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Giordano, Alberto

La contraseña de los solitarios : diarios de escritores . - 1a


ed. - Rosario : Beatriz Viterbo Editora, 2011.
160 p. ; 20x14 cm.

ISBN 978-950-845-252-8

1. Ensayo sobre Autobiografía. I. Título.


CDD 864
Al menos hasta el momento los diarios son un género,
Biblioteca: Ensayos críticos como la poesía, minoritario y secreto, que se surte de
Ilustración de tapa: Daniel García otros escritores de diarios o sensibles al género, quienes
vendrían a reconocer en ellos más que vidas parecidas,
la contraseña de los solitarios.

Andrés Trapiello, El escritor de diarios

Primera edición: 2011


© A l b e r t o G i o r d a n o , 2 0 11
© B e a t r i z Vi t e r b o E d i t o r a 2 0 11
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IMPRESO EN ARGENTINA / PRINTED IN ARGENTINA


Queda hecho el depósito que previene la ley 11 . 7 2 3

6 7
I

8 9
Ricardo Güiraldes en su Diario:
los ejercicios espirituales de un hombre de letras

Mientras esperan que la tendencia actual a la divulgación


de papeles personales o íntimos favorezca la publicación póstu-
ma de alguno de los diarios de escritores que todavía permane-
cen inéditos (los de Roger Pla, Enrique Wernicke y Carlos Co-
rreas 1 ), o persuada a los diaristas confesos y en actividad
(Abelardo Castillo, Ricardo Piglia, Héctor Tizón 2 ) de que no es

1
De la existencia de los diarios inéditos de Roger Pla, tres en total, tuvi-
mos noticias gracias al extenso y muy informado prólogo biográfico que escri-
bió Analía Capdevila (2009) para la edición de Intemperie de la Editorial Mu-
nicipal de Rosario. La revista Crisis, en su número 29, de setiembre de
1975, publicó veinte carrillas de los diarios inéditos de Enrique Wernicke; la
selección estuvo a cargo de Jorge Asís. Por una comunicación que Christian
Estrade presentó en las Jornadas sobre “Diario y ficción” que organizó en 2007
la Universidad de Grenoble, sabemos que la extensión total de este diario es
de mil cuatrocientas carillas, que Wernicke lo llevó durante más de treinta
años, entre marzo de 1936 y marzo de 1968, y que lo consideraba su mejor
obra, la única que lo sobreviviría. El propio Carlos Correas (1996), en el trans-
curso de una extensa entrevista con los editores de El ojo mocho, comentó la
existencia de un diario íntimo que comenzó a llevar en la adolescencia y que,
al menos hasta la tarde de la entrevista, no pudo dejar de escribir ni siquiera
un día.
2
En una entrevista que le hizo Nora Avaro, Abelardo Castillo (2004) se
extiende sobre las razones por las que lleva un diario desde la adolescencia,
cómo fueron cambiando las funciones de esa práctica con el paso de los años,

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necesario, ni a veces conveniente, dejar en manos de la posteri- sos de la literatura autobiográfica argentina, algo así como un
dad la exhumación de los cuadernos que sirven al registro pe- acontecimiento enriquecedor, el acceso irrestricto a un docu-
riódico de vivencias y pensamientos privados, los investigado- mento de primera calidad de un valor directamente proporcio-
res argentinos que se ocupan de esta forma particularmente nal al de las múltiples realidades que atestigua. Ya sabíamos,
heteróclita de la literatura autobiográfica han tenido que con- cuando aún permanecía inédito, que el cuaderno de tapa dura
formarse hasta el momento con un corpus de referencia míni- en el que registró, entre marzo de 1923 y setiembre de 1924,
mo y fragmentario: los Diarios casi completos de Alejandra con letra prolija y elegante, ocios y ocupaciones diarias, permi-
Pizarnik, los restos de los de Walsh que sobrevivieron al sa- te reconstruir “el estilo de vida” de Güiraldes mientras residió
queo y la destrucción (recogidos en Ese hombre y otros papeles en la estancia familiar “La Porteña”, durante ese tiempo fecun-
personales), las quinientas páginas a las que Daniel Martino do en el que concluyó la escritura de Xamaica y retomó, esta
redujo los doscientos cuadernos que Adolfo Bioy Casares ha- vez con impulso definitivo, la de Don Segundo Sombra. Qué
bría acumulado a partir de 1947 (Descanso de caminantes), su comía y cuánto descansaba, a qué cuidados médicos entregaba
monumental Borges y poco más. (Entre lo poco que cabría aña- su cuerpo, qué ejercicios y prácticas espirituales cumplían con
dir a este brevísimo catálogo por simple afán de exhaustividad, sus anhelos de perfeccionamiento, qué tiempo dedicaba a la es-
se cuentan los diarios de viaje a Europa (París-Roma) y al inte- critura literaria, qué leía, en qué tareas rurales participaba, en
rior del país (Viaje por mi sangre) de Abelardo Arias, las siete qué juegos y pasatiempos. Ahora sabemos también que el valor
entradas consecutivas de un diario personal de Eduardo Mallea documental del diario se extiende al estilo de vida de Güiraldes
que publicó la revista Logos en 1945, y dos especímenes en las cuando los intereses personales o profesionales lo llevaban a
fronteras del género: “Diario de Los enemigos del alma. 1948”, Buenos Aires (dónde se hospedaba, a quiénes frecuentaba, a
también de Mallea (recogido en Notas de un novelista), y el Dia- qué instituciones asistía) y, más allá de ese registro meramen-
rio de un libro que Alberto Girri llevó entre enero y agosto de te anecdótico, a su activa participación en la vida literaria por-
1971 mientras escribía En la letra, ambigua selva). teña durante una de las épocas más prósperas de la historia
Lo exiguo de este corpus explica por qué la reciente publica- cultural de la Argentina. Por las entradas del diario pasan el
ción del Diario de Güiraldes pudo significar entre los estudio- encuentro con los jóvenes poetas con los que funda Proa en 1924
(Borges, Rojas Paz y Brandán Caraffa), las formas que toma la
sociabilidad en el interior de una formación vanguardista, los
compromisos con el mecenazgo, las tensiones con el mercado.
cómo, paradójicamente, desde que lo lleva en la computadora con la certidum-
Lamentablemente pasan sin desplegarse en comentarios o re-
bre de que en algún momento se hará público, su sinceridad se volvió menos flexiones, sometidos a la sintaxis reductora que Güiraldes se
retórica. Héctor Tizón (2008) documenta la existencia de sus diarios de traba- impuso al escribir el diario para que la literatura estuviese
jo a través de una serie de extractos que le sirven para ensayar una caracteri- ausente de lo que debía ser sólo un registro de “hechos de tra-
zación del género como forma híbrida, cuasi novelesca, que carece de una tra-
ma definida y se construye con múltiples digresiones porque responde a las
bajo” (p. 45). 3
incertidumbres e indeterminaciones propias de la vida. En cuanto a Piglia, las
referencias al diario que lleva desde los 16 años –primero fue una especie de
novela en la que se inventaba una vida y con el tiempo se convirtió en un
“laboratorio de la ficción” clandestino, situado en el centro de su obra– son
3
recurrentes en las entrevistas que viene dando desde mediados de los ochenta De aquí en más, la referencia de páginas entre paréntesis remite a la
(ver, por ejemplo, Piglia 1986: 33 y 69-70). edición del Diario de 2008.

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La primera decepción que sufren los especialistas que no dominio de sí mismo. Es lo que indica el subtítulo que le habría
dejaron de ser lectores entusiastas del género resulta de com- puesto Adelina del Carril: Cuaderno de disciplinas espiritua-
probar que, si se lo toma como un documento personal de la les. Aunque a decir verdad, el contenido de estos cuadernos
vida literaria de comienzo de los años veinte, más que un dia- puede resultar todavía pobre incluso para quienes estén adver-
rio, lo que Güiraldes llevó fue una agenda, un registro de en- tidos de sus alcances disciplinarios, más pobre que el contenido
cuentros y reencuentros con personas y lugares en el que se de los otros cuadernos de apuntes en los que Güiraldes registró
omiten no sólo reflexiones e interpretaciones, sino también el la marcha de sus búsquedas espirituales, los que se publicaron
relato de lo sucedido. Como en toda agenda, “los nombres son lo en 1932 con el título de El sendero, porque se limitan al exa-
principal” (Canetti). Un día anota que tomó el té en lo de Victo- men del empleo del tiempo y a la contabilidad de propósitos,
ria [Ocampo] con Brandán Carraffa, Borges, Rojas Paz y su logros y fracasos. En sus páginas se pueden descubrir huellas
mujer, Adelina. Otro, que asistió a una exposición en la que le de lo que habrán sido los diálogos consigo misma del alma se-
presentaron a Petorutti (“pintor cubista”). Otro, que se cruzó dienta de unidad y trascendencia, cuando el diarista se impone
en la calle con Horacio Quiroga y se dieron un abrazo. Otro, que conductas o cuando consigna algún incumplimiento, pero casi
después de asistir al Banquete de Ansermet, tomaron café en nunca se escenifica el proceso dramático de la deliberación. Por
el Royal Keller con los muchachos de Proa. Pero nada sabemos, su esquematismo sintáctico y retórico, aunque se los pueda ins-
ni podemos entrever, de los temas y el ánimo de las conversa- cribir dentro de una esfera próxima a la de los intereses reli-
ciones, de la impresión que le dejó Petorutti, si es que le dejó giosos, los cuadernos de Güiraldes, que son algo así como cua-
alguna, de lo que sintió al abrazarse en público con Quiroga, de dernos de contabilidad espiritual, nos remontan a los orígenes
cómo se encontraba en compañía de los jóvenes poetas, si ya franceses, enraizados en la esfera del comercio y la administra-
anticipaba alguna de las razones por las que un tiempo des- ción, de la práctica del diario íntimo: el Livre de raison, que
pués preferiría alejarse. El ascetismo sintáctico que reduce a servía al buen comerciante “para darse razón a sí mismo de
su mínima expresión el valor documental de este diario inhibe todos sus negocios” (Foisil 1987: 322).
no sólo la representación, sino también la figuración de los sen- La decisión de llevar un diario para que sirva como técnica
timientos que afectaban al diarista en el momento de consig- de autoexamen, tiene un primer e inmediato efecto disciplina-
nar los hechos más significativos de cada jornada. Hay poco de rio: la transformación de cada día en algo de lo que habrá que
nuevo en lo que las entradas informan sobre el lugar y la posi- dar cuenta. Desde las primeras horas de la mañana, la prome-
ción de Güiraldes dentro de la cultura argentina en aquellos sa (que a veces se vuelve amenaza o condena) del racconto final
años de excepcional riqueza, y casi nada en lo que sostener con- expone cada gesto, cada conducta al juicio de un observador
jeturas a cerca de lo que se pudo envolver inadvertidamente, omnipresente. Por eso se hace tan difícil sostener el ejercicio y
como una reserva de afectos inexpresados, en el acto de escri- son tantas las coartadas para abandonarlo o interrumpirlo.
birlas. Durante el tiempo en que prolonga el suyo, Güiraldes se mues-
Para no resultar injusto, es conveniente que el lector desen- tra, por lo general, muy aplicado: todas las noches hace un re-
cantado por la ausencia de lo que suele encontrar en otros dia- gistro sumario del día que pasó, apunta una especie de evalua-
rios de escritores recuerde que Güiraldes concibió el suyo como ción de sus progresos espirituales (y entonces se felicita), pero
una herramienta, una “tecnología del yo”, para decirlo en tér- también de los estancamientos o las regresiones (y entonces se
minos foucaultianos, que debía contribuir a la realización de amonesta y exige corrección), y cuando alguna indisposición o
un programa de aprendizaje y perfeccionamiento a través del algún inconveniente lo obliga a interrumpir la frecuencia dia-

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ria, al recomenzar lo primero que hace es llenar los vacíos y sentido que debería tomar en su caso el trabajo de despoja-
reponer las entradas que corresponden a los días que quedaron miento: renuncia a los placeres mundanos, sobre todo al
sin registro, para que el movimiento de la autorregulación pro- sensualismo, que es su talón de Aquiles; renuncia a la vanidad,
siga sin fisuras. en cualquiera de sus manifestaciones, incluida la preocupación
La imposición del diario como hábito, con sus exigencias de por publicar la obra literaria. No obstante, la primera vez que
dedicación y constancia ininterrumpidas, es un recurso de pro- la escritura del diario se interrumpe significativamente, por
bada eficacia para que las otras prácticas que apuntan al mejo- tres meses, es justo cuando termina de corregir Xamaica y si-
ramiento y la transformación de sí mismo puedan convertirse gue en Buenos Aires el proceso de edición, publicación y distri-
en rutinas. La anticipación del racconto examinador hace más bución de la novela. La voluntad de vigilancia y perfecciona-
firme el mandato diario de avanzar en la espiritualización a miento se debilita hasta casi desaparecer cuando irrumpe esa
través de los ejercicios respiratorios, la recitación de mantrams, hipertrofia del ego que es la conciencia autoral. Hay que seña-
la suspensión de los movimientos de la mente y las distintas larlo, para no confundir propósitos con logros (los diarios sue-
formas de aproximarse al autocontrol por el camino de la re- len ser la prueba de todo lo que pasa entre unos y otros mien-
nuncia. Como se sabe, Güiraldes orientó su ascetismo en una tras pasa la vida, por eso se los puede leer como novelas), para
de las direcciones más difundidas de la Sabiduría Espiritual de no engrandecer al personaje del diarista a costa de desatender
Oriente, el Raja Yoga, que se caracteriza, según los textos de los aspectos erráticos o equívocos de su performance. Más que
divulgación, por el deseo de manifestar y desarrollar poderes y como un peregrino “alto e iluminado de coraje”, o como un “alma
facultades ocultas y de investigar los fenómenos psíquicos de grande”, según los arrebatos sentimentales que se permite
la propia mente. 4 Con el lenguaje estereotipado que es de rigor Mizraje en el estudio preliminar 5 , Güiraldes se desplaza por
cuando se intenta definir la esencia trascendental de lo huma- las páginas del diario como un aprendiz de yogui que “va y vie-
no, en la entrada del 12 de agosto de 1923 encontramos esta ne del autocontrol y la soledad al ruido de la vida” (Saavedra
descripción del tesoro que aguarda al raja-yogui al término de 2009: 7). Porque no deja de atender a las más diversas solicita-
su camino de espiritualización: “la conciencia del Yo real que ciones, casi con la misma frecuencia con que se impone una
me dará el poder de servirme de la voluntad para propio con- orientación ascendente la pierde, y en el registro de lo cotidia-
trol y dominio” (p. 108). Ese Yo más real que el cuerpo y que la no mezcla “dudas y certezas, datos objetivos y presunciones
mente es un estado luminoso de dicha y equilibrio perdurables, indemostrables, actos triviales y propósitos elevados” (Ibíd.).
estado de pura conciencia intransitiva sin sujeto ni objeto, al A veces se mueve con elegancia, otras, con una rigidez excesi-
que se llega a fuerza de renuncia y desapego. Es un “Yo mejor” va, otras, con torpeza. Su condición de principiante con escasas
(Güiraldes 1967: 29) porque se desprendió del ego y de sus po- posibilidades de experimentar la iluminación y el desapego
deres, que son los de la razón y los de los sentidos, para solida- absolutos (el mítico samadhi) se hace más evidente en el entu-
rizarse y participar con cuanto es. En el Diario, lo mismo que siasmo escolar con el que celebra los pequeños logros que en
en algunas anotaciones de El sendero, Güiraldes se aclara el los continuos fracasos de la voluntad.

4 5
El lego en materia de Sabiduría Espiritual Oriental puede encontrar al- Ninguno de estos arrebatos, es justo reconocerlo, lesiona la calidad infor-
gunas referencias útiles sobre las creencias de Güiraldes en Parkinson 1986. mativa y el rigor crítico de su trabajo.

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Acostado sobre la cama, ejercicio de concentración. Laxa- Harrod´s, cena en casa de Victoria Ocampo. Más que en estas
ción larga, muy bien conseguida. El olvido del cuerpo es casi rutinas de clase bastante obvias, un crítico con afanes
completo y llego bastante bien a poder ocuparme únicamen- desmitificadores se detendría seguramente en la falta absoluta
te de la concentración mental. de referencias a la realidad económica del campo, de los nego-
Me levanto para ir a comer, contento con lo que he conse- cios agropecuarios, en todas las entradas escritas en “La Porte-
guido (p. 2008). ña”, como si para el diarista ese mundo, que en verdad era el
En el banco de las magnolias, ejercicios de concentración. sustento de todos sus mundos, no tuviese nada que ver con él.
Siento que me acerco a la percepción del Yo, pues estoy como El tesoro mayor y nada oculto con el que se podría encontrar
fuera de mí mismo. Ayudo mi concentración con res. ritm. este crítico (por ahora) imaginario, lo espera en la entrada del
[respiración rítmica] y repetición del mantram de la prime- 21 de mayo de 1923. La mala fe, seguramente involuntaria, se
ra lección. Siento que he dado un buen paso adelante (p. 104). enmascara de dolida perplejidad:

(La lectura del Diario de Güiraldes, ese registro detallado Conversación en la c. de a. [cocina de abajo, en “La Porte-
de cómo empleaba el tiempo, la extraordinaria cantidad de tiem- ña] El maestro albañil que hace mi cuarto muestra su odio
po libre que le deparaba su condición de terrateniente, un hom- de clase. No sabe expresarse, obedece a cuatro ideas subver-
bre de letras “afrancesado” con pretensiones espiritualistas, sivas con buena fe de unilateral. Admira los atentados y
podría alimentar las supersticiones de cualquier crítico intere- aplaude las venganzas. El mundo está dividido en obreros y
sado en el revés ideológico de las producciones literarias y lle- burgueses. Obreros son los agremiados y siempre tienen ra-
varlo a proponer imágenes del diarista menos generosas que zón. Burgueses son los demás y no tienen razón nunca. Todo
las que acabamos de sopesar del “hombre santo” o el “aprendiz se arregla a balazos.
de yogui”. Con casi cuarenta años de retraso, este diario aporta Da lástima oír hablar con tanto epíteto sanguinario a un
una reserva invalorable de citas y referencias a los argumen- hombre que convierte su ambición y la de toda una clase, en
tos que propuso David Viñas en “El viaje a Europa” sobre el un evangelio. Lo peor es que en otras clases (no entiendo de
aislamiento defensivo como estilo de vida (apolítico y espiri- esto) he oído hablar con igual ininteligencia y barbarie.
tualista) propio de los escritores burgueses hijos del 80. El
motivo ideológico de “la vuelta al campo como regazo purifica- Como mi reino no es de este mundo, sino del de las letras y
dor” se recorta nítido cada vez que Güiraldes opone moralmen- el perfeccionamiento espiritual, digo “clases” pero en realidad
te la tranquilidad de la estancia familiar, en donde sí puede no sé qué digo. Puesta entre paréntesis, la afirmación no hace
desarrollar sus búsquedas literarias y espirituales, al desequi- más que transparentar los presupuestos que deniega: muy a
librio y el descontrol ingobernables que se apoderan de sus días mi pesar, entiendo más de lo que querría. Por eso en un diario
(lo “llevan del hocico”, dice) mientras reside en Buenos Aires. que casi no registra conversaciones ni alocuciones ajenas (ape-
“No encuentro momento para estar conmigo, con mi trabajo, nas, a veces, los restos de alguna discusión matrimonial), la
con mi pensar. Buenos Aires me desorbita” (p. 74). “Buenos Ai- invectiva terrorista del maestro albañil resuena con la fuerza
res me produce el inmediato deseo de partir” (p. 121). Cuando de lo ineludible.)
algún tratamiento médico o los compromisos de la vida litera- Cuando la escritura del diario se establece como ocasión de
ria lo obligan a quedarse, aprovecha para cultivar los hábitos vigilancia, de lo primero que hay que dar cuenta cada día con
del gentleman letrado: se afeita en el Jockey Club, toma el té en miras a la revisión posterior es de cómo se empleó el tiempo:

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cuántas horas quedaron del lado del haber espiritual (las dedi- currir de los días, aunque en lo inmediato pueda resultar tran-
cadas a los ejercicios yoguis, las conversaciones elevadas, la quilizador, no hace más que preservar e incluso aumentar la
práctica amateur de la acuarela y los trabajos literarios), y cuán- potencia perturbadora de lo que el diarista teme que podría
tas del debe. “Muy descontento con el desaprovechamiento de resultar ingobernable. Así, la vigilancia paso a paso del des-
mi tiempo” (p. 65); “El día de hoy me debe servir de ejemplo pliegue de un dolor lumbar, o la del progreso, primero de unos
como desperdicio” (p. 67). El diario como memoria aleccionadora golondrinos, después del tratamiento para eliminarlos, no sólo
de la pérdida de tiempo. El tiempo se pierde no tanto por la no propician el ansiado desprendimiento del cuerpo, sino que
necesidad de cumplir con obligaciones indeseables o fútiles, sino fortalece el fantasma de su extrañeza radical.
por indolencia o porque se lo malgasta, cediendo a las pasiones En la declaración de propósitos que inscribió antes de la pri-
que desequilibran el cuerpo y la mente. Para alguien que cifró mera entrada, Güiraldes confía en que la práctica auto-
sus expectativas de perfeccionamiento en el dominio de sí mis- rreguladora del diario sirva para que su vida adquiera una orien-
mo, “rabiar”, aferrarse a un enojo, es la variante más baja del tación firme y trascienda la condición de “borrador sin fin”. La
desperdicio. Como las rabietas igual estallan y se apoderan de ausencia de intereses literarios garantizará la eficacia de la
las horas, hasta de los días, por muy avisado que se esté, el escritura como instrumento de contabilidad espiritual al servi-
cuaderno de disciplinas espirituales siempre queda a mano para cio de los ideales ascéticos. Aunque alguna vez cede al impulso
registrar el exceso y controlar de cerca los avances en el resta- de revivir en el lenguaje las emociones que provocan un paisaje
blecimiento de la armonía. irrepetible 6 , la constancia de Güiraldes en el uso de oraciones
El 25 de marzo de 1923, durante un partido de bochas en breves, unimembres, con predicados no verbales o sin verbos
“La Porteña”, el amor propio de Güiraldes se resiente por las conjugados en voz activa, reduce efectivamente las posibilida-
bromas y los chistes de los compañeros de juego. “Sentimiento des de desvío hacia los dominios de la imaginación. Y sin em-
de estar perdiendo el tiempo y de poner energía en cosas que bargo, en su manifestación más mundana: las expectativas
no me importan”. El 27, la repetición de la escena agrava el institucionales alrededor de su práctica, la literatura es uno de
malestar, “Rabio con las bromas y por lo tanto de mi rabia”, y los factores que con más fuerza interfieren sobre la continui-
precipita la imposición de un acto de renuncia: no queda otro dad de la empresa de autocontrol y perfeccionamiento. Después
remedio que suprimir la causa de lo que lo enajena. La entrada de la interrupción por cuatro meses, entre setiembre de 1923 y
del 29 lo muestra en firme cumplimiento del plan reparador: la enero de 1924, mientras acompañó la aparición de Xamaica,
única participación que toma ese día en los partidos de bochas Güiraldes deja de llevar el diario durante otros cinco meses, de
es de espectador. Como el 30, después del almuerzo, interviene marzo a agosto de 1924, en los que, además de soportar varias
en un partido de cuatro sin incidentes (tal vez los compañeros dolencias, conoció a “muchos muchachos de los jóvenes entre
de juego se apiadaron de su malhumor), suponemos que el tra- los que hay verdaderos talentos de poeta” (p. 133) y con algu-
bajo de autodisciplinamiento fue dado por exitoso y Güiraldes nos de ellos fundó Proa. La última secuencia, hasta la interrup-
juzgó que no sería necesario perseverar en la retirada. En esta
secuencia, tan difícil de parafrasear sin caer en ironías, se con-
densan la trivialidad y la eficacia paradójica de algunos otros 6
“Mañanita de rezar. Celajes en el campo, a ras de los bajos. De la playa al
seguimientos a los que el diarista se somete en aras del precia- horizonte del Este, la tierra parece un cielo de nubes coloreadas por el crepús-
culo, en el que brillan, a contra luz, los montes azules. En el corral las vacas
do autocontrol. El cuidado de sí mismo a través del registro están bañadas en un vaho de evaporación: plateada de los lomos arriba, azul
obsesivo de lo que interfiere e inquieta ordinariamente el trans- incierto en los huecos de sombra. Algo estupendo para pintar” (p. 63).

20 21
ción definitiva el 16 de setiembre, registra el seguimiento obse- la transformación en éthos de la verdad contenida en las citas
sivo y contraproducente de las intermitencias del ritmo cardía- que se atesoraron con miras a la relectura y la conversación
co y del consumo de cigarrillos y el entusiasmo con el que coor- consigo mismo.
dina la edición y la distribución del primer número de Proa y el Hay una entrada del Diario que es un documento de escritu-
armado del sumario del segundo. Como un escolar aplicado que ra revelador en la que Güiraldes se perfila con contornos ambi-
después de completar la tarea del día apronta el cuaderno para guos, “lúcido y a la vez tomado por unas voces persistentes”
la próxima jornada, en la que iba a ser su última noche de (Mizraje). Es la entrada del 10 de julio de 1923: tuvo que dedi-
diarista Güiraldes anotó la fecha del día siguiente y, sin propo- car casi todo el día a la revisión del manuscrito de Xamaica
nérselo, por dejar constancia de que nadie sabe dónde estará para corregir la repetición exorbitante de algunos términos.
mañana, probó, contra sus propósitos iniciales, que la vida no “…Emoción 11, Mundo 25, Noche 49… Tendré que seguir con
puede ser otra cosa más que un bosquejo inconcluso. “SETIEM- otras. Algunas palabras me obcecan cuando escribo”. Hay una
BRE 17 DE 1924 – BUENOS AIRES” y debajo nada. Ese vacío, parte del trabajo de escribir que responde al cálculo inteligen-
que es un testimonio del fracaso o el agotamiento de la búsque- te, y otra, acaso esencial, porque tiene que ver con su desenca-
da espiritualista que apuntalaba el diario 7 , transmite mejor que denamiento, a impulsos ciegos y obsesivos. Las dos partes co-
el más exitoso ejercicio de autodominio lo que la vida tiene de existen y lo que se pone en juego cada vez es cuál dominará a la
proceso impersonal y descentrado. otra. Por eso la condición del escritor se establece, siempre en
La fuerza con que los intereses literarios pueden interferir equilibrio precario, en la tensión irreductible que recorre cada
en el camino de espiritualización que recorre un escritor hasta uno de sus actos, lo mismo cuando se deja llevar que cuando
entorpecerle la marcha es uno de los tópicos que justifican la ejerce control. Esto, al mismo tiempo que podría justificarla par-
relectura del otro cuaderno al que Güiraldes encomendó el cui- cialmente, si se pone el acento en los impulsos que descentran
dado de sus progresos y que también se publicó póstumamente. al ego, enrarece la equivalencia entre meditar y escribir con la
El sendero. Notas sobre mi evolución espiritualista en vista de que Güiraldes juega en El sendero para conciliar deseos litera-
un futuro es un texto híbrido en el que se alternan las conven- rios con anhelos de sabiduría. “Escribir es mi manera concreta
ciones del diario (el registro fechado de reflexiones, recuerdos de meditar y por ello debo seguir como por un camino señala-
de infancia, comentarios sobre algún acontecimiento significa- do” (p. 25) 8 . “Leer y escribir son como función respiratoria de
tivo) con el acopio de una reserva textual (citas de manuales nuestra mente: Inhalar y exhalar” (p. 31). “Creciendo en mi obra,
yogas, de poemas y pensamientos propios) destinada a servir creceré en mí mismo” (p. 49). La confusión promueve dos equí-
como material y como marco para futuros ejercicios de lectura vocos complementarios: la utopía del escribir como flujo pla-
y meditación. A la manera de los hypomnématas antiguos, el centero y natural, sin trabajo ni tropiezos, sin angustias ni in-
sentido de este otro cuaderno de disciplinas espiritualistas que quietudes, como quien dice, manteniendo un equilibrio apasio-
Güiraldes llevó aproximadamente durante un año, casi hasta nado; y la fantasía omnipotente de crearse a sí mismo, de rena-
el día de su muerte el 8 de octubre de 1927, reposaba en el cer como hijo de la propia voluntad depurada y acrecentada.
cumplimiento de una función ethopoiética (Foucault 1999: 292), Mientras que en la primera el yo se diluye sin tensiones, como

7
Por algo en las entradas de los últimos meses no hay referencias a las 8
De aquí en más, la referencia de páginas entre paréntesis remite a la
prácticas yoguis, ni registro de esta ausencia. edición de El sendero de 1967.

22 23
si se pudiese concebir un acto de escritura literaria en el que Los espiritualmente desarrollados suelen decir que de tal
no participase la voluntad del autor (su voluntad de erigirse, o cual cosa el profano no entiende, siendo un ciego ante las
contra el fluir de lo “natural”, en causa o guardián de lo que verdades luminosas que no puede siquiera percibir. De acuer-
sucede), en la segunda se apuesta a un poder de autocreación do; pero lo malo está en que, en el terreno de la palabra es-
que nada contrarresta, sobre el que no inciden factores desco- crita, que muchos teósofos han elegido como su medio de
nocidos para desviarlo de su realización. Según Parkinson (1986: trabajo y de propaganda, los iniciados parecen ser los profa-
56), la idea de un renacimiento espiritual antes de la muerte nos. No creo que, como demostración de capacidad poética y
como resultado de la capacidad de modelarse a sí mismo según literaria, sea cuestión de partir de un principio arbitrario –como
el propio concepto de perfección, “no encaja completamente ni por ejemplo: este escrito es espiritualista, luego es mejor;
con el Cristianismo ni con el Yoga”. Tal vez, antes que en la aquél es profano, luego es peor-, sino de demostrar por la
mística, haya que buscar sus fuentes en el imaginario que atra- obra la superioridad de las facultades intuitivas. Tal no su-
viesa a quien que se propone al mundo como el autor de una cede, y podría hacerse a los teósofos el argumento que ellos
obra irrepetible, alguien que, incluso si está dispuesto a renun- hacen en cuanto a la ceguera de los no iniciados en sus mis-
ciar al ego, según dice, difícilmente aceptaría que esa obra se terios: Son ciegos que no perciben ciertas cualidades de la
desprenda de la identificación con su nombre propio. palabra. De la palabra, por la cual se crea (pp. 80-81).
Hombre de letras al fin, mientras recorre los libros teosóficos
que deberían guiarlo en el desbrozamiento de su verdad, Los misterios de la creación literaria, aunque en el apresu-
Güiraldes se distrae y se incomoda porque advierte el tono ramiento de estos apuntes se los asimile con una forma parti-
peligrosamente romántico y los excesos de sentimentalismo que cular de conocimiento, son tan exigentes y a veces tan inaccesi-
ponen a la teoría en ridículo. Los ojos del escritor notan y re- bles como los de la intuición. En el terreno de la palabra escri-
prueban lo que acaso sean estímulos para los ojos del creyente. ta, compartido por los literatos con anhelos de espiritualidad y
Como en el camino de la espiritualización se avanza por intui- los teósofos puestos a escritores, no puede haber transmisión
ciones y no por razonamientos críticos, las notas sobre las debi- superior de las experiencias místicas sin desarrollo superior de
lidades retóricas de algunos textos doctrinarios de poco habrán las posibilidades retóricas. Y sin embargo esto jamás ocurre,
servido, en el momento de la relectura, para estimular los mo- salvo en los grandes textos como la Biblia o el Bhagavad-Gita.
vimientos de la meditación. Y sin embargo ahí están, el cuader- Está claro que la polémica no existe más que en el “fuero inter-
no las atesora, como un testimonio de que, entre tanta renun- no” de Güiraldes y que manifiesta su decisión de no despren-
cia autoprescripta, Güiraldes no estaba dispuesto a abandonar derse de la confianza y el entusiasmo que le despiertan los po-
una cierta relación con el lenguaje aunque se le dificultase deres del lenguaje, sobre todo los poderes del lenguaje poético,
manipularla en términos de crecimiento espiritual. Esa rela- aunque los sepa inútiles para alcanzar la iluminación. Cuando
ción amorosa con las “cualidades” estéticas de las palabras es comunican sus experiencias más altas, los iniciados apenas si
el punto de vista conflictivo desde el que la diferencia entre nos dan una descripción mediocre del éxtasis místico porque
“grado de evolución espiritual” y “capacidad literaria” (¿pode- son ciegos que no pueden percibir (ni palpar, ni escuchar) las
mos imaginar otra diferencia que concerniese con más fuerza a palabras como fuerzas. Los poetas llegan más lejos, incluso si
un aprendiz de yogui que ya era un escritor consumado?) se le lo ignoran todo de la Sabiduría Oriental, porque saben poner al
aparece como una especie de antinomia o un problema de muy lenguaje en estado de exaltación, inventar lenguajes extáticos
difícil solución.

