz de Jesús su
madre, y la hermana de su madre,
María mujer de Cleofas, y María
Magdalena. 26Cuando vio Jesús a
su madre, y al discípulo a quien él
amaba, que estaba presente, dijo a
su madre: Mujer, he ahí tu
hijo. 27Después dijo al discípulo: He
ahí tu madre. Y desde aquella hora
el discípulo la recibió en su casa” Jn
19.25-27

Tercera Palabra de Jesús en la


Cruz

Esta es la tercera frase que se registra en la Biblia: ´Mujer, he


ahí tu hijo´…´He ahí tu madre´. Es importante recordar que
Jesús estaba aún padeciendo el terrible dolor de las torturas
previas, las profecías reflejadas en el libro de Isaías estaban
siendo cumplidas a cabalidad. A su alrededor lo se veían
soldados echando suertes por sus ropas, otro crucificado
tentándolo a demostrarle que era el Hijo de Dios, sacerdotes y
el pueblo a quien el mismo le predicó burlándose de su
majestad, discípulos atemorizados, en fin, gran cantidad de
gente infiel e ilimitada en crueldad a su alrededor.

Seguramente cualquier ser humano se hubiese concentrado en


esa imagen, pero Jesús, siendo también Dios, pudo ver más
allá, pudo enfocarse en lo bueno, en lo que realmente valía la
pena ocuparse: sus siervos fieles y valientes: María y Juan.
En algunos comentarios que he tenido la oportunidad de
escudriñar, he notado algo de sorpresa acerca del hecho de
que Jesús se haya dirigido a María como “mujer” (ó “apreciada
mujer” según la NTV) y no como “madre”. Otros opinan que en
ese momento Jesús hablaba como Dios y no como hombre.
Sin embargo, tomando en cuenta las circunstancias extremas a
las cuales fue sometido nuestro Señor al instante en que se
dirigió a María y a Juan, pienso que Jesús se manifestó como
ambos, Dios y hombre.

De la misma manera que Jesús habló como Dios, como el


mesías, cuando dijo “hoy estarás conmigo en el paraíso”, así
mismo habló a esos dos seres amados que demostraron su
devoción al estar allí. Jesús se expresó como Dios al dirigirse a
María como una de sus más obedientes siervas, dándole una
última instrucción de vincularse a su discípulo amado, y
dirigiéndose a éste también para establecer Su voluntad.

Por otro lado, es innegable su reacción como hombre, en


donde pone de manifiesto el amor inmutable por la mujer que
acepto el reto de traerlo al mundo y asumir la responsabilidad
de proteger y criar al Hijo de Dios. Ni siquiera en medio de
tanto sufrimiento Jesús deja a un lado a la familia, no olvida
honrar a aquella mujer que llamó madre durante tantos años y
quien ahora, a los pies de la cruz, sufría junto con Él. Y quién
mejor para consolarla y cuidarla que su mejor amigo, ese
hombre fiel en las buenas y en las malas, el único de sus
discípulos que se mantuvo firme y valiente cerca de su líder, su
amigo, su Dios.

Nuestro salvador definitivamente fue Dios hecho hombre:

“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en


Cristo Jesús,6el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser
igual a Dios como cosa a que aferrarse, 7sino que se despojó a
sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los
hombres; 8y estando en la condición de hombre, se humilló a sí
mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de
cruz”. (Filipenses 2.5-8)

Hay dos valores en los cuales quisiera enfocarme en este


tema:
1. El valor de la familia.
2. El valor de la amistad.
1. EL VALOR DE LA FAMILIA:

“Honra a tu padre y a tu madre, como Jehová tu Dios te ha


mandado, para que sean prolongados tus días, y para que te
vaya bien sobre la tierra que Jehová tu Dios te da” Dt 5.16 (Ex
20.12)

Jesús como hombre, en todo momento estuvo pendiente de la


que fue su familia terrenal, tal vez al momento de Su crucifixión
José (el que ejerció el rol de padre terrenal) había muerto,
quizás se dio cuenta de que sus hermanos no podrían cuidarla
como lo haría Juan, esto es algo que no se narra en la Palabra,
pero de lo que podemos estar absolutamente seguros es que
Jesús honró a su madre y a su padre, que ni siquiera en el peor
momento de su vida los desamparó.

