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PRÓLOGO
No basta; es cierto. Pero hubiera sido una omisión imperdonable prescindir de lo que
de narración y de interpretación tienen los sucesos históricos en sí. Historia, por su
esencia, equivale a relato. Hay tan general ignorancia y, lo que es más, tanta
insipiencia, o error de información en especial sobre la época aquí estudiada, que esta
labor de recopilar, sintetizar, ensamblar e interpretar los hechos y las actitudes resulta
indispensable, si bien es más humilde que el afán de generalizar.
Se necesita ver primero cómo fueron en realidad las cosas y qué hicieron los hombres
para luego trazar las coordenadas integrales de la época. En el Perú, sobre todo, no es
posible en asuntos de estudio limitarse a ser arquitecto y dibujante de la obra que se
construye; hay que descender hasta ser picapedrero y albañil. No es en este caso
culpa del autor, por lo demás, si su labor, por exigencias de la labor misma, tiene que
parcelarse en más de dos volúmenes.
Como podrá ver el lector de buena fe, el relato procura estar aquí acompañado por un
propósito de claridad y de método en el enunciado, así como de ubicación y de análisis
de los acontecimientos mismos incluyendo algunos atisbos sicológicos, todo dentro de
una rígida sujeción al testimonio de las fuentes históricas. Por ello, inclusive, pierde la
obra vivacidad y amenidad. Intentando algunos sketch’s donde la imaginación quiere
pintar escenas que si no son la verdad estricta son mentiras que tienen todos los
elementos de la verdad, el autor se ha consolado un poco de estos defectos, como los
que compensan con el golf, el tenis o el automovilismo la aridez de la oficina.1
No faltará quien aduzca aquí que precisamente los sucesos, cuya evocación concluye
en el presente tomo, han sido historiados por varios autores. Lo que hace oportuno
una pequeña síntesis crítica sobre la bibliografía acerca de la Confederación Perú-
Boliviana.
Los historiadores chilenos son, sin duda, los más valiosos; y entre ellos don Rafael
Sotomayor Valdés con sus libros Campaña restauradora de 1837 e Historia de Chile
durante el gobierno del general Pinto en el cual concluyó el contenido anterior.
Sotomayor tuvo como méritos la elegancia sobria de su estilo, la coordinación
armoniosa de su labor, la autenticidad de su documentación, inclusive tomada en el
archivo inédito del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile. Pero, el plan de sus
libros no era escribir la historia del Perú sino la de Chile; por eso omitió o pasó con
excesiva prisa una serie de hechos de cardinal importancia para nosotros. Además, la
fundamentación de su relato descansa sobre fuentes chilenas exclusivamente. Y el
propósito que le guiaba era justificar a todo trance a Chile y lapidar a Santa Cruz; para
ello omitió muchas cosas esenciales e inclusive utilizó otras en forma parcial o
incompleta.
La Campaña de 1838 por Gonzalo Bulnes adolece de iguales tachas incrementadas por
ser el autor hijo del vencedor en Yungay. Inclusive alguna vez autores chilenos hacían
notar que ese general, así como sus principales colaboradores, resultaban un modelo
griego, romano o medieval. Por lo demás, La campaña de 1838 contiene algunos datos
interesantes tomados sobre todo de la correspondencia particular de Bulnes.
Paz Soldán para su Historia del Perú Independiente dispuso de material muy valioso,
pues aparte de una completa colección de folletos, periódicos y hojas sueltas contó con
numerosas cartas de Orbegoso, Santa Cruz, Bujanda, La Fuente, Portales Flores,
Gamarra, Pardo, Vivanco, Torrico, Castilla, San Román y otros actores de la política en
ese entonces. De mucho de este ingente material hizo uso efectivo en su libro y por
eso él es y será siempre una insustituible obra de consulta; pero el tiempo no le
alcanzó para aprovecharlo en su totalidad y tampoco para terminar y revisar sus
originales y muchos capítulos, sobre todo los finales son, en realidad, un mero diseño.
Además, no tomó en cuenta las fuentes de origen chileno; como narrador y crítico le
faltaba, entre otras condiciones, serenidad pues era implacable enemigo de Santa
Cruz.
Vargas, a quien rinden homenaje las últimas páginas del tomo primero de esta obra,
tampoco da algo definitivo. Alcides Arguedas, dentro de la trayectoria de su serie de
libros sobre la historia republicana de Bolivia, tiene que abarcar esta época pero por el
carácter de su propósito lo hace con brevedad y en función de Bolivia, no del Perú.
Diversos y muy valiosos aportes todos estos; pero cada uno con su caudal propio y
señero. Precisamente lo que faltaba era una revisión de conjunto, integral, sin
prejuicios y, además, en función del Perú. Pero algo más podía intentarse todavía. No
han sido tomados en cuenta aún por ningún historiador algunos documentos de valía:
el folleto del coronel Pedro Godoy, jefe del Estado Mayor del ejército chileno en la
batalla de Guía, sobre la campaña del 38; las Memorias de Nieto; las Memorias de
O’Connor; el conjunto de papeles de Orbegoso que no se limitan a lo publicado por Paz
Soldán en el apéndice de su libro sino comprenden el manuscrito que empieza “Desde
que los grandes sucesos...” incluido en el folleto impreso en 1893 por don Manuel
Orbegoso, la Breve exposición de julio de 1839, folleto de Guayaquil, la Defensa contra
el atroz, ilegal y atentario decreto de 21 de Septiembre también impreso en Guayaquil.
Por otra parte están rigurosamente inéditas e intocadas muchas cartas y papeles de la
Biblioteca Nacional, originariamente pertenecientes a Paz Soldán, inclusive por ejemplo
la correspondencia íntegra entre Bulnes, Gamarra y La Fuente antes de Yungay; y del
Archivo de Límites donde se guardan pruebas tan fehacientes como la de la gestión de
los agentes de Santa Cruz ante Inglaterra para que obligara por la fuerza a Chile la
suspensión de la guerra. El cateo de periódicos, hojas sueltas y folletos también puede
dar nuevas luces y rutas.
En relación con el primer tomo, éste ofrece mayor madurez, mayor caudal de
documentación, mayor método. Sus defectos y sus errores son, sin embargo, también
muy grandes. En vano la constancia, la paciencia y la fe los han querido suplir. Decían
las últimas páginas de la “Advertencia inicial” del tomo primero que para alguien al
menos, él tenía a pesar de todo, “el valor de los pocos rostros a veces ni perfectos ni
egregios y de las pocas ideas a veces ni útiles ni definitivas que surgen en el trajín
cotidiano como única compensación de su mezquindad”. Ahora, después de año y
medio, son repetidas aquí también las mismas palabras; pero con un poco más de
tristeza.
Jorge Basadre
____________________________________________
(*)
Este tomo nunca se publicó. Ver el trabajo de Gustavo Montoy "Jorge Basadre: el ensayo como estrategia", en el
tomo primero de esta edición. (N. del E.)
1
De estos sketch's, de sentido literario más que histórico han sido publicado en Nueva Revista Peruana, "La
conspiración de las sortijas negras" y "Pachamanca, Ajedrez, Rocambor"; y en Mundial,"Hombres de la otra Patria".
CAPÍTULO VI
DE LA CONFEDERACIÓN A LA RESTAURACIÓN
Insistía también Orbegoso en que nadie mandaba ahora en él, expresando acaso una
verdad en lo que a Lima o al norte se refería; pero, en realidad quien lo mandaba era
Santa Cruz. Aquello que Orbegoso llamaba “estar de acuerdo” no era sino seguir las
inspiraciones del flamante Pacificador del Perú a pesar de que estaba de viaje, lejos, y
aún no había asumido oficialmente el mando. Todo el esfuerzo de reorganización
administrativa se hacía bajo su contagio. Para la provisión de puestos —por lo menos,
los más importantes— se requería su aprobación. Un pacto habíase acordado de
antemano en el sentido de que ningún ascenso militar se haría sin su permiso.
Subyugación buscada. Pocas veces ha querido ningún hombre marchar tan
absolutamente de acuerdo con otro como Orbegoso con Santa Cruz en aquellos
primeros meses de 1836.
Las desconfianzas y los recelos podían, con todo, disiparse. En tanto en el país había
una gran apatía. Las elecciones para los congresales de Huaura la evidenciaron
permitiendo sin obstáculo el triunfo de las listas elaboradas por Orbegoso y
personalmente enviadas por él a cada circunscripción. Esto era para él un buen
síntoma: el país estaba deseoso de tranquilidad y ese factor difuso podía servir en
contra de cualquier tentativa de trastorno. Afuera estaban los emigrados. En el
Ecuador y en Chile conspiraban. Pero Orbegoso se sentía fuerte. Creía que ni el mismo
Salaverry si resucitara, lo podría derrocar esta vez.3
2. Los proscriptos
Agitábanse dentro de las privaciones y la miseria y las intrigas y los planes y las
esperanzas, no sólo ex presidentes como Gamarra y La Fuente, militares prestigiosos
como Castilla, Vivanco, Bujanda, Torrico, marinos como Postigo, Boterín, Salcedo; y
también civiles, que habían sido ex ministros y consejeros políticos de los caudillos
caídos, literatos, abogados como Pardo y Aliaga, Martínez, Ferreyros, Rodulfo, Lasarte,
Meza y aún hasta mujeres como la joven y bella esposa de Salaverry que publicó
entonces las patéticas cartas de despedida de su esposo.
Los ojos de los proscriptos peruanos que estaban en Valparaíso casi todos —pues en
Santiago moraban Pardo, Vivanco y unos pocos que hacían vida cortesana —cuando se
posaban en el mar cercano, acaso no se fijaban en el número de veleros que entraban
y salían cada día y en el número de los mástiles que interceptaban la lontananza.
Valparaíso tenía entonces 30,000 habitantes, cinco veces más que antes. Los ojos de
los proscriptos peruanos no veían la relación que existía entre el auge de Valparaíso, la
decadencia del Callao y Santa Cruz.
____________________________________________________
2
Ya desde 1835 habían habido quejas de Orbegoso porque no se le trataba con consideración. Las cartas de
Santa Cruz son muy interesantes. Aconseja, instruye, ordena a su aliado. Hace lo posible por guardar las fórmulas,
pero tiene tono de superior. ¿Vanidad, egoísmo, don de mando? También visión de estadista. Cuando se publiquen
estas cartas se verá su conocimiento de los hombres, su sentido estratégico, su afán de economías, su tino político.
3
Cartas de Orbegoso a Santa Cruz. Archivo Paz Soldán. Tomo x. Ver, sobre todo, las de 21 y 27 de marzo, 11 y
27 de abril, 4 de mayo y 11 de junio de 1836 en la Biblioteca Nacional de Perú [BNP]. Véase, más adelante cuán
distinto al estado de ánimo que tenía Orbegoso en 1836, fue el de 1837 y 1838.
ANTECENTES ECONÓMICOS DE LA GUERRA ENTRE CHILE Y
LA CONFEDERACIÓN
El ambiente de Chile era más propicio para la repercusión de la campaña contra Santa
Cruz por razones que databan de varios años atrás, precisamente desde la época en
que había gobernado el más prominente de aquellos proscriptos.
A Chile se había debido en mucho —ahora cabe decirlo sin herir ningún tabú
patriótico— la expedición libertadora de San Martín; Chile había cedido buena parte del
empréstito inglés; Chile había acogido a los desterrados peruanos durante la dictadura
de Bolívar quien a su vez desterró del Perú a los chilenos, motivos todos éstos por los
cuales el gobierno peruano solicitó en vano el auxilio de Chile en la guerra con
Colombia mediante dos buques y dos batallones.
