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Unidad 3

Poder
Apuntes de cátedra

Temas de la unidad
Poder, dominación y relaciones sociales. Poder y reproducción social: Estado y
aparatos de Estado. Relaciones de dominación social y legitimidad. El poder como
tecnología. Poder y vida cotidiana.

Bibliografía (Citada según el orden sugerido de lectura)


Apunte de cátedra: Poder, en el campus virtual de UBA XXI.

https://www.ubaxxicampusvirtual.uba.ar/

ALTHUSSER, LOUIS; Ideología y aparatos ideológicos de Estado, Buenos Aires, Nueva


visión, 1988.

WEBER, MAX, ECONOMÍA Y SOCIEDAD, México, Fondo de Cultura Económica, 1997,


Primera Parte: cap. I, sección II: “Poder y dominación”, págs. 43 a 44; cap. III:
“Los tipos de dominación”, págs. 170 a 181 y 193 (4. “Dominación carismática”) a
202.

FOUCAULT, MICHEL, Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber, México, Siglo


XXI, 1987, cap. IV, punto 2, “Método”.

FOUCAULT, M., “Las redes del poder”, en Revista Fahrenheit 450, Buenos Aires, Año
1, Nº 1, 1986.

Documento de Cátedra: ZUSMAN, CLAUDIO, En torno al concepto weberiano de


dominación legítima, en el Campus virtual de UBA XXI.

https://www.ubaxxicampusvirtual.uba.ar/

Introducción

En la Unidad 2, hemos introducido tres grandes perspectivas clásicas de la


sociología que definían el objeto de estudio, el método y, por tanto, la propia
sociología de modos muy distintos.

En esta unidad, intentaremos pensar específicamente una dimensión de ese objeto


que llamamos “sociedad”, la dimensión del poder. Sea que pensemos la sociedad
como constituida por una base de relaciones sociales de producción que determina
las formas de la familia, las formas jurídicas, el sistema político, etc., sea que la
pensemos como un conjunto de modos de actuar, modos de pensar y modos de
sentir que existen independientemente de los individuos, sea que la pensemos
como un entramado de acciones individuales orientadas recíprocamente por un
sentido compartido, encontramos que los individuos, grupos o clases sociales se
hallan en ella ocupando posiciones asimétricas. Es decir, las relaciones sociales
colocan a los diferentes individuos, grupos o clases en posiciones en las
que no cuentan con la misma cantidad ni con el mismo tipo de recursos –
coactivos, legales, ideológicos, técnicos, económicos, etc.- para conformar,
ordenar, reglar, el comportamiento de los demás. A este hecho hacen
referencia en sociología las nociones de poder o de dominación.

Presentaremos tres maneras muy distintas de abordar el problema del poder o de


la dominación. La primera corresponde al marxismo en sus versiones más clásicas 1,
la segunda es la weberiana, la tercera es la que propone Michel Foucault.

Nos proponemos como objetivos que el estudiante pueda identificar y comparar los
problemas a los que intentan dar respuesta estas perspectivas; identificar y
comparar los principales conceptos que dan solución a esos problemas; reconocer
las diferencias en cuanto a los procesos sociales sobre los cuales dichos
conceptos echan luz.

Guía de lectura de los textos


Comenzaremos el análisis del problema de la unidad a partir del texto de Louis
Althusser, que se inscribe dentro de la tradición marxista de pensamiento social.
Por esta razón, presentaremos en los puntos siguientes algunas líneas generales de
la reflexión marxista sobre el poder que sirven de marco conceptual para la lectura
del texto en cuestión.

Marco conceptual para la lectura de Althusser


EL PROBLEMA DEL PODER EN EL MARXISMO CLÁSICO

Como se ha visto en la Unidad 2, la perspectiva marxista parte de la idea de que el


hecho fundante de una sociedad es su infraestructura económica o, dicho de otro
modo, la organización de las fuerzas productivas bajo determinado tipo de
relaciones sociales de producción que, como también hemos visto, son
“relaciones antagónicas entre clases sociales”. De tal modo que el problema del
poder para el marxismo será definido en función de tal enfoque. ¿Qué papel cumple

1
Las distinciones entre “clásicos” y “no-clásicos”, “ortodoxos” y “heterodoxos” son siempre complejas,
muchas veces fastidiosas, y reclaman siempre explicaciones. Por marxismo “clásico” nos referiremos a
los problemas y conceptos –más allá de las tesis, principalmente las políticas, que son variables- que se
fijan como lectura canónica de la obra de Marx como efecto de las claves de lectura de los marxistas
soviéticos de fines del siglo XIX y principios del XX. Cfr. Anderson, Perry, Consideraciones sobre el
marxismo occidental, México, Siglo XXI, 1987.

2
el poder en la “reproducción de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de
producción”? ¿Cómo participa en la lucha de clases? Dicho de otro modo, el
problema del poder se recorta, para el marxismo, sobre el fondo de su principal
interés teórico: ¿en qué relación está el poder con un modo de producción?

Planteado de este modo el problema del poder, se deduce ya una primera


característica. Para los autores marxistas el poder refiere siempre, en última
instancia, a relaciones entre clases sociales. Referirá al poder de la clase dominante
sobre la clase dominada. Es un poder de clase. Y su finalidad será la de mantener
la participación de la clase dominada en las relaciones sociales de producción
vigentes.

Coacción económica, violencia y Estado


¿Qué tipo de poder es éste? En estos textos que hemos llamado por comodidad
“clásicos”, la respuesta apunta nítidamente a dos: por un lado, a la coacción
económica –la coacción a participar en las relaciones de producción que impone la
subsistencia-, por otro, a la coacción física, es decir, el uso de la violencia.

Ahora bien, si estos dos tipos de poder aparecen indiferenciados e indisociables y


de forma transparente en manos de la clase dominante en las sociedades
medievales, no ocurre lo mismo en las sociedades capitalistas desarrolladas. En el
capítulo XXIV de El capital, cuando Marx estudia las condiciones históricas de
surgimiento del capitalismo, rastrea la violencia como uno de sus principales
factores fundantes. No sólo la expropiación violenta de las tierras a los campesinos
feudales, sino las llamadas leyes de pobres que perseguían salvajemente a esos
mismos campesinos que, expulsados de sus tierras, inundaron las ciudades de
vagabundos.

“De esta suerte, la población rural, expropiada por la violencia, expulsada


de sus tierras y reducida al vagabundeo, fue obligada a someterse,
mediante una legislación terrorista y grotesca y a fuerza de latigazos,
hierros candentes y tormentos, a la disciplina que requería el trabajo
asalariado.

