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Pol’ticas de Conciliaci—n de La Vida Laboral Y


Familiar En Los Reg’menes de Bienestar
Mediterr‡neos: Los Casos de Italia Y
Espa–a/Reconciliation of Work and Family Life
Policies in the Mediterranean Welfare Regimes:
The Italian and the Spanish Cases
Pol’tica y Sociedad - Vol. 47 Nœm. 1, Enero 2010

Pol’tica y Sociedad
Vol. 47 Nœm. 1, Enero 2010
Autor: Poza, InŽs Campillo

Id. vLex: VLEX-229097631


http://vlex.com/vid/mediterraneos-mediterranean-welfare-regimes-229097631

Resumen

Although European reconciliation of work and family life policies were at the beginning
driven by a clear compromise with equal opportunities between men and women, in
the last decade they have been mainly developed as part of the European
employment policy. The objetive of those policies has thus turn into the promotion of a
"dual earner" society, that is, a full employment society in which both men and
women participate in paid employment. Given the diversity of countries which shape
the European Union, this political objetive must have different implications for every
country. It obviously demands a greater policy effort in the Mediterranean countries,
whose welfare regimes have been characterized by the backwardness of their welfare
policies, by their familiarism and by their low female employment rates. The aim of
my article will be precisely to describe and assess the reconciliation of work and
family life policies implemented Italy and Spain during the last decade, taking into
account their defamiliarizing impact.

Texto

1. INTRODUCCIîN

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Hoy en d’a, la expresi—n "conciliar" aparece frecuentemente en cualquier discusi—n


comœn sobre las responsabilidades laborales y familiares. Sin embargo, el tŽrmino
procede del campo de la legislaci—n social europea, desde donde se ha trasladado
recientemente a las legislaciones nacionales, a los estudios acadŽmicos, a los medios
de comunicaci—n y a la opini—n pœblica. Pese a ser una expresi—n de nuevo cu–o, la
"conciliaci—n de la vida laboral y familiar" hace referencia a dos viejos problemas que
se solapan: por un lado, la separaci—n tajante entre la esfera del trabajo remunerado y
la esfera de la vida domŽstica; por otro, la divisi—n sexual del trabajo, que asigna a los
varones la responsabilidad del trabajo remunerado y a las mujeres, la responsabilidad
del trabajo domŽstico y de cuidados. De hecho, el trabajo remunerado y la vida
domŽstica han podido pensarse y mantenerse en el imaginario colectivo de nuestras
sociedades industriales como ‡reas completamente separadas de experiencia, de
necesidades, de valores y de tiempo, porque eran sujetos diferentes los que se
dedicaban a uno y a otra: los hombres al trabajo remunerado, las mujeres a la vida
domŽstica. O dicho de otro modo, "la divisi—n del trabajo remunerado y no
remunerado en base al gŽnero ha sido el gran mecanismo de conciliaci—n de las
sociedades industriales democr‡ticas, tanto a nivel micro -de los individuos y las
familias-, como a nivel macro" (Saraceno, 2006: 31).

Sin embargo, la tradicional divisi—n sexual del trabajo se ha resquebrajado en los


œltimos treinta a–os: las mujeres se han incorporado de forma masiva al mercado de
trabajo, el modelo de familia male breadwinner (Lewis, 1992), compuesto por un
var—n sustentador y una mujer-madre-ama de casa ha dejado de ser la norma, han
surgido formas familiares plurales -de dos sustentadores, monoparentales,
recompuestas, unipersonales, etc. Los problemas de conciliaci—n de la vida laboral y
familiar a los que se enfrentan actualmente hombres y mujeres individuales no son
sino el resultado del debilitamiento de ese gran mecanismo de conciliaci—n que se
basaba en una estricta divisi—n sexual de los trabajos, espacios y tiempos. Las
mujeres han accedido al mercado de trabajo y con ellas se han hecho visibles las
experiencias, necesidades y tiempos sociales que antes quedaban ocultos entre los
muros del hogar y que ahora se enfrentan en el espacio pœblico con los imperativos y
tiempos de unos mercados de trabajo masculinizados. La divisi—n sexual del trabajo se
ha debilitado, pero continœa operando en la medida en que la incorporaci—n de las
mujeres al tiempo de trabajo remunerado no ha ido acompa–ada de una incorporaci—n
similar de los varones al tiempo de cuidados, por lo que Žste parece seguir siendo
competencia primordial de las mujeres. De ah’ que la dificultad de compaginar el
tiempo de trabajo remunerado con el tiempo domŽstico y de cuidados sea vivido
como un trance especialmente por las mujeres trabajadoras.

Las pol’ticas europeas de conciliaci—n de la vida familiar y laboral han partido del
reconocimiento de esta problem‡tica y han forzado a los pa’ses miembros a
desarrollar programas sociales que refuercen el v’nculo de las mujeres con el mercado
de trabajo y que favorezcan tambiŽn el compromiso de los hombres con el tiempo de
cuidados. Si bien en un primer momento las pol’ticas europeas de conciliaci—n se
impulsaron desde un compromiso claro con la igualdad de oportunidades entre
hombres y mujeres, en la œltima dŽcada las pol’ticas de conciliaci—n se han

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desarrollado principalmente en el marco de la pol’tica europea de empleo, esto es, se


han considerado parte de una estrategia m‡s amplia dise–ada para promover el pleno
empleo en la Uni—n Europea. El objetivo de las pol’ticas de conciliaci—n se ha
convertido, por tanto, en la creaci—n de una sociedad de "dos sustentadores", esto es,
una sociedad de pleno empleo en la que tanto los varones como sus compa–eras se
dediquen al trabajo remunerado (Stratigaki, 2004; Larsen, Taylor-Gooby, Kananen,
2004). Dada la diversidad de pa’ses que conforman la Uni—n Europea, podemos
presumir que este objetivo pol’tico no representa lo mismo para todos, sino que exige
un esfuerzo mayor para los reg’menes de bienestar mediterr‡neos -Espa–a, Italia,
Portugal y Grecia-, caracterizados habitualmente por el subdesarrollo de sus pol’ticas
de bienestar, por su familiarismo y por sus bajas tasas de empleo femenino2.

El objetivo del presente art’culo es evaluar las pol’ticas de conciliaci—n de los


reg’menes de bienestar mediterr‡neos, concretamente de Italia y Espa–a, desde el
punto de vista de su potencial desfamiliarizador, esto es, de su capacidad para reducir
la dependencia individual de los lazos familiares y conyugales (Esping-Andersen,
2000). Para ello, he organizado el art’culo en dos grandes apartados. En el primero,
presento la tipolog’a de reg’menes de bienestar propuesta por Esping- Andersen,
describo las peculiaridades de los reg’menes de bienestar mediterr‡neos y expongo
los motivos por los que las pol’ticas de conciliaci—n suponen un reto mayor para Žstos.
En el segundo apartado, sostengo que las pol’ticas de conciliaci—n no son per se
pol’ticas desfamiliarizadoras y defiendo la utilidad del criterio de la desfamiliarizaci—n
para evaluarlas. Partiendo de esta premisa metodol—gica, expongo, en primer lugar, el
marco europeo de las pol’ticas de conciliaci—n; en segundo lugar, describo las diversas
medidas adoptadas hasta el momento en Italia y Espa–a3; y, por œltimo, ofrezco una
valoraci—n tentativa del alcance y los efectos desfamiliarizadores de tales medidas y
planteo una interpretaci—n del impacto exiguo que est‡n teniendo en los pa’ses
se–alados.

2. GƒNEROS DE REGêMENES DE BIENESTAR

Desde que Richard Titmuss presentara su ahora cl‡sica tipolog’a de Estados del
Bienestar4 (Titmuss, 1981), los estudiosos del bienestar se han empe–ado en
construir tipolog’as similares o alternativas (Jones, 1985; Therborn, 1989; Esping-
Andersen, 1993; Castles, 1993). Sin duda la m‡s aceptada y utilizada es la formulada
por G¿sta Esping-Andersen. A lo largo de su obra, este soci—logo danŽs se ha
distanciado del estatalismo propio de la tradici—n cl‡sica de an‡lisis del bienestar y ha
desarrollado una perspectiva compleja y relacional del bienestar, deudora de la cr’tica
feminista a aquella tradici—n de estudio. En Los tres mundos del Estado del Bienestar,
publicado en 1990, Esping-Andersen propuso un viraje en el foco de an‡lisis propio de
los estudios del bienestar: el estudio del bienestar deb’a desbordar el mero Estado del
Bienestar y ocuparse de los "reg’menes del bienestar", noci—n con la que se refer’a a
"los ordenamientos cualitativamente diferentes entre Estado, mercado y familia"
(Esping-Andersen, 1993: 47) en la provisi—n del bienestar. Partiendo de este
planteamiento metodol—gico, Esping-Andersen diferenciaba tres tipos ideales de
reg’menes de bienestar: el rŽgimen liberal, el conservador o corporativista y el
socialdem—crata. Cada uno de estos reg’menes se caracterizaba por una determinada

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interacci—n entre el sector pœblico, el mercado y las familias, por fomentar un


determinado tipo de estratificaci—n social y por una concepci—n establecida de los
derechos sociales de ciudadan’a. No obstante, entre estas tres caracter’sticas, el
te—rico danŽs subrayaba que "la ciudadan’a social constituye la idea central de un
Estado del Bienestar" (Esping-Andersen, 1993: 41). Para Esping-Andersen, los
derechos sociales de ciudadan’a implicaban una "desmercantilizaci—n" de la fuerza de
trabajo, de ah’ precisamente su elecci—n de la "desmercantilizaci—n" como criterio
clave para evaluar los distintos reg’menes de bienestar. La "desmercantilizaci—n"
medir’a, pues, el grado en que los Estados del Bienestar promueven derechos sociales
que permiten a los trabajadores "mantener un nivel de vida socialmente aceptable
independientemente de su participaci—n en el mercado" (Esping-Andersen, 1993: 60).