A principios de 1827 fue reconocido el señor Pedro Trujillo como encargado de Chile
para ajustar un tratado de comercio; y para tratar sobre ello fue nombrado Luna
Pizarro. Hubo cambio de proyectos —el de Trujillo inspirado en recíprocas concesiones
para el intercambio comercial y el de Luna Pizarro en una alianza ofensiva y defensiva
contra cualquier poder extranjero estableciendo simple y llanamente la libertad de
comercio—; pero a poco Trujillo, que por su cuenta y riesgo decidió evitar la alianza,
regresó a su país. Vino en su reemplazo el señor Miguel Zañartu quien sólo fue recibido
después del cambiamiento que llevó a Gamarra al poder. Nombrado por el Perú el
señor Lavalle, tampoco hubo acuerdo y a poco la mediación chilena en la cuestión con
Bolivia4 desvió las actividades del diplomático de aquel país.
A causa de la desidia de los gobiernos y de los trastornos políticos, el Callao había ido
perdiendo su significación en beneficio de Valparaíso, a pesar de la peligrosa rada de
éste y del prejuicio por su vieja condición de bodega del Callao durante la Colonia. En
el auge de Valparaíso influían, además, el progreso y la paz de Chile en los primeros
lustros republicanos y la posición de aquel puerto, el primero de verdadera importancia
con que se encontraban los barcos que venían de ultramar y sumamente favorable
para ellos ya que habíase establecido en él el libre comercio de tránsito, exigiéndose
apenas una pequeña retribución por el depósito de las mercaderías; y así, en lugar de
ser distribuidos directamente los cargamentos en los diferentes puertos de la costa
hasta Baja California, eran desembarcados en Valparaíso donde quedaban depositados
en almacenes francos y surtían luego al comercio llamado de escala con las porciones
que se iban necesitando. Valparaíso era, pues, el mercado del Pacífico donde Bolivia, el
Perú, el Ecuador, y las partes de Méjico y Centroamérica que daban a este lado, se
suplían de efectos europeos.5
El año de 1832 fue crítico para las relaciones peruano-chilenas. El gobierno peruano,
ya más tranquilo en su situación, dio varios decretos sobre comercio. Enumeremos
primero los que fueron favorables al comercio chileno. Ya el de 5 de marzo de 1831
había permitido el depósito de trigos en las bodegas de Bellavista. Ahora, el de 20 de
febrero de 1832, estableció que los trigos que se introdujeran de la república de Chile
pagarían en adelante 3 pesos por fanega, en esta forma: 2 pesos en dinero y el resto
en billetes.7 Otro decreto de la misma fecha aumentó el derecho de las harinas
extranjeras. Jactábase el gobierno peruano, además, de haber dado ventajas al
comercio chileno, como nunca. “...Ha concedido plazos a los introductores de trigo
para el pago de derechos que antes hacían de contado, les admite la tercera parte en
billetes que compran a precios ínfimos, extendiéndose a veces esta gracia a la cuarta
parte y no poca al todo de los expresados derechos y ha aumentado los derechos de
las harinas con que nos surten otros países”. “Plazos, almacenes, exoneración de
derechos mientras no extrajesen los trigos de los depósitos y otras condescendencias
de entidad se han dictado en su favor. Si la indiscreta conducta de algunos en sus
introducciones o en su quererlas vender para conseguir mejor precio les ha hecho
sufrir quebrantos, deberán imputárselos a sí mismos y nunca a inconsideración del
gobierno peruano”.8
Con fecha 9 de junio se dio otro decreto que, en cierta manera, seguía esta misma
tendencia perjudicial para los intereses chilenos. Tan luego como desembarcaran los
trigos en el Callao se procedería escrupulosamente a su mensura, verificada la cual
serían despachados inmediatamente y entregados a sus dueños, quienes debían
levantarlos de playa dentro del término de ocho días perentorios; no verificándolo,
pagarían el total de los derechos de esos artículos en dinero y no ya en las condiciones
favorables señaladas en el decreto de 20 de febrero de aquel año.10 Los ocho días
aquí mencionados fueron luego extendidos a 30, plazo que no podía ser mayor en
contraste con los efectos extranjeros, porque el trigo estaba sujeto a putrefacción.
Como motivos para este plazo alegóse que en la playa, a la sombra de los grandes
rimeros de trigo, se hacían ocultaciones y fraudes de otros efectos y que hasta en la
operación de conducirlos a la bodega había medios de contrabando. Pero el gobierno
chileno consideró que implicaba una hostilidad para con los comerciantes de su país o
una prohibición disfrazada del comercio de trigo. Quejábase, además, de las reiteradas
evasivas del gobierno peruano para celebrar un tratado de comercio que dejara
resueltos estos problemas. Alegaba en cambio el órgano del gobierno peruano que
dicho tratado no era tan fácil. Adoptando el sistema de que ambas repúblicas hicieran
el comercio de sus producciones libre y franco de derechos, las harinas extranjeras no
vendrían al mercado peruano, el que quedaría a merced del trigo chileno, en tanto que
análoga ventaja era imposible obtener para el azúcar peruano cuya elaboración estaba
realizándose tan difícilmente por la escasez de brazos y cuya calidad la haría siempre
más cara en Chile que el azúcar de inferior calidad, pero de precio más barato que
bastaba allí a cierta clase de consumidores.
Con fecha 16 de agosto de 1832, el Congreso chileno sancionó una ley propuesta por
el gobierno imponiendo tres pesos de derechos a los azúcares y chancacas peruanas.
Implicaba esta medida una represalia contra el decreto peruano de 19 de junio,
represalia grave porque el trigo puesto a bordo costaba de siete a ocho reales en los
puertos de Chile y aunque pagara aquí de derechos tres pesos por fanega, también la
vendían a seis y ocho pesos no habiendo abarrote; en tanto que el azúcar tenía de
costo catorce reales en Chile y no subiendo su precio de tres pesos por arroba era
evidente que imponiéndosele otros tres pesos de derecho, la pérdida resultaba
inevitable para los especuladores. Por otra parte, la prensa chilena —en especial El
Mercurio de Valparaíso, bajo las inspiraciones de don Diego Portales, comerciante
entonces y luego gobernador de aquel puerto— comenzó a atacar al gobierno de
Gamarra; y el ministro Zañartu —que además de su gestión para un tratado había
iniciado otra para el pago de la deuda del Perú proveniente de la Emancipación,
haciéndola llegar a la suma de 12,820,028 pesos— pidió sus pasaportes; dejando
constancia su gobierno de que estaba en la mejor disposición de continuar las
negociaciones, siempre que el Perú enviara a Santiago un ministro completamente
autorizado “y con arreglo a las bases de reciprocidad en las concesiones”. Una gestión
de mediación iniciada por el ministro de Méjico, Juan de Dios Cañedo, en tránsito de
Lima a Chile, no tuvo éxito.11
Cónsul de Chile en Lima fue nombrado el comerciante chileno Ventura Lavalle; pero las
relaciones entre ambos países quedaron casi rotas. Se estableció el pago de los
derechos del trigo íntegramente en dinero (agosto de 1833). Y en el Reglamento de
Comercio de ese año tendían a favorecer al comercio directo del Callao con Europa los
artículos 381, que premiaba a las mercaderías que llegaren directamente a puertos
peruanos; y 383, por el cual los efectos extranjeros procedentes de los depósitos del
Pacífico transportados a los nuestros en buques extranjeros pagaban 8% a más de los
derechos ordinarios, pago que se reducía a 7% si el buque conductor pertenecía al
Estado de cuyo depósito se extraían (art. 384).
En medio de aquel ambiente emponzoñado se alzó, sin embargo, pidiendo unión la voz
del prócer chileno O’Higgins desterrado entonces, y hasta su muerte, en el Perú. Era la
voz del espíritu de la Emancipación continental, desplazado por los menudos intereses,
por las obscuras pasiones, por la ciega inconsciencia, por los pueriles recelos que
imperaron luego y aún imperan hasta nuestros días en esta América de los Estados
Desunidos.14
3. La misión Távara
Muy liberales eran las instrucciones que el negociador peruano tenía; pero el tratado
que se llegó a firmar acentuó ese librecambismo. El tratado fue redactado por el
negociador chileno que era el ministro de Hacienda Rengifo. La firma fue el 20 de
enero de 1835. Távara renunció al derecho que confería al gobierno peruano una
convención adicional firmada el 20 de enero para que el canje de las ratificaciones se
hiciera en Lima; pero el gobierno chileno prefirió ajustarse literalmente a esa
Convención.17
Además, de acuerdo con la política chilenista que tuvo en ese instante el gobierno de
Orbegoso, los artículos 381 y 383 del Código de Comercio de 1833 quedaron
virtualmente anulados por las declaratorias del ministro de Hacienda de 31 de enero de
1835.18
El tratado comienza por estipular que los ciudadanos de cada república pueden
establecerse, traficar y ejercer libremente su profesión o industria en el territorio de la
otra debiendo gozar de los mismos privilegios y exenciones de los naturales y
participar de los mismos derechos civiles y de protección que las leyes acuerdan a
éstos. Se exceptúan expresamente los derechos políticos (arts. 2, 3 y 4). La propiedad
de toda especie existente en el territorio de cada parte contratante que corresponda a
ciudadanos de la otra es inviolable y de libre disposición con arreglo de las leyes del
país donde existe. En el caso de guerra, los ciudadanos de cada Estado residentes en
el territorio del otro están garantizados; la expulsión se verificará sólo en caso de
infracción de leyes o perjuicio al país de su residencia, concediéndoseles plazos y
garantías (art. 5). En estado de paz están exentos del servicio militar y de toda
contribución extraordinaria. No hay embargo de barcos, tripulaciones y efectos
comerciales respectivamente sin indemnización (art. 7). Se establece en beneficio de
los buques de cada república el derecho de hacer el comercio de escala, descargando
el todo o parte de las mercaderías transportadas desde países extranjeros en los
puertos franqueados por la otra a la nación más favorecida, pudiendo también tomar
en los mismos puertos cargamentos de retorno para el exterior. Se consiente, además,
a las naves de cada parte hacer el comercio de exportación en los puertos menores de
la otra, donde no estuviese prohibido hacerlo a las naves nacionales. El comercio de
cabotaje queda expresamente reservado a los buques de cada república. En cuanto a
los derechos de anclaje, tonelaje y cualesquiera otros establecidos sobre las
embarcaciones, las de cada parte deben pagar en los puertos de la otra la cuota a que
estuviesen sometidas las embarcaciones de ésta, calificándose debidamente la
nacionalidad (arts. 9, 10, 11, 12 y 13). “Los productos naturales o manufacturados de
cualquiera de las repúblicas contratantes conducidos en buques chilenos o peruanos
sólo pagarán en la aduana de la otra la mitad de los derechos de internación con que
se hallaren gravados o en adelante se gravaren las mismas o equivalentes mercaderías
de la nación más favorecida, conducidas en buques que no logren privilegios en razón
de su bandera” (art. 14). La más favorecida de las naciones —entre las que no están ni
estarán los Estados hispanoamericanos que gocen por tratados solemnes de una
rebaja especial en los derechos de entrada— servirá para arreglar los derechos de
importación qua adeuden los productos naturales o manufacturas de su respectivo
país. Los efectos cuyo expendio se hiciese por cuenta de la hacienda pública formarán
excepción a la regla sobre derechos de entrada (arts. 15 y 16). Cuando por razón de
fomentó a la marina nacional otorgase alguna de las repúblicas contratantes cualquiera
gracia especial en la internación de las mercaderías de la clase de las producidas por
ellas mismas, dicha gracia debe hacerse extensiva a la marina de la otra. La rebaja de
derechos estipulada en el art.14 no debe tener lugar cuando los productos de uno de
los países fuesen importados al otro por buques no chilenos ni peruanos (arts. 17 y
18). Las ventajas recíprocas enumeradas no serán otorgadas sino a otros Estados
hispanoamericanos (art. 19); y los favores a cualquiera de dichos Estados
hispanoamericanos se entenderán concedidos también al otro Estado signatario de
este tratado. Los derechos de importación de las mercaderías extranjeras,
transportadas al Perú en un buque chileno o a Chile en un buque peruano, serán
iguales a los pagados por la nación más favorecida. Los derechos de cargo, descargo,
muelle, almacenaje y consulado serán los mismos para los productos naturales y
manufacturas conducidos a bordo de buques chilenos y peruanos (arts. 20, 21 y 22).
