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sobre la “derivación”
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Economista mexicano. jlsolisg@gmail.com
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Ver el Anexo sobre Antonio Gramsci y Nicos Poulantzas, infra: pp. 16-17.
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Para los teóricos del CME, a medida que avanza la acumulación monopolista del capital, se asiste a un proceso
de fusión entre el Estado y los monopolios, bajo el dictado de estos últimos. Hay así en esta teoría una tendencia
a borrar la línea de demarcación entre el Estado y el capital, los cuales parecen moverse al interior de un sistema
cerrado, dotado de una validez y de una eficacia objetiva. Ver Negri (1977: 377).
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unidad-en-la-separación que caracteriza la relación entre el Estado y el capital, tiene sus
raíces en la propia naturaleza de las relaciones sociales capitalistas y, por lo tanto, debe ser
deducida de estas.
Desde este punto de vista, El Capital y los Grundrisse no representan (como lo han
pretendido, por ejemplo, los althusserianos) la teoría del "nivel económico" del modo de
producción capitalista, sino más bien "... una crítica materialista de la economía política. (...)
Por lo tanto, las categorías desarrolladas en El Capital (plusvalía, acumulación, etc.) se
consideran no como categorías específicas para el análisis del „nivel económico‟, sino como
categorías histórico-materialistas desarrolladas para iluminar la estructura del conflicto de
clases en la sociedad capitalista, así como las formas y concepciones (económicas o de algún
otro tipo) producidas por esta estructura" (Holloway & Picciotto, 1978: 4).
Por otra parte, en sus manifestaciones externas estas formas de las relaciones sociales
aparecen, de inicio, sin ninguna conexión orgánica entre ellas. El dinero parece ser exterior a
la mercancía, lo mismo que el capital con relación a la mercancía y al dinero. Es por esto que
Marx no sólo critica cada categoría de la economía burguesa de forma aislada, sino que
además establece sus conexiones internas. A partir de la mercancía, la forma social más
elemental de los productos del trabajo (Marx, 1977a: 41), deriva lógicamente las otras formas
de la relación social capitalista (valor, dinero, capital, etc.); cada forma surge como el
resultado necesario del despliegue de las contradicciones contenidas en la forma anterior. En
este sentido: "... el análisis que hace Marx del capitalismo en El capital puede describirse
como una „ciencia de las formas‟, un análisis y una crítica de ese „mundo encantado e
invertido' (Marx) de formas sin conexión, una crítica dirigida no solamente a develar el
contenido, sino a descubrir la génesis de estas formas y sus conexiones internas" ( Holloway,
1980: 12).
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Esta pregunta fundamental, que Pasukanis (1970: 128) será el primero en formularla
explícita y claramente, va a experimentar a lo largo del debate varias respuestas, las que sin
duda determinan la manera de abordar las cuestiones relacionadas con las funciones del
Estado y los límites de la intervención estatal. En última instancia, las diferentes corrientes
que surgieron del debate pueden agruparse de acuerdo al fundamento lógico que proporcionan
sobre la necesidad de la forma Estado y de la "fuente" específica de su deducción (es decir, a
partir de qué nivel en el encadenamiento de las categorías se sitúa el punto de partida de la
"derivación" del Estado). Un problema relativamente descuidado en el debate se refiere a la
posibilidad de pensar al Estado como una entidad situada al lado de la sociedad, cuestión
relacionada con fetichismo de la mercancía y sobre la que volveremos.
Entre las contribuciones más importantes de esta corriente, se destacan las de Elmar
Altvater (1975), Dieter Läpple (1973), Christel Neusüss y Wolfgang Müller (1978), así como
la de Bernhard Blanke, Ulrich Jürgens y Hans Kastendiek (1978). En general, dichas
contribuciones difieren entre sí en la manera de definir las "condiciones generales” de la
reproducción social. Así, Altvater hace hincapié en las condiciones materiales externas a las
unidades de producción (infraestructura productiva, en particular), consideradas por él como
la causa fundamental de la autonomización del Estado. Läpple, Blanke et al, fundamentan la
necesidad del Estado en su papel de garante de los principios de propiedad y de libre
contratación a nivel de las relaciones de mercado, teniendo por función la regulación de las
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relaciones entre los propietarios de mercancías por medio de la ley y la gestión monetaria.