[…] La organización del proceso capitalista de producción desarrollado


quebranta toda resistencia: la generación constante de una sobrepoblación
relativa mantiene la ley de la oferta y la demanda de trabajo, y por tanto
el salario, dentro de carriles que convienen a las necesidades de
valorización del capital; la coerción sorda de las relaciones económicas
pone su sello a la dominación capitalista sobre el obrero. Sigue usándose
siempre, la violencia directa, extraeconómica, pero sólo excepcionalmente.
Para el curso usual de las cosas es posible confiar al obrero a las ‘leyes
naturales de la producción’, esto es, a la dependencia surgida de las
condiciones de la producción mismas y garantizada y perpetuada por
éstas. De otra manera sucedían las cosas durante la génesis histórica de la
producción capitalista. La burguesía naciente necesita y usa el poder del

3
estado para ‘regular’ el salario, esto es, para comprimirlo dentro de los
límites gratos a la producción de plusvalor, para prolongar la jornada
laboral y mantener al trabajador mismo en el grado normal de
dependencia” . 2

Aunque la coacción violenta aparece indisociable de la coacción económica en la


génesis de las sociedades capitalistas, en su desarrollo posterior se disocia y se
vuelve secundaria respecto de ella. Estos dos procesos se encuentran en la base de
la teoría marxista del poder y del Estado. Ese componente de coacción física de las
relaciones sociales se separa de ellas y se concentra en una institución social
específica, el Estado. Por eso, dirá Althusser, en el marxismo el Estado aparece en
primer lugar como conjunto de aparatos represivos. En este sentido, la función del
Estado aparece como secundaria: el Estado actuará únicamente cuando la coacción
que ejerce la propia situación económica de aquel, que se encuentra separado de
los medios de producción, no alcance para mantenerlo dentro del orden social
vigente. La función del Estado es garantizar, mediante la violencia, la permanencia
de las relaciones sociales de producción.

¿Cómo se explica esa disociación y separación de los medios violentos respecto de


las relaciones sociales de producción? Por la forma misma que adoptan estas
relaciones en las sociedades capitalistas. La diferencia específica de la propiedad
privada y el trabajo asalariado respecto de otras formas históricas de propiedad y
trabajo es precisamente que funcionan ajenas a toda regulación social previa (tanto
la producción como el trabajo se organizan sin mediación de tradiciones, derecho
consuetudinario, creencias religiosas, etc.). La regulación de la producción tendrá
lugar siempre a posteriori y se hará en la esfera del intercambio de mercancías, a
través del mercado. El componente jurídico-coactivo de las relaciones sociales se
separa así de su componente productivo o económico.

¿Pero por qué es necesario este componente legal y violento? Contesta Engels:

“El Estado no es, en modo alguno, un Poder impuesto desde fuera a la


sociedad; ni es tampoco ‘la realidad de la idea moral’, ‘la imagen y la
realidad de la razón’, como afirma Hegel. El Estado es, más bien, un
producto de la sociedad al llegar una determinada fase de desarrollo; es la
confesión de que esta sociedad se ha enredado consigo misma en una
contradicción insoluble, se ha dividido en antagonismos irreconciliables,
que ella es impotente para conjurar. Y para que estos antagonismos, estas
clases con intereses económicos en pugna, no se devoren a sí mismas y no
devoren a la sociedad en una lucha estéril, para eso hízose necesario un
Poder situado, aparentemente, por encima de la sociedad y llamado a
amortiguar el conflicto, a mantenerlo dentro de los límites del ‘orden’. Y

2
Marx, Karl, El capital. Crítica de la economía política, México, Siglo XX, 1955, cap. XXIV, Tomo I, Vol.
3, págs. 922 y 923.

4
este Poder, que brota de la sociedad, pero que se coloca por encima de
ella y que se divorcia cada vez más de ella, es el Estado” 3.

En resumen, el marxismo ha pensado el problema del poder en términos clasistas,


como poder de una clase dominante sobre una clase dominada. En las sociedades
modernas, la base de este poder se encuentra disociada. Por un lado, las relaciones
de producción mismas, en tanto el productor se halla separado de sus medios de
producción, lo obligan a vender su fuerza de trabajo. Pero, por otro lado, los
medios sociales de ejercicio de la violencia siguen utilizándose toda vez que “la
coerción sorda de las relaciones económicas” no es suficiente para contener y
refrenar los antagonismos de clase. Como dijimos, por la propia forma de
organización social capitalista, estos medios violentos se separan de las relaciones
de producción y de su ejercicio directo por las clases dominantes, y se concentran
en una institución específica, el Estado. En virtud de esta tesis es que la reflexión
sobre el poder en el marxismo ha girado sustancialmente en torno de la elaboración
de una teoría del Estado.

Ejes conceptuales del texto Ideología y aparatos ideológicos de


Estado
La primera parte del texto de Althusser, Ideología y aparatos ideológicos de Estado,
que presentamos en esta unidad –la segunda parte del texto forma parte de la
Unidad 4-, nos interesa en primer lugar porque pasa revista brevemente a esta
teoría marxista clásica del Estado. Señala sus dos dimensiones (poder de Estado
y aparatos de Estado), su relación con la reproducción sociaL (retomando los
conceptos de modo de producción, fuerzas productivas, relaciones de
producción), y su posición dentro del esquema general estructura-superestructura
(que hemos visto en la Unidad 2 en el Prólogo a la Contribución a la Crítica de la
Economía Política).

En relación con el problema del poder, el texto de Althusser nos interesa por una
segunda razón. Tal como él mismo lo presenta, a través del concepto de aparatos
ideológicos de Estado intenta incorporar la noción de ideología a aquella teoría
clásica del Estado, preguntándose otra vez, dentro de la problemática marxista, qué
rol específico cumplen en la reproducción social.

Estado e ideología
Ciertamente la noción de ideología no ha sido desarrollada como problema
específico en la obra de Marx. Por lo tanto, aún menos lo fue el vínculo entre
ideología y Estado. La construcción de este vínculo es muy posterior a su muerte y
podemos identificar tres factores que la hicieron posible. Por un lado, algunos
fragmentos de La Ideología Alemana4 permitían inducir de algún modo una teoría

3
Engels, Friedrich, “El origen de la familia, la propiedad y el Estado”, citado en Lenin, V.I., El Estado y la
Revolución, Beijing, Ediciones en lenguas extranjeras, 1985, pág. 7.
4
Marx, K. y Engels, F., La ideología alemana. Crítica de la novísima filosofía alemana, Barcelona,
Grijalbo, 1972.

5
general de la ideología en Marx. Esta teoría indicaba que la ideología es una forma
falsa de conciencia que encubre u oculta las relaciones de dominación entre clases.
Algo similar ocurría en el caso del Estado. Si Marx ponía el acento en el carácter de
clase del Estado y en su función represiva, era precisamente porque éste ocultaba o
encubría ese mismo carácter. El Estado se presenta como representante de los
intereses de la sociedad en su conjunto, como representante de la Nación, como
institución neutra respecto de las distintas clases sociales y como garante de la
igualdad a través de las normas del derecho. Esta similitud permitió posteriormente
sostener el vínculo entre ambas nociones. Pero hay además un factor histórico.
Para los marxistas de la segunda mitad del siglo XX se había vuelto particularmente
evidente la relevancia de la educación, la cultura y los medios masivos de
comunicación para la dominación social. Las experiencias del fascismo y el nazismo
en Europa, así como la industria cultural montada en los EE.UU. en la década del
50, no dejaban lugar a dudas sobre la importancia de las representaciones sociales
en el ejercicio de la dominación. A este problema vino a darse el nombre de
ideología.

