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EL PRINCIPIO DE ORALIDAD EN EL PROCESO

Por el licenciado FERNANDO FLORES TREJO


Profesor de la Facultad de Derecho de la UNAM

En la vida del ser humano existen ocasiones que se califican de grata-


mente inolvidables, lo cual implica por sí, un gran suceso. El día de hoy
el calificativo que desearía emplear, es el de memorable, pues para mí
concurren circunstancias que dejarán huella imperecedera en mi ám-
bito emocional al estar en presencia de un MAGNO acontecimiento.
En efecto, el solo hecho de encontrarme en este hermoso recinto de
nuestra querida Facultad de Derecho, por cuyas aulas han transitado
los pensamientos más preclaros de nuestro México, constituye un suceso
que me enorgullece como universitario.
Por otro lado, la invitación para intentar transmitir a ustedes algu-
nas nociones procesales. representa personalmente un inmerecido honor.
Sin embargo, lo que implica el MAGNO ACONTECIMIENTO, es el mered-
dísimo reconocimiento a un verdadero hombre en el sentido que Rodó
le dio; a un auténtico universitario que en las alegrías y abatares de
nuestra máxima casa de estudios ha demostrado su cariño hacia ella
defendiéndola y enalteciéndola; a un estudioso de la ciencia del Dere-
cho, erudito de la rama procesal; a un egregio maestro que con su
enonne caudal de conocimientos y sus innovaciones pedagógicas, ha
transmitido durante 30 años sus valiosas enseñanzas a miles de estu-
diantes; al investigador denodado, que se alimenta del preciado néctar
de los libros; la sabiduría, y hace de ella su mejor aliado en la bús·
queda de la suprema axiología; al escritor incansable, que en su lenguaje
asequible encierra la exhaustividad, profundidad e infonnación de sus
estudios; al ser humano, que tiende la mano a su semejante sin esperar
nada a cambio. Todos estos elementos objetivos nos permiten imaginar
la figura de un distinguido personaje que en sus diversas facetas des-
empeña con devoción su misión vital.
Por ello y muchas virtudes más, es que rendimos este merecidísimo
homenaje al Dr. Fernando Flores Carda, pilar auténtico de la Univer-
sidad y de México.
Incompleta sería mi intervención, y ajena a todo ser que se precia
de bien nacido, sin aludir al ámbito subjetivo, que en este caso deja de
ser un simple criterio jurídico para convertirse en un sentido homenaje
personal a mi padre el Dr. Fernando Flores Garda, hombre sin par,
116 FERNANDO FLORES mEJO

mente separados entre sí. Por otro lado, faltando una intervención
directa y por ende un control del juez sobre el desarrollo del proceso,
las partes vinieron a ser prácticamente los árbitros del mismo, f'Iimi~
tados" por los términos legales, provocándose abusos entre las partes
valiéndose de los medios legales para dilatar el curso del proceso,
El fenómeno anterior se vio agravado por la introducción del princi.
pio que permitla la impugnación inmediata de toda providencia judi.
cial; de instrucción, interlocutoria y parcial con suspensión del proceso
principal, lo que retardaba todavía más el en sí largo proceso judicial.
Por último, un elemento que rige hasta nuestros días y que desde
aquella época dejaba entrever sus perjudiciales consecuencias. a la vez
de limitar la capacidad de juzgamiento del órgano jurisdiccional, fue
la instauración del sistema legal de valoración de la prueba.
Mediante éste, se establedan una serie de reglas en cuanto a la admi·
sión, rechazo y desahogo de los medios probatorios que las partes pre·
sentaban, además de extender al unísono los términos para tal efecto.
Estas normas propiciaban además, la falta de relación directa entre el
juzgador, las partes, los comparecientes y las personas que deponían
el medio de prueba. Por ejemplo, los testigos eran examinados en se·
creta por notarios o secretarios, originando que el juez desconociera
dichos medios de prueba propuestos.
Por otro lado, se limitaba igualmente la valoración que el juez pu·
diera hacer con respecto a las probanzas ofrecidas y desahogadas, ya
que tenía que sujetarse a las normas establecidas por el sistema tasado
o legal.
Este tortuoso e injusto procedimiento, imperó durante buena parte
de la Edad Media, pero su complejidad, duración y limitantes, eran
obstáculos que debían superarse. .
El movimiento que histórica y jurídicamente impulsó a la oralidad,
fue sin duda la Revolución Francesa, en el que mediante el cambio de
las estructuras jurídicas, basadas en las brillantes concepciones de Mon-
tesquieu, Rousseau, Voltaire y demás pensadores, desencadenó el dina·
mismo de la oralidad.
En primer lugar, se abolió el carácter privado del proceso jurisdic.
cional, dando cabida a un proceso completamente público. Posterior~
mente el pensamiento en torno a la oralidad se plasmó las obras legis.
lativas francesas, en las que se escindió la rama sustantiva de la adje-
tiva, imperando en esta última los procedimientos de carácter oral, por
lo que se considera a Francia como la nación vanguardista de la orali~
dad, introduciendo el predominio de la palabra hablada, la concentra·
ción y la valoración judicial de las pruebas.
En época posterior surgen dos códigos alemanes que regularon en
forma pormenorizada el sistema de la oralidad. Uno de ellos fue eICó·
digo de Hanover de 1850, precedente del Código de Procedimientos
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Civiles alemán de 1877, segundo de los ordenamientos citados. En


