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Samuel Beckett: Esperando a Godot

Idioma original: francés


Título original: En attendant Godot
Traducción: Ana María Moix
Año de publicación: 1952
Valoración: Imprescindible

Uff, qué difícil, no? A la hora de comentar un libro podemos hablar


sobre su argumento, el perfil o evolución de los personajes, el
escenario, los temas que trata, el lenguaje, no sé, mil cosas. Pero
cuando el autor voluntariamente despoja a la obra de casi todo esto,
y lo que deja es vacío y sinsentido, la cosa se pone dura.

Hablaba del escenario. ‘Esperando a Godot’ se desarrolla en


un ‘camino en el campo, con árbol’ (sic). El mismo durante toda la
representación. Por su parte, los personajes son en total cinco, pero
sólo dos de ellos permanecen en escena durante toda la obra. Son
dos vagabundos bien entrados en años que la mayor parte del tiempo
mantienen una conversación incoherente, con continuas
interrupciones, cambios de tema y de tono. Vamos, que ni ellos
mismos se entienden entre sí, sólo son conscientes de que esperan a
un tal Godot. Hablan mientras esperan, y en un par de ocasiones
irrumpen en escena otros dos ancianos, un esclavo-sirviente-bufón y
su dueño, que le sujeta con una cuerda. El esclavo no habla –a lo
sumo, canta un poco- y la charla de su dueño difiere muy poco de la
de los vagabundos. El último personaje es un muchacho que sólo
aparece para comunicarles que Godot todavía tardará en llegar. Y ya
está.

Poco más se puede decir: los personajes no tienen historia ni apenas


atisbo de personalidad, tampoco cuentan nada que ocurriese antes ni
que fuese a tener lugar después, sus escasas reflexiones son más bien
incongruentes y tampoco hacen nada que pueda traducirse en un
argumento dramático. Tampoco es sencillo añadir más sin desvelar
lo que no es debido.

Podemos decir entonces que lo que plantea Beckett es más bien una
situación, sólo una situación. Y para ello se sirve de algo a lo que
algunos artistas plásticos han dedicado buena parte de su obra, o al
menos de su búsqueda: el vacío. Beckett desnuda a la obra de todo lo
que convencionalmente sería importante -escenario, argumento,
diálogos sensatos, emociones- y consigue con ello la magistral
representación de un vacío. Pero ¿para qué?

Volvamos al escenario, que ya da alguna pista. Ciertamente es


escueto, pero no es un desierto ni un espacio artificial. Estamos en el
campo, y hay un árbol que, como en un momento se deja muy claro,
no está seco, todo lo cual sugiere vida. Hay además un camino, que
es un elemento que admite mucho significado, tránsito, búsqueda.
Así que algo parece indicar que debemos pensar en la vida, quizá en
el tiempo, en los seres humanos.

De esto último hay también, aunque en principio no lo parezcan


mucho. Pero Beckett se cuida mucho de subrayar su humanidad:
cierto que les priva de casi todas las cualidades, pero es meticuloso al
describir cada gesto, cada mirada o movimiento, de ninguna manera
quiere que sean tipos inexpresivos o esclerotizados. Tampoco están
exactamente perdidos, sino que están simplemente ahí, les oímos
hablar, parecen malhumorados y otras veces divertidos, de vez en
cuando repiten lo ya dicho, no saben muy bien qué hacer para pasar
el tiempo, se entretienen con menudencias, piensan en voz alta, se
pelean un poco, caen, se enfadan. Brota de ellos la crueldad, puede
que de forma algo inconsciente. Pero lo importante es que sobre todo
esperan. Esperan todo el tiempo y sólo eso parece su razón de ser y
de estar ahí.

Nada de todo esto tiene sentido, porque tampoco parecen muy


seguros de a quién esperan, y mucho menos para qué. De forma que,
borrando esos elementos que parecerían esenciales es como el autor
induce a la reflexión que buscaba: es la vida, la condición humana la
que parece no tener sentido, en efecto hay un camino pero no
sabemos a dónde lleva, la existencia se reduce a un mero esperar que
llenamos de nimiedades, de palabras; lo que hagamos o digamos, sea
simpático o atroz, carece de valor, y el tiempo pasa mientras
seguimos esperando.

Bueno, pues por ahí anda el enfoque existencialista que unos cuantos
autores trabajaron en diferentes direcciones con especial relevancia
a mediados del siglo pasado, y que Beckett plantea con crudeza en
esta obra. E íntimamente emparentado con aquél, el teatro del
absurdo, que a veces utiliza recursos como la caricatura, el lenguaje
del clown (muy nítido en este caso), el non sense, y cosas similares
para avanzar por estos terrenos. O así lo veo yo.

Iba a advertir que no se espere que la lectura del libro resulte


entretenida, pero tampoco sería del todo correcto. Esos diálogos
absurdos terminan teniendo gracia, y tiene momentos divertidos,
como un tronchante intercambio de sombreros que podrían haber
firmado los Hermanos Marx. Pero sobre todo, cuando terminemos
de leer o ver la representación lo fundamental sería pararnos un
segundo a pensar en lo que hemos tenido delante. Yo creo que
Beckett consigue que lo hagamos, y ese es el gran mérito de esta obra
excepcional.

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