24 25
con los que escribir páginas “no precisas, pero diría contagio- Referencias bibliográficas
sas” (p. 82).
Aunque el encomio de los poetas es justo y su exposición
convincente, como advierte que lo apartó demasiado del sende- Blasi, Alberto (1988): “Güiraldes: vida y escritura”, en Ricardo
ro, y por un camino peligroso, Güiraldes se apura a declarar la Güiraldes: Don Segundo Sombra. Edición crítica coordinada por
polémica inservible. En seguida fija en el cuaderno una regla Paul Verdevoye. Madrid, Colección Archivos; págs. 237-270.
de conducta profiláctica para evitar las recaídas en “largas di- Canetti, Elias (1992): “Diálogo con el interlocutor cruel”, en La con-
sertaciones” que no llevan a ningún lugar: “Pequeñas frases ciencia de las palabras, México, Fondo de Cultura Económica;
ayudadoras, sí me serían útiles” (p. 84). Otra vez encomienda págs. 71-92.
al ascetismo sintáctico el control sobre el progreso de las depu- Capdevila, Analía (2009): “Roger Pla, la novela total”, prólogo a
raciones más exigentes. Y otra vez la eficacia de la disciplina Roger Pla: Intemperie, Rosario, Editorial Municipal de Rosario.
autoimpuesta resulta cuanto menos paradójica ya que acrecien- Castillo, Abelardo (2004): “Abelardo Castillo (Entrevista de Nora
ta, por considerarlos peligrosos, el atractivo de los prolongados Avaro)”, Lucera 7; págs. 9-14.
excursus en los que el aprendiz de yogui se extravía, mientras Correas, Carlos (1996): “La escritura como disolución (Entrevis-
el escritor pulsa la fuerza de sus poderes y de los del lenguaje. ta)”, El ojo mocho 7/8; págs. 7-44.
Estrade, Christian (2007): “Melpómene de Enrique Wernicke, dia-
rio de un narrador”, reproducido en www.crimic.paris-sorbone.fr/
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Foisil, Madeleine (1987): “La escritura del ámbito privado”, en
Philippe Ariès y Georges Duby (Comps.): Historia de la vida
privada, Madrid, Taurus, t. V.
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Barcelona, Paidós/I.C.E.-U.A.B.
. (1999): “La escritura de sí”, en Estética, ética y hermenéutica.
Barcelona, Editorial Paidós; págs. 289-305.
Güiraldes, Ricardo (1967): El sendero. Notas sobre mi evolución
espiritualista en vista de un futuro. Buenos Aires, Editorial
Losada.
. (2008): Diario. Cuaderno de disciplinas espirituales. Edición a
cargo de Cecilia Smyth y Guillermo Gasió. Estudio Preliminar
de María Gabriela Mizraje. Buenos Aires, Editorial Paradiso.
Mizraje, María Gabriela (2008): “Por los campos de Güiraldes: se-
gunda siembra y mística avant-garde”, en Ricardo Güiraldes:
Diario. Cuaderno de disciplinas espirituales. Buenos Aires, Edi-
torial Paradiso.
Parkinson, Sarah M. (1986): “Ricardo Güiraldes: su proceso espiri-

26 27
tual”, en Cuadernos Hispanoamericanos 432; págs. 39-59. Más acá de la literatura
Piglia, Ricardo (1986): Crítica y ficción, Santa Fe, Universidad Espiritualidad y moral cristiana en el diario de
Nacional del Litoral.
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(Suplemento Cultural), 4 de enero; pág. 7.
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resplandor de la hoguera, Buenos Aires, Alfaguara; págs. 89-96.
Viñas, David (1974): De Sarmiento a Cortázar. Literatura argenti-
na y realidad política. Buenos Aires, Editorial Siglo XX.

Cuando las repercusiones del caso Padilla comenzaban a


inquietar los acuerdos que los intelectuales argentinos identi-
ficados con la revolución cubana habían mantenido hasta en-
tonces, Rodolfo Walsh publicó una nota en el diario La Opinión
para poner las cosas en su lugar. Como lo había hecho antes en
las discusiones con los amigos, le bastaron dos o tres certeros
golpes de argumentación para desarmar las falacias contra-
rrevolucionarias. Alguien lo felicitó por la inteligencia y el co-
raje de su intervención y le habló de otros varios que compar-
tían ese sentimiento de admiración. Un poco abrumado, y un
poco complacido, por la profusión de elogios que su integridad
juzgaba exagerados (al fin de cuentas no había hecho más que
ordenar lo que muchos querían decir), el 29 de mayo de 1971
abrió la libreta en la que llevaba su diario íntimo para regis-
trar, y acaso también para contener, la ambigüedad afectiva de
su respuesta a un malentendido que suponía peligroso: “Una
de las cosas que sin duda me divierten, me halagan, y me
intimidan es hasta qué punto uno puede convertirse en un mo-
numento a sí mismo, en la conciencia moral de los demás” (p.
207). 1
1
De aquí en más, la referencia de páginas entre paréntesis remite a Ese
hombre y otros papeles personales.

28 29
Acostumbrado a sorprender la impostura de los diaristas en ciente, David Viñas, alguien con la autoridad y el prestigio sufi-
los momentos en que se prescriben humildad, a veces pienso cientes como para suponer que no sería tomado como una mera
que Walsh se confesaba intimidado por la monumentalización ocurrencia, declaró: “Si me apuran, digo que Walsh es mejor
de su figura pública para permitirse disfrutar de los placeres escritor que Borges.” ¿Tiene importancia? ¿Quién lo apura?).
narcisistas que le proporcionaba el reconocimiento, placeres que Los especialistas en las narrativas de la memoria pos-
acaso identificaba con la supervivencia de una concepción indi- dictatorial podrían aportarnos las precisiones necesarias, pero
vidualista y burguesa de las relaciones sociales. Otras veces, la incluso sin disponer de un conjunto de referencias incontesta-
articulación de este momento confesional en el interior de las bles, entiendo que está en curso una nueva etapa del complejo
búsquedas espirituales que recorren buena parte del diario me y conflictivo proceso de revisión y apropiación del sentido ideo-
persuade de su autenticidad. Como en toda cuestión de creen- lógico de las luchas políticas que violentaron los años setenta
cia, hay algo indeterminado que se sustrae al juego de las in- en la que el cuestionamiento de las creencias y las prácticas de
terpretaciones contrapuestas y que lo hace posible. De lo que sí los militantes revolucionarios cobró una intensidad polémica
no tengo dudas es de la fuerza con que la canonización literaria inédita. El esperado recomienzo de los juicios a los responsa-
y moral a la que se sometió la figura de Walsh desde el retorno bles de la represión estatal, la certidumbre de que los asesinos,
a la democracia, un proceso que comenzó bajo el signo de la al menos algunos, recibirán finalmente castigo, ha contribuido,
reparación necesaria, inhibió la posibilidad de que se leyera su seguramente, a la ampliación de las posibilidades de examen
obra, la articulación entre obra y vida que proponen sus escri- crítico: hoy se puede discutir de una manera abierta y enérgica
tos personales, por fuera de la exigencia de rendir homenaje. la actuación de las organizaciones armadas setentistas sin te-
“Si el Che es un pin –escribió Guillermo Saccomano, Walsh para mor a reanimar el fantasma de la teoría de “los dos demonios”
muchos puede ser una estampita”. Y las estampitas, se sabe, no ni a ser sancionado de inmediato como un traidor a las deman-
reclaman lectura sino veneración. Hasta hace poco no era fácil das de verdad y justicia. En el campo específico de las narrati-
suspender la actitud cultual y recorrer las páginas del diario vas literarias, el texto que con más claridad representa la tra-
que sobrevivieron al robo y la destrucción 2 sin responder al com- ma polémica de esta nueva coyuntura es la reciente A quien
promiso cívico de encontrar en esas anotaciones fragmentarias corresponda de Martín Caparrós, novela de una potencia lite-
un testimonio más de que el autor de Operación masacre fue raria inversamente proporcional a su valor como documento. 3
un “gran escritor” tanto como un “gran militante”. (Dejo a quien Además del discurso de los represores, que habla por la voz
corresponda el análisis de la segunda fórmula. A propósito de repulsiva de los que torturaron y asesinaron con una dedica-
la primera se podría decir, parafraseando a Maurice Blanchot, ción que todavía juzgan irreprochable y la del cura que los asis-
que existe un inmenso desprecio por la literatura como expe- tía espiritualmente, A quien corresponda amplifica la enuncia-
riencia radical en esa voluntad de “engrandecer” su práctica ción tortuosa de otro discurso menos obvio, el de la crítica
sometiéndola a criterios de valoración propios de los “amos de despiadada a las ilusiones y las pretensiones de la militancia
la cultura” –de la “trampa cultural”, para ponerlo en los térmi- guerrillera, que habla por la voz del protagonista, un ex cuadro
nos que Walsh suele usar en su diario. En una entrevista re- de Montoneros al que lo enfurecen las idealizaciones irrespon-

2
Como se sabe, gran parte de los papeles personales de Walsh fueron roba-
dos por el “grupo de tareas” que allanó su domicilio, en San Vicente, la noche 3
Para un estudio detallado de las etapas anteriores de la novelística ar-
después de su muerte. gentina sobre la dictadura y la posdictadura, ver Dalmaroni 2004: 155-174.

30 31
sables y los usos oportunistas de ese pasado que su memoria sibilidad de la eficacia política, en el sentido funcional de la
cristaliza como un tiempo de errores políticos “tremendos”, “es- expresión, a través de la escritura. Después de reconocer que
pantosos”. nunca será “sencillo meterse con Walsh” (¿de qué otra cosa ha-
La novela de Caparrós busca la confrontación, la reclama blan estas reflexiones preliminares?), Rodrigo Fresán se per-
ruidosamente, y, como testimonian algunas reseñas, ya está mite una ocurrencia que invita a repensar el sentido de la con-
cosechando sus frutos. Si puedo, de algún modo, tomarla como versión política y militar del autor de Operación masacre: “era
referencia de un estado de cosas en el que reconozco las condi- nuestro Lawrence de Arabia”. El que acepta la invitación es
ciones de legitimidad de mi lectura del diario de Walsh, no es Saccomano, en la única intervención declaradamente polémica
porque me identifique con las pasiones tristes que agitan al (comienza reclamando una lectura “contra las exaltaciones de
protagonista o al autor (humillación, dolor, fastidio, desprecio), la retórica folklórica de un sesentismo melancólico”), para po-
sino porque comparto con ellos un interés crítico, la discusión der discutir el “compromiso quijotesco” de Walsh, su tragedia,
del “modelo mesiano-guevarista” conforme al que se diseñaba que es –dice– la de haber querido hacer literatura en la vida, la
en los sesenta y setenta la figura del verdadero revolucionario, de haber realizado hasta en la muerte los deseos de “tener una
esa idealización del “hombre nuevo que se sacrifica por el futu- vida literaria”. Las alusiones a la fascinación por la épica que
ro de su pueblo, que entrega todo, que entra en la muerte satis- subyace a este compromiso novelesco tendrán, más adelante,
fecho por haber podido realizar lo más excelso…” (Caparrós resonancias en el comentario de algunas entradas del diario.
2008: 85). Me interesa mostrar cómo este poderoso artefacto Más evidentes resultarán, seguro, las resonancias del texto de
moral pone en funcionamiento una serie de estereotipos que María Moreno, “El deseo de escribir”, porque él mismo es una
actúan sobre las autofiguraciones públicas del diarista, pero aproximación, me temo que insuperable, al diario de Walsh como
también sobre la escritura de su intimidad, para reducir y ho- registro, testimonio y experiencia de las tensiones afectivas que
mogeneizar cualquier manifestación de particularidades sub- ligan al escritor con los aspectos menos instrumentales, a ve-
jetivas anómalas, para bloquear –siempre me parece oportuno ces secretos, de su oficio.
insistir con esta fórmula– el paso de la vida a través del lenguaje. Siempre, no importa cuánto uno se haya aficionado al géne-
Antes que la lectura de A quien corresponda, dicho en un ro, la existencia de un diario íntimo que tuvo que esperar la
sentido estrictamente cronológico, hubo otras lecturas que me muerte del autor para volverse público sorprende e interroga.
animaron a ordenar las notas sobre el diario de Walsh, a expo- ¿Por qué, para qué, para quién? En casos como el de Walsh, que
ner la perplejidad que me provocan los gestos del diarista cuan- se trate de un diario de escritor parece dar respuesta, al menos
do siente que su integridad vacila, en la forma de este ensayo. una respuesta parcial, a las incertidumbres. Esas libretas que
Entre los textos reunidos en el dossier “30 años sin Walsh” que fue llenando con el correr de los años, que se ocupó de guardar
publicó el 25 de marzo de 2007 el suplemento Radar de Pági- y resguardar en las mudanzas, que acaso imaginó publicar en
na/12, hay cuatro o cinco que se resisten a tratar como un mo- un futuro no tan lejano 4 , le servían como archivo de temas, ar-
numento lo que entienden es todavía una obra, la coexistencia
de movimientos heterogéneos en estado de tensión continua.
Para Martín Kohan, “Rodolfo Walsh probó, como nadie, cuáles
4
son los alcances y cuáles las limitaciones de las palabras escri- Según Daniel Link, que tuvo a su cargo las dos ediciones que existen de
este diario, la primera de 1995 y la segunda de 2007, las muchas tachaduras y
tas: su potencia y su impotencia”, porque su obra es al mismo enmiendas del propio Walsh en los originales demuestran “su voluntad de
tiempo una búsqueda constante y una experiencia de la impo- publicar estas páginas, tarde o temprano” (Link 2007: 11).

32 33
gumentos y registros estilísticos; como cuaderno de ejercicios La dificultad de integrar toda la experiencia en la novela.
narrativos; como bitácora de los proyectos en curso y como me- El sentimiento de impotencia que esto produce.
morial de algunos episodios significativos de la vida literaria y La posibilidad, casi desesperada, de empezar con todo,
de la rivalidad con los pares (por tratarse de un diario tirarse con todo y crear un monstruo (p. 107).
inusualmente discreto, la mención en tres oportunidades a las
diferencias y los desencuentros con David Viñas cobra una re- A veces el deseo se aliena en la obligación de responder a la
levancia agonística que acaso no se corresponda con los senti- demanda de los otros (la crítica, los editores, los pares) y enton-
mientos reales de Walsh hacia un colega tan próximo). Además, ces no es raro que se bloquee su cumplimiento. Pero incluso
y se trata de la más literaria de las funciones que puede cum- cuando las ganas vienen de más acá del teatro que montan las
plir un diario de escritor, la que expone su ligazón esencial con expectativas y la promesa de satisfacerlas, un problema técni-
los misterios del acto de escribir, las libretas servían para re- co, la dificultad de articular una serie de episodios autónomos
gistrar e intentar conjurar el demonio de la imposibilidad. en el discurrir de una trama novelesca, puede convertirse en
“Las ideas hermosas que se me ocurren justamente cuando un drama (habla de impotencia, de desesperación) porque el
no puedo escribir, no vienen nunca cuando me siento como aho- fantasma de la imposibilidad acecha.
ra a la máquina” (p. 106). Se escribe que no se puede escribir, se Para apreciar en su compleja intensidad los movimientos,
escribe para decir que no se tiene qué decir o que no se sabe muchas veces contradictorios, que la obsesión por la escritura
cómo decirlo. A Rosa Chacel, este simulacro de escritura, este de la novela desata en lo profundo de la conciencia de Walsh, se
“fantasma de actividad intelectual”, como lo llamó Amiel, le puede leer su diario, en el que esta obsesión ocupa bastante
provocaba vértigo y repugnancia porque se le aparecía como espacio 6 , como el producto de un ejercicio espiritual concebido
una trampa, en la que siempre volvía a caer, del sinsentido. 5 Lo no sólo para el conocimiento, sino también para el cuidado y
cierto es que, como todo lo que insiste, la continua reflexión de perfeccionamiento de sí mismo, que en ocasiones resulta exito-
los escritores (justamente ellos, que dominan el oficio) sobre la so y en otras se malogra. La perspectiva desde la que comienzo
dificultad, la inhibición o el fracaso al querer escribir, termina a situarme es la de lo que Michel Foucault, en textos muy fre-
imponiendo la sospecha de que la imposibilidad de hacer lo que cuentados, llama “espiritualidad”: el conjunto de las búsquedas
se sabe hacer, lo que está dotado para hacer, envuelve algún y prácticas “por las cuales el sujeto realiza en sí mismo las trans-
sentido. formaciones necesarias para tener acceso a la verdad” (Foucault
En la intimidad del diario, Walsh se retuerce bajo la presión 2001: 33). Lo interesante de esta perspectiva es que presupone
de un deseo tan fuerte como el temor o la certidumbre de no que sólo podemos acceder a la verdad de nuestros afectos, el
poder realizarlo: escribir una novela. misterio de lo que nos mueve al aceptar o rechazar, al hacer o
permanecer inactivos, si antes realizamos un trabajo de depu-
ración y mejoramiento de nosotros mismos. Que la escritura
5
“Lo natural es, si no hay nada que resuene ni pelota o proyectil de cual-
del diario pueda ser una de las formas que tome este trabajo de
quier género proyectable, lo natural es no hacer nada, estarse calladito sin ascesis supone que, bajo la presión del deseo de acceder a la
decir pío, pero están las cosas sobre la mesa, cosas que no sirven para otra verdad, una entrada se convierta en otra cosa que un espejo
cosa y, automáticamente, se pone uno a hacer la cosa más injustificable, decir
que no tiene nada que decir. (…) Si se trata de hacer, el asunto es otro, se hace
6
o no se hace… y ya está, su silencio es verdadero silencio, no es esta cháchara, Según Daniel Link (2003: 288), todo el diario “es básicamente la tensión
este cascajo de palabras que tienen la facultad de sonar” (Chacel 2004: 405). alrededor de esa novela imposible pero necesaria al mismo tiempo.”

34 35
ofrecido a la autocomplacencia: un campo para la experimenta- no se quiebre siquiera con mi ingreso a Panorama, aunque
ción performativa en el que el diarista pone a prueba la consis- no faltarán algunas críticas. Lo inquietante es el nivel su-
tencia ética de lo que le pasa mientras ensaya transformacio- perficial en que manejo estas cuestiones (p. 126).
nes. El diagnóstico de lo que empobrece y debilita las posibili-
dades de vida y la prescripción del camino de perfeccionamien- La escritura del diario le sirve a Walsh para interrogar la
to suelen ser las maniobras de reconocimiento que preceden a superficialidad de unos valores que sabe irresistibles pero tam-
la ejercitación o señalan su recomienzo. bién indiferentes al espesor de la existencia auténtica, los que
hacen posible la canonización revolucionaria, y para tomar una
Estoy cansado y derrotado, debo recuperar una cierta ale- decisión a la altura de sus intereses terrenales: va a entrar “fijo”
gría, llegar a sentir que mi libro también sirve, romper la en Panorama, aún a riesgo de confundirse entre los que están
disociación que en todos nosotros están produciendo las ideas “complicados con el régimen, gozando de sus beneficios y pade-
revolucionarias, el desgarramiento, la perplejidad entre la ciendo su pacífica vergüenza”, porque así podrá mitigar por un
acción y el pensamiento, etc. (p. 117). tiempo las estrecheces económicas. Para no renunciar a su tran-
quilidad renuncia a la santidad, por lo menos a una santidad
Recuperar la alegría significa recuperarse a sí mismo a tra- homogénea e indiscutible. Pero enseguida el examen de sí mis-
vés de la escritura de la novela, porque ese es para él el acto de mo cambia de dirección, se orienta otra vez hacia las alturas
creación más intenso. Hay que seguir escribiendo y despren- del compromiso y la entrega totales, y el ejercicio de disidencia
derse de la tristeza y el agotamiento que provocan la alternati- se interrumpe.
va literatura burguesa (la novela)/literatura revolucionaria (el
testimonio y el periodismo), un discurso que lo atraviesa y lo He resuelto –pero casi lo resolvieron los demás por mí,
define pero que, en el espacio reflexivo de esta anotación, abru- los demás que ven en mí una especie de héroe, que no puede
ma por su obviedad (el “etc.” final lo presenta como cháchara). mancharse– no entrar fijo en Panorama, pase lo que pase.
Walsh estaba muy atento a las amenazas de des-personalización No me voy a morir de hambre, supongo, y sin embargo, estu-
que sufren los que, por hablar siempre en nombre de los demás, ve tan cerca de entregarme, tan asustado (p. 178).
dejan de hablar de sí mismos, por sí mismos. Justamente por
eso llevaba un diario, al que confiaba “la renovada crónica de Lo más significativo de este reencauzamiento no es la iden-
cómo las cosas pasaron por uno” (p. 207). La escritura del dia- tificación, apenas velada por la referencia irónica a la voluntad
rio como resistencia al poder, seductor e imperceptible, de los de los compañeros, con el estereotipo del “héroe”, más atractivo
estereotipos que diseñan, con trazos gruesos, la figura del re- que el del “monumento” o el “santón” y que los contiene, sino el
volucionario ejemplar. Toda la extraordinaria entrada del 28 de acto de constricción final, la confesión de debilidades. La orien-
enero del 69, en la que delibera sobre la conveniencia o no de tación que domina el trabajo de vigilancia que Walsh realiza en
ingresar a Panorama para resolver su pobrísima situación eco- el diario sobre lo que piensa y ocurre en su pensamiento es la
nómica, se puede leer conforme a este principio de disidencia. de la moralidad cristiana, con sus mandatos de sacrificio y re-
nuncia a uno mismo, sus anhelos de salvación y su respeto a la
Lo que está en discusión es toda mi personalidad. ¿Hasta ley externa como fundamento de la espiritualidad. La escritura
qué punto tiendo a convertirme en un santón, a asumir los de la intimidad como escenario en el que se representan las
valores más respetables de la izquierda? Es posible que esto luchas del alma consigo misma, contra las tentaciones munda-

36 37
nas (“burguesas”) que la apartan del camino recto. (En estos diario lo muestran como un escritor que no escribe, que no está
dramas morales, una verdad política y existencial que viene escribiendo la novela que los otros reclaman y, lo que es peor,
dada desde fuera define la rectitud del camino señalado: no hay con la que él fantasea (si lo primero le resulta tolerable, lo se-
que ganarse el derecho al acceso, hay que adherir.) gundo es una fuente continua de ansiedades y desasosiego). Para
Walsh creyó que su conversión a la militancia revoluciona- convencerse de que la renuncia es necesaria, y acaso con la ilu-
ria, para ser verdadera, tenía que ser total. Como a tantos, lo sión de liberar al espíritu de la inquietud que provoca el deseo
guiaba el ejemplo del Che: los mejores son los más fieles y los insatisfecho, dedica varias entradas al esbozo de una teoría de
que más se sacrifican. 7 Según estas coordenadas hay que si- la novela como forma del arte burgués que carece de eficacia
tuar los repetidos intentos –nunca definitivamente exitosos, por directa (no sirve para herir, acusar o desenmascarar), porque,
suerte– de renuncia a la literatura de ficción y a la condición de a diferencia del testimonio, éste sí una forma de escritura revo-
escritor, para dedicarse por completo a las tareas retóricas que lucionaria, representa los hechos en lugar de presentarlos. El
le demandaba la política. Muchas veces imaginó en el diario esquematismo podría ser un indicio de la falta de convencimien-
rutinas de trabajo que pudiesen garantizar la coexistencia de to, además de un recurso apropiado para que se realice la vo-
esas dos prácticas que los excesos de moralidad pretendían, más luntad de depreciación.
que contradictorias, antinómicas, pero al cabo se le volvieron En momentos de generosa lucidez, ya no se trata de la gene-
insostenibles. No es que le faltase disciplina, le sobraba creen- rosidad en la entrega sino en la aceptación y la afirmación de lo
cia en el valor superior del acto sacrificial. La renuncia a ser que se sustrae al juicio moral, el diarista conjetura que la inac-
escritor tenía un alcance moderadamente costoso, era renuncia tividad prolongada no siempre tendría que ver con el imperati-
al estatus y la vanidad, a la fatuidad del mundillo literario, a vo de abandonar lo que distrae de las luchas revolucionarias.
las facilidades que aporta la pertenencia a un campo prestigio- La pérdida de los hábitos de escritura es algo que comenzó a
so, y otro de una gravedad extrema porque comprometía el de- imponerse, que lo fue ganando, desde que decidió en 1967 enca-
seo de experimentar con márgenes de indeterminación e incer- rar la novela, antes de que encontrara las razones políticas para
tidumbre que el trabajo periodístico o testimonial desconoce, la justificar el abandono del proyecto. ¿La construcción del héroe
literatura como “zona de libertad” (p. 194) que se recorre con literario que elige renunciar a la novela para “vivir la novela
alegría pero también con temor. junto al pueblo” (p. 242) 9 , vendría a desplazar y encubrir las
Hay épocas en que la sostenida inactividad literaria persua- alternativas de otro drama, menos épico pero igual de compro-
de, a quienes idealizan su heroísmo, de que ya dejó de ser un metedor, el de la conciencia esforzándose inútilmente por re-
escritor. Aunque acepta el elogio, Walsh duda, no queda claro si chazar lo que se desea, lo que, porque se lo desea, más acá de
de la firmeza de su voluntad o de la conveniencia del abando- cualquier necesidad, la inquieta e inhibe? Es la hipótesis de
no. 8 Más que como alguien que dejó de escribir, las páginas del María Moreno, la militancia como una resistencia a la escritu-

7
En un ensayo sobre las escenas de lectura en los diarios del Che, Ricardo
9
Piglia subraya la importancia de la “metafórica cristiana del sacrificio” en la La recaída en el kitsch populista, con su quijotesca confusión de vida y
construcción política de la figura del guerrillero como “asceta” (Piglia 2005: l i t e r a t u r a , o c u r r e d u r a n t e u n a m u y c i t a d a e n t r e v i s t a a Wa l s h y M i g u e l
135). Briante que publicó La Opinión Cultural e n j u n i o d e 1 9 7 2 . L a s t e n s i o n e s
8
“Pirí se dio cuentas antes que yo: ‘Has dejado de ser un escritor’ dijo la que potencian el interés de los registros íntimos casi no aparecen en esta
última vez. Era un elogio, eso la emocionaba. ¿He dejado?” (p. 192). intervención pública.