ellos se insertó la oralidad aunque en forma extrema, partiendo del
supuesto en que la única base de la decisión es la palabra de las partes
pronunciando ante el tribunal que conoce de la causa.
Por el año de 1895, surge en Austria otro Código Procesal Civil re-
presentativo de la oralidad. En este Código Adjetivo Civil austriaco, los
excesos del Código alemán arriba citado, fueron eliminados, combinán-
dose un proceso eminentemente oral en el que también la escritura era
utilizada. El órgano decisor entraba en relación inmediata y directa con
las partes y las pruebas son valoradas libremente por el juez; las im~
pugnaciones se limitan, y el juez durante todo el proceso tiene poderes
de dirección suficientes para garantizar un desarrollo rápido y orde~
nado del procedimiento.
Podríamos decir que este último Código, ha servido como piedra an-
gular de otras legislaciones procesales que han adoptado el sistema
procesal de la oralidad.

PRINCIPIOS FUNDAMENTALES DE LA ORALIDAD

Cuando nos referimos a principios, entendemos las bases y caracteríS"-


ticas de una institución; en el caso específico de la oralidad, deseamos
exponer las reglas fundamentales que la regulan.
Obedeciendo a un criterio lógico, el primer elemento del sistema pro~
cesal de la oralidad se cimenta en el predominio de la palabra hablada
como medio de expresión. Apuntábamos que esta circunstancia deviene
de un proceso histórico que forjó el nacimiento de la oralidad como
respuesta a un procedimiento jurisdiccional especialmente complejo
largo y tortuoso para las partes, pretendiendo agilizar la secuela proce~
dimental sin perder en ningún momento seguridad jurídica.
En este aspecto es conveniente puntualizar la trascendencia que en~
cierra este sistema procesal, que sería idóneo instaurar en los diversos
códigos adjetivos vigentes de nuestro país, en especial para dar cumpli-
miento a lo preceptuado por el artículo 17 constitucional, que a la
letra dice en la parte conducente: "Los tribunales estarán expeditos
para administrar justicia en los plazos y términos que fije la Ley; su
servicio será grattiito, quedando, en consecuencia prohibidas las costas
judiciales" .
Como se deduce, resulta una obligación constitucional el administrar
justicia por parte de los órganos judiciales dentro de los espacios tem-
porales fijados por la ley, sin embargo, si los plazos y términos resultan
amplios y frecuentes, se cumple con el mandato, pero la labor jurisdic-
cional resulta inadecuada. Como hemos visto, el sistema de la escritura en
aras de una exhaustiva seguridad jurídica concede a las partes ampli~
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tud en los plazos, frecuencia de estos y multitud de recursos para im-