Neusüss y Müller derivan esta necesidad de la incapacidad de los capitalistas individuales
para asegurar la reproducción de la fuerza de trabajo la cual, según ellos, tiende a ser
destruida por la voracidad del capital: el "Estado del Bienestar" garantizaría (por medio de sus
gastos “sociales”) esta reproducción, que es la base misma de existencia del capital, al tiempo
que proporciona la base material para el reformismo y el consenso social.
Más allá de los aspectos particulares específicos de cada una de estas contribuciones,
las mismas muestran un sustrato común que no alcanza a desprenderse de los enfoques
tradicionales. En primer lugar, este enfoque revela una marcada tendencia hacia el
funcionalismo. En efecto, son las necesidades de la acumulación de capital las que imponen
la necesidad del Estado y que fundan su existencia. Estas necesidades, bajo forma de
"condiciones generales de la producción", determinan supuestamente la necesidad objetiva de
ciertas funciones sociales que deben ser aseguradas por el Estado. Pero al hacerlo, el Estado
aparece como lanzado “en paracaídas” desde el exterior, a través de estas funciones
deficitarias que no pueden ser realizadas por los propios capitales individuales.
El Estado se define así por sus funciones, las que representan su "razón de ser". A la
inversa del análisis marxista, la forma se deriva de la función. Sin embargo, la relación de
externalidad presupuesta entre el Estado y el capital, característica de los análisis
tradicionales, se mantiene sin cambios en este enfoque, desde el momento en que no se
introduce al Estado en el análisis más que ex post, para remediar las carencias y deficiencias
que ocurren durante el proceso de acumulación. Al mismo tiempo, se supone que el Estado
puede efectivamente llevar a cabo dichas funciones, atribuyéndole a priori la capacidad de
actuar en esa dirección. Así, el Estado reviste el carácter de un "Deus ex machina" (Salama,
1979).
Este análisis sitúa su punto de partida a nivel de las relaciones contradictorias entre los
capitales numerosos, o entre los propietarios de mercancías, y no a nivel de la relación social
fundamental de la sociedad burguesa, es decir, de la relación antagónica entre el trabajo
asalariado y el capital. Esto tiene dos consecuencias importantes. La primera es que se pasa
por alto la naturaleza represiva de clase del Estado, privilegiando en cambio sus aspectos
técnicos y administrativos (Holloway & Picciotto, 1978: 21-22). Sin embargo, no hay que
olvidar que el savoir faire ("know-how" en inglés) administrativo y las funciones
históricamente realizadas por el Estado son el producto objetivo de la evolución del
antagonismo entre el trabajo asalariado y el capital, a través de la mediación de la forma del
Estado como aparato separado de la sociedad. Por lo tanto, la forma y las funciones del
Estado deben definirse primero con respecto a esta relación social entre el trabajo y el capital
que funda la especificidad histórica de la sociedad burguesa, y ser entendidos en consecuencia
como expresiones de la dominación de clase propiamente capitalista.
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Por último, esta versión de la “derivación”, al contemplar al Estado como un
“garante”, no proporciona una respuesta adecuada al problema de los límites de la
intervención estatal. En Altvater, por ejemplo, el Estado puede ser la forma específica que
expresa los intereses generales del capital, dado que no está sometido a las exigencias de su
valorización. Los límites de la intervención del Estado se establecen entonces en relación al
"buen funcionamiento" de la ley del valor: el Estado intervendrá en las áreas donde la lógica
de las relaciones capitalistas de mercado fracasa o es deficiente, con el objetivo específico de
asegurar la marcha global de la valorización del capital. Esta función general se logra, según
Altvater, dado que el Estado no es un capitalista cualquiera en busca de ganancia, sino el
"capitalista colectivo ideal” (Engels, 1970: 315).
Por lo tanto, la intervención del Estado no busca reemplazar la ley del valor, ni de
extenderla al seno del propio Estado, sino de asegurar su vigor en su rango de acción "natural"
(lo privado), llevando a cabo las funciones que consolidan su contexto social general
(Altvater, 1975: 139). Es por esto que, según Altvater, el Estado se constituye en el "límite
negativo" de la ley del valor, al tiempo que ésta (la ley del valor) a su vez limita y estructura
la intervención estatal a través de su acción sobre las condiciones generales de la
producción/reproducción sociales que definen, en cada etapa histórica, las modalidades
específicas de su papel como garante (Altvater, 1975: 141-142 y 146-147).