38 39
ra, el proyecto político como la verdadera evasión de un deseo saga de los irlandeses, “Fotos” y “Esa mujer”. La invención de
que insiste. una forma novelesca supone la experimentación con modos to-
davía no convencionales de articular vida y escritura.
Es como yo decía. Liberado internamente del compromi- En un breve texto autobiográfico de 1966, Walsh fijó su con-
so de seguir trabajando en la novela (aunque sea un par de cepción de la literatura en una fórmula que podría servir como
meses) vuelvo a adquirir un ritmo de actividad razonable, epígrafe a esta tentativa de leer su diario en clave de ejercicio
incluso excelente. ¿Eso quiere decir que la novela es lo difí- espiritual: “La literatura es, entre otras cosas, un avance labo-
cil de decir, lo que se resiste a ser dicho? ¿Lo que me compro- rioso a través de la propia estupidez” (p. 15). Una posibilidad
mete a fondo? interesante de pensar el proceso por el que el escritor atravie-
Otra variante, en la que he pensado en estos días: la no- sa y descompone su estupidez para finalmente desprenderse
vela es la última forma del arte burgués, y por eso ya no me de ella, es imaginarlo como una serie de maniobras que impug-
satisface (p. 178). nan el trabajo de reducción al que los estereotipos someten lo
que se manifiesta como contradictorio o ambiguo. ¿Por qué le
El segundo párrafo querría suprimir la apertura a lo desco- faltaron fuerzas al Walsh de los escritos íntimos para perseve-
nocido que abrieron las preguntas por el sentido de las fuerzas rar en el examen de sus contradicciones, por qué se apuraba a
que obstruyen la escritura de la novela, y garantizarle a la in- “resolverlas” precipitándose por el atajo de la sanción moral?
terrogación la estabilidad necesaria para que regrese al cami- La matriz cristiana que reproducen las estupideces políticas
no recto. Al menos para el lector –no parece ser el caso del modeladas por el estereotipo revolucionario/burgués explica, en
diarista– llega tarde; el impulso reactivo que anima la repro- parte, por qué alguien con una inteligencia y unos reflejos críti-
ducción del estereotipo “arte burgués” se hizo demasiado evi- cos tan agudos no quiso abandonar, ni a propósito de los asun-
dente. La enunciación de esas dos preguntas que reclaman la tos más personales, la creencia en que todo puede ser ordenado
invención de respuestas singulares, respuestas que en princi- y valorado remitiéndolo a una sola y muy elemental oposición
pio sólo convendrían a la singularidad afectiva y profesional paradigmática. El espíritu de sacrificio y obediencia necesita
de quien las enuncia, es lo más lejos que llegó, y pudo haber certidumbres sobre qué está bien (hacer, sentir, escribir) y qué
llegado, Walsh en el intento de conocerse a través de la escritu- no para poder sostenerse.
ra del diario. Más allá de ese límite que no termina de fran- Hay un momento perturbador del diario en el que se aprecia
quear, se abre un campo de transformaciones indeterminadas. detalladamente, casi en cámara lenta, cuáles son las operacio-
¿Qué habría ocurrido sin en vez de dejar el problema en manos nes que Walsh tiene que realizar sobre sí mismo para que la
del sentido común ideológico (el que le dictaba que “algo tenía reproducción de los estereotipos no se bloquee al atravesar un
valor si servía para la revolución; si no, era superfluo, cuando núcleo contradictorio de su existencia, cómo se va haciendo a la
no era nocivo” (Caparrós 2008: 202)), hubiese probado idea de que la alternativa virtuosa es la de la renuncia. Se tra-
reformularlo convirtiéndose en otro, una clase de escritor que ta de las dos entradas sucesivas en las que procesa el malestar
en principio no tendría identidad ni valor definidos? El intelec- que sintió al saber que Raimundo Ongaro había dicho, después
tual comprometido, que estaba obligado a despreciarla por sus de leer un escrito suyo y no entender nada, “¿Escribe para los
convicciones políticas o por el temor a perderse, no hubiese po- burgueses?”. Aunque igual entristece (porque el autor de Ope-
dido escribir la novela con la que fantaseaba Walsh, pero tam- ración masacre era un compañero muy valioso en la CGT de los
poco el autor de los relatos inteligentes y elegantes, el de la Argentinos que dirigió Ongaro y no costaba tanto preguntarle,

40 41
sin ánimo de descalificación, por qué escribía “difícil”), la into- rarios debería atender a la relación que éstos establecen con
lerancia del jefe sindical resulta previsible en una época en la los códigos de legibilidad instituidos. La inteligencia del argu-
que el antiintelectualismo era de rigor en el discurso de mu- mento agranda la sorpresa que se siente al comprobar lo efíme-
chos intelectuales de izquierda. Lo raro es que en lugar de dis- ro de su validez. No pasa más de un día y las fuerzas que empu-
cutir los presupuestos falaces de la acusación –le sobraban re- jan a la obediencia y al sacrificio se reagrupan detrás de un
cursos para hacerlo– o de usar el diario, como se acostumbra, espectacular acto de denegación.
para devolverle al agresor golpes imaginarios, el inculpado
asiente, se mortifica. 10 Está molesto, dice, porque sabe que Creo que estoy comprendiendo por qué me resulta tan
Raimundo tiene razón, o puede tenerla. Mea culpa. fácil “abandonar la literatura”. En el fondo no es ningún sa-
Un poco más tarde, ese mismo día, el espíritu de análisis se crificio. Lo que lamento es no poder continuar la farsa.
sobrepone momentáneamente a la voluntad de mortificación Raimundo tiene razón: escribir para burgueses (p. 161).
(que es, en última instancia, voluntad de identificarse con el
jefe a costa de sí mismo) y el ejercicio parece encauzarse por los En el fondo, el sacrificio era excesivo, además de estúpido, y
andariveles de la discusión crítica: Walsh, como se sabe, jamás abandonó la literatura; si en ver-
dad lo quiso hacer, le resultó, más que difícil, imposible. Igual
¿Pero qué es lo más específicamente burgués de lo que yo siguió creyendo que Ongaro tenía razón, por lo menos durante
escribo, lo que más molesta a Raimundo? Creo que puede el tiempo que registra el diario. Esta contradicción sorprende y
ser la condensación y el símbolo, la reserva, la anfibología, perturba. Contra lo que la experiencia y el saber le habían en-
el guiño permanente al lector culto y entendido. Otra pre- señado, no renunció jamás al ideal de una literatura revolucio-
gunta: si no es precisamente R quien usa categorías burgue- naria escrita “para todos” y no sólo para burgueses. El proyecto
sas, que habla –vgr.– desde una literatura fácil, comprensi- lo exaltaba, seguramente, pero también le servía para conti-
ble y burguesa como puede ser la de Bullrich o Sábato, que nuar mortificándose, como cuando atribuía a las “canchereadas”
al fin y al cabo son best-sellers? (p. 159). de su estilo demasiado literario la culpa de no poder realizarlo.
Hace un par de semanas, en un documental biográfico sobre
En el exabrupto del jefe escuchó un mandato: tiene que de- Paco Urondo, escuché a Horacio Verbitsky comentar que mu-
jar de escribir como aprendió a hacerlo, tiene que olvidarse de chas veces le habían preguntado, y él mismo se había pregun-
la literatura como arte de lo indirecto en el que más que lo di- tado, cómo fue posible que militantes de una inteligencia y una
cho cuenta lo elidido. La táctica que Walsh elige para resistirse calidad humana tan extraordinarias como Urondo y Walsh obe-
consiste en devolverle al epíteto “burgués” parte del alcance decieran hasta el final a una conducción errada y miserable
conceptual que perdió desde que funciona como una herramienta como la de Montoneros, más allá de que hubiesen manifestado
de depreciación generalizada. En sintonía con el saber crítico sus desacuerdos. Aunque algunas resonancias no le serán aje-
de la época, insinúa que la valoración política de los textos lite- nas, Verbitsky se limitó a repetir la pregunta y, curiosamente,
no ensayó respuestas. Apostó al efecto dramático más que al
análisis político. La pregunta mucho menos importante que me
10
hago en este ensayo es por qué, en esa forma de vida secreta y
“La mortificación no es la muerte, claro está, pero es una renuncia al
mundo y a uno mismo: una especie de muerte diaria. Una muerte que, en
solitaria que es la escritura del diario, al amparo de la opinión
teoría, proporciona la vida en otro mundo” (Foucault 1991: 116). pública, Walsh no puede desprenderse de los mandatos y las

42 43
reprimendas de un jefe político, ni casi cuestionarlos, aunque de la propia vida y la de los subordinados, la razón política, no
humillan su existencia de escritor. Lo que “más molestaría a parece tan grave si la fidelidad y la coherencia consigo mismo
Raimundo”, según sus conjeturas, no es otra cosa que lo que le del héroe resplandecen hasta el final, sobre todo en el final.
permitió escribir, por ejemplo, “Un oscuro día de justicia”, esa Como si las luchas fueran por la redención y no por el poder, a
alegoría eficaz sobre la necesidad que tienen los pueblos en lu- los jefes se los conmemora por la grandeza de su sacrificio, aun-
cha de valerse por sí mismos y prescindir de héroes salvadores: que, como en el caso de Masetti y el último Guevara, hayan
la elipsis, la condensación, el símbolo. concebido y encabezado acciones que sólo podían fracasar.
Según Gonzalo Aguilar, en otro de los ensayos que facilita- Se entiende entonces por qué Walsh no quiso, más que no
ron la escritura de éste, la lealtad es “la auténtica clave políti- pudo, desoír el mandato de escribir “para todos”, aunque sabía
ca” de los años sesenta y setenta, y la obediencia, la forma que que los términos en que estaba planteado eran equívocos y que
adoptaba para subsistir cuando se planteaban discrepancias para obedecerlo tenía que renunciar incluso a lo irrenunciable,
(Aguilar 2000: 13). ¿Habría que atribuir entonces a la coheren- su estilo. Eran palabras del jefe. Más que la descalificación (“¿Es-
cia política de Walsh la fuerza que conservan los principios de cribe para los burgueses?”), se le hacía difícil aceptar el
lealtad y obediencia en el tratamiento íntimo de sus asuntos desencuentro, público e íntimo, con la palabra de Ongaro. To-
personales? La continuidad entre la esfera de los compromisos maba una voz de orden por la voz de la verdad. Como si el jefe
públicos y la de los conflictos privados se explica además por la político, por llevar una existencia heroica, fuese también un
intervención de otro lugar común ideológico en el que conver- pastor de almas. Semejante confusión hay que atribuírsela a la
gen las inclinaciones personales y el espíritu de la época: la época, a sus mitologías políticas, y a lo que en esas mitologías
idealización de la figura del jefe, militar o político, como héroe servía para confirmar una visión cristiana de los conflictos hu-
moral. Un año antes de que las palabras de Ongaro hicieran manos enraizada, seguramente, en la infancia de Walsh.
estallar en su conciencia las sospechas sobre la condición bur-
guesa del escritor, Walsh había anotado en el diario:

Es indudable que la figura de Ongaro me atrajo intensa-


mente. Vi en él un revolucionario –como lo había visto en
Masetti–, un jefe, alguien capaz de llegar al sacrificio por
sus ideas. (p. 115).

En Ongaro, como antes en Jorge Masetti y el Che Guevara,


y antes aún en el capitán Eduardo Estivariz, un aviador naval
que murió en combate durante el derrocamiento de Perón en
setiembre de 1955, Walsh reconoce la estampa fascinante del
hombre poseído por una causa que está dispuesto a sacrificar, o comenta el texto y las circunstancias en que fue escrito y aunque subraya la
preeminencia de lo moral sobre lo político en la atracción que ejercen la figura
ya sacrificó, todo por ella. 11 Que todo sea en ocasiones, además del héroe (importa menos la identidad de su causa que la decisión de jugarse
la vida por ella) y la del subordinado que lo acompaña hasta el fin, si n com-
partir sus ideas, por lealtad y devoción, no saca conclusiones sobre lo peligro-
11
El elogio del militar golpista se encuentra en una nota que Walsh publi- sa que puede resultar en términos políticos esta sublimación de impulsos gue-
có en Leoplán a fines de 1955, “2-0-2 no vuelve”. Eduardo Jozami (2006: 46-48) rreros.

44 45
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46 47
El desierto en la intimidad
Sobre el Diario inédito de Juan B. Ritvo

Yo mismo soy uno de esos desconocidos


en que me multiplico…
Juan B. Ritvo, Diario, 24 de diciembre de 1999

“¿Qué sentido tiene [llevar un diario] para quien lo escribe,


es decir, para alguien que de todos modos escribe muchísimo,
porque su profesión es escribir?” (Canetti 1994: 78). La princi-
pal estrategia crítica de la que eché mano en los últimos años
para ensayar lecturas de diarios de escritores consistió en man-
tener abierta esta pregunta, activos el asombro y la curiosidad
que alientan su enunciación. ¿Qué acciones y qué pasiones des-
pierta la práctica del diario cuando la sostiene alguien que “es-
cribe muchísimo”? Más que lo específico de un género en el con-
texto de las llamadas “escrituras del yo”, me interesa la figura
del diarista como alguien, o algo, que el ejercicio de la notación
incidental va componiendo, hasta darle la consistencia de un
carácter, mientras secretamente lo deshace en el flujo miste-
rioso de lo impersonal, cuando sus actos cobran, para el que
lee, valor de gestos.
Enterarme, en forma más o menos casual, hace algún tiem-
po, de la existencia del Diario de Juan Ritvo, alguien a quien el
epíteto de “grafómano” le calza como un saco hecho a medida,
reavivó con una intensidad extraordinaria el asombro y la per-

48 49
plejidad que expone la pregunta de Canetti. 1 ¿Qué sentido tie- Para Canetti, la pregunta por el sentido de los diarios de
ne para alguien que escribe y publica continuamente ensayos escritor es una artimaña retórica que le permite exponer el elo-
sobre psicoanálisis, filosofía y literatura, que sostiene una polí- gio, disfrazado de teoría, de la que él supone es su actitud
tica de intervención en el campo cultural constante y vigorosa, diarística. “En el diario uno habla consigo mismo” (Ibíd.: 77),
reservar algo de ese impulso exuberante para la escritura de para aligerarse de las tensiones cotidianas y para alcanzar una
un diario que, por lo menos en principio, no estaría destinado a conciencia lúcida de los procesos interiores que oriente la ac-
la publicación? 2 Incluso si consideramos que, por aventurar un ción; el yo imaginario al que se dirige el diarista es tan pacien-
porcentaje, dos tercios de lo archivado consisten en la repro- te como insobornable, escucha con verdadera curiosidad, no in-
ducción del epistolario electrónico que Ritvo mantuvo durante terrumpe, y como su papel es custodiar lo verdadero y censurar
esos años con múltiples corresponsales, la existencia del tercio las motivaciones espurias –la vanidad, la arrogancia–, desactiva
restante despierta intensa curiosidad. (Esta última discrimi- drásticamente el deseo de mentir. Basta con una cita del nada
nación no supone en absoluto la decisión de dejar fuera del co- pretencioso Diario de Lord Byron (208: 29) (cuando busca ser
mentario los mensajes dirigidos a amigos o colegas, siempre sincero, “uno se engaña a sí mismo más que a los demás”), para
interesantes como documentos, en más de un sentido, y a veces impugnar la anacrónica ingenuidad de Canetti. No alcanza con
reveladores en términos de ambigüedades íntimas. Si, como no mentir para decir la verdad; la falsificación es el destino y
muchas veces fue señalado, las diferencias retóricas entre es- no una alternativa, opuesta a la franqueza, de cualquier escri-
critura epistolar y diarística son solo de grado (“El diario –dice tura de sí mismo. En algunos de sus momentos autorreflexivos
Beatriz Didier (2002: 190)– es finalmente una vasta correspon- –no hay diario de escritor que no los necesite para sostenerse
dencia con un desconocido, el lector futuro, improbable y cierto críticamente al borde de la impostura, aunque más no sea como
a la vez”), en el caso de Ritvo se advierte una continuidad de gestos denegatorios–, la escritura de Ritvo sitúa las condicio-
estilo y formas de autofiguración casi sin fisuras entre el diario nes esencialmente erráticas en las que se cumple el ejercicio
concebido como “cuaderno de trabajo” o “novela del método”, y intimista con la precisión conceptual y los juegos sintácticos,
una correspondencia eminentemente intelectual –aquí cabe también con la modulación sentenciosa, de sus maneras ensa-
apuntar, al paso, otra semejanza que hace al tono de este diario yística:
entre epístola argumental y ensayo, como dos formas de con-
versación). Martes 7 [de marzo de 2000]
Sí, ¿qué decir acerca de la verdad? Me río de los que pro-
claman la sinceridad y formalidad de la escritura.
La verdad, como tal, es literalmente informe. Lo informe
1
El Diario está archivado en un documento de Word y constaba, hasta el que surge, de repente, en un tejido de formas; cuando inten-
momento en que lo recibí por última vez adjuntado a un e-mail, en agosto de to, a mi vez, darle forma, miento.
2009, de 425 páginas A4, compuestas en caracteres Times New Roman de cuerpo
12, con interlineado simple. La primera entrada está fechada el lunes 13 de
No me parece que un diario deba dedicarse a la “intimi-
diciembre de 1999; la última, en esa versión, el 22 de agosto de 2010. dad”, sino más bien a un flujo errático, atemático, en el cual
2
Desde el momento en que Ritvo me lo envió para satisfacer una curiosi- alguien pueda encontrar un hilo conductor para el estilo, que es
dad de “especialista” más que de amigo, pero no desde antes, y con relativa el modo en que retoma en el dicho un cierto decir singular. (…)
independencia de lo que quedó registrado en sus páginas (me consta, por con-
versaciones que mantuvimos después de la lectura, lo mucho que había olvi-
dado), supongo que las expectativas de publicación quedaron abiertas.

50 51
Miércoles, 8 [de marzo de 2000], por la tarde de la identificación con el modo de leer pegándose a los textos,
(…) hasta escuchar los detalles, los intersticios, que practicaba Du
Las confesiones son, inevitablemente, alegorías indirec- Bos. Pero no es por el transitado camino de la francofilia por
tas [en el sentido de alegorías defectivas, como las kafkianas]. donde aparece un referente para su tentativa de llevar un dia-
Y si agregamos las calamidades que nos bloquean el paso y rio ascético, que no ceda un palmo a los anhelos de autentici-
parecen a punto de derrumbarnos –cáncer, suicidio, el cerco dad que tarde o temprano se encharcan en el sentimentalismo.
de la hipocondría y de la edad, todo eso sigue siendo indirec- Desde la primera entrada, Ritvo se prescribe no hablar de sí
to, sin que ninguna filosofía realista pueda modificarlo. mismo más que indirectamente, preservar de la compulsión al
Pero no pateticemos inútilmente acerca de la verdad: su espectáculo, que reconoce como una tendencia íntima, la ari-
carácter terrible es que ella es pobre, desnuda, hueco no re- dez, algo así como la intensa sequedad, de sus afecciones. A la
tórico de una anestesia retórica, y sin embargo, sin esa ri- manera de Musil, lleva un diario ensayístico para darles toda-
queza retórica tampoco podríamos captar su esencial pobre- vía más libertad al rapto y la dispersión (las considera sus vir-
za. Posición incómoda de la verdad: es una franja limítrofe tudes y sus debilidades más fuertes), pero también para some-
entre un real que es puro dolor y no engendra ninguna ex- terlos a una presión diferente, la que nace del ejercicio de la
presión y ese mínimo de ficción sin el cual la vida es literal- reserva en la inminencia de la confesión y de la apertura –hija
mente insoportable. de la interrupción y el recomienzo– a una incertidumbre toda-
vía más radical:
Todos los diarios falsifican –mantengamos un momento más
la nomenclatura de Canetti– porque no hay soliloquio que no Sábado, 27 de Diciembre [de 2008], por la tarde
presuponga la evocación de una audiencia desde la invocación (…)
al Otro, Ese al que el diarista ofrenda el espectáculo de su ab- Y bien: se han ido los pintores, por fin, por suerte traba-
soluta soledad (el diario es un lugar extravagante en el que los jaron rápido y recuperé dos ambientes –la cocina y el come-
extremos de lo patético lindan con lo cómico, por eso Ritvo pue- dor– un poco tristes por la vejez de la pintura.
de escribir en un momento de exaltación “Como nunca, amo la (¿Para qué o para quién escribo esto? No pensaba en ab-
soledad” [11 de diciembre de 2000], sin importar que el acto de soluto en nada de esto cuando decidí interrumpir lo que es-
enunciación cuestione estructuralmente lo que proclama el taba escribiendo y abrí el diario.)
enunciado). Pero incluso en los diarios que son obra de pura
falsificación (pienso, por mencionar un caso famoso, en los de Como se sabe, un tópico de los diarios de escritor es el regis-
Thomas Mann, con su celebración continua de cómo lo tro y la conjura de la imposibilidad de escribir. En este sentido
ovacionaron, lo premiaron, lo publicaron, lo tradujeron, lo foto- Ritvo es un diarista inusual y paradójico: abre el diario sin sa-
grafiaron y hasta lo filmaron), se fabrican verdades en acto que ber por qué, para interrumpir lo que está escribiendo y no para
ninguna notación formaliza porque remiten a un modo de exis- disimular la esterilidad o intentar remediarla. Librado como
tencia ajeno a la reflexión. está a la grafomanía, que es a un tiempo enfermedad, protesta
Si repaso la lista de los otros diarios que Ritvo menciona contra ella y ejercicio de un saludable desequilibrio, recurre al
ocasionalmente en el suyo, confirmo la simpatía que le despier- diario, entre otras razones, para encauzar el excedente físico
tan los hermanos Goncourt, la recreación chismosa de la vida de ese dispendio generalizado que es la obra de su pensamien-
literaria en el Paris de sus “amados decadentes”, y tomo nota

52 53
to, una búsqueda por momentos desenfrenada, y siempre sutil cial para dejar algo a resguardo de la muerte. El que además de
e inteligente, de un estilo que haga justicia a su rareza (¡mi creer en esas providencias sabe que la notación devuelve lo in-
vida por un estilo!), en conflicto irresoluble (volveré sobre esto) significante a su insignificancia y ya redujo a un presente pa-
con un anhelo, más que de reconocimiento, de imposición. sado el instante sin duración en el que ocurre la vida, puede,
“¿Para qué o para quién escribo esto?” Dejémonos alcanzar como Ritvo, apelar a la bastardilla para distanciarse ligeramente
un instante por el temblor que trasmite esta pregunta nada de la necesaria ingenuidad.
retórica. Importan menos las respuestas conjeturales, aunque Aunque se trata de un diario extremadamente pudoroso, en
es por esa vía que avanzaremos, que el acontecimiento de su el que al yo le está prohibido tomarse como objeto de observa-
aparición. El diarista se sorprende de sí mismo, roza el vacío, y ción o análisis, la lectura de las primeras entradas remite a
ese extrañamiento prueba que en la prosecución del ejercicio uno de los tópicos del género, la escritura de sí mismo como
hay en juego algo auténtico, la experiencia de un sinsentido “síntoma de una anomalía afectiva o aflictiva” (Trapiello 1998:
que podría darle a su vida, por un momento, el sentido de la 20). Ritvo comienza a llevar el diario para acompañar la entra-
exaltación. “No ser, sino volver a ser es la esencia del diario” da de su vida en el “desierto”, tal el énfasis con que nombra la
(Bou 1996: 128). Llevar un diario es un ejercicio de prosecución angustia y la desolación. No es que siga confiando, justo él, en
que en cada recomienzo figura y descompone la continuidad las virtudes terapéuticas del ejercicio intimista (desahogarse,
ante la inminencia de la ruptura absoluta (¿quién podría ase- tranquilizarse, encontrar refugio): tal vez espera que la escri-
gurar que la entrada de hoy no habrá sido la última?). El carác- tura se nutra de esa sequedad, mientras le pone límites, para
ter novelesco de la figura del diarista remite a alguien que no ver si aumenta su disposición a la errancia. El desierto como
es, sino que está siendo, para la consideración de un lector ig- escenografía para la pose melodramática (¿ante quién?) y como
noto y acaso improbable, que se habrá dejado alcanzar por el experiencia de los límites de la elocución. Por tratarse de un
empuje de un hábito o una manía que no se sabe a dónde lleva. diario sujeto al principio de la exposición indirecta, cuando lo
¿Para qué se escribe un diario? Después de casi un año de confesional despunta, rara vez, aunque la discreción continúe
interrupción (no podría haber ocasión más propicia), el 15 de prevaleciendo, la tensión afectiva despega inmediatamente con
mayo de 2006, por la noche, el diarista redescubre la motiva- una fuerza inversamente proporcional al contenido anecdótico
ción básica, el núcleo utópico de cualquier notación, sobre todo de lo que se revela: “Lunes 6 [de marzo de 2000], por la noche:
de las más insignificantes: “fijar para siempre algo que pasa”. tendré que decir algo sobre, por así llamarlo, mi estado de áni-
Lo curioso es que Ritvo sabe, como nadie, que la escritura borra mo, el peor y más terrible, pero quizá también el más fecundo
más que conserva, que el archivo atesora lo que pasó mientras en muchos años.” Y lo que sigue es la reproducción de un e-mail
pierde, irremediablemente, las pulsaciones de lo que pasa, y dirigido a Américo Cristófalo sobre el sentido de la cristiandad,
sin embargo retoma a veces la convención de registrar el mo- la necesidad de no renunciar a la Justicia, aunque no se sepa
mento del día y las condiciones climáticas que enmarcan el acto qué diablos es, y la carencia de un pensamiento sobre lo colecti-
de la notación, como si también la práctica del diario, cuando vo que supere la banalidad profesional de los políticos. Porque
responde a alguna necesidad íntima que nada tiene que ver con se extingue de inmediato, y brilla con la fuerza de lo que tuvo
los regodeos de la introspección, requiriese del divorcio entre que imponerse para existir, sin imponer nada, el rapto
saber y creencia. “Ahora, me inclino para recoger el mate del confesional tiene en este diario la potencia de lo estético. Esbo-
piso y cebar el primero que tomo en todo el día…” No hay diarista za un aura novelesca alrededor del diariasta-argumentador sin
que no haga suya la consigna gideana de anotar lo circunstan- propiciar la cristalización psicológica.

54 55
31 [de diciembre de 2008] por la mañana para que la variación encuentre formas de manifestarse, como
(…). potencia de interrupción y descomposición, en los intervalos,
Sin embargo, debo decirlo, estoy vivo y en el sentido más que ella misma abre, del discurso autobiográfico o argu-
intenso de la palabra. Claro: es una intensidad sin exten- mentativo. Antes y después de la fractura, la perspectiva de los
sión y sin explicación. Respiro y anhelo. Y poder escribir es intereses retóricos –eso que Barthes llamaba voluntad de “que-
una maravilla, sea cual sea su contenido. Todos anhelamos rer asir”– define las condiciones de cualquier anotación, no im-
el infinito de una escritura sin contenido, sin rumbo, pero porta lo incierto que pueda parecer su sentido, porque es una
plena de exaltación, de rescate del instante, que es lo único fatalidad del discurso que hasta los gestos más solitarios sean
que tenemos ante esta eternidad vacía y no obstante ubicua. absorbidos inmediatamente por el teatro de la intersubjetividad,
pero sobre todo porque Ritvo es un escritor que, según él mis-
Para alguien que escribe muchísimos ensayos, según dife- mo confiesa, necesita “del interlocutor como del pan, aunque
rentes motivaciones (en unos prueba la articulación del afecto finja indiferencia” (20/10 [de 2005]). Hay un deslizamiento con-
indecible con modos argumentativos que puedan transmitir la tinuo en este diario de lo incidental a lo autofigurativo que tie-
dicha y el estupor; en otros busca, con precisión demoledora, el ne que ver menos con la presuposición de un lector futuro, aun-
sentido problemático de un concepto capaz de contener, sin re- que el fantasma siempre ronde (¿habré sido el primero en
ducir, las tensiones de lo ambiguo), llevar un diario puede ser encarnarlo?), que con las maquinaciones del poderoso artefacto
la ocasión de ejercitarse en el acto de pensar como si fuese po- de persuasión y captura que opera en los modos argumentativos
sible desprenderlo del universo retórico. Es la utopía de una de Ritvo, cuando lo arrebata el ánimo polémico (es decir, casi
escritura sin rumbo ni contenido, intersticial, hecha de fractu- siempre), pero también cuando se ciñe a la configuración ex-
ras e interrupciones, en estado de continuo recomienzo. Cuan- traordinariamente sutil de alguna dificultad teórica. Hay fra-
do Ritvo se apropia de una ocurrencia de Valéry (la novela mo- ses que se adelantan al pensamiento y encuentran una forma
derna debería adoptar la forma y el estilo del Discurso del Mé- que comunica la inminencia de lo desconocido. Hay otras, casi
todo) para fantasear con la posibilidad de que su diario se con- siempre rotundas, que sin renunciar a la precisión nacen exas-
vierta en “la novela del método”, piensa en una escritura del yo peradas por los reclamos de reconocimiento. Si cada diario tie-
capaz de ponerlo fuera de sí, una ascesis intelectual fundada ne su tono, en el sentido blanchotiano de la huella que señala la
en el ejercicio de la improvisación, la ocurrencia y los pasajes desaparición del autor, el de Ritvo expone distintos matices de
imprevisibles. En el diario como taller del estilo son los pensa- la tensión entre ascetismo y arrogancia, la coexistencia proble-
mientos y no el que piensa, o mejor, es el acto de pensarlos quien mática entre el deseo de hundirse en la superficie de lo imagi-
toma notas, según la temporalidad del impromptu y la ocurren- nario hasta alcanzar el éxtasis de lo impersonal y la compul-
cia. Ahí donde la frase se adelanta al pensamiento, impulsada
3
por el vértigo y la angustia, la invención del estilo equivale a la La tendencia a la agresividad, constante en los lances polémicos, se
atempera sensiblemente en la serie de e-mails que Ritvo le envió a su hijo
experimentación voluptuosa, pero también sufriente, porque Nicolás a fines de enero del 2000, para señalarle los límites de la ética de
arrastra un cansancio inmemorial, la necesidad de sobreponer- Levinas y persuadirlo de la necesidad de enfrentarlo a Nietszche. Como en las
se al tedio y la irritación, con formas de vida potentes a causa otras intervenciones, la exigencia de tensionar la exposición, dándole a cada
de su fragilidad. problema su formulación más compleja, la más resistente al acecho de los
estereotipos, define el estilo de la interlocución. La función disuasoria preva-
Ritvo lleva un diario para librarse a la alternancia entre lece porque hay que renunciar al dominio y la simplificación de los objetos
desaparición y aparición –¿hay otro modo de sentirse vivo?– y para que estos manifiesten su coeficiente de indeterminación. “Una ética que

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sión a imponerse como una subjetividad extraordinaria, en el vieja retórica de la epístola argumental), pero también con fre-
sentido de la rareza, es decir, de lo intempestivo, pero también cuencia en las notaciones circunstanciales (después de asistir
en el de la superioridad. 3 a un coloquio académico, a las reuniones periódicas de un gru-
po de psicoanalistas o durante la resaca que deja la lectura de
Miércoles 29 [de diciembre de 1999]; por la tarde los suplementos culturales), los juicios del diarista perfilan con
La conversación de anoche en el restaurante: ese afán de insistencia una figura de compleja lucidez, interesante incluso
mostrarme único; siempre en guerra; siempre solo; un per- cuando resulta abrumadora, en la que convergen la ética del
sonaje que me defiende contra la depresión, pero por unos mestizo y la sensibilidad del melancólico.
momentos. Luego la soledad. Dialogando con sombras de En dos ocasiones, para ajustar la lente a través de la que
interlocutores: alguna vez alguien no fuera mera sombra. espera ser observado, Ritvo corrige la doctrina borgiana del
Alabar a Heidegger frente a la superficialidad y frivolidad escritor argentino y la tradición occidental. El punto de encuen-
francesas, despreciarlo, empero, por su desconocimiento de tro es la exaltación de la irreverencia, la indisciplina pro-
los ingleses y del sentido que ellos tienen de la variedad de gramática, el orgullo de enfrentarse a los clásicos “suelto de
la experiencia; enfrentar a ingleses y alemanes con la movi- cuerpo”, sin reconocer en ningún terreno, ni en las institucio-
lidad de los franceses, etc. ¡Una tarea agotadora! Sin embar- nes ni en la biblioteca, el prestigio de las autoridades. El mesti-
go, más allá del personaje aburrido y aburridor, creo que hay zo interrumpe sin protocolos “la circulación de los dones entre
alguna verdad: no la del eclecticismo, precisamente; sino la el Amo y el Esclavo” (domingo 9 de enero de 2000, por la tarde)
del que está constituido como una suerte de patchwork, una para trazar diagonales que mezclan lo incomunicable e insta-
colcha de retazos que caracteriza a nuestra cultura aluvional: lar, con calculado salvajismo, la incomodidad en el interior de
entre retazo y retazo, entre costura y costura, la interrup- cada disciplina. La incertidumbre acerca de los resultados, in-
ción. En esa juntura estamos. cluso la presunción del fracaso, se compensa con el entusiasmo
de ponerse a prueba en la búsqueda de un estilo de interven-
Tal vez habría sido mejor no transcribir esta entrada, por- ción genuino. En Borges, que se sentía con razón un vástago de
que la honestidad casi sin fisuras del autorretrato y la forma estirpes ancestrales, la irreverencia es pose más que gesto ex-
en que el propio diarista se desplaza de lo anecdótico a la espe- temporáneo, un recurso a la medida de su patrimonio simbólico
culación intelectual impugnan la necesidad del comentario. So- en la conquista de la centralidad. Ritvo denuncia el error “gro-
bre todo en los e-mails (tributos felizmente anacrónicos a la sero” de los que creyeron en su marginalidad (me anoto entre
los imputados) y el del propio Borges cuando compara al inte-
lectual argentino con el judío. “La ironía del judío tiene el sóli-
me exige responsabilidad pero que no me entrega medios de discriminación do soporte de una tradición que, desde luego, ha sabido asimi-
– este es el principal argumento contra el puritanismo levinasiano-, es una lar una cultura universal, pero siempre desde lenguas propias
ética servil” (de un e-mail fechado el 30 de enero). Lo que se diluye esta vez es
la arrogancia. Ritvo no duda de sus razones, pero como la audiencia es ama-
–el idisch en parte y fundamentalmente el hebreo– definiéndose
ble, evita aplastarla. Es el tono de sus rutinas docentes. La intransigencia siempre desde y contra la segregación” (domingo 9 de enero de
brilla sin irritar, más bien estimula. La fuerza pedagógica de este estilo no 2000, más tarde). El mestizo con auténtica vocación de ruptura
concede nada al didactismo: depende tanto de la fidelidad del expositor a su es el que tuvo que correr por necesidad los riesgos de la impo-
ética y su sensibilidad, como de la disposición del que escucha a mantenerse
en movimiento, a entrar en el juego de las respuestas que abren la posibilidad
tencia, no quiso desconocerla ni idealizarla, para extender, en
de una interrogación todavía más rigurosa. la dirección del vacío y lo informe, los límites de sus posibilida-