Aunque el problema de la definición y el funcionamiento de la ideología será


abordado en la siguiente unidad, la introducimos aquí pues vendría a completar el
cuadro general de las reflexiones marxistas sobre el poder.

Concluyendo, hemos visto que el poder refiere para el marxismo a una “relación de
dominación entre clases sociales”. Esta dominación se sostiene en base a tres tipos
distintos de poderes, que poseen a su vez –en las sociedades modernas- distintas
fuentes. En primer lugar, una coacción económica a vender la fuerza de trabajo
que proviene de las propias relaciones sociales de producción. En segundo lugar, un
poder político que tiene como origen el Estado, que coacciona mediante el
sistema jurídico y sus diferentes aparatos represivos. En tercer lugar, un poder
ideológico que no tiene su fuente principal en el sistema jurídico y represivo, sino
en distintas instituciones sociales (escuela, familia, partidos, sindicatos, Iglesia,
etc.) que difunden las formas de concebir el mundo social propias de la clase
dominante.

Marco conceptual para la lectura de Weber


La sociología de Max Weber, que ya hemos presentado en la Unidad 2, ha dado
también herramientas teóricas y metodológicas en lo referente al análisis de las
relaciones asimétricas que forman parte de la vida social.

En comparación con la perspectiva marxista, la weberiana ha sido particularmente


utilizada para el análisis interno de las instituciones sociales. En términos
generales, puede decirse que aunque la teoría marxista clásica brinda conceptos
para explicar el rol y los cambios de las instituciones al relacionarlos con las
necesidades y modificaciones de un determinado modo de producción, no ha
brindado herramientas para el análisis interno de su funcionamiento y existencia.

6
Así, por ejemplo, la perspectiva marxista podrá decirnos –como lo hace Althusser-
que el rol de la Universidad pasa por la calificación de ciertos estratos de la mano
de obra necesarios a la reproducción del capital, y también a la transmisión de
pautas de conocimiento tal como éste es concebido por la clase dominante.
Podremos, así, explicar los cambios en los modelos y proyectos históricos del
sistema universitario en virtud de las exigencias de la reproducción social y de los
intereses de las clases dominantes en cada momento. Pero esta perspectiva no nos
dirá nada sobre el tipo de relaciones sociales que componen internamente lo que
llamamos “Universidad” ni sobre el hecho de que un número de individuos actúen
dentro de ellas de un modo esperado. Lo mismo podría aplicarse al caso de la
organización interna del Estado, la burocracia, o la de la Iglesia, o la de los niveles
ejecutivos de una empresa capitalista.

Para abordar la cuestión del poder y la dominación en Weber, es fundamental tener


en cuenta el proyecto general de su sociología y sus diferencias con la perspectiva
marxista tal como los hemos presentado en la Unidad 25. La sociología de Weber
toma como categoría explicativa “el sentido subjetivamente mentado” de las
acciones sociales. Esto exige asumir un “individualismo metodológico”. Esto es, no
que las sociedades sean un conjunto de individuos separados o aislados que entran
esporádica y azarosamente en relaciones, sino que la trama de la vida social sólo
puede explicarse “comprendiendo” el sentido que le dan los individuos a sus
relaciones. Estas indicaciones metodológicas se encontraban ya en las unidades de
análisis que hemos presentado: acción social y relación social.

Siendo la dominación una relación social, debe pensarse, al menos


metodológicamente, como una pluralidad de acciones sociales con un sentido
recíprocamente referido. ¿Qué acciones componen una relación social de
dominación? ¿Qué sentidos subjetivos les dan los actores a estas acciones? Éstas
tendrán que ser nuestras preguntas orientadoras.

El concepto de poder
De esta perspectiva general ya podemos inducir ciertas diferencias con la
perspectiva marxista en lo que hace al fenómeno del poder. Para empezar, no
podrá abordarse como un efecto objetivo derivado de condiciones sociales
objetivas, sino como una relación entre sujetos.

En segundo lugar, y en consecuencia, se verá en ambos textos que Weber sostiene


repetidamente que el poder no se deriva necesariamente de los recursos
económicos que se posean. Lo mismo en cuanto a sus fines: el fin del poder no es
necesariamente perseguir ventajas económicas. De tal modo, Weber desarticula la
unión íntima que establecía el marxismo entre poder y modo de producción, tanto
en el sentido de que una posición de clase económicamente favorecida deriva
necesariamente en una posición de poder extraeconómico, como en el sentido de
que el objetivo del poder es sostener ciertas relaciones económicas. Lo cual no

5
En el Documento de Cátedra de Claudio Zusman se podrá encontrar una introducción epistemológica al
problema de la dominación en Weber.

7
quiere decir que esto no pueda suceder, ni niega el hecho de que suceda con
frecuencia. Simplemente esa asociación no es necesaria, no es la única, y ni
siquiera la más fundamental. Esta posición de Weber responde a dos factores. Por
un lado, su continua discusión con el marxismo respecto de que los fenómenos
políticos, religiosos, culturales no pueden reducirse a los económicos. Por otro, a un
problema estrictamente conceptual: por su definición, el poder excede en mucho a
la esfera de las relaciones económicas. Infinidad de situaciones, dice Weber,
pueden colocar a un individuo o a un grupo frente a la posibilidad de imponer su
voluntad a otro. De tal modo, el poder tampoco hará referencia a algún tipo
específico de recurso, como sí lo hacía en el marxismo –coactivo, ideológico,
económico-.

El carácter infinitamente variado del poder es precisamente lo que lo convierte,


para Weber, en un concepto sociológicamente “amorfo”. Es decir, no es como tal un
concepto que permita captar y ordenar ciertas regularidades en los
comportamientos humanos. Utilizar el concepto de poder para comprender la vida
social nos arrojaría a una casuística infinita e inconcluyente, a la identificación de
situaciones tan diversas y variables que serían sociológicamente irrelevantes, es
decir, impedirían establecer algún tipo de uniformidad.

Pero si el concepto de poder es insuficiente, el problema de las relaciones


asimétricas en una sociedad no deja de ser importante. La dominación, dice Weber,
forma parte de la estructura de muchas acciones comunitarias. No es un problema
desechable. De modo que se impondrá recortar un concepto distinto al de poder,
más preciso, científicamente relevante, que permita ordenar este problema de la
existencia de asimetrías en ciertos aspectos de la vida social. Este concepto será el
de dominación.

Ejes conceptuales del texto Poder y dominación


En primer lugar, entonces, se tendrá que extraer del texto una definición del
concepto de poder y reflexionar sobre sus diferencias con el concepto tal como lo
trata el marxismo.