Por lo tanto, al hacer del Estado un garante responsable de asegurar desde el exterior la
buena marcha de la reproducción social, su naturaleza contradictoria en tanto que forma de la
relación social capitalista no es aprehendida más que de una manera incompleta y marginal.
Es por éso que la respuesta ofrecida por esta versión de la "derivación", aunque insiste sobre
la distinción entre el Estado y el capital, no puede resolver el problema de origen, a saber,
¿cómo establecer teóricamente la conexión orgánica entre el Estado y el capital, de modo que
se pueda detectar la coincidencia objetiva entre las orientaciones (contradictorias) de la
actividad estatal y el curso contradictorio de la reproducción capitalista?
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Segunda aproximación: el Estado como una forma particular de la relación social
capitalista
4
Marx señala que: “Es siempre en la relación inmediata entre el propietario de los medios de producción y el
productor directo (…) que es necesario buscar el secreto más recóndito, el fundamento oculto de toda la
estructura social y, por consiguiente, de la forma política que reviste la relación de soberanía y dependencia, en
breve, de la forma específica que asume el Estado en una época determinada” (Marx, 1977b: 717).
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Cf. Hirsch, 1978. Otra versión, considerablemente menos desarrollada, de la contribución de Hirsch puede
encontrarse en la obra de Vincent, 1975.
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Pero como el proceso de producción/reproducción está mediatizado por la circulación
de mercancías basada en el principio del intercambio de equivalentes, la supresión de los
obstáculos que pueden impedir la libre circulación de las mercancías (incluida la compra-
venta de la fuerza de trabajo) se convierte en un elemento esencial para el mantenimiento de
la sociedad capitalista. Esto es especialmente cierto en lo que concierne a la ausencia de
violencia personal directa en el proceso inmediato de producción. La coerción consustancial a
las relaciones sociales capitalistas debe entonces ubicarse en una instancia social alejada de
las relaciones económicas. Este proceso efectivo de abstracción de la violencia de clase lleva
entonces a su objetivación en la forma-Estado, y a la escisión de la sociedad en dos esferas
distintas aparentemente autónomas.
A diferencia de los autores que hemos criticado, Hirsch hace hincapié en que la forma
del Estado no debe ser derivada de sus funciones sino por el contrario, éstas deben ser
derivadas de su forma, en tanto que expresión determinada de las relaciones sociales
capitalistas. Esta forma no tiene nada de eterno o natural. La misma está continuamente (y
contradictoriamente) en proceso de recreación, según el curso contradictorio de la relación
social capitalista que le da origen, es decir, según el desarrollo de la acumulación de capital.
Por lo tanto, de acuerdo con este enfoque, la forma del Estado en tanto que forma-proceso, se
convierte en la mediación necesaria para entender las funciones del Estado, las cuales no
podrían relacionarse directamente, de manera funcional, al desarrollo de la acumulación
capitalista.
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En adelante hablaremos de:
a) la forma-Estado, para referirnos, al más alto nivel de abstracción, a la existencia de la relación social
capitalista en una esfera particular de dominación política distinguible de la esfera económica, en donde la
relación de explotación es al mismo tiempo una relación de dependencia y dominación;
b) la forma del Estado, para referirnos al carácter impersonal, abstracto y general de esta dominación, dicho de
otra forma, para referirnos a los rasgos generales de los Estados capitalistas, aparatos de poder público
impersonal, aparentemente desligados de la sociedad (Pasukanis, 1970);
c) la forma fenoménica del Estado, o Régimen Político, para referirnos a las manifestaciones fenoménicas
(externas) particulares de los Estados capitalistas, expresadas institucionalmente en gobiernos concretos
(Salama, 1979).