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des. Si descompuso en algún punto la organización burocrática mento, no porque escenifique alguno de los modos instituidos
de los saberes, lo hizo a costa de su propia integridad, descom- (por la Universidad o el periodismo) en los que se viene plan-
poniéndose él mismo. Esa proximidad con lo indeterminado, no teando desde fines del siglo pasado la discusión, sino porque
diría que justifica, pero sí que explica parcialmente el costado insta a revisarlos en los términos singulares que plantea la éti-
reactivo e irritante de esta figura: la necesidad de fortalecerse ca del mestizo, a partir del antagonismo (y el deseo y la imposi-
a través del desprecio, cebándose en la diatriba y el insulto. bilidad de articulación) entre la voluntad de enriquecer la ac-
ción con la acción del otro, sin pasar por la identificación con
A la caída de la tarde, el mismo día [domingo 9 de enero un líder, y la política de masas. “La función intelectual ¿es en
de 2000] nuestra época un ejercicio extremo de la separación?” El pro-
(…) blema alcanza su articulación dilemática en un e-mail dirigido
…no cabe la menor duda de que Lacan era un hombre de a Jorge Jinkis, con fecha del lunes 28 de marzo [de 2000], en el
genio, pero en demasiadas cosas era un mistificador histéri- que Ritvo le sugiere revitalizar el proyecto de Sitio. Ese es el
co, que sometió especularmente a su audiencia, cuya capaci- modelo de acción colectiva que le parece más viable: una “co-
dad de imbecilización es francamente aterradora. munidad de solitarios” en la que cada uno encuentra en los otros
un gesto que lo rescata del aislamiento para devolverlo, enri-
Cualquiera que conozca la asfixiante unanimidad del campo quecido, a su propia soledad. Los encuentros son instantáneos,
psicoanalítico argentino, la trama de supersticiones e impos- ya que no presuponen el agrupamiento, y ocurren en las fronte-
turas que extenúan sus posibilidades de recreación, valorará el ras disciplinarias, en la intersección de líneas de fractura.
gesto desmitificador, la impugnación de Lacan con Amo Abso- La contrafigura del intelectual como agente de la descompo-
luto (la constancia y la inteligencia con que Ritvo, como otros, sición y el vaciamiento creativos es el especialista. Sobre él
se empeña en tarea son admirables). Pero es difícil que la au- recaen las peores imprecaciones. A diferencia de otros auto-
diencia lacaniana esté dispuesta a beneficiarse con los resulta- didactas, Ritvo puede exhibir diplomas habilitantes, pero le
dos de ese trabajo crítico si al mismo tiempo se reconoce inju- gusta confundir, por precaución metodológica y amor a la inco-
riada. Cuando Ritvo dice que lo “aterra” la capacidad de modidad, los principios de pertinencia: actuar como lector sal-
imbecilización, pudiendo decir que lo preocupa, incluso que lo vaje entre profesores de filosofía, como profesor de filosofía y
violenta, presentimos el regodeo. El nihilista activo, que sabe erudito sorprendente entre psicoanalistas, como psicoanalista
de la necesidad y los placeres de construir destruyendo, se deja y lector refinado, pero todavía salvaje, entre profesores de cual-
arrebatar por el goce infantil de la autocomplacencia en su
demoledora supremacía.
4
Entre las razones que justificarían la publicación del Diario Los ecos sarmientinos nos transportan a un momento extraordinario del
de Ritvo, está su valor como documento de la persistencia, en Diario, compuesto según la retórica de la escenificación autobiográfica. Las
evocaciones que registra la entrada del Jueves 20 [de enero de 2000] son los
tiempos de radical escepticismo, del debate sobre la “función recuerdos de provincia del intelectual mestizo, un testimonio retroactivo de la
intelectual”. ¿Cómo reformularla, ya que todavía somos sensi- intensidad con que ya se reunían, para la enfermedad o la salud, el espíritu y
bles a la conveniencia de imaginar un espacio para la acción la letra en su cuerpo juvenil. La acción transcurre en la ciudad de Santa Fe, a
conjunta que se oponga a la segregación del Estado, una vez mediados de la década del 50, en uno de esos veranos insoportables que no
dejaban más opciones que el aislamiento y la lectura ininterrumpida. Un día,
que se abandonaron las ilusiones depositadas en las políticas el adolescente de dieciséis o diecisiete años descubre que no puede leer más,
de la mediación? El Diario de Ritvo podría servir como docu- que cualquier lectura le provoca, más que dolor de cabeza, una opresión del

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quier asignatura (el campo entero de las humanidades está a
su disposición), como escritor de una literatura por venir, pero La perspectiva de la descomposición como acontecimiento
absolutamente anacrónica, entre profesionales de lo conocido. que advendrá sin teorías que lo anticipen identifica el ejercicio
La mezcla y la interrupción son su vida y su elemento. 4 de la función intelectual con la ética del acto analítico (se hace
Rumiando alrededor de esa inestabilidad en la que elige afir- difícil no recaer en este lugar común cuando está en juego la
marse para palpar su fortaleza, el miércoles 30 de marzo de responsabilidad por la toma de decisiones que escapan a las
2000, después de pasar por la consabida denuncia de las mise- previsiones morales de la conciencia). La experiencia de los ato-
rias del medio analítico, encuentra la forma provisoriamente lladeros conceptuales en los que se desajusta la complemen-
definitiva, en la tensión sintáctica y conceptual, para la exposi- tariedad entre lo general y lo específico responde a la lógica del
ción de las dificultades y las exigencias que plantea eso que hallazgo, no a la del método especializado, y muestra (mostra-
viene llamando “función intelectual”: rá, cuando el sistema se confronte con el desequilibrio que lo
vino trabajando desde el interior) la fidelidad del pensamiento
El intelectual no es aquel que juzga la especialidad desde a la irritante singularidad de las cosas que lo estimulan.
el punto de vista de la totalidad; es el que dice: no hay tota- En las autofiguraciones de Ritvo la agresividad del mestizo
lidad pero tampoco especialidad. La especialidad es el mo- se aliviana, pero también se enrarece, con las ambigüedades
mento cobarde de los que han renunciado a pensar. El inte- del melancólico. La coexistencia de afectos heterogéneos, inclu-
lectual piensa desde el lugar del atolladero y lo proyecta hacia so antagónicos (el énfasis y la desesperanza, la voluptuosidad
lo que aún no ha llegado a ser. y la agonía, el espíritu de búsqueda y el extremo cansancio)
El intelectual: el que proyecta el atolladero hacia el futu- ponen a salvo al intelectual del riesgo, tan seductor, de conver-
ro posible, el que hace de la dificultad la prueba a posteriori tirse en un profesional de la incomodidad. Se podría decir que
de una traba en el comienzo que debe encarnarse en su futu- es la presión que ejerce sobre los modos enunciativos la compo-
ro anterior. sición anfibológica del humor melancólico lo que interrumpe
una y otra vez las arrogancias del discurso intelectual (la re-
ducción de la audiencia a público) y devuelve al escritor a su
cerebro continua e impiadosa. “El Dr. Frutos, supongo que empleando la ter- búsqueda más legítima, la del estilo. La erudición aluvional y
minología de la época y creyendo, como todo el mundo, por otra parte, decir descentrada, regida por un interés y una curiosidad voraces, y
algo, diagnosticó: ‘surmenage’ (¡en francés, gloriosamente!). Su voz, ronca y el gusto por lo anacrónico, cuando no se deja absorber por la
supuestamente reflexiva, tenía autoridad en mi familia.” Los paréntesis
enmarcan el hallazgo de una entonación sentimental inaudible en la escritura
actualidad de los saberes que contamina, son las dos rúbricas
del presente: la ironía no subestima al esnobismo, lo vuelve encantador. En lo de un arte de escribir basado en “la acumulación y la disgrega-
que sigue no hay distanciamientos, el énfasis monumentaliza el pasado sin ción perpetuas” (de un archivo sobre decadentismo pegado el
reservas, y sin embargo el encanto sobrevive a –o acaso sea un efecto de– la 18 de enero de 2000) que densifica, a veces hasta el punto del
hinchazón melodramática (el anacronismo de la retórica autofigurativa –¡si
parece que estuviésemos leyendo una autobiografía decimonónica!– contribu-
entorpecimiento, la sintaxis argumental. El Diario de Ritvo es
ye decididamente). “Recién cuando ingresé a la Facultad de Derecho, pude un “cuaderno de trabajo” en el que el ensayista toma notas y
hacer algo con la indigestión [de lecturas]: hablar, expresarme con fluidez y realiza prácticas de estilo a la manera melancólica; es también
libertad, descubrir –fue una sensación gloriosa– que las palabras me envol- el soporte de una tentativa pertinaz de escribirse a sí mismo en
vían (verdadero estado de gracia) como en torbellino y se concentraban para
su salida más allá de mi voluntad, en la ‘boca florida’, como diría un azteca.
los instantes en que la duración aspira a la ligereza del rapto,
(…) Sabía que me pasase lo que me pasase, estaba salvado por las letras.”

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el protocolo existencial para un ejercicio de la melancolía que de Ritvo, ese problema tiene que ver con los desequilibrios
persigue diariamente, por caminos desérticos, la intensificación (afectivos y retóricos) que provoca la falta de estilo frente al
de la vida. exceso de razones. 5 Al nihilista activo le sobran argumentos para
Después de haberle dedicado al tema varios ensayos y hasta demoler el edificio entero de la cultura, y esa certidumbre lo
un libro (es tal la afinidad entre el objeto y el modo acumulativo lanza continuamente, sin desmayo, a la arena de la discusión
y proliferante de tratarlo que resulta imposible concebir una (¿o será que tener una razón siempre a mano es la mejor coar-
aproximación definitiva), el 29 de abril de 2010, Ritvo vuelve a tada para un ánimo polémico que busca imponerse donde sea?).
intentar en el diario una definición de la melancolía: “es el fra- Uno de los polos que imanta su escritura, incluida la del diario
caso de la realización, pero un fracaso excepcional”, sublime e (ver la insistencia con que reclama la publicación de los inter-
inconmensurable. La idea de que el eclipse de la creación es un cambios epistolares en que participa), es el de la intervención
movimiento inherente a la creación misma abre una vía regia a pública, entendida como una práctica compulsiva, regida al
la lectura de La tentación del fracaso, el diario de Julio Ramón mismo tiempo por la especulación intelectual y la voluntad de
Ribeyro, el más fascinante de la literatura hispanoamericana. dispendio. El estilo, eso que falta, quedaría entonces del lado de
Ribeyro, que se consideraba un “pariente pobre y tardío de la elegancia. El otro polo es el del culto intransigente a la “pro-
Constant y Stendhal” (2003: 221-222), llevó un diario para dis- pia” singularidad, la identificación con lo inaudito como poten-
tanciarse del mundo distanciándose de sí mismo, para llegar a cia de lo inasimilable.
ser, a fuerza de estúpida obstinación (no tomarse demasiado en
serio), menos que él mismo, un “hombre sin cualidades”. El dia- Miércoles [30 de marzo de 2000], por la noche
rio lo confinó en un soliloquio estéril y absorbió fuerzas im- (…)
prescindibles para la realización de la verdadera obra. Como Siento esa angustia del aislamiento y que no es producto
todo fracaso auténtico (hay que aclararlo, porque el prestigio de la discusión sino de la atribución de “originalidad”; cuan-
de las poéticas de la decepción es tan antiguo como la literatu- do discuto los conceptos de Lacan cada cual se encierra en
ra misma), no fue premeditado, tampoco meramente acciden- su “especialidad” supuestamente técnica y advierto, con desa-
tal. Fue más bien el resultado de una contingencia necesaria, liento, que no entienden, ni siquiera pueden distinguir ras-
del hallazgo, que mucho le debió al tedio y la desidia, de un gos míos, opiniones que son absolutamente mías, de otras
tono íntimo capaz de transmitir la música de “la esfera verda- que provienen de un universo cultural muy rico y que igno-
deramente creativa y superior de la impersonalidad” (Ibíd.: 520- ran totalmente. ¿Cómo hacer entender que se trata, antes
521). que nada del estilo, más que de los conceptos particulares
Para Ribeyro, la existencia del diario depende de la formu- tomados en su estricta puntualidad?
lación de un problema capital que jamás se resuelve, que si se
resolviera desactivaría el deseo de llevar un diario. En el caso Si no advirtiésemos que el aislamiento angustia pero tam-
bién es motivo de orgullo, a juzgar por la función que desempe-
ñan los énfasis adverbiales en esta entrada: fijar los roles de la
5
El Domingo, 29 de mayo [de 2000], otra vez a propósito del personaje que virtud y la ignominia en los melodramas del “medio psicoanalí-
compone en algunas reuniones sociales, el que arremete contra todos con la tico” (yo: “absolutamente” original; ellos: “totalmente” ignoran-
fuerza de la desesperación y el insulto, se compara con Thomas Bernhard, que
“está lleno de estilo, pero le faltan razones… (…) A mí me falta estilo, pero las
tes); si estas marcas no fuesen tan legibles, estaríamos tenta-
razones me sobran…” dos de tomar los reclamos de Ritvo más en serio. Pero sabemos

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que el estilo, lo que dice que le falta, lo que los otros son incapa- Referencias bibliográficas
ces de advertir, no es una propiedad, sino una potencia de va-
riación que descompone la supuesta homogeneidad del discur-
so, que se trasmite por medios indirectos y deja huellas en la
sensibilidad del lector (que cuando las localiza, se las apropia),
pero se hurta al reconocimiento. Cómo hacerse reconocer por el Agamben, Giorgio (2005): “El autor como gesto”, en Profanaciones,
estilo (¿esto es lo que pretende Ritvo en su intimidad?), que es Barcelona, Anagrama.
una experiencia de lo extraño, si para que haya reconocimiento Byron, Lord (2008): Diarios. Traducción y edición de Lorenzo
primero tuvo que imponerse una convención. Sería tanto como Luengo. Madrid, Alamut.
pretender encarnar, al mismo tiempo, la última razón, en el sen- Bou, Enric (1996): “El diario: periferia y literatura”, en Revista de
tido en que hablamos de tener “la última palabra”, y la presen- Occidente 182-183, pp. 121-135.
cia de lo misterioso. Es demasiado. Cuando se compara con Didier, Béatrice (2002): Le Journal intime. Paris, Presses
Bernhard (porque se compara, no se identifica) y supone que Universitaires de France. 3ª edición.
gana en el terreno de las razones pero pierde en el del estilo, Ribeyro, Julio Ramón (2003): La tentación del fracaso. Diario per-
nuestro diarista falsifica los términos del problema (nadie con sonal (1959-1978). Prólogos de Ramón Chao y Santiago Gamboa.
menos autoridad que el autor para hablar de su estilo), pero el Barcelona, Seix Barral.
impulso confesional es auténtico. Ese pliegue de la arrogancia Ritvo, Juan (2010): Diario. Archivo inédito.
envuelve algo íntimo, una verdad del instante melancólico en Trapiello, Andrés (1998): El escritor de diarios. Barcelona, Penín-
el que coexisten desmesura y pesadumbre, la atribución de una sula.
capacidad de intelección y juicio omnímoda y la suposición de
que el esplendor estilístico es una tierra prometida a otros. Como
hay asentimiento pero no resignación, la añoranza va a trans-
mutarse enseguida en furia que alimentará el dispendio de ra-
zones. Por otra cuerda, trenzada con la escritura de la intimi-
dad (los gestos que señalan el ausentarse de la función razona-
dora), la mezcla de afectos inasimilables reimpulsará la bús-
queda de una forma que le haga justicia y la necesidad de pro-
seguirla en las entradas del diario.

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Un escritor en souffrance
Sobre los diarios inéditos de Roger Pla

“Se conoce tan poca cosa de los diarios, hay tan pocos publi-
cados” (Alverca 2004: 274). Si Lejeune tiene razones para la-
mentar que el archivo de diarios personales sobre el que reali-
za sus investigaciones sea menos nutrido de lo que reclaman
las necesidades profesionales, ¿qué le queda al investigador que
ha decidido ocuparse de los diarios de escritores argentinos?
Mientras fantasea con la posibilidad de algún hallazgo enri-
quecedor (¿dónde habrán ido a parar los cuadernos de Mallea?,
¿es que entre los escritores de Sur no hubo más diaristas?),
tiene que contentarse con un corpus que apenas si alcanza la
decena de ejemplares. Además están las dificultades para con-
sultar los poquísimos diarios inéditos de los que se conoce su
existencia: algunos se extraviaron por la desaprensión fami-
liar, otros quedaron bajo la custodia de guardianes reticentes.
A la conjunción de dos impulsos generosos, la decisión de la
Editorial Municipal de Rosario de reeditar en 2009 una de las
novelas más complejas, y para algunos la más lograda, de Roger
Pla, Intemperie, precedida por un extenso estudio biográfico, y
el interés en colaborar de los herederos del escritor, que pusie-
ron a disposición de Analía Capdevila, autora del muy docu-
mentado estudio preliminar, sus papeles personales, debemos
la posibilidad de que se haya abierto un nuevo capítulo en la

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investigación sobre los intimistas en la literatura argentina. dad por la existencia de sus obras. Es al mismo tiempo una
Además de algunas carpetas con copias de entrevistas, ensayos idea curiosa y uno de esos reclamos a los que todos terminamos
y conferencias, dos cuadernos dedicados al registro inmediato suscribiendo cuando nos incomoda alguna desatención. ¿Qué
de lecturas y otro a la escritura de máximas, diálogos morales tan grande fue la deuda que contrajo con Roger Pla la cultura
y cuentos alegóricos de atmósfera decadente y retórica moder- argentina y que finalmente pagó haciéndole un lugar entre sus
nista (El libro de Antoine el cínico), Capdevila encontró en el monumentos? No hay forma de saber de qué monto simbólico
Archivo de Pla tres cuadernos de su diario íntimo. El primero estamos hablando, pero es seguro que quedó por debajo de lo
recoge entradas que van del 9 de noviembre de 1930 al 8 de que la serena ambición del diarista podía prever. ¿Quién es
diciembre de 1932; en la portada, debajo de las iniciales RP, a Roger Pla hoy? ¿Cuáles son su lugar, su valor y su significación
modo de título se lee “Mi libro. 1930-31-32”. En la carátula del dentro de la literatura argentina? Las historias literarias coin-
segundo cuaderno Pla consignó “1935-1942. Buenos Aires”, aun- ciden en la respuesta: Pla es, casi exclusivamente, el autor de
que la última entrada corresponde al 27 de febrero de 1943; en Los Robinsones, su primera novela; un representante, que para
cuanto a la primera, como al cuaderno le faltan las diez hojas algunos supera en voluntad de experimentación y en resulta-
iniciales, que fueron arrancadas, desconocemos la fecha de su dos el “promedio generacional” (Prieto 2006: 361), del conjunto
inscripción (la que quedó como primera después de la de escritores que intentaron en los años 40 la renovación de la
expurgación corresponde al 7 de noviembre de 1935). 1 El tercer novela realista. Esta es su módica e inconmovible superviven-
cuaderno, el más breve, recoge entradas que van del 11 de ju- cia institucional. La consideración de las otras formas, más ac-
nio de 1943 al 25 de enero de 1945. 2 tivas, de duración, a través del entusiasmo de los lectores y el
interés de la crítica, arroja en principio resultados igual de dis-
Es curioso: hace unos días se ha instalado en mí la fría cretos. Al estudioso que quisiera consultar bibliografía especia-
certeza de que seré célebre. Me deja indiferente esta idea, lizada sobre nuestro autor solo le podríamos recomendar, ade-
no como antes. No me envanece. Y se la siente con la tran- más del prólogo de Capdevila, el de Juan Carlos Ghiano (1978)
quila parsimonia de aquel que sabe que ha de cobrar una a una reedición de Los Robinsones y el ensayo de Orfilia
deuda, cierta satisfacción, pero ninguna sorpresa, ningún Polemann (1985) que acompañó, a modo de apéndice, la edición
deslumbramiento (1 de agosto de 1944). póstuma de su última novela, Los atributos. Quizá haya algo
más que desconozcamos, quizá no. 3 Del fervor y la constancia
Dejemos para otra ocasión el comentario de la figura moral de los lectores, y de lo exiguo de su número, da testimonio una
que dibuja esta certidumbre, las astucias de la vanidad cuando declaración resiente de Carlos Pereiro (2009), responsable de
pretende afirmarse en el desinterés y la indiferencia, para re- Ediciones del Dock: como siempre le pareció una novela “mara-
parar en el motivo de la “deuda”, la idea de que la cultura paga, villosa”, en 2007 reeditó Paño verde, de la que se vendieron en
o debería pagar, a los escritores con reconocimiento y celebri- un año nada más que veinticinco ejemplares.
Es posible que la revitalización de la obra de Pla sea todavía
una tarea pendiente, que alguien con la admiración de Pereiro
1
Pla llevaba su diario en grandes cuadernos de contaduría con hojas
foliadas. Esta preferencia delata las ocasiones en que arrancó hojas –son nu-
merosas– y la cantidad de folios suprimidos cada vez. 3
2
Gracias a la amabilidad de Nora Avaro, que tuvo a su cuidado la edición En los últimos dos años, Jorge Bracamonte, colega de la Universidad de
de Intemperie, pudimos acceder a estos cuadernos. Córdoba, amplió la bibliografía sobre Pla con varios estudios significativos.

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y la inteligencia crítica de Capdevila imagine el ensayo o la ¿Y el diario? Esos tres cuadernos que acaso nunca vayan a
narración que le garantice a esta obra una forma de supervi- editarse, ¿no guardarán en reserva, disimulada entre las con-
vencia que desdeñe la rigidez institucional, su metamorfosis fesiones y el registro de las preocupaciones cotidianas, la afir-
literaria. Si tal recomienzo se desencadenase, difícilmente atra- mación de otra perspectiva novelesca, una perspectiva inaudi-
vesaría la novela gracias a la cual Pla se ganó un lugar en las ta desde la que se podría apreciar el conjunto de la obra bajo
historias de la literatura. Leído hoy, Los Robinsones aparece una luz diferente? No hay razones para suponerlo. En primer
como un texto excesivamente fechado –por eso vale como docu- lugar, porque Pla no concibió la práctica del diario como un as-
mento–, anacrónico, no sólo respecto de nuestra actualidad, sino pecto de su oficio literario, pero sobre todo porque, cuando la
también del momento en que se publicó, 1946, si identificamos distinción se pierde y la intensidad de una notación se vuelve
ese momento con la afirmación del modo de ser literario que similar a la de las ficciones, el horizonte moral que delimita los
puso en juego Borges. Entre Borges y Mallea, para tomar como alcances de la escritura de la intimidad –la fuerza con que pre-
referencia una alternativa que signó, según hoy se puede leer, senta afectos novelescos– es absolutamente congruente con el
la elección de morales de la forma narrativa en los cuarenta 4 , que condiciona los experimentos narrativos. El personaje lite-
Los Robinsones, con su entramado de pensamientos y gestos rario en el que se convierte el diarista, cada vez que la inten-
trascendentes que abruman al lector desde la representación ción de registrar o de examinarse muestra que responde a im-
de diálogos trascendentales, cae del lado del humanismo del pulsos desconocidos, está hecho con la misma materia, indivi-
autor de La bahía del silencio y es así como se asegura un futu- dualizado conforme a los mismos valores que los personajes que
ro de perpetuo anacronismo. (Las páginas del diario registran conversan sobre política, filosofía, literatura, estética, el amor
la identificación –parcial, no sin reservas– con la escritura de y el carácter femenino en Los Robinsones. Es cierto que los dia-
Mallea. La distancia con Borges, por razones que eran lugares rios que llevó Pla entre 1932 y 1945, mientras escribía su pri-
comunes en la época –la idea de que su literatura no es más mera novela y le buscaba editor, son más interesantes que los
que un entretenimiento ingenioso, un “pretexto para la cavila- de su alter ego, Ricardo Almodóvar, en la trama de esa ficción,
ción intelectual”–, está expuesta en un ensayo de 1946 sobre más ricos en matices y contingencias que refuerzan la sensa-
“El problema actual de la novela”, publicado en el número 19 ción de vida y la certeza de realidad, pero ni siquiera esta dife-
de la revista Universidad.) El juicio de una lectora sutil como rencia que celebramos conmueve la rigurosa complementariedad
Beatriz Vignoli (2009), que acaba de descubrir en Intemperie entre registro íntimo y presentación novelesca. El mismo espí-
“una obra maestra de la literatura argentina”, no solo la culmi- ritu que animó la escritura de Los Robinsones, con otras tonali-
nación del arte narrativo de su autor, si no también una ficción dades y sin pretensiones estéticas, es el que recorre los cuader-
“de plena vigencia”, cuyas complejidades y audacias podrían nos de Pla: “la grave seriedad moral que presidió siempre su
servirnos para interrogar el presente, lleva a pensar que la trabajo” (Aira 2001: 446).
novela gracias a la cual la obra de Pla tendría chances de con- Hay dos grandes clases de diaristas: ocasionales y constan-
vertirse de nuevo en búsqueda y promesa de una revelación tes. Los de la primera clase llevan un diario durante el tiempo
original sería más bien la última, antes que la primera, que que dura el proceso que decidieron registrar, ya sea un emba-
publicó en vida. razo (Tiempo de espera de Carme Riera), la escritura de un li-
bro (Diario de un libro de Alberto Girri) o, lo que es más común,
un viaje (Diario de viaje a París de Horacio Quiroga, por dar un
4
Ver Podlubne 2011. ejemplo). Los de la segunda clase comienzan a llevarlo sin sa-

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ber por cuánto tiempo pero como si fuesen a hacerlo por el res- guir con el ejercicio cuando se debilitan las incitaciones mora-
to de la vida, y lo que define su condición es menos la obedien- les que hasta entonces lo impulsaban. Lo cierto es que, cual-
cia al mandato Nulla dies sine linea, que la constancia con que quiera sea la importancia de lo que se perdió (¿cómo saberlo?),
sostienen el proyecto de escribir diariamente para intervenir los dos cuadernos en los que Pla llevó su diario entre 1935 y
sobre lo que les dificulta la existencia, o, más simplemente, para 1945 tienen por sí mimos suficiente riqueza como para alentar
poner algo a resguardo de la desaparición. 5 Durante el tiempo una aproximación crítica.
del que tenemos registro, y sabemos que desde antes, y supone- Dejamos fuera de este estudio los cuadernos de adolescen-
mos que hasta mucho después, Pla fue un diarista constante cia, porque si bien registran las vivencias de un muchacho con
porque mantuvo la creencia en las virtudes de la observación y intereses y preocupaciones literarias, que escribe e incluso pu-
el cuidado de sí mismo a través de la escritura, aunque muchas blica, todavía no son diarios de escritor, es decir, diarios que
veces los resultados de esta práctica lo decepcionasen. exponen desde un punto de vista literario deliberaciones sobre
En una de las entradas de “Mi libro”, la del martes 21 de el valor y la eficacia de “esta cosa singular que es escribir un
abril de 1931 (tenía entonces dieciocho años), Pla menciona un diario” (14 de marzo de 1944). En el título, “Mi libro”, y todavía
diario que escribió a los catorce, en el que buscaba desahogo antes, en el acto de ponerle título a un diario secreto, se con-
para sus sufrimientos, y después quemó. Según una referencia densa el sentimentalismo que impregna las anotaciones desti-
de Polemann, poco antes de morir, a los sesenta y nueve años, nadas, más que a registrar, a cultivar los excesos de la sensibi-
todavía llevaba un diario, en el que dejó constancia de la des- lidad que el adolescente toma por blasones de su exquisita ra-
trucción de una novela en curso. Por lo mismo que desconoce- reza. El cuaderno es el confidente que escucha y celebra los
mos el destino de este cuaderno final, no se encuentra en el arrebatos del narcisismo herido, las autocomplacencias en el
Archivo que guardan los herederos, ignoramos qué tan conti- “desafuerillo” nervioso. En sus páginas se reflejan, como en un
nua fue la práctica diarística de Pla entre 1945 y 1982, el año espejo bruñido por pretensiones estetizantes, “pedazos del alma”
de su muerte. Además de lamentar la desaparición, no sabemos que sufre de soledad, incomprensión, e incurable extranjería.
de cuántos cuadernos, por lo que valdrían como documentos
biográficos y literarios de la madurez del escritor (¿qué distin- Me ahogo. Me falta luz.Vivo en la más crasa incompren-
tas formas tomó, a lo largo de tres décadas, la tensión entre los sión. Todos mis familiares me resultan extraños. No sé qué
principios de coherencia y autenticidad, los reclamos privados piensan de mí. Que soy un loco, lo piensan muchos. Que río
de celebridad y gloria y las posibilidades que ofrecía el campo por cualquier motivo, que soy un mal genio y que hago mil
literario en términos de lucha por la legitimidad cultural?), la- disparates al día.Quiero alejarme de todos. Además me fas-
mentamos la pérdida de un corpus que muy probablemente nos tidian sus problemas. Quiero irme solo. Solo. Sé que nadie
hubiese permitido abordar un tópico de extraordinario interés: me quiere. Ellos quizá están convencidos que me quieren.
cómo se sostienen y cómo varían con el paso de los años las Pero es distinto. Lo dije una vez y lo repito: mi gran trage-
relaciones del diarista con su práctica, la atribución de qué fun- dia, se sintetiza en esto: “Tuve mil padres y no tuve ningu-
ciones permanece, qué nuevas razones encuentra para prose- no.” Sin embargo, me queda un consuelo. Es puramente es-
tético. Pude escribir de mi vida, muchas páginas interesan-
tes. Falta lo mejor. Eso será lo mejor que escriba antes de mi
5
“Ce qui définit le diariste, c’est moins la constante de sa pratique que
suicidio (5 de junio de 1932).
celle de son projet” (Genette 1981: 317).

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Pla nació el 8 de octubre de 1912, dos meses después de la nio de quienes lo frecuentaron y de lo que el registro de lectu-
muerte del padre. Un tío materno y el hermano mayor, Cortés, ras y opiniones personales deja entrever en las páginas de sus
encabezan la lista de los “mil padres” simbólicos que finalmen- cuadernos, Pla tiene el enciclopedismo selectivo, criterioso, que
te aumentaron la sensación de desarraigo congénito. Más acá casi siempre va acompañado por el recelo hacia los especialis-
del dramatismo saturado de retórica que sobrevive incluso en tas, y una notable confianza en los propios recursos y perspec-
algunas confesiones de la madurez, la figura del huérfano, como tivas, sobre todo cuando lo estimula el espíritu de rivalidad.
afirmación de una diferencia que reclama y al mismo tiempo “Ya llegará el día en que me imponga, por la fuerza de mi ho-
reniega de la comprensión, envuelve un núcleo auténtico del nestidad, por la fidelidad insobornable a mi propia verdad” (21
que extrae sus fuerzas otra imagen, la del autodidacta, en la de octubre de 1942). Los fundamentos sobre los que se asientan
que convergen el orgullo y la inquietud de sí mismo. A través la tenacidad y la inteligencia, la sostenida capacidad de traba-
de esta figura fascinante, de rica y admirable prosapia en la jo, son de orden moral, por eso no es raro que cuando se distrae
cultura argentina, Pla se reconoce legítimamente, sin impos- de la presencia de los otros, que a veces son los pares de cada
turas, como vástago de su esfuerzo y su talento. Lo que lo in- oficio y otras “todo el arte moderno”, el autoexamen recoja las
quieta es que para realizarse según las leyes desconocidas de dudas sobre la autenticidad de sus convicciones y hasta lo abis-
su propia necesidad, él, que era un hijo póstumo, tuvo que trai- me en el terror al fracaso:
cionar las expectativas paternas (abandonó los estudios que fi-
nanciaba el hermano mayor). Algo de esta traición que lo exal- Me aterra pensar que puedo llegar al fracaso y con él (esto
ta y lo intranquiliza volverá cada vez que rompa un lazo de es lo más terrible) a la convicción de que mi literatura no
filiación, ya sea con un grupo de pares, una amistad o una doc- sirve para nada. Impelido entonces a escribir y sabiendo que
trina. La invención del desarraigo primordial, eso que en mo- no vale la pena escribir, no podría escribir ni dejar de escri-
mentos de extrema lucidez llama “foraneidad” y reconoce como bir. Brrr! (26 de abril de 1938).
“realidad íntima” (noviembre de 1944), es una tarea que para el
autodidacta dura toda la vida. La imagen es en verdad aterradora: un moralista que ya no
El biógrafo más ecuánime no podría menos que celebrar las cree en el valor de su vocación pero que tampoco puede renun-
proezas intelectuales de quien se formó a sí mismo, se dio una ciar a ella. 7 Hasta que se interrumpe el diario a comienzos de
“sensibilidad” y un “gusto” estético sobresalientes, y sin diplo- 1945, sobre todo mientras escribe Los Robinsones, el fantasma
mas que lo habiliten (Pla no terminó siquiera la escuela secun- del fracaso inquieta por momentos la conciencia de Pla y sus-
daria) ejerció con probidad como editor, periodista, docente, cri-
tico de arte y traductor (¡de tres lenguas!), mientras desarro-
llaba un proyecto literario ambicioso, exigente. El diario regis-
tra en detalle el progreso de cada una de estas tareas, cómo las
free lance. Sus diarios, que lo registran todo, tareas y remuneraciones, son un
necesidades económicas y los golpes de suerte condicionan los documento extraordinario, por la cantidad y la calidad de las informaciones
cambios de oficio y cómo el artista persevera en su vocación a que comunican, sobre las condiciones y los avatares de la profesionalización
través de las contingencias. 6 Del autodidacta, según el testimo- del escritor argentino en las décadas del 30 y el 40.
7
Lo que la imagen entredice –el diarista no reflexiona sobre esto pero lo
sabe, porque lo experimentó– es que el deseo de literatura, la imposibilidad de
6
Como Pla se obstinaba en no atarse a un empleo permanente y para vivir dejar de escribir aunque sea para nada, excede el horizonte moral de la voca-
de su pluma, casi siempre con privaciones, tenía que multiplicarse en trabajos ción.