En el depósito de las mercaderías propias de ambos países, en el plazo para el pago de
los derechos, en la exportación de los productos de una embarcación en buques de la
otra, etc. habrá recíprocas ventajas y concesiones (arts. 23 y 24); en naves peruanas
o chilenas estarán exentas de derechos de exportación las maderas de construcción en
Chile y la de sal común en el Perú (art. 25). “Las mercaderías extranjeras sacadas de
los almacenes de depósito de cualquiera de los Estados y transportadas en buques
chilenos o peruanos a los puertos de otro, no sufrirán recargo alguno a más de los
derechos comunes de importación que pagan o pagaren las mismas mercaderías
cuando pasan sin entrar a dichos almacenes; pero las aduanas de Chile y del Perú para
asegurarse de la legítima procedencia de esta clase de efectos podrán exigir los
documentos con que fuesen despachados en los puertos donde se haga el embarque”.
Los demás artículos se refieren a la extradición de individuos perniciosos, reglas para
casos de guerra marítima, derechos de visita en alta mar, honores y prerrogativas para
cónsules, etc. El arreglo y base de la liquidación de los créditos pendientes entre Chile
y el Perú serán objeto de un tratado particular que deberá ajustarse con la mayor
brevedad posible. El tratado será obligatorio durante seis años.
El Congreso chileno lo aprobó en febrero de 1835. En el Perú por esos días había
estallado la sublevación de Salaverry, posesionándose de la capital. Salaverry
manifestó intención de ratificar el tratado. Ello y la difusión de su autoridad reconocida
por casi todos los departamentos de la República, decidieron al gobierno chileno a
canjear con él las ratificaciones, reconociéndolo así de hecho (23 de junio de 1835).
Es que Orbegoso exacerbó su cólera contra Chile por la impune campaña de los
emigrados peruanos y por actitud de los periódicos chilenos, inclusive los de carácter
oficial, para juzgar la campaña de Salaverry.20 El gobierno chileno, por otra parte, se
apresuró a tomar una represalia para el caso de que sobreviniera alguna variación en
las relaciones comerciales peruano-chilenas: ordenó que los buques de bandera
peruana o chilena con producciones, efectos o manufacturas privilegiadas por el
tratado de 1835, se sujetaran a fianzas sobre el pago de todos los derechos que se
adeudaban por el mismo giro antes de la observancia de dicho tratado.21
Transcurridos los seis meses de plazo —en que erróneamente el gobierno peruano no
hizo siquiera el alarde de entablar nuevas negociaciones con el gobierno chileno— y
después de reuniones en Lima en que, contra la opinión del Tribunal del Consulado y
contra la del propio Secretario General de Orbegoso, prevaleció la de un consejero
oficioso llamado Miranda, aparentemente testaferro de Santa Cruz; con fecha 16 de
mayo decretó Orbegoso que estaba sin efecto desde aquel día el tratado de amistad,
comercio y navegación firmado en Santiago el 20 de enero de 1835.22
a) el plazo para las ratificaciones podía ser prorrogado mediante un convenio de las
partes;
d) era la razón más valedera pero cabía obviarla con buena voluntad.23
Pero lo que verdaderamente influyó en el gobierno peruano fueron los fundamentos del
informe que sobre el tratado emitió el flamante ministro de Hacienda don Juan García
del Río. Alegó este informe, principalmente, aparte de los considerandos ya
mencionados:
a) Directiva esencial de la política peruana debía ser el fomento del comercio directo
con Europa y Estados Unidos. Nada más opuesto a tal necesidad que asegurar a Chile
por medio de tratados; las ventajas que su situación geográfica le daba. (Ya el
gobierno de Gamarra había comprendido lo que significaba para el Perú el hecho de
que el comercio con Europa se hiciera por el estrecho de Magallanes y llegara primero
a Chile. Todavía no se había pensado en el Canal de Panamá.) Si esto se veía con
indiferencia, el Callao sería un tributario de Valparaíso —decía García del Río—; allá sé
hablan primero las negociaciones con las preferencias que el tratado otorgaba a los
buques chilenos sobre los extranjeros en el pago de los derechos de tránsito o
trasbordo de los efectos extranjeros sacados de los puertos de depósito de aquel
Estado; y con las preferencias que, asimismo, otorgaba a las mercaderías extranjeras
sacadas de los almacenes de depósito de Chile y transportadas en buques chilenos o
peruanos a los puertos de este país sin recargo aparte de los derechos comunes de
importación.
b) La igualdad y reciprocidad que el tratado establecía eran sólo aparentes. Del Callao
no iban a ir por cierto nunca a Chile efectos europeos, ni iban a ser depositados
previamente en sus almacenes. Además había desproporción en la importancia
respectiva de los artículos de exportación. Los aguardientes peruanos estaban
duramente gravados en Chile; los tabacos, sujetos a una perjudicial venta forzosa al
estanco; el azúcar sólo en la cuarta parte de la cantidad consumida en Chile era
peruana y había una mera diferencia de dos y medio reales en el derecho que pagaba
en relación con el azúcar extranjera, de modo que no podía aspirar al monopolio del
mercado. En tanto, el trigo o la harina chilenos estaban en posesión de ser las dos
terceras partes de lo consumido en el Perú; y, de acuerdo con el tratado, la harina de
Estados Unidos iba a quedar prácticamente excluida. Las oscilaciones del mercado de
la Concepción iban a hacer gravosa la importación exclusiva de los trigos chilenos. La
rebaja de la mitad de los derechos que el tratado estipulaba implicaría al erario
peruano una pérdida de 216 mil pesos. Reconocía García del Río que el único producto
agrícola peruano beneficiado era el azúcar y que había aumentado a 18 reales cuando
antes valía 14; pero creía que ello era debido a la mayor exportación y que implicaba
un fenómeno pasajero y aconsejaba a los azucareros que buscaran otros mercados
(Bolivia, Inglaterra, Europa en general) para que a trueque del azúcar el Perú no
recibiera de Chile sus leyes.24
Pero el tratado tuvo sus defensores y entre ellos nada menos que el Tribunal del
Consulado (entidad semejante a la actual Cámara de Comercio) por medio de sus
representantes, don Juan de Elizalde y don Juan Francisco de Izcue quienes elevaron al
gobierno la representación redactada por el apoderado del Tribunal don Tiburcio
Roldán. Las razones a favor del tratado pueden resumirse brevemente así:
b) Los derechos asignados al trigo eran racionales. Sin el tratado, la fanega de trigo
pagaría 3 pesos por derecho, suma exorbitante que no pagaban ni los artículos de lujo
o de vicio. Pagando el trigo la mitad de derechos en relación con la harina estaban
nivelados porque un barril de harina pagaba 7 pesos 4 reales, y no más y al trigo le
faltaba mucho para ser harina y harina como la que venía de Estados Unidos, finísima.
El trigo, además, daba provecho al país, pues necesitaba de más movilidad y hacía
muchos gastos hasta ser harina y nunca como la del norte. La harina, en cambio,
podía ser dañina: solía llegar adulterada, con sustancias mortíferas y fermento debido
al largo tránsito; antes de la introducción de harinas había sido rara en el Perú la
disentería, originada por ellas, como lo comprobaba la experiencia de otros países. El
trigo era saludable, ocupaba nuestros buques daba utilidades a mucha gente, inclusive
los molineros.
c) El comercio directo con el resto del mundo no estaba entorpecido con el tratado. Lo
estimulaba el artículo que estatuía que los efectos extranjeros venidos en derechura a
nuestros puertos pagarían a su introducción 5% menos de lo que pagarían si sus
buques tocaran otros puertos. Esta rebaja podía aumentarse.
Por su parte, el negociador del tratado, Távara, en un folleto que publicó en 1839,
enumeró entre otras las siguientes razones a favor del tratado: Valparaíso por su
posición geográfica, por su carácter salubre, abundante, por su condición de puerto de
un país tan benéfico para el extranjero como Chile, tenía ventajas que nada ni nadie
podría liquidar. Del mismo modo, Valparaíso no podía arrebatar al Callao sus ventajas
derivadas de la naturaleza de las cosas y de la paz que viniera. Uno y otro pertenecían
a dos países ricos de abundantes frutos de retorno: a cada uno de ellos podían entrar
el capital necesario para comprarlos y los buques para extraerlos. Los frutos de los
Estados de América irían al puerto en que fuera más fácil su venta y más barato su
depósito o a aquel que tuviera retornos más aparentes para el Estado de donde se
introducían. Pensar otra cosa era creer que los privilegios del sistema colonial podían
seguir subsistiendo.
¿Por qué no hacer un ensayo?, decía Távara. Si por ejemplo en el corto plazo de seis
años la marina mercante chilena lograba la preponderancia que se temía, no obstante
la competencia peruana y extranjera, se podían adoptar luego las medidas del caso; en
tanto el tratado reunía a su favor muchísimos intereses y simpatías como lo
comprobaba la actitud del comercio de la capital, de los hacendados y de los navieros.
En realidad, cada país según sus recursos y sus medios habría recibido ventajas;
aunque Chile tenía más buques, él Perú hubiera aprovechado de la parte que pudieran
transportar los suyos.25
El gobierno, a su vez, hizo lo que en términos judiciales se llama una dúplica a esta
réplica. Principalmente dijo de nuevo:
a) El afán de Chile en favor del tratado era una prueba de las ventajas que le ofrecía,
ventajas que en el caso del Perú no se referían al interés nacional sino a una pequeña
porción industrial. Chile se negaba a celebrar un convenio sobre bases diferentes que
consistirían en limitarse a las estipulaciones políticas y en ver el mejor modo de
realizar el intercambio de productos de ambos países sin interposición en nuestro
comercio directo con el resto del mundo.
b) La necesidad de estimular el comercio directo del Perú con Europa y Estados Unidos
era fundamental. El tráfico que hacían los distintos pueblos en el Pacífico se calculaba
en 12 millones; en tiempos normales correspondían de ellos más de 7 al Perú y las dos
terceras partes pasaban por Chile en vez de venir directamente. A cambio de la
importación recibida, el Perú exportaba en frutos propios un millón o un millón
doscientos mil pesos, pagando en metálico el saldo que contra él resultaba. El fomento
del comercio directo aumentaría la producción de los artículos dados por el Perú en
trueque de los introducidos. El comercio extranjero intensificado negociaría en el Perú
con algodón, lana, azúcar moscabado, cascarilla, cueros, pieles, por los que
adelantaría capitales y el país y la industria serían beneficiados como se había visto ya
con las lanas —cuya exportación se había triplicado— y el salitre. Con el tratado, el
comercio directo, en cambio, no adelantaría y los beneficios serían para Chile y su
industria.