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acumulación: el Estado, forma discreta de las relaciones capitalistas, es atravesado de un
extremo al otro por las contradicciones de la propia sociedad burguesa, las cuales alcanzan su
expresión sintética en la baja tendencial de la tasa de ganancia y las contra-tendencias que ésta
implica. Estas contra-tendencias, susceptibles de ser lógicamente deducidas de la ley del
valor, se realizan concretamente bajo la forma de una reorganización permanente, por medio
de la crisis, de las condiciones sociales de la producción. Este cambio constante hacia
relaciones sociales cada vez más complejas, no se puede entender sin la acción del Estado,
que es cada vez más importante. Por ello, de acuerdo con Hirsch, la tendencia descendente de
la tasa de ganancia y sus contra-tendencias constituyen la clave para entender el desarrollo del
Estado y sus funciones (Hirsch, 1978: 74-76).
Así, según Hirsch, el Estado se mueve en una contradicción renovada sin cesar: en
tanto que forma discreta de la relación capitalista, su existencia depende de la reproducción de
esa relación, por lo tanto depende de la acumulación. Pero, por otra parte, dado que su forma
es la de una "persona colectiva abstracta" (Pasukanis, 1970), un aparato de poder público e
impersonal separado de la sociedad, el Estado no es “la institucionalización" de los intereses
generales del capital. O, lo que es lo mismo, "la dominación política de clase no está
directamente vinculada con el derecho de disposición de los medios de producción" ( Hirsch,
1977: 107).
Esto significa que los límites de la acción del Estado se determinan y estructuran por
esta precondición de su propia existencia, que es la acumulación del capital. Pero debido a su
forma, el Estado se ve obligado a reaccionar "post festum" y siempre contradictoriamente, a
los resultados de la acumulación. Cada etapa de la acumulación, en una formación social
capitalista dada, expresa entonces modalidades específicas de la lucha de clases entre el
trabajo asalariado y el capital, lo que se manifiesta a nivel del Estado por modalidades
específicas de la intervención estatal, y por el surgimiento o desaparición de algunas de sus
funciones, las cuales sólo se pueden entender si se tiene en cuenta la mediación ejercida por la
propia forma del Estado.
De este modo, cada nivel de la lucha de clases establece, a través de esta mediación,
los límites concretos de la intervención estatal. Ciertamente, la presencia permanente, a lo
largo de la historia de las formaciones capitalistas, de ciertas funciones del Estado, puede ser
objeto de generalizaciones teóricas encaminadas a situar el lugar y la importancia de la
intervención estatal en el proceso de la reproducción capitalista. Pero ello no autoriza a
explicar "funcionalmente" la naturaleza de clase del Estado: la misma se desprende
objetivamente de su "particularización" como forma distinta de la relación capitalista, lo que
le permite actuar como Estado de clase, aunque la clase dominante no ejerza una influencia
directa sobre él ( Hirsch, 1978: 66).
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la capacidad de autorregulación (por el mercado) del modo de producción capitalista. Al
mismo tiempo, hay también en él una subestimación de la capacidad de intervención del
Estado, la cual se llevaría a cabo, según él, de manera indirecta en el proceso de
producción/reproducción sociales7. Estas insuficiencias son considerablemente matizadas por
Hirsch al abordar la cuestión de las funciones del Estado, donde reconoce que el Estado
interviene directamente, y cada vez más, en las relaciones capitalistas. Para evitar estos
balanceos teóricos, el Estado y la acumulación deben ser considerados, a todos los niveles del
análisis, como expresiones diferenciadas de la lucha de clases entre el trabajo asalariado y el
capital, como formas sociales de esta relación antagónica cuya dinámica de conjunto está
constituida por el proceso permanente de su reestructuración por la crisis. Esto significa, en
definitiva, que las modalidades específicas y el alcance concreto de la intervención estatal no
pueden determinarse a priori, a través de esquemas preestablecidos, donde sus límites
aparezcan puntualmente definidos.
Pero esto significa también que dichos límites se refieren siempre a la forma del
propio Estado (condición de mediación necesaria de cualquier objetivación de la actividad
estatal), la cual, a su vez, depende de la preservación de la relación capitalista, "condición
previa de su propia existencia" en tanto que Estado burgués. Aunque sujeto a la restricción de
su forma, el Estado intervendrá en la economía ya sea directa o indirectamente, en un esfuerzo
siempre contradictorio encaminado a la reconstitución de las relaciones mercantiles-
capitalistas. Su eventual éxito (o fracaso) no puede entonces decretarse por adelantado,
porque lo que está en juego en cada momento histórico dado es la suerte de la lucha de clases,
cuyo resultado concreto no puede deducirse simplemente de la forma del Estado.