Pese a su insistencia metodol—gica en el trinomio Estado-mercado-familia, el estudio


emp’rico que presentaba Esping-Andersen se concentraba en la relaci—n entre Estado
y mercado de trabajo, encarnada en el criterio de la desmercantilizaci—n; no en vano
los indicadores elegidos para clasificar cada rŽgimen eran el nivel de gasto pœblico y
privado en pensiones, el gasto en programas de comprobaci—n de recursos y el
crecimiento del empleo pœblico. La contribuci—n de la familia, y de las mujeres
particularmente, en la provisi—n de bienestar pasaba en realidad desapercibida, como
pasaban tambiŽn inadvertidas las jerarqu’as de gŽnero que promov’a uno u otro
rŽgimen y el sesgo masculino del criterio de la desmercantilizaci—n. ƒstas fueron las
principales cr’ticas que algunas estudiosas feministas dirigieron a la obra del soci—logo
danŽs (Orloff, 1993; O'Connor, 1993, Daly, 1994) y que Žste ha asumido en sus
trabajos posteriores.

Efectivamente, en sus Fundamentos sociales de las econom’as postindustriales,


publicado en 1999, Esping-Andersen reformula su marco te—rico y presenta un estudio
emp’rico m‡s amplio que coloca a la econom’a familiar en el punto de mira.
Fundamentalmente, el soci—logo danŽs admite el sesgo masculino del criterio de la
desmercantilizaci—n, concepto que presupon’a la participaci—n en el mercado de
trabajo a tiempo completo y a lo largo de la mayor parte de la vida. Esta participaci—n
ha sido propia de la experiencia vital de los varones, reconoce Esping-Andersen, pero
en absoluto de la mayor’a de las mujeres. De hecho, si para los varones la
desmercantilizaci—n del trabajo supone cierta independencia y autonom’a, para
muchas mujeres el paso del trabajo no remunerado en el hogar al trabajo asalariado,
es decir, la mercantilizaci—n, tiene efectos emancipatorios. Por ello, "el concepto de
desmercantilizaci—n resulta inoperante para las mujeres a menos que los Estados del
Bienestar, para empezar, les ayuden primero a mercantilizarse" (Esping-Andersen,
2000: 64). Partiendo de estas observaciones, Esping-Andersen propone introducir un
nuevo criterio, complementario al de la desmercantilizaci—n, para la comparaci—n y
evaluaci—n de los reg’menes de bienestar: la "desfamiliarizaci—n". Esta noci—n hace
referencia al grado en que la pol’tica social o los mercados "reducen la dependencia
individual de la familia" y "maximizan la disponibilidad de los recursos econ—micos por
parte del individuo independientemente de las reciprocidades familiares o
conyugales" (2000: 66). Sin embargo, la desfamiliarizaci—n a travŽs de los mercados,
advierte el soci—logo danŽs, crea inevitablemente desigualdades entre las familias, en
otras palabras, la desfamiliarizaci—n a travŽs de los mercados excluye a las familias

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con bajos ingresos, s—lo est‡ a disposici—n de las familias con rentas medias y altas.
Por ello, la desfamiliarizaci—n depender‡ b‡sicamente de la asunci—n por parte de los
Estados del trabajo de cuidados. De ah’ que Esping-Andersen mida efectivamente el
grado de desfamiliarizaci—n a travŽs de cuatro tipo de indicadores que se refieren al
papel primordial del Estado: el gasto pœblico en servicios familiares como porcentaje
del PIB, las subvenciones y deducciones de impuestos a las familias con hijos, la
cobertura de los servicios pœblicos de educaci—n infantil de 0 a 3 a–os y la cobertura
de asistencia domiciliaria a los ancianos (Esping-Andersen, 2000: 86). Con respecto a
estos indicadores, los reg’menes de bienestar se agrupan, subraya Esping-Andersen,
siguiendo una pauta similar a la que mostraban con respecto a los indicadores de
desmercantilizaci—n, es decir, los resultados de este nuevo an‡lisis de los diversos
reg’menes de bienestar a la luz de su potencial desfamiliarizador parecen confirmar la
vigencia de la tipolog’a tripartita que construyera el autor en Los tres mundos del
Estado del Bienestar.

En suma, podr’amos decir que en la actualidad el te—rico danŽs clasifica a los diversos
pa’ses en un rŽgimen de bienestar u otro, dependiendo de la posici—n que estos
ocupan, por un lado, en el continuum de la desmercantilizaci—n y, por otro, en el de la
desfamiliarizaci—n. De esta forma, en el extremo m‡s mercantilizador y
medianamente familiarista Esping-Andersen ubicar’a a los reg’menes liberales, como
Reino Unido, EEUU, Canad‡, Australia y Nueva Zelanda. En estos pa’ses, el legado
hist—rico de un liberalismo individualista y de un familiarismo institucionalizados ha
jugado en contra de cualquier pretensi—n universalista, el mercado privado y las
familias (o m‡s bien, las mujeres) se han erigido en los principales proveedores de
bienestar y la asistencia social estatal est‡ dirigida principalmente a aquellos que no
son capaces de "arregl‡rselas" en el sistema de bienestar privado y demuestran que
no tienen medios de vida. A pesar del calado de la ideolog’a familiarista, en estos
pa’ses la mayor’a de las mujeres desempe–a un trabajo remunerado, si bien
habitualmente a tiempo parcial, lo que les permite continuar desempe–ando el rol
principal en el trabajo domŽstico y de cuidados. Puesto que el Estado del Bienestar se
muestra reacio a ofrecer ayudas para este trabajo familiar, las familias deben
arregl‡rselas por s’ solas o externalizar parte de aquŽl trabajo acudiendo al mercado.
Desafortunadamente, s—lo las familias de clase media y alta pueden permitirse
costear el precio de los servicios privados de cuidados, lo que genera una
estratificaci—n familiar dual. En suma, los reg’menes liberales son incapaces de
garantizar que sus ciudadanos y ciudadanas puedan mantener un nivel de vida
aceptable independientemente de su participaci—n en el mercado o
independientemente de sus lazos familiares.

En un lugar intermedio del continuum de la desmercantilizaci—n y en el extremo m‡s


familiarista, Esping-Andersen sitœa a los reg’menes conservadores, como Austria,
Francia, Alemania, Italia y Espa–a. En estos pa’ses, el legado de una tradici—n
fuertemente estatista, corporativista y religiosa, ha dado lugar a unos reg’menes de
bienestar peculiares. Por un lado, debido a la influencia hist—rica de la Iglesia, los
reg’menes corporativistas han tendido a desincentivar el trabajo remunerado de las
mujeres, promoviendo el mantenimiento del modelo de familia de var—n sustentador y
de mujer ama de casa. De hecho, estos reg’menes son aquŽllos en los que las ayudas

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estatales a la familia son m‡s escasas y, paralelamente, los que presentan las tasas
m‡s bajas de empleo femenino. Por otro lado, los reg’menes conservadores se
caracterizan por un sistema de servicios sociales casi inexistente, por un mercado
privado del bienestar marginal y, en cambio, por un potente sistema de seguridad
social estatal, que garantiza generosos derechos desmercantilizadores a los
trabajadores, mayoritariamente varones cabeza de familia. Estos derechos aparecen,
adem‡s, fuertemente vinculados al estatus laboral, lo que significa que existe una
marcada segregaci—n ocupacional en cuanto al tipo y alcance de los derechos y
subsidios, segregaci—n que afecta especialmente a las mujeres, dado que su estatus
como trabajadoras suele ser m‡s precario. Luego, los reg’menes de bienestar
corporativistas y familiaristas apenas tienen efectos redistributivos, m‡s bien
establecen un orden de estratificaci—n que cultiva la jerarqu’a y reproduce las
desigualdades sociales de clase, gŽnero y estatus.

Por œltimo, en el extremo m‡s desmercantilizador y m‡s desfamiliarizador de cada


continuum, Esping-Andersen coloca a los reg’menes socialdem—cratas, como Suecia,
Noruega y Dinamarca. ƒstos son el producto de tres factores: el legado hist—rico de un
liberalismo individualista; la coalici—n entre clases rurales y partidos socialdem—cratas
y la unidad y fortaleza de los sindicatos; y, por œltimo, la potente campa–a de las
organizaciones de mujeres durante los sesenta. Esta combinaci—n de fuerzas sociales
ha dado como resultado que los reg’menes socialdem—cratas se caractericen por un
mercado del bienestar casi inexistente y un extenso sistema estatal de seguridad
social, al que suman una amplia gama de servicios sociales de cuidados. De hecho, el
desarrollo de un sistema universal de servicios de educaci—n infantil de 0 a 3 a–os y
de servicios domiciliarios para ancianos y personas con discapacidad, est‡ en la base
de la enorme integraci—n de las mujeres escandinavas en el mercado de trabajo. As’
pues, a diferencia de lo que ocurre en los reg’menes conservadores, en los reg’menes
socialdem—cratas los derechos sociales no han dependido tanto del estatus laboral
como del estatus de ciudadan’a, lo que ha favorecido una concepci—n m‡s amplia de
ellos, como derechos desmercantilizadores y como derechos desfamiliarizadores. ƒsta
es la raz—n por la que los reg’menes socialdem—cratas son los mejor valorados por
Esping- Andersen: no s—lo garantizan la independencia individual en relaci—n al
mercado, sino tambiŽn en relaci—n al c—nyuge o a la familia.