El ser humano tiende a ser egoísta, cuando atravesamos por


circunstancias que a nuestro parecer son determinantes para
nuestro futuro, dejamos todo a un lado y nos avocamos a
resolver nuestro problema. Olvidamos que nuestras acciones
también afectan a aquellos más cercanos a nosotros. Todo lo
que hagamos, sea bueno o malo, influye en la vida de nuestros
seres queridos, positiva ó negativamente.

Dios está interesado en que la familia permanezca unida, bajo


su cobertura, obedientes a Su voluntad.

Dios es un Dios de orden, piensa en absolutamente todo, aún


en lo que no pedimos, incluso en lo que creemos que no
necesitamos. Por eso es importante que nuestros ojos
espirituales sean abiertos y mantener la disposición a ser
obedientes.

Tal vez María tuvo que vivir un proceso de adaptación, quizás


algunas cosas de su nueva casa no le gustaban, pero ella
aceptó la autoridad de Jesús como la mejor opción para su
vida.

El valor de las palabras “autoridad, obediencia, respeto” es algo


que, desafortunadamente se ha ido perdiendo dentro de gran
parte de las familias auto-denominadas “modernas”.
El núcleo familiar que a Dios le agrada es aquel en donde
encontramos a Jesús como centro de su relación, un hogar en
donde los padres ejercen su autoridad con discernimiento y
sabiduría, unos hijos con carácter humilde y obediente,
escuderos de sus padres. En armonía con la Palabra de Dios,
unidos en oración y acción de gracias.
Dios ha colocado en las manos de los padres la vida de
pequeños para ser formados a su imagen y semejanza, y
llegado el momento, la vida de estos padres será colocada en
las manos de estos hijos. Todos tenemos una responsabilidad
delante de Dios y de nuestros seres amados.
Lamentablemente, es mucho más fácil olvidar lo que Dios
coloca en nuestras manos (familia, iglesia, amigos, trabajo),
que lo que nosotros colocamos en las suyas (sueños,
ambiciones, deseos, metas).

La probabilidad de que tengamos una lista de peticiones es


mayor a la probabilidad que hagamos una lista de las cosas por
las cuales darle gracias.

2. EL VALOR DE LA AMISTAD:

Con una gran bendición viene una gran responsabilidad. Juan tomó el
riesgo de estar a los pies de la cruz, fue el único discípulo que le dijo
no al temor, por lo cual el Señor vio en él al mejor sustituto para
encargarle a la persona más preciada, su madre, y creo firmemente
que con ese encargo también recibió mayor gracia y sabiduría, una
nueva unción que lo llevó a una comunicación más cercana con el
Espíritu Santo, siéndole revelado posteriormente todo lo que habría
de venir y que está recopilado en el libro de Apocalipsis. Juan habla
acerca del amor de Dios como ningún otro y fue el único discípulo
que murió anciano, sin ser torturado, sin sufrir una muerte violenta.
Una vez que le demostramos fidelidad, Jesús nos coloca como sus
sustitutos aquí en la tierra y nos encarga su gente, su casa, su
ministerio, sus dones y talentos.
Si usted supiera que hoy mismo parte con el Señor, ¿A quién le
pediría que vele por su familia? ¿Con quién hablaría para que se haga
cargo de sus bienes, sus proyectos? ¿A quién escogería
confiadamente?

En caso contrario, ¿Cree usted que alguien cercano a usted lo


escogería? ¿Su líder le confiaría su casa, su familia, sus
metas? Cual sea la respuesta pregúntese también: ¿Por qué?

¿Qué ocurre con los otros a quienes no se les otorga esa


confianza especial?:

En la Biblia vemos dos situaciones en las que se refleja


tensión, unos por pedir una preferencia que no merecían y
otros por manifestar preocupación por la cercanía de Jesús al
discípulo amado:

“35Entonces Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, se le acercaron,


diciendo: Maestro, querríamos que nos hagas lo que
pidiéremos.36El les dijo: ¿Qué queréis que os haga? 37Ellos le
dijeron: Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu
derecha, y el otro a tu izquierda” Mr 10.35-38

“41Cuando lo oyeron los diez, comenzaron a enojarse contra


Jacobo y contra Juan. 42Mas Jesús, llamándolos, les dijo:
Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las
naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre
ellas potestad. 43Pero no será así entre vosotros, sino que el
que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro
servidor, 44y el que de vosotros quiera ser el primero, será
siervo de todos”. Mr 10:41-44

Jacobo y Juan no entendían en ese mundo la clase de reino de


la que Jesús hablaba, ellos esperaban ser colocados en
lugares de honor, por encima de los demás, sin haber hecho el
menor esfuerzo. Enseguida vemos el desagrado del resto de
los discípulos.