Los análisis en curso del Estado a menudo descuidan –o incluso niegan- la cuestión de
la naturaleza social del Estado (su contenido de clase), y confunden esta naturaleza con el
carácter que reviste el aparato de poder estatal en un momento dado. El Estado sería
capitalista debido a la composición burguesa de la "elite" que administra el aparato
gubernamental. Bastaría entonces la sustitución (violenta o pacífica, poco importa) de la
"clase política" para cambiar la naturaleza de clase del Estado. El Estado se convierte así en
un recipiente capaz de albergar diferentes contenidos de clase. Un segundo enfoque consiste
en ignorar, o bien en evitar, el análisis concreto de la dominación estatal en formaciones
capitalistas determinadas, y a no considerar al Estado más que por su naturaleza de clase, sin
tener en cuenta las condiciones históricas particulares en las que esta naturaleza "se
7
Cf. Hirsch (1978: 64), donde este desliz teórico que señalamos es evidente.
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exterioriza”. Así, cualquier intervención del Estado supuestamente responde de manera
permanente y directa a los intereses del capital; cada política o cada medida tomada es
calificada como “necesaria” para la buena marcha de la acumulación.
Estos enfoques son más que variaciones de una misma concepción instrumental-
funcionalista del Estado, que descarta las mediaciones necesarias para la justa comprensión de
las diferentes determinaciones de lo estatal. El Estado no es pensado ni analizado como una
relación social sino como una cosa, como una herramienta neutra cuya funcionalidad se
presupone de manera abstracta.
Sin embargo, estos "deslices" teóricos8 tienen como base un mismo error: ignorar,
ocultar el Estado en tanto que universal concreto, en tanto que unidad contradictoria de sus
determinaciones fundamentales (su contenido de clase social) y de la forma fenoménica que
reviste en la realidad inmediata. Esta forma fenoménica de exteriorización del Estado no es
otra que el régimen político. La existencia real del Estado capitalista no se ubica ni al solo
nivel de sus determinaciones fundamentales (su "realidad esencial"), ni al solo nivel de su
forma de aparición externa (su "realidad fenoménica"): ella es la unidad contradictoria de
estos dos niveles de existencia de su ser social.
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él es la materialización de una relación social de dominación de clase históricamente dada,
de una abstracción social determinada; por otro lado, dada su pertenencia al nivel de lo
concreto sensible, al mundo de lo "pseudo-concreto" (Kosik, 1967), su conformación
particular y sus acciones cotidianas tienen siempre por contexto los conflictos de clase tal y
como aparecen en la realidad inmediata.
- La relación entre las clases y, con mayor precisión, el grado de intensidad de la lucha
de clases como se percibe y se prevé;
Estos tres aspectos muestran que la intervención pública, a pesar de tener como
principal objetivo la regeneración del capital, debe responder simultáneamente a la situación
concreta creada por las relaciones de fuerza entre las clases. A diferencia del Estado, que es
relativamente autónomo en relación al capital, el régimen político mantiene una relativa
autonomía frente a la burguesía, al proletariado y frente a las otras clases sociales
eventualmente en presencia. Aunque estructurada por un conjunto de acciones y medidas
concretas encaminadas a la regeneración del capital, la intervención pública incluye también
acciones y medidas dirigidas a la creación/recreación de un consenso vis-à-vis el poder
dominante en turno.
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Sin embargo, este automatismo es puesto en duda por el carácter contradictorio de la
acumulación: la crisis tiene un efecto "desfetichizador" que rompe en mayor o menor medida
el espejismo del intercambio de equivalentes y que revela (aun fugazmente) la verdadera
naturaleza explotadora de las relaciones mercantiles-capitalistas, lo que provoca un déficit de
legitimación ( Salama, 1979: 239; Habermas, 1978).
9
A este respecto, la contribución de A. Gramsci puede considerarse como un análisis penetrante de la relación
fuerza/consenso en los regímenes capitalistas de su época. Sin embargo, al definir al Estado como “hegemonía
acorazada de coerción”, Gramsci tiende a descuidar la función de regeneración y a confundir al Estado con el
régimen político. Para una crítica de las “antinomias” de Gramsci, ver P. Anderson (1978).
