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En “El coronel no tiene quién le escriba” la miseria no deja espacio a la magia.

Es una novela en la
que vemos un asomo de la otra cara del autor que vimos en “La hojarasca”; hay una voz más
cruda, un flujo de tiempo que hace énfasis en la espera, y la escasa magia que se alcanza a colar en
este texto, solo levanta las cosas a un milímetro del suelo.

Pero antes de pasar a tratar sobre el texto como tal, me es inevitable, hablar de lo que pasa fuera
de la obra mientras se crea: la vida del García Márquez que escribe en la más dura pobreza que ha
conocido desde que tiene memoria. Basándome principalmente en el trabajo de Gerald Martín
“Gabriel García Márquez. Una vida” (Random House Mondadori. Debate, 2009) y su aparte
“Hambre en París: La Bohéme” (pág. 230-254) que cuenta con aportes del escritor y amigo del
autor Plinio Mendoza y de la actriz y poeta Concepción “Tachia” Quintero, siento que debo
mencionar el estrecho vínculo entre “El coronel no tiene quién le escriba” y la estancia del nobel
en la ciudad luz. Luego de que el gobierno de Rojas Pinilla cerrara El Espectador, que era la fuente
de ingresos del escritor sus fondos empiezan poco a poco a reducirse hasta ser inexistentes,
obligándolo en ocasiones a recoger botellas, pedir monedas para comprar sus pasajes en el metro
e incluso “comer basura”, no parece una de las mejores decisiones entonces establecer una
relación amorosa con una mujer que está en una situación casi tan precaria como la suya, pero
como la experiencia y la obra del autor nos dicen: en el corazón no manda uno.

Si bien la obra de García Márquez se construye en muchas ocasiones en hechos autobiográficos, la


escritura en este caso es bastante especial pues fue una especie de proceso en vivo por el cual
probablemente se filtran varias escenas de su relación con la actriz, sus vicisitudes económicas y
su “orfandad de un hijo”, además, a estas dimensiones se suma la realidad de Colombia y su
censura mediática, su violencia y la resistencia más o menos organizada – un aspecto que se me
antoja invaluable en la novela y cuya inclusión tiene algo de poético al haber sido escrita esta
novela en Francia.

Centrándome ahora un poco más en la novela como tal, podemos ver que es una obra más sobria,
en la que la política y la violencia atañen más al desarrollo de la historia que en, por ejemplo, “La
hojarasca”. El coronel de este pueblo es un auto-exiliado de Macondo que se va de su tierra natal
al ver llegar el cataclismo, como herencia de la aparente muerte de su hijo tiene un gallo que es la
encarnación de su dignidad y su esperanza, y que su mujer constantemente desea que venda.

Durante la lectura podemos identificar múltiples guiños a la realidad como los nombres de los
muchachos amigos de Agustín, o el mismo drama sobre la pensión del coronel que haya su origen
en la historia de la pensión del abuelo de García Márquez; también se perciben guiños al universo
de su novela anterior como por ejemplo que conocemos un poco más de la historia del duque de
Marlborough y de la mítica presencia del coronel Aureliano Buendía. Y es esta misma coexistencia
de las novelas la que me hace prestarle atención al simbolismo de las fechas, específicamente al
que se le da a los meses que en este texto no es sutil, el coronel tiene asignadas emociones muy
claras a cada mes siendo Octubre el peor de todos – no Enero, mes de la aparente muerte de su
hijo – y Diciembre un mes en el que las cosas levitan.
Hablando de simbolismos en esta obra y teniendo en cuenta su conexión con “La hojarasca” en
donde cada vez que se menciona la lluvia es para denotar tragedia: En “El coronel no tiene quién
le escriba” llueve buena parte del tiempo. Casi todos los días llueve en este pueblo ribereño pero
el coronel mantiene su optimismo, a pesar de su mujer, a pesar de la escasez, a pesar de tener a
su hijo aparentemente muerto, en ocasiones, hasta a pesar de la desesperación del lector.

A lo largo de toda la novela, el coronel se siente “mal”, ”desolado”, “avergonzado”, “desgraciado”,


“contagiado de un humor sombrío”, “ofendido”, “impaciente”, “oprimido”, “intimidado” por las
situaciones que pasa y los personajes del pueblo, pues, a pesar de su optimismo no es ajeno a
estas emociones, sin embargo, se siente así pues no está siendo fiel del todo a lo que cree. Es
hasta el final de la novela, en su estallido de no dejar que el gallo – su dignidad – sea parte de la
farsa y el desorden que ve en la gallera – de todo lo que huyó cuando dejó Macondo, de la
hojarasca – que el coronel se siente “puro, explícito, invencible”*.

*En otra ocasión el coronel llega a sentirse de una manera más positiva, pero es tan corto este
episodio que palidece ante la constante lluvia de emociones negativas, a diferencia de cómo se
siente segundos antes de pronunciar el impactante y descongestionante final de la novela.

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