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TESIS.
ARGUMENTO 1.
Ryle acertadamente señala que antes de aprender a “hablar consigo mismo” se tiene
que aprender a hablar, es decir, a hablar en voz alta. El soliloquio interno es una
habilidad que se aprende posteriormente. Pero eso no nos retrotrae al “saber que”.
Una vez más, de lo que aquí hablamos es de habilidades, de técnicas interiorizadas,
no de facultades innatas, internas, cognoscibles sólo por cada quien en su propio caso.
El hablar inteligentemente es hablar empleando las palabras apropiadas, ofreciendo
sinónimos, expresiones alternativas, aclaraciones, enmendando errores, etc. Todo
eso es público. Es sólo después que el hablante aprende a no decir en voz alta lo que
quiere decir, a ocultar sus pensamientos, pero eso no es un proceso de traducción a
otro idioma o lenguaje, sino una variante o modalidad de una técnica previamente
asimilada. Y, una vez más, aquí no nos las habernos con aprehensión de verdades, de
entidades eternas, etéreas, etc., sino con habilidades, es decir, no con un mítico “saber
que” sino con un “saber cómo”. Pero obsérvese que el recurso a la idea de un diálogo
consigo mismo era crucial para la posición mentalista la cual, sin ella, se tambalea.
ARGUMENTO 2.
Otro de los pilares del mito del piloto en la nave es la idea de que los pensamientos
están en la cabeza. Esta es, como se sabe, una idea que Wittgenstein criticó despiada-
damente. Ryle, con otra batería de argumentos, también la echa por tierra y lo primero
que señala es que se trata de una metáfora, no de una expresión que tenga un uso literal.
Lo curioso es que es precisamente así {i.e., literalmente) como pretenden entenderla los
filósofos. Cuando alguien dice ‘se rompió la cabeza tratando de demostrar el teorema
y finalmente lo logró’, nadie quiere decir que literalmente alguien tomó un hacha y se
partió la cabeza en dos frente a su pupitre; decir Te he estado dando vueltas en la cabeza
a un proyecto’ significa algo como ‘regreso (hablo) constantemente sobre el tema del
proyecto’, no que hay algo así como una secuencia de pensamientos que literalmente
giran dentro de mi cabeza; la expresión ‘ese individuo es de cabeza muy dura’ quiere
decir no que su cabeza es físicamente dura o más dura que las de los demás, sino que
aprende lentamente, que hay que repetirle las explicaciones, etc. Estos señalamientos
no son inocuos, no son meramente anecdóticos, bromas, sino que ponen de relieve el
carácter absurdo de las tesis mentalistas.
ARGUMENTO 3.
FILOSOFIA DE LA RELIGION
TESIS
La verdad es que son tantas las inconformidades que este argumento suscita, en
relación con “concebir”, “ser”, etc., que es increíble que a San Anselmo le haya pare-
cido tan convincente y lo haya dejado tan satisfecho. Siguiendo su esquema podemos
concluir que existe todo lo que queramos. Por ejemplo, yo puedo imaginar el animal
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más sucio que el cual ningún otro puede ser concebido. De esto infiero que tiene que
existir dicho animal, porque si nada más existiera en mi entendimiento, entonces no
sería el animal más sucio que el cual ningún otro puede ser concebido, puesto que yo
podría concebir otro igualmente sucio que además de ser imaginado por mí existie-
ra. Por lo tanto, pari passu, dicho animal existe. la conclusión de la discusión es que
el proyecto de determinar o dirimir cuestiones de existencia por el mero análisis
conceptual está destinado al fracaso. Del pensar en el concepto de una cosa, un
marciano, por ejemplo, no se desprende necesariamente la existencia objetiva de esa
cosa.
ARGUMENTO 2
Por razones en las que no abundaré aquí, creo que podemos olvidamos de esas
sugerencias. Lo que tenemos que hacer para poder elaborar una respuesta aceptable
a nuestra pregunta es modificarla y plantear otra que sea a la vez equivalente e ilus-
trativa, es decir, que nos indique o sugiera cómo responder a ella. Propongo entonces
que preguntemos: ¿cuándo, de quién, bajo qué circunstancias decimos de alguien
que ya “aprehendió el concepto φ”? La respuesta es sencilla: básicamente cuando el
sujeto en cuestión emplea de manera correcta el término correspondiente y reacciona
adecuadamente frente a su emisión. Si alguien se entera de que su hermano se sacó la
lotería, se pone pálido y rompe en llanto, habrá que inferir que no entendió lo que se
dijo, es decir, que no maneja los conceptos relevantes. Se sigue que tener un concepto
es haber interiorizado la técnica del uso de una palabra. Y esto vale para todos los
conceptos habidos y por haber, el de Dios incluido. Con esto en mente, podemos
replantear nuestra inquietud. Queremos hablar sensatamente de Dios para lo cual
necesitamos saber lo que significa ‘Dios’, lo cual quiere decir que queremos tener
claridad respecto al concepto de Dios, i.e., conocer su gramática. Esto ¿cómo se
logra? No se trata de, cerrando los ojos, adivinar nada. No: lo que tenemos que hacer
es reconstruir los contextos de aplicación, de empleo del término. Esa es la pauta.