2.1. LAS PECULIARIDADES DEL MODELO DE BIENESTAR MEDITERRçNEO

Pese a la aceptaci—n de la que disfruta, la tipolog’a de reg’menes del bienestar de


Esping- Andersen ha sido ampliada por diversos autores del sur de Europa (Ferrera,
1996; Moreno y Sarasa, 1995; Moreno, 1997, 2000; Trifiletti, 1999; Naldini, 2006,
2007; Moreno, 2007). ƒstos han defendido la necesidad y pertinencia de estudiar
algunos de los pa’ses olvidados por la literatura dominante del bienestar, que ha
tendido a investigar y teorizar en base a los casos de los grandes estados-naci—n
occidentales, como Francia, Alemania, Reino Unido, Suecia o Estados Unidos. Sin
embargo, pa’ses como Portugal, Grecia y, en menor medida, Italia y Espa–a han sido
habitualmente desde–ados por aquella literatura, quedando a lo sumo caracterizados
como reg’menes conservadores rezagados y especialmente familiaristas (Esping-
Andersen, 1993, 2000). Frente a esa idea, estos autores han defendido que los pa’ses

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del sur de Europa -Portugal, Grecia, Italia y Espa–a- conforman un modelo de


bienestar con unos rasgos y una l—gica de desarrollo distintivos, un modelo diferente
al conservador continental. Por un lado, Ferrera (1996) ha se–alado que, m‡s all‡ de
la fuerte influencia de la Iglesia y el marcado familiarismo, estos pa’ses comparten
ciertas caracter’sticas institucionales y pol’ticas. En primer lugar, unos programas de
transferencia de rentas caracterizados por picos o excesos de protecci—n en ciertos
casos (pensiones) y, en cambio, grandes zonas de protecci—n exigua o de total
desprotecci—n (servicios a las familias). En segundo lugar, un sistema sanitario
universal, al modo escandinavo o brit‡nico. En tercer lugar, un aparato estatal dŽbil,
fragmentado y a merced de redes de poder de tipo clientelar, redes que persisten aœn
en la gesti—n y distribuci—n de muchos subsidios. En cuarto lugar, una presencia fuerte
del sector privado en muchos ‡mbitos de provisi—n de servicios (servicios de
cuidados) y una mezcla peculiar entre sector pœblico y privado (sanidad). Por œltimo,
un protagonismo excesivo de los partidos pol’ticos, frente a otros agentes de la
sociedad civil, y una izquierda hist—ricamente radical y fragmentada. Algunos autores
(Moreno, 1997, 2000; Naldini, 2006) han se–alado otros dos rasgos institucionales
comunes a los reg’menes mediterr‡neos: la importancia de la econom’a sumergida y
la presencia de mercados duales de trabajo.

Por otro lado, Moreno (1997, 2000) ha subrayado los precedentes hist—ricos y los
rasgos culturales comunes que comparten los pa’ses mediterr‡neos, completando as’
el cuadro del modelo mediterr‡neo del bienestar esbozado por Ferrera. Grecia, Italia,
Portugal y Espa–a han experimentado dictaduras fascistas, se han industrializado y
modernizado tard’amente y la impronta de la religi—n en sus instituciones y vida social
es aœn muy marcada. Es m‡s, estos pa’ses comparten tambiŽn un fuerte familiarismo
que, sin embargo, no se reduce al modelo de familia del var—n sustentador. El
familiarismo mediterr‡neo es de un tipo especial, se funda sobre la solidaridad
familiar y parental (Saraceno, 1994; Alberdi, 1999; Naldini, 2006), esto es, funciona en
base no s—lo a la clara divisi—n del trabajo entre el var—n sustentador y la mujer-ama
de casa en el seno de la familia nuclear, sino que implica tambiŽn la existencia de
fuertes lazos y responsabilidades para con las diversas generaciones y para con la
familia extensa. De hecho, en los pa’ses mediterr‡neos es comœn que las diversas
generaciones de una familia convivan en el mismo hogar, que los j—venes se
emancipen tard’amente, que se pongan en comœn los recursos econ—micos aportados
por cada miembro, que se ayude a los miembros m‡s j—venes a adquirir la casa
familiar en propiedad, que se creen empresas de tipo familiar. Tal protagonismo de la
familia extensa en la provisi—n de bienestar estar’a vinculado a la escasez del gasto
social en familias propia de estos pa’ses, gasto menor al del resto de pa’ses
conservadores. Como ha se–alado Margarita Le—n, "existe una suerte de c’rculo
vicioso entre un alto nivel de protecci—n informal no remunerada provista por las
familias y un bajo desarrollo de las pol’ticas familiares. Una de las consecuencias de la
dŽbil o ausente pol’tica familiar podr’a ser que la gente se acostumbra a enfrentarse a
este tipo de riesgos de forma individual y privada, y as’ no reivindica una acci—n
pœblica en esos asuntos de una manera articulada" (2007: 331-332).

No obstante, en los œltimos a–os el tradicional familiarismo mediterr‡neo est‡


debilit‡ndose o, al menos, transform‡ndose (Alberdi, 1999; De Rose, Racioppi y

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Zanatta, 2008; Delgado, Meil, Zamora, 2008; Tob’o, 2008). Si bien es cierto que las
tasas de empleo femenino en los pa’ses mediterr‡neos se mantienen entre las m‡s
bajas de la Uni—n Europea (en 2006, la tasa de empleo femenina fue del 53,2% en
Espa–a y del 46,3% en Italia, mientras el promedio de la UE-15 fue del 58,7%), cabe
tener en cuenta que entre las cohortes de mujeres m‡s j—venes y formadas las tasas
de empleo se han disparado (en 2005, la tasa de empleo de las mujeres de 25 a 44
a–os fue del 65% en Espa–a y del 58,8% en Italia; el promedio de la UE-15 para esta
franja de edad es del 69,5%). Hay una tendencia a la equiparaci—n en la incorporaci—n
al empleo y, lo que es m‡s, a diferencia de las mujeres de los reg’menes liberales o
conservadores, las mediterr‡neas trabajan mayoritariamente a tiempo completo (en
2006, s—lo el 23,2% de las mujeres empleadas en Espa–a y el 26,5% de las empleadas
italianas trabajaba a tiempo parcial; mientras que el porcentaje se elevaba al 74,7%
en los Pa’ses Bajos, al 45,6% en Alemania, al 42,6% en Reino Unido y al 36,5 en la UE-
15). Sin embargo, pese a estos cambios, el gasto social en familia en los pa’ses
mediterr‡neos se ha mantenido por debajo de la media de los pa’ses de la Uni—n
Europea (en 2005, el gasto social en familia/ni–os como porcentaje del gasto social
total fue del 5,6% en Espa–a y del 4,4% en Italia, mientras el promedio de la UE-15
fue del 8%). Podemos suponer, pues, que las dificultades de conciliaci—n de la vida
laboral y familiar son especialmente acusadas para los hombres y mujeres de los
pa’ses del sur de Europa. Por todo ello, las pol’ticas sociales de conciliaci—n de la vida
laboral y familiar que se est‡n impulsando en toda la Uni—n Europea son
especialmente necesarias en estos pa’ses, a la vez que suponen un reto mayor para
sus familiaristas reg’menes de bienestar. Por esta raz—n, el objetivo del art’culo es
evaluar las pol’ticas de conciliaci—n que se han implementado en los reg’menes
mediterr‡neos, m‡s concretamente, en Italia y Espa–a, tomando como criterio su
impacto desfamiliarizador

3. POLêTICAS DE CONCILIACIîN Y DESFAMILIARIZACIîN: LOS CASOS DE ITALIA Y


ESPA„A

La introducci—n del criterio de la "desfamiliarizaci—n" (y otros similares5) en los


estudios dominantes del bienestar ha sido una conquista, resultado de las sugerentes
cr’ticas e innovadoras aportaciones de las estudiosas feministas del bienestar. Por
ello, resulta sorprendente que los trabajos sobre las pol’ticas de conciliaci—n de la vida
familiar y laboral renuncien a utilizarlo como herramienta nexo de uni—n entre las
teor’as de los reg’menes de bienestar y la evaluaci—n de las pol’ticas pœblicas
concretas. La mayor parte de estudios sobre las pol’ticas de conciliaci—n parece
asumir impl’citamente que toda pol’tica de conciliaci—n es una pol’tica
desfamiliarizadora, es decir, que toda pol’tica de conciliaci—n reduce la dependencia
individual con respecto a la familia o al c—nyuge. Sin embargo, reconocen que no
todos los instrumentos de pol’tica pœblica a disposici—n de los gobiernos son
igualmente eficaces (Daly, 2002; Fine-Davies, Fagnani, Giovannini et al., 2004;
Fern‡ndez Cord—n y Tob’o Soler, 2005; Plantenga, Remery, 2005; Le—n, 2007; Salido y
Moreno, 2007; De Villota, 2008), lo que podr’a equivaler a reconocer que unos
instrumentos reducen m‡s esa dependencia que otros, esto es, son m‡s
desfamiliarizadores. Es cierto que una pol’tica de conciliaci—n puede ser m‡s o menos
desfamiliarizadora, pero tambiŽn puede no serlo en absoluto. ƒsta es precisamente mi

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hip—tesis de trabajo: no toda pol’tica de conciliaci—n es desfamiliarizadora; es m‡s,


incluso puede tener efectos familiarizadores. Estos efectos depender‡n del objetivo
pol’tico que gu’e la pol’tica de conciliaci—n, de los instrumentos elegidos para llevarla
a cabo y del contexto institucional y cultural en el que se implementa. Como han
se–alado Lewis y Daly, "el significado de reformas que parecen muy similares sobre el
papel puede ser muy diferente, debido al contexto en el que aquellas se insertan y
porque la motivaci—n que se esconde tras ellas es a menudo diferente" (1998: 14).

Contrariamente a lo que podr’a sugerir el sentido comœn, una pol’tica de conciliaci—n


de la vida laboral y familiar no tiene por quŽ estar motivada necesariamente por el
objetivo pol’tico de favorecer la igualdad efectiva entre hombres y mujeres,
asegurando el reparto igualitario del trabajo remunerado y del trabajo no remunerado
de cuidados. El objetivo pol’tico primordial que origina una pol’tica de conciliaci—n
puede bien ser el aumento de la natalidad, la cobertura de una escasez de mano de
obra del mercado de trabajo o el aumento de la poblaci—n activa. Es evidente que
estos objetivos no tienen por quŽ estar re–idos los unos con los otros: una pol’tica de
conciliaci—n pro natalista puede tener como consecuencia lateral la disminuci—n de la
desigualdad entre los sexos, pero tambiŽn puede no tenerla. Los efectos laterales
depender‡n, en parte, de las medidas que se hayan priorizado para la consecuci—n del
objetivo primordial. Siguiendo a Mary Daly (2002: 255), voy a distinguir cuatro tipos
de instrumentos de pol’tica pœblica que pueden utilizarse en el dise–o de una pol’tica
de conciliaci—n: 1) los beneficios monetarios o en especie de la seguridad social y los
beneficios fiscales, como las transferencias monetarias y las subvenciones fiscales; 2)
las provisiones relacionadas con el empleo, como los permisos remunerados o no
remunerados, las excedencias, la flexibilizaci—n o reducci—n del tiempo de trabajo; 3)
los servicios, como la asistencia domiciliaria, las escuelas de educaci—n infantil, los
centros de d’a, las residencias para ancianos; 4) y, por œltimo, los incentivos a la
creaci—n de empleo o a la provisi—n de cuidados en el mercado, como los "vales", la
reorganizaci—n de las horas de trabajo y los subsidios al sector privado de servicios de
cuidados. La elecci—n por parte de los gobiernos de unos u otros instrumentos de
pol’tica pœblica se basar‡, por tanto, en "una concepci—n distinta de la relaci—n
familia-empleo" y conllevar‡ "una significaci—n diferente del sentido de la acci—n
pœblica y de la igualdad entre hombres y mujeres" (Fern‡ndez Cord—n y Tob’o Soler,
2005: 53).