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pende las promesas de celebridad y “gloria” que le había hecho uno al que no se le escapa que también se llevan diarios para
su vocación. El patetismo de las entradas que exhiben e inten- poder quedarse a solas, y entonces echa mano de la coartada
tan conjurar el temor a “malograrse” habla de la inquietud en espiritualista: “Necesito gobernar en mí, y eso es lo que me fal-
la que se construye la figura del autodidacta, la misma que ta: Dominar” (14 de marzo de 1944). El diario como práctica de
impulsa la voluntad de “llegar a ser” excepcional. (Para comen- autodominio: la receta más antigua. En la escritura de sus pen-
zar a dibujar el cuadro de las alternativas que ofrecen las rela- samientos y sus trabajos cotidianos (los diarios de la madurez
ciones del escritor-diarista con la posibilidad de que fracase su recogen muy poco de las vivencias sentimentales), Pla se ob-
proyecto literario, en el extremo opuesto al de Pla habría que serva, se revisa, trata de aclararse y ordenarse, de poner equi-
situar el caso de Julio Ramón Ribeyro, que usó el diario para librio en su espíritu. Para alcanzar la “serenidad” que comple-
resistirse a los encantos de la fama y por eso lo tituló La tenta- mente y encauce el entusiasmo, extirpa las incoherencias que
ción del fracaso, y entre ambos, como centro provisorio, el caso desorientan la reflexión, porque se le antojan “cuerpos extra-
de Rosa Chacel, que encomendó al suyo el estudio de los pro- ños”. El trabajo de purificación más exigente es el que realiza
gresos que “la idea del fracaso” iba haciendo en su conciencia, sobre su “sensibilidad”, que es como decir, sobre la sustancia
cómo se le volvía más familiar en cada jornada.) que nutre la diferencia y la presunción de superioridad de sus
Elias Canetti ensayó una teoría sobre los diarios “auténti- actos.
cos” con la que Pla seguramente habría coincidido. Los únicos
diarios que no se prestan a falsificaciones serían aquellos en Mi sensibilidad es como la brea para las cosas exteriores;
los que uno habla consigo mismo, se desdobla para escucharse y éstas como plumas: se me pegan. ¿Puedo luego despojar-
de verdad, con curiosidad y paciencia, y cuando no hace el pa- me de todas? ¿Cuáles penetran, cuáles quedan afuera, como
pel de la conciencia que juzga actos y pensamientos toma el de cuerpos extraños? (7 de setiembre de 1944).
alguien que nos advierte sobre los excesos de la conciencia
juzgadora. 8 Esta experiencia moral, que supone la posibilidad La insistencia en la imagen del “cuerpo extraño” se corres-
de representar varios papeles en serio, explicaría el sentido que ponde con la ilusión de un núcleo interno que hay que preser-
tiene un diario auténtico “para quien lo escribe, es decir, para var de las falsificaciones a las que está expuesto el autodidacta
alguien que de todos modos escribe muchísimo, porque su pro- por su voracidad intelectual.
fesión es escribir” (Canetti 1994: 78). Cuando tiene que respon- Como Canetti, Pla observa y juzga el valor de todo lo que
der a las sospechas que él mismo se plantea sobre el egocen- estimula el diálogo de la conciencia consigo misma, las conduc-
trismo y la vanidad de los diaristas, sin retroceder ante la pa- tas personales, las políticas de las instituciones, las experien-
radoja, Pla recurre primero a la coartada de la sociabilidad: cias artísticas, desde un paradigma que enfrenta lo auténtico
para el que vive en una excesiva soledad, el “diálogo interior” con su contrario, la “mistificación”. Lo que vuelve tan peligro-
es “una manera de ser sociable consigo mismo” (16 de junio de sos los mitos es la capacidad que tiene lo ilusorio de establecer-
1941). Después adopta la posición de un observador más sutil, se como una atmósfera tibia y confortable, de garantizar tran-
quilidad a cambio de embriaguez. El ejercicio de la autentici-
dad sería en cambio una disciplina solitaria y difícil, que re-
8
quiere esfuerzo, además de coraje, en la que se pone a prueba
No hace falta demasiada perspicacia para advertir que el supuesto des-
doblamiento del diarista no es más que una duplicación que fortalece la iden-
la fidelidad del diarista a eso inapreciable que llama sensibili-
tidad consigo mismo desde algún punto de vista que lo trasciende dad. No se trata solo de perseverar en sus manifestaciones ha-

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bituales, si no también de moverse y cambiar, cuando se vuelve cuando lo posterga indefinidamente. Para afirmarse, para co-
necesario, pero únicamente desde su interior. Para subrayar nocerse, para corregirse, e incluso para sentirse, Pla recurre en
las exigencias y el costo que supone jugarse por lo auténtico en el diario, con una insistencia asombrosa, al reconocimiento o la
un medio cultural como el argentino, que solo valora las imposición de alternativas. Si no elige esto o aquello, se siente
mistificaciones, Pla se apropia de una frase de Santayana que tironeado entre opuestos o fantasea con una coexistencia ar-
lo deslumbró: “Prefiero estar desolado a estar borracho: y esa mónica que presiente irrealizable. Cuando esta gimnasia men-
es la alternativa” (30 de setiembre de 1943). Nada menos. Y tal se precipita, a las figuras que componen el personaje del
aunque agrega que mejor sería que la alternativa se quiebre y diarista, la del desarraigado y la del autodidacta, se superpone
la desolación no sea necesaria, unos meses después redobla la una tercera, la del caviloso, que le da su espesor definitivo.
apuesta cuando sospecha que la publicación de Los Robinsones
no tendrá demasiados ecos: “prefiero perderlo todo a ganar so- ¡Cavilar! Quiero averiguar la etimología de esta palabra.
lamente un poco” (19 de mayo de 1944). Antes ignoto que uno Porque me paree exacta –no sé por qué– como definición de
más entre las líneas de los fraudulentos. La moral de la auten- toda mi vida interior, cuando no sueña. A veces se renueva
ticidad es, como cualquier otra, un pretexto para la impostura. la pregunta: ¿soy un poeta, un ensayista, un escritor o un
Lo admirable de Pla es la cantidad de veces que la prédica no estudioso? ¿Un artista o un pensador? (22 de octubre de
es desmentida o contrariada por la verdad de sus deseos. Esta 1938).
coincidencia resplandece en los pocos momentos de reposo y
conformidad que quedaron asentados en el diario. Ninguno tan El tono sereno y circunspecto que Pla ensaya para equili-
feliz como el encuentro con Gombrowicz. Lo que los unió, por brarse está casi siempre sometido a las resonancias de una es-
encima de las diferencias estéticas e ideológicas irreconcilia- pecie de bajo continuo crispado, la queja por los antagonismos
bles, fue el rechazo a las autocomplacencias y las servidumbres entre el mundo del trabajo literario, que es el de la realización
de la vida literaria, a la figura del “literato” como falsificación en todos sus aspectos, personal, social y político, y el del perio-
del escritor. “He aquí un hombre con quien se puede hablar sin dismo, que es un mundo falso y grotesco. El culto a lo auténtico
deformar nuestra autenticidad. Reforzándola, por el contrario” desvirtúa y degrada la necesidad de adaptación.
(13 de agosto de 1944). 9 En uno de esos diálogos sin concesio-
nes, el polaco le habría pedido que no hablasen de literatura, Preparo algo para El Mundo. ¿Qué hacer? Las cosas que
que hablasen de la vida. Pla entendió que lo intimaba a vivir no me interesan son las que ellos piden. Y al revés. Sin em-
más y a pensar menos (¿esa sería la consigna para sortear las bargo, es preciso ese dinero. No termino de resignarme a
mistificaciones?), como si vida y pensamiento pudieran sepa- esto. Este mes, como consecuencia, cien pesos de atraso en
rarse. La duplicación de la realidad (vida/pensamiento, vida/ el diario. Pero así debe ser. No puedo entregarme a la esto-
literatura, lo vital/lo estético) es un arma endemoniada porque macal impaciencia de la “nota” de fácil circulación. Bastante
parece que facilita el acceso a lo auténtico de la sensibilidad me ha repugnado las veces que he caído en esto. Veces, por
suerte, aisladas y contadas (30 de setiembre de 1943).

9
(Basta pensar en cómo resolvió el supuesto conflicto uno de
En 1978, a pedido de Rita Gombrowicz, Pla escribió algunos recuerdos
encantadores de esta amistad en los que persisten el deslumbramiento y la
los colegas que compartía con Pla la famosa página 6 de El
admiración sin reservas. Ver Gombrowicz 2008: 47-50. Mundo, Arlt, para que se haga muy evidente el maridaje entre

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el afán de autenticidad, la autofiguración del artista insobor- sentirse vivo, no solo de vivir, sino de experimentar la vida como
nable e intransigente, y las falsificaciones que requiere la du- una afirmación de lo posible. La forma bastante convencional
plicación moral del mundo de los oficios. 10 ) Sobre esta tensión en la que el autor de Los Robinsones sobrellevó el problema,
que el diario registra y custodia, se recorta toda una serie de mientras escribía el libro y durante los años de “impaciencia
tironeos que comprometen los distintos universos en los que la corrosiva” en los que le buscó editor, fue poner la resolución a
conciencia se observa y se estudia. Si repara en la vida social, cuenta de los efectos que iba a tener sobre el público. Un expe-
el diarista enfrenta la inteligencia que le hace ganar todas las diente tan convencional como tortuoso.
discusiones con su parte sentimental y distendida. Si se replie-
ga en la intimidad, vigila el conflicto entre la voluntad de Sé de lo que sufro. De esta postergación, de esta espera.
autodominio y las pasiones espontáneas. Y si juzga la consis- Como si el vivir estuviese relegado al momento de triunfar.
tencia de su compromiso ideológico, reprueba la distancia en- Vivir, es solo vivir en la atención de los demás, para mí. ¿La
tre las adhesiones filosóficas y la inmersión en las luchas polí- proverbial vanidad del escritor? Creo que no. Es que vivir,
ticas. Las alternativas que le plantea el trabajo literario son para el escritor, es hacerse oír. Ser escritor, es lo que me fal-
igual de prolijas: de un lado está el estilo conciso y directo, el de ta, en sentido realizado, material. Este es el triunfo. Mien-
los ensayos, del otro, el amplio, vigoroso e instintivo, el de la tras tanto sigo en potencia, en una postergación de mi vivir
novela; de un lado, lo que el arte tiene de juego placentero y (17 de mayo de 1942. Los subrayados son del autor).
entretenido, del otro, el compromiso humanista.
“Es posible que mis cuentos sean, en última instancia ‘lo que Un escritor en souffrance, para jugar con el doble sentido de
me sale’. Es así. Ahora, yo necesito ser escritor, sentirme escri- una expresión francesa que él seguramente hubiese aprobado.
tor para vivir. ¿Por qué? Porque ya he construido toda una vida En sufrimiento y en suspenso. ¿No es ésta la postergación me-
sobre esa base. Esto parece poco honrado” (Wernicke 1975: 28). tafísica a la que quedan librados todos los que esperan sentirse
La reserva con la que se clausura esta confesión es un despla- escritores para poder vivir? Pla supuso que era una cuestión
zamiento de otra inquietud más esencial, ajena a las presun- transitoria. Tarde o temprano la novela se iba a publicar y los
ciones morales: la identidad del escritor no depende de su prác- lectores entenderían que su forma de presentar la realidad del
tica, no alcanza con escribir, ni siquiera con escribir bien, es país y de los jóvenes que resisten el fracaso y la decadencia era,
una cuestión que afecta su ser. Para Pla, como para Wernicke, además de vívida, auténtica. El viejo imaginario del autor como
la necesidad de sentirse escritor compromete la posibilidad de artesano, ideólogo y maestro lo sostuvo en la apuesta. Para so-
portar la demora, le confió al diario el desasosiego y las amar-
guras que le provocaba el “complejo de escritor inédito” en los
días de desesperanza. Como el último cuaderno del que dispo-
10
A propósito de Arlt: es una pena que en las entradas de 1941 no haya nemos se interrumpe un año antes de la publicación de Los
siquiera una huella de la polémica que Pla mantuvo con él en las páginas de
El mundo a propósito de la novela moderna. Capdevila le dedica un parágrafo
Robinsones, nos falta el final de la historia, que pudo ser feliz,
completo de su prólogo (2009: 22-24) en el que comenta la poética antinarrativa porque la novela tuvo buena recepción, o, lo que es más proba-
del autor de Los Robinsones, la idea del novelista como cazador de presencias ble, equívoco. Tal vez sea un abuso de confianza, pero al perso-
vivientes, deudora de Ortega y Gasset. Se ha señalado la “inspiración arltiana” naje de los diarios de Pla en los años posteriores a 1946 lo ima-
de algunos personajes de Pla (Prieto 2006: 361). En la lista habría que incluir
al diarista-autodidacta-caviloso, sobre todo cuando el cavilar se convierte en
ginamos todavía rumiando la insatisfacción, agradecido, pero
tortura. decepcionado, porque los elogios no advirtieron exactamente lo

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que él esperaba, o porque la novela dejó de parecerle la “cosa por el carácter excesivamente discursivo del diario, nacido de
importante” que creía que era antes de publicarla. En souffrance un deseo simple de sinceridad. En esta tensión final se suspen-
entre la certeza de la vocación y el temor a no poder realizarla. den las cavilaciones. ¿Por qué no imaginar que en alguno de los
El cavilar se resuelve en deliberación sobre la conveniencia de cuadernos perdidos, un tiempo después, Pla recuperó el cinis-
llevar un diario cuando Pla relee algunas entradas de “Mi li- mo que venía cultivando desde la adolescencia para refugiarse
bro” y nota que la sinceridad que se alcanza a través de las de los excesos sentimentales y entendió que no hay escritura
confesiones espontáneas, despreocupadas de la forma, es vul- de sí mismo sin manipulación, pero tampoco manipulación que
gar franqueza, “sinceridad sentimental” que no contribuye ni no revele algo auténtico? “En un baile de disfraces, cada uno se
al conocimiento ni a la transformación de sí mismo (19 de mayo disfraza de quien realmente es. No se puede no ser sincero”
de 1942). Las confesiones auténticas serían aquellas en que sin- (Umbral 1999: 139).
ceridad y forma son una misma cosa: la verdad de las ideas se
exterioriza si la expresión es exacta, si se eligieron y combina-
ron las palabras necesarias. Aunque no es literatura, la escri-
tura del diario plantea problemas de técnica literaria, la nece-
sidad de encontrar el estilo y el tono adecuados para la mani-
festación y el perfeccionamiento de la sensibilidad. A lo largo
de los años, Pla ensayó distintos registros para ver si finalmen-
te daba con una forma que fuese al mismo tiempo tensa y sere-
na, que sirviera para exteriorizar, y al mismo tiempo contener
y modelar, las impaciencias. Casi sobre el final del tercer cua-
derno, lo encontramos hundido en la certidumbre de su fraca-
so: lo más falso y mistificado de todo lo que escribió es precisa-
mente el diario.

Abro este cuaderno y siento inmediatamente una especie


de incapacidad para escribir en él de un modo que después
no me parezca artificial, fingido, no sé qué. Me vigilo quizá
demasiado (27 de setiembre de 1944).

Acaso lo más falso y mistificado de todo lo que Pla haya es-


crito sin dejar de ser sincero sea la descalificación del diario
por su falta de sinceridad. En la alternancia de explicaciones
heterogéneas podríamos encontrar una pista de la falsificación.
Primero le atribuye al esteticismo las fuerzas que lo desvían
del camino hacia lo verdadero: es tal su gusto por las imágenes,
que cuando quiere confesarse se distrae paladeando frases como
si fuesen golosinas. Unas páginas más adelante se amonesta

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II

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Vida y obra
Roland Barthes y la escritura del Diario

¿Cuántas veces oímos decir que el discurso de la crítica lite-


raria es uno de los más permeables al influjo de las modas inte-
lectuales y que la obra de Roland Barthes, tomada en su desa-
rrollo, es decir, en la sucesión de libros que la componen, se
ofrece casi espectacularmente como ejemplo de esta sujeción?
Habría en ella un primer momento, brechtiano, en el que la
especificidad literaria se define en términos ideológicos, como
compromiso formal determinado en última instancia por la His-
toria. A ese momento sociológico, signado por el encuentro de
marxismo y existencialismo, lo seguiría otro con menos preten-
siones políticas, en el que los términos que explican el funcio-
namiento discursivo de la literatura los proveen la lingüística
y la semiología. El breve interregno estructuralista haría lugar
en seguida a la teoría del texto, apuntalada masivamente por
el psicoanálisis lacaniano y las filosofías de la diferencia
(Deleuze y Derrida), en la que ya no se trata de lo específico
sino de lo singular, de la literatura como acontecimiento irre-
ductible. Del textualismo generalizado se desprendería el últi-
mo momento, el del giro autobiográfico en clave nietzscheana:
la literatura deviene el Otro, el interlocutor eminente y desco-
nocido, de los ejercicios éticos que ejecuta el crítico cuando en-
saya la microfísica de su estupidez. Todo esto es una ristra de

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generalidades desprovista de matices, de inflexiones sutiles, heterogéneos, los que responden a lo intransferible de los afec-
pero también la reconstrucción a grandes trazos de cómo se tos que despiertan ciertas lecturas (“¡esto fue escrito para mí!”)
encadenaron efectivamente, siempre en sintonía con el aire de y los que obedecen a la necesidad profesional de atribuirle a
los tiempos, los contextos intelectuales en los que Barthes en- esa ocurrencia que se quiere misteriosa un valor definido (“esto
contró cada vez las “abstracciones” que le permitieron encau- hace bien, porque nos enseña algo”) 3 ; cada vez que los modos
zar conceptualmente los “gestos” que su cuerpo de crítico lite- del ensayo barthesiano afirman simultáneamente “lo Irre-
rario hacía en ese momento. 1 ductible de la literatura: lo que en ella resiste y sobrevive a los
Sin desconocer las virtudes pedagógicas de este tipo de pre- discursos tipificados que la rodean” (Barthes 1982: 131) y los
sentaciones, en las que hay un sujeto que se conserva idéntico compromisos morales que el deseo de saber contrae con la cul-
a sí mismo a través de todos los momentos, aunque más no sea tura, asistimos al recomienzo de la crítica como búsqueda de la
como sujeto a la moda de cada temporada, prefiero pensar la literatura, búsqueda determinada por la indeterminación de lo
obra de Barthes sobre todo en términos de recomienzo e literario, que no niega, pero sí neutraliza y deja inoperante,
inactualidad, es decir, de insistencia y afirmación de lo anacró- después de reclamarlo, el ejercicio de la contextualización.
nico y lo indeterminado (fechada y al mismo tiempo sustraída Esta vez querría intentar una excursión mucho menos am-
de cualquier presente). La evidencia del desarrollo y de la suje- biciosa, plegándome a la insistencia de otras preguntas, las que
ción a la ley del contexto disimula el movimiento espiralado y atraviesan la deliberación que Barthes habría sostenido durante
discontinuo, hecho de progresiones y desplazamientos impre- casi cuatro décadas sobre la conveniencia de llevar un diario de
vistos, de permanencias obsesivas y discretas transformacio- escritor. Por diario de escritor entiendo, cuando salto de la evi-
nes, que caracteriza la errancia de cualquier búsqueda esen- dencia empírica a la arrogancia conceptual, un diario que, sin
cial. Como todo lo que impone su interés, porque nos atrae ha- renunciar al registro de lo privado o lo íntimo, expone el en-
cia la experiencia de su ambigüedad, los ensayos de Barthes cuentro de notación y vida desde una perspectiva literaria y
exhiben las huellas del horizonte cultural que los condicionó desde esa perspectiva se interroga por el valor y la eficacia del
mientras señalan el advenimiento de posibilidades críticas que hábito (¿disciplina, pasión, manía?) de anotar algo en cada jor-
recién comenzamos a imaginar. Las entredicen, como una pro- nada. Aunque por lo general la sitúen en el borde externo de
mesa de sentido que desprende cada libro del contexto que lo los márgenes que delimitan su actividad, la práctica del diario
identifica para que lo podamos reescribir. plantea a los escritores problemas específicos de técnica litera-
Alguna vez hice girar la constelación de ensayos en los que ria, ligados a la conciencia que han adquirido de los poderes y
Barthes dialoga con la literatura alrededor de un centro ines- los límites del lenguaje cuando se propone representar o captu-
table, la interrogación por el poder y las potencias, mezclando rar de algún modo fragmentos de vida, como así también les
los distintos momentos de su obra hasta impugnar las condi-
ciones que sirvieron para delimitarlos. 2 ¿Qué puede la literatu- 3
De las varias supersticiones morales que alejan al crítico de la afirma-
ra y cómo puede la crítica responder activamente a su afirma- ción de la literatura como ocurrencia intransitiva, la creencia en el valor pe-
ción intransitiva? Cada vez que la subjetividad del ensayista dagógico de lo que sucede en la lectura es tal vez la más resistente. El recurso
aparece tensionada por la coexistencia de dos impulsos al estereotipo “lo que la literatura nos enseña” (¿quién no cedió a sus encan-
tos?), aunque refiere a algo que desconocen los saberes que la rodean, se impo-
ne, a la larga o a la corta, como un límite infranqueable contra el que se debi-
1
Ver “Los gestos de la idea”, en Barthes 1978: 108 lita cualquier tentativa de pensar críticamente una ética del acontecimiento
2
Ver Giordano, 1995. literario.

92 93
plantea cuestiones más mundanas, ligadas a las posibilidades “Deliberación” personal sobre el género, que al menos retórica-
o los riesgos de la autofiguración (¿a través de qué imagen se lo mente tenía que ayudarlo en ese momento a tomar una deci-
reconocerá, la de un egotista impenitente, la de un moralista o sión: “¿debería escribir un diario con vistas a su publicación?
la de un experimentador –según la trillada metáfora del diario ¿Podría convertir el diario en una ‘obra’”? (Barthes, 1986: 366).
como laboratorio?). Cuando hablo de perspectiva literaria, pien- Este ensayo, en el que coexisten la especulación crítica con la
so entonces, a la vez, en exigencias institucionales determina- transcripción de algunas ejercitaciones prácticas (ocho entra-
das históricamente, y en los requerimientos del deseo de litera- das de un diario de 1977, más una de 1979), merecerá luego un
tura (deseo de un encuentro inmediato entre vida y escritura) comentario a partir de sus alcances éticos (no tan profundos
que liga secretamente al escritor con su obra. como parecen a primera vista) y sobre el interés de algunos
Tanto el primero como el último ensayo que Barthes publicó motivos teóricos examinados. Por el momento, recuerdo que
en vida tratan sobre la escritura del Diario. Es solo una casua- Barthes no resuelve el problema, que no resolverlo es, en su
lidad, ¿pero cómo no usufructuar de ella para darle al comienzo caso, el resultado de habérselo planteado con rigor y coheren-
de la argumentación un golpe de efecto? En “Notas sobre André cia, y anticipo que las razones que justifican ese final decepcio-
Gide y su Diario”, de 1942, el joven Barthes no duda en afirmar nante ponen en manos del lector herramientas para prolongar,
la continuidad entre escritura íntima y obra de arte cuando las y acaso resolver, la deliberación en otras direcciones.
confesiones se autonomizan del ejercicio espiritual que las con- Lo más sorprendente del primer ensayo es que Barthes ya
cita “por el placer que produce leerlas” (Barthes, 2003: 13). To- había descubierto al escribirlo qué procedimiento y qué princi-
davía más interesante, más radical como gesto de lectura ima- pio constructivo son los que mejor responderán en casi cual-
ginativa, es la figuración del diarista como personaje literario. quier contexto a su sensibilidad crítica, el fragmento y la es-
Los papeles personales de un escritor ofrecen claves para el tructura rapsódica, y cómo se puede argumentar el valor de
desciframiento psicológico y la interpretación estética. Barthes estas preferencias en términos de rigor metodológico: más vale
no se priva de estas convenciones, pero además descubre en el correr los riesgos de la incoherencia que reducir a sistema un
diario potencias imaginarias que revierten sobre lo auto- proceso abierto a las contradicciones. Cuando el ejercicio de lo
biográfico el orden ambiguo de la ficción. Por el estilo de sus discontinuo ya sea un hábito legitimado, que se celebre sin ne-
notaciones, pero sobre todo por la fuerza, al mismo tiempo dis- cesidad de justificaciones, exaltará el isomorfismo entre el tema
ciplinada e insensata, que lo lleva a recomenzar casi infinita- de aquel texto precoz, la escritura del diario, y el modo que eli-
mente el ejercicio, el Gide del Diario es tal vez la invención gió para exponerlo, la escritura del ensayo, dándole retrospec-
más fascinante de su literatura: un ser huidizo, hecho de con- tivamente a su devenir crítico la apariencia ligeramente iróni-
tradicciones y simultaneidades anómalas, fluctuante por la fir- ca de un destino secreto en vísperas de su consumación.
meza de sus convicciones, un sabio que sin embargo no es razo-
nable, porque se sostiene en el temblor antes que en la certe-
za. 4 En el otro extremo de la diacronía, 1979, encontramos una
jidad de niveles que supone la enunciación del Yo confesional: “1) Yo es since-
ro. 2) Yo es de una sinceridad artificial. 3) La sinceridad no es pertinente, se
4
Cuando en una de las sesiones del curso “La preparación de la novela”, la convierte en una cualidad del texto que debe ponerse entre comillas” (Barthes,
del 19 de enero de 1980, vuelva sobre lo que entonces llamará “modernidad” 2005: 277). Más adelante volveré sobre la necesidad de entrecomillar el valor
del Diario gidiano, Barthes expondrá la transformación del diarista-testigo “sinceridad” en la práctica de los intimistas modernos, entre los que encontra-
en “actor de escritura“ (lo que llamo personaje literario) a partir de la comple- remos al propio Barthes.

94 95
Con la coartada de la disertación destruida se llega a la sión conceptual, es la conferencia “‘Mucho tiempo he estado
práctica regular del fragmento; luego, del fragmento se pasa acostándome temprano’”, dictada en el Collège de France el 19
al ‘diario’. Entonces, ¿no es la meta de todo esto el otorgarse de octubre de 1978. 5 Menos por un impulso vitalista, que por
el derecho a escribir un ‘diario’. ¿No tengo razón en conside- una necesidad extrema de supervivencia, Barthes afirma la
rar todo lo que he escrito como un esfuerzo clandestino y voluntad de inscribir su trabajo a partir de ese momento bajo
obstinado para hacer que reaparezca un día, libremente, el la divisa incipit Vita Nova. Este programa, al que ya había alu-
tema del ‘diario’ gidiano? Quizá es sencillamente el texto dido en la Lección inaugural de la cátedra de Semiología Lin-
inicial que aflora en el horizonte último (…). güística, tiene alcance existencial y se basa en una teoría de las
Sin embargo, el ‘diario’ (autobiográfico) está hoy desacre- “edades” como mutación y no como progresión de las posibili-
ditado. (Barthes, 1978: 104). dades de vida. La exigencia de trabajar activamente sobre sí
mismo para propiciar el advenimiento de lo nuevo no nace de
Entramos de lleno en el clima espiritual de la “Deliberación”, un reclamo moral de perfeccionamiento, sino de la necesidad
un espesamiento que tiene lugar cuando la duda y el resque- de recuperarse de la aflicción y la acedía. El trato cada vez más
mor interfieren la realización de un deseo arcaico que de todos íntimo con los fantasmas de la impotencia amorosa y creativa
modos se obstina. El curso arremolinado que toma el pensa- habrán sido, cuando la vida recomience, condiciones casi nega-
miento crítico del último Barthes desplegaría las ambigüeda- tivas para su renovación.
des de su transferencia con Gide. Las ganas de hacer literatura Como habría hecho Proust, con quien establece una identifi-
se habrían despertado leyendo el Diario pero para satisfacerse cación casi absoluta, mediada por la creencia en el valor abso-
parcialmente, no a través de la escritura de una novela que luto de la literatura, Barthes encomienda su mutación al des-
abrace generosamente el mundo (esto será hasta el final lo im- cubrimiento “de una forma que recoja el sufrimiento (que aca-
posible por definición y el summum de lo deseable), sino a tra- ba de conocer de manera absoluta, con la muerte de su madre)
vés de otra forma fragmentaria y de estatuto incierto, la del y lo trascienda” (Barthes, 1987a: 329), una forma que no sería,
ensayo. Desde este desplazamiento originario, que no dejará de en su caso, la del ensayo (porque siente, tal vez con razón, que
ocurrir a lo largo de toda la obra, impregnándola de belleza e ya agotó las posibilidades novelescas del género), ni la de la
intensidad, hay que leer la voluntad programática, tan mani- novela en su sentido convencional (porque sabe, con certeza,
fiesta en los últimos años, de que el ensayo se metamorfosee en que no podría escribir una 6 ). A la “tercera forma” que serviría
diario para mostrar, más acá de las exigencias y las aventuras
conceptuales, la vida como acontecimiento sutil. El problema
5
es que los placeres y las convicciones del lector que puede des- La otra cima es La cámara lúcida, publicada en 1980, pero escrita entre
el 15 de abril y el 3 de junio de 1979. Los dos cursos que componen La prepa-
cubrir literatura en una notación desprovista de intenciones ración de la novela (“De la vida a la obra”, dictado entre el 2 de diciembre de
estéticas no se proyectan sobre su metamorfosis en escritor- 1978 y el 10 de marzo de 1979, y “La obra como voluntad”, entre el 1 de diciem-
diarista. Los fantasmas del descrédito cultural (si hasta Proust se bre de 1979 y el 25 de febrero de 1980) desarrollan, con luminosa pedagogía,
burló de los que practicaban el género) ensombrecen la peripecia. los fundamentos éticos y el sentido de las decisiones retóricas tomadas para la
escritura de los dos ensayos-límite.
Una de las dos cimas que alcanzó la experimentación 6
Apuntes para un ensayo sobre continuidad y variaciones en la gran tra-
barthesiana con lo novelesco de la escritura ensayística, ese dición francesa de los escritores-moralistas: la primera razón que da Barthes
límite de la argumentación en el que la potencia indecible de para justificar la imposibilidad de escribir una novela, no sabe mentir (aun-
los afectos intensifica y al mismo tiempo neutraliza la preci- que quiera, aunque tampoco pueda decir la Verdad), es casi la misma que se
daba Charles Du Bos en el Diario, cuando se lamentaba de su escrupulosa y

