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En mi obra final, yo modelé mi trabajo como “Los ojos verdes” por Gustavo Adolfo
Bécquer (Bécquer, 425-30). Además de leer la fuente primaria, también leí artículos académicos
que me guió a decidir cuál de los elementos de Bécquer fueron utilizados comúnmente en sus
leyendas. Los elementos siguientes son los que opté por usar. Primero, la leyenda mía está
escrita en tres partes o actas como la del modelo. Segundo, yo descubrí que Bécquer tenía un
estilo muy distinto con un ritmo casi lírico en su prosa. Entonces, yo incluí lenguaje descriptivo
trabajo. Por esta razón, incluí un sueño de presagio a fin de añadir este elemento sentimental y
sobrenatural a mi propia historia. Mi meta era escribir una leyenda inspirado por Bécquer pero
Las espadas de Toledo, forjado del mismo acero de la Tizona, cortaron a través de las
cimitarras moras y dejaron las calles de Jaén manchada con la sangre herética. Bajo el sol de
mediodía, las puertas del castillo Abrehui habían caído y el Rey Fernando III veía la destrucción
desde lo alto de la muralla. “Son herejes a todos, Gonsalvo,” afirmó el Rey a su general.
“Hazme un juramento a mí, Gonsalvo, que ninguno de los impuros vivirá para luchar otro día.”
El tintineo del metal dio testimonio del juramento como la mano de Gonsalvo golpeada contra la
juramento con una ola de rojo y oro. Con un gesto solemne, el rey examinó a su general por un
momento. “Usted más que nadie sabe de lo que son capaces los moros,” le recordó a su general.
“Nadie está a salvo, ni siquiera nuestras mujeres.” Gonsalvo inclinó la cabeza y cerró los ojos
por el conocimiento. Sus manos acariciaban la superficie pedregosa del parapeto mientras
“¡Don Gonsalvo!” una voz resonó sobre el tumulto de la batalla debajo de las murallas y
penetró su ensueño. Gonsalvo abrió sus ojos, notando una figura familiar corriendo hacia él.
Vela, su fiel escudero, apareció en un estado agitado. Cuando el siervo se dio cuenta que estaba
también en presencia del rey, troncó sus pasos y se rindió la lengua por el susto. Tras un silencio,
“Un batallón moro ha atravesado la línea sur y está haciendo su camino fuera de la
ciudad,” farfulló Vela arrastrando los pies hacia adelante y atrás. “Los jinetes le esperan para
Al llegar en el patio de armas, Gonsalvo montó su semental andaluz y encabezó al sur en busca
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de los moros que se escaparon de la mano de la justicia. Con cada avance galopante, un fuego
ardiente de la venganza comenzó a encenderse dentro del corazón del general. Para él había
llegado la hora de cortar las manos que habían apagado la luz de su vida. De una vez y para
siempre.
montaron al galope después de los moros como el viento. El sonido de pezuñas golpeando la
tierra retumbaba en el aire polvoriento mientras la brecha lentamente cerró entre ellos y su presa.
Maniobraron expertamente a través del valle, cruzando los campos arados y arroyos corrientes,
finalmente capturando la vista de los turbantes carmesíes como ellos tejieron entre los árboles de
“Es vital que capturamos a los herejes antes de que lleguen a las montañas de la Sierra
Nevada” gritó Gonsalvo encima del estruendo de los caballos. “El rey ha ordenado que ni un
moro sobreviva a la salida del sol.” Los jinetes comenzaron a impulsar sus animales hacia
adelante con renovado vigor. “Sean vigilantes,” animó Gonsalvo, “Les prometo que los animales
No fue mucho antes de que su predicción volviera en realidad. Los caballos marroquíes
de los moros comenzaron a cansarse mientras los caballos más grandes y fuertes de los españoles
atrapados con ellos. Pronto, vencieron a la retaguardia de los moros. Inmediatamente, los moros
diseminaron a todos lados mientras la batalla comenzó. Debajo de las ramas de los olivos, el
choque de la espada comenzó a disminuir lentamente como turbantes carmesíes cayeron uno por
uno a la tierra. Cuando el olivar fue una vez más silencioso, el General Gonsalvo volvió su
espada a su vaina y miró alrededor de los cuerpos caídos. Él había presumido satisfacción pero
inesperadamente no sintió nada sino una especie de desesperación. Este sentimiento era lo que
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había amenazado a consumirle para todos estos años. Su tentativa de evitarlo le había llevado en
tantos campos de batalla. Sin embargo largo y duro luchó, parecía que la desesperación siempre
volvía a él como un viejo amigo. Forzando a sus ojos de la matanza, Gonsalvo miraba hacia el
horizonte y se preguntó lo que iba a hacer una vez que la última ciudad de Granada ha sido
conquistada. Por un momento, él permitió que su mente regresar a su casa en Toledo. Sus
padres, ahora una década más viejos, estarían aportando las ovejas en los pastos caseros.
