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DOMINGO 1º DE ADVIENTO (C) (29-11-15)

(Jer 33,14-16) En aquellos días se salvará Judá y en Jerusalén vivirán tranquilos.


(1 Tes 3,12-4,2) Que el Señor os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos.
(Lc 21, 25-36) Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación.

Con el primer Domingo de Adviento, comenzamos el nuevo año litúrgico que es una puesta
en escena de los acontecimientos que dieron lugar al cristianismo. De la misma manera que
en la vida normal, se inventó el teatro para escenificar las relaciones sociales y así poder
comprenderlas mejor, así en el ámbito religioso, escenificamos las experiencias religiosas de
nuestros antepasados. Para nosotros la figura clave es Jesús, por eso el año litúrgico se
desarrolla en torno a su vida. No tiene mayor importancia que Jesús haya nacido el 25 de
diciembre o en cualquier otro día del año. Como tampoco la tiene que haya nacido en el año
1 ó en el año 5 antes de Cristo. Lo importante es descubrir que la esencia de nuestra religión
tuvo su origen en la experiencia humana del hombre Jesús.

No nos debe extrañar la increíble riqueza de los textos litúrgicos de este tiempo de Adviento.
Ello se debe a que el pueblo de Israel vivió toda su historia como tiempo de adviento, es
decir, como una continua espera. Pero también el pueblo cristiano, vive las expectativas de
la llegada definitiva del Reino de Dios. Por eso, tanto el AT, como el NT, están plagados de
textos bellísimos sobre este tema fundamental en toda la Escritura. Nosotros encontramos
una dificultad a la hora de entender estos textos, porque están escritos desde unas
expectativas diferentes y en un lenguaje extraño. Sin embargo el mensaje es simple: Pase
lo que pase, debemos tener total confianza en Dios que salva siempre.

Tal vez nos produzca una cierta confusión el hecho de que la liturgia apunta en una doble
dirección. Por una parte, nos invita a estar en vela para la venida futura y definitiva de
Cristo. Por otra, nos invita a prepararnos a celebrar dignamente la primera venida de
Jesús, es decir, su nacimiento como ser humano. Ambas perspectivas son hoy
problemáticas. Celebrar el nacimiento de Jesús como acontecimiento histórico, no servirá
de nada si no nos sentimos implicados en lo que significó su propia vida. Entender
literalmente la segunda venida, será echar balones fuera por el otro extremo.

Esos dos extremos serán referencias importantes solo si nos llevan a afrontar
adecuadamente el presente. No tiene sentido hablar hoy del fin del mundo ni de
catástrofes futuras. Ni siquiera de la “futura venida de Cristo”. Lo importante no es que
vino, ni que vendrá, sino que viene en este instante. Hablar hoy del futuro en cualquier
aspecto es ponerse fuera de juego y no aceptar el verdadero mensaje de las lecturas.
Quedarse en la celebración de un hecho histórico, no cambiará nada en mi vida.

Los Judíos esperaron durante dieciocho siglos la liberación. Y cuando llegó Jesús con su
oferta de salvación, la rechazaron porque no era lo que ellos esperaban. La venida del
Mesías no fue suficiente para los judíos, porque no esperaban esa salvación, pero tampoco
fue suficiente para los primeros cristianos, también judíos, que siguieron esperando la
"segunda venida" en la que sí se realizará la verdadera salvación, porque entonces vendrá
“con gran poder y gloria”. Aún hoy, seguimos esperando una salvación desde fuera y a
nuestra medida, no la que realmente trajo Jesús. Si comprendiéramos que Dios ya nos ha
dado todo lo que puede darnos, dejaríamos de esperar que Dios venga a “hacer” algo para
salvarnos.

A todos nos resulta muy complicado abandonar una manera de ver a Dios que nos da
seguridades, que es lo único que nos importa de verdad. Preferimos seguir pensando en el
Dios todopoderoso que actúa a capricho, donde quiere, cuando quiere, y desde fuera. Solo
requiere de nosotros que cumplamos, también externamente, sus mandamientos. Desde
esta perspectiva nos sentimos forzados a hacer, por una parte, lo que nos parece que le
agrada y de otra, a esperar con miedo a que en el momento último nos coja confesados. De
esa manera no hay forma de hacer presente el Reino de Dios que está dentro de nosotros. Y
además, nos quedamos tan frescos, echando la culpa de que no estemos salvados a Dios,
que es demasiado cicatero a la hora de concedernos lo que tanto deseamos.