En las siguientes p‡ginas, me propongo valorar las pol’ticas de conciliaci—n de la vida


familiar y laboral que se han llevado a cabo en Italia y en Espa–a en los œltimos a–os,
atendiendo precisamente a los objetivos pol’ticos que las han guiado, a los
instrumentos de pol’tica pœblica escogidos y a su impacto (o falta de Žl)
desfamiliarizador.

3.1. "CONCILIACIîN DE LA VIDA LABORAL Y FAMILIAR": EL MARCO Y EL IMPULSO


EUROPEOS

Como se–alŽ al principio, el tŽrmino "conciliaci—n de la vida laboral y familiar" procede


del campo de la legislaci—n social europea: apareci— por primera vez en el Plan de
Acci—n Social de la Comunidad Econ—mica Europea de 1974 y, desde entonces, ha

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reaparecido tanto en los diversos programas comunitarios para la igualdad de


oportunidades entre hombres y mujeres6, como en la pol’tica de empleo comunitaria
(Stratigaki, 2004). Durante los a–os noventa las pol’ticas europeas de conciliaci—n se
desarrollaron principalmente a travŽs de directivas (disposiciones de obligada
transposici—n a la legislaci—n de los pa’ses miembros), de entre las que cabe destacar
tres: en primer lugar, la relativa a seguridad de las trabajadoras embarazadas, que
obligaba a los Estados miembros a reconocer un permiso m’nimo de maternidad de
catorce semanas, as’ como permisos retribuidos en caso de pruebas mŽdicas o
desempe–o de un trabajo en condiciones de riesgo para el embarazo (92/85/CEE,
Consejo Europeo, 1992); en segundo lugar, la directiva relativa al permiso parental,
que establec’a el reconocimiento de excedencias para el cuidado de ni–os menores de
ocho a–os con una duraci—n m’nima de tres meses y con derecho a mantenimiento
del puesto de trabajo, tanto para hombres como para mujeres (96/34/CE, Consejo
Europeo, 1996); por œltimo, la directiva relativa al trabajo a tiempo parcial, que
prohib’a las desigualdades de condiciones y derechos de los empleos a tiempo parcial
con respecto al tiempo completo, y que promov’a la creaci—n de empleos a tiempo
parcial, as’ como el paso flexible del tiempo completo a parcial o viceversa (97/81/CE,
Consejo Europeo, 1997).

No obstante, en los œltimos a–os las pol’ticas de conciliaci—n han sido trasladadas al
primer plano de la pol’tica pœblica europea gracias a la Estrategia Europea de Empleo
(EEE), puesta en marcha en 1997 en la cumbre de Luxemburgo. En efecto, en 1998 las
Directrices de la EEE inclu’an una l’nea de acci—n dirigida a "reforzar las pol’ticas de
igualdad de oportunidades" y, m‡s espec’ficamente, incorporaban un subapartado
denominado "Conciliando el trabajo y la vida familiar", en el que se animaba a los
Estados miembros a implementar pol’ticas sobre tiempo parcial, permisos parentales
o servicios de atenci—n a ni–os y otros dependientes, "a fin de apoyar la entrada y la
continuidad de mujeres y hombres en el mercado de trabajo" (European Commission,
1998)7. Pese a que la l’nea de acci—n dedicada a la igualdad de oportunidades
desapareci— en 2003 de las Directrices de la EEE, la conciliaci—n de la vida laboral y
familiar ha continuado siendo una prioridad de la pol’tica de empleo europea,
prioridad que ahora aparece incluida en el pilar denominado "Mejorar la calidad y la
productividad del trabajo" (Council of the European Union, 2003; Council of the
European Union, 2005)8.

La Estrategia Europea de Empleo no especifica criterios ni estrategias concretas de


actuaci—n, m‡s bien fija unos objetivos comunes en pol’tica de empleo, recomienda
instrumentos de pol’tica pœblica y proporciona un marco abierto de cooperaci—n y
evaluaci—n entre los Estados miembros. En lo que a la igualdad de oportunidades se
refiere, la EEE ha establecido unos objetivos claros para el 2010: todos los Estados
miembros deber‡n alcanzar entonces una tasa de empleo femenino superior al 60%
(European Commission, 2002), una tasa m’nima de cobertura de la atenci—n infantil
de 0 a 3 a–os del 33% y una tasa m’nima de cobertura de la atenci—n infantil de 3 a la
edad de escolarizaci—n del 90% (European Council, 2002). Para ello, podr‡n hacer uso
de los instrumentos recomendados -flexibilidad de la jornada laboral, permisos,
servicios de atenci—n a ni–os y a personas dependientes-, pero cada pa’s es libre de
priorizar unos instrumentos sobre otros o de decidir los ritmos, los criterios -

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pœblico/privado, universalidad/ selectividad- y las medidas legales concretas que


utilizar‡ para alcanzar tales objetivos.

3.2. ANTECEDENTES DE LAS POLêTICAS DE CONCILIACIîN EN ITALIA Y ESPA„A

A pesar del se–alado familiarismo de los reg’menes de bienestar mediterr‡neos, ni


Italia ni Espa–a han partido de cero en sus pol’ticas de conciliaci—n de la vida laboral y
familiar. Previamente a las directivas europeas de los a–os noventa, ambos pa’ses
contaban ya con ciertas medidas de apoyo a la familia y de promoci—n del trabajo
asalariado de las mujeres. Sin embargo, las caracter’sticas, el alcance y el ritmo de
esas medidas han sido diversos en cada uno de ellos. La anterior transici—n a la
democracia en Italia constituye, sin duda, un factor clave para interpretar las
diferencias entre ambos pa’ses. Como subraya Celia Valiente, uno de los fundamentos
de los reg’menes democr‡ticos es su reconocimiento de la igualdad de todos los
ciudadanos ante la ley, reconocimiento que implica ya al menos un "programa
"m’nimo" en relaci—n con las mujeres trabajadoras", esto es, "la equiparaci—n legal" de
los trabajadores de uno y otro sexo (Valiente, 1997: 101). Mientras que, en el a–o
1947, la inaugurada Constituci—n de la Repœblica Italiana establec’a que "la mujer
trabajadora tendr‡ los mismos derechos y, a igualdad de trabajo, la misma retribuci—n
que el trabajador" 9, la dictadura franquista se apoyaba en una legislaci—n claramente
conservadora y patriarcal, que relegaba a las mujeres al ‡mbito domŽstico10. Espa–a
vivi— bajo en el rŽgimen franquista hasta los œltimos a–os setenta; Italia, en cambio,
desarroll— durante esos a–os un abanico de medidas de apoyo al trabajo remunerado
de las mujeres (Caielli, 2006). En primer lugar, la ley de "protecci—n de las
trabajadoras madres" ("Tutela delle lavoratrici madri", n. 1204, 1971) estableci— un
permiso de maternidad obligatorio de cinco meses (dos antes del parto, tres
posteriormente) para las empleadas (pagado al 80% del sueldo11), reconoci—
interrupciones o reducciones de jornada para la lactancia, instaur— un permiso
opcional, posterior al de maternidad, de seis meses (pagado al 30% del sueldo) y
reconoci— tambiŽn el derecho a permisos no retribuidos para el cuidado, en caso de
enfermedad, de ni–os menores de tres a–os12. En segundo lugar, la ley de "paridad
de trato entre hombres y mujeres en materia de trabajo" ("Paritˆ di trattamento tra
uomini e donne in materia di lavoro", n. 903, 1977) ratific— la prohibici—n de cualquier
tipo de discriminaci—n en base al sexo en el mundo del trabajo y extendi— a los padres
el permiso opcional para el cuidado, siempre que las madres renunciaran a su
derecho.

Por œltimo, se impulsaron varias medidas legislativas nacionales y regionales que


promov’an la creaci—n de servicios de atenci—n infantil de 0 a 3 y de 3 a 6 a–os (n.
1044, 1971 y n. 891, 1977) y servicios de atenci—n domiciliaria para ancianos y
personas con discapacidad. En Italia, como en los pa’ses escandinavos, los servicios
sociales son competencia de municipios y regiones. Sin embargo, a diferencia de esos
pa’ses, los municipios en este pa’s no gozan de autonom’a fiscal ni del respaldo
econ—mico del Estado central, lo que ha limitado la extensi—n y eficiencia de los
servicios, a la vez que ha favorecido las disparidades entre regiones y municipios. No
obstante, los servicios de atenci—n infantil en Italia no se desarrollaron en el marco de
la asistencia social a las familias -como en Reino Unido o Alemania-, sino que

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tendieron a ser definidos en tŽrminos de derecho de los ni–os a la salud y a la


educaci—n. Por un lado, los servicios de atenci—n a los menores de 0 a 3 a–os, los asili-
nido, fueron enmarcados en la pol’tica socio-asistencial del pa’s, mientras que los
servicios para los ni–os de 3 a 6 a–os, las scuole materne (scuole dell'infanzia desde
la ley educativa de 1991), fueron encuadradas en la pol’tica educativa del pa’s, como
en los pa’ses escandinavos y Francia. Por su parte, los servicios de atenci—n
domiciliaria para ancianos y personas con discapacidad se desarrollaron tambiŽn
como prestaciones socio-asistenciales. Las autoridades locales optaron por
subcontratar estos servicios a organizaciones sin ‡nimo de lucro, habitualmente
relacionadas con la Iglesia Cat—lica. Pese a ser considerados sobre el papel un derecho
universal, los servicios de atenci—n domiciliaria han tendido a ser suministrados en la
pr‡ctica a travŽs de controles de recursos y medios de vida (Trifiletti, 1998). Este
abanico de medidas de desarrollo de los servicios de atenci—n13 fue fruto, por un
lado, de las demandas de los activos movimientos sociales italianos (obrero y
feminista) y, por otro, de unos gobiernos de "compromiso hist—rico" -democristianos,
pero apoyados por el Partido Comunista Italiano (PCI)- proclives a hacerse eco de
aquellas demandas (Valiente, 1997; De Rose, Raccioppi, Zanatta, 2008).