En segundo lugar, se tendrá que seguir, entonces, la forma en que Weber recorta
en ese campo “amorfo” del poder un caso específico –“el poder de mando”- al que
dará el nombre de dominación, distinguiéndolo de cualquier tipo de “influencia” o
“condicionamiento” de la conducta y en particular de lo que denomina “dominación
mediante una constelación de intereses”. Vuelve así a sentar las bases de su
diferencia con el marxismo. Weber no llamará dominación a una situación de poder
económico. Y aunque el tránsito entre ambas formas de poder sea posible e incluso
frecuente, los conceptos no pueden identificarse ni reducirse uno a otro. De hecho,
aunque puedan ser relevantes en las actividades económicas, se podrán rastrear en
el texto ejemplos de que las relaciones de dominación exceden al campo de la
economía y no pertenecen a un campo de actividad específico.

A partir de esta serie de distinciones se podrá llegar a la definición del concepto de


dominación, que será retomada y ampliada en el siguiente texto.

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Ejes conceptuales del texto Los tipos de dominación
En este texto Weber retoma la definición del concepto de dominación. Para
comprender esta definición en su especificidad será importante que se lea con
mucha atención los conceptos que aparecen en ella. Se verá que finalmente, lo que
distingue a la dominación de cualquier otra forma de poder es el sentido específico
que Weber da al concepto de obediencia. Se podrá constatar en ello, otra vez, la
importancia que otorga Weber al sentido que los individuos dan a las acciones, más
allá de la pura conducta fáctica observable. Para completar el concepto de
dominación se tendrá que tener en cuenta sus relaciones con las nociones de
cuadro administrativo y de legitimidad.

En base a esta definición conceptual, Weber elaborará una “tipología de la


dominación”. Nos interesa que se pueda distinguir los tres tipos ideales de
dominación de acuerdo con el tipo de creencia en su legitimidad al que aspiran, sus
características fundamentales y los rasgos del cuadro administrativo y su relación
con quien o quienes mandan.

Nota sobre la tipología de la dominación


Ya hemos visto en la Unidad 2, en relación con la “tipología de la acción social”, la
importancia metodológica que cobran los “tipos ideales” para una sociología
comprensivista como la de Weber6. Respecto de la dominación, se encontrará
entonces el mismo recurso metodológico. Una vez que ha definido el concepto,
Weber elaborará estas herramientas teóricas que nos servirán para hacer
distinciones en la realidad empírica y aprehender la singularidad de ciertos
fenómenos socio-históricos.

¿Sobre qué base puede hacerse una tipología de la dominación? Weber descartará
la posibilidad de construirla en virtud de los “motivos de aquellos que obedecen a
un mandato”. Esos motivos no permitirían distinguir formas de dominación porque,
aunque variables, observaríamos que en todas se trata aproximadamente de los
mismos. En cambio, Weber encuentra que históricamente las características de la
relación de dominación, del cuadro administrativo y su relación con quien manda,
han adquirido algunos rasgos uniformes de acuerdo con la pretensión de
legitimidad que se sostenga. Es entonces sobre este criterio que construirá tres
tipos ideales de dominación.

Marco conceptual para la lectura de Foucault


La obra de Michel Foucault, elaborada en su mayor parte durante las décadas del
60 y 70 del siglo XX, provocó enormes debates y modificaciones en el amplio
terreno de las ciencias sociales. Haciendo un uso original de la filosofía de Nietzsche
en el campo de la historia, produjo una serie de investigaciones históricas
tendientes a encontrar las relaciones en que se hallan las “voluntades de saber”, un
conjunto de discursos que aspiran a “decir la verdad” sobre determinado objeto (la

6
En el Documento de Cátedra escrito por Zusman se encontrará una referencia a esta cuestión y su
relación con los aspectos epistemológicos de la teoría weberiana.

9
locura, las conductas sexuales, las conductas criminales, el comportamiento de las
poblaciones, etc.), con las modificaciones que se producen en los modos de
ejercicio del poder (mecanismos de encierro y exclusión, de vigilancia y análisis, de
examen, dispositivos de control de las poblaciones, etc.). De este modo, aunque no
realizaba una crítica -en el sentido tradicional del término- a las ciencias del
hombre -psiquiatría, criminología, pedagogía, psicología, economía, sociología-, las
mostraba como un correlato de los saberes producidos al interior del los
mecanismos de poder. Por otra parte, la forma en que proponía pensar y analizar el
poder se contraponía con gran parte de las concepciones que sustentaban
estrategias y tácticas partidarias desde la izquierda.

Ejes conceptuales de los textos Las redes del poder y Método


En la conferencia Las redes del poder, Foucault presenta, en torno del problema del
poder, dos ejes de análisis. Por un lado, una tesis teórico-metodológica
enfocada en la discusión sobre cómo pensar, definir y analizar el poder; por otro,
una tesis histórica sobre las modificaciones en el ejercicio del poder a partir de los
siglos XVII y XVIII en las sociedades occidentales. Ambas tesis se hallan
inextricablemente vinculadas: es un cambio teórico-metodológico en el análisis del
poder lo que permite percibir esos cambios históricos que de otro modo
permanecerían ocultos, pero son esos cambios históricos los que hacen a la vez
necesario y sostenible, un cambio en la concepción del poder.

La primera tesis a la que nos referíamos tiene como centro la idea de que se ha
formado en Occidente una representación del poder que ya no se corresponde con
las formas históricas que éste adopta a partir de los siglos XVII y XVIII. Foucault la
llama concepción jurídica del poder o, como se encontrará también en otros
textos, la “concepción del poder como soberanía”. Lo primero que hará en el texto
es pasar revista a las razones por las cuales esta concepción que, una vez más, no
se corresponde con los modos actuales de ejercicio del poder, ha seguido siendo,
sin embargo, la forma hegemónica en que nos representamos el poder.

El texto “Método” pertenece a un estudio histórico de Foucault sobre la experiencia


de la sexualidad en las sociedades occidentales y su relación con las modificaciones
en el ejercicio del poder sobre la conducta sexual. Aunque el problema específico de
la sexualidad desborda el interés de la materia, presentamos este texto pues se
encontrará en él una sistematización clara de la concepción teórico-metodológica de
Focault en oposición a la concepción jurídica.

En primer lugar, entonces, se espera que en base a Las redes del poder, al capítulo
sobre el Método de Historia de la Sexualidad I, y al punto que sigue en esta guía,
se pueda elaborar una definición y una comparación entre la concepción jurídica y
la concepción foucaultiana del poder, y se pueda señalar qué lugar ocupan en esa
dicotomía, y por qué, la teoría marxista y la weberiana.