No era cierto que el comercio directo estuviese apoyado por uno de los artículos del
tratado. No era éste suficiente y no cabía hacer más rebajas para atraerlo más; porque
según el artículo 26 del tratado las
mercaderías extranjeras sacadas de los puertos de depósito de Chile transportados en
buques chilenos o peruanos a este país no sufrirían otro recargo a más de los derechos
comunes de importación que pagaban las mercaderías cuando no entraban a los
almacenes susodichos. El Perú estaba impedido para hacer por sí solo la rebaja; se
necesitaba otro tratado. Y no sólo el artículo 26 era perjudicial para el comercio
directo; lo eran también los artículos 12, 24 y 13 porque el Perú no tenía astilleros
propios para sus buques.
Los privilegios al trigo y las harinas de Chile no eran convenientes. La rebaja en sus
derechos no había correspondido a una rebaja en sus precios; es decir, el beneficio
había sido para los especuladores y no para el público. Si bien había interés en la no-
escasez o abaratamiento del trigo era de considerar también la carestía en que
entonces estaba el azúcar a causa del tratado ya que había sido objeto de una
exportación que descuidaba el consumo local. Se hablaba de las ventajas que el trigo
de Chile implicaba sobre las harinas yanquis, pues favorecía a los molineros; pero este
deseo de dejar al Perú los beneficios de la molienda estaba contradicho por los molinos
construidos en Concepción que, a favor del tratado, iban a dar al Perú harinas y no
trigo. No era cierto tampoco que la harina yanqui fuera mala ni que produjera la
disentería, enfermedad endémica en Arequipa donde no se consumía dicha harina.
Había que contemplar otros intereses, aparte del azúcar. El tratado no reportaba en
Chile beneficio a nuestro aguardiente ni a nuestro tabaco que como el tabaco de los
demás países estaba sujeto a la restricción que implicaba la venta forzosa en estanco
que pagaba más altos gravámenes que los de Francia y España. El algodón no tenía en
Chile su mercado y era “producto al que debieran dirigir su atención los agricultores
porque no necesita para su cultivo ni buena tierra ni agua casi, ni grandes capitales ni
muchos brazos”. Las sales peruanas favorecidas o no favorecidas no tendrían en Chile
competencia; además valían muy poco.
En cuanto al azúcar, la exportación calculada para Chile, 230 mil arrobas al año según
el Tribunal del Consulado, parecía exagerada según cifras entonces publicadas. El Perú
no podía cosechar en la costa más de 200 mil arrobas de azúcar, de las que 60 mil se
requerían para el consumo en el país, quedando 140 mil para Chile. Pero en tiempos
más floridos la exportación no había llegado a 170 mil arrobas y dentro de la falta de
brazos y de capitales de entonces y la ruina de las haciendas no podía llegar a la cifra
indicada. El consumo en Chile era 300 a 400 mil arrobas anuales; el Perú no tendría
pues nunca el monopolio. Calculábase que en Chile habían entrado en 1835 372.266
arrobas de azúcar, cifra de la cual era probable que correspondiera al Perú sólo algo
más de la cuarta parte en proporción de La Habana, Inglaterra, Cantón, Calcuta,
Manila, Batavia y Brasil que también enviaban aquel producto. El azúcar peruana
inferior en calidad y por consiguiente en precio a la inglesa refinada, a la cubana y a la
de Santos en Brasil, no aventajaba en mucho a las otras. Los hacendados de azúcar
querían pues en suma que el Perú sacrificase sus intereses o rentas nacionales en
favor de 40 mil arrobas de azúcar cuyo primer costo no excedía de 280 mil pesos. Los
hacendados podían prestar atención a la fabricación de azúcar moscabada cuyo
mercado no estaba en Chile y podía dar grandes ganancias y significaba menos tiempo
para la elaboración y posiblemente obtención de capitales extranjeros en calidad de
préstamo y, además, mercado vasto y menos sujeto a fluctuaciones. Otros productos
chilenos resultaban favorecidos con el tratado, además: las tablas de Chile y maderas
en construcción, frutos secos, cebada, maíz, habas, charques, jamones, sebos.
Pero habían otras circunstancias más que emponzoñaron las relaciones peruano-
chilenas. La tendencia general de la política comercial que fue siguiendo Santa Cruz
reveló el propósito de hacer la competencia a Valparaíso. Pruebas de esto son el
decreto de 20 de abril de 1836 instituyendo almacenes de depósito en Arica; el
Reglamento de Comercio de 3 de septiembre de 1836 protegiendo la industria y los
productos del país, rebajando los derechos, concediendo facilidades al comercio
directo; el decreto de septiembre de 1836 declarando a Cobija, Arica, Callao y Paita
puertos de depósito, concediéndoles franquicias y excepciones. Puede ser citado a este
respecto el art. 24 del Reglamento de Comercio del Estado Norperuano, que decía:
“Los efectos y frutos que vengan de Europa, Asia y Norte América y hayan tocado
antes en cualquier puerto del Pacífico que no sea perteneciente a aquellos Estados que
han de componer la Confederación Perú-Boliviana, serán gravados con otro derecho
igual que corresponde por el presente Reglamento; y este segundo derecho será
pagadero en documentos de toda especie del crédito nacional”.28
__________________________________
4
Ver tomo primero, p. 202.
5
El mensaje del Ministro de Hacienda de Chile en 1834 se jactaba de esto. El 3.er artículo del preámbulo del
decreto de 27 de noviembre de 1835 por el gobierno del Ecuador nombrando un Plenipotenciario en Chile, decía:
“Que nuestras relaciones de amistad y comercio se han aumentado y se van aumentando cada día más con la
república de Chile, por cuanto aquella república ha llegado a ser el lugar donde ocurren de preferencia los
comerciantes del Ecuador para celebrar sus negociaciones”. Ver Apuntes relativos a la operación práctica del tratado
de comercio llamado de Salaverry concluido entre las repúblicas de Chile y del Perú, escrito a principios del año
1836, Guayaquil, Imp. Murillo, mayo de 1839.
6
Tomo primero, pp. 196-197 y 208-209.
7
El Conciliador, N.º 15, 22 de febrero de 1832, tomo iii.
8
El Conciliador, N.º 68, 19 de agosto de 1832, tomo iii.
9
El Conciliador, N.º 15 citado.
10
El Conciliador, N.º 48, 20 de junio de 1832.
11
Notas en el Archivo de Límites.
12
Vicuña Mackenna ha publicado parte de la correspondencia que prueba esta actitud de Portales —Introducción a
la historia de los diez años de la administración Montt. D. Diego Portales (con más de 500 documentos inéditos) por
B. Vicuña Mackenna. Valparaíso, imp. del Mercurio, 1863. Documento N.º 14, tomo ii, p. 415.
13
Luna Pizarro, entonces en Chile, advirtió a Gamarra de quien era amigo personal, la amenaza bélica de Chile.
Gamarra le repuso tranquilizándolo y quejándose de que la Cámara de Senadores peruana rechazara el gravamen
de 6% a los trigos de Chile aprobado en Diputados (20 de octubre de 1832, en el archivo de la BNP).
14
La actitud de O’Higgins fue justificatoria del Perú y disconforme con la de Chile. Epistolario de D. Bernardo
O’Higgins, Capitán General y Director Supremo de Chile, Gran Mariscal del Perú y Brigadier de las Provincias Unidas
del Río de La Plata (1823-1824). Anotado por Ernesto de la Cruz, tomo ii, Santiago, Imp. Universitaria, 1919, p.
172.
15
Oficio del ministro Matías León, 1º de julio de 1834. Original en el Archivo de Límites.
16
Oficio del ministro León, 8 de diciembre de 1834. Original en el Archivo de Límites.
17
Nota del ministro chileno, 21 de marzo de 1835. Original en el Archivo de Límites.
18
El Redactor, tomo iii, N.º 10. Távara dice que el ministro de Chile pidió y no obtuvo la derogación de los
artículos 381, 382, 383 y 384. Esto se refiere al tratado mismo. (Ver más adelante la referencia a su folleto.)
19
El Redactor Peruano, tomo 4, N.º 6, de 16 de enero 1836.
20
Távara, que conocía bien a Orbegoso, pone como causa decisiva para la anulación del tratado que él firmara “el
despecho pueril con sus enemigos personales que caracteriza al general Orbegoso y los planes de Santa Cruz”
(folleto citado).
21
Declaración de 20 de febrero de 1836. Reproducida en El Redactor Peruano, N.º 40, tomo 4, 23 de marzo de
1836.
22
El Redactor Peruano, tomo 4, N.º 58 de 18 de mayo de 1836.
23
Riva-Agüero a Portales y Portales a Riva-Agüero. En la comunicación de éste de 19 de julio de 1836 (original en
el Archivo de Límites).
24
El Redactor Peruano, tomo 4, N.º 58, 18 de mayo de 1836. Este informe está refutado en El Araucano, N.º 303.
25
Paralelo entre el tratado denominado Salaverry y los de Santa Cruz, Lima, 1839, Imp. del Comercio; folleto de
108 páginas.
26
El Redactor Peruano, N.º 60, tomo 4, 25 de mayo de 1836. Nota de García del Río, El Eco del Norte, N.º 1 de 18
de febrero de 1838. Apuntes relativos a la operación práctica del tratado de comercio, febrero de 1839, Guayaquil,
cit.
27
Orbegoso no había leído el tratado que desaprobó. Decía el cónsul chileno Lavalle al gobierno de Chile en oficio
de 19 de mayo de 1836: “Hace pocos días que habiéndome acercado al general Orbegoso con el objeto de
desvanecer las prevenciones que él pudiera tener contra el tratado, tuvo conmigo una conversación muy franca y
amistosa. El estado en que entonces estaba su cabeza no le permitió ocultarme algunos planes que a nadie menos
que a mí debía revelar. Me dijo que Santa Cruz y él tenían doce mil soldaditos y siete buques de guerra para
hacerse respetar; pero que Chile debería abandonar todo temor de ser atacado por ellos [...] Todo cuanto me habló
respiraba prevención contra Chile y una de sus principales la fundaba en que el tratado no se le hubiera remitido a
él a Arequipa para su ratificación y se le hubiese mandado al faccioso Salaverry a Lima. Nada pudimos hablar sobre
lo que deseaba porque él no había leído el tratado”. —Sotomayor Valdez, ob. cit. ii-26.
28
Manifiesto de Santa Cruz, en 1840, p. 122 en la edición de Oscar de Santa Cruz. Véase en El Mercurio de
Valparaíso, N.º 2362 de 5 de octubre de 1836, un largo análisis sobre los perjuicios que causaba a Chile aquel
Reglamento de Comercio.
HECHOS QUE CONTRIBUYERON A LA GUERRA DE CHILE
CONTRA SANTA CRUZ
Consejero y secuaz de Salaverry, don Felipe Pardo y Aliaga había obtenido de aquél el
nombramiento de ministro del Perú en España (1° de junio de 1835). Con él satisfacía
un interés nacional, cuya importancia demostróse en la malhadada cuestión española
treinta años después; y satisfacía quizá también un anhelo íntimo de volver a Europa,
evadirse de la cárcel que era el Perú, imitar a José María de Pando. Pero la investidura
de Pardo comprendía también la plenipotencia en Chile, que debía ejercer a su paso
por ese país; circunstancia que no era simplemente un honor y una franquicia para
librarlo de incomodidades en el viaje y darle relieve oficial, sino que tenía honda
importancia política ya que desde un principio Salaverry pensó en la amistad chilena
contra Santa Cruz y aún en la intervención.