¿Cuántas veces no hemos querido obtener cosas sin hacer el


debido esfuerzo para merecerlas?

Muchas veces pretendemos poseer la tierra prometida


pensando como los antiguos “Dios me sacó de allá para acá,
así que me tiene que proveer como sea”. Y realmente a Dios
no le agrada esa actitud.

Aquí también notamos el cambio radical que tuvo la vida de


Juan en comparación al hombre que estuvo al lado de María y
a los pies de Cristo. O sea que, SI SE PUEDE!

“20Volviéndose Pedro, vio que les seguía el discípulo a quien


amaba Jesús, el mismo que en la cena se había recostado al
lado de él, y le había dicho: Señor, ¿quién es el que te ha de
entregar? 21Cuando Pedro le vio, dijo a Jesús: Señor, ¿y qué de
éste? 22Jesús le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo
venga, ¿qué a ti? Sígueme tú. 23Este dicho se extendió
entonces entre los hermanos, que aquel discípulo no moriría.
Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si quiero que él
quede hasta que yo venga, ¿qué a ti?”Jn 21.20-23

El trato especial del Señor hacia Juan causó cierta


incomodidad en Pedro y tal vez otros discípulos,
lamentablemente esa es la reacción más común en el ser
humano, nos hacemos la pregunta retórica ¿Por qué él y no
yo? Antes de reconocer que esa persona tiene una especial
dedicación, interés, un valor agregado que a quien se hace la
pregunta seguramente me falta.

Biblia Del Diario Vivir comenta: Jn 21.21

21.21,22 Pedro preguntó a Jesús cómo moriría Juan. Jesús le contestó


que no debía preocuparse por eso. Tendemos a comparar nuestra vida
con otros, sea para racionalizar nuestro nivel de devoción a Cristo o
para cuestionar la justicia de Dios. Jesús nos contesta en la forma que
lo hizo a Pedro: «¿Qué a ti? ¡Sígueme tú!» 21.23 La tradición dice que
Juan, luego de pasar varios años exiliado en la isla de Patmos, volvió a
Éfeso, donde murió a una edad muy avanzada, al final del primer
siglo.

Hoy en día, vivimos en un mundo en donde, subliminalmente,


nos hace depender de muchas cosas. Por ejemplo, internet.
Personalmente, cuando hay problemas de conexión comienzo
a preocuparme y a dar vueltas como un trompo pensando las
miles de cosas que tengo en el correo electrónico y no he
bajado al computador, confiando en esa conexión permanente.

Cada vez que nos subimos a un vehículo manejado por otra


persona confiamos en que nada nos pasará, incluso si no la
conocemos (transporte público), y aún así vamos confiados.

Pero cuando se nos habla de colocar nuestra confianza en el


Señor allí dudamos. Pero Él no escatimó en confiar en
nosotros, colocó su vida en nuestras manos, y ahora nos pide
que nos acerquemos a Él para confiarnos mayores cosas.

Dios les bendiga!

Itala D´Ambrosio Silva

Creemos firmemente con la fe de la Iglesia que Santa María, por


ser la Madre de Cristo-Cabeza, lo es también de cada uno de los
miembros de Su Cuerpo místico, es decir, de cada uno de los hijos
e hijas de la Iglesia. María, en el orden espiritual, es
verdaderamente tu Madre.
Esta maternidad espiritual fue hecha explícita por Cristo desde la
Cruz, cuando refiriéndose a Juan le dijo a María: «Mujer, he ahí a
tu hijo», y refiriéndose a María le dijo a Juan: «he ahí a tu
madre»[1]. La Iglesia ha afirmado siempre que aquellas palabras
de Cristo trascienden a la persona misma de Juan, y que en él
todos los discípulos estamos representados. Por ello, aquella
realidad profunda y la voluntad expresada por Cristo en un
momento tan solemne deben ser acogidas por nosotros como un
Testamento espiritual, para actuar como lo hizo el apóstol Juan en
obediencia amorosa a su Maestro: «desde aquella hora el
discípulo la acogió en su casa»[2].

