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En 2017 la variación anual del IPC disminuyó respecto de 2016, pero no estuvo tan lejos de los niveles que
dejó el kirchnerismo, y se mantuvo en el podio entre las más alta en la región
Por Roberto Cachanosky 11 de enero de 2018
La batalla contra la inflación va a ser uno de los grandes desafíos de 2018. Si bien el Gobierno muestra que
la inflación bajó del 45% anual que alcanzó como pico en el tercer trimestre de 2016, al 25% actual, lo cierto
es que en ese punto hay un truco estadístico. Como dice Mancur Olson en su libro Auge y Decadencia de
las Naciones: "Hoy en día los economistas disponemos de tal herramental matemático, estadístico y
econométrico que podemos torturar los números hasta que confiesen lo que queremos".
Si uno observa la evolución del IPC de los últimos seis meses puede advertir que la inflación no está
bajando, sino que se mantuvo estancada en torno al 24% anual aproximadamente en cinco, pero se
aceleró en diciembre a
casi 25%, con 3,1% en
el mes, en ese caso una
vez y media más que un
año antes.
En 2016 el IPC se
disparó por la
devaluación y los
ajustes de tarifas. En
2017 el tipo de cambio
se contuvo quieto vía la
tasa de interés y los
ajustes de tarifas fueron
menos intensos, con lo
cual, la variación anual
del IPC disminuyó, pero
no está tan lejos de los
niveles que dejó el
kirchnerismo.
“Hoy en día los
economistas
disponemos de tal
herramental matemático,
estadístico y
econométrico que podemos torturar los números hasta que confiesen lo que queremos”
¿Por qué no baja la inflación si el BCRA sube la tasa de interés y toma deuda en LEBACs hasta
niveles realmente peligrosos? Para explicarlo voy a utilizar el Cuadro 1.
JAVIER MILEI
Economista
La moneda es una mercancía que sirve como medio general de intercambio y, por ende, su utilización
penetra en todo el sistema económico. A su vez, como toda mercancía, tiene su propio mercado y su poder
adquisitivo viene dado por cuatro factores: la demanda de bienes, la oferta de bienes, la demanda de dinero
y la oferta de dinero. Así, estos cuatro factores se combinan para determinar el poder adquisitivo del dinero.
De este modo, cuanto mayor sean los precios monetarios de los bienes, menor será el poder adquisitivo del
dinero.
Esto es, el dinero; al igual que cualquier otro bien de la economía, cuando la oferta sube, su precio (poder
adquisitivo) cae. De ahí, la naturaleza monetaria de la inflación, ya que el continuo aumento de la cantidad
de dinero (tasa de emisión) por sobre su demanda deriva en una persistente caída en el poder adquisitivo
del dinero, es decir, inflación.
Naturalmente, cuando aumenta (baja) la demanda de dinero, ello implica una menor (mayor) demanda del
resto de bienes, por lo que al caer (subir) sus precios, el poder adquisitivo del dinero sube (cae). Por último,
cuando aumenta (cae) la oferta del resto de bienes de la economía, sus precios deben caer (subir), por lo
que el poder adquisitivo del dinero aumenta (cae).
En función de lo anterior, resulta evidente que la cantidad real de dinero dentro de la economía está dada
por los deseos de los individuos y todo lo que intente hacer un Banco Central con la política monetaria no
sólo que su efecto se diluirá por su impacto en precios, sino que además producirá efectos redistributivos
entre los distintos agentes. A su vez, ello implicará cambios de precios relativos y en la asignación de
recursos con efectos negativos tanto en el presente como en el futuro.
Sin lugar a dudas, a juzgar por los resultados en materia de inflación a lo largo de la historia del país, el
desempeño del BCRA está muy lejos de ser materia de orgullo. Previo a su creación en 1935, la base
monetaria crecía a una tasa anual promedio del 6,1%, mientras que la inflación y el tipo de cambio subían a
un ritmo del 3,4% y 3,5% respectivamente.
A su vez, en los primeros diez años de operación, cuando era mixto, la cantidad de dinero pasó a crecer a
un ritmo promedio del 13,6% anual, mientras que la inflación y el tipo de cambio lo hicieron al 6% y 2,2%.
Nótese además que en éste período se produce un desacople entre la tasa de inflación y el tipo de cambio
fruto de la imposición de controles que impactaban ya sea de modo directo y/o indirecto en el mercado de
divisas para usar al tipo de cambio como ancla anti-inflacionaria.
Sin embargo, lo peor estaba por venir. Luego de la estatización del "Órgano de descontrol Monetario" en
1946, se pueden diferenciar tres períodos. El primer período va desde la estatización del BCRA hasta 1991,
donde la cantidad de dinero creció a un ritmo promedio del 176% anual, al tiempo que los precios y el tipo
de cambio lo hicieron al 225% y 205%. Dentro de los logros monetarios del BCRA en dicho período se
registran momentos de alta y muy alta inflación, dos hiperinflaciones y la destrucción de cinco signos
monetarios. Por ello, a lo largo de los años, los agentes, para preservar su poder adquisitivo demandaron
menos moneda local, amplificando así los efectos inflacionarios de la emisión monetaria.
Luego de semejante catástrofe, se terminó repudiando al dinero doméstico y en abril de 1991 se
implementó el Plan de Convertibilidad, el que, mediante una ley, establecía que el BCRA sólo podría emitir
contra dólares a una paridad 1 a 1. Al mono salvaje se le quitaba la navaja y el resultado fue contundente.
La tasa de emisión promedio entre 1991 y 2001 se ubicó en el 16% anual, mientras que la inflación y la
variación del tipo de cambio se fueron del 9% anual. Sin embargo, en 2002, bajo promesa de que esta vez
sería diferente, el salvaje primate recuperó la navaja y su resultado no sorprendió. Desde 2002 a 2016 la
tasa de emisión promedio trepó al 28% anual y con ello la inflación y la devaluación ascendieron al 21%.
Dicho desastre en términos histórico no ha sido gratis. La diferencia en la tasa de crecimiento de la
economía por pasar de una inflación superior al 20% anual a una menor al 5% es de 1,58% por año. Esto
es, los más de 80 años del BCRA nos ha privado de tener un PIB 3,5 veces mayor al presente.
Por lo tanto, habiendo visto que la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario y los costos
que ha implicado para el país, la pregunta es ¿por qué no podemos parar la máquina de imprimir billetes? Y
ahí, como todas las pestes que azotan a éste país desde hace más de 70 años, la respuesta está en John
Maynard Keynes quien señalara: "Un gobierno puede vivir largo tiempo imprimiendo dinero. Por este medio
puede obtener el control sobre recursos reales, los que son tan reales como los obtenidos por la tributación.
Lo que se recauda emitiendo billetes se toma del público del mismo modo que a través de un impuesto a la
cerveza o un impuesto al ingreso. El público paga lo que el gobierno gasta. No existe déficit que no se
cubra".
En definitiva, la historia monetaria argentina no es más que la contracara del despilfarro fiscal, por lo cual,
ello nos indica que el Banco Central es un mecanismo por el cual la corporación política estafa a los
individuos de bien creadores de riqueza y que no es un acto de locura intentar eliminar al Banco Central,
sino que la verdadera locura es tenerlo.