Relaciónase con esto también la cuestión del empréstito que Riva-Agüero estaba
autorizado a hacer hasta por 79 mil pesos según poder otorgado por Orbegoso en la
villa de Sicuani a 3 de noviembre de 1835. Se ha llamado la atención sobre la
circunstancia de que solamente en marzo de 1836, cuando las relaciones chileno-
peruanas estaban en mal pie, se preocupara Riva-Agüero de hacer efectiva esta
autorización concedida por Orbegoso en una ya pasada hora de angustia. Intervino en
este asunto don José María Novoa, chileno, ex ministro de Riva-Agüero en 1823 y
partidario del desterrado chileno general Freire. Dicen los historiadores chilenos que
Novoa hizo entender a algunos individuos —correligionarios y acreedores suyos— que
se presentaran a simular un empréstito a Riva-Agüero para que éste se diera por
recibido de las supuestas sumas, girando a favor de los prestamistas las letras
correspondientes contra el tesoro del Perú. Para ello alegóse que Riva-Agüero era
acreedor del gobierno por cantidades también considerables; que un buen arbitrio que
tenía Riva-Agüero para pagarse era suponer contratado el empréstito y otorgar en
consecuencia letras de crédito contra el erario del Perú; que aceptadas éstas, como no
podían menos de serlo, su valor pasaría a manos de Riva-Agüero ya que en realidad
los supuestos prestamistas no tenían derecho de apropiárselo y que, terminada esta
operación, Riva-Agüero pagaría a Novoa y éste a sus acreedores. Firmadas las
escrituras, Novoa regresó al Perú y el dinero así recogido sirvió, según creen los
historiadores chilenos, a la expedición Freire.29
Si esta intriga es auténtica, hipótesis que no se desbarata con decir que don Rafael
Bilbao, nombrado apoderado de los prestamistas en Lima, cobró 25.000 pesos que le
correspondía, pues lo hizo a título de que Riva-Agüero había retenido esa suma,30 hay
un hecho clarísimo: la inocencia de Orbegoso. Revisando su correspondencia íntima
con Santa Cruz se encuentra reiteradamente manifestado su disgusto por el carácter
gravosísimo, escandaloso, indecoroso que para el erario había tenido este empréstito;
y por ello emite severos juicios contra Riva-Agüero a quien pensó expedirle su carta de
retiro y a quien ordenó que devolviera las can-tidades que libró si los prestamistas lo
querían y se quedase sólo con 25,000 pesos para pagar el libramiento contra Riva-
Agüero por el valor del bergantín “Orbegoso” que había sido comprado en Chile.
Precisamente este disgusto del gobierno de Lima fue causa de la renuncia de Riva-
Agüero.31
Como ministro del Perú recibí orden de levantar en Chile un empréstito en cantidad de cien mil pesos, cuyo
encargo recibió al mismo tiempo el señor agente de Bolivia. A pesar de que ambos hicimos separadamente y de
consuno cuanta diligencia estuvo a nuestro alcance, muy luego se dejó sentir la dificultad de conseguirlo. Ofrecí en
Valparaíso ventajas de consideración; pero la existencia del Perú estaba vacilante al parecer de aquellos
capitalistas; su gobierno no ofrecía entonces seguridad y nada pudo sacarse. Marché a Santiago, capital de aquella
república, esperando en que siendo el centro de los recursos como el punto de reunión de los principales capitalistas
podrían allí facilitarme. Por la relación que tienen las casas de comercio de uno y otro lugar, fué preciso tocar de
nuevo con Valparaíso y D. Ramón Navarrete, a quien de antemano había conocido, me significó que podría hacerse
por medio de un sujeto del país inteligente en estos negocios y conocedor de las personas, a quien dándole por
supuesto la ventaja que en esos casos se da a un agente, lo concebía capaz de realizar un empréstito. Era don
Ramón Barra la persona de quien hablaba; y habiendo obtenido informes satisfactorios de su honor le confié en
efecto este encargo por medio de un sujeto que le hizo las explicaciones del caso. Partió el señor Barra para
Valparaíso y aún emprendió dos viajes con este motivo sin haber logrado el fruto que se prometía. Debo notar aquí
que una de las instrucciones que llevó fué de la que se recibiría en cuenta de los cien mil pesos, la mitad y aún los
dos tercios en artículos navales, incluso en esta suma el valor de uno o dos buques cuyo costado fuese capaz de
armarse en guerra útilmente.
Tres chilenos amigos del Perú y sinceramente deseosos del progreso de sus armas tomaron sobre sí este encargo
y diariamente me daban aviso de haber hablado a la señora tal, al comerciante cual, al chacarero tal. A pesar de
tanta diligencia no pudo lograrse más que la reunión de setenta y nueve mil pesos porque reinando el terror y la
desconfianza no era fácil disiparla con reflexiones sobre la seguridad del pago.
Las circunstancias del Perú iban variando y tanto esto como la distancia en que estaban de Santiago algunos
peruanos emigrados inspiradores de las principales desconfianzas a los negociantes de Valparaíso, hizo concebir a
algunos amigos que en la capital podría realizarse con el aliciente de un interés doble al que tenía el dinero en Chile,
pero no en grandes sino en pequeñas cantidades.
Yo no sé hasta ahora si por vitalidad propia o por proyecto de los agentes a quienes confié esta pesadísima
diligencia, resultó que los prestamistas quisiesen reducir el contrato a un pequeño número de escrituras, ni que
procediese que las encabezaran tales o tales personas. De mi resorte no era más que averiguar si se conseguía el
dinero, y a mi objeto importaba muy poco que siendo de Pedro o Juan apareciese ser de Antonio y firmase éste o
aquél. No siendo nuevo sino muy frecuente que un sujeto no quiera aparecer en un contrato y busque personas
interpósitas que salgan a su frente, o para darle más respetabilidad a las negociaciones, o por ocultar sus
posibilidades, o por otros motivos que no es el caso inculcar, no tuve por qué pararme en esta circunstancia, ni ella
era la de mi incumbencia. Debía únicamente contraerme a que presentándoseme seis personas como propietarias
de aquel capital, tuve que reconocerlas por tales, sin indagarles si el dinero fuese suyo, a pesar que privadamente
sabía que alguna parte era de otras personas, en cuyos actos de confidencialidad no tenía por qué mezclarme.
Pedro y Juan se decían propietarios de tal cantidad: a nombre de Pedro y Juan se me entrega, pues a ese Pedro y
Juan debía yo en lo legal reconocerles por dueños, sin entremeterme a inculcar sobre la razón que hubiese para que
no quisiesen aparecer como tales Diego y Antonio que privadamente se me había dicho que eran propietarios de
aquella suma. Ello es que ésta se puso a mi disposición: que de ella saqué la cantidad necesaria para varios usos de
que dí conocimiento al Supremo Gobierno, y que a su disposición estuvo lo demás.
Al devolverlo sucedió lo mismo, esto es previne que estando pronto el dinero, lo entregaría poniéndose la
cancelación, y se hizo así, sin que fuese de mi resorte indagar si había ido a las manos de los que se decían
prestamistas, o a las de los que realmente lo fuesen, supuesto que veía cancelada por aquel las escrituras de
obligación otorgadas por mí. Esto es lo que hay en lo legal que en lo privado supe y aún he visto documentos
firmados por esos tres prestamistas cuyas confesiones se estractan en que declaran que el dinero no era propiedad
suya, sino de otras personas a quienes nombran; que esas otras personas lo dieron a nombre de ellos, y que su
intervención en aquel contrato es un acto de pura confianza, solicitado por los verdaderos prestamistas, por
convenir así a sus intereses. Este es un hecho que no podrán negarlo, y si todos tres hubiesen explicado esta
circunstancia se habría visto que no importa a la efectividad del contrato, que sea de Pedro o Juan el numerario
recibido, ni que hace al caso que los tales señores lo hubiesen dado o no, porque dinero hubo sin sacarlo ellos de
sus arcas; y una vez que se personaron en la escritura, hicieron suyo aquel contrato, por más que siendo de otros
la cantidad, tuviesen respecto de éstos la obligación que les firmase. Vemos que uno de ellos (el Sr. Prado y Sotan)
habla de ese documento en que declaraba que el dinero era propiedad de otro sujeto a quien se lo había firmado, y
sin embargo se le hace decir o se le arranca las célebres expresiones de que regalaría, cancelaría, etc., etc., cosas
que se estamparan sin duda por libertarse de la prisión en que se le tenía; porque de lo contrario pendiente un
documento como el que indica, no podía hacer esos regalos ni chancelaciones, so pena de que tendría que pagar la
cantidad al propietario de ella.
Los odios y rivalidades de que por desgracia están plagadas las secciones de América hacen pararse a los
hombres en ápices despreciables con abandono de la sustancia de las cosas, dando por lo común un alto valor a
aquellas, cuando pueden presentar apariencias útiles para el desahogo de pasiones innobles. Tal fue la conducta de
los que hubiesen inspirado al gobierno de Chile la idea de que se había levantado un empréstito para auxiliar al
general Freire, porque si esta estravagante invención fuera efectiva: quiere decir si los prestamistas hubiesen tenido
ese plan, sería lo más irracional del mundo pensar en su ejecución por medio de empréstito. Habrían remesado el
dinero en efectivo, o en libranzas, y no sujetándolo a un empréstito que podría frustrar la empresa, o por lo menos
demorarla medio año o uno; porque siendo éste el término forzoso convenido, estaba en la voluntad del gobierno
llegar a él o anticipar el pago, y de consiguiente quedaba el soñado auxilio sujeto a vicisitudes que no tendría
mandado ese dinero en libranzas o efectivo.
Las tales confesiones aparecen como resultado de una causa criminal promovida contra aquellas personas por
razón de ese empréstito, y por cierto que era cuanto podría oírse en la materia. Permitamos por un momento que
en ese contrato nada hubiese de efectivo, y como se ha intentado figurar con esos ápices, el plan hubiera sido
cubrirme de lo que mi gobierno me debía de atrasado, o los sueldos que actualmente estaba devengando o los
gastos a que mi existencia y la misma legación me precisaba; ¿qué había en esto respecto de Chile? Malo sería, no
digo lo contrario, pero malo respecto de la administración peruana y la de Chile no habría tomado ingerencia en el
asunto si no se le hubiese representado insidiosamente como un acto contraído al trastorno del orden de aquel país,
de cuya peregrina idea ya he hablado antes. Las cartas particulares dicen de este suceso que luego que se supo la
ida del general Freire se puso en prisión a cuantos se creyó que podrían cooperar al éxito de su empresa, en cuyo
número entraron esos tres señores por su opinión y relaciones en el país: que fué preciso hacerles parecer como
criminales, ya que se les había preso; y que no habiendo de qué echar mano para ésto, no faltó quien sugiriese la
idea de que se apelase a una cosa tan común, tan indiferente y tan insustancial como ésta. El empréstito estaba
chancelado meses antes, y aún cuando alguno de los que se espanta con su misma sombra hubiesen podido pensar
temerariamente sobre su objeto, ya no había caso, y de consiguiente esas confesiones y esa inserción han llevado
un plan diverso; se encaminan a sacar un fruto muy distinto.
He llamado común, indiferente e insustancial al hecho de aparecer como prestamistas los que lo hubiesen sido,
porque en verdad este es muy frecuente en iguales casos, y lo testifican los empréstitos que se hacen regularmente
en Europa. Hay 100 ó 1000 individuos que concurren unos con grandes y otros con pequeñas y muy pequeñas
sumas, y jamás suena el empréstito como hecho por ese sinnúmero de accionistas. Una casa, cuatro o seis
cabezas: a nombre de esas casas se dá el numerario: con ellas y no con la multitud se entiende el que levanta el
empréstito: en favor de ellas se hacen los documentos y ellas naturalmente han de firmar otro en que declaran que
la cantidad que suena embebida no es propiedad suya sino de fulano o sutano y éste sin necesidad de que hayan
los motivos particulares que suelen haber en otros casos para que los hombres no quieran aparecer en un contrato
y busquen personas interpósitas por cuyo medio hacerlo personas de quienes reciban el simple préstamo de su
nombre como sucede diariamente en infinitas transacciones de la vida. ¿Tiene esto algo de raro? Todo lo contrario y
por eso he llamado común, indiferente e insustancial esa circunstancia.