ARGUMENTO 3
Para Wittgenstein el significado de una expresión está o viene dado por el uso que de ella
se haga. Una cosa es la estructura gramatical a la cual se someten todas las palabras y otra
su aplicación, en concordancia siempre con dicha gramática. De hecho, podemos hablar
no de una sino de dos gramáticas: la gramática pedagógica, escolar, etc., que es una
estructura formal, y la gramática en profundidad, que es el conjunto de reglas de uso de
las palabras. El significado no brota de la primera, sino de la segunda de las gramáticas.
La primera me dice que ‘madre’, ‘electrón’, ‘instinto’, ‘infinito’, ‘belleza’, etc., son
sustantivos y, como ‘Dios’, sujetos gramaticales de las oraciones, pero eso no basta para
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Más bien, y dicho de manera simple, ser religioso es vivir de cierta manera. La
pregunta interesante es, obviamente: ¿cómo? Wittgenstein lo explica: podemos decir
de alguien que es religioso cuando emplea ciertos símiles, ciertas imágenes, esto es,
ciertas construcciones lingüísticas que cumplen determinadas funciones y cuando su
conducta se ajusta a ellas.
. Un ejemplo es ni más ni menos que Dios en la cruz. Esa es una imagen, no una
cuestión de historia. La idea de un hombre que se sacrifica por los demás, por
lo que los otros han hecho de mal, es una idea, digamos, formidable. Pero no es
nada más una “idea”. Si así se le toma, o si se le toma como la descripción de
algo que pasó, entonces se vuelve ridícula o ilógica. Pero deja automáticamente
de ser ridicula cuando alguien se la apropia, la hace suya, pues entonces esa
imagen le da colorido a sus vivencias, puesto que entonces norma su vida.
Cuando alguien piensa, siente y actúa recurriendo a esa imagen, aunque no lo
diga ni se jacte de ello, podemos estar seguros de que nos las habernos con
alguien genuinamente religioso. Cuando la religión se vuelve, como con razón
dijo Marx de la manera de entender la religión en el siglo XIX (y me temo que
aún lo sigue siendo para grandes porciones de la humanidad), la “teoría del otro
mundo”, se le convierte en mera superchería, en farsa, en cuento de hadas, en
engaño, en fraude. La religión no es asunto de teoría, sino de práctica. La religión
no puede (no tiene con qué) competir con la biología, la astronomía, la física, la
histo- ria, el sentido común. Pero es un error garrafal, brutal, interpretarla de
modo que ese precisamente sea el resultado. Eso equivale a cancelarla, a
transmutarla y aclara lo que de hecho pasó, viz., que, por así decirlo, nos la
robaron. Esto es terrible, porque el hombre completo es también religioso, no
(claro está) en el sentido de las religiones institucionalizadas, en el sentido del
teísmo.
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1. Austin y la Teoria de Actos de Habla
U
n fenómeno que se empezó a producir de los años 40 en adelante fue lo que
podríamos llamar la ‘rebelión en contra del imperialismo formal’. Los filó-
sofos del lenguaje empezaron a sentir un gran descontento con la pobreza
de funciones que hasta ese momento se le habían venido atribuyendo al lenguaje.
