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Johandry A. Hernández
Y, desde entonces, Venezuela sería conocida como un país de vivos. El que busca ‘colearse’, el
que ‘trampea’ para conseguir su propósito, el que pone su fe en la “maraña”. Un tema que se
calla, pero está arraigado en nuestra práctica cotidiana.
Casanova resalta que antropológicamente es una actitud expresada en actos cotidianos, pero
que se solapa, se niega, pues el vivo públicamente no admite que lo es. “Solemos hablar del vivo
en tercera persona, pero en muchísimas situaciones podemos llegar a pasar por ‘vivos’: el que
se ‘colea’, el que llega buscando a un ‘amigo’ en el banco para que lo pase rápido, el que se traga
la luz del semáforo o se adelanta por la derecha, el que falsifica datos para obtener algún
beneficio del Estado, el recurrir a una palanca para obtener un puesto de trabajo... La viveza es
tan frecuente que algunos llegan a considerarla una conducta normal”, alerta.
Un problema colectivo
Vivos y consumistas
Para Sánchez, el rentismo inculcó, a su vez, una práctica perniciosa: que el venezolano prefiera
obtener las metas por “los caminos cortos” para conseguir lo que otros logran con años de
trabajo.
“La viveza del venezolano ha terminado por convertirse en un suicidio colectivo”, alerta.
Sustenta esta aseveración en el hecho de que el vivo se convierte en un ser que se autodestruye,
porque demuele el tejido social. “Necesitas generar confianza para avanzar, son los principios
del capital social: atención a las normas para generar convivencia”, dice.
Según Sánchez, en el venezolano prevalece la noción de que solo por nacer en esta tierra tiene
derecho a recibir lo que le toca. “Es una especie de lógica de piratas que están repartiéndose un
botín. Vemos que la renta petrolera no siempre alcanza para todos”, ilustra. La investigadora
considera que los Gobiernos no han mostrado interés en combatir los males del rentismo,
porque esa anomalía les ha ayudado a permanecer en el poder ante ciudadanos incautos.
Para Casanova, se debe emprender un desmontaje del discurso que se teje alrededor de la
viveza. “Yo propondría abolir el término viveza criolla y empezar a llamar las cosas por su
nombre: se trata de trampa, de burla, de abuso, de engaño, de compadrazgo, de clientelismo,
de corrupción... y luego, a luchar en contra de eso”, señala.
Penalización moral
Para Vanessa Casanova se deben rescatar las campañas de penalización moral. “Recuerdo hace
muchos años una campaña en televisión que terminaba siempre con la frase: "¡Señale al
abusador!", y la persona abusadora se volvía pequeñita frente a los demás por vergüenza. Esos
mecanismos se han perdido y eso redunda en la pérdida de lazos de solidaridad colectiva y
respeto al otro, que puede ser o no nuestro vecino, pero que forma parte de la sociedad”,
precisa.
Dice que se debe asumir como una tarea colectiva: “Merecemos un trato más respetuoso, más
solidario, más cívico. Y eso pasa por la sociedad, que debe propiciar mecanismos para reforzar
los lazos colectivos como, por ejemplo, rituales de cohesión social. Eso es particularmente
urgente en una sociedad que se encuentra polarizada ideológicamente”, aconseja.
Sánchez, por su parte, enfatiza la responsabilidad de la escuela. “La educación debería estar
menos orientada al particularismo y más a la convivencia. El camino de la escuela es largo, lleva
al menos 10 o 12 años”, dice.
Comenta que desde los gobiernos locales se pueden adelantar campañas de concienciación
porque el venezolano debe rescatar su herencia societaria. “Para un Gobierno sería más difícil
tener ciudadanos que confíen en sus instituciones porque esperarían menos del clientelismo y
más del Estado”, argumenta.
Fuente:
http://www.agenciadenoticias.luz.edu.ve/index.php?option=com_content&task=view&id=377
4&Itemid=156