pugnar, prácticamente, todo tipo de resoluciones judiciales, dando opor-
tunidad a que los negocios tiendan a dilatarse enormemente y con ello
la administración de justicia sea lenta y compleja, acumulándose ade-
más una serie de asuntos que originan un sensible rezago en todos los
niveles.
Por ello, es que este principio inicial de la oralidad resulta de gran
importancia y ayuda en fonna determinante al cumplimiento de la ad·
ministración de justicia en forma rápida y expedita.
Otro principio toral de la oralidad, consiste en la llamada INMEDIA-
CIÓN, según el cual considera Paliares que: "los debates, las pruebas y
alegatos deben llevarse a cabo ante el juez, procurando éste tener du-
rante el proceso el mayor contacto posible con las partes".'
Complementando la idea del destacado procesalista mexicano, añadi·
remos que este vínculo directo no solamente debe existir entre el juz·
gador y las partes, sino entre éste y todos los sujetos que participen en
el proceso jurisdiccional.
Este principio de inmediación, también es conocido Con el nombre
de inmediatez o inmediatividad y estriba en el conocimiento cabal que
el juez debe tener de todo el procedimiento no sólo Cama un ente pa-
sivo sino como participante activo en el mismo, analizando incluso la
conducta y actitudes que puedan tener las partes, percatándose incluso
de sus reacciones para atribuirles el valor adecuado y pronunciar con el
mayor número de elementos posibles, un fallo lo más apegado a lo que
en realidad ocurrió.
Por otro lado, la oralidad se cumplirá si es el tirular del órgano juris-
diccional el que, en forma inmediata alterne con las partes, diríamos
nosotros sin "intermediarios procesales" que puedan ser los auténticos
contactos con las partes y en cierta forma un testigo que diga al juez
lo que ocurrió en las audiencias y diligencias, sin que el juez se percate
de lo acontecido, y emita una resolución que pudiera ser injusta.
La asistencia del órgano jurisdiccional a las audiencias y diligencias
que se realizan a lo largo del proceso es fundamental para lograr el
cumplimiento de este trascendental principio, que como se puede apre·
ciar es parte medular de la oralidad.
Sobresale igualmente dentro de este sistema procesal, la llamada CON-
CENTRACIÓN, por virtud del cual se exige que las cuestiones litigiosas
sobre las que ha de recaer la sentencia, no se formulen separadamente,
sino que se reúnan y como sefiala el principio, se concentren para su
examen, prueba y decisión en una sola audiencia y si esto no es posible
en las que sean necesarias, pero que tengan lugar en fechas próximas
entre si. y en menor tiempo.
s PalIares. Eduardo. Diccionario de Derecho Procesal Civil, Editorial Porrúa, Mé-
xico. pp. 628 Y 629.
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Como puede deducirse, el espíritu que obedece a este principio es la
agilización del procedimiento para que su resolución se verifique con
la mayor prontitud posible, pero sin implicar en ningún momento sa~
crificio en la seguridad jurídica ni toma de decisión apresurada por
parte del órgano jurisdiccional, sino que éste con facultades de direc-
ción del proceso, lo lleve a feliz término buscando su rápida pero
justa solución.
Recordemos que uno de los vicios mayores del sistema escrito, es la
lentitud en su desarrollo, propiciada por la multiplicidad de etapas pro-
cesales, los plazos y términos amplios que hay en éstas, el espaciamiento
de las fases procesales y otros factores que dilatan el juicio_
Contrariamente, la concentración pretende optimizar el tiempo en el
proceso para que, de ser posible, en una sola audiencia, se resuelve
el conflicto de intereses planteados, o si esto no es factible, solventarlo
en el menor número de actuaciones procesales, garantizando una justa
solución_
Pensamos que rapidez y justicia no se contraponen, sino se comple-
mentan.