Gonsalvo cerró sus ojos y pronto el rugido del Tajo llenó sus oídos. La paz. La tranquilidad.
Dos lujos que se le habían escapado por demasiado tiempo. Abriendo los ojos, el general
observó que la hora se estaba haciendo tarde. El cielo que había sido cobalto era ahora manchado
II
Los caballos marroquíes habían sido capturados y atados juntos para el viaje de regreso a
Jaén. Los cuerpos moros habían sido saqueados de los adornos y las armaduras valiosos. Sus
tareas completadas, los jinetes, muertos de hambre de la refriega, sentaron en las rocas y los
troncos de olivos a comer jamón ahumado y aceitunas secas que guardaron en sus alforjas. De
vez en cuando, uno de ellos hiciera un vistazo sobre la figura silenciosa del General. Ellos tenían
sacrificados cualquier tipo de celebración, sabiendo que el humor del general seguramente traería
una reprimenda. En cambio, como era la tradición, repartieron el botín entre ellos mismos,
Notando los susurros de los hombres, Gonsalvo ordenó que construyan un fuego y
preparan el campamento para la noche. Gonsalvo les recordó que los cambios de guardias
tendrían que vigilar a los demás mientras dormían. Aunque improbable, era posible que uno o
varios de los moros se hubieran escapado adelante en la arboleda de oliva. Ya habían entrado en
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las estribaciones de las montañas de Sierra Nevada, un lugar popular de escondite para los
rebeldes moros. Si uno había escapado, podría advertir a las tropas restantes de Mohammed ibn
El general puso de pie y ordenó a sus hombres que quedaron a buscar leña seca para
hacer antorchas. Pronto, los hombres se reagruparon en el campamento. Con manos expertas
con filo de cuchillo, rasparon la corteza de las ramas y la ligaban alrededor de las puntas con el
alambre de cobre delgado. Como el sol desapareció detrás del horizonte occidental, Gonsalvo y
Vela montaron sus corceles para la primera vigilancia nocturna. Tomando sus antorchas
encendidas en la mano, los dos hombres llevaron sus caballos dentro de la oscuridad del olivar.
Vela, su fiel escudero, volvió a su señor y dijo en la despedida, "Que Dios te acompañe y
te mantenga, Señor." Gonsalvo consideró un último vistazo a su siervo, pero guardó sus ojos
estómago y dio tumbos hacia arriba en la garganta. Había dicho adiós a demasiados hombres.
Gonsalvo se dirigió hacia el sudoeste, hacia las estribaciones de las montañas. Él razonó
que si alguien había escapado, se dirigen hacia el terreno traicionero de las montañas. Siguiendo
adelante, la luz de la antorcha vaciló a través de la tierra, iluminando los troncos retorcidos de las
olivas que emergieron de una gruesa alfombra de hierba verde. Repartidos por la alfombra verde
fueron miles de amapolas rojas en plena floración. Gonsalvo se agachó y arrancó una de las
flores de su vástago. Él llevó la flor hasta la nariz e inhaló. “Belleza sin fragancia,” murmuraba
el general, machacando los pétalos entre sus dedos y tirando las ruinas en el suelo. El
sentimiento asqueroso volvió; la flor sin perfume como un recordatorio de la inutilidad de amar a
Gonsalvo hizo su camino hasta el borde del Olivar. Levantó su antorcha y entrecerró los
ojos. Por un momento, pensó que él ha visto movimiento cercano. Su semental, con una señal
en obstinada protesta. “¡Quieto, Arión!,” murmuró el general, frotando la nuca del caballo. El
ligero toque de su amo se calmó el demonio creciente dentro del animal. Con una patada suave a
las ancas, Gonsalvo impulsó el animal adelante. Con sus labios fruncidos y sus dientes apretados
fuertemente juntos, hombre y bestia desafiaron la noche peligrosa. Andar con cautela por la
hilera de olivos, el silencio intenso de la arboleda era ininterrumpido excepto por las pisadas de
Sin aviso, un destello de carmesí apareció de las sombras. Un moro negro, montado
encima de un corcel ébano, apresuró hacia el general con el abandono temerario. La cimitarra
levantada lista para la batalla brillaba en a la luz de la antorcha. Un chillido impío escapó de la
boca del moro causando un rebaño de pájaros dormidos a buscar refugio en los cielos. La
palpitación de alas y cascos mezclados con los gritos de hombre y ave llenó el aire. Un destello
de acero sobre acero resonó entre los árboles. General Gonsalvo cayó pesadamente al suelo. Su
violentamente la cabeza. Con toda la fuerza que pudo reunir, el general se paró a sus pies y
agarró la antorcha caída. Elevarlo por encima de su cabeza, buscó entre los olivos para el moro.