En segundo lugar, decíamos, Las redes del poder presentan una tesis histórica
sobre las modificaciones en el ejercicio del poder a partir de los siglos XVII y XVIII.
En relación con ello, se pide que se pueda identificar y distinguir las distintas

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formas de ejercicio del poder involucradas en estas modificaciones –soberanía,
disciplinas, biopolítica- e identificar las razones de estos cambios. En las páginas
siguientes de esta guía se encontrará un desarrollo conceptual más amplio de la
diferencia entre soberanía, disciplinas y biopolítica.

La concepción jurídica del poder y el marxismo


Decíamos hace un momento que Foucault sostiene que la “concepción jurídica del
poder” ha sido y sigue siendo hegemónica. ¿Por qué hegemónica? Porque su
nombre no debe hacernos pensar que es una concepción que sólo tienen los juristas
o los filósofos del derecho. A pesar de tener su origen en el derecho medieval, es la
concepción que permea –como dice el propio Foucault- no sólo la moderna teoría
del derecho, la filosofía política, sino también, la sociología o el psicoanálisis.
Podríamos agregar nosotros, es en definitiva también la concepción del poder en
nuestro pensamiento cotidiano o en nuestro sentido común.

De hecho, y esto es en parte lo que explica el debate político en torno de su obra,


en esa concepción jurídica del poder participa en última instancia –con todas sus
diferencias específicas- el marxismo. Así lo explica Foucault en el curso del 7 de
enero de 1976:

“La apuesta de todas estas genealogías [se refiere a sus propios trabajos]
es: ¿Qué es este poder cuya irrupción, cuya fuerza, cuyo mordiente y
absurdo han aparecido en estos últimos cuarenta años siguiendo la línea,
contemporáneamente, de la sacudida del nazismo y del retroceso del
estalinismo? ¿Qué es el poder, o mejor -por qué poner a punto lo que no
quiero, es decir, la demanda teórica culminación del conjunto-? ¿Cuáles
son, en sus mecanismos, en sus efectos, en sus relaciones, estos
dispositivos de poder que funcionan, a distintos niveles de la sociedad, en
sectores y con extensiones tan distintos? Pienso que la apuesta de todo
ello puede ser formulada esquemáticamente así: ¿Puede el análisis del
poder o de los poderes de un modo o de otro deducirse de la economía?
Quiero aclarar por qué planteo esta pregunta y en qué sentido lo hago. No
pretendo de hecho cancelar innumerables, gigantescas diferencias, sino
que a pesar y a través de estas diferencias, me parece que existe un cierto
punto común entre la concepción, digamos, jurídica, liberal del poder
político —que se encuentra en los filósofos del siglo XVIII- y la concepción
marxista, o en todo caso, una cierta concepción que corrientemente se
considera marxista. Este punto común sería lo que llamaré el
economicismo en la teoría del poder. Con esto quiero decir que, en el caso
de la teoría jurídica clásica, el poder es considerado como un derecho, del
que se es poseedor como de un bien, que en consecuencia puede
transferirse o alienarse, total o parcialmente, mediante un acto jurídico o
un acto fundador de derecho que sería del orden de la cesión o del
contrato. El poder es el poder concreto que todo individuo detenta y que
cede, parcial o totalmente, para contribuir a la constitución de un poder

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político, de una soberanía. En el interior de este conjunto teórico al que
me refiero, la constitución del poder político se hace siguiendo el modelo
de una operación jurídica que sería del orden del cambio contractual
(analogía con consecuencias evidentes y que recorre toda esta teoría
situada entre el poder y los bienes, el poder y la riqueza). En el otro caso
—me refiero a la concepción marxista general del poder— esto no es en
absoluto evidente; pero en ella hay algo distinto que podría denominarse
la funcionalidad económica del poder, funcionalidad económica en la
medida en que el poder tiene esencialmente el papel de mantener
actualmente las relaciones de producción y una dominación de clase que
favorece su desarrollo, así como la modalidad especifica de la apropiación
de la fuerza productiva que lo hacen posible. El poder político encontraría,
pues, que en la economía está su razón política, histórica de existencia. En
general, en el primer caso tendríamos un poder político que encontraba en
el proceso de cambio, en la economía de la circulación de bienes su
modelo formal; en el segundo, el poder político tendría en la economía su
razón histórica de ser y el principio de su forma concreta y de su
funcionamiento actual. Pues bien, el problema subyacente en las
investigaciones a las que me refiero puede descomponerse del modo
siguiente: en primer lugar, ¿está siempre el poder en posición secundaria
respecto a la economía, está siempre finalizado y funcionalizado por ella?
¿Tiene esencialmente como razón de ser y como fin servir a la economía?
¿Está destinado a hacerla funcionar, a solidificar, mantener, reproducir, las
relaciones propias de dicha economía y esenciales para su funcionamiento?
En segundo lugar: ¿Está el poder modelado según la mercancía, es algo
que se posee, se adquiere, se cede por contrato o por fuerza, es algo que
se aliena o se recupera, que circula, que evita esta o aquella región? ¿O
por el contrario los instrumentos que se necesitan para analizarlo son
distintos, aunque efectivamente las relaciones de poder estén
profundamente imbricadas con y en las relaciones económicas y formen
siempre una especie de haz con ellas? Y en este caso, la indisociabilidad de
la economía y de la política no sería del orden de la subordinación
funcional, ni del isomorfismo formal, sino de otro orden que tendría que
individualizarse convenientemente” 7.

Y así presentaba en una entrevista para la revista Quel Corps en 1975 sus
diferencias teóricas y políticas con el concepto de aparatos de Estado, que ya
hemos visto en Althusser:

“Quel Corps: Usted estudia los micropoderes que se ejercen a nivel


cotidiano. ¿No descuida el aparato de Estado?

7
Foucault, M., Microfísica del poder, Madrid, Ediciones de La Piqueta, 1992, págs. 133 a 135.

12
Michel Foucault: En efecto, los movimientos revolucionarios marxistas y
marxistizados desde finales del siglo XIX han privilegiado el aparato de
Estado como blanco de la lucha.