96 97
para representar el orden de los afectos con discreción, sin im- contraron un texto listo para ser publicado en Tel Quel en el
ponerla la fijeza de los lugares comunes sentimentales ni las que Barthes recogió una serie heterogénea de apuntes casua-
imposturas del egotismo, Barthes la llama, de todos modos, les tomados en Marruecos, en 1968 y 1969. Son instantáneas al
Novela, porque entiende que sólo la Novela podría movilizar borde de la insignificancia, desprovistas de valor representati-
las potencias que corresponden a su edad: la fuerza impersonal vo (no apuntan a la reconstrucción del carácter del observador
del amor y el poder de la compasión. No es que esté pensando ni de la idiosincrasia de los seres observados), rastros evanes-
en un relato, ni siquiera en su versión fragmentada, sino más centes de algunos encuentros fortuitos con gestos o imágenes
bien en un engarce aleatorio de notaciones capaces de conjugar impregnados de sensación de vida y certeza de realidad.
la elegancia formal con la verdad del instante en el que se insi- Cuando unos años después de aquel periplo encantador por
núa un afecto. La práctica de la notación registra contingencias Tánger y Rabat, Barthes asuma a desgano el compromiso de
e individualiza matices, “capta una viruta del presente, tal cual un servicio militante obligatorio, el viaje a la China de la Revo-
salta a nuestra observación” (Barthes, 2005: 141), es decir, tal lución Cultural en compañía de los amigos de Tel Quel, llevará,
cual nos punza sutilmente, encegueciendo la comprensión (esa entre el 11 de abril y el 4 de mayo de 1974, un diario de viaje en
ceguera puntual recibe, entre otros, los nombres de goce, el que registrará obsesivamente cada visita tediosa de cada jor-
punctum y sentido obtuso). nada extenuante (a fábricas, escuelas, exposiciones industria-
Barthes tenía presente la posibilidad de un texto que ligase les, astilleros, hospitales, museos, parques y espectáculos de-
“añicos de novela” (Barthes, 1987a: 272) sin forzar la continui- portivos), con miras a la escritura de un testimonio ideológico
dad, por lo menos desde mediados de los 60. En los ejercicios de personal que publicará al regreso. (Como estos diarios fueron
un aprendiz anónimo que finalmente no se convirtió en escri- concebidos meramente como ayuda-memoria para facilitar la
tor (la alegoría autobiográfica parece evidente), encontró frag- redacción del testimonio, aunque también cumplen funciones
mentos con impulso novelesco pero desprendidos de cualquier de refugio y resguardo del equilibrio sentimental del viajero, y
desarrollo, en los que la brevedad suponía un ritmo de inte- registran aquí y allá el despuntar de lo curioso, no participan
rrupciones y recomienzos desplazados y no un repliegue a par- en absoluto de la búsqueda existencial-literaria de la “tercera
tir de la clausura sintáctica. Los llamó incidentes, “cosas que forma” y están muy lejos de responder a las exigencias de la
caen, sin golpe y sin embargo con un movimiento que no es in- Vita Nova). La decepción y el fastidio que provoca, incluso en
finito: continuidad discontinua del copo de nieve” (Ídem: 273). un barthesiano impenitente, la lectura del Diario de mi viaje a
Bajo este título, entre sus papeles póstumos, los editores en- China, se corresponde con la decepción y el fastidio que experi-
mentó Barthes a lo largo de toda la misión y a que no hizo mu-
cho más que registrarlo. China le resultó insulsa y anegada por
la reproducción de estereotipos políticos. Los huéspedes, aun-
que hospitalarios, actuaban como máquinas parlantes, insípi-
muy literal concepción de la sinceridad: “aun cuando poseyera esa imagina-
ción creadora que no tengo, no estoy absolutamente seguro de que consintiese
das, sin pliegues verbales, al servicio de las arrogancias
en servirme de ella, de que llegara a imponer silencio a ese aspecto profundo y estalinistas. La programación sin pausas ni fisuras a la que
como intratable de mi naturaleza que se revela contra toda transposición, cual- estuvo sometido el periplo, esterilizó la posibilidad de sorpre-
quiera que sea” (Du Bos, 1947: 246). Con el psicoanálisis de su lado, Barthes le sas e incidentes, sobre todo de los eróticos, que el viajero perse-
añade al argumento moral un giro revelador: “el rechazo de ‘mentir ’ puede
remitir a un Narcisismo: no tengo, me parece, más que una imaginación
guía en vano, con obstinación adolescente (no habían pasado
fantasmática (no fabuladora), es decir, narcisista” (Barthes, 2005: 265). dos días del arribo a Pekín y ya se estaba lamentando por lo

98 99
inalcanzable de unas manos hermosas, por la imposibilidad de cuencia, la más abierta a los riesgos del egotismo, la pereza y la
conocer al muchacho del cuellito blanco y limpio 7 ). inautenticidad. No es raro que en la práctica de un mismo es-
La práctica del diario comparte con los cuadernos de inci- critor coexistan humores identificables con cada una de estas
dentes el registro sin ataduras retóricas del matiz y la contin- tendencias. Lo raro, más bien, es encontrar un diarista que de
gencia intransitiva (la ocurrencia discreta de lo que no tendrá tanto en tanto no impugne o reniegue del ejercicio que se impu-
proyecciones), pero añade además la posibilidad de figurar un so, mientras lo prosigue, porque dejó de confiar en sus virtudes
yo pulverizado e incierto, sobre cuya discontinuidad se podría o se pescó en flagrante delito de exhibicionismo y sobre-
sostener la metamorfosis artística de la propia vida. Este es el actuación. El caso de Barthes es, si se quiere, anómalo, ya que
único punto de sus especulaciones sobre la preparación de la cuestiona el ejercicio pero desde fuera, buscando justificacio-
novela en el que Barthes se aparta de Blanchot (celebro el des- nes para saber si finalmente le convendría asumirlo. Como afir-
prendimiento, porque a veces me abruma la certidumbre, a la ma Genette, después de darle varias vueltas a lo que juzga una
que sigo apostando en clase, de que el autor de El espacio lite- anomalía sintáctica en la primera frase de “Deliberación” 8 , “ce
rario siempre tiene la última palabra sobre cualquier proble- qui définit le diariste, c’est moins la constance de sa pratique
ma de orden literario). que celle de son projet” (Genette, 1981: 317). Por falta de con-
vicción o exceso de prevenciones, Barthes nunca asumió el dia-
Lo admiro [a Blanchot], pero me parece que fija demasia- rio como proyecto existencial; con intermitencias simuló llevar
do las cosas en la oposición personal/impersonal > hay una uno, pero era nada más un experimento literario 9 . El descrédi-
dialéctica propia de la literatura (y creo que tiene futuro) to en el que habían caído, según su juicio, las funciones espiri-
que hace que el sujeto pueda ofrecerse como creación del tuales de la escritura diarística denunciaba la inutilidad de esta
arte; el arte puede ponerse en la fabricación misma del indi- práctica. La única justificación posible para sostenerla sería
viduo; el hombre se opone menos a la obra si hace de sí mis- entonces de orden estético: trabajar las notaciones según la
mo una obra (Barthes, 2005: 230) poética de los incidentes (la de la suspensión del énfasis y la
arrogancia) para que el simulacro de diario se convierta en obra.
¿Hace falta recordar que el futuro de este dandismo fue to- Esta exigencia moral encubre una distorsión a la que respon-
davía más promisorio de lo que sospechaba Barthes? den las debilidades éticas del experimento barthesiano. El de-
Según una tradición francesa tan arraigada y extendida como venir-obra del diario es un don de la lectura, jamás el resultado
la de los cultores del intimismo, se la puede pensar como su de una decisión de autor. Es el lector, cuando inventa al diarista
contraparte reactiva, el diario sería la forma más inmediata en como personaje a partir de los desdoblamientos que se despren-
la que un escritor puede hacer de su vida una obra y, en conse-

7 8
Demasiado acomodado a las facilidades del turisteo sexual en el norte “Je n’ai jamais tenu de journal –ou plutôt je n’ai jamais su si je devais en
africano, la impenetrabilidad de los chinitos lo decepcionó hasta el punto de la tenir un” (“Nunca he llevado un diario, o más bien, nunca he sabido si debería
estupidez: “[Y con todo esto no habré visto la pija de un solo chino. ¿Y qué se llevar uno” (Barthes, 1986: 365).
9
conoce de un pueblo, si no se conoce su sexo?]” (Barthes, 2010: 114). A la luz de A propósito de “Noches de París”, escribe Edmundo Bouças (2005: 94): “Ao
esta ocurrencia, me temo que Barthes sobreestimaba sus conocimientos del simular um diário, mas fazendo de cada fragmento um ‘simulacro de roman-
pueblo japonés y marroquí, lo mismo que la eficacia gnoseológica de la prosti- ce’, a demanda do romanesco sugere ao diarista-narrador que se observe ob-
tución adolescente. servando as própias hesitações sobre a conduta do Desejo.”

100 101
den del acto 10 de la notación, el que opera un desplazamiento que no debe ser así, que no debo escribir mi diario” (Ídem: 504).
más allá del egotismo: la afirmación de la vida como potencia Pizarnik delibera mientras actúa; sobreactúa la deliberación
impersonal. Solo desde la perspectiva de un autor demasiado porque también apuesta a que el diario valga como obra. Lo
interesado en la imagen que podrían hacerse de él quienes lo conseguirá, como siempre ocurre, póstumamente (todos los dia-
lean (Barthes delibera emplazado en esta inquietud), el diario rios se leen como obra desde la perspectiva de la muerte del
es “discurso” pero no “texto” (Barthes, 1986: 376), un juego de autor), cuando se revele que la forma y el ritmo del diario eran
lenguaje codificado y no una experiencia de los descen- los que necesitaba esa vida para manifestarse como proceso de
tramientos enunciativos. Cuando interviene la generosa dispo- demolición en continuo recomienzo.
sición de lector, hasta en los bloques de narcisismo más com- La creencia del diarista en las potencias espirituales de su
pactos se pueden descubrir grietas por las que pasan soplos de práctica (potencias siempre ambiguas, que tienen que ver con
vida desconocidos. la conservación y el dispendio, con la esterilidad y la creación,
Una de las certidumbres falsas en las que Barthes sostuvo con resguardarse y exponerse) es una conjetura del lector para
su “Deliberación” de 1979, ya estaba enunciada, trece años an- explicarse la persistencia del ejercicio más acá de cualquier
tes, en la reseña de Le Journal intime de Alain Girard: “el coartada razonable y la ocurrencia de lo que Barthes llama, en
intimismo del diario es hoy en día imposible” (Barthes, 2003: su aproximación a la Novela como tercer género, “Momentos de
159) porque los escritores modernos reniegan del estatuto psi- Verdad” (Barthes, 2005: 159), momentos en los que una nota-
cológico del yo y se resisten a hablar de sí mismos en primera ción transmite la verdad de un afecto como algo irrepresentable
persona. La mención de los nombres de John Cheever, Alejan- pero evidente, por la fuerza de las emociones que despierta. Se
dra Pizarnik, Rosa Chacel y Julio Ramón Ribeyro, cuatro entiende que, en nombre del “psicoanálisis, la crítica sartriana
diaristas extraordinarios, activos en 1966, desbarata de un solo de la mala conciencia [y] la crítica marxista de las ideologías”
golpe el carácter evidente y reivindicable de la supuesta cadu- (Barthes 1986: 366) (hay que ver de cuántos ladrillos de distin-
cidad del género. Los cuatro corrieron los riesgos de la ta consistencia y formato está hecho este muro supuestamente
autocomplacencia y la impostura, a veces con placer, a veces infranqueable), Barthes declare perimidos los impulsos
con espanto, porque creían en la necesidad del ejercicio confesionales y la búsqueda de sinceridad, porque piensa en el
autobiográfico aunque les sobraran razones para encarnizarse diario que no querría escribir. Pero cuando el lector encuentra
con sus virtudes espirituales y temerle a su prosecución. 1962: en el que llevó durante 1977, en la entrada del 13 de agosto,
“El yo de mi diario no es, necesariamente, la persona ávida por esta frase que irrumpe después del relato de un accidente ba-
sincerarse que lo escribe” (Pizarnik, 2003: 234); 1963: “Escribir nal: “De repente me resulta totalmente indiferente no ser mo-
un diario es disecarse como si se estuviera muerta” (Ídem: 345); derno” (Barthes, 1986: 374), le parece estar en presencia de un
1969: “Acaricié el sueño de vivir sin tomar notas, sin escribir acto de purificación, nacido de la necesidad de desprenderse de
un diario. El fin consistía en trasmutar mis conflictos en obras, lo que hasta entonces era un valor profesional, para abrirse a
no en anotarlos directamente. Pero me asfixio y a la vez me las incertidumbres de la vida que recomienza bajo el aliento de
marea el espacio infinito de vivir sin el límite del ‘diario’” (Ídem: lo anacrónico. No importa que no podamos evaluarlo en térmi-
482); 1971: “Heme aquí escribiendo mi diario, por más que sé nos de sinceridad, el acto se impone como auténtico porque tie-
ne la fuerza transformadora de una confesión: el escritor-
10
Para una aproximación al concepto de “acto diarístico”, ver, más adelan-
diarista trabaja sobre sí mismo, se observa activamente, para
te, “En tránsito a ningún lugar. Sobre Diario de una pasajera de Ágata Gligo“. fabricarse una verdad que convenga a los deseos de su edad.

102 103
En otro diario que comenzó a llevar inmediatamente des- habíamos terminado, y de que, con él, algo más había termi-
pués de ponerle el punto final a “Deliberación”, el que los edito- nado: el amor de un muchacho (Barthes, 1987b: 130).
res titularon “Noches de París”, Barthes profundiza su volun-
tad de anacronismo. No solo se desprende de la moral vanguar- Si en los “momentos de verdad” el lector siente el paso im-
dista, además cuestiona el valor de quienes la representan perceptible de la vida a través de la escritura, este sería un
(¿Sollers?, ¿Sarduy?): “Siempre esta misma idea [al pasar de “momento de impostura”, porque reconocemos que la auto-
los textos supuestamente transgresores al “libro verdadero”, figuración en clave de serena asunción de las limitaciones
Memorias de ultratumba]: ¿y si los Modernos se hubieran equi- existenciales está al servicio de un programa de renovación que,
vocado? ¿Y si no tuvieran talento?” (Barthes, 1987b: 94). Tal por demasiado declarado, se convirtió en moral. Ya que el inte-
vez sólo un crítico al que también lo entusiasme, en tiempos de rés prioritario de Barthes era retórico, para garantizar el efec-
culturalismo y “post-autonomía”, el futuro de la literatura como to de autenticidad debió haber añadido por lo menos otra en-
misterio inactual, pueda sentir que la confesión de este desen- trada, con el registro de una noche más en el Flore, expectante
canto configura un “momento de verdad”. Hay otros registros, y al borde de la penúltima desilusión. Los verdaderos diarios
como las interferencias del duelo por la muerte de la madre a se interrumpen, no se cierran, porque la vida no sabe de puntos
través de un acto fallido, o el repliegue infantil del cuerpo adul- finales.
to cuando ve venir una reconvención, que podrían conmover En los orígenes literarios del género, Amiel afirmó la incom-
casi a cualquier lector por la sobriedad con la que envuelven patibilidad entre el diario íntimo y la vida matrimonial. Cuan-
una carga de afectos íntimos asociados a lo original y origina- do no es célibe, el diarista lleva una doble vida, como Cheever o
rio de las experiencias intersubjetivas. Gide. Barthes, que recuerda la rivalidad entre los cuadernos
Como no llegó a publicarlo en vida y todavía le faltaban al- secretos y la figura de la esposa en su reseña del libro de Girard,
gunos retoques finales, ignoramos si “Noches de París” pudo es, desde esta perspectiva, un intimista clásico: recién cuando
significar para Barthes una tentativa lograda de convertir el la muerte disolvió el vínculo amoroso que había contraído con
diario en Novela. El lector queda insatisfecho porque la retóri- la madre para toda la vida, llevó un verdadero diario. Más que
ca demasiado conclusiva con la que se cierra la última entrada la desaparición de un ser maravilloso, idealizado por la devo-
hace evidente la simulación. Después de anotar a lo largo de ción (la recuerda generosa, noble e infinitamente buena,
dieciséis jornadas la repetición desgastante de rechazos, fasti- inmaculada de neurosis), lo que abrió en su corazón una herida
dios y desilusiones, la mezcla de tedio y desesperación que pre- irreversible y lo impulsó a escribir fue la desaparición de lo que
side los vagabundeos nocturnos, Barthes abusa de la lógica eran mientras vivían juntos (siempre lo hicieron), el idilio que
discursiva y pone punto final (al espesamiento de la vida y al los mantenía inseparables. El Diario de duelo registra, preser-
registro de sus pormenores). va de infecciones sentimentales e intenta convertir en princi-
pio activo los desgarramientos de un proceso de viudez, más
He tocado un poco el piano para O., a petición suya, a que de orfandad. Como revela un universo privado sometido a
sabiendas de que acababa de renunciar a él para siempre; las tensiones inexpresadas de lo íntimo, y Barthes lo llevó sin
tiene bonitos ojos y una expresión dulce, suavizada por los propósitos de convertirlo en obra, se puede discutir, como hizo
cabellos largos: he aquí un ser delicado pero inaccesible y François Whal (2009), la legitimidad de su edición póstuma. El
enigmático, tierno y distante a la vez. Luego le he dicho que lector que ha venido siguiendo atentamente los experimentos
se fuera, con la excusa del trabajo, y la convicción de que de Barthes con la articulación entre escritura fragmentaria e

104 105
impulso afectivo, lo recibe como un obsequio curioso e inespe- Referencias Bibliográficas
rado.
“15 de marzo de 1979. Sólo yo conozco mi camino desde hace
un año y medio: la economía del duelo inmóvil y no espectacu-
lar…” (Barthes, 2009: 244). La escritura secreta, clandestina, Barthes, Roland. (1978). Roland Barthes por Roland Barthes. Trad.
que registra los movimientos de una aflicción sustraída a las de Julieta Sucre. Barcelona: Kairós.
trivialidades de lo mundano, es la que corresponde a un ejerci- . (1982). El placer del texto seguido por Lección inaugural. Trad.
cio espiritual en el que está en juego algo más exigente que la Nicolás Rosa (El placer del texto) y Oscar Terán (Lección inau-
figuración de una imagen de escritor, la construcción de sí mis- gural). 4ª ed. México: Siglo XXI.
mo como sujeto moral. Al margen de cualquier deliberación, la . (1986). Lo obvio y lo obtuso. Imágenes, gestos, voces. Trad. de C.
forma del diario se le impuso a Barthes como la más conve- Fernández Medrano. Barcelona: Paidós.
niente para un registro de las fluctuaciones anímicas que pu- . (1987a). El susurro del lenguaje. Más allá de la palabra y la
diese servir como técnica de cuidado y potenciación de lo in- escritura. Trad. de. C. Fernández Medrano. Barcelona: Paidós.
transferible (ese es el valor superior). Cernir el duelo en su ra- . (1987b). Incidentes. Edición de François Wahl. Trad. de Jordi
reza, examinar en detalle, hasta extrañarse de sí mismo, las Llovet. Barcelona: Anagrama.
alternancias y las simultaneidades de emotividad y reserva, de . (2003). Variaciones sobre literatura. Selecc. y Trad. de Enrique
ligereza y desconsuelo, le permite vivir la aflicción activamen- Folch González. Buenos Aires: Paidós.
te, no para hacer literatura (la idea lo atemoriza) sino para so- . (2005). La preparación de la novela. Notas de cursos y semina-
meter el dolor a la prueba de lo literario. “30 de noviembre. No rios en el Collège de France, 1978-1979 y 1979-1980. Texto esta-
decir Duelo. Es demasiado psicoanalítico. No estoy en duelo. blecido, anotado y presentado por Nathalie Léger. Trad. de
Estoy afligido” (Ídem: 84). Para alcanzar la extenuación del sen- Patricia Wilson. Edición en español al cuidado de Beatriz Sarlo.
tido, la vivencia de la separación como desgarro íntimo, Buenos Aires: Siglo XXI.
irrepresentable, hay que comenzar por resistirse a la desfigu- . (2009). Diario de duelo. 26 de octubre de 1977 – 15 de septiem-
ración que provocan los lugares comunes. Este dolor es único, bre de 1979. Texto establecido y anotado por Nathalie Léger.
irrepetible, y tomo la palabra para decir que no hay palabra Trad. de Adolfo Castañón. México: Siglo XXI.
capaz de nombrarlo. La utopía de un duelo sin emotividad, pura . (2010). Diario de mi viaje a China. Edición a cargo de Anne
aflicción incomunicable, es, como toda las utopías literarias, obra Herscberg Pierrot. Trad. de Núria Pettit Fonserè. Barcelona:
del exceso amoroso y del orgullo. Paidós.
Bouças, Edmundo. (2005). “Qui je dois désirer (Deliberaçao de un
ecrivain-dandy)”. En Vera Casa Nova y Paula Glenadel (Org.),
Viver com Barthes (pp. 91-104).
Du Bos, Charles. (1947). Extractos de un Diario. 1908-1928. Trad.
de León Ostrov. Prólogo de Eduardo Mallea. Buenos Aires:
Emecé.
Genette, Gérard. (1981). “Le Journal, l’antijournal”. Poétique 47:
315-322.

106 107
Giordano, Alberto (1995). Roland Barthes. Literatura y poder. Ro- Virginia Woolf
sario: Beatriz Viterbo. y el arte de la notación superficial
Pizarnik, Alejandra. (2003). Diarios. Edición a cargo de Ana Becciu.
Barcelona: Lumen.

En su último curso en el Collège de France, dedicado a “La


preparación de la novela”, Roland Barthes expuso una teoría
del Momento de Verdad cuyos alcances pueden extenderse, sin
forzar la argumentación, a lo que nos ocurre a veces durante la
lectura de textos críticos. El despunte de una emoción que llega
acompañada por la certeza del encuentro con la verdad, esa
metamorfosis instantánea de la escritura en transmisión de
afectos, es un don que el lector de ensayos y teorías también
puede recibir, si más acá de las expectativas profesionales, en
el uso que querría darle a los conceptos, entra en juego la vida.
Barthes conmemora el acontecer de la verdad en dos episodios
novelescos, la muerte del príncipe Bolkonski en La guerra y la
paz y la de la abuela, en El mundo de Guermantes, para encau-
zar su enseñanza por los andariveles de la “crítica patética”.
En una dirección semejante querría proyectar la escritura de
este ensayo a partir del hallazgo de una digresión que se des-
prende, como la enunciación de una verdad que me estuviera
dedicada, de la trama de gestos argumentativos que Barthes
realiza, precisamente, en su último curso. Después de mencio-
nar a Maurice Blanchot como ejemplo del tipo de escritor que
exalta, más bien que acepta, la necesidad de que el autor se

108 109
eclipse para que pueda afirmarse la existencia de la Obra, se- experimentar, sin saberlo, en ese otro ejercicio ligado a las con-
ñala un límite en su modo de pensar las transformaciones de la venciones de la realidad cotidiana, formas de desprendimiento
vida en literatura para distanciarse oportunamente de él: u olvido de sí mismo también radicales. Por otra parte, la espe-
culación imprescindible sobre los riesgos y los modos de super-
Lo admiro [a Blanchot], pero me parece que fija demasia- vivencia asociados con la práctica del diario cuando la sostiene
do las cosas en la oposición personal/impersonal > hay una un escritor, no deben borrar el interés por otras cuestiones me-
dialéctica propia de la literatura (y creo que tiene futuro) nos exigentes, pero decisivas desde el punto de vista del lector
que hace que el sujeto pueda ofrecerse como creación del aficionado al género, como son las particularidades, en princi-
arte; el arte puede ponerse en la fabricación misma del indi- pio retóricas, del arte de la notación (el talento para la captura
viduo; el hombre se opone menos a la obra si hace de sí mis- de matices y contingencias) y del autorretrato fragmentario y
mo una obra (Barthes 2005: 230). ocasional.
En el Diario de Virgina Woolf, al que juzga, con sobradas
Aunque entreveo algunas recusaciones fundadas en el uso razones, un documento conmovedor, Blanchot lee las huellas
un tanto equívoco del adverbio “demasiado”, me apropio ins- que deja en cada jornada la lucha absorbente e interminable de
tantáneamente de este deslinde porque el entusiasmo y la lige- la escritora con el demonio de su vocación. No necesita más que
reza que comunica a mi trabajo –esos afectos, antes que las subrayar la indeterminación de algunas vivencias que Woolf
razones que acudirán a respaldarlos– lo ponen fuera de discu- captura, con su proverbial lucidez, en apuntes circunstanciales
sión. La renuncia a aceptar la impersonalidad como una exi- que se interrumpen antes de que se cierre, incluso antes de que
gencia ética excluyente, como un ideal literario (sin desconocer se abra, el círculo de la reflexión. La duda sobre la potencia y la
su valor como acontecimiento puntual que descompone y enra- perdurabilidad de sus dotes, a veces sobre la existencia de las
rece las figuraciones subjetivas), explicaría por qué, si la refe- mismas, aunque acuerde secretamente con quienes la conside-
rencia a Blanchot es casi omnipresente en lo que escribo, nun- ran “el primer novelista del país” (Woolf 1954: 161) 1. La oscila-
ca encontré demasiado estimulantes sus conjeturas sobre las ción constante entre dos sensaciones antagónicas, garantía de
funciones del diario íntimo. “El Diario representa la serie de perenne desequilibrio: escribir es habitar un mundo mágico, con
puntos de referencia que un escritor establece para reconocer- vigor y calma; escribir es un suplicio. El diagnóstico certero,
se cuando presiente la peligrosa metamorfosis a la que está pero sin consecuencias reparadoras, sobre la maldita necesi-
expuesto” (Blanchot 1992: 23). Sea. ¿Pero no se angostan dema- dad de halagos a la que quedan sometidos los que escriben lite-
siado las posibilidades de lectura cuando sólo le atribuimos al ratura (cuidándose de no resultar “literarios”), y sobre su ten-
diario el sentido de la resistencia a la indeterminación de la dencia al desánimo frente a las críticas o la indiferencia.
experiencia literaria? No leemos los Diarios de John Cheever Blanchot se apena en exceso por los vaivenes que dibujan en
como los de Kafka, no podemos leerlos sin pensar que ellos mis- el Diario de Woolf las autocomplacencias del narcisismo heri-
mos configuran una experiencia de los sinsentidos que le dan a do, porque sabe que finalmente podrá recuperarlos como sínto-
la vida un sentido paradójico (cuando la necesidad de conser-
varse y el deseo de destrucción buscan imponerse simultánea-
mente), dejando entre paréntesis las “terribles” exigencias de 1
De aquí en más, los números entre paréntesis después de una cita, cuan-
la obra. El escritor que lleva un diario para resguardarse de la do no van precedidos por un nombre de autor, remiten al año de edición y el
expropiación a que lo somete el ejercicio de la literatura, puede número de página del volumen (o la versión) del Diario de Woolf citado.

110 111
mas compensatorios de esa debilidad esencial que es, para cada ticos que rastrean el encuentro de literatura y vida en los pa-
escritor, la fuente de su talento y su potencia. Si la diarista no peles personales de un escritor: la valoración casi exclusiva del
puede atenerse al principio del anonimato dictado por las exi- diario como documento, sin considerar a la vez la dimensión
gencias de su vocación, y prefiere abandonarse, impúdica, a los performativa de las notaciones.
desequilibrios que acarrea la búsqueda de reconocimiento, es Para Woolf, si nos atenemos a la frecuencia y el entusiasmo
porque la escritura de la Obra, esa empresa de la que no podría con que registra las impresiones que le dejan los compromisos
haber Diario, le impone, para poder ser, el olvido de sí misma, sociales casi diarios, lo mundano es más que un universo en el
“unirse a la dispersión, a la intermitencia, al brillo fragmenta- que se pierde, reencontrándose con lo trivial e indecoroso de
do de las imágenes” (Blanchot 2005: 131). La interpretación es sus preferencias, para compensar el olvido de sí misma que le
impecable, pero también reductora, aunque lo que reduzca pueda exige la literatura. A su modo, porque envuelve fuerzas que
parecer fútil: el valor en sí mismo de los afectos mundanos, su triunfan inexplicablemente sobre las prevenciones de la aristo-
lógica inmanente. Sin dejar de reconocerle una complejidad y cracia espiritual, o sencillamente las cautivan, lo mundano es
un interés superlativos, la lucha con el demonio de la vocación otro universo signado por el misterio de la ambigüedad en el
es sólo un aspecto del fascinante proceso agonístico que docu- que los seres se hunden a veces en su apariencia para volverse
menta el Diario de Woolf. Hay otros vaivenes y otras alter- irresistiblemente encantadores, despreciables, o las dos cosas
nancias, además de las que pone en juego el deseo irrealizable al mismo tiempo. En Woolf conviven sin conflicto la excitación
de escribir, que no dejan de resultar misteriosas por manifes- que despiertan “el parloteo y el alboroto de las casas ajenas”
tarse en su estúpida obviedad. Los límites de la interpretación (1992: 256) con el rechazo ante la obscena necesidad de comu-
de Blanchot le deben mucho a la purga de inconveniencias y nicación que exhiben los de su clase; el “supremo placer de re-
trivialidades que practicó Leonard Woolf sobre los cuadernos nunciar a un compromiso social” y el desasosiego cuando no la
de su esposa 2 , pero también al método dominante entre los crí- invitan. El diario le sirve para observar periódicamente esta
ambivalencia, sin someterla a análisis, mucho menos a juicio,
como quien constata el ser de una rareza, la condición
extramoral de lo curioso. La ausencia de conflicto vuelve inne-
2
Blanchot escribió su ensayo para “reseñar” la traducción francesa de A cesario el recurso a la coartada del perfeccionamiento espiri-
Writer’s Diary, es decir, mucho antes de que se franqueara el acceso a la tota- tual, sin la que hubiese claudicado la constancia de muchos
lidad de los diarios de Woolf y se pudiera apreciar, en toda su magnitud, la diaristas. Woolf es una intimista anómala porque resulta sin-
importancia que la escritora daba a la circulación por las superficies munda-
nas (el hábito de “ver y ser vista”, como acostumbraba decir), y todo lo que era
cera, sin pasar por las tortuosas reflexiones sobre la posibili-
capaz de hacer con las impresiones que le dejaban esos derroteros, en los már- dad de serlo al escribir sobre uno mismo, a fuerza de superfi-
genes apretados de unos pocos minutos y un breve párrafo. Como es una cos- cialidad. En el Diario de Gide hay al menos una decena de oca-
tumbre irrenunciable entre lectores y estudiosos del género denostar las atri- siones, algunas brillantes, en las que el escritor acecha las pre-
buciones, siempre restrictivas, que se toman los herederos al publicar los pa-
peles privados de un escritor, hay que recordar que Leonard actuó, librado a
tensiones de autenticidad con los recursos críticos que adqui-
su criterio, en cumplimiento de las expectativas de su esposa. “Sábado, 20 de rió en el desempeño de su oficio, la conciencia de lo afectados y
marzo [de 1926]. Pero qué será de todos estos diarios, me pregunté ayer. Si yo convencionales que se tornan los sentimientos cuando el len-
muriera, ¿qué haría Leo con ellos? Estaría poco dispuesto a quemarlos; no guaje insiste en nombrarlos con ánimo confesional. En el Dia-
podría publicarlos. Bueno, debería hacer un libro con ellos, creo yo; y luego
quemar el cuerpo. Me atrevería a decir que hay un librito en ellos, si se pusie-
rio de Woolf no hay siquiera una reflexión de esta naturaleza;
ra un poco de orden en los fragmentos y los apuntes” (2003: 69). como si nunca le hubiera ocurrido dudar sobre la autenticidad

112 113
de sus observaciones, ni interrogar el valor de los afectos que cia de su apasionamiento (también al recelo que seguramente
despertaban.3 despertaban en la escritora las inaccesibles dotes musicales
El efecto de sinceridad inmediato que provoca la constata- de la amiga). 4
ción impasible es de una potencia extraordinaria, brutal, cuan- En esa colección de seres despreciados que arman los dia-
do la notación registra, con aplicada crueldad, los matices del rios de Woolf, la existencia de algunos escritores encarnando la
desprecio que es capaz de sentir el observador frente a un ges- figura del Otro-demasiado-próximo comunica la presión que
to, o la sola apariencia, de alguien a quien considera un amigo. ejercieron sobre el ánimo de la diarista afectos singulares. El
empeño en desacreditar ocasionalmente a un cuñado pintor no
La vejez nos está marchitando; Clive, Sibyl, Francis, to- se compara con la dedicación que exige minar, mientras se edi-
dos arrugados y polvorientos; pasando por los aros, siguien- fica, la estima de un colega admirado y, lo que es peor, admira-
do los caminos trillados. Sólo en mí, me digo, burbujea siem-
pre este impetuoso torrente. (…) Me alarma mi propia cruel-
dad con mis amigos. Clive, me digo, es intolerablemente abu-
rrido. Francis es un camión de la leche que va sin frenos 4
El domingo 3 de marzo de 1935, Virginia asiste a un concierto de la
(2003: 195). Filarmónica de Londres, dirigida por el prestigioso Sir Thomas Beecham, en
cuyo programa se destaca la ejecución de la Obertura de The Wreckers, una de
las óperas más importantes de Ethel Smyth. Al día siguiente, descarga en el
La digresión confesional (“me alarma…”), lejos de funcionar diario sus impresiones de la velada: “Ayer no la pasé bien. Qué tragona se ha
como un dique para la contención de los afectos impíos, es la vuelto la vieja Ethel. A medida que se iba zampando las enormes chuletas que
palanca que abre las esclusas por las que se derrama, gozosa, le servíamos, yo me iba poniendo nerviosa. Es una vieja ansiosa; y no puedo
soportar esa codicia que se traduce en masticar y sorber y rebañar la salsa. Y
la crueldad. La metáfora del camión lechero desenfrenado es se pone coloradota cuando bebe. Luego el concierto. ¡Qué largo se me hizo, qué
un hallazgo del más reflexivo arte de injuriar. Woolf lo practi- poca música hubo en él que me gustara!
caba, sobre todo, con aquellos a quienes se sentía unida por La cara de Beecham: radiante, extasiada, como la de un ídolo amarillo de
lazos de ambigua proximidad. El caso de Ethel Smyth, una ena- cobre; qué muecas, bailoteos, balanceos; el cuello de la camisa estrujado. En
los camarinos, después, estaba Zélie con los labios rojos, y otra primadonna y
morada consecuente e impetuosa, además de amiga y camara- un músico disoluto, todos ellos esperando turno para asediar a Beecham. Y
da en las luchas feministas, es antológico. La periodicidad y la cuando se hablaba de Ethel se encogían de hombros y daban a entender que
elocuencia con la que el diario registra los aspectos grotescos, les es impuesta a los directores de orquesta, todo el mundo lo sabe. Ella apare-
los matices repugnantes de “la vieja Ethel”, es directamente ció con su abrigo de gato montés y su sombrero torcido, llevando su maletín de
cartón; y al verla, ellas, las viejas, endurecidas primadonnas borrachas, se le
proporcional, es una respuesta, se podría decir, a la exuberan- echaron encima y la inundaron de elogios. (…) Quiénes son, pregunté. Ni idea,
respondió. Y fuimos al hotel Langham a tomar el té, que me molesta menos
que la carne y la salsa. Hasta que no pude soportar más esa voz enfática como
una puñalada, haciendo hincapié en no recuerdo qué; y dije que tenía que
irme” (1994: 101-102). O la traductora es excelente, o el arte de Woolf para dar
forma al desprecio es tan virtuoso e implacable que sus fuerzas sobreviven a
3
El personaje de escritor-diarista que compone Woolf es un explorador cualquier transposición. La captación del detalle circunstancial es asombrosa
incesante de las posibilidades de lo ambiguo. Todo lo que captura su interés se (“el cuello de la camisa estrujado”), lo mismo que la figuración de caracteres a
convierte en objeto de una apreciación ambivalente (¿será la ambivalencia el través de un solo rasgo sugestivo (“un músico disoluto”, “endurecidas
estado moral de lo ambiguo?). Por ejemplo, el Diario de Gide, en el que, con primadonnas borrachas”). Otro hallazgo es la mezcla de registros: el lenguaje
razón, se reconoce (“…cosas que hubiera podido decir yo misma…” (1954: 200)), de los chismes y su moral, la hipocresía (“todo el mundo lo sabe”), se llevan
y al que, también con razón, juzgaba “retorcido” (1994: 236). bien con los remilgos de la circunspección y los buenos modales.