Dios está viniendo siempre. Si el encuentro no se produce es porque estamos dormidos o, lo


que es peor, con la atención puesta en otra parte. La falta de salvación se debe a que
nuestras expectativas van en una dirección equivocada. Esperamos actuaciones
espectaculares por parte de Dios. Esperamos una salvación que se me conceda como un
salvoconducto, y eso no puede funcionar. Da lo mismo que la esperemos aquí o para el más
allá. Lo que depende de mí no lo puede hacer Dios ni lo puede hacer Jesús. Esta es la causa
de nuestro fracaso. Esperamos que otro haga lo que solamente yo puedo hacer.

Dios es salvación y ya está en mí. Lo que de Dios hay en mí es mi verdadero ser. No tengo
que conseguir nada ni cambiar nada en mí. Simplemente tengo que despertar y descubrirlo.
Tengo que salir del engaño de creer que soy lo que no soy. Esta vivencia me descentraría de
mí mismo y me proyectaría hacia los demás; me identificaría con todo y con todos. Mi falso
ser, mi ego, mi individualidad se disolvería. Esa experiencia de salvación tendrá
consecuencias irreversibles en mi comportamiento con los demás y con las cosas, que
ahora, hecho el descubrimiento, forman parte de mí mismo. Dios no me salva como
recompensa a mis actos. Mis obras serán la consecuencia de la salvación que Dios me da.

En las primeras comunidades cristianas se acuñó una frase, repetida hasta la saciedad en la
liturgia: “Marañatha” = ¡Ven Señor Jesús! Vivieron en la contradicción de una escatología
realizada y una escatología futura. “Ya, pero todavía no”. Hay que tener mucho cuidado a
la hora de entender estas expresiones. “Ya”, por parte de Dios, que nos ha dado ya todo lo
que necesitamos para esa salvación. Si no fuera así, se convertiría en un tirano. “Todavía
no”, por nuestra parte, porque seguimos esperando una salvación a nuestra medida y no
hemos descubierto el alcance de la verdadera salvación, que ya poseemos. Aquí radica el
sentido del Adviento. Porque “todavía no” estamos salvados, tenemos que tratar de vivir el
“ya”. Eso nunca lo conseguiremos si nos dormimos en los laureles.

Jesús apunta hacia una salvación muy distinta de la que esperamos. "He venido para que
tengan vida y la tengan abundante." ¿Cuál es la tierra prometida que nosotros esperamos
hoy? Como los judíos, ¿esperamos una tierra que mane leche y miel, es decir mayor
bienestar material, más riquezas, más seguridades de todo tipo, poder consumir más?
Seguimos apegados a lo caduco, a lo transitorio, a lo terreno. Seguimos convencidos de que
la felicidad está en el consumo. La liturgia nos propone cuatro domingos para prepararnos.
Los comercios adelantan más cada año la oferta de productos navideños...

La confianza, la esperanza, la paz, la ilusión la tengo que mantener aquí y ahora, a pesar de
todas las apariencias. No debemos esperar que el mundo cambie para alcanzar la verdadera
salvación. Confiar, creer es ya cambiar el mundo. Si no es así, estoy confiando en el ídolo.
Siempre tendemos a ver la presencia de Dios en los acontecimientos favorables, y pensar
que Dios está alejado de nosotros cuando las cosas no van bien. Esa es la interpretación de
la historia que hizo el pueblo judío. Jesús dejó muy claro que Dios está siempre ahí, pero se
manifiesta con rotundidad en la cruz, aunque sea difícil descubrirlo.

El Adviento no me invita a mirar hacia fuera: pasado y futuro, sino a mirar hacia dentro. Si
consigo que nada de lo que tengo me ate y me desligo de lo que creo ser, aparecerá mondo
y lirondo mi verdadero SER. Solo ahí puedo encontrar la auténtica felicidad. ¡Qué nos está
pasando! Celebramos con inmensa alegría el nacimiento de una nueva vida, pero seguimos
despidiendo a nuestros muertos con un “funeral”. Debemos atrevernos a no ver el fin de
una vida como un fracaso. Al final del camino, nada de lo que eres en tu esencia, se ha
truncado. Eso es lo que se desprende del evangelio. Eso es lo que Jesús predicó y vivió.
meditación-contemplación

Dios viene, pero no de fuera.


Jesús vuelve, pero no se ha ido.
Hay que superar los conceptos de pasado y de futuro.
Solo así entrarás en la dinámica de una auténtica revelación.
…………….

Dios es siempre el mismo, no puede cambiar.


Está en la historia, y a la vez, más allá de la historia.
Descúbrelo en lo hondo de tu ser y aparecerá a través de ti.
No tienes nada que esperar de fuera.
…………….

No tiene nadie que venir a salvarte.


Tienes que descubrir que estás salvado desde siempre y para siempre.
Lo que te llegue de fuera ni aumenta ni disminuye esa salvación.
Pero puede ayudarte o impedir que la descubras y la vivas.
……………

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