¿A qué ha conducido esto en último término? Para poder luchar contra un


Estado que no es solamente un gobierno, es necesario que el movimiento
revolucionario se procure el equivalente en términos de fuerzas político-
militares, en consecuencia, que se constituya como partido, modelado —en
el interior— como un aparato de Estado, con los mismos mecanismos de
disciplina, las mismas jerarquías, la misma organización de poderes. Esta
consecuencia es pesada. En segundo lugar: la toma del aparato de Estado
—y esta fue una gran discusión en el interior mismo del marxismo— ¿debe
considerarse como una simple ocupación con eventuales modificaciones o
bien ser la ocasión de su destrucción? Usted sabe cómo se ha zanjado al
final el problema: es preciso minar el aparato, pero no hasta el final ya
que desde el momento en que la dictadura del proletariado se establezca,
la lucha de clases no estará sin embargo terminada. Es pues preciso que el
aparato de Estado esté suficientemente intacto para poder utilizarlo contra
los enemigos de clase. Se llega así a la segunda consecuencia: el aparato
de Estado debe ser reconducido, al menos hasta un cierto punto, durante
la dictadura del proletariado. En fin, tercera consecuencia: para hacer
funcionar estos aparatos que están ocupados pero no destruidos, es
preciso acudir a los técnicos y a los especialistas. De este modo se utiliza
la antigua clase familiarizada con el aparato, es decir, a la burguesía. He
ahí lo que pasó en la URSS. No pretendo en absoluto negar la importancia
del aparato de Estado, pero me parece que entre las condiciones que
deben reunirse para no repetir la experiencia soviética, para que no
encalle el proceso revolucionario, una de las primeras cosas que deben
comprenderse es que el poder no está localizado en el aparato de Estado,
y que nada cambiará en la sociedad si no se transforman los mecanismos
de poder que funcionan fuera de los aparatos de Estado, por debajo de
ellos, a su lado, de una manera mucho más minuciosa, cotidiana. Si se
consiguen modificar estas relaciones o hacer intolerables los efectos de
poder que en ellas se propagan, se dificultará enormemente el
funcionamiento de los aparatos de Estado. Otra ventaja de hacer la critica
a nivel ínfimo: no se podrá reconstituir la imagen del aparato de Estado en
el interior de los movimientos revolucionarios” 8.

Del poder soberano a las disciplinas y la biopolítica


Si modificamos, entonces, nuestra concepción del poder y en función de ello
algunas coordenadas metodológicas para su análisis –tal como se propone en
Método-, podremos percibir que el poder bajo la forma de la soberanía, bajo la
forma de la ley prohibitiva-represiva organizada territorialmente desde una posición
central, ha hecho lugar a partir de los siglos XVII y XVIII a otros modos de ejercicio

8
Foucault, M., ob. cit., págs. 107 y 108.

13
del poder o a otras tecnologías del poder. Es decir, nos adentramos en la tesis
histórica –que Foucault presenta en Las redes del poder- sobre los cambios
fundamentales del ejercicio del poder que son correlativos a los procesos a los que
frecuentemente damos el nombre de “sociedades modernas”.

En el curso titulado Seguridad, territorio, población, Foucault presenta así, a través


del ejemplo del tratamiento de la criminalidad, las diferencias de las tres
modalidades de ejercicio del poder mencionadas: la soberanía, la disciplina, y lo
que llama los “dispositivos o mecanismos de seguridad”, que constituyen la trama
de la biopolítica.

“Primera pregunta, por supuesto: ¿qué podemos entender por ‘seguridad’?


[...] Un ejemplo o, mejor, una serie de ejemplos o un ejemplo modulado
en tres tiempos. Es muy simple, muy infantil, pero vamos a comenzar por
ahí y creo que eso me permitirá decir unas cuantas cosas. Sea una ley
penal muy simple en forma de prohibición, digamos ‘no matarás, no
robarás’, con un castigo, por ejemplo, la horca, el destierro o la multa.
Segunda modulación: la misma ley penal, siempre ‘no robarás’, siempre
asociada a una serie de castigos en caso de infringirla; pero esta vez el
conjunto está enmarcado, por un lado, por toda una serie de vigilancias,
controles, miradas, cuadrículas diversas que permiten advertir, aun antes
de que el ladrón haya robado, si va a robar, etc. Y por otro lado, en el otro
extremo, el castigo no es simplemente el momento espectacular, definitivo
de la horca, la multa o el destierro, sino una práctica como
encarcelamiento, con toda una serie de ejercicios y trabajos que recaen
sobre el culpable, trabajo de transformación presentado sencillamente, en
la forma de lo que se denomina técnicas penitenciarias, trabajo
obligatorio, moralización, corrección, etc. Tercera modulación a partir de la
misma matriz: sea la misma ley penal, sean igualmente los castigos, sea
el mismo tipo de encuadramiento en forma de vigilancia por una parte y
corrección por otra; pero esta vez la aplicación de esa ley penal, el
ordenamiento de la prevención, la organización del castigo correctivo
estarán gobernados por una serie de cuestiones de la siguiente modalidad:
por ejemplo, ¿cuál es el índice medio de la criminalidad de [ese tipo]?
¿Cómo se puede prever estadísticamente que habrá tal o cual cantidad de
robos en un momento dado, en una sociedad dada, en una ciudad
determinada, en la ciudad, en el campo, en tal o cual capa social, etc.?
Segundo, ¿hay momentos, regiones, sistemas penales que por sus
características permiten el aumento o la disminución de ese índice medio?
¿Las crisis, las hambrunas, las guerras, los castigos rigurosos o, al
contrario, los castigos leves producirán alguna modificación en esas
proporciones? Otros interrogantes: esta criminalidad, el robo, por
consiguiente, o bien tal o cual tipo de robo, ¿cuánto cuesta a la sociedad,
qué perjuicios genera, qué lucro cesante, etc.? Y aún más preguntas:
¿cuánto cuesta la represión de esos robos? ¿Es más costosa una represión
severa y rigurosa, una represión blanda, una represión de tipo ejemplar y

14
discontinuo o, al contrario, una represión continua? ¿Cuál es, entonces, el
costo comparado del robo y su represión? ¿Qué vale más: aflojar un poco
el robo o la represión? Otros interrogantes; una vez que el culpable es
detenido, ¿vale la pena castigarlo? ¿Cuánto costaría hacerlo? ¿Qué habría
que hacer para castigarlo y, de ese modo, reeducarlo? ¿Es efectivamente
reeducable? ¿Representa, al margen del acto concreto que ha cometido,
un peligro permanente, de manera que, reeducado o no, va a volver a
hacerlo, etc.? En términos generales, el interrogante será, en el fondo,
mantener un tipo de criminalidad, digamos el robo, dentro de límites que
sean social y económicamente aceptables y alrededor de una media que se
considere, por decirlo de algún modo, óptima para el funcionamiento social
dado”9.

He aquí tres modos distintos de tratar socialmente la criminalidad. El primero


corresponde al poder soberano, al sistema legal-jurídico, que a un acto prohibido le
hace corresponder un castigo. El segundo corresponde a un mecanismo
disciplinario. Ya no sólo un castigo sobre un acto prohibido, sino un sistema de
vigilancias, de observaciones de la conducta, y un dispositivo destinado a corregir al
culpable, a transformar al individuo. El poder, dice Foucault, ya no hace presa sobre
el acto cometido, sino sobre el actor. Por fuera del sistema penal, entonces, se
montarán toda una serie de técnicas complementarias de vigilancia y corrección:
policiales, médicas, psicológicas. El tercero corresponde a la biopolítica, en la cual
la criminalidad se integra a un cálculo de probabilidades y observaciones
poblacionales en relación con una media de criminalidad socialmente óptima.

