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Nelson
Publicado el 7 de septiembre de 2015 por Martín Cristal
Aparecido originalmente en 1985, y con versión definitiva de 1993, el libro cita a una multitud
de escritores —casi siempre en referencia a sus procesos creativos— e incorpora elementos de
la psicología para definir al bloqueo como un veto del yo inconsciente al “programa exigido por
el ego consciente”. Es por esto que el escritor, al reclamarse con insistencia por no escribir,
termina atacándose en andanadas crecientes de odio autoinfligido.
Si la llave reside en el inconsciente, dice Nelson, de nada servirá abrirnos paso por la fuerza.
Una salida natural puede ser la de devolver la escritura a los reinos del juego y del placer,
bajando los niveles iniciales de exigencia. En efecto, las ambiciones excesivas pueden ser una
de las fuentes del bloqueo, pero Nelson tipifica muchas otras: el arrancar “en frío” a escribir
una obra que se prevé extensa o difícil (como un corredor que quisiera largarse a correr una
maratón sin haber entrenado antes en distancias más breves); o pervertir la disciplina de escribir
regularmente hasta convertirla en una obligación inflexible, una fuente extra de frustración; o
no reconocer que la procrastinación, más que una falla de la voluntad, puede ser una protesta
exasperada del inconsciente; o trastocar un perfeccionismo saludable en una obsesión malsana.
Relacionarse mal con la idea de “éxito” también motiva frustraciones y bloqueos. Pueden ser
por no haber establecido una definición de qué significa el éxito para uno; o por temerle antes
de conseguirlo; o por tener miedo de no poder sostenerlo una vez conseguido; o, sencillamente,
por no sentirse capaz de obtenerlo nunca. Para cualquiera de estos casos, Nelson se
pregunta: “¿Es el éxito en el arte más importante que haberlo practicado tan bien como nos
haya sido posible? […] “¿Lo es más que el éxito en la vida misma?”.
La autora también considera otros casos particulares: el bloqueo de los escritores novatos o
“potenciales” que, ante las “posibilidades ilimitadas” de la literatura, no salen nunca de su
“nido de sueños” para encarar una obra que, al publicarse, podría confrontarlos con la medida
real de su propio talento; el de los precoces que un buen día se frenan; el de los tesistas y
estudiantes que no consiguen pasar del estadio “acopio de notas” al de seleccionarlas para
convertirlas en un libro; el de quienes encajan su talento o sus aptitudes en un molde
inadecuado, a veces por error propio, a veces por imposición de la sociedad en sí…
Incluso si uno escribe pero no se encuentra (o no se reconoce) bloqueado, la lectura del libro
resulta igualmente interesante. En parte por su eventual funcionamiento como factor preventivo
para el problema; pero, sobre todo, porque Nelson también enseña a escribir. No es que la
autora ofrezca herramientas técnicas de escritura (reglas de redacción y gramática, recursos
narrativos u otras materias así), sino que, al mostrar cómo opera el oficio constante de la
escritura —con el fin de clarificar lo que sucede cuando esa constancia se interrumpe—, Nelson
termina dándonos un certero panorama del ritual íntimo de escribir: lo que está en juego tras las
bambalinas del proceso creativo de escritura. Un proceso que es saludable asumir como algo
fluido y dinámico.