114 115
ble. Sin pudor ni auténtica vergüenza, Woolf observa “la des- Martes 16 de enero [de 1923]
preciable vanidad” (1954, 40) que transparentan los celos, la Katherine murió hace una semana, y me pregunto hasta
envidia y la mezquindad de algunas compensaciones (el otro no qué punto obedeceré su “no olvides del todo a Katherine”,
tuvo éxito, lo que escribió no es tan bueno), cuando se siente que leo en una de sus antiguas cartas. Es extraño seguir la
golpeada por la fortuna de Morgan Forster, T. S. Elliot o evolución de tus propios sentimientos. El viernes, durante
Katherine Mansfield. La serena perplejidad con que repara en el desayuno, Nelly nos lo dijo con su tono sensacionalista:
la miseria de sus inclinaciones, sin regodeos ni falsa constric- “¡La señorita Murry ha muerto! Viene en el periódico.” Y sen-
ción, es un acontecimiento discreto que la transforma, a los ojos tí… ¿Qué sentí? ¿Un repentino alivio? ¿Un rival menos?
del lector, en un personaje curioso y, por momentos, extremada- Luego, la confusión de sentir tan poca emoción… Y, después,
mente perceptivo. Ante la inminencia de cada nueva publica- gradualmente, vacío y decepción; y un abatimiento del que
ción, la diarista recorre, siempre como por primera vez, la tra- no pude recuperarme en todo el día. Cuando me puse a es-
ma familiar de temores y arrogancias que sostiene su diálogo cribir, me pareció que escribir no tenía ningún sentido.
con la crítica, pero a veces alcanza a señalar los contornos de Katherine no lo leerá. Katherine ya no es mi rival. Enton-
un cuerpo extraño, como “el turbio placer de ser atacada” (1994: ces, como siempre me pasa, las imágenes empezaron a pasar
86), sobre el que actúan mociones afectivas todavía menos rei- y pasar ante mí: siempre imágenes de Katherine, que se po-
vindicables. Este ejercicio brutal de la sinceridad recuerda al nía una corona blanca, y nos dejaba, obligada a partir, ma-
de otro escritor de diarios, Jules Renard, pero ahí donde el fran- jestuosa, elegida. Y sólo tenía treinta y tres años… (1992:
cés salta por encima de las miserias humanas con arte de mo- 251).
ralista (la elegancia sintáctica), la inglesa se deja llevar, hacia
ningún lado, por los ritmos de su prosa conversada. Entre 1917 y 1923, si nos atenemos al registro de los diarios,
Las máximas de Renard diluyen y purifican la densidad in- Katherine Mansfield ocupó en la vida de Virginia Woolf una
noble de los contenidos que afirman. 5 El grado de concisión e posición exclusiva e intransferible: fue la única que valía la pena
impersonalidad de una frase como “La muerte de los demás buscar, la única con la que se podía tener un acuerdo absoluto
nos ayuda a vivir” (Renard 1998: 47), le saca brillo de ocurren- sobre lo único realmente importante, el oficio de escribir. Como
cia. Cuando Woolf anota en el Diario las primeras impresiones una enamorada recelosa (¿podría haber amor sin recelo?), Vir-
al enterarse de la muerte de Katherine Mansfield, se podría ginia esperaba impaciente las señales de Katherine, siempre al
decir que su ambigüedad ratifica el acierto de Renard, aunque borde de la decepción, para poder ir al encuentro de sí misma.
lo que realmente importa apreciar en esa entrada memorable La proximidad imaginaria era tan estrecha que no podía dejar
es cómo el discurrir impensado de lo que va escribiendo la con- de resultar insoportable; los celos y la rivalidad se encargaban
vierte en exploradora de su íntima perplejidad, más acá del lí- de preservar el equilibrio. Si en los periódicos ponían a
mite en el que las prevenciones morales se cristalizan. Katherine “por las nubes”, Virginia apelaba a un conjuro de
inexplicable eficacia: “Cuanto más la elogian, más convencida
estoy de que es mala” (1992: 227). Lo raro es que se convencía,
momentáneamente, aunque le sobraban pruebas, a ella más que
5
a cualquier crítico, del talento extraordinario de la rival. Los
“10 de marzo [de 1894]. Para triunfar de veras, primero tienes que triun-
far, y luego que los demás fracasen.”; “16 de mayo [de 1984]. No basta con ser
diarios también registran, a partir de 1924, la supervivencia
feliz: además es necesario que los demás no lo sean” (Renard 1998: 55 y 56). espectral de Mansfield en la vida de Woolf bajo dos formas

116 117
heterogéneas: la nostalgia y el fastidio. La certidumbre de que memorialista. Ocasionalmente, improvisar un rato, a mano al-
nunca más volvería a tener una relación como aquella se pro- zada, el registro de impresiones circunstanciales, además de
longó, hasta el final, entrelazada con la frustración por no ha- entrenarla en rapidez y soltura para el ejercicio de la crítica
berse podido imponer a tiempo. “…si [Katherine] hubiera vivi- periodística, le servía como estabilizador momentáneo del dese-
do, me digo, habría seguido escribiendo, y la gente habría visto quilibrio afectivo, para contener la ansiedad que desencadena
que soy yo quien tiene más talento” (1993: 27). La fuerza la angustia, serenarse, desahogarse.
evocadora de los sueños preservó, como no hubiese podido ha- Entre los beneficios inmediatos que podría depararle la es-
cerlo la memoria, el aura hiriente en torno de la imagen con la critura del diario, Woolf menciona más de una vez la posibili-
que Woolf comenzó a fantasear una semana después de la muer- dad de calmar la irritación mental –en un sentido estrictamen-
te de Mansfield, la de “la elegida”. 6 te físico– causada por el exceso de impresiones que solían de-
Al releer la entrada del 16 de enero de 1923, todavía más jarle los compromisos mundanos. Convertir las visiones en pa-
interesante que la carga de fascinación y resentimiento que labras es un modo de neutralizar, e incluso anular, la presencia
envuelve esta imagen, es el movimiento exploratorio que la hace de algo inquietante y escurridizo en las imágenes recordadas
aparecer. Los tres puntos que inscriben la suspensión del mero que continúa perturbando la sensibilidad del observador. Cuan-
registro (“Y sentí…”) señalan el intervalo sobre el que tuvo que do escribe lo que no puede dejar de ver, el diarista siente que
saltar la escritura para responder a la presión de lo indecible conjura un fantasma inexplicable. “¿Por qué será? Cierta insa-
sin recaer en las mascaradas del autoconocimiento. tisfacción parece haberse calmado” (2003: 140). En el presente
Los lectores aficionados al género saben con qué frecuencia de la notación se remedia (al mismo tiempo que se multiplica)
la práctica del diario, sobre todo cuando persigue propósitos la deficiencia estructural que deja en suspenso el sentido de
terapéuticos declarados, tiende a convertirse en una enferme- cualquier observación interesada y puede volverla irritante:
dad. 7 Se pasa del proyecto a la imposición, incluso a la condena, “uno nunca comprende una emoción en su momento. Se expan-
por obra de infinitas supersticiones, y vivir parece imposible o de más tarde, y por tanto no tenemos emociones completas res-
indeseable si no hay entrada que conserve los restos. La super- pecto al presente…” (2003: 23). Es que uno sólo acompaña par-
ficialidad, la costumbre de observar la vida como si se tratara cialmente la respuesta que da la mirada a lo que la impresiona;
de un fenómeno natural, preservó a Woolf de esa patología. Lle- vemos más o menos de lo que reconocemos, y ese intervalo, que
var un diario con constancia y ligereza se le antojaba un hábito también da lugar a los placeres de la evocación incierta, es la
higiénico, divertido, “como rascarse; o, si todo va bien, como to- razón de las insatisfacciones que padece la conciencia, atraída
mar una baño” (1992: 230). Cuando especulaba con beneficios a como está por el recuerdo de lo que nunca vivió. 8
largo plazo, los cuadernos eran un archivo de recuerdos y evo-
caciones, un material inapreciable por su plasticidad, al que 8
Uno nunca comprende una emoción en su momento, y cuando llega el
podría recurrir llegado el momento de asumir los placeres del momento de comprender, si no desaparece, la emoción todavía espera su mo-
mento, porque el tiempo en el que las emociones sobreviven es un presente de
6
inaparición. La escritura de los recuerdos (el acto de recordar en la escritura)
Ver las entradas del sábado 7 de julio de 1928 y del jueves 2 de junio de se rige por esta lógica de la no correspondencia entre presente y presencia.
1931 (1993: 119 y 199). Dos entradas del Diario en las que Woolf recuerda las emociones del día en
7
Desarrollé esta perspectiva de lectura, a propósito de los Diarios de John que murió su madre, nos servirán para desarrollar parcialmente las posibili-
Cheever, en uno de mis primeros ensayos sobre diarios de escritores (Giordano dades novelescas de esta lógica.
2006). Una idea semejante del “diarismo” como enfermedad se puede leer en El lunes 5 de mayo de 1924, a sus cuarenta y dos años, Virginia anota:
Didier 1988.

118 119
Lo que diferencia a los diarios de escritores de los que lle- de afirmarla) es la frecuencia con que el registro de lo cotidiano
van las “personas corrientes” (diferencia que hay que probar, se convierte en experiencia de lo desconocido por un cierto uso
en el sentido de saborear y exponer, para estar en condiciones de palabras desprovistas, en principio, de intención y huellas
literarias. En el caso de Woolf, el recurso al Diario para anular
la potencia imaginaria de algunas impresiones irritantes, no
siempre extingue esa potencia, a veces la conserva, pero cam-
biando el valor de las fuerzas que intervienen: se pasa del fas-
Hoy hace veintinueve años que murió mi madre. Creo que ocurrió un
domingo por la mañana, y yo miraba afuera por la ventana del cuarto de tidio a la invención gozosa. El apunte superficial realiza inme-
los niños y vi al viejo Dr. Seton que salía con las manos detrás de la espal- diatamente las condiciones para que las apariencias munda-
da, como diciendo “ha terminado”, y luego las palomas bajando, para pico- nas brillen con la claridad incierta y fugaz de las visiones. Se
tear por la calle, supongo, como el descenso de una infinita paz. Yo tenía
podría dedicar todo un ensayo a la intervención del imaginario
trece años, y podría llenar una página entera o más con mis impresiones
de ese día, muchas de ellas mal recibidas por mí, y escondidas de los mayo- zoomórfico en el cumplimiento de estas metamorfosis. Para sa-
res, pero por eso mismo especialmente memorables: cómo me reía, por ejem- tisfacer las necesidades de una reserva afectiva obvia o ines-
plo, detrás de la mano que se suponía que escondía mis lágrimas; y espian- crutable (entre el apego y el rechazo la graduación de matices
do entre los dedos veía sollozar a las enfermeras (1993: 20).
puede ser infinita), Woolf “aquieta” las impresiones que le dejó
El centro de gravedad que mantiene en equilibrio el torbellino de los re- un rostro o una personalidad, recurriendo insistentemente a
cuerdos (los conserva en movimiento sin alterar el reposo de la conciencia que tropos que correlacionan lo humano con lo animal. 9
rememora), lo fija el verbo “podría”. Como le pertenece, porque lo vivió, la
diarista se cree capaz de abordar aquel pasado minuciosamente. Ni siquiera
Fui a Charleston a pasar la noche, y tuve una visión
la perturba el recuerdo del sentimiento de paz, que pudo ser de pena, infinita.
Lo muerto, muerto está, incluidas las impresiones desagradables. Sin la lectu- sobrecogedora de Maynard a la luz de la lámpara: como una
ra de la otra entrada, tal vez no podríamos adivinar qué censura la memoria foca satisfecha, doble mentón, labios rojos y salientes, ojos
cuando fantasea así con sus posibilidades. pequeños, sensual, brutal, sin imaginación; una de esas vi-
El 12 de septiembre de 1934, a sus cincuenta y dos años, Virginia
siones que surgen de una postura por casualidad, y desapa-
reencuentra el pasado, como un pliegue imperceptible e inquietante del pre-
sente, porque no va a su encuentro. Algunas impresiones de la mañana en que recen tan pronto como se mueve la cabeza. Supongo, sin em-
murió la madre la toman por asalto, mientras observa caer un velo negro so- bargo, que aclara un poco algo que intuyo en él (1992: 186).
bre las cosas de la vida, a tres días de la muerte de Roger Fray:
(…) Recuerdo que, cuando mi madre acababa de morir, volví la cabeza –
Stella nos había llevado junto a su cama– y me reí, secretamente, de la enfer-
mera, que estaba llorando. Lo hace ver, dije; tenía trece años. Y tenía miedo de
no estar sintiendo lo que debía sentir. En fin (1994: 82). 9
Para escribir los párrafos que siguen, tuve que atravesar, con los dientes
El laconismo es extremo, e inversamente proporcional a la fuerza de los apretados, uno de los infiernos del crítico obsesivo: la superabundancia de
afectos implicados, porque no hay palabras para decir lo que siente la diarista ejemplos. Guardo en una libreta 67 referencias de páginas que remiten a otras
cuando el recuerdo la devuelve junto a la cama de la madre muerta. Es posible tantas ocurrencias de imágenes zoomórficas en los Diarios de Woolf asociadas
que llame “miedo” a lo que fue culpa o vergüenza, o que miedo, vergüenza y con impresiones mundanas (a veces hay más de una ocurrencia por página).
culpa sean los disfraces que todavía adoptan, para entrar en escena, la sober- Saber que las deliberaciones sobre qué ejemplos citar arrastran el desconsue-
bia infantil de creerse diferente y el desprecio por las imposturas y las vulga- lo de no poder citar todo, la colección completa, no alivianó demasiado la ten-
ridades de lo convencional. “En fin” dice la renuncia a la palabra y muestra, sión previa a cada decisión. Anoto esta incomodidad (el lunes 13 de junio de
porque señala la fuga al infinito de la significación, que el sentido de las emo- 2011, a las 19:20 hs.), porque la escritura del ensayo –esa otra forma de la
ciones es una fuerza extraña, proteica e imprevisible. ¿Quién podría saber interrupción y el recomienzo– también puede servir para desembarazarse de
hasta cuándo sentirá, y cómo, lo que nunca vivió? impresiones irritantes

120 121
La imagen de la “foca satisfecha” es un haz de atributos sal- se agitan, o cruzan impasibles, para manifestar el instante en
vajes que introduce, en el orden de lo perceptible, la dinámica que la mirada penetró más allá de lo que reconocía, especies de
descentrada del orden discursivo; su eficacia no depende de la casi todos los grupos en los que se divide el reino animal. Baca-
claridad con que representa, sino de la intensidad con que re- laos, tiburones y truchas; sapos, muchos sapos; pollos, gallinas,
anima la atracción de lo apenas entrevisto. pavos, pero también hurones, periquitos, urracas y cacatúas;
Las figuras o gestos zoomórficos pueden expresar en forma hormigas, mosquitos, mariposas y la industriosa araña (su fra-
más o menos convencional el contenido afectivo al que quedó gilidad revela cuán irrisorias le parecían a Woolf las pretensio-
asociado el recuerdo de una aparición. La fidelidad de los ami- nes políticas de los fabianos, con los que simpatizaba). Los ma-
gos es más dulce y fuerte, si la conmemoran los encantos de míferos son multitud, y si se trata de perros, se individualizan
una “osa afectuosa” (2003: 73), pero si la incondicionalidad pesa, por la raza (dogo, collie, ovejero, terrier) o por el coeficiente de
la imaginación se torna insidiosa y saca a pasear “un viejo collie domesticación (falderos o callejeros). Hay visiones tan singula-
o un asno desvencijado” (1992: 118). Cuando el arte de la com- res que necesitan mezclar especies heterogéneas para figurar
paración es un recurso para las notas que toma el desagrado, un matiz de otro modo imperceptible, o recurrir a lo más ines-
las representaciones convencionales ceden su lugar al hallazgo crutable del animal, la absoluta ausencia de intención que trans-
y la invención de matices sorprendentes: el falso aplomo de mite su mirada. Los ojos marrones y separados de Katherine
Gerald Duckworth, el menor de los hermanastros, vale como Mansfield eran como los de un perro, cuando el recuerdo de-
una entrada al zoológico para ver al “caimán obeso y obsoleto, vuelve la sensación de tristeza y fidelidad, pero también de in-
echado, como las tortugas, con la mitad del cuerpo dentro del finita lejanía, a la que quedó asociada para siempre su imagen
agua y la otra mitad fuera” (1994: 142). A veces la diarista ex- (1992: 251).
plica el sentido de una asociación enigmática (“Mary, como siem- Como es posible que lectores más competentes hayan abor-
pre, enmudeció como una trucha –digo trucha por el estampado dado, y acaso agotado, el estudio de estos micro-acontecimien-
del vestido que llevaba, y también porque, aunque callada, te- tos que magnetizan las entradas del Diario de Woolf (los espe-
nía la imperturbabilidad escurridiza de un pez” (1992: 99)), cialistas en la obra de la escritora, pero también los colegas
otras, funde imaginación y recuerdo con espléndida irrespon- comprometidos con el “giro animal” que recorre actualmente la
sabilidad (“Me siento crispada y cansada después de haber es- reflexión ética), interrumpo el análisis para esbozar una con-
tado sentada al lado de Sally Onions, ese caballito de mar que clusión. El correlato animal exacerba aspectos morales o esté-
rezuma lujuria al ver a unos muchachos bailando” (2003: 31)). ticos de lo humano, pero también puede enrarecerlos, y conver-
No es tan raro que casi todas las personas se le aparezcan a tirlos en manifestaciones de una brutalidad y una delicadeza
Woolf, en el momento de registrar sus impresiones, sub especie anómalas. El concepto de devenir-animal fue inventado para
animalis; lo sorprendente es que las analogías rara vez pres- pensar esta clase de procesos. La aparición circunstancial de
tan servicio a una visión homogeneizadora, como cuando se equi- los límites de lo humano por obra de una imaginación sin com-
para, con fines estrictamente morales, la vida en sociedad con promisos es un acontecimiento puntual al que podría remitirse
los hábitos selváticos o con el espectáculo de los zoológicos. La quien deseara argumentar la pertenencia de este Diario a la
comparación con un rasgo o una postura animalesca ilumina literatura, en el sentido en que Woolf la entendió, como la fa-
particularidades, a veces irreductibles, de tal o cual individuo, cultad de crear imágenes con palabras.
modos de existencia envueltos en un matiz que señalan límites
de lo representable. Por eso en las entradas del Diario reposan,

122 123
Referencias bibliográficas Llevar un diario, escribir una vida
A partir de Virginia Woolf en su diario

Barthes, Roland (2005). La preparación de la novela. Notas de cur-


sos y seminarios en el Collège de France, 1978-1979 y 1979-1980.
Texto establecido, anotado y presentado por Nathalie Léger.
Trad. de Patricia Wilson. Edición en español al cuidado de Bea-
triz Sarlo. Buenos Aires: Siglo XXI.
Blanchot, Maurice (1992). El espacio literario. Trad. de Vicky Palant
y Jorge Jinkis. Buenos Aires, Ed. Paidós. 2a. ed.
.(2005). “El fracaso del demonio: la vocación”. En El libro por
venir. Trad. de Cristina de Peretti y Emilio Velasco. Madrid,
Trotta; pp. 126-134.
Didier, Béatrice (1988). “Le journal intime: écriture de la mort ou
vie de l’écriture”. En Gilles Ernst (Ed.): La mort dans le texte.
En los pasillos de un coloquio expropiado por entusiastas de
Presss Universitaires de Lyon; pp. 127-147.
la teoría feminista, un colega a la pesca de complicidades su-
Giordano, Alberto (2006). “La enfermedad del diario. En torno a los
giere, en voz baja, que acaso haya sido mejor que Victoria
Diarios de John Cheever”. En Una posibilidad de vida. escritu-
Ocampo solo hubiera podido leer la versión expurgada de los
ras íntimas. Rosario, Beatriz Viterbo; pp. 125-136.
diarios de Woolf, la que preparó el marido; de otra manera, hu-
Renard, Jules (1998). Diario 1887-1910. Selección y Edición de Josep
biese tenido que corregir el pulso idealizante con el que retrató
Massot e Ignacio Vidal-Folch. Barcelona, Grijalbo-Mondadori.
“en su librito” a la autora de Un cuarto propio. Acabamos de
Woolf, Virginia (1954). Diario de una escritora. Trad. de José M.
escuchar una conferencia, prolija aunque demasiado obvia, so-
Coco Ferraris. Buenos Aires, Sur.
bre autofiguración y subalternidad en Virginia Woolf en su dia-
. (1992). Diario íntimo I (1915-1923). Edición a cargo de Anne
rio. El “librito” apareció recién en los años setenta, pero Ocampo
Olivier Bell. Trad. de Justo Navarro. Madrid, Grijalbo-
lo escribió en 1954, el mismo año en el que Sur publicó la tra-
Mondadori.
ducción al español de A Writer’s Diary. El primer apartado con-
. (1993). Diario íntimo II (1924-1931). Edición a cargo de Anne
tiene una declaración, bien argumentada, de los derechos del
Olivier Bell. Trad. de Laura Freixas. Madrid, Grijalbo-
lector a conocer los papeles personales de los escritores sin que
Mondadori.
se los haya sometido a ninguna clase de purga. La insidia del
. (1994). Diario íntimo III (1932-1941). Edición a cargo de Anne
colega remite, es fácil de suponer, a una de las entradas que
Olivier Bell. Trad. de Laura Freixas. Barcelona, Grijalbo-
salieron a la luz con la edición del Diario completo a comienzos
Mondadori.
de los ochenta, la del 26 de noviembre de 1934. En un párrafo
. (2003). Diarios 1925-1930. Edición a cargo de Anne Olivier
extenso, Woolf registra detenidamente las impresiones que le
Bell. Trad. de Maribel de Juan. Madrid, Siruela.
dejó Ocampo la noche anterior, cuando se conocieron en una
exposición de Man Ray. Si el espectáculo de la opulencia des-

124 125
bordante le resultó curioso, el esnobismo acaso involuntario de por segura incluso en el Diario no expurgado. No se equivoca:
la sudamericana (venía de entrevistarse con Mussolini, que la son apenas un puñado las ocasiones en que se menciona la atrac-
había tratado como a un igual) quedó grabado para siempre ción exorbitante que alguien siente por otra persona, y casi siem-
con sus matices de ligera estupidez. Creo que el colega subesti- pre entre comillas, “amor”, para distanciarse inmediatamente
ma el entendimiento de Ocampo y confía demasiado en las po- de su vulgaridad. “Yo no me atrevería a decir nada contra el
sibilidades de una admiración extrema y sin reservas, como la amor –anota un día, a propósito del que arrebata a Clive por su
que ella decía profesar por sus genios amados. Pienso, y se lo hermana Vanessa; pero es una pasión débil, quiero decir, una
digo, que Victoria debía conocer la afición de Virginia por los pasión grosera y sosa, cuando no toma parte en ella la imagina-
chismes y la maledicencia, y sabría que nadie estaba a salvo de ción, el intelecto, la poesía” (Woolf 2003: 135) 1 . Otro día, irrita-
que lo maltratase en privado; en lugar de resentirse por las da por el acoso de un pretendiente, perfecciona el argumento:
ironías gastadas en su nombre, tal vez hubiera disfrutado al “Una vez más sentí la incómoda excitación del “amor”, es decir,
comprobar con qué fuerza capturó aquella noche la atención de del deseo físico poniendo a alguien inquieto, demasiado inquie-
su ídolo, a juzgar por la extensión de la entrada que registra el to y emotivo para poder hablar sencillamente” (Ídem: 138). Al
encuentro. Que Victoria no haga referencia a estas inclinacio- lector devoto tal vez lo perturbe más que los excesos de
nes demasiado humanas en los ensayos autobiográficos que puritanismo la impresión de ajenidad que transmiten estas
dedicó a Woolf (hubiese necesitado otra retórica para poder in- notaciones, como si trataran siempre de algo extraño, amén de
cluirlas sin dañar la visión de conjunto), no nos impide imagi- indecoroso, que sólo podía ocurrirle a los demás (en las páginas
narlas. del Diario no expurgado aparecen algunos incidentes de los dos
La conferencia que había puesto al colega en estado de disi- grandes amores lésbicos de Woolf, Vita Sackville-West y Ethel
dencia versó casi exclusivamente sobre un subrayado. En un Smyth, pero siempre es la otra quien ama –y el amor es consi-
aniversario del nacimiento de su padre, el 28 de noviembre de derado una espléndida extravagancia o un síntoma de senili-
1928, Woolf anotó que si por desgracia Sir Leslie hubiese so- dad– y ella, quien se deja, o no, amar 2
brevivido, no habrían podido existir ni escritura ni libros en su
propia vida. Ocampo recorta la frase, conjetura, erróneamente, La lectura que Ocampo hace del Diario de Woolf reduce su
la profusión de otras semejantes, acaso más explícitas, en el forma a la del autorretrato literario y espiritual, esto quiere
Diario no censurado, y pronuncia una diatriba autorreferencial decir que desconoce la lógica de la interrupción y el recomienzo,
contra los “padres de la era victoria”, que se creían dueños del del raptus y la insistencia, que presupone cada acto de nota-
destino de sus hijas. La curiosidad, pero también la sospecha ción. El interés por la autora no incluye la curiosidad por las
sobre los intereses de Leonard cuando decidía qué conservar y razones que la hicieron llevar un diario durante casi toda la
qué suprimir, despertaron en la directora de Sur algunas otras vida, ni sobre los efectos transformadores que pudo haber teni-
suposiciones acerca de la naturaleza y la extensión de lo censu- do esa práctica. Pese a esto, Ocampo acierta cuando identifica
rado, que el impulso militante de la conferencista, por tratarse la “realidad” como uno de los tres leitmotiv importantes del
de una materia indócil, no pudo acoger.
En A Writer’s Diary el tema amoroso brilla por su ausencia,
1
no hay entrada que aluda, ni siquiera lateralmente, a sus as- De aquí en más, los números entre paréntesis después de una cita, cuan-
pectos eróticos o sentimentales. Ocampo lo atribuye a una “in- do no van precedidos por un nombre de autor, remiten al año de edición y el
número de página del volumen (o la versión) del Diario de Woolf citado.
franqueable reserva puritana” (1982: 61), cuya existencia da 2
Ver 2003: 84 (sobre Vita) y 278 (sobre Ethel).