PANORAMA GENERAL DE LA ORALIDAD

Toda vez que los principios más destacados de la oralidad han sido
expuestos, creemos que existe una adecuada base de sustentación que
nos permitirá vislumbrar una óptica genérica acerca del sistema de la
oralidad, anotando sus ventajas y desventajas en relación a la escritura
así como su situación particular en diversos paises y la opinión de SO~
bresalientes procesalistas respecto del referido sistema_
De conformidad con la opinión de Chiovenda, en tanto que el proce-
dimiento oral tiende a concretarse en una o pocas audiencias próximas
entre sí, el procedimiento escrito se desarrolla en una serie indefinida
de fases o etapas procesales así como de términos, pudiendo estar ale-
jadas entre sí las audiencias respectivas, resaltando como importante,
que exista constancia por escrito de las actuaciones judiciales "sobre
las cuales el Juez deberá juzgar en un lejano día"_"
Para Goldschmidt "en aquello en que rige el principio de la oralidad,
todo y sólo lo oralmente expuesto constituye el fundamento de la sen-
tencia; el último debate oral es el que regula lo que ha de tenerse por
válido de lo aportado oralmente; esto significa que los acontecimientos
del último debate oral pueden precar de valor o los anteriormente co-
nocidos en el proceso".7

6 Chiovenda, José, ab. cit., tomo 111, p. 308.


1 Esta es la opinión de Goldschmidt, citado por el gran procesalista mexicano José
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Por su parte, el connotado autor alemán Kisch opina que en el pro-


cedimiento oral "las partes pueden emplear todos los medios de ataque
y defensa, formular peticiones, hacer afirmaciones, oponer las excep·
dones y aportar las pruebas y contrapruebas que dejaron pasar en un
periodo anterior, hasta el momento en que el tribunal dictara visto el
asunto y en condiciones de ser decidido".8 Continúa diciendo el autor
sobre el sistema de la oralidad que "el procedimiento no está sujeto a
amarres rígidos, sino que se deja adaptar a las necesidades del caso
concreto, las partes observan toda la diligencia por su propio interés".9
En nuestro país, encontramos opiniones similares de importantes pro-
cesalistas como Pallares, de Pina, Castillo Larrañaga, apoyando la pos-
tura de la oralidad. En contraposición a ello, encontramos el punto de
vista de Becerra Bautista al apuntar que: "Efectivamente. en teoría.
la base de sustentación del procedimiento oral. son los vicios o defi-
ciencias del escrito. que pueden reducirse a: insuficiencia, aridez y de-
mora. Respecto a la insuficiencia y demora se dice que en los procesos
escritos. el juez sólo toma. conocimiento de los hechos a través de largas
y fastidiosas sesiones. Por lo contrario en el oral, el juez está en contacto
con los testigos, los oye y puede apreciar su sinceridad y valorar sus
convicciones. En cuanto a la demora. se alega que los interrogatorios
a los testigos se prolongan indefinidamente en virtud de la tendencia
irresistible de los abogados de explayarse en pormenores sin importan-
cia; los autos duermen durante meses y el juez se encuentra frente a
un proceso que no conoce y al que fue absolutamente extraño".1° Pro-
sigue Becerra Bautista anotando que en nuestra legislación el juez debe
tener contacto con los testigos y las partes, siendo inexacto que el juez
se encuentre ante un proceso que no conoce. Además, debe conocer el
proceso porque debe admitir o desechar la demanda inicial, las excep-
ciones o defensas de la contraparte, concurrir a las diligencias de des-
ahogo de pruebas, etcétera.
Concluye el acreditado autor que el proceso escrito tiene fallas
pero éstas, más que vicios del procedimiento en sí, son vicios inherentes
al personal de los juzgados; asimismo, estima que vicios humanos de
quienes no cumplan con las disposiciones vigentes, no pueden derrocar
todo un sistema procesal consagrado por la experiencia de siglos, para
substituirlo por otro, por mero espíritu de mimetismo, que puede ser
magnífico para la raza sajona. pero inadaptable para nuestro medio.
En términos generales, no compartimos la opinión sustentada por Be-
cerra Bautista.

Becerra Bautista, en su obra El proceso civil en México. Editorial Porrúa, México,


1979, p. 158.
B Kisch. Elementos de Derecho Procesal Civil, p, 52.
9 Kisch. Ob. cit., p. 52.
10 Becerra Bautista, José. Ob. cit., p. Hm.
EL PRII.'\jCIPIO DE ORAl.IDAD EN EL PROCESO 121