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Para Mathias y Salama (1983: 28), el Estado no se deduce de las clases sociales, de su
existencia y de su lucha, sino del capital en tanto que relación social de base de la sociedad
burguesa. El capital y el Estado están vinculados orgánicamente: la expansión de las
relaciones de producción capitalistas se realizó directa e indirectamente gracias al Estado. El
mercado no preexiste al Estado y la intervención de este último no se limita a remediar las
fallas del mercado. Del mismo modo, el Estado capitalista no preexiste al mercado. Cuando se
hace la hipótesis de la generalización de la mercancía, las relaciones de intercambio entre los
individuos parecen ser de igualdad. Se dice entonces que están fetichizadas, dado que las
relaciones de dominación están camufladas por esta relación de aparente igualdad entre los
individuos, sean capitalistas o asalariados. Esta es la base de la legitimación del poder en el
modo de producción capitalista.
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sus economías en la economía mundial y a la articulación específica de sus Estados con los
Estados/nación de las economías capitalistas dominantes.
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específicas de "feudalismo" y de "esclavitud" que aparecieron en América Latina a raíz de la
penetración de las relaciones de mercado ( Assadourian, 1973; Carmagnani, 1976). Este
proceso, desigual y contradictorio, tiene dos aspectos que son fundamentales. Por un lado, no
podría concebirse sin la acción del Estado tanto en el Centro como en la Periferia. Por otro
lado, este proceso de penetración y difusión de las relaciones de cambio se asocia a la
existencia de un conjunto -a veces muy heterogéneo- de clases sociales y de contradicciones
de clase, lo que influyó profundamente en los tipos de régimen político que se desarrollaron,
así como en las modalidades asumidas por los procesos de legitimación del poder. Esta
heterogeneidad del campo histórico de clases está detrás del carácter contradictorio de los
regímenes políticos en la periferia, lo que tiende a ocultar la naturaleza de clase del Estado.
Por lo tanto, los regímenes políticos en la periferia latinoamericana han sido en su mayoría,
hasta los años noventa del siglo XX, dictaduras policiaco-militares.
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Conclusión
La teoría del modo de producción capitalista, tal cual fue desarrollada por Marx, se
ocupa de las leyes más generales y abstractas que rigen este modo de producción. El análisis
se centra en "la naturaleza interna del capital", dejando de lado las manifestaciones externas
del mismo. Se hace abstracción de "todos los fenómenos que disimulan el juego íntimo del
mecanismo capitalista en general" ( Marx, 1977a: 402). Marx señala sobre este punto: "Los
fenómenos que vamos a estudiar (...) suponen, para conocer su desarrollo pleno, el crédito y la
competencia en el mercado mundial (...) Sin embargo, no podemos describir estas formas más
concretas de la producción capitalista en su conjunto sino hasta después de haber entendido la
naturaleza general del capital" ( Marx, 1977b: 119), y en otro pasaje: "el movimiento real de la
competencia está fuera de nuestro plan. (...) Tenemos que estudiar aquí sólo la organización
interna del modo de producción capitalista, de alguna manera en su media ideal” ( Marx,
1977b: 751).
Anexo:
16
ideológicos ("sociedad civil" o sistema de hegemonía). La sociedad civil constituye para
Gramsci "el contenido ético del Estado", y la sociedad política, por su parte, constituye el
Estado en tanto que aparato de coerción que asegura "legalmente" la disciplina social a través
del consenso o por la fuerza. El Estado integral es la suma de la sociedad civil y la sociedad
política, es decir “la hegemonía acorazada de la coerción" (Gramsci, 1975a: 165).
Como se podrá ver, en estos dos autores, de gran influencia durante el siglo XX sobre
el pensamiento que se reclama del marxismo, existe una misma concepción errónea del
Estado capitalista. Este no es analizado como una relación social de dominación de clase
enraizada en el seno mismo de las relaciones sociales de producción, donde la relación de
explotación es al mismo tiempo una relación de dependencia y dominación (Marx), sino como
una “superestructura política” (Gramsci) o, simplemente, como la “estructura de lo político”
(Poulantzas).
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