Miren el ejemplo de esta dulzura familiar, verdaderamente incomparable,
en la Santísima Virgen... ¡Qué lejos estaba ella de amargarles la vida a San José y el Niño!... La pobreza en que vivían..., la indigencia que le hacía carecer de muchas cosas necesarias o convenientes, podían haber excitado en ella las impaciencias, los disgustos, el mal humor, y con todo eso, haber prorrumpido en quejas..., en palabras de cansancio de aquella vida..., en reproches a su esposo..., en riñas a su hijo, etc., exactamente como ocurre en la mayor parte de las casas..., sí, no obstante, María es el ángel de la paz..., de la alegría, que todo lo llenaba con su dulzura..., con su cariño..., con su amor, toda bondad y suavidad.
Una vez, se creyó en el deber de reprender a su hijo..., el dolor había
apretado de tal modo su corazón, que necesitaba un desahogo. Pero medita bien sus palabras..., atiende a sus expresiones, fíjate en sus modales. Dulcísimamente le dice: "¡hijo mío!, ¿por qué has hecho esto con nosotros?" Todos hubiéramos disculpado una madre que en esa ocasión reprendiera a su hijo ásperamente, le hubiera dicho palabras fuertes, y, en fin, hubiera desahogado su dolor con formas descompuestas. Ponte tú en ese caso ¿qué hubieras hecho con una persona de tu familia (un hijo) si te hubiera hecho algo semejante? ¿Te hubieras contenido al verla? ¿Te contentarías con decirle únicamente esas palabras de María a su hijo y con la misma dulzura y suavidad que Ella las pronunció?
Pues si aún entonces, cuando tuvo mayores motivos para el enfado y el
disgusto así obró la virgen, ¿cómo obraría en los demás actos de su vida familiar? Refiere un Santo Padre, que los demás niños de Nazaret solían decir del niño Jesús: "vayamos a la suavidad y a la dulzura" Porque así se manifestaba sin cesar su divina bondad y mansedumbre. Pero también puedes decir lo mismo de María; muchas veces, mirándola a ella: voy a acércame a la suavidad y a empaparme en la dulzura, pues sin duda que allí la encontrarás.