En Espa–a, en cambio, la igualdad ante la ley no fue reconocida hasta la aprobaci—n


de la Constituci—n democr‡tica de 197814, aunque hubo que esperar a la dŽcada
siguiente para presenciar un desarrollo legislativo similar al italiano antes descrito. El
Estatuto de los Trabajadores (Ley 8/1980) y las Medidas para la Reforma de la Funci—n
Pœblica (Ley 30/1984) reconocieron a asalariadas y funcionarias el derecho a un
permiso de maternidad de catorce semanas -pagado al 100% del sueldo- y a
interrupciones o reducciones de jornada por lactancia, establecieron un permiso de
dos d’as para los padres en caso de nacimiento de hijo y recogieron el derecho de
hombres y mujeres a una permiso parental no pagado -no superior a tres a–os- para
atender al cuidado de cada hijo. Estas medidas se ampliaron pronto, gracias al
impulso del Primer Plan de Acci—n para la Igualdad de Oportunidades de las Mujeres
(1987-1990) elaborado por el Instituto de la Mujer15: el permiso de maternidad se
alarg— a diecisŽis semanas -dieciocho para parto mœltiple-, se permiti— el permiso
parental tambiŽn para el cuidado de hijos adoptivos y se asegur— la reserva del
puesto de trabajo durante el primer a–o de Žste (Ley 3/1989).

Al igual que en Italia, en Espa–a los servicios sociales son competencia de las regiones
(Comunidades Aut—nomas) y los municipios, se enfrentan con problemas similares de
financiaci—n y se han caracterizado siempre por su car‡cter fragmentario y
subsidiario. De hecho, durante los a–os setenta y ochenta, los servicios de atenci—n a
los menores eran servicios asistenciales privados, bien guarder’as privadas de Žlite,
bien guarder’as cooperativas o guarder’as obreras (Gonz‡lez, 2004). Sin embargo, en
1990 el Partido Socialista (PSOE) promulg— una nueva ley educativa, la Ley de
Ordenaci—n General del Sistema Educativo (LOGSE, Ley 1/1990), que integraba a los
menores en el sistema educativo, aunque con car‡cter voluntario, tal como ocurr’a en
Italia, Francia y los pa’ses escandinavos. En concreto, la educaci—n de los menores se
organiz— en dos ciclos de educaci—n infantil: el primero cubr’a la etapa de 0 a 3 a–os y
el segundo la de 3 a los 6 a–os, la edad de escolarizaci—n obligatoria. S—lo se
garantizaba la gratuidad del segundo ciclo, mientras que se regulaban rigurosamente

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las condiciones m’nimas de los servicios privados, mayoritarios en el primer ciclo, y se


animaba a las Comunidades Aut—nomas a desarrollar la oferta pœblica de plazas en
este ciclo. Por su parte, los servicios de atenci—n domiciliaria para ancianos y personas
con discapacidad se implantaron en Espa–a a finales de los a–os ochenta, en el marco
del Plan Concertado de Prestaciones B‡sicas de Servicios Sociales que impuls— el
Ministerio de Asuntos Sociales en colaboraci—n con las administraciones auton—micas
y locales (Arag—n, Cruces, Rocha, 2007). Sin embargo, la oferta de esos servicios ha
sido siempre insuficiente, aunque muy heterogŽnea dependiendo de la Comunidad
Aut—noma.

En suma, cuando a finales de los noventa la preocupaci—n europea por la conciliaci—n


se empieza a traducir en directivas de obligada transposici—n a los Estados miembros
y en la Estrategia Europea de Empleo, tanto Italia como Espa–a cuentan ya con
algunas de las medidas que esas pol’ticas prevŽn -permisos de maternidad de m‡s de
catorce semanas, excedencias para el cuidado, permisos puntuales, una cobertura de
educaci—n infantil de 3 a 6 a–os superior al 90% (en 1998, esa cobertura es del 95%
en Italia, mientras que en Espa–a alcanza el 92% en 2002). No obstante, a finales de
esa dŽcada, ninguno de los dos pa’ses cumple todas las disposiciones contempladas
por las directivas ni se acerca a los objetivos de cobertura de atenci—n infantil de 0 a 3
a–os y de tasas de actividad femenina marcados por la EEE.

3.3. POLêTICAS PòBLICAS DE CONCILIACIîN DE LA VIDA LABORAL Y FAMILIAR EN


ITALIA Y ESPA„A

De esta forma, obligados por las directivas y disposiciones europeas, los gobiernos
italiano y espa–ol comenzar‡n a sancionar leyes similares a finales de la dŽcada de
los noventa. En Italia, las pol’ticas de conciliaci—n de la vida laboral y familiar se han
convertido en una cuesti—n de debate pol’tico desde las campa–as electorales de
1994 y 1996, si bien los partidos de centroderecha han primado en sus programas las
medidas relacionadas con ayudas monetarias y reducciones fiscales, mientras que los
de centroizquierda han acordado m‡s importancia a los permisos y al desarrollo de los
servicios de atenci—n infantil (De Rose, Racioppi, Zanatta, 2008). En 1996, "L'Ulivo",
coalici—n de centroizquierda liderada por Romano Prodi, gana las elecciones con un
programa modernizador y progresista. El periodo de gobierno de esta coalici—n, de
1996 a 2001, estuvo marcado por intervenciones varias en el ‡mbito de la
conciliaci—n. As’, en 1998 se aumenta la deducci—n fiscal por hijo a cargo y en 1999 se
introduce una prestaci—n de maternidad de cinco meses para mujeres con rentas
bajas, as’ como una prestaci—n para familias numerosas de rentas bajas. Aparte de
estas medidas, dirigidas m‡s a paliar la pobreza infantil que a promover la
conciliaci—n, el gobierno de "L'Ulivo" aprueba en 2000, a propuesta del Dipartimento
per le Pari Opportunitˆ y siguiendo las recomendaciones de las directivas europeas, la
ley "para el apoyo de la maternidad y de la paternidad, por el derecho al cuidado y a
la formaci—n y para la coordinaci—n de los tiempos de las ciudades" (n. 53, 2000). En
primer lugar, esta ley establece el derecho de las madres a flexibilizar la distribuci—n
de sus cinco meses de permiso de maternidad o a disfrutarlos a tiempo parcial, as’
como el derecho de padres y madres (de ni–os menores de ocho a–os) a optar por la
flexibilizaci—n de sus horarios de trabajo, sea a travŽs del tiempo parcial vertical, del

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teletrabajo, de los turnos o de la jornada continua. En segundo lugar, esta ley


reconoce, por primera vez, el derecho aut—nomo de los padres al permiso opcional
para el cuidado de ni–os menores de ocho a–os: ellos pueden, como las madres,
disfrutar de un permiso parental de hasta seis meses, si bien los permisos sumados de
una pareja no pueden superar nunca los diez meses de duraci—n -a no ser que el
padre coja tres meses, caso en el que recibe un mes de regalo-incentivo. En
cualquiera de los casos, este permiso puede disfrutarse tambiŽn a tiempo parcial y los
primeros seis meses son retribuidos al 30% del sueldo. En tercer lugar, la ley no
establece ninguna limitaci—n a la ausencia de trabajadores o trabajadoras por motivo
de la enfermedad de un hijo menor de tres a–os y reconoce a cada progenitor el
derecho a cinco d’as pagados por ese mismo motivo cuando el ni–o tiene entre tres y
ocho a–os. Se prevŽn tambiŽn permisos para el cuidado de familiares (hasta dos a–os)
y permisos puntuales de tres d’as en caso de muerte o enfermedad grave de un
familiar. Asimismo, la ley establece bonificaciones del 100% en las contribuciones
empresariales a la seguridad social, para aquellas empresas que sustituyan a sus
trabajadores que se hayan acogido a algœn permiso, que practiquen programas de
formaci—n para reinsertarlos despuŽs del permiso o que fomenten la flexibilidad
horaria. Por œltimo, cabe destacar que, a diferencia del caso espa–ol, la iniciativa
italiana entiende la conciliaci—n de forma m‡s amplia, no circunscrita œnicamente a
los tiempos laborales y familiares, de ah’ que regule tambiŽn la concesi—n de diversos
permisos para la formaci—n. La conciliaci—n de los tiempos aparece ligada al espacio
en que Žsta se lleva a cabo, la ciudad, lo local. Por eso esta ley de conciliaci—n obliga
a todas las ciudades de m‡s de 30.000 habitantes a promover un plan de
coordinaci—n de los tiempos de la ciudad -horarios de los comercios, de los servicios
pœblicos, de apertura al pœblico de las oficinas locales de las administraciones
pœblicas-, con el fin de armonizar las actividades de servicios con el conjunto de
exigencias de las trabajadoras y los trabajadores16.