NUESTRA ASPIRACION Y VOCACION:


CONFIGURARNOS CON CRISTO, EL HIJO DE MARI A
La meta en nuestra vida cristiana es configurarnos con el Señor
Jesús, Hijo de Dios y de Santa María. En Cristo Dios se hizo
hombre, por obra del Espíritu Santo, para elevarnos a nuestra
verdadera grandeza y dignidad humana, más aún, para hacernos
partícipes de su misma naturaleza divina[3]. Él es el modelo de
plena humanidad. Ser santo, ser santa, es llegar a ser verdadera
y plenamente hombre, verdadera y plenamente mujer, en la
medida en que nos asemejamos cada vez más a Jesús, en la
medida en que crecemos hasta alcanzar su misma estatura, en la
medida en que Él vive en nosotros[4].
Configurarnos con Cristo implica vivir como Él vivió: «Quien
dice que permanece en Él, debe vivir como vivió Él»[5]. No se
puede creer en Jesucristo sin ser discípulo suyo. El que cree en
Jesús comprende que Él es «el Camino, la Verdad y la
Vida»[6], y por tanto se siente impulsado a recorrer ese Camino
para dejarse transformar por la Verdad que Él revela, a fin de
alcanzar y participar de la Vida que es Él mismo por acción del
Espíritu Santo. El verdadero creyente en Cristo lucha y se
esfuerza día a día por abrir su corazón a la acción de la gracia
divina para adquirir los mismos pensamientos y los mismos
sentimientos de Cristo, para actuar en la vida cotidiana como Él
lo haría. Es un proceso en el que la gracia de Dios, con nuestra
activa colaboración, nos va haciendo semejantes a Cristo.
Ahora bien, esta configuración con Jesús es «más que una
imitación, se trata de una transformación, de una conversión
total, ya que Jesús no es sólo un modelo para imitar, sino el
principio de vida interior»[7]. Este proceso, obra del Espíritu
Santo en nosotros, no es posible si no nos acercamos al Señor
Jesús, si no lo conocemos, si no creemos en Él, si no lo
amamos y permanecemos en su amor.
CONFIGURARNOS CON CRISTO POR LA PIEDAD
FILIAL
En la medida en que crece nuestra fe y amor a Cristo, «más
vamos descubriendo a María, lo que Ella es para Él, y con ello
lo que debe ser para nosotros y para el Pueblo de Dios
todo»[8]. Santa María es Madre amada de Jesús y también
Madre nuestra, en el orden espiritual. Esta realidad de la
maternidad espiritual de María, así como el amor que le
tenemos por ser Madre de Jesús y nuestra, se ha plasmado para
los miembros del MVC en un camino espiritual y en un
dinamismo apostólico .
UN CAMINO ESPIRITUAL
La piedad mariana o amor a Santa María se convierte para
nosotros, sus hijos, en un camino espiritual: la piedad filial. Al
decir camino espiritual queremos decir que es un sendero por el
cual el Espíritu divino va obrando en nosotros una
transformación interior, profunda, real, que apunta a adquirir la
semejanza plena con Cristo, por el amor. Como hemos
señalado, aunque en decidida cooperación con la gracia hemos
de poner todo cuanto está de nuestra parte, nuestras solas
fuerzas o empeños son absolutamente insuficientes para lograr
adquirir la semejanza con el Señor Jesús. Es ante todo la acción
del Espíritu la que realiza esa transformación interior que actúa
en aquellos que desde su pequeñez cooperan con su fuerza y
gracia. Es el Espíritu divino el que nos conforma con Jesús.
Podemos preguntarnos ahora: ¿Cómo el amor a María se
convierte en un camino espiritual? Creemos, por el Testamento
que Jesús nos ha dejado desde el Altar de la Cruz, que en este
proceso de cooperación con el Espíritu divino la vivencia
intensa de la piedad o amor filial a Santa María es medio
privilegiado para avanzar hacia la plena configuración con el
Señor Jesús. Amar a María como el Señor Jesús la amó es
camino concreto para amar más a Cristo y dejarnos “amorizar”
totalmente, es decir, para dejarnos transformar por el amor
divino al punto de llegar a amar con los mismos amores de
Jesús.
POR CRISTO A MARIA, Y POR MARIA MAS
PLENAMENTE AL SENOR JESUS
Para amar a María como su Hijo la amó evidentemente hemos
de amar a Jesús en primer lugar. Quien aprende a amar a Jesús
se deja contagiar o inflamar por los mismos amores que
descubre arder en su Corazón: amor al Padre en el Espíritu;
amor a Santa María, su Madre; y amor a todos los seres
humanos. Si amo a Jesús, ¿no es lo propio procurar amar todo
lo que Él amó y en la misma medida con que Él amó? ¿No
debemos, por tanto, amar a Dios sobre todo, al prójimo como
Él nos ha amado, y amar también a María como Él la amó? Sí,
eso es a lo que Jesús nos invita desde la Cruz: a amar a su
Madre como Él la amó, porque es su Madre y porque es
también Madre nuestra: «he ahí a tu madre».
Al amar a María como Jesús la amó, al entrar en su corazón de
Madre y de discípula ejemplar, descubrimos que su Corazón
arde en un amor incomparable a Jesús, no sólo por ser su Hijo,
sino por ser Dios mismo que en sus entrañas virginales se hizo
hombre. Su Corazón está lleno de amor a Jesús, y es en la
escuela de su Inmaculado Corazón donde Ella nos enseña cómo
amar a su Hijo, cómo amarlo más, cómo amarlo como sólo Ella
supo amarlo, con un amor puro y fiel que se hace obediencia a
su palabra, a sus enseñanzas, que se hace vida cristiana en lo
cotidiano: «haced lo que Él os diga»[9].
De este modo el amor a María se convierte en un camino
espiritual, es decir, en un camino de crecimiento en nuestra
configuración con Cristo: crecemos en nuestro amor a
Jesucristo, un amor que nos lleva a conocer más y mejor a
Jesús, a reconocerle como Señor y a amarlo con un amor que
nos lleva a pensar y obrar como Él nos ha enseñado .
UN DINAMISMO APOSTOLICO
El apóstóladó es córólarió de la maternidad espiritual
de María, es decir, una cónsecuencia directa de su ser
Madre. El Senór Jesu s, al próclamar a María Madre de
lós discípulós, le cónfía una misión particular: dar a luz
a Jesus en lós córazónes humanós, prócurar que la vida
nueva de Cristó sea acógida, crezca, se fórtalezca en cada
unó de sus hijós e hijas, educarlós para que se asemejen
cada vez mas al divinó Módeló, su Hijó Jesucristó.
En óbediencia al Testamentó de su Hijó, Santa María a la vez
que intercede incansablemente pór nósótrós busca
educarnós, bajó su guía maternal, para vivir en las
cóórdenadas de su amór a Jesus y para respónder en tódó al
Plan divinó. Caminandó en su cómpanía aprendemós a vivir
en plenitud la vida cristiana buscandó cónvertir, cómó Ella,
nuestra vida en una liturgia cóntinua.
Esa es la misió n de nuestra Madre, misió n en la que sus
hijós e hijas estamós llamadós a cóóperar cón amór filial.
Seguir el caminó de la piedad filial cónfigurante, a la vez que
nós trasfórma interiórmente, nós lleva necesariamente al
anunció del Evangelió en las diversas realidades humanas, a
estar siempre dispuestós a participar y cóóperar
infatigablemente en la misió n evangelizadóra de la Iglesia,
para que el Evangelió de Jesucristó siga siendó próclamadó
a tódós y transfórme cuantó este «en cóntraste cón la
Palabra de Diós y cón el designió de salvació n»[10].