En primer lugar, estimamos que, la insuficiencia, aridez y demora


apuntadas como defectos del sistema de la escritura por el autor, no
son en sí fallas del sistema, sino consecuencias de las fallas del mismo.
Igualmente pensamos que en todo caso no SOn los únicos "defectos"
del procedimiento escrito sino que, como derivación de las fallas, se
originan múltiples problemas en especial el rezago, obstáculo que cons-
tituye sin duda una grave lacra, producida por el deficiente sistema
procesal y que hace nugatorio el establecimiento constitucional en aras
de procurar una administración de justicia pronta que expedite la
resolución de los asuntos.
Por 10 que corresponde a los defectos del sistema de la escritura, no
creemos prudente reiterar los criterios apuntados por doctrinarios mu-
cho más autorizados sobre el particular que el suscrito, y cuyo contenido
evidencia las carencias de un sistema que, buscando reafirmar una pre-
tendida seguridad jurídica, trastorna desde sus cimientos la administra-
ciém de justicia mexicana.
En cuanto a la consideración en la que Becerra Bautista pretende atri-
buir las fallas en la administración de justicia al personal de los juzga-
dos para tratar de justificar la bonomía de la escritura, estimamos que
su afirmación resulta generalizada en demasía. En efecto, ha quedado
plenamente demostrado que el sistema de la escritura no ha sido la
f6rmula que solvente los problemas que rodean a la administración
de justicia que basa precisamente en dicho sistema su quehacer sacra·
mental, de modo que, cuando existe un entorno procesal inadecuado,
1as consecuencias apuntadas proliferan y acrecientan cotidiana e inde-
finidamente sus nocivos efectos sobre la administración de justicia. Re-
sulta muy cómodo "justificar" un sistema viable para épocas pretéritas
pero no para la dinámica actual, atribuyendo su inadecuada aplicación
a los servidores. públicos que lahoran dentro del Poder Judicial tanto a
nivel local como en el ámbito federal. En este sentido estamos ciertos,
que en la actualidad y también durante épocas anteriores, un sector
de los funcionarios y empleados judiciales efectÍlan con capacidad y
denuedo su privilegiada labor, siendo injusto afirmar que los vicios
realmente atribuibles al sistema procesal, sean ori~inados por el perso-
nal de los juzgados. Es necesario reconocer que, existen fallas subjetivas
dentro de "la administración de justicia, pero afortunadamente repre-
sentan un porcentaje leve que no contagia a la gran mayoría.
Por otro lado, no creemos que por el simple paso del tiempo (expe-
riencia de siglos) el sistema procesal de la escritura vaya a corregir en
forma automática sus vicios de origen, ya que sus principios no están
sujetos a prescripción. De igual forma, pensamos que el sistema de la
oralidad no es ni exclusivo para la raza sajona, ni inadaptable para
otros paises no sajones. De hecho, existen países de origen no sajón en
los que se aplica el sistema de la oralidad con grandes beneficios, e in-
122 FERNANDO FLORES TREJO

cIuso el eminente procesalista italiano Mauro CappeIletti en su magní-


fica obra "La oralidad y las pruebas en el proceso civil" dedicó el ca-
pítulo II al estudio de las bases históricas del problema de la oralidad
en el proceso en los países de derivación romanística y en los países de
common law, lo que confirma nuestra apreciación.u
A pesar de la divergencia anterior, estimamos que todas las opiniones
son respetables y tienden a enriquecer sin duda el panorama de los sis-
temas procesales de la oralidad y la escritura, así como a engrandecer
el caudal doctrinario de la materia instrumental. Nuestro afán en este
sentido. es aportar aunque sea en una mínima parte, nuestro particular
punto de vista sobre la temática propuesta, y de esta manera, proponer
soluciones que tiendan a mejorar la administración de justícia_
Con esta panorámica, hemos querido dejar simplemente anotadas las
más sobresalientes ideas en relación con el sistema procesal de la oraIi~
dad, que ha sido en realidad el tema propuesto, no para realizar un es~
tudio profundo y exhaustivo de tan trascendentes alcances, sino para
homenajear al distinguido procesalista Dr. Fernando Flores García,
como una muestra de cariño y afecto que en el caso particular del
suscrito, se transforma en el sentimiento más enaltecedor del hombre
AMOR.

11 CappcIleti, Mauro, lA oralidad y las pruebas en el proceso civil, Editorial E.J.


E.A., Buenos Aires. 1972. pp. 34 a 71.

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