Naturalmente, esto último era en gran medida una consecuencia del auge del estudio
de los lenguajes formales y científicos. Dicho estudio sugería, grosso modo, que
los lenguajes sirven, básica si no exclusivamente, para “describir la realidad”, para
“enunciar hechos”. Esta idea, ya lo sabemos, tiene su mejor fundamentación y pre-
sentación en el Tractatus, en donde toma cuerpo a través de la idea de “retrato”. Más
aún: se asumía inocentemente que toda la función “seria” de las palabras se reducía a
nombrar y describir objetos de diversa índole. Como era de esperarse, este empobre-
cedor enfoque filosófico fue minado, entre otros y sobre todo, por el autor mismo del
Tractatus, pero también por toda una serie de filósofos del lenguaje que empezaron
a detectar rasgos nuevos en el lenguaje natural de los que se pensaba, y esto es muy
importante, que eran relevantes para avanzar en las discusiones filosóficas. En este
sentido, estas nuevas investigaciones representaron o constituyeron una etapa más
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. Si hay alguien que usa (exitosamente) el lenguaje con miras a exhibir falacias
filosóficas es precisamente Austin. Un excelente ejemplo de ello es su obra, publicada
postumamente, Sense & Sensibilia, en la que por medio de consideraciones concer- nientes
al lenguaje natural se propone desmantelar de una vez por todas una teoría filosófica de la
percepción, a saber, la teoría de sense-data. Por otra parte, es obvio que en sus artículos y
en sus conferencias, recopiladas bajo la forma de libro (How to Do Things with Words),' la
primera fase de su tratamiento del tema es lo que serían las formas normales y correctas
de hablar, en relación con el tema que sea. De ahí que el que un examen así no sea
suficiente y se deba tal vez completar con otra clase de investigación o inclusive de
especulación no podría bastar para impedir que se clasi- fique a Austin como un filósofo
lingüístico. En verdad, su método era esencialmente lingüístico. O sea, sus
argumentaciones, discusiones, etc., tienen como plataforma siempre consideraciones sobre
las palabras, sus significados y aplicaciones. Desde su perspectiva, lo que sucede es que la
filosofía nos plantea multitud de interrogantes que son esencialmente vagos, oscuros,
incomprensibles y si bien se requiere de mucho trabajo arduo para desenmarañar las
diversas problemáticas que el filósofo tiene que encarar, mucha de esta labor es de orden
básicamente lingüístico. O sea que inclusive si Austin no defendía explícitamente la tesis
de que los problemas de la filosofía son en lo esencial problemas relacionados con el
lenguaje, mucho de su investigación deja ver que en parte por lo menos eso era
precisamente lo que pensaba, es decir, veía dichos problemas como derivados de
incomprensiones referentes a su funcionamiento por parte de los hablantes. De hecho hay
muchas afirmaciones dise- minadas en sus escritos que apuntan claramente en esa
dirección. Por otra parte, vale la pena insistir en que la clase de labor que Austin
desarrollaba era de carácter grupal: él no creía mucho en los inspirados ni en los
iluminados. La labor de conjunto, en el caso de Austin con el diccionario en la mano,
imaginando situaciones, generando contra-ejemplos, ridiculizando puntos de vista, etc.,
era, en su opinión, lo único que da resultados. Es la forma científica de hacer filosofía. Pero,
insisto, toda esta labor versaba en primer término sobre palabras.
ARGUMENTO 2: Sobre inconsistencias en la idea general de la teoría de loa actos
ilocucionarios.
1. Todo indica que su léxico es redundante o repetitivo. Tenemos, por una parte, los
actos fonéticos, fáticos y réticos. Empero, Austin sostiene que además tenemos
los actos locucionarios. Pero ¿no es el acto locucionario mismo un acto rético?
Parecería que tenemos aquí dos nombres para una misma cosa y esto sugiere
que la cosa no ha sido pensada debidamente. La respuesta a esta objeción es,
no obstante, simple: podemos desembarazamos de todo lo incorporado en el
primer intento explicativo de Austin y quedamos con la teoría de los actos
ilocucionarios.
2. Los actos locucionarios y los ilocucionarios no son siempre diferentes, como en
principio deberían serlo. El caso obvio es el de las emisiones realizativas
explícitas. Parecería que en esos casos el acto ilocucionario (e.g., creo en Dios)
está totalmente determinado por el acto locucionario (i.e., tengo la creencia en
Dios) y entonces ¿qué distinguimos?; y además: ¿para qué y cómo lo hacemos?
En verdad; la idea misma de acto ilocucionario huele a “redundante”.
3. Austin distingue tres clases diferentes de actos locucionarios: el “decir que”, el
“se me dijo que” y el “se me pidió qué”. Pero ¿qué distingue a unos de otros?
Aparentemente, sus respectivas fuerzas ilocucionarias! La explicación, por
consiguiente, parece ser circular: los actos locucionarios explican a los ilocu-
cionarios y éstos a los locucionarios.