En mayo de 2001, la "Casa delle libertˆ", coalici—n de centro-derecha liderada por


Silvio Berlusconi, gana las elecciones. Este gobierno (2001-2006) pone en marcha
medidas limitadas en el terreno de la conciliaci—n: en primer lugar, introduce una
bonificaci—n de 1.000 euros por nacimiento del segundo o posteriores hijos para las
familias de rentas bajas17; en segundo lugar, aprueba un plan de financiaci—n parcial
para la creaci—n de asili-nido privados en los centros de trabajo; por œltimo, la llamada
ley Biagi de reforma del mercado de trabajo (n. 30, 2003) refuerza los incentivos
fiscales y monetarios acordados por la ley "para el apoyo de la maternidad y
paternidad" de 2000 a las empresas que permitan formas de flexibilidad horaria (De
Rose, Racioppi, Zanatta, 2008).

Desde 2006, el panorama de las pol’ticas de conciliaci—n en Italia apenas se ha


modificado, lo que no es de extra–ar dada la inestabilidad de su escenario pol’tico18.

En Espa–a, el gobierno conservador del Partido Popular (PP) aprueba en 1999 la ley de
"conciliaci—n de la vida familiar y laboral de las personas trabajadoras" (Ley 39/1999),
que fundamentalmente recoge e integra las normas previamente existentes, pero
dispersas, y las amplia no s—lo temporalmente, sino tambiŽn con respecto a quiŽn
puede disfrutarlas (padres) y con respecto a quiŽn van dirigidas (no s—lo a los hijos,

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tambiŽn ahora a las familiares dependientes en general). As’, la ley amplia, para
hombres y mujeres, los casos en los que es posible una reducci—n de jornada con
reducci—n proporcional de la retribuci—n (hijos prematuros, familiares o personas con
discapacidad hasta el segundo grado de consanguinidad), reconoce el permiso
retribuido de dos d’as para los casos de adopci—n y enfermedad grave de un familiar e
iguala la duraci—n del permiso de maternidad en caso de adopci—n o acogimiento. No
obstante, la ley de conciliaci—n tambiŽn crea nuevos derechos, asociados
directamente a las recomendaciones de las directivas 92/85/CEE y 96/34/CE: por un
lado, establece un nuevo permiso retribuido para la realizaci—n de ex‡menes
prenatales y para las tŽcnicas de preparaci—n al parto y reconoce la suspensi—n del
contrato por riesgo durante el embarazo; por otro, contempla que el permiso de
maternidad pueda ser disfrutado a "tiempo parcial" y compartido entre madre y
padre, siempre que Žsta decida ceder parte de sus semanas al padre; por œltimo, la
ley reconoce el derecho a excedencias tambiŽn para la atenci—n a familiares o
personas dependientes (hasta un a–o). Asimismo, la ley de conciliaci—n espa–ola,
como la italiana, establece bonificaciones en las contribuciones a la seguridad social
para aquellas empresas que sustituyan a los trabajadores que disfruten de algœn
permiso para el cuidado.

Por otro lado, el gobierno del PP pone en marcha un Plan Integral de Apoyo a la
Familia (2001-2004), que se propone promover el igual acceso de hombres y mujeres
al mercado de trabajo y la extensi—n de los servicios de atenci—n a la primera infancia,
en colaboraci—n con las Comunidades Aut—nomas y los municipios. En el marco de
este Plan, se crea una deducci—n fiscal para las madres trabajadoras con hijos
menores de tres a–os (Ley 46/2002). Sin embargo, la extensi—n de la oferta de plazas
pœblicas de educaci—n infantil queda sin cumplir, por la falta de presupuesto y por la
escasez de seguimiento y coordinaci—n por parte de las diferentes administraciones
implicadas (CES, 2003: 189).

Por œltimo, el mismo gobierno aprueba en 2002 la Ley Org‡nica de Calidad de la


Educaci—n (LOCE, Ley 10/2002), que retira del sistema educativo el ciclo de 0 a 3
a–os, que se convierte en un ciclo pre-escolar de car‡cter asistencial, sin objetivos ni
requisitos m’nimos, salvo los que fije voluntariamente cada Comunidad Aut—noma.

Posteriormente, en marzo de 2004, se produce en Espa–a un cambio de gobierno. El


Partido Socialista (PSOE) gana las elecciones con un programa de compromisos en
cuanto a la igualdad de gŽnero y el apoyo a las familias. En este sentido, el gobierno
socialista ha introducido nuevas medidas legales que ampl’an las pol’ticas de
conciliaci—n previamente existentes. En primer lugar, la ley de "Promoci—n de la
Autonom’a Personal y Atenci—n a las personas en situaci—n de dependencia" (Ley
39/2006) reconoce, en su exposici—n de motivos, que el cuidado de las personas
dependientes ha reca’do tradicionalmente en las mujeres, sin embargo, constata que
los actuales cambios en el modelo de familia y la incorporaci—n masiva de las mujeres
al mercado de trabajo hacen imprescindible el compromiso pœblico para con el
cuidado de aquellas personas. La ley establece que todas las personas dependientes -
definidas como personas mayores incapaces de valerse por s’ mismas o personas con
discapacidad- tienen derecho a ser atendidas por los servicios pœblicos o concertados

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de atenci—n y cuidado o, en su defecto, a recibir ciertas prestaciones econ—micas para


el cuidado, segœn su grado de dependencia. Esta ley, que se puso en marcha a finales
de 2007, est‡ aœn en proceso de implantaci—n, por lo que no es posible valorar aœn su
verdadero impacto. No obstante, su puesta en marcha est‡ presentando varios
problemas: en primer lugar, la descoordinaci—n entre las administraciones implicadas -
Estado central, Comunidades Aut—nomas y ayuntamientos- en el intercambio de
informaci—n y en los ritmos de aplicaci—n; en segundo lugar, el desbordamiento de las
previsiones relacionadas con la poblaci—n objeto de derecho; por œltimo, la perversi—n
de la propia ley, cuyo texto priorizaba la inversi—n en servicios de cuidados y cuya
puesta en pr‡ctica est‡ favoreciendo, sin embargo, las prestaciones econ—micas,
especialmente la prestaci—n "para cuidados en el entorno familiar" 19. Estos
problemas se han traducido en una demora generalizada tanto en la valoraci—n de las
solicitudes como en el cobro de las prestaciones, y en una inyecci—n suplementaria de
fondos para el correcto desarrollo de la ley20.

En segundo lugar, la ley "para la igualdad efectiva de mujeres y hombres" (Ley


3/2007), ley transversal que afecta a diversos terrenos y pol’ticas pœblicas, se ha
propuesto, entre otras cosas, fomentar una mayor corresponsabilidad entre mujeres y
hombres en la asunci—n de las obligaciones familiares. Para ello, ha regulado la
creaci—n de un permiso exclusivo para los padres de trece d’as21, permiso de
duraci—n similar a los permisos de paternidad de Francia y Reino Unido, pero lejano de
los dos meses que reconocen las legislaciones de los pa’ses n—rdicos (Fern‡ndez
Cord—n y Tob’o Soler, 2005). Asimismo, la ley de Igualdad ha conseguido debilitar el
v’nculo entre derecho a la baja de maternidad y desempe–o laboral, al reducir los d’as
cotizados que son necesarios para generar el derecho y al crear un subsidio no
contributivo de maternidad de seis semanas para las mujeres que no cumplen el
periodo m’nimo de cotizaci—n estipulado.

Por œltimo, una nueva ley de educaci—n, la Ley Org‡nica de Educaci—n (LOE, Ley
2/2006), ha reintegrado los servicios de atenci—n a los menores de 0 a 3 a–os en el
sistema educativo, pero sin estipular los m’nimos y garant’as que estos servicios, ya
sean pœblicos o privados, deben cumplir. Adem‡s, el compromiso espa–ol con los
objetivos marcados por la Estrategia Europea de Empleo -una tasa m’nima de
cobertura de la educaci—n infantil de 0 a 3 a–os del 33% y tasa m’nima de cobertura
de la educaci—n infantil de 3 a la edad de escolarizaci—n del 90%- ha llevado al
gobierno socialista a habilitar una 2011. partida de 100 millones de euros en los
Presupuestos de 2008 destinada a crear 50.000 plazas de guarder’a -siempre que las
Comunidades Aut—nomas aporten la misma cifra. No obstante, estas plazas est‡n
lejos de cubrir tanto el compromiso electoral del PSOE -que se hab’a comprometido a
crear 300.000 plazas de guarder’a-, como el objetivo del 33% de cobertura marcado
por la EEE22. No obstante, a pesar de la escasez de plazas pœblicas en el primer ciclo
de educaci—n infantil, el PSOE ha introducido, meses antes de las elecciones de marzo
de 2008, el llamado "cheque bebŽ", una prestaci—n œnica de 2500 euros por
nacimiento o adopci—n de hijo, que las madres pueden deducir en su declaraci—n de la
renta o cobrar como prestaci—n no contributiva de la seguridad social (Ley 35/2007).

Si la primera legislatura del gobierno socialista de JosŽ Luis Rodr’guez Zapatero estuvo

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marcada por el compromiso con la igualdad de gŽnero, que se tradujo en la variedad


de medidas que se han comentado, su segunda legislatura est‡ profundamente
marcada por la crisis econ—mica y el desempleo. Parece improbable que, en este
contexto, se desarrollen ampliamente algunas de las promesas realizadas en la
anterior legislatura (construcci—n de residencias y escuelas infantiles, etc.) o se
pongan en marcha nuevas medidas relacionadas con la promoci—n de la conciliaci—n
de la vida familiar y laboral.

4. POLêTICAS DE COCILIACIîN: ÀLA DESFAMILIARIZACIîN DE LOS REGêMENES


MEDITERRçNEOS?