Aún suele haber en este un principio de utilidad para los que aparecen prestamistas, porque acontece muchas
veces que alguno solicita de sus relaciones, dinero para sí o para otros sujetos al interés corriente de la plaza, y
reporta el provecho de ponerlo a su nombre o al de otro cualquiera en aquella especulación, que por suplemento
deja por lo común una ventaja doble a la que se consigue en el país. El 1½ por ciento se ganaba en Chile el que lo
hubiese hecho, porque siendo el 1 por ciento el corriente de aquella plaza en dinero dado a particulares, tomándolo
ello para sí o para otros, y dándolo al Perú con el 2½ por ciento, era visto que reportaban la ventaja de un 1½ por
ciento, sin más trabajo que agenciar con los particulares. ¿Sabe el sugeridor de esa pérfida invención si hubo algo
de esto? Pues yo creo que lo habría y lo creo porque estoy persuadido de que es frecuente en iguales casos, sin que
mi objeto sea vituperar ese ramo de especulaciones, que antes por el contrario la concibo justa, porque constituído
un hombre por su responsabilidad particular en propietario de la suma que toma para darle el destino que mejor le
acomoda, nadie puede quitarle el arbitrio de darle a otro que contribuye por ello un interés mayor.
No se hacen gastos efectivos con oraciones o arengas, y los que se hicieron en Chile por mi mano, demandaban
una suma que supuesto que no había ido de acá, necesariamente salió de la que se había allá colectado. Entre esos
gastos estaba también el pago de los sueldos que me correspondían, y supuesto que aquel fondo era del Perú que
debía sostenerme, nada más justo y natural que el echar mano de lo necesario al efecto, como realmente lo hice,
facultado por la imperiosa ley de la necesidad y por contestaciones dadas por el supremo gobierno a varias
indicaciones que por mí y por medio de otros le hacía con relación a mis urgencias. Otro en mi caso tal vez habría
hecho uso de una suma doble, o triplemente mayor, cuando independiente de sueldos atrasados y créditos activos
de preferencia, tenía un haber que el erario del Perú debía contribuirme de hecho y tanto más, cuanto que mantenía
en un país extraño aquella representación.
[...]
Mucho más diría si no conociese que podría hacer en Chile muchas víctimas inocentes. Aún este poco que arranco
de mí la más indispensable necesidad, recelo que puede causar ese efecto sensible. Si no obstante se me obligase,
no será mía la culpa, ni tendré el remordimiento de no haber excusado males que pudiese remediar. —Lima,
Octubre 4 de 836. —José de la Riva-Agüero.32
Al acceder a este pedido, el ministro chileno no hizo sino cumplir con una fórmula
elemental en la que Pardo estaba de acuerdo, esmerándose, por lo demás, en ser
cortés con el diplomático caído. En esto y ante el pedido de rendición de cuentas, la
protección oficial a Pardo se hizo tan evidente que Orbegoso la calificó de
“escandalosa”.33
El arreglo de las cuentas fue hecho recién en diciembre de 1836 entre Pardo y Olañeta,
ministro de la flamante Confederación que fue a reemplazar a Riva-Agüero y a Méndez.
Pardo había recibido 25.000 pesos y entregó alrededor de 10.000, deduciendo sus
gastos conforme a los comprobantes respectivos debidamente aceptados. Con una
carta de retiro en blanco, con el concepto de que la administración confederal era
usurpadora, un pícaro hubiera impunemente evitado toda entrega.34
Pero antes de todo esto, ya el propio agente boliviano Méndez había tenido motivo de
queja. Cuando fue comprada la goleta “Yanacocha” para el Perú y Bolivia fue detenida
dos veces antes de salir de Valparaíso. La correspondencia de Méndez fue violada
varias veces. El general Domingo Nieto, ministro del gobierno de Orbegoso ante el
Ecuador no recibió el tratamiento debido.35
Desde que fue privado de su investidura en marzo de 1836 o quizá desde antes, Pardo
se lanzó a la guerra de papel contra Santa Cruz. De esos meses datan quizá las
letrillas tituladas “La Jeta”36 que publicó con el seudónimo de Monsieur Alphonse
Chunga Capac Yupanqui para resaltar la fusión serrano-napoleónica que el
imperialismo de Santa Cruz implicaba. Desde la dedicatoria “a la muy noble y augusta
señora la Cacica de Calaumana” se ven la saña y la gracia:
Yo te estoy dedicandu señoracha
Los vers que uste va lir fer sur la queta
Grata dirás, pues no más vos la pueta
Can bon vasallo devan vu s’agacha
Medio quechua yo estás, medio gabacha
...
Estas y otras letrillas alcanzaron una inmensa popularidad. Algunas fueron puestas en
música. Aún en el Perú fueron conocidas y repetidas de memoria. El calificativo de
“Jetiskan”, alteración de “Gengisk-han” se hizo común entre los enemigos de Santa
Cruz, para designar a éste. El hecho de que Santa Cruz no fuera fotogénico —como se
diría ahora en términos cineásticos— constituía, al parecer, el mayor o uno de sus
mayores delitos.
Pardo hizo mucho más. El 13 de junio de 1836 apareció El Intérprete por él solo
redactado, pues el “distinguido literato” que prometiera ayudarle con colaboración
ajena al tema peruano-boliviano no llegó a cumplir su propósito por una enfermedad
primero y luego por un viaje, según reza una advertencia de El Intérprete en hoja
suelta. Los documentos que habían dado origen a la intervención boliviana y que
aparentaban darle un carácter legal eran objeto de su examen pulverizador; y
comentarios sardónicos o indignados eran hechos a los decretos y demás actos
oficiales del flamante gobierno de la Confederación, así como también el
esclarecimiento tendencioso de las hostilidades de este gobierno contra Chile. Pronto la
gravedad de la situación internacional aumentó el relieve de este semanario de cuatro
páginas acentuando su campaña y acallando a quienes censuraran el abuso que con
sus ataques hacía de la hospitalidad de Chile. Y en vano gentes interesadas en el buen
crédito de Santa Cruz publicaron constantes defensas de su caudillo y su obra en El
Barómetro de Chile y El Eventual. La polémica aguzaba el ingenio y la dialéctica del El
Intérprete. Tuvo la desgracia el ministro boliviano Juan de la Cruz Méndez de querer
llevar a los tribunales a Pardo y aún de contestar, de acuerdo con órdenes superiores
por medio de letrillas. Y entonces empezaron aquellas famosas burlas que aquí se
reproducen para dar idea de las armas puestas en juego contra Santa Cruz y por qué
no fueron incluidas, como tampoco las anteriores trascritas, en las llamadas Obras
completas de Pardo:
Era el desdén del blanco, del limeño al serrano, al indio, el desdén del peruano al
boliviano, desdén estulto, inspirado en prejuicios de raza o de geografía, desdén de
quienes (muchas veces equivocadamente) se sienten el pariente rico ante el pariente
pobre.
Por aquellos años fue Chile también el refugio de los emigrados de la Argentina.
Sarmiento y otras víctimas de la tiranía de Rosas también lucharon con su pluma
desde el destierro. Pero ¡qué diferencia! ¡Qué distancia hay entre las letrillas de “La
Jeta” con su limeña gracia y Facundo o Civilización y Barbarie, el panfleto contra Rosas
y Quiroga, que es un libro medular en la historia y la sociología de América!42
No sólo Santa Cruz, sino aun el propio Orbegoso miraron bien el peligro que Chile
implicaba. Pudo éste en enero de 1836 escribir a Riva-Agüero que no importaba mucho
su buena o mala inteligencia con aquel gobierno;43 pero pronto la interdicción
comercial, el desenfreno de la imprenta, la acogida prestada a los emigrados, lo
pusieron sobre aviso. Aún más: la noticia de que Chile proyectaba un empréstito de
400,000 pesos para su fuerza naval causó gran alarma. Creía Orbegoso que en Chile
se clamaba por Freire, desterrado entonces en el Perú. Ya en mayo de 1836 escribía a
Santa Cruz que había celebrado una entrevista grave con Freire y que no había
contestado nada y por eso quería ver cuanto antes a Santa Cruz.44 Esto convirtióse en
una de sus obsesiones: en su carta siguiente, de 11 de junio, le decía que Chile estaba
minando a la Confederación, pero que había un remedio. Cuando en julio salió
Orbegoso a recibir a Santa Cruz dio severas prevenciones a Morán, ante el peligro de
Chile y de Nueva Granada, para que arreglara bien la escuadra recorriendo
prolijamente los bergantines “Congreso” y “Arequipeño” que estaban en el Callao en
mal estado. La “Yanacocha” fue mandada carenar en Paita. La “Libertad” y la “Limeña”
eran entonces esperadas de regreso de su expedición al norte llevando prisioneros. La
“Peruviana” estaba inútil y la “Santa Cruz”, en el sur. El bergantín “Orbegoso” y la
“Monte-agudo” habían sido desarmados y arrendados, “el primero porque aunque es
un buen buque necesita mucho gasto y el segundo únicamente es bueno para
transporte”. “Casi no hay duda —agregaba Orbegoso— que el actual gobierno de Chile
armará rápidamente su escuadra contra nosotros y estamos en la necesidad de
conquistar nuestra absoluta superioridad en el Pacífico. He escrito para que si durante
mi ausencia se proporciona en el Callao alguna fragata inglesa o americana que pueda
cargar artillería de 24 y 18 procure iniciar un trato dando repetidos avisos y sin
cerrarlo hasta que yo y U. le avisemos o lleguemos a Lima”. La “Libertad”, la “Santa
Cruz” y el “Congreso” eran sus esperanzas. ¡Y estaban en condiciones de inferioridad a
los barcos chilenos!
O’Higgins y Freire eran partidarios de una variación del régimen en Chile. Freire quería
—escribía Orbegoso en esta misma carta desde Huancayo a Santa Cruz— que se le
diera un barco y municiones con algunos cañones en bodega y fusiles. “Yo le he
contestado que aunque mi deseo sería ver variado un gobierno que nos ha hecho
tantos males no daría un paso sin acuerdo de V. en asunto de tanta gravedad. Lo
mismo le he contestado en cuantas ocasiones me ha vuelto a hablar. En la última me
manifestó que era el tiempo preciso y que las cosas en Chile habían llegado a su
término y los momentos eran apreciables, le aseguré mi respuesta a la primera
entrevista con U. Mas demorándose ésta y viendo por su estimable citada que
coincidimos exactamente, he escrito al general Morán para que haga una visita al
general Freire y con toda reserva le diga que estamos convenidos y que tome con el
mayor sigilo sus medidas, que a nuestra llegada a Lima acordaremos sobre todo. El
general O’Higgins, como U. sabe, no está bien con Freire pero podremos unir ambos
partidos. Me repugna, sin duda, turbar un gobierno establecido; pero estoy cierto de
que no podremos reorganizarnos con el enemigo de aquel gobierno y que refugiados
allí todos nuestros enemigos nos atacan como de un baluarte”.45
Esta carta tiene fecha 5 de julio y fue escrita en Huancayo. El 7 de julio levaron anclas
en el Callao el bergantín “Orbegoso” y la fragata “Monteagudo” con rumbo
nominalmente a Guayaquil y Centroamérica respectivamente llevando cargamento de
chocolate; pero en realidad llevando a bordo al general chileno Ramón Freire y con
rumbo al archipiélago de Chiloé para iniciar allí la revolución “por la libertad de Chile”.
