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Reproducción asistida

Por Emilia Cueto

Siendo la reproducción asistida un ámbito fundamentalmente ligado a la medicina y a la tecnología, ¿qué la llevó como psicoanalista a interesarse
en él?

Mi interés siempre se centró en la idea de hacer trabajar al psicoanálisis en el campo de la reproducción asistida, y desde los inicios me resultó muy novedoso e
inquietante.
Me recibí a fines del 83’ y si hago memoria era la época del parto sin dolor, el parto en el agua, es decir, de todo aquello referido a los aspectos emocionales del
embarazo. Estaba entre mis lecturas el libro Maternidad y sexo de Marie Langer con un enfoque psicosomático sobre el tema. Es un texto que no dejo de tener
en cuenta.
Las tecnologías reproductivas eran incipientes. En el 78’ había nacido el primer “bebé de probeta”, una niña, Louise Brown. Era todavía algo muy lejano como
realidad cotidiana, y también inaccesible para la población. Las noticias de los primeros casos en otras partes del mundo no pasaban de los titulares de los
diarios.

A partir del año ’86 se producen los primeros nacimientos por fertilidad asistida en nuestro país. No había bibliografía sobre psicoanálisis y técnicas
reproductivas, hasta que llega a mis manos el libro Mujeres sin sombra, de Silvia Tubert, una psicoanalista argentina radicada en España. Progresivamente, el
tema se va instalando en la sociedad para quedarse.
Ingresé en el Servicio de Ginecología del Hospital Rivadavia, en la Sección Reproducción donde atendía principalmente a pacientes que consultaban por
esterilidad y el abordaje era en forma interdisciplinaria, con un promedio de cien admisiones por año. Tuve entonces una praxis mixta: la tradicional del
consultorio privado y la clínica hospitalaria.

Las técnicas reproductivas comienzan a ser indicadas con más frecuencia a medida que aumenta el acceso a las mismas. La frase: “Si no quedo, me hago una
in vitro” se empieza a escuchar cada vez con más frecuencia.
Se abre entonces un abanico de problemáticas que abarca por un lado el campo de la esterilidad conyugal y por otro todo el entramado de interrogantes que
plantea la implementación de las técnicas.
Uno de los temas de investigación era la “esterilidad sin causa aparente”, llamada también esterilidad “enigmática”, otro era la donación de esperma con toda la
problemática en las parejas de lo ajeno y lo propio. La donación de óvulos como práctica llegó después, y en estos últimos años, el alquiler de vientre. Todo
esto implicó para mí, ir más allá de la maternidad y de la paternidad. Mi interés se dirigió también hacia los efectos de naturalización que empezaban a tener
ciertas indicaciones de tratamientos, y también a pensar en la inserción del psicoanalista en este campo.

Simultáneamente, se producen nuevas demandas. Recuerdo una mañana en el hospital a una mujer sentada frente a mí en una primera entrevista. Me contó
que su esposo había fallecido hacía una semana, estaba desesperada y había consultado porque quería saber si podía tener un hijo de él. Había leído en el
diario esa mañana que había fallecido el esposo de una joven pareja de luna de miel en Argentina, y la mujer había logrado que un juez habilitara la extracción
de semen para poder tener un hijo de él.

La paciente que me consultaba no tenía consuelo, el médico le había dicho que eso era imposible, porque su esposo había muerto hacía una semana.
Este caso, entre otros, me permitía vislumbrar cómo la fertilidad asistida se iba instalando progresivamente dentro del imaginario social, llegando sus efectos a
través de nuevas demandas.

En “Neoparentalidades hoy ¿Qué hay de nuevo?” publicado en la revista Imago-Agenda del mes de junio de 2010 hace referencia a “los efectos de
ruptura que conlleva la implementación de las técnicas reproductivas”. ¿Cuáles serían esos efectos de ruptura?

Justamente lo nuevo en las parentalidades de hoy se refiere a los efectos de ruptura que conllevan la implementación de las técnicas reproductivas. Leemos en
los diarios que un niño nació del vientre de su abuela, es un “hijo-nieto”, o que un niño puede nacer a partir de la donación anónima de esperma o de óvulos de
una persona que jamás conocerá. Entonces, lo inédito, aquello que marca una diferencia, está del lado de los orígenes, con condiciones de gestación, que
marcan fenómenos sin precedentes en la historia. Esto nos plantea una articulación diferente entre los lazos de sangre, el parentesco y la filiación como sistema
simbólico.
Los efectos de ruptura alcanzan también a las representaciones del cuerpo. Hoy en día las células, los fluidos y los órganos se pueden modificar, permutar y
combinar en distintas formas para poder acceder a una parentalidad, que la naturaleza inicialmente le ha negado.