Como apuntŽ m‡s arriba, una pol’tica de conciliaci—n puede servirse de las siguientes
medidas de pol’tica pœblica: beneficios fiscales o de la seguridad social, derechos
relacionados con el empleo, servicios, e incentivos a la creaci—n de empleo y al
desarrollo del sector privado de cuidados. La elecci—n de una u otra medida estar‡
condicionada por el objetivo pol’tico que anime la pol’tica de conciliaci—n23. Dada la
dŽbil pol’tica de ayuda a las familias que exist’a tanto en Italia como en Espa–a antes
de que la Uni—n Europea asumiera la conciliaci—n de la vida laboral y familiar como un
campo clave de pol’tica pœblica, no debe extra–arnos que ambos pa’ses se hayan
limitado a asumir el enfoque promovido por aquŽlla. Este enfoque se ha caracterizado
por subsumir las pol’ticas de conciliaci—n en el marco m‡s amplio de la pol’tica de
empleo. De esta forma, el objetivo pol’tico b‡sico de las pol’ticas de conciliaci—n ha
sido el aumento de la poblaci—n activa a travŽs de una mayor integraci—n femenina en
los mercados de trabajo, objetivo vinculado, a su vez, con la preocupaci—n por la
sostenibilidad de los sistemas de seguridad social en una Žpoca en la que se ha
impuesto la austeridad fiscal. La preferencia italiana y espa–ola por la promoci—n de
derechos relacionados con el empleo es coherente con aquel objetivo pol’tico. Como
hemos visto, la mayor parte de reformas legales llevadas a cabo en Italia y en Espa–a
en los œltimos a–os han consistido en la creaci—n, ampliaci—n o flexibilizaci—n temporal
de los permisos y excendencias para el cuidado de hijos o familiares dependientes, y
en la flexibilizaci—n del tiempo de trabajo de madres, padres, cuidadoras y cuidadores.
Las bonificaciones de la seguridad social y los beneficios fiscales que se han
introducido aparecen igualmente vinculados a una pol’tica de fomento del empleo24.
As’ pues, las medidas de conciliaci—n priorizadas hanfomentado, sin duda, la
mercantilizaci—n de las mujeres de ambos pa’ses, como prueba la asombrosa
evoluci—n de sus tasas de empleo femeninas, que han pasado en Espa–a del 38,5% en
1999 al 53,2% en 2006 y, en Italia, del 38,3% al 46,3% en esos mismos a–os.

Sin embargo, es dudoso que esta mercantilizaci—n sea la prueba inequ’voca de la


desfamiliarizaci—n de los reg’menes de bienestar italiano y espa–ol. Los informes y
estudios sobre la conciliaci—n de la vida laboral y familiar parecen sobrentender que
mercantilizaci—n femenina y desfamiliarizaci—n son sin—nimos. No obstante, la relaci—n
entre ambas dimensiones es m‡s compleja. Tomemos el caso de los hogares
monoparentales como espejo en el que esa relaci—n se refleja de un modo m‡s puro.
Si la desfamiliarizaci—n hace referencia al grado en que la pol’tica social o los
mercados reducen "la dependencia del bienestar de los individuos del parentesco"
(Esping-Andersen, 2000: 74), entonces un rŽgimen m‡s desfamiliarizador ser‡ aquŽl

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que facilita que un individuo pueda formar y mantener un nœcleo familiar


independientemente de lazos conyugales o familiares (Orloff, 1993; Hobson, 1994).
Ciertamente, la mercantilizaci—n asegura ciertos recursos econ—micos a los individuos
independientemente de sus lazos familiares o conyugales, por lo que promueve, en
principio, su capacidad para establecer un nœcleo familiar aut—nomo, es decir, la
desfamiliarizaci—n. Sin embargo, el hecho de que la mercantilizaci—n de las mujeres
sea habitualmente dŽbil, debido a su sobrerrepresentaci—n en el trabajo a tiempo
parcial o en los contratos temporales, y a sus inferiores salarios, reduce su capacidad
real para formar un hogar independiente. Asimismo, la mercantilizaci—n merma los
recursos temporales a disposici—n de los individuos, recursos que tambiŽn son
necesarios para atender las necesidades de cuidados de un nœcleo familiar. Por ello, la
diferencia entre el beneficio econ—mico y el coste temporal de la participaci—n en el
mercado de trabajo afectar‡ considerablemente la capacidad real de los individuos -
especialmente la de las mujeres, que son las trabajadoras m‡s precarias y las
principales cuidadoras- para formar un hogar aut—nomo.

De este modo, la mercantilizaci—n femenina implicar‡ desfamiliarizaci—n (o capacidad


para crear un nœcleo familiar aut—nomo) s—lo cuando reporte ingresos suficientes para
asegurar la provisi—n de cuidados familiares a travŽs del mercado, esto es, la
mercantilizaci—n femenina puede garantizar œnicamente la desfamiliarizaci—n de las
mujeres con un s—lido estatus laboral y rentas altas. Por su parte, las mujeres con un
estatus laboral precario y rentas bajas o medias dif’cilmente podr‡n mantener un
nœcleo familiar independiente sin el apoyo del Estado, ya sea a travŽs de la provisi—n
de "vales" o subsidios monetarios para la obtenci—n de cuidados en el mercado, ya
sea a travŽs de la provisi—n de servicios pœblicos de atenci—n a ni–os y dependientes.
No obstante, la provisi—n pœblica de servicios de atenci—n es, sin duda, la medida m‡s
desfamiliarizadora y, por tanto, el instrumento de conciliaci—n m‡s efectivo: por un
lado, asegura tanto mejores condiciones de empleo para los cuidadores y las
cuidadoras como unos m’nimos de calidad para esos servicios; por otro lado,
promueve la igualdad de gŽnero -permitiendo que tanto hombres como mujeres
participen igualmente en el mercado de trabajo, sin penalizarles econ—micamente; por
œltimo, vela por la igualdad social -no estableciendo diferencias en el servicio que
reciben los ni–os o los dependientes, pese a sus diferentes extracciones sociales
(Esping-Andersen, 2000; Daly, 2002; Fine-Davies, Fagnani, Giovannini et al., 2004;
Fern‡ndez Cord—n y Tob’o Soler, 2005; Naldini, 2006; Le—n, 2007).

El aumento de la participaci—n laboral femenina en ambos pa’ses, m‡s acentuado en


Espa–a que en Italia, es ciertamente encomiable; sin embargo, no ha ido acompa–ado
de un desarrollo similar de los instrumentos de conciliaci—n que promover’an una
efectiva y equitativa desfamiliarizaci—n de sus reg’menes de bienestar, esto es, la
extensi—n de los servicios pœblicos de atenci—n a ni–os de 0 a 3 a–os y a personas
dependientes. El enfoque primordial de las pol’ticas de conciliaci—n italianas y
espa–olas ha sido un enfoque de pol’tica de empleo, que ha entendido la conciliaci—n
principalmente en tŽrminos de mercantilizaci—n y de derechos desmercantilizadores
relacionados con el cuidado. Las medidas de conciliaci—n primadas en ambos pa’ses
han sido, como he se–alado m‡s arriba, los permisos y excedencias para el cuidado.
Estos permisos y excendencias reconocen, sin duda, un derecho b‡sico, el derecho al

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tiempo para el cuidado; no obstante, su eficacia como instrumentos de conciliaci—n


depende no s—lo de su duraci—n, sino m‡s bien de su remuneraci—n. En este sentido,
Espa–a e Italia garantizan unos permisos de maternidad remunerados al 100% y al
80% respectivamente, a la vez que Espa–a ha introducido recientemente un permiso
de paternidad de 13 d’as remunerado tambiŽn al 100%. No obstante, pese a que
estos generosos permisos son indispensables para preservar el derecho de madres y
padres al cuidado de sus hijos en sus primeros d’as o meses, tienen poco impacto en
las estrategias familiares de conciliaci—n, principalmente por su limitada duraci—n, en
comparaci—n con el tiempo durante el cual los ni–os precisan de cuidados constantes.
En cambio, ambos pa’ses reconocen a trabajadores y trabajadoras permisos
parentales y excedencias para el cuidado de familiares de extensa duraci—n, pero sin
remuneraci—n en el caso de Espa–a y con una remuneraci—n muy escasa en el caso de
Italia. De ah’ que se hayan convertido en instrumentos, por un lado, poco usados en
las estrategias de conciliaci—n y, por otro, usados casi totalmente por mujeres
(previsiblemente casadas o en pareja). Para quienes desempe–an un trabajo mejor
remunerado, los costes profesionales de un permiso parental no remunerado o
escasamente remunerado son mayores, por eso son mayoritariamente las mujeres,
cuyos estatus laboral y salario suelen ser menores que los de sus maridos o
compa–eros, las que solicitan este tipo de permisos. Las mujeres solas que mantienen
un hogar aut—nomo dif’cilmente podr‡n acogerse a este tipo de permisos. Por ello, es
cuestionable que los permisos parentales y las excendencias para el cuidado,
instrumento central de conciliaci—n tanto en Italia como en Espa–a, tengan un
impacto desfamiliarizador; m‡s bien, podr’an estar reforzando parad—jicamente la
divisi—n tradicional del trabajo en el seno de las parejas.

No obstante, pese a que en ambos pa’ses se hayan primado instrumentos de


conciliaci—n relacionados con el empleo, Žstos han ido acompa–ados de ciertas
medidas desfamiliarizadoras, esto es, de cierto esfuerzo inversor y af‡n de desarrollo
de los servicios de atenci—n a ni–os de 0 a 3 a–os y a dependientes. Si bien existen a
este respecto diferencias destacables entre Espa–a e Italia: mientras que el desarrollo
de esos servicios ha sido sustancial en nuestro pa’s, en Italia ha sido pr‡cticamente
exiguo. En el periodo de 1998 a 2005, el gasto social en familia/ni–os pas— en Espa–a
del 2,5% al 5,6% del gasto social total, lo que supone un incremento del 124%; en
Italia, en cambio, ese gasto pas— del 3,6% al 4,4%, lo que representa un aumento del
22%. Sin embargo, en 2005 ambos pa’ses mediterr‡neos se manten’an aœn lejos de la
media en gasto familiar de la UE-15, que se situaba en el 8%.

Estas divergencias entre Italia y Espa–a en el gasto social en familia/hijos encuentran


su traducci—n l—gica en las diferencias que se aprecian en las tasas de cobertura de
sus servicios pœblicos y privados de educaci—n infantil de 0 a 3 a–os. En el periodo
2000-2004, la extensi—n de estos servicios fue de nuevo sustancial en Espa–a, donde
la tasa de cobertura pas— del 5% al 20,7%, y m’nima en Italia, donde esa tasa
aument— œnicamente en 2,5 puntos. No obstante, estos datos ocultan que la gran
extensi—n de la cobertura de estos servicios en Espa–a ha venido motivada
fundamentalmente por el desarrollo del sector privado, mayoritario en la educaci—n
infantil de 0 a 3 a–os -alrededor del 57% de la cobertura de estos servicios es privada
(MEC, 2007). En Italia, en cambio, el sector privado de educaci—n infantil es m‡s dŽbil

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(38%), por lo que su tasa de cobertura hace referencia principalmente a la cobertura


de los servicios pœblicos (Istituto degli Innocenti, 2006). Asimismo, los datos de
cobertura encubren los grandes desequilibrios territoriales que existen en ambos
pa’ses. Mientras en 2004 la tasa media de cobertura de los servicios pœblicos y
privados de educaci—n infantil de 0 a 3 a–os era en Italia del 9,9%, esa tasa alcanzaba
el 23,9% en Emilia-Romagna, el 19,9% en el Veneto, el 15,7% en Toscana, y s—lo el 1%
en Puglia y el 2% en Calabria (Istituto degli Innocenti, 2006). Del mismo modo, en
Espa–a la tasa media de cobertura de esos servicios era del 20,7%; sin embargo, la
tasa llegaba al 29,3% en Catalu–a, al 31,1% en Pa’s Vasco, al 26,6% en la Comunidad
de Madrid, mientras que en Andaluc’a y Canarias era s—lo del 2,1% y en Asturias del
2,5%25

En lo que respecta a la provisi—n de servicios de atenci—n a las personas


dependientes, ancianos y personas con discapacidad, las diferencias entre ambos
pa’ses son tambiŽn destacables. Por un lado, durante el periodo 1998-2005, el gasto
social en invalidez como porcentaje del gasto social total fue siempre mayor en
Espa–a -cercana a los valores de la UE-15- que en Italia, que se mantuvo a una
diferencia de 1,4-1,9 puntos de nuestro pa’s. Sin embargo, en el mismo periodo ese
gasto se redujo en Espa–a en 0,7 puntos, mientras que en Italia disminuy— s—lo 0,4
puntos. Por otro lado, entre 1998 y 2005, el gasto en servicios de atenci—n a los
ancianos como porcentaje del PIB se mantuvo pr‡cticamente estable en Italia,
alrededor del 0,1%, mientras que en Espa–a pas— del 0,124% al 0,316%, lo que
supone pr‡cticamente el triple del gasto.

De nuevo, estas divergencias entre Italia y Espa–a en el gasto social en invalidez y en


servicios de atenci—n a los ancianos encuentran su traducci—n en el contraste que se
aprecia en las tasas de cobertura de sus servicios pœblicos de atenci—n domiciliaria
para personas dependientes. Mientras que en 2006 la tasa de cobertura de los
servicios domiciliarios para ancianos era del 4,09 en Espa–a, en 2005 esa tasa era del
2,27% en Italia. Parad—jicamente, pese al menor gasto social en invalidez, la atenci—n
domiciliaria a las personas con discapacidad est‡ m‡s desarrollada en Italia, que
presenta una cobertura del 3,58%, que en Espa–a, cuya cobertura es del 0,31%. Es
probable que, en Espa–a, la inversi—n pœblica en protecci—n para las personas con
discapacidad se reparta en una mir’ada de peque–as ayudas, servicios y centros,
mientras que, en Italia, esa inversi—n se concentre principalmente en la asistencia
domiciliaria. Seguramente esta preferencia estŽ motivada por la doctrina de pol’tica
anti-encierro en instituciones y de promoci—n de la autonom’a que impulsara ya en los
a–os setenta el "movimento antipsichiatria" italiano (Trifiletti, 1998).

En suma, en los principales indicadores de desfamiliarizaci—n que he seleccionado


(gasto social en familia/infancia, en invalidez y en servicios de atenci—n a ancianos,
cobertura de los servicios de educaci—n infantil de 0 a 3 a–os y cobertura de los
servicios pœblicos de atenci—n a los ancianos), Espa–a no s—lo puntœa m‡s alto que
Italia, sino que parece estar sufriendo una progresi—n constante, mientras Italia
permanece pr‡cticamente estancada. Este pa’s despunta œnicamente en la cobertura
que ofrecen sus servicios de atenci—n domiciliaria a personas con discapacidad. No
obstante, con respecto a aquellos indicadores, tanto Espa–a como Italia se mantienen

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por debajo de los valores medios de la UE-15 y muy por debajo de los valores de los
pa’ses escandinavos, los reg’menes m‡s desfamiliarizadores, a la vez que los
reg’menes con mayores tasas de empleo femenino de Europa. Y es que, pese a las
reformas legislativas de los œltimos a–os, los recursos dedicados a pol’ticas sociales
desfamiliarizadoras siguen siendo, como hemos visto, escasos en ambos pa’ses y,
especialmente, en Italia. En los reg’menes italiano y espa–ol, conciliar significa
todav’a encontrar arreglos privados, permanentemente en revisi—n, frente a las
demandas contradictorias del mundo del trabajo y de la esfera familiar. El primero y
primordial de esos arreglos es, sin duda, la postergaci—n de la maternidad y la
disminuci—n del nœmero de hijos, no en vano las tasas de fecundidad italianas y
espa–olas se encuentran entre las menores de Europa. Tras la maternidad, el principal
arreglo en las estrategias de conciliaci—n de las familias italianas y espa–olas es el
recurso a la ayuda de familiares, fundamentalmente las abuelas, pero tambiŽn a la
ayuda domŽstica remunerada (Prati, Lo Conte, Talucci, 2003; Tob’o, 200526). De este
modo, las pol’ticas de conciliaci—n de la vida laboral y familiar implementadas hasta el
momento en Italia y Espa–a parecen estar desconectadas de las necesidades
cotidianas b‡sicas de los padres y madres trabajadoras -m‡s aœn de las madres solas-
, que consiguen conciliar gracias a la ayuda imprescindible de su red familiar o a
servicios de cuidados privados, siempre que sus salarios les permitan pagarlos.

5. A MODO DE COCLUSIîN

El objetivo del presente art’culo era evaluar las pol’ticas de conciliaci—n de los
reg’menes de bienestar italiano y espa–ol, desde el punto de vista de su potencial
desfamiliarizador. Este objetivo implicaba un presupuesto raramente explicitado: que
las pol’ticas de conciliaci—n no tienen por quŽ ser pol’ticas desfamiliarizadoras.
Partiendo de este presupuesto, he expuesto las distintas medidas de conciliaci—n
adoptadas hasta el momento en Italia y Espa–a, a la vez que he ofrecido una
interpretaci—n del enfoque pol’tico que las ha guiado. ƒste ha sido un enfoque
eminentemente de pol’tica de empleo, m‡s que de pol’tica de igualdad de
oportunidades. De ah’ que ambos pa’ses hayan visto crecer considerablemente sus
tasas de empleo femenino, pero no hayan conseguido progresar del mismo modo en
los indicadores de desfamiliarizaci—n. Sin embargo, las diferencias entre Italia y
Espa–a en cuanto a aquŽllos son significativas. Como hemos visto, en la œltima
dŽcada, Espa–a ha sido testigo de un mayor esfuerzo legislativo e inversor en
pol’ticas de conciliaci—n, lo que parece haber promovido una tendencia a la
convergencia con los est‡ndares europeos. Italia, en cambio, se ha mantenido
estancada, m‡s alejada de una posible convergencia. Las preguntas que se abren son
las siguientes: ÀquŽ factores han intervenido para que Italia, que en los a–os setenta
contaba con una legislaci—n y servicios de cuidados m‡s avanzados, haya quedado
ahora rezagada con respecto a Espa–a?, ÀquŽ fuerzas han motivado este cambio
social en Espa–a?, Ày cu‡les lo han frenado en Italia? Desborda los l’mites del art’culo
dar respuesta a estos interrogantes, que ser‡n abordados en un trabajo posterior.

Con todo, es preciso subrayar de nuevo que, pese a la insistencia con la que la clase
pol’tica y los medios espa–oles e italianos se refieren a la conciliaci—n de la vida
laboral y familiar, ninguno de los dos pa’ses ha implementado pol’ticas sustanciales a

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este respecto, es decir, medidas que garanticen una conciliaci—n desfamiliarizadora.


Las responsabilidades de bienestar asumidas por el Estado, el mercado y las familias
no han sufrido transformaciones fundamentales en Espa–a y, menos aœn, en Italia. La
poblaci—n activa femenina ha aumentado espectacularmente en ambos pa’ses, pero lo
ha hecho en detrimento de las tasas de fecundidad, del tiempo y la salud de las
abuelas, del poder adquisitivo de los trabajadores y, sobre todo, las trabajadoras y, en
fin, en detrimento del bienestar de las personas trabajadoras y de sus hijos e hijas. Por
eso, la desfamiliarizaci—n sigue siendo un reto y no una realidad para los reg’menes
de bienestar espa–ol e italiano. Y Žsta s—lo ser‡ posible si las diversas
administraciones se comprometen de forma clara a aumentar el gasto pœblico en
servicios de atenci—n a la infancia y a la dependencia, aunque eso signifique un
aumento de los impuestos. Como ha se–alado acertadamente Vicen• Navarro, "no hay
duda de que las familias van a tener que pagar por estos servicios de dependencia,
puesto que las mujeres j—venes no har‡n lo que sus madres y abuelas hicieron", por lo
que "el debate pol’tico no deber’a centrarse sobre si las familias deben pagar m‡s o
no, sino cu‡nto m‡s y con quŽ forma de pago, es decir, si pagar‡n por estos servicios
como pago directo o p—lizas de aseguramiento privado o pagar‡n como impuestos"
(Navarro, 2006: 90-91). Efectivamente, los gobiernos de nuestros pa’ses se enfrentan
actualmente a esta elecci—n clave entre una modalidad de pago por estos servicios de
cuidados u otra, una elecci—n que tiene implicaciones evidentes en tŽrminos de
promoci—n de la igualdad de gŽnero y de la igualdad social y de la que depender‡, sin
duda, la evoluci—n futura de nuestros familiaristas reg’menes de bienestar
mediterr‡neos.

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