oscuridad de los olivos. Gonsalvo, con un gran agotamiento, se desplomó al suelo contra el
tronco de un árbol y se reclinó su cabeza. Pronto la noche abrumó los ojos pesados y la
III
rojas. El sol brillaba; los rayos calentando su cabeza y sus hombros. El aire estaba lleno de la
fragancia de la hierba fresca y en algún lugar más allá de vista podía oírse el balido de ovejas.
Su destino era una pequeña casa hecho de ladrilla rosado con su patio adornado con las flores
amatistas de la Jacaranda. Se encaramado en las ramas cargadas de flores eran aves cantando un
mano para sombrear sus ojos. A través del resplandor de la luz luminosa, la forma de una mujer
de belleza magnifico comenzó a tomar forma. Su cabello dorado se cayó por sus hombros y
fluyó en cascadas alrededor de su cintura. Vestía en atuendo blanco que onduló en un viento
invisible, oscilando alrededor de sus pies desnudos. Sus brazos de porcelana extendieron hacia
Gonsalvo como si le abrazara y sus ojos zafiros le penetraron tan intensamente que él sentía
Desesperado por evitar su mirada, Gonsalvo cerró sus ojos con incredulidad y los abrió
otra vez. “¿Costanza?” cuestionó el general, sus ojos húmedos de emoción. Años de palabras
inundaron su boca pero ninguna escapó. Un violento dolor le golpeó en el pecho; su corazón
latiendo otra vez después de años de una muerte fría por amarga. La oleada de sensaciones
causó a sus rodillas a doblar debajo de la pesada carga de pérdida que él había llevado durante
tanto tiempo.
La aparición se dirigió hacia él, sus pies apenas tocando el suelo. Sus labios rubís
abrieron y les habló con una voz dulce, pero desencarnado. “Gonsalvo, volverte atrás,” dijo la
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voz. “La copa de tu venganza está llena a rebosar. Hoy te encontrarás con tu última
Gonsalvo sintió un calor extraño en sus manos. Cuando miró hacia abajo, estaban
cubiertos de sangre. Volvió su mirada a la aparición y dijo: "Lo hice por ti." La mujer se acercó
a Gonsalvo, sus ojos encendidos en llamas de fuego azul. “Gonsalvo, no trates de engañar a mí ni
a ti mismo. Sabes que tú lo hiciste todo para aplacar la ira,” dijo la voz. El momento en que sus
palabras salieron de sus labios rubís, su imagen comenzó a ondular en ondas de luz hasta que se
disipó completamente.
De repente el pasto estaba sumido en la oscuridad y Gonsalvo sentí la sangre en sus venas
congelar. Si no él podía vengar a su amor perdido con la sangre de los moros, la vida no merece
la pena vivir. Prefería morir en el calor de batalla dispensando la venganza que morir de viejo,
solo y olvidado. Con la cabeza inclinada y los puños apretados, Gonsalvo escondió las palabras
“¡General!” gritó una voz familiar. Gonsalvo abrió sus ojos y la cara de Vela materializó
frente a él. “Señor, ya es tarde,” le informó. “Encontré sangre en el suelo cerca del borde del
General Gonsalvo puso de pie y trató de limpiar las telarañas de su mente. Por un
momento permaneció bajo la sombra de los olivos, oscilando en una niebla entre dos mundos.
Al final, la tierra le reclamó y la memoria regresó. Él se acordó de sentarse bajo un árbol para
Gonsalvo miró hacia el cielo y notó que era casi mediodía. “Muéstreme esta sangre que
has encontrado, Vela,” dijo Gonsalvo a su escudero. Sin demora, Vela llevó al general a la
ubicación de la sangre derramada. Los dos hombres siguieron el rastro dejado por el Moro por
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las estribaciones hasta que se convirtió el terreno escarpado y rocoso. Mientras que acercaban a
las montañas, los altísimos picos nevadas se vislumbraba sobre Gonsalvo y su escudero como
serían unas hormigas al lado de un hormiguero. Gonsalvo miró hacia arriba en las alturas y
Después de subir por horas, llegó el momento cuando los caballos ya no podrían
atravesar el terreno montañoso. Gonsalvo desmontó su caballo y llevó una cantimplora de agua
de su alforja. Con una mirada grave de determinación, él dijo a su siervo, “Vela, tomes los
caballos hacia abajo de la montaña y reúnes a la tropa. Si no vuelvo en tres días, regreses a Jaén.