29
Sotomayor Valdez, ob. cit., ii-130 y siguientes. El Eco del Protectorado, N.º 16 de 12 de octubre de 1836 refuta
los recelos chilenos.
30
Vargas, ob. cit., cree por eso que el impuesto fue verdadero y que las acusaciones a Riva-Agüero son falsas.
La escuadra que, no debe olvidarse, había sido salaverrina hasta el último momento,
fue también afectada por esta política, a pesar de que —¡singular paradoja!— poco
tiempo después hablaba Orbegoso de conquistar la absoluta superioridad en el Pacífico
y del temor ante un posible ataque chileno. Se publicó primero un aviso diciendo que
el gobierno vendía el bergantín de guerra “Orbegoso” que sólo tenía de echado al agua
nueve meses, se hallaba perfectamente equipado y no había hecho campaña alguna.47
Pocos meses después se publicó otro aviso: el gobierno estaba dispuesto a dar en
arrendamiento la fragata “Monteagudo”, el bergantín “Orbegoso” y la corbeta
“Libertad”; y las personas que quisieran tomarlos podían hacer sus propuestas en la
inteligencia que serían admitidas las que ofrecieran mayores ventajas al Estado.48
El “Orbegoso” fue arrendado al chileno emigrado don Vicente Urbistondo por 3800
pesos bajo la fianza de un don Toribio Letelier; y la “Monteagudo” al español don José
María Quiroga, quien ofreció por el fletamento 4400 pesos, y dio por fiador a don José
María Barril, chileno emigrado (10 de junio de 1836). El arrendamiento se entendía
hecho para emplear los buques en especulaciones mercantiles debiendo quitárseles la
artillería y pertrechos de guerra. El acopio de armas, víveres y tripulantes fue hecho en
seguida, sin que como era natural el sigilo fuera absoluto y fue así como algo o mucho
se traslució de la aventura. Los fondos parece que fueron obtenidos del empréstito
que, de acuerdo con Novoa, consejero de Freire, gestionó Riva-Agüero.
Se ha hecho notar, por el lado chileno, que los concesionarios de los buques no tenían
responsabilidad. “El fletador del ‘Orbegoso’ era un comerciante sin crédito y su fiador
un comerciante desconocido y de humilde condición; Quiroga, el arrendatario de la
‘Monteagudo’ de la que también debía ser capitán, no tenía hacienda conocida y sólo
era un protegido del general Herrera, plenipotenciario de Santa Cruz; Barril del fiador
de Quiroga, arrastraba una vida notoriamente indigente. Tan evidente era esta
irregularidad que el comandante general de Marina don Salvador Soyer había hecho
oposición al fletamiento de los buques, si no se presentaban fianzas más abonadas;
pero esta dificultad fue allanada con la separación de Soyer. Los buques fueron
entregados sin quitarles el armamento que a la sazón tenían. La ‘Monteagudo’ llevaba
seis cañones de a 12 montados en sus cureñas, a más de otros tantos y ciento veinte
balas en las bodegas. El ‘Orbegoso’ estaba armado de seis carro-nadas de a 18, con
los útiles correspondientes. Los fletadores embarcaron todavía en este mismo buque
varias cajas con fusiles y carabinas, una cantidad de cuchillos de combate y granadas
de mano, una provisión de pólvora y diversos útiles y materiales de maestranza,
operación que tuvo lugar a vista del resguardo del Callao y cuando las circunstancias
políticas habían aguzado la vigilancia en los puertos”.49 Y cuando los barcos zarparon
se les dejó ir y no se quiso utilizar a algunos barcos extranjeros surtos en la bahía del
Callao para hacerlos regresar.
Frente a tales indicios ¿cabe suponer que Orbegoso y Santa Cruz pusieron a
disposición de Freire los dos barcos de la armada peruana? En la correspondencia entre
Orbegoso y Santa Cruz que íntegra estuvo en manos de Paz Soldán y, en copia, se
conserva en la Biblioteca Nacional del Perú, no hay la menor referencia, ni siquiera la
menor alusión a esa complicidad. Y no se diga que, llevado por uno de esos impulsos
patrióticos que a veces llegan al delito, Paz Soldán pudo sustraer las huellas
probatorias de dicha complicidad; bien conocida es su odiosidad, sin matices ni
atenuaciones, contra Santa Cruz y la Confederación.
Agregaba Santa Cruz que él no había tenido amistad ni relación alguna con Freire,
insistiendo en la irreflexión y el descuido que habían originado el arrendamiento de los
boques y que también dio lugar al desarme del mejor buque de la escuadra, la corbeta
“Libertad”, para destinarlo a transportar unos prisioneros insignificantes.
Pero muchos años más tarde emitió una nueva opinión sobre este asunto. Contestando
al general Miller que le escribió en 1860, aludiendo a la creencia general en Chile sobre
su participación en la expedición Freire, decía desde Versalles, en carta fechada el 14
de junio de 1860: “Aún me es extraño que entre los chilenos existan todavía las ideas
que calculadamente se inventaron en otra época para promover una guerra injusta y
concitar al pueblo a sostenerla, después de cuanto se ha publicado y de las
deposiciones que el gobierno de Chile recogió de los peruanos que concurrieron a la
malhadada expedición de Freire, a quien han juzgado después, con cuyo motivo se han
investigado todos los antecedentes y ramificaciones; después que nada ha quedado
oculto, es demasiado extraño, repito, que todavía insistan en la majadería de que esa
expedición fue apoyada por mí, que estaba a 150 leguas de Lima cuando partió, antes
de que yo me hubiese hecho cargo de la autoridad. Mi única falta fué no haber
mandado enjuiciar a Orbegoso y a sus cómplices; pero sabe Ud. las consideraciones
que se oponían entonces a una medida de esa clase, pues tenía que contemporizar con
el círculo de nacionalistas que se decían malignamente humillados por un jefe y un
ejército extranjero”.52
De las tres razones dadas por Santa Cruz, la primera no es un obstáculo para su
presunta culpabilidad; la segunda y la tercera sí son esgrimibles a su favor.
pues precisamente dio lugar a la constante protesta de Chile acusando a Santa Cruz; y
dio lugar también a la guerra posterior. Hipócrita hubiera sido más bien, por ejemplo,
un fingido asalto a la “Monteagudo” o la “Orbegoso” u otros barcos más, como ya
planeara Freire en tiempo de Salaverry. Naturalmente que para Santa Cruz, indio
receloso, hacer caer al gobierno chileno que de tan mala guisa miraba su
encumbramiento, era el mejor de los triunfos; pero necesitaba lograrlo sin
comprometer la paz de la Confederación, aún no bautizada, y no era el momento más
propicio aquel en que su vieja ambición de dominar en el Perú apenas acababa de
consumarse. Precisamente, por lo mismo que el ingenio de Santa Cruz era fértil en
intrigas, hubiera podido buscar otra manera más indirecta, más impune y, sobre todo
más eficaz para proteger a Freire.
Por lo demás, Orbegoso tendió entonces y después más bien a eludir las explicaciones
detalladas acerca de este asunto. En su carta a Santa Cruz justificando su infidencia de
1838 se refiere apenas a que “la guerra de Chile, a la que ha suministrado cuando
menos pretextos la liga de los tres Estados bajo un solo jefe ha venido a aumentar la
violencia de esta parte del Perú”.53 Sólo cuando meses más tarde se produjo un nuevo
y más violento choque, Orbegoso escribió a Santa Cruz desde la fragata “Andrómeda”,
con fecha 2 de diciembre de 1838: “En algunos documentos públicos desde el año 37
pero sobre todo en la contestación de Ud. a mi carta de 3 de agosto que recién he
visto impresa, aparecen cargos contra mí por la expedición Freire: como pareciendo
que se ha querido hacer caer sobre mí una responsabilidad que Ud. mejor que otro
alguno sabe que no tengo. El general Morán retiene una mía a él y otra al general
Freire que llegaron después de su salida y ambas en sus fechas y en sus contenidos
prueban mi inculpabilidad y aún mi absoluta falta de noticia de tal expedición.
Conservo original la carta que se sirvió Ud. escribirme, interesándome para ella y de
que dimanaron las otras. Esta me defiende enteramente, pero el tiempo no es a
propósito para hacer uso de esta defensa y estoy decidido a no emplearla sino en el
caso de que se me haga nuevas inculpaciones”.54
Hay que juzgar esta carta en relación con las de Orbegoso a Santa Cruz en 1836, que
existen en el Archivo Paz Soldán. Está de acuerdo con ellas en lo que respecta a la
ignorancia de Orbegoso sobre la salida de la expedición Freire. “Conservo el original —
dice en seguida— de la que Ud. se sirvió escribirme interesándome por ella y de que
dimanaron las otras”. ¿Cuáles cartas? ¿La de Orbegoso a Morán a que se refiere en la
frase inmediatamente anterior? Entonces esto ocurrió cuando recién se empezaba a
pensar por Santa Cruz y Orbegoso en la posibilidad de ayudar a Freire; presunción que
estaría de acuerdo también con las cartas de Orbegoso a Santa Cruz en 1836,
existentes en la Biblioteca Nacional y ya mencionadas. No se olvide que en el momento
en que escribió esta carta en diciembre de 1838 Orbegoso estaba en un estado de
profunda irritación contra Santa Cruz; que la tendencia enfática y declamatoria de la
época llevaba a las afirmaciones categóricas; y que hasta por simple apasionamiento o
por vanidad herida pudo entonces Orbegoso decir a Santa Cruz “Usted trató con Freire,
usted le dio los buques y las armas, pasando ocultamente sobre mí que era la
autoridad suprema del Perú en esos momentos, usted es culpable de la guerra”. Nada
de eso dijo nunca. Apenas se refiere a que Santa Cruz se interesó por la expedición,
correspondiendo este interés a una época anterior a su realización misma.
Puede ser interesante una revisión de los documentos que escribió más tarde
Orbegoso para comprobar cómo esquivó dar explicaciones pormenorizadas del asunto
Freire.
En su exposición de Guayaquil dijo tan sólo: “No era desconocida la animosidad del
gabinete de Chile contra el Perú; desde años atrás y sobre todo en la última revolución
de Salaverry había dado clásicas pruebas de sus deseos por la continuación de
nuestros infortunios. Los falsos y frívolos pretextos que encontró... y la alarma que
había causado a aquel gobierno el reglamento de comercio que yo había hecho
redactar y que luego dio el general Santa Cruz, no dejaron duda de que tendríamos, la
necesidad de sufrir los males de la guerra externa a que ciertamente no teníamos
motivos de temer”.55 Y en una de sus memorias manuscritas completamente
peruanistas y antisantacrucinas (en las otras no trató este punto, absorbido por los
recuerdos y referencias a las pasiones de política interna aunque siempre hostilizando
a Santa Cruz): “El gobierno de Chile que desde años atrás había hecho conocer sus
deseos hostiles contra la felicidad del Perú y se había afectado aún más con la noticia
del nuevo reglamento de comercio que debía sacarnos del estado de dependientes del
de Valparaíso, halló frívolos y falsos pretextos para hacernos la guerra”.56
Hay un documento al que puede dársele el carácter de prueba plena contra Orbegoso,
Santa Cruz y las autoridades de Lima y el Callao. Es una carta de José Joaquín de
Mora, secretario de Santa Cruz y redactor de El Eco del Protectorado a don Manuel
Antonio Flores, hermano del general ecuatoriano, acerca de la expedición de Freire. El
ministro chileno en Quito, don Ventura Lavalle, hablaba de ella en octubre de 1838 a
Gamarra suplicándole que la pidiera al general Flores.57
Parece, según comunicó Lavalle a su gobierno, que el propio Manuel Antonio Flores se
la enseñó privadamente. No trataba sino un párrafo sobre el asunto, diciendo: “Me
olvidaba hablarte de Freire. Se fue a Chile auxiliado por debajo de mano por este
gobierno que ha usado de esta represalia con el de Chile por la conducta hostil que
éste ha tenido durante las turbulencias del Perú”.58
¿Por qué no se anunció a tambor batiente por la prensa esta confesión de parte, pues
confesión de parte venía a ser el testimonio del secretario de Santa Cruz, el mismo que
después en su periódico agotó los recursos de su lógica para probar la inocencia de su
jefe? ¿Por qué no obtuvo Lavalle algo más fehaciente que lo que obtuvo? ¿Podía Mora,
hombre inteligente, experimentado y discreto, hacer así, incidentalmente, una
revelación tan grave, tan acusatoria, tan sin objeto; sabiendo que versaba sobre un
hecho que daría lugar a querellas diplomáticas? El mismo Sotomayor Valdés no da
gran importancia a esta prueba porque la coloca incidentalmente en una nota al
referirse a la misión de Lavalle en Quito.