¿Cuáles son las controversias éticas más frecuentes y complejas que se plantean a partir de estos cambios?

Son muchos los temas que se plantean desde el punto de vista de la ética en este campo y podemos decir que son diferentes según desde donde se piensen.
Por ejemplo, hace poco una mujer hindú de 66 años dió a luz a trillizos. Aquí lo que podemos preguntarnos es cuál es el criterio con el cual se siguió adelante
con este proyecto de parentalidad, si lo que se privilegia es el “derecho a un hijo”, que plantean las parejas, pero queda enfrentado con los derechos de los
niños a tener padres en condiciones de poder criarlos. Sobre todo en los casos de una maternidad a destiempo biológico.
Desde la clínica psicoanalítica podemos pensar en la ética de las parejas, hasta adónde están dispuestas a llegar para lograr un embarazo, y a la vez qué
posibilidades tienen de interrogarse sobre sí mismos. Y por supuesto que el analista no es ajeno a estas preguntas.

Pero no podemos hacer una ecografía de la mente, ni predecir lo que sucederá, ya que trabajamos siempre en un après-coup. Sí podemos tener presente las
ideologías y los prejuicios que pueden hacer obstáculo a la hora de pensar estos temas.
El origen tiene para el sujeto un relieve fundante, ¿Qué efectos puede tener la imposibilidad de conocer la procedencia, como sucede en los casos de donación
de óvulos o espermas anónimos?
Es un interrogante que no tiene una respuesta unívoca. Estamos frente a la primera generación de hombres y mujeres nacidos por técnicas de fertilización
asistida, y a la implementación en forma masiva de la donación de óvulos y esperma.
Uno de los elementos que operan en estas nuevas filiaciones, es el lugar del campo social. No hay aún referentes en la sociedad en torno a estas nuevas
filiaciones, de hecho en nuestro país no hay legislación sobre fertilidad asistida. Podemos decir que desde este punto de vista, la cultura está en la búsqueda de
una legitimación para estas nuevas prácticas.

Desde la clínica, podemos observar que la cuestión del anonimato de los donantes deja una estela de incertidumbre sobre los orígenes, una herencia anónima
que seguirá silenciada no sólo para ese sujeto en particular, sino también para las generaciones sucesivas. Esto habilita en algunas parejas el establecimiento
de secretos de familia, y también puede estar al servicio de enmascarar la esterilidad conyugal. Son temas muy complejos. Sin embargo podemos pensar que
la transmisión de la vida psíquica está más allá de la biología y los secretos atravesarán las barreras en la transmisión de inconsciente a inconsciente.
Podría agregar que muchas veces la presencia de lo ajeno del donante, conlleva un sentimiento de extrañeza, algo cercano a lo unheimlich, a lo desconocido
dentro de lo familiar. Tal vez conserve algo del orden de lo indecible.
Uno de los enunciados que las técnicas reproductivas vendrían a cuestionar sería: pater semper incertus est, mater sed certissima. ¿Cuáles podrían ser las
consecuencias de estas nuevas realidades?
Es un enunciado que siempre tuvo un carácter de certeza. Nacer, era nacer del cuerpo de una mujer, que era a su vez la madre de ese niño. Dentro de los
efectos de ruptura que hablábamos antes, podemos decir que ya nada garantiza los lazos biológicos en la reproducción. El último anclaje biológico no es el
cuerpo de una mujer, ya que una mujer puede hoy –paradójicamente– estar “frente” a su embarazo, asistir al parto de su hijo, si alquila un vientre. Cuando
históricamente la mujer siempre estuvo “en” su embarazo.