Mi última petición sería que regalas la parte mía del botín a mis padres y que libera a Arión a
pastar en los prados de mi casero en Toledo.” Vela colocó su mano sobre su corazón y juró que
Después de que Gonsalvo despidió y se alejó hacia arriba, Vela levantó la cabeza y lo
siguió con sus ojos hasta que fuera nada más que una sombra entre los riscos y rocas. Las
palabras le falló al ver la ascensión valiente de su general hacia los cielos. Con un paso pesado,
Vela agarró de las riendas de Arión y dirigió a los caballos hacia abajo de la montaña.
Ya que Gonsalvo siguió a subir, él notó que el rastro dejado por el moro era conspicuo:
una rama rota, gotas de sangre encima de una roca, y luego el contorno puntiagudo de una bota
imprimada en la tierra. Gonsalvo dio cuenta que rápidamente estaba cerrando la brecha porque
a veces en la distancia agarró la vista de un destello de carmesí. La vista del turbante carmesí
incendió la sangre del Gonsalvo hasta que pudiera sentirla bombeando violentamente en su
Después de unas horas, Gonsalvo escaló al lado de un estrecho barranco. Sus piernas
estaban débiles por el cansancio y su piel estaba ardiendo bajo el calor del sol. Por suerte, se
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encontró con una gran roca plana en la sombra y se detuvo. Mientras descansaba observaba un
alcotán en vuelo. El ave rapaz se elevó a través del cielo con la facilidad, zambulléndose abajo
hacia los precipicios y luego subiendo hacia arriba a los cielos. El vuelo libre del alcotán le hizo
a Gonsalvo sentir cansado y viejo. Por un momento, la cumbre parecía más lejos que nunca. Tal
vez debería prestar atención al presagio de la aparición de su sueño. Justo cuando estaba a punto
de rendirse y reunir con su batallón, Gonsalvo escuchó el grito del aloctán urgiéndole, además
pronto el final de su búsqueda vendría. Por el rabillo de su ojo, Gonsalvo finalmente agarró la
vista del turbante carmesí. Un sentido de urgencia se apoderó de él cuando se dio cuenta de que
el moro se acercaba a la cumbre, sólo faltaba a pocos metros. Con una ráfaga de fuerza
Gonsalvo se empujó hacia delante otra vez, trepando temerariamente por las rocas y bordeando
precipicios estrechos como una cabra montesa. La melancolía fue reemplazada por una venganza
ardiente. Él casi podía saborear el sabor metálico de la sangre del moro en su boca.
Buscando hacia la cumbre por su presa, Gonsalvo notó que una vez más, el azul cobalto
del cielo había sido manchado con nubes carmesí y cobre por la puesta del sol. Pronto
desaparecería detrás de la cima de la montaña y la oscuridad caería sobre él como una trampa.
Con el tiempo agotándose, Gonsalvo juró hacia los cielos, “Si yo no mato este hereje moro antes
hasta que podía sentir su aliento caliente en su cuello. Cuando por fin alcanzó la cumbre, se
volvió atrás para localizar su perseguidor. Su cara fue torturada por el dolor, su bata blanca
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manchada con su propia sangre y su cara mojada de perlas negras del sudor. El moro pronunció
Desde detrás del moro, la luz del sol destello una última luz brillante del día, dejando al
moro en silueta negra. Por un breve momento, Gonsalvo fue cegado por la luz. Cuando su visión
volvió, vio una nueva luz subiendo por detrás de la cima de la montaña. Se elevó en el cielo y
luego comenzó su descenso como cien estrellas fugaces. Gonsalvo se levantó sus brazos hacia
los cielos y gritó, “¡Por el amor y el honor de la Castilla!” Se derramó la sangre de España en la
cima de la sierra nevada y se mezclaba con el suelo de granada. Encima de la cumbre alrededor
del moro herido se arrodilló una línea de cien arqueros en turbantes carmesíes.
Fin
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Fuentes
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Becquer." Teaching Language Through Literature 18.2 (1979): 13-19. MLA International
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