ARGUMENTO 3. Sobre lo que dice Austin sobre las excusas. El análisis de Austin
es sugerente, original y hasta divertido, pero lo que tenemos que preguntamos es: ¿qué
logra Austin con él? Es cierto que la idea, de la que resulta difícil zafarse, es que a final
de cuentas su pensamiento no logró avanzar más allá de ciertos descubrimientos, que el
proyecto original era sumamente prometedor pero que no logró cuajar, lo cual por otra
parte es común entre los innovadores. Es obvio que Austin tenía algo entre manos,
algo importante, sólo que no supo cómo “digerirlo”, o que no tuvo tiempo para ello.
No obstante, con su nueva concepción del lenguaje en mano Austin se encaminó
por la senda de la eliminación de enredos filosóficos. No hay, pues, duda de que era un
filósofo analítico en el sentido más estricto de la expresión. Es verdad que está ausente
en su concepción del lenguaje el factor que le permitiría rebasar el plano de las meras
palabras y conexiones semánticas. Lo que falta es, entre otras cosas, la conexión con
la experiencia humana, con las vivencias y las actividades de los hablantes. Es, pues,
un hecho que Austin falló en su intento por elaborar una concepción del lenguaje que
fuera más allá de la idea de un mero código multi-usos. De ahí que su pensamiento, por
perspicaz que sea, esté radicalmente inconcluso. A pesar de ello, sería un error
imperdonable, y una injusticia, no incluirlo entre los filósofos pioneros que gracias a la
articulación de una nueva concepción del lenguaje lograron liberarse de las garras de la
gramática convencional contribuyendo así al genuino avance de la filosofía.
3. ETICA: EL PRESCRIPTIVISMO DE HARE
TESIS
A la posición general de Hare se le conoce como ‘prescriptivismo’. Su idea (poco
original) es que los principios morales (expresados por medio de términos como ‘de-
ber’, ‘obligación’, etc.) tienen como función primordial o básica guiar la conducta.
En todo caso, lo interesante de este punto es que permite establecer una conexión
importante con, por así decirlo, “la práctica”. Es en virtud de dicha conexión que la
ética es importante: si no entendiéramos cómo funciona realmente el lenguaje
moral y qué funciones desempeña, correríamos el riesgo no sólo de pensar mal
sino de actuar mal, de vivir mal. Por eso para Hare el estudio del lenguaje
prescriptivo es ante todo el estudio de las oraciones imperativas. Hay tanto
imperativos singulares concernientes a situaciones particulares, los cuales entonces
no son de carácter moral, como imperativos universales, que son los auténticamente
morales y los que a nosotros más incumben. . . Para Hare, los mandatos y los juicios
morales son ante todo prescripciones. Una prescripción es una recomendación
para hacer algo, pero obviamente no es mera propaganda, mero lavado de cerebro.
Debe tener también alguna clase de justificación, de validación racional. En todo
caso, es muy importante entender de una vez por todas que no hay reducción posible
de prescripciones a descripciones.
ARGUMENTO 1.
Argumento 3. Por otra parte, Hare nunca aclara cuándo el lenguaje empleado es
genuinamente evaluativo y cuándo no. El parece suponer simplemente que todos
sabemos tal cosa. Eso podría ser como él dice, pero lo que quiero sostener es que no
puede ser su posición. O sea, podemos dejarle al contexto mucho, pero no si lo que se
supone que estamos haciendo es un examen lógico del lenguaje. Asimismo, la noción
de propiedad superveniente, a la que él recurre, es sumamente problemática. Se le ha
pretendido aplicar en otros contextos, como el del problema mente/cuerpo (la mente
como una propiedad emergente del cerebro). Pasaría lo mismo, de acuerdo con Hare,
con las propiedades morales: se sobreponen, por así decirlo, a las acciones, decisiones,
gestos, etc. Pero ¿cuál es el status de dichas propiedades? ¿Qué clase de propiedades
son y cómo surgen? Lo único que podemos decir de ellas es que si no se da aquello
sobre lo que se sobreponen entonces ellas mismas no se dan, pero esto no basta para
caracterizarlas y lo cierto es que la caracterización de Hare no ayuda mucho. Al
parecer, el que sean supervenientes significa que sirven para llamar la atención sobre
criterios, reglas, pautas, principios, etc., para elegir entre diversos cursos de acción. Así,
su idea parece ser que si una propiedad es superveniente entonces siempre que se usen
términos evaluativos podremos preguntar por la razón que avale su aplicación y,
además, que no es lógicamente aceptable aplicar ‘bueno’ en un caso y rechazarlo en
otros casos similares. Lo menos que podemos decir es que es tremendamente equívoco
llamar a las cualidades morales ‘propiedades supervenientes’.
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