De todos modos, la parentalidad está apoyada en las funciones materna y paterna. Y en este sentido, es un tema para investigar, los efectos de estos cambios
a los que asiste nuestra cultura. Es importante poder profundizar en el caso de donación de gametos, hacer una diferenciación entre el genitor y el padre, o la
genitora y la madre.
A partir de estos desarrollos ¿Qué nuevos escenarios se plantean en torno a la filiación?
Los nuevos escenarios incluyen no sólo los adelantos en medicina reproductiva y las nuevas formas de nacer, sino también las nuevas configuraciones
familiares. Podemos hablar de una revolución en las parentalidades, y lo inédito dentro de nuestra cultura lo constituyen las homoparentalidades y las
monoparentalidades masculinas. Estos escenarios ponen sobre el tapete la problemática del deseo de hijo en el hombre, territorio que era exclusivamente del
campo femenino. Desde el mundo del espectáculo conocemos el caso de Elton John que junto con su pareja tuvieron un hijo, o el de Ricky Martin con sus hijos
mellizos. Se trata de nuevas figuras de lo masculino que incluyen la paternidad desde una dimensión no-femenina. Hoy un hombre puede decidir, prescindiendo
de la figura femenina, lograr una paternidad a través del alquiler de vientre y la donación de óvulos.

Usted ha acuñado la frase “pasión de hijo” de la cual refiere que se presenta en la clínica dentro del vínculo conyugal como una problemática que se
da en la mujer y no tiene su equivalente en el hombre. ¿Qué aspectos de su experiencia y de la teoría la han llevado a esta afirmación?

Llamaron rápidamente mi atención las búsquedas de embarazos en mujeres que estaban dispuestas a hacerlo todo para tener un hijo. Muchos casos tenían un
aspecto sacrificial importante, tanto por la exposición física –hacían un tratamiento de fertilidad asistida trás otro–, como así también por los riesgos que
tomaban a nivel económico, al vender objetos y bienes para solventarlos y fundamentalmente, observaba la fijeza y la insistencia que tenían. Podía compararlos
con otros casos en los cuales comenzaban a pensar en una adopción o en una vida sin hijos.
Es así que se va recortando la figura del “hijo a cualquier precio”. Pero, como señalo en mi libro, pensar en la depresión, en los años invertidos, en el dinero
gastado, en la sobreinvestidura de la función reproductiva, en la pregnancia de la ecuación pene-hijo en la mujer, no terminaba de dar cuenta del fenómeno,
desde mi punto de vista. Comencé al cabo de un tiempo a pensar en una problemática de raigambre narcisista-pasional, como en las parejas con
funcionamiento pasional: serás mía o de nadie. Aquí es: lo tendré porque lo tengo que tener, como dice Yerma, la protagonista de la obra de García Lorca. La
hipótesis de la pasión de hijo permite hacer una diferenciación con el deseo de hijo. En mi experiencia, no hay un equivalente en el hombre de estas búsquedas
apasionadas de hijo. En el vínculo conyugal, son mujeres que constituyen parejas con hombres ausentes y vuelcan todo el sentido de su conyugalidad en la
maternidad. Es un tema sobre el que sigo trabajando.

En “Filiaciones y nuevas técnicas reproductivas” refiere que las nuevas formas de acceder a una parentalidad intensifican demandas con
predominio narcisista, pudiendo hablar de una “reproducción narcisista” en algunos casos. ¿A qué alude este concepto? Y ¿cuál sería el trabajo
analítico a realizar en una consulta que presenta esta modalidad?

La idea está orientada a pensar en el fuerte sesgo narcisista que está presente en algunos embarazos vividos como victorias narcisistas. Nos encontramos en
una cultura que ofrece –en algunos casos– un acceso a la maternidad y a la paternidad a la medida de los deseos del que los solicita. En este sentido, lo
permitido y lo prohibido en este campo no está delimitado y la relación entre la ley y el deseo –deseo de hijo–, es ambigua y se presta para distintas demandas.
Podemos leer en los periódicos embarazos logrados en circunstancias que rozan lo incestuoso o lo siniestro.

Dentro del marco social entonces, hay un fuerte sesgo narcisista depositado en la ciencia y en la tecnología, que se presenta –más allá del campo de la
fertilidad– desde una posición en muchos casos onmipotente, como una promesa de completud: tener un nuevo rostro, un nuevo sexo, un hijo de otro vientre,
de otro esperma, de otro óvulo, un hijo cuyo embrión será genéticamente seleccionado.
En el trabajo analítico nos encontramos con pacientes que traen sus conflictos en torno a la maternidad y la paternidad. La relación que establecen con la
tecnología reproductiva es un elemento más a trabajar, si está al servicio de poder acceder a la función materna o paterna o al servicio de la desmentida de una
imposibilidad desde la biología. Como decimos tantas veces, lo analizamos en el caso por caso.

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