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Espíritu Santó
Rógamós, pues, al clementísimó Padre pór medió de
ti, su Unigenitó, hechó hómbre pór nuestró amór,
crucificadó y glórificadó, que de sus tesórós envíe
sóbre nósótrós el Espíritu de la gracia septifórme, el
cual descansó en ti en tóda su plenitud. El espíritu de
Sabiduría para que gustemós el frutó del arból de la
vida que eres Tu y lós sabóres que recrean la vida. El
dón del Entendimientó cón que sean esclarecidós lós
ójós de nuestra mente. El dón del Cónsejó para
caminar, siguiendó tus pisadas, pór las sendas de la
rectitud. El dón de la Fórtaleza para triunfar de la
viólencia de lós enemigós que nós cómbaten. El dón
de la Ciencia para que, alumbradós cón lós fulgóres
de la sacra dóctrina, hagamós juició rectó del bien y
del mal. El dón de la Piedad para vestimós de las
entranas de misericórdia. El dón de Temór cón que,
aparta ndónós de tódó ló maló, dulcemente
repósemós en la sujeción reverencial a tu eterna
Majestad.
¡María, nuestra Madre! Por voluntad del Señor, María madre de todos los que
buscan abrirse a Jesús en un encuentro planificador que guíe todos los
momentos de su permanencia en el mundo. Por los propios designios del
Salvador, Él nos señala el camino más adecuado de aproximación: por María.
San Pío X, haciéndose eco de la voluntad de Dios, decía: «No hay camino más
seguro y fácil que María por el cual los hombres pueden llegar a Cristo». Y es
que todo en María apunta a Jesús. Amando a María se llega a amar
plenamente al Señor Jesús.
Con miras a esa misión, a la Madre se le pide el sacrificio, para ella muy
doloroso, de aceptar la muerte de su Unigénito. Las palabras de Jesús:
"Mujer, he ahí a tu hijo", permiten a María intuir la nueva relación
materna que prolongaría y ampliaría la anterior. Su "sí" a ese proyecto
constituye, por consiguiente, una aceptación del sacrificio de Cristo,
que ella generosamente acoge, adhiriéndose a la voluntad divina.
Aunque en el designio de Dios la maternidad de María estaba
destinada desde el inicio a extenderse a toda la humanidad, sólo en el
Calvario, en virtud del sacrificio de Cristo, se manifiesta en su
dimensión universal.
Por: Ministerio Unción de Costa Rica | Fuente: Ministerio Unción de Costa Rica
Las palabras de Jesús, por el contrario, asumen su significado más auténtico en el marco
de la misión salvífica. Pronunciadas en el momento del sacrificio redentor, esa
circunstancia les confiere su valor más alto. En efecto, el evangelista, después de las
expresiones de Jesús a su Madre, añade un inciso significativo: "sabiendo Jesús que ya
todo estaba cumplido" (Jn 19, 28), como si quisiera subrayar que había culminado su
sacrificio al encomendar su Madre a Juan y, en él, a todos los hombres, de los que Ella
se convierte en Madre en la obra de la salvación.
La realidad que producen las palabras de Jesús, es decir, la maternidad de María con
respecto al discípulo, constituye un nuevo signo del gran amor que impulsó a Jesús a
dar su vida por todos los hombres. En el Calvario ese amor se manifiesta al entregar una
madre, la suya, que así se convierte también en Madre nuestra.
Es preciso recordar que, según la tradición, de hecho, la Virgen reconoció a Juan como
hijo suyo; pero ese privilegio fue interpretado por el pueblo cristiano, ya desde el inicio,
como signo de una generación espiritual referida a la humanidad entera.
Con miras a esa misión, a la Madre se le pide el sacrificio, para Ella muy doloroso, de
aceptar la muerte de su Unigénito. Las palabras de Jesús: "Mujer, he ahí a tu hijo",
permiten a María intuir la nueva relación materna que prolongaría y ampliaría la
anterior. Su "sí" a ese proyecto constituye, por consiguiente, una aceptación del
sacrificio de Cristo, que Ella generosamente acoge, adhiriéndose a la voluntad divina.
Aunque en el designio de Dios la maternidad de María estaba destinada desde el inicio a
extenderse a toda la humanidad, sólo en el Calvario, en virtud del sacrificio de Cristo, se
manifiesta en su dimensión universal.
Las palabras de Jesús: "He ahí a tu hijo", realizan lo que expresan, constituyendo a
María Madre de Juan y de todos los discípulos destinados a recibir el don de la gracia
divina.
Ojalá que cada uno de nosotros, precisamente por esta maternidad universal concreta de
María, reconozca plenamente en Ella a su Madre, encomendándose con confianza a su
amor materno.
- Mujer, he ahí tu hijo...
¿Es María la madre espiritual de los creyentes?
por Daniel Sapia
(Los textos del Catecismo Católico se escribirán en AZUL, los textos Bíblicos en ROJO)
"Jesús es el Hijo único de María. Pero la maternidad espiritual de
María se extiende (cf. Jn 19, 26-27 (*); Ap 12, 17) a todos los
hombres a los cuales, El vino a salvar: "Dio a luz al Hijo, al que
Dios constituyó el mayor de muchos hermanos (Rom 8,29), es decir,
de los creyentes, a cuyo nacimiento y educación colabora con amor
de madre" (LG 63)." (Catecismo N° 501)
(*)
En principio no existe el menor motivo para comprender otra cosa más que lo
que ese texto relata, a saber, que ante el inminente desenlace del sacrificio en
la cruz, Jesús pone a Su madre al cuidado de Juan, su discípulo amado (Juan
19:26), quién a partir de ese momento vivió con él (versículo 27).
De los hermanos de Jesús las Escrituras declaran que hasta ese momento eran
“incrédulos” de la misión redentora de Cristo (Juan 7:5). Recién en Hechos de
los Apóstoles 1:14 vemos la participación de los hermanos de Jesús en el
ministerio. Y posteriormente también en 1 Cor 9:5 y Gal 1:19 y 2:9, etc., con lo
cual es razonable el motivo por el cual Jesús prefiriera en ese momento
encomendar a Su madre al cuidado del apóstol Juan.
2. EL VALOR DE LA AMISTAD:
Con una gran bendición viene una gran responsabilidad. Juan tomó el
riesgo de estar a los pies de la cruz, fue el único discípulo que le dijo
no al temor, por lo cual el Señor vio en él al mejor sustituto para
encargarle a la persona más preciada, su madre, y creo firmemente
que con ese encargo también recibió mayor gracia y sabiduría, una
nueva unción que lo llevó a una comunicación más cercana con el
Espíritu Santo, siéndole revelado posteriormente todo lo que habría
de venir y que está recopilado en el libro de Apocalipsis. Juan habla
acerca del amor de Dios como ningún otro y fue el único discípulo
que murió anciano, sin ser torturado, sin sufrir una muerte violenta.
Una vez que le demostramos fidelidad, Jesús nos coloca como sus
sustitutos aquí en la tierra y nos encarga su gente, su casa, su
ministerio, sus dones y talentos.
Si usted supiera que hoy mismo parte con el Señor, ¿A quién le
pediría que vele por su familia? ¿Con quién hablaría para que se haga
cargo de sus bienes, sus proyectos? ¿A quién escogería
confiadamente?