¿Cómo funcionan históricamente estas tres tecnologías de poder? Habría que evitar
pensarlas en una especie de sucesión cronológica pura en la cual una reemplaza y
anula la anterior. Sería un error pensar que el sistema jurídico de la soberanía
corresponde a la Edad Media y llega hasta los siglos XVII-XVIII, las disciplinas
corresponden a la Edad Moderna, a partir del siglo XVIII, y los dispositivos de
seguridad a las sociedades contemporáneas. Sencillamente porque estas
tecnologías se imbrican mutuamente. Los cambios históricos que pueden señalarse
refieren fundamentalmente al tipo de correlación entre los tres tipos de
mecanismos y, en todo caso, a cuál de ellos es el dominante, el que organiza e
integra el funcionamiento de los demás.

Pero el tratamiento de la criminalidad es sólo un ejemplo. El poder no tiene por


objeto sólo la delincuencia.

“Otro ejemplo, que me limitaré a esbozar aquí, pero para introducir otro
orden de problemas o subrayar y generalizar el problema [...]. Tomemos,
si les parece, la exclusión de los leprosos en la Edad Media, hasta fines del
medioevo. Es una exclusión que se hacía esencialmente, aunque también
hubiera otros aspectos, mediante un conjunto –otra vez- jurídico de leyes

9
Foucault, M., Seguridad, Territorio y Población, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2006, págs.
19 y 20.

15
y reglamentos, un conjunto religioso, asimismo, de rituales, que
introducían en todo caso una partición de tipo binario entre quienes eran
leprosos y quienes no lo eran. Segundo ejemplo: el de la peste. Los
reglamentos de la peste, tal como los vimos formularse a fines de la Edad
Media, en el siglo XVI e incluso en el siglo XVII, suscitan una impresión
muy distinta, actúan de otra manera, tienen un fin completamente
diferente y, sobre todo, muy distintos instrumentos. El objetivo de esos
reglamentos de la peste es cuadricular literalmente las regiones, las
ciudades dentro de las cuales hay apestados, con normas que indican a la
gente cuándo pueden salir, cómo, a qué horas, qué deben hacer en sus
casas, qué tipo de alimentación deben comer, les prohíben tal o cual clase
de contacto, los obligan a presentarse ante inspectores, a dejar a estos
entrar a sus casas. Podemos decir que hay allí un sistema de tipo
disciplinario. Tercer ejemplo: que se está estudiando actualmente en el
seminario, es decir, la viruela o, a partir del siglo XVIII, las prácticas de
inoculación. El problema se plantea de muy otra manera: no consiste tanto
en imponer una disciplina, aunque se [solicite] el auxilio de ésta; el
problema fundamental va a ser saber cuántas personas son víctimas de la
viruela, a qué edad, con qué efectos, qué mortalidad, qué lesiones o
secuelas, qué riesgos corren al inocularse, cuál es la probabilidad de que
un individuo muera o se contagie la enfermedad a pesar de la inoculación,
cuáles son los efectos estadísticos sobre la población en general; en
síntesis, todo un problema que ya no es el de la exclusión, como en el
caso de la lepra, que ya no es el de la cuarentena, como en la peste, sino
que será en cambio el problema de las epidemias y las campañas médicas
por cuyo conducto se intenta erradicar los fenómenos, sea epidémicos,
sean endémicos”10.

Vemos que las técnicas de tratamiento de las enfermedades presentan similitudes


con las del tratamiento de la criminalidad. Y los ejemplos podrían multiplicarse: el
tratamiento de la sexualidad, las reglamentaciones económicas, la urbanística, son
otros tantos ejemplos sobre los cuales trabaja Foucault.

Ahora bien, es sólo a partir del momento en que dejamos de pensar el poder
exclusivamente como equivalente al sistema legal-coactivo que se aplica sobre un
territorio; que dejamos de pensar el poder a partir del sujeto del mando (la
nobleza, la burguesía, la Iglesia, etc.); que dejamos de pensarlo como un bien que
se posee para pensarlo como un ejercicio constante en espacios locales; es sólo a
partir de ese momento que se hace visible toda esta variedad de técnicas distintas
de ejercicio del poder. Y en estas técnicas, que atraviesan diversos campos
sociales, se hacen visibles rasgos comunes que permiten asociarlas en grupos de
tecnologías.

¿Cuáles son algunos de esos rasgos que permiten distinguir estas técnicas de
ejercicio del poder?

10
Foucault, M., Seguridad..., págs. 25 y 26.

16
Por un lado, el objeto de su aplicación. La soberanía, el sistema jurídico, se aplica
sobre individuos entendidos como portadores de derecho (derechos que pueden
quitarse o restituirse). Las disciplinas actúan sobre individuos entendidos como
“cuerpos dóciles”, es decir, cuerpos que pueden moldearse en sus fuerzas, sus
movimientos, gestos, respecto de los cuales puede definirse una conducta ideal. La
biopolítica, o los mecanismos de seguridad, tienen por objeto la vida de las
poblaciones. A este nivel, la distinción es aún vaga, puesto que queda ver qué se
entiende exactamente por “población”. Tanto la soberanía como la disciplina,
castigando a los sujetos de derecho o vigilando y controlando la conducta de los
individuos, también producen y pretenden producir efectos al nivel de los
agregados sociales.

Otro rasgo distintivo es el tipo de espacio. El problema de la soberanía se definirá


en función de un territorio: establecer los límites del mando, cómo lograr el mando
unificado de un territorio, cómo aplicar la ley homogéneamente dentro de un
territorio. La disciplina constituye idealmente espacios “vacíos y cerrados”, dice
Foucault. Es decir, busca constituir espacios artificiales que permitan la vigilancia
individualizada, la jerarquización de los individuos y las conductas (es el ejemplo
histórico de la ciudad apestada, el de la distribución espacial del aula tal como la
conocemos hoy, o el del Panóptico). El espacio sobre el cual trabaja la biopolítica
responde mejor a la noción de “medio”, dice Foucault. Un medio está constituido
por una serie de procesos y acontecimientos posibles, en un punto impredecibles,
aleatorios e irreductibles, pues interactúan entre sí a través de relaciones de causa
y efecto. En última instancia, un medio es un conjunto de procesos de circulación
(de riquezas, personas, enfermedades, etc.) que son tratados como “datos
naturales”.

Esta “naturalidad” está implicada también en el modo de tratar los acontecimientos.


En las técnicas biopolíticas ya no se tratará de anularlos o negarlos, de impedirlos a
través de la prohibición y el castigo –como en el sistema jurídico- o de la
modelación ideal de una conducta en un espacio artificial –como en las disciplinas-,
sino de reconocer su naturalidad para intervenir sobre ellos maximizando los que
son considerados positivos y minimizando los considerados como nocivos. La
biopolítica toma los acontecimientos no como algo a suprimir, sino como una
realidad efectiva que sólo puede ser regulada (limitada, anulada, reconducida)
haciendo intervenir otros factores de esa misma realidad efectiva. Por eso, dirá
Foucault, que la ley prohíbe, la disciplina prescribe y la biopolítica regula. Las
multiplicidades humanas son tratadas como realidades naturales que sólo son
modificables en la medida en que se pueda intervenir sobre los mismos procesos
que la constituyen, alterar la serie de las causas y los efectos. Esto es lo que
Foucault quiere indicar con el término “población”. No hace referencia a cualquier
conjunto de personas –pues en cualquier tecnología de poder los conjuntos de
personas son un problema a tratar-, sino a un modo de entender y de intervenir
sobre un conjunto de personas.