CITAS PARA MEDITAR


Guía para la Oración
Jesu s nós entrega a María cómó madre: Jn 19,25-27
La respuesta del discípuló: Jn 19,27
Marí a nós lleva mas plenamente al Senór Jesus: Jn 2,5. A la
plena cónfiguració n cón Cristó: Ef 4,13; ver Gal 2,20
Madre de Jesus y nuestra, nós ensena cón su ejempló la
óbediencia a Diós y a sus mandamientós: Lc 11,27-
28; Mt 7,21; Stgó 1,25
Cómó Madre, intercede pór nuestras necesidades: Jn 2,3

PREGUNTAS PARA EL DIALOGO


En obediencia al Testamento del Señor en la Cruz, ¿hago de la
piedad filial a María mi camino de conformación con Jesús?
¿Procuro amar a María tanto como la amó su Hijo? ¿Cómo
puedo alimentar más mi amor filial a la Virgen María?
¿Miro a Santa María para aprender de sus lecciones
maternales? ¿Es su Inmaculado Corazón un continuo referente
para mí? ¿Busco que mi amor al Señor arda como ardió el
suyo? En medio de una cultura tan sexualizada y hedonista,
¿procuro rodear y cuidar mi corazón con las rosas blancas de
pureza, para que no se marchite mi amor a Dios? ¿Acepto con
paciencia y firmeza la espada del dolor, que trae consigo la
fidelidad al Señor y a su Evangelio?

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