Por todo esto, pues, la carta aludida no es en realidad una prueba plena.
Freire llegó a ponerse en contacto con Orbegoso para lograr el apoyo del gobierno
peruano a la expedición destinada a derrocar al gobierno chileno. Orbegoso acogió a
Freire con complacencia. Santa Cruz, que estaba en la sierra del sur en marcha a Lima,
consultado por Orbegoso, manifestó su acogida a aquel proyecto. Orbegoso desde
Huancayo transmitió a Freire, por intermedio de Morán, gobernador del Callao, dicha
aceptación, esperando ultimar los detalles del convenio cuando Orbegoso y Santa Cruz
estuviesen en Lima. Freire, ayudado o tolerado por las autoridades del Callao y, acaso,
de Lima, creyendo que no había tiempo que perder y temiendo, posiblemente, nuevas
dilaciones y tropiezos, apresuró su expedición.
Orbegoso, principalmente, y Santa Cruz estaban, pues, en tratos con Freire; pero no
participaron en la salida de la expedición misma. Su intervención fue de intención, de
deseo, de inminencia de actuar. Santa Cruz, avaro de su tranquilidad de gobernante en
aquella época, evidenció más tarde el profundo disgusto que significó para él el
conflicto bélico que resultó de esta expedición, en la cual se le achacó una intervención
directa y tenebrosa.
Con fecha 9 de julio el general Morán, jefe superior militar de Lima, se dirigió a Lavalle
comunicándole que había sabido que el “Orbegoso” y la “Monteagudo” se habían
dirigido a Chile; que no había tenido noticia previa, pues hubiera evitado esa salida; ¡y
que no había recibido la menor insinuación del cónsul chileno a este respecto! El 12
contestó Lavalle que sabía de la salida de los buques pero que no suponía que en
buques del Estado del Perú se hiciera una expedición armada para perturbar la paz de
un país vecino y que los fletadores debían haber dado fianza suficiente. El 13, en otra
comunicación a Morán, Lavalle le llamó la atención sobre que no se habían tomado
medidas contra los muchos individuos señalados como coautores de la salida de la
expedición contra el gobierno de Chile; y pidió que se levantara el sumario respectivo,
recordando las medidas eficaces adoptadas en un caso análogo en Bolivia cuando el
general López invadió Argentina. Morán repuso el 14 que a nadie había señalado como
cómplice Lavalle; que él ignoraba quién lo era y que le dijese algunos nombres de
personas comprometidas aduciendo que el largo tiempo en que habían vivido los
emigrados les había creado numerosas relaciones y, con ellas, oportunidades y
ventajas para la realización de sus planes. El 17 de julio, en otra comunicación, Lavalle
insistió en que no se había dado paso alguno para averiguar lo relacionado con la
génesis de la expedición; que había que esclarecer este punto para lo cual las
autoridades tenían los medios de hacer las indagaciones del caso; que él no tenía
pruebas contra nadie siendo incumbencia de los encargados de las funciones públicas
obtenerlas; que si se hubiera tratado de una expedición para trastornar a Bolivia no
habría habido esta inacción; que no habían tan sólo cómplices en el suministro de
elementos de guerra sino de los caudales para los preparativos de la expedición, en la
contratación de los hombres que habían tomado parte en ella, en el allanamiento de
los inconvenientes, en el suministro de elementos en general. El 18 de julio repuso
Morán que ya se había instaurado el sumario respectivo.60 Este sumario apenas si dio
como resultado que el escribano Becerra del Callao perdiera su empleo porque se le
probó que sus manejos en el arriendo de los navíos pusieron los buques a disposición
de Freire.
“¿A qué iban?”, dice el historiador chileno Vicuña Mackenna, “A consumar uno de los
actos más odiosos que se registran en los anales de nuestras repúblicas, víctimas de
tantos abusos internacionales, ya de los poderosos gobiernos europeos, ya de los
desleales vecinos”.62
Los buques chilenos se dieron a la vela sin que fuera un secreto su objetivo. La Fuente
lo anunció pocos días después a otros emigrados peruanos que estaban en el Ecuador.
Si en aquella época hubiera habido cable, telégrafo, servicio regular de navegación o
tráfico aéreo, Santa Cruz habría podido ser advertido. Pero Santa Cruz tan astuto, tan
clarividente ni siquiera sospechaba ese viaje ni su finalidad. Recién acababa de
empezar a saborear las adulaciones a que frente al poderoso y al fuerte nos inducen de
consuno nuestro pasado incaico y colonial y este ambiente muelle; comenzaba ya a
dar las providencias de su gobierno suntuoso, despótico y benéfico. El 15 de agosto
hizo su entrada en Lima, aclamado como un virrey; el 11 la Asamblea de Huaura lo
había proclamado protector del Estado Norperuano. El 18 de agosto dirigió una circular
al cuerpo diplomático dejando constancia de los sentimientos pacíficos que seguiría su
política internacional. El bergantín chileno “Aquiles” (la “Colo-colo” se quedó en Arica
en asecho de algunos buques peruanos) llegó a las nueve de la mañana del 21
despachando en el acto un oficial a Lima con pliegos urgentes para el cónsul Lavalle,
quien se dirigió a bordo. El comisionado del gobierno chileno, Victoriano Garrido, pasó
antes a visitar, al comandante de marina, si bien no saludó la plaza. A las 12 de la
noche del 21 de agosto, 80 marineros chilenos se lanzaron sobre la barca “Santa Cruz”
tripulada por 43 hombres, el bergantín “Arequipeño” y la goleta “Peruviana” sin
tripulación ni velamen, que estaban fondeados en el puerto y, sin resistencia, los
sacaron fuera de sus apostaderos. El bergantín “Aquilea” se colocó escoltado por los
tres barcos apresados frente a la isla de San Lorenzo. Al día siguiente, los habitantes
del Callao y como ellos las autoridades, al mirar al mar se encontraron con la nueva.
Santa Cruz entonces, en un rapto de cólera, raro dentro de su fría idiosincrasia, mandó
apresar al cónsul Lavalle. Cuando fue a verlo O’Higgins, dice sin embargo, que lo
encontró mucho menos irritado de lo que esperaba. A los diez minutos de prisión,
libertó a Lavalle mandándole su pasaporte. Las personas y los intereses chilenos no
fueron molestados.
Meses más tarde, aunque repetía que estaba dispuesto a dar satisfacciones por esta
actitud, el gobierno protectoral trataba de justificarla dando varias razones. Estaba
este gobierno recién instalado y tenía la sensación de que había tranquilidad pública. El
atentado del “Aquiles” inesperado, practicado con cautela por los buques chilenos,
coincidiendo con el crédito que ante el gobierno de ese país tenían los descontentos
peruanos, infundió sospechas de que se tratara de algo con ramificaciones ocultas con
algún plan interior. Lavalle, cuyas relaciones íntimas y de afinidad con el más
encarnizado de aquellos descontentos, eran notorias, había estado a bordo del
“Aquiles” antes del atentado y cuando se creía que permanecería allí, había regresado
ocultamente a la capital. Estas circunstancias hicieron creer que Lavalle fuera el órgano
de comunicación entre los autores del atentado y los descontentos que había en el
país. No tardó el gobierno en cerciorarse de que el sentimiento público predominante
era la indignación, de que no había tales planes de trastorno y Lavalle fue puesto en
libertad.63
Garrido, no obstante su golpe calificado por el gobierno de Santa Cruz como acto de
piratería que colocaba a quien lo ordenaba fuera de la ley de las naciones, aceptó
entrar en negociaciones mediante la mediación del agente diplomático inglés Bedford
Hinton Wilson a petición de los comerciantes de ese país, en nombre de los peligros
que para el comercio británico en el Pacífico ofrecía el incidente del Callao.64 Y a bordo
de la fragata inglesa “Talbot” firmóse un tratado entre Garrido y el general Ramón
Herrera, gobernador político y militar del Callao. En este tratado quedó estipulado que
las fuerzas navales de Chile no capturarían más buques de guerra y se retirarían en el
plazo de diez días, exceptuándose los barcos de la expedición Freire; los barcos
apresados en la noche del 2 serían conducidos a Chile hasta que se firmara un arreglo
definitivo; los expedicionarios que habían acompañado a Freire serían juzgados
conforme a las leyes del país, si regresaban al Perú, y separados de la costa cincuenta
leguas por lo menos al interior sin perjuicio de otros castigos mayores; no se armarían
más buques que los ya existentes en el término de cuatro meses, por ninguna de las
partes; podría regresar el encargado de negocios Lavalle.65
Comenzó con este tratado de la “Talbot”, que Santa Cruz se apresuró a ratificar el 29
de agosto,66 la vía crucis de este hombre cuyo delito consistía en querer hacer del Perú
y Bolivia un solo gran país. De humillación en humillación marchó más tarde en busca
de la paz con Chile, que no llegó a alcanzar.
Garrido desembarcó y estuvo a visitar a Santa Cruz, quien lo recibió sin acedía. “A la
hora citada —dice Garrido dando cuenta de esta entrevista— fui introducido a su
gabinete por el señor Miller y recibido por S.E. cortés y urbanamente y se contrajo
nuestra conversación principalmente sobre la buena inteligencia que siempre había
querido mantener con el gobierno de Chile, sobre la predilección que le merecía este
país y lo placentero que le era el verlo marchar a su engrandecimiento, esmerándose
en hacerme ver que no sólo no podía tener ingerencia en la expedición de los
emigrados chilenos sino que era extraño a su política y a su interés el favorecer toda
pretensión que se encaminase a destruir un gobierno firme y bienhechor”. Por la noche
Garrido asistió al teatro y su figura poco armoniosa provocó chistes y cuchufletas de
las tapadas.67
Todo esto podía llevar a dos conclusiones: hostilidad de los elementos gobiernistas
peruanos para el gobierno chileno, hostilidad nacida por la actitud de éste simpatizante
con los emigrados, por la campaña de prensa contra Santa Cruz y Orbegoso, por las
dificultades comerciales; y connivencia de las autoridades del Callao con la expedición.
Pero nada más. No se olvide que de todo el sumario levantado por el gobierno de
Chile, a pesar de las muy naturales razones que debieron inclinar a buscar una
participación por parte de Santa Cruz u Orbegoso nada más pudo ponerse en
evidencia, salvo lo ya trascrito