Por último, la soberanía actúa en base al binomio prohibido/permitido. Se trata de


castigar los comportamientos que se ubican fuera de la ley. La disciplina pone en

17
juego otro binomio, el de lo normal/anormal: clasificar, analizar y serializar a los
individuos de modo que sus comportamientos se amolden a una norma ideal
predefinida. Justamente en esto reside la diferencia fundamental con la biopolítica.
Esta última no parte de una norma ideal a partir de la cual distribuye los casos
según su cercanía o lejanía respecto de ella. La biopolítica produce la diferencia
normal/anormal en función de los propios fenómenos sobre los cuales se aplica. No
hay norma preexistente, tipos de comportamiento normales prefijados. Lo
normal/anormal se produce en relación con la propia distribución estadística de
casos del fenómeno. Así, por ejemplo, cierta tasa de criminalidad, o cierta
mortalidad, o cierta pobreza puede ser para determinada población un fenómeno
perfectamente normal.

Poder y vida cotidiana


Retomemos ahora, desde la perspectiva del problema del poder, la cuestión de la
vida cotidiana. Tal como se plantea en la introducción de la materia, hay una larga
tradición de pensamiento occidental filosófico, social y político que hizo aparecer a
la vida cotidiana como un ámbito “menor” de la vida de los hombres. Ya sea
moralmente “menor”, en el sentido de que se compone de actividades y formas de
pensamiento que son las que menos distinguen al hombre como hombre, es decir,
actividades inferiores en lo que hace al desarrollo humano; ya sea científicamente
“menor”, en la medida en que la inteligibilidad de los procesos sociales y políticos
no podría encontrase en ella -más bien, a la inversa, la vida cotidiana sería el
ámbito de la vida humana que sufre pasivamente las marcas que dejan en ella los
grandes procesos e instituciones macro-sociales.

La cuestión del poder no ha sido una excepción. El poder se ha pensado


fundamentalmente como teniendo su locus y su principio de inteligibilidad en la
“vida pública”. Finalmente, en torno del Estado y de los agentes sociales que son
capaces de influir sobre él: partidos, clases sociales, organizaciones sociales, etc.
De modo que, al menos para el conocimiento académico, sucedían dos cosas: la
vida cotidiana pasaba completamente inadvertida para quienes estudiaran los
problemas de poder y, correlativamente, el poder pasaba completamente
inadvertido como fenómeno cotidiano. En todo caso, las vidas cotidianas de cada
uno parecían sufrir los efectos de un poder que se encontraba y se explicaba, en
sus modalidades y objetivos, por fuera de ellas.

Durante las décadas de 1960 y 1970, la acumulación e intensidad de luchas


sociales como el feminismo, los movimientos de desmanicomialización y la anti-
psiquiatría, las revueltas estudiantiles que tomaron por objeto las formas mismas
de enseñanza, o las diversas resistencias en torno de la libertad sexual,
comenzaron a hacer visible que el problema del poder no era exclusivamente un
problema estatal, que las relaciones de poder no tenían como ámbito exclusivo la
vida pública.

Aunque no pueda reducirse sólo a eso, la obra de Foucault está en consonancia con
este proceso histórico y social de politización de la vida cotidiana. La inversión

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teórico-metodológica que implica analizar el poder “allí donde se ejerce”, “en sus
terminaciones capilares”, en “los espacios locales” por oposición a los globales,
situará a la vida cotidiana como un ámbito de luchas de poder y resistencias al
poder.

“Me parece que con demasiado frecuencia, según el modelo que ha sido
impuesto por el pensamiento jurídico-filosófico de los siglos XVI y XVII, se
reduce el problema del poder al problema de la soberanía: ¿Qué es el
soberano? ¿Cómo puede constituirse? ¿Qué es lo que une los individuos al
soberano? Este problema, planteado por los juristas monárquicos o anti-
monárquicos desde el siglo XIII al XIX, continúa obsesionándonos y me
parece descalificar toda una serie de campos de análisis; sé que pueden
parecer muy empíricos y secundarios, pero después de todo conciernen a
nuestros cuerpos, nuestras existencias, nuestra vida cotidiana. En contra
de este privilegio del poder soberano he intentado hacer un análisis que
iría en otra dirección. Entre cada punto del cuerpo social, entre un hombre
y una mujer, en una familia, entre un maestro y su alumna, entre el que
sabe y el que no sabe, pasan relaciones de poder que no son la proyección
pura y simple del gran poder del soberano sobre los individuos; son más
bien el suelo movedizo y concreto sobre el que ese poder se incardina, las
condiciones de posibilidad de su funcionamiento. La familia, incluso hasta
nuestros días, no es el simple reflejo, el prolongamiento del poder de
Estado; no es la representante del Estado respecto a los niños, del mismo
modo que el macho no es el representante del Estado para la mujer. Para
que el Estado funcione como funciona es necesario que haya del hombre a
la mujer a del adulto al niño relaciones de dominación bien específicas que
tienen su configuración propia y su relativa autonomía”11.

Pero, como puede verse en este fragmento y en la tercera proposición de “Método”


(“el poder viene desde abajo”), no sólo se trata en Foucault de una visibilización de
lo que estaba oculto, sino de una verdadera inversión en la dirección del análisis:
no son las instancias globales de poder las que explicarían las pequeñas
dominaciones cotidianas, sino a la inversa, son estas relaciones de poder múltiples
y locales las que condicionan y permiten el funcionamiento de los poderes macro-
sociales.

Conclusión de la unidad
Nos hemos introducido, entonces, a tres perspectivas muy distintas para pensar el
problema del poder y la dominación social. Distintas no sólo en cuanto a sus
definiciones, sino también al vínculo o el lugar del poder y la dominación en el
conjunto de las relaciones sociales. El marxismo piensa la dominación social como
un hecho co-constitutivo de las relaciones sociales, y al poder como ubicado en el
Estado y definido por la reproducción de esas relaciones sociales de dominación.

11
Foucault, M., Microfísica..., pág. 156.

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Weber, en cambio, definirá la dominación como un tipo específico de relación social
con un vínculo no necesario con las relaciones económicas. Por último, Foucault
verá en el poder una multiplicidad de relaciones de fuerza que son inmanentes al
cuerpo social, es decir que atraviesan toda relación social y no pueden ubicarse en
un ámbito específico.

Como ya adelantamos, en la Unidad 4 analizaremos un tipo específico de poder, el


poder ideológico, tal como es pensado en la tradición marxista. Con ello nos
adentraremos en el problema de los efectos que produce el poder en las
representaciones que los hombres se hacen del mundo social en el que viven.

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