126 127
Diario (los otros serían el “arte de escribir” y el “Tiempo”) y Según lo presentan el arte y la atención de la diarista, el
enlaza “realidad” con “vida”, aunque no sospeche que este enla- proceso vital es esencialmente discontinuo, un trazo inestable,
ce puede ser obra de la propia escritura intimista y no solo un hecho de insistencia y repeticiones, que obedece a una sola ley,
tema de reflexión. misteriosa e inflexible, la de la alternancia entre movimientos
de expansión y retraimiento. El registro de los cambios de hu-
Jueves 30 de septiembre [de 1926] mor repentinos, de los continuos y pronunciados altibajos
Deseaba añadir algunos comentarios a esto, al lado mís- anímicos, toda esa fenomenología perturbadora y fascinante de
tico de esta soledad; que no es uno mismo sino sino algo del las sensaciones que contraen o amplían el horizonte existencial,
universo lo que nos queda al final. Es esto lo que resulta prueba que la verdad de una vida –ya sea que se la descubra o
aterrador y excitante en medio de mi profunda melancolía, se la fabrique– es siempre una cuestión de ritmo 4 . “Observo la
depresión, aburrimiento, o lo que sea: uno ve pasar una ale- fuerza y la intensidad de sentimientos que de pronto rompen,
ta muy lejos. ¿Qué imagen podría encontrar para transmitir espuman y desaparecen” (2003: 141). “Hay cierta pleamar y
lo que quiero decir? Creo que realmente no hay ninguna. Lo bajamar en la marea de la vida que podría explicarlo [la depre-
interesante es que en todos mis sentimientos y pensamien- sión por la falta de elogios], pero no estoy segura de qué es lo
tos nunca había tropezado con esto antes. La vida es, dicho que las produce” (1954: 24). El diario de Woolf es un dispositivo
con sobriedad y precisión, lo más extraño; contiene en sí la que permite la observación microscópica de los ritmos vitales
esencia de la realidad” (2003: 105). desde el punto de vista de un ligero extrañamiento, como si se
tratara de cambios de atmósfera o mutaciones en un paisaje
Lo que Woolf llama “realidad” es siempre el correlato de una natural. Cuanto más precisa es la definición de un matiz, más
experiencia incomunicable, la manifestación de una certidum- improbable la posibilidad de explicar el sentido de lo que suce-
bre vacía de sentido, una evidencia repentina que se hurta, so- de, los saltos de la angustia al entusiasmo, el ir y venir entre la
berana, a los poderes de la nominación. Es “eso” que aparece en satisfacción y el sentimiento de fracaso. El registro de lo coti-
el intervalo entre-momentos cuando no aparece nada, cuando diano aprehende la alternancia como ley que rige la variación
todo se hunde en su imagen. La vida, una vida, como proceso incesante, pero el acceso a los fundamentos de la ley, eso que
impersonal y extraño 3 , como experiencia aterradora y excitan- Ocampo identifica con el objeto de la experiencia mística y que
te de los límites de la subjetividad: la irrupción del afuera en el nosotros llamaríamos “el ser de la in-aparición”, permanece
corazón de lo íntimo. El Diario es el lugar donde se asientan las inaccesible. “A veces me imagino que, incluso si llegara al final
reflexiones sobre este proceso, porque recoge la impresiones del de mi incesante búsqueda de lo que las personas son y sienten,
momento que pasa, pero es también un recurso para seguirle el seguiría sin saber nada” (1992: 207). Porque no hay nada que
rastro y hasta para dejarse absorber activamente por el ritmo saber: el fondo que sale a la superficie cuando la realidad es
de sus pulsaciones, otra forma de responder al instante y unir- una certeza sin objeto, como “una niebla que viene y se va” (Ídem:
se a la dispersión, “con una pasión breve, violenta, obstinada y 256), no dice ni quiere nada.
no obstante reflexiva” (Blanchot 2005: 129).
4
También Lejeune valora la necesidad de estudiar la práctica del diario,
en tanto arte de la improvisación, desde el punto de vista del ritmo. Pero lo
hace desde una perspectiva sorprendente, ya que supone que la función de
3
“Una vida está en exceso respecto de la vida (o mi vida) que la contrae esta práctica es reconquistar, a través de un ejercicio de lo discontinuo, “la
dentro de los límites de una identidad” (Giorgi-Rodríguez 2009: 23). continuidad absolutamente real de la vida” (Lejeune 2005: 78).

128 129
La experiencia de la indeterminación, antes que cualquier sus fuerzas actuando sobre algo que se les resista. La lucha
circunstancia personal, sostiene el imaginario de la vida como contra la ausencia de algo que ofrezca lucha revela fugazmente
lucha que Woolf reproduce a lo largo de todo el Diario. La lucha el núcleo intransitivo de cualquier experiencia humana, el va-
por la libertad, que es un ejercicio constante de autodetermina- cío de intención y necesidad del que extrae sus fuerzas paradó-
ción, se amplifica en sus páginas en lucha por la supervivencia jicas la literatura, el mismo que se encarna en sufrimiento, y
de los impulsos idiosincrásicos: hay que salir adelante a fuerza arroja a quien lo padece fuera del mundo, cuando impera la
de singularidad, sin concederle a las convenciones más que lo angustia.
imprescindible. El despliegue soberbio de este imaginario Woolf alcanza en el Diario verdades tan exigentes como las
agonístico, aunque consideramos fundadas sus pretensiones de que se fabrican en las sesiones psicoanalíticas (“la angustia es
autenticidad biográfica, no hace más que disimular la realidad ese afecto que tiene la virtud ambigua de revelar el ser enigmá-
de una confrontación más originaria –el Diario mismo nos ad- tico del afecto” (Assoum 2003: 32)), precisamente porque no li-
vierte de su existencia–, que sólo se manifiesta cuando no que- mita el ejercicio de la sensibilidad al de la razón: observa im-
da nada por qué luchar. presiones, la intensidad con que sugieren lo curioso o lo desco-
nocido, sin someterlas a especulaciones intelectuales, que po-
Viernes, 11 de octubre [de 1929] drían quitarle ligereza y flexibilidad (el tributo que las ideas
(…) Para dar un ejemplo: iba andando por Bedford Place pagan a la constancia las vuelve pegajosas). La aproximación a
¿no? –esa calle recta con todas las casas de huéspedes– esta la realidad de los afectos es superficial por la necesidad de
tarde y me dije espontáneamente algo así: Cómo sufro y na- mantener un punto de vista indirecto, que señale, sin inmovili-
die sabe cómo sufro, caminando por esta calle, ocupada por zar, el paso de la vida a través de cosas y gestos triviales. “La
mi angustia, como estaba después de la muerte de Thoby [el verdad es que no se puede escribir directamente acerca del alma.
hermano mayor, que murió de fiebre tifoidea a los 26 años], Al mirarla se desvanece (2003: 65). Por el estilo de las notacio-
sola; luchando con algo sola. Pero entonces tenía al diablo nes, el Diario de Woolf funciona, más que como un autorretrato,
para luchar con él y ahora nada (2003: 230). como un sismógrafo espiritual que registra, con extraordinaria
sutileza, las alteraciones del alma voluble. Conserva las hue-
A sus cuarenta y siete años, Virginia goza de celebridad y llas de cada mutación anímica según el grado de profundidad
fortuna, la batalla por el reconocimiento y el bienestar está que alcanza el decaimiento, y el de plasticidad y vigor, cuando
ganada; continúa escribiendo con la misma intensidad de siem- el equilibrio se restablece. Si confiamos en la autenticidad de
pre, y hasta le parece que se abren nuevas perspectivas de crea- este registro, el momento de mayor intensidad, el que mani-
ción. Sin embargo, “hay vacío y silencio en alguna parte de la fiesta con más fuerza lo que puede una vida, no coincide con la
maquinaria” (Ibídem), y el acecho puede resolverse en captura estabilidad y el dominio de los recursos que se consideran pro-
intempestiva. De pronto naufraga (es una manera torpe de de- pios, sino con una instancia previa: “la diabólica dificultad de
cir) en un sentimiento de soledad exorbitante, que tiene que recomenzar” (1954: 197). Más fuerte que el asentamiento en la
ver menos con el temor a los viejos fantasmas de la depresión y confianza y el orgullo es la sensación de que esos afectos regre-
la locura, que con la sensación de ser extrañamente libre. La san por sí mismos, serenamente: hoy, al fin, la rigidez cedió al
creencia en que “todo es posible” la exalta, porque entonces no deseo y hay posibilidades. “Lo importante ahora es ir muy des-
quedan barreras que la limiten, pero también la expulsa del pacio; detenerse en mitad de la corriente; nunca apresurar; re-
mundo y de sí misma, porque para ser necesita experimentar clinarse y dejar que el quieto mundo subconsciente se vuelva

130 131
populoso…” (Ibídem). El compromiso de la escritura con el ex- Referencias bibliográficas
trañamiento de la perspectiva personal es tan íntimo que a la
diarista no le alcanza con registrar las alternativas del
recomienzo: necesita intervenir, bajo la forma de una adverten-
cia, para cuidar de lo posible. 5 Assoun, Paul-Laurent (2003). Lecciones psicoanalíticas sobre la
angustia. Trad. de Horacio Pons. Buenos Aires, Nueva Visión.
Barthes, Roland (2005). La preparación de la novela. Notas de
cursos y seminarios en el Collège de France, 1978-1979 y 1979-
1980. Texto establecido, anotado y presentado por Nathalie
Léger. Trad. de Patricia Wilson. Edición en español al cuidado
de Beatriz Sarlo. Buenos Aires, Siglo XXI.
Blanchot, Maurice (2005). “El fracaso del demonio: la vocación”.
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Giorgi y Fermín Rodríguez (Compiladores). Ensayos sobre
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. (1992). Diario íntimo I (1915-1923). Edición a cargo de Anne
Olivier Bell. Trad. de Justo Navarro. Madrid, Grijalbo-
Mondadori.
. (1993). Diario íntimo II (1924-1931). Edición a cargo de Anne
Olivier Bell. Trad. de Laura Freixas. Madrid, Grijalbo-
Mondadori.
5
. (1994). Diario íntimo III (1932-1941). Edición a cargo de Anne
A veces, cuando las circunstancias reclaman cuidados extremos (retomar
el diario y la auto-observación después de una crisis nerviosa que la dejó fuera
Olivier Bell. Trad. de Laura Freixas. Barcelona, Grijalbo-
de juego durante un mes), la diarista se interpela en tercera persona: “Ordena Mondadori.
las piezas que te vengan a las manos. No permitas nunca que te descabalguen . (2003). Diarios 1925-1930. Edición a cargo de Anne Olivier
los respingos de esa bestia de poco fiar, la vida, montada por una bruja como Bell. Trad. de Maribel de Juan. Madrid, Siruela.
va a causa de mi propio sistema nervioso, tan extraño y difícil” (2003: 47). La
incoherencia gramatical de la segunda frase es preciosa: el pasaje de la ter-
cera a la primera persona expone un desdoblamiento –el diálogo con lo ex-
traño de sí mismo– del que habrá dependido la fuerza estabilizadora de la
intervención.

132 133
En tránsito a ningún lugar
Sobre Diario de una pasajera de Ágata Gligo

Más que el diario como género o práctica específica, lo que


despierta mi curiosidad investigadora es la figura del diarista,
los misterios que rodean a veces al escritor que lleva un diario.
¿Cuáles son las razones por las que decidió, y vuelve a decidir
cada día, llevarlo? ¿Qué hace cuando registra los vestigios de
una jornada, a qué expectativas o a qué deseos responde su
perseverancia en ese ejercicio, y, lo más interesante, en qué se
convierte, en qué clase de monstruo literario lo transforma la
prosecución, siempre al borde de la renuncia, del acto diarístico?
Por comodidad académica, inscribo mis investigaciones sobre
diarios de escritores dentro del campo temático “La literatura
y la vida”, y cuando aclaro, “en el sentido deleuziano de la con-
junción”, lo hago para salvar el anacronismo, pero sobre todo
para dar a entender que el problema mayor que se me presenta
en cada lectura crítica es de orden ético: ¿la escritura del dia-
rio, además de registrar vivencias personales, puede intensifi-
carlas, convertirlas en experiencias de algo que escapa a la com-
prensión y reconocimiento?, ¿puede, además de documentar el
transcurso de una existencia, afirmar posibilidades de vida
desconocidas? 1

1
Esta perspectiva se deriva de los ensayos reunidos en Deleuze (1996).

134 135
Se entenderá entonces por qué, aunque no desconozco el ex- te cristiana del examen de conciencia como “lucha del alma”
traordinario valor de los diarios como documentos de esta o (Foucault 1991: 66); también se los puede seguir, de a ratos,
aquella realidad cultural, me intereso con obstinación por las como una novela de aprendizaje escrita bajo el signo de lo am-
tensiones que envuelve el acto diarístico. 2 Esos momentos sin- biguo. Pero no siempre la lectura atenta a las disyunciones del
gulares en los que la aparición de un gesto enunciativo que acto enrarece o desvía la valoración de un diario como docu-
muestra más de lo que la notación registra hace que la imagen mento. A veces nada más la fortalece, ampliando el campo de la
del diarista, esa que fue construyendo día a día hasta darle la argumentación. Es el caso, creo, de la lectura que voy a exponer
consistencia de un carácter, se desgarre. Como en todo acto, lo de Diario de una pasajera de Ágata Gligo y del diálogo que
que está en juego es un desdoblamiento de la subjetividad y la mantiene con el trabajo de Leónidas Morales, “Diarios íntimos
emergencia de una significación suplementaria que puede tras- de mujeres chilenas: el no-lugar aristocrático de enunciación”,
tornar el cumplimiento de alguna de las funciones previstas gracias al que lo conocí.
por las convenciones del género. Un ejemplo: el joven Tolstoi En el contexto de una investigación sobre las figuras de su-
concibe la práctica del diario, que en su caso toma la forma del jeto femenino que construyen lo diarios de escritoras chilenas
examen de conciencia, como un ejercicio de la verdad destinado del siglo XX, Morales comprueba que, en diferentes coyunturas
al autoperfeccionamiento, a la constitución de sí mismo como históricas, pero en contextos sociales equivalentes, esas figu-
sujeto moral, pero a veces el registro seriado de las faltas se ras son siempre las de “un sujeto femenino enunciándose des-
convierte en un medio para que experimente la no-verdad de lo de un no lugar de enunciación, como lugar de exilio” (Morales
que considera verdadero, la indeterminación extramoral de los 2005). Porque pertenecen a estratos sociales altos, en tiempos
impulsos que lo gobiernan. Durante los primeros meses de 1855, de crisis políticas y profundización de los conflictos ideológicos,
casi todas las mañanas, anota su firme propósito de no volver a y porque no pueden desprenderse de los estereotipos de clase
jugar más, después de haber consignado las pérdidas alarman- que definen los roles culturales de la mujer y el valor de las
tes de la última noche, como si en la jornada anterior no hubie- prácticas literarias, tanto Lily Iñiguez y Teresa Wilms Montt a
se quedado registrado lo mismo. Así, el “cuaderno de debilida- comienzos del siglo pasado, como Ágata Gligo en los noventa,
des” (Tolstoi 2002: 39), que puso al servicio de su imperecedera se imaginan en sus escrituras íntimas fuera de lugar o sin lu-
y siempre inobservada voluntad de corrección, se convierte en gar propio, exiladas del curso de los acontecimientos históricos
un testimonio de cuánto lo apasiona dilapidar los bienes fami- o del centro de la vida social. Mucho me hubiese gustado des-
liares, más acá de la sanción y el propósito de enmienda, y tam- prender Diario de una pasajera de esta serie algo descolorida,
bién en un recurso para experimentar el goce incomprensible en la que las motivaciones autobiográficas y las afecciones ínti-
de otros despilfarros, los del tiempo y la convicción moral nece- mas valen sólo si dejan entrever las determinaciones sociales
sarios para escribir cada entrada. que las justifican, e inventarle a Ágata Gligo perfiles imprevis-
Los diarios del joven Tolstoi ilustran un modo histórico, li- to, disimulados por el registro obsesivo de sus imposibilidades,
gado a los orígenes religiosos del género, de concebir su prácti- que la hubiesen puesto a salvo, aunque más no fuese en el es-
ca como una técnica para el cuidado de sí mismo, en la vertien- pacio imaginario de la lectura, del fracaso doble, vital y litera-
rio, en el que Morales encuentra el síntoma que le faltaba para
cerrar la serie; mucho me hubiese gustado, pero poco pude ha-
2
“Acto diarístico” es una extensión del concepto de “acto autobiográfico”
cer.
propuesto por Rosa (1990: 55-56).

136 137
Con ánimo de practicante, más que de teórico, dice Andrés que termina proyectando en todas las direcciones posibles la
Trapiello (1998: 21) que el escritor de diarios “parte de un des- sensación generalizada de descrédito que la atormenta: “vuel-
contento, una desdicha o una insatisfacción, por lo que no cabe vo a sentir mi enorme dificultad de escribir. Que no pertenezco
hablar [en su caso] de una relación narcisista, sino de una rela- a nada, que no tengo nada claro que decir, que lo que he hecho
ción atormentada o anómala consigo mismo y con los demás.” no tiene valor alguno” (p. 25). Mientras va registrando el rimo
Antes había sopesado el principio según el cual “el diario es irregular de las ocurrencias y las reflexiones que movilizan el
síntoma de una anomalía afectiva o aflictiva” (Trapiello 1998: cumplimiento de un plan que nació abortado (la novela Boca
20). El clima de temor y frustración en el que Ágata Gligo co- Ancha), el diario de Gligo se convierte en un substituto de la
mienza a llevar el suyo, la intención declarada de usarlo para obra imposible bajo la apariencia, no del todo satisfactoria, pero
esclarecer, y superar si fuese posible, los bloqueos que la aceptable, de otra clase de libro, un “diario de escritora” como
inmovilizan, no hacen más que confirmar el acierto de estas el que José Donoso le recomendó escribir al enterarse de su
aproximaciones generales. Las dos circunstancias que desen- bloqueo. Cuando ya no tuvo dudas de que el sueño de incorpo-
cadenan la escritura de Diario de una pasajera son la enferme- rarse al canon de los nuevos narradores chilenos era irrealiza-
dad y el debilitamiento o la extinción de la potencia creadora. ble, Gligo apostó a su permanencia dentro del corpus de la lite-
Por un lado está el cáncer, un cáncer de mamas virulento, que ratura nacional como la primera diarista moderna. Si no fuese
ya le impuso a la diarista una mutilación brutal, la extenúa y le que en la apuesta hubo más resignación que audacia, hablaría-
roba posibilidades mientras escribe, y que finalmente, un año mos de su éxito.
después de que corrija la última entrada, la matará. Sin ceder Es habitual entre los críticos especializados que la reflexión
en un punto a la autocompasión (sus debilidades son de otra sobre el tópico “diario y enfermedad” conduzca a la “confesión”
naturaleza), Gligo registra todo: el desconcierto ante la ausen- en la que Katherine Mansfield expuso su voluntad de transfor-
cia de síntomas, la reaparición de la enfermedad en los momen- mar el sufrimiento que le provocaba la tuberculosis en un pro-
tos menos esperados, la rutina demoledora de la quimiotera- ceso reparador.
pia, las fiebres, los desmayos, el terror. Entre tanto padecimien-
to, también registra la tensión constante en su voluntad de re- No quisiera morir sin haber dejado escrita mi creencia en
sistencia y reapropiación. Por otro lado está la “sequía litera- que el sufrimiento puede ser superado. Pues lo creo. ¿Qué es
ria” que comenzó después de la publicación del segundo libro, lo que hay que hacer? No se trata de lo que llamamos: “ir
la novela Mi pobre tercer deseo (1990), cuando creía “haber ad- más allá”. Esto es falso.
quirido una destreza para siempre” (Gligo 1998: 11) 3 . La difi- Hay que someterse. No resistas. Acógelo, déjate anona-
cultad para avanzar en la composición de otra novela hace que dar. Acéptalo enteramente. Que el dolor sea parte de la vida.
se sienta frustrada y que dude de sí misma, con tal radicalidad, Todo lo que en la vida aceptamos plenamente, experimen-
ta un cambio. Así es que el dolor tiene que volverse Amor.
Ahí está el misterio. Eso es lo que tengo que hacer. Tengo
3
El primer libro publicado por Gligo fue María Luisa (1984), una biografía que pasar del amor personal a un amor más grande.
de María Luisa Bombal que tuvo muy buena recepción crítica y le valió el (Mansfield 1978: 194-5)
Primer Premio de la Academia Chilena de la lengua y el Premio Municipal de
Literatura. De aquí en más, la referencia de páginas entre paréntesis remite a
la edición de Diario de una pasajera consignada en las Referencias bibliográ-
No sabemos si este arrebato casi místico tuvo alguna efica-
ficas. cia terapéutica en la vida “real” de la escritora, pero nos con-

138 139
mueven su lucidez y su entusiasmo cuando imagina que ano- peración, no sólo acepta el cáncer sin rebeldía, hasta se atribu-
nadarse y dejarse atravesar por la afirmación de lo impersonal ye la responsabilidad de su aparición apelando al “sentido de la
puede servirnos para vivir el dolor y no sólo padecerlo, como culpa” (p. 60): es posible que lo haya “fabricado” para tener oca-
quien dice, para vivir la inminencia de la muerte como una po- sión de enmendarse, de corregir la tendencia al olvido de las
sibilidad de intensificación de la vida y no sólo como una ame- necesidades verdaderas. En el interior de esta empresa correc-
naza. Esta clase de intensidades son las que echamos de menos tora, la funcionalidad del diario se define en los términos de un
en la escritura de Gligo, que fracasa no porque le falte inteli- ejercicio de auto-ayuda: “Quizá escribo este diario para acla-
gencia y coraje para comprender el proceso “hipócrita y absur- rarme, valorizando de nuevo las raíces internas, la pasión bási-
do” del cáncer, sino porque se agota en el acto, esencialmente ca, la inquietud, el sueño dormido. Descubrir qué hay dentro
reactivo, de la comprensión. para saber qué hacer” (p. 124). Hay otros, como Mansfield, a los
El error de esta otra diarista (“error” desde la perspectiva que la escritura diaria de la enfermedad también les sirve para
de un lector de novelas 4 ) consiste en haber creído sin interrup- salir de sí mismos, huir hacia delante, actuar sin esperar a sa-
ciones que la enfermedad “tenía que tener un sentido” (p. 165): ber.
así perdió, tantas veces como procuró aceptarla razonando cau- La contención, en el sentido del pudor y la reserva con los
sas psicológicas, la ocasión de experimentar “la ausencia de que soporta el sufrimiento, sin regodearse en la autocompasión,
sentido que le da sentido a la vida” (Jankélévitch 2004: 47), de es uno de los atributos de Gligo más respetables. El problema
acoger en su pensamiento, hasta que lo volviese otra cosa, aca- es que, muchas veces, esa forma tan correcta de responder a lo
so literatura, el sinsentido que es la condición misma de la exis- que la violenta le exige que inhiba su propia y legítima agresi-
tencia. 5 En el origen de este error resplandecen dos virtudes vidad. Llegado el caso, es capaz de justificar hasta el olvido al
sobre las que Gligo puede ironizar en la conversación con las que la someten sus pares del medio cultural como si ya estuvie-
amigas pero sin correr ningún riesgo de impugnarlas: la obe- se muerta: “Prescinden de mí posiblemente sin mala intención,
diencia a instancias superiores y la contención. por comodidad” (p. 73). ¡Y lo peor es que dice que comprenderlo
En tránsito a no sabe dónde, la pasajera obedece las pres- le da tranquilidad! Cualquier lector del género sabe que lo
cripciones médicas, las interpretaciones que el psiquiatra im- esperable, en circunstancias semejantes, es que el diarista li-
pone como verdades (siempre le deja la última palabra, la de la bere el resentimiento y haga la nómina detallada de los mise-
revelación), los consejos de los amigos que sí son escritores pres- rables que no reconocen su valía, que los “escrache” para la pos-
tigiosos, pero sobre todo se rinde, con una pasividad que por teridad. El diario como “memorial de agravios”, decía Ángel
momentos exaspera, a la creencia en que la vida es un proceso Rama (1991: 16), como tribunal en el que hacerse justicia. Gligo
que se rige por principios morales. Para no perderse en la deses- ni siquiera se permite, y está a punto de hacerlo, escribir el
nombre del coordinador que la excluyó sin aviso de un coloquio
en cuya organización había participado. No lo justifica, al con-
trario, expone la maldad de sus razones, pero retiene el nom-
4
“Llamo Novela no a un género históricamente determinado, sino a toda bre. En eso consiste el acto de la contención, en retener la agre-
obra donde hay trascendencia del egotismo, no hacia la arrogancia de la gene- sividad de los impulsos autoafirmativos. A su insistencia en las
ralidad, sino hacia la simpatía con el otro…” (Barthes 2005: 227).
5
En este sentido hay que entender una de las observaciones que le hace
entradas de Diario de una pasajera hay que atribuir las debili-
Diamela Eltit después de leer el manuscrito de Diario de una pasajera: “La dades del estilo intimista de la autora, demasiado preocupada
autora de este diario no enfrenta la muerte” (p. 189). por la sanción de los otros como para inventarse un modo de

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saltar por encima de las trampas del reconocimiento. 6 (Un sal- “En literatura –dice– la ficción constituye un peldaño superior”
to como el que da Patricia Kolesnikov en el comienzo furioso de (p. 101), sólo ella puede hacernos experimentar “el proceso de
Biografía de mi cáncer: romper las amarras de la expresión estética como la máxima
aventura humana” (p. 176). Tiene razón Morales cuando ad-
Yo odio a los que tienen cáncer. Odio a los que luchan vierte en estos énfasis cortazarianos la persistencia de una con-
contra el cáncer y a las fundaciones amigas. Odio a los gurúes cepción de la literatura anacrónica y una postura kitsch. Lo que
alternativos, felices de mostrar el camino de la salvación. queda por mostrar es cómo semejante idealización, de la figura
Odio a los que interpretan y a los que comprenden y a los del novelista en última instancia, debilita y bloquea los impul-
que saben lo que tengo que hacer. Odio a los que me lo dicen sos que hacen del diario una busca literaria y existencial in-
por mi bien (Kolesnikov 2002: 9). manente.
“Volcarme al diario y olvidar la novela es iniciar un viaje
En varios lugares del diario Gligo reflexiona sobre la difi- que no sé dónde va ni cuándo termina” (p. 102). A través de la
cultad para identificarse con el ejercicio del poder, en particu- frustración se abre paso el deseo de experiencia, de tránsito
lar cuando recuerda su renuncia apresurada, ni bien supo de la indeterminado: excluirse del camino de los novelistas actuales
enfermedad, al cargo de Directora de Cultura. El recelo a veces podría llevarla a descubrir formas que correspondan a la ver-
entraña una profunda desconfianza, no en ella misma, sino en dad de sus propias necesidades. Para aproximarse a esa ver-
lo que podría pasarle (¿en qué se podría transformar?) si la dad singular tendrá que renunciar a unas cuantas supersticio-
absorbiese la experiencia intempestiva de poder, de afirmarse nes y dejar que el lenguaje la mueva sin conocer el destino,
potente. Es lo que le señala en una conversación telefónica Do- hasta experimentar la íntima inadecuación de las palabras con
noso, hablando del bloqueo novelístico y de la resistencia a to- los pliegues ambiguos de su personalidad. Gligo lo entiende,
mar en cuenta para el trabajo literario su parte oscura y con- pero se resiste, porque le cuesta aceptar que no es seguro que
tradictoria. “No tienes fe en la dinámica del lenguaje, no crees la escritura del diario la lleve, de todos modos, a la literatura.
que el lenguaje tenga una movilidad propia que te lleva a rin- Puede renunciar a escribir una novela, pero no a componer un
cones que no esperabas” (p. 104). La escritura reflexiva del dia- libro. Diario de una pasajera está demasiado estructurado al-
rio contiene esta desconfianza que no la deja avanzar en la crea- rededor de un par de temas, el encadenamiento de las entradas
ción de mundos imaginarios, la acecha, la examina cono hones- responde con demasiada prolijidad al plan constructor. Ningu-
tidad, pero también la fortalece. na vida, salvo en el imaginario del neurótico, aparece tan cen-
En su deliberación sobre los valores del género –todos los trada, los acontecimientos diarios tan sujetos a una economía
diarios de escritores sostienen una–, Gligo anota la sospecha de lo significativo. Falta la apreciación de lo contingente y de lo
del egocentrismo, que podría redimirse a fuerza de seriedad y insignificante, la figuración del recomienzo porque sí, sin ga-
verdad, y la creencia en que el relato personal nos es literario rantías de sentido, como pauta de la existencia. Por un exceso
si no cumple una transfiguración de las experiencias reales. de fe en la literatura, a la que confunde con un valor superior,
Gligo no consigue que su escritura transmita sensación de vida,
el más literario de los efectos. Por lo mismo, y es más grave
6
En este sentido hay que entender la otra observación de Eltit después de (sigo hablando desde la perspectiva de un lector de novelas), le
leer el manuscrito: en Diario de una pasajera no hay deseo. “Lo que se nota es
un deseo narcisista de ser amada, del espejo, de verse reflejada en los ojos del
resta a su condición de sobreviviente medios para de trasmutar
otro. Pero no el deseo” (p. 190). la pasividad en potencia.

142 143
Cerca del final, mientras corrige el manuscrito y conjetura Referencias bibliográficas
las posibilidades que tendrá en el medio editorial chileno, Gligo
anota su deseo de que Diario de una pasajera encuentre lecto-
res fuera del país, que no sepan nada sobre la autora: “Sólo así
sabré si tiene real interés” (p. 191). No hubo un solo día, duran-
te el tiempo que me llevó la escritura de este ensayo, en el que Barthes, Roland (2005): La preparación de la novela, Notas de cur-
no haya tenido presente que al hacerlo cumplía con un deseo sos y seminarios en el Collage de France, 1978-1979 y 1979-
póstumo. Como en varias ocasiones me sentí identificado con la 1980, Buenos Aires, Editorial Siglo XXI.
diarista (¿acaso también la posición del lector, y no sólo la del Catelli, Nora (2007): “El diario íntimo: una posición femenina”, en
escritor de diarios, es por definición femenina 7 ?), y temí que el En la era de la intimidad. Seguido de El espacio autobiográfico,
rigor de algunos argumentos entristeciese su fantasma, pro- Rosario, Beatriz Viterbo Editora.
yecté con bastante anticipación un cierre que pudiera valer como Deleuze, Gilles (1996): Crítica y clínica, Barcelona, Editorial Ana-
inequívoco acto de reconocimiento. grama.
Ágata Gligo vivió con la ilusión de convertirse en una escri- Foucault, Michel (1992): Tecnologías del yo y otros textos afines,
tora y el temor de no poder conseguirlo. No supo que ya lo era, Barcelona, Editorial Paidós.
mientras llevaba su diario, porque únicamente a un escritor Gligo, Ágata (1998): Diario de una pasajera, Santiago de Chile,
puede obsesionarlo con más fuerza la imposibilidad de escribir Alfaguara, 2ª. Ed. (1ª. Ed.: 1995).
que lo que está escribiendo. Jankélévich, Vladimir (2004): Pensar la muerte, Buenos Aires, Fondo
de Cultura Económica.
Kolesnikov, Patricia (2002): Biografía de mi cáncer, Buenos Aires,
Editorial Sudamericana.
Mansfield, Katherine (1978): Diario. Barcelona, Editorial Del Cotal.
Morales, Leónidas (2005): “Diarios íntimos de mujeres chilenas: el
no-lugar aristocrático de enunciación”, en Cyber Humanitatis
34, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile
(www.cyberhumanitatis.uchile.cl).
Rama, Ángel (1991): “Prólogo”, en Rufino Blanco Fombona: Dia-
rios de mi vida, Caracas, Editorial Monte Ávila.
Rosa, Nicolás (1990): El arte del olvido, Buenos Aires, Editorial
Puntosur.
Tolstoi, Lev (2002): Diarios (1847-1894), Edición y traducción de
Selma Ancira, Barcelona, Editorial Acantilado.
Trapiello, Andrés (1998): El escritor de diarios. Historia de un des-
plazamiento, Barcelona, Editorial Península.
7
“Quizá quienes se encierran –hombres o mujeres– a escribir diarios ínti-
mos, como los ángeles del hogar en su empíreo doméstico y con sus demonios
interiorizados, lo hagan ya desde una posición femenina…” (Catelli 2007: 57).

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Indice

Ricardo Güiraldes en su Diario: los ejercicios espirituales de


un hombre de letras ..11

Más acá de la literatura. Espiritualidad y moral cristiana en


el diario de Rodolfo Walsh ..29

El desierto en la intimidad. Sobre el Diario inédito de Juan B.


Ritvo ..49

Un escritor en souffrance. Sobre los diarios inéditos de Roger


P l a ..69

II

Vida y obra . Roland Barthes y la escritura del Diario ..91

Virginia Woolf y el arte de la notación superficial ..109

Llevar un diario, escribir una vida. A partir de Virginia Woolf


en su diario ..125

En tránsito a ningún lugar. Sobre Diario de una pasajera de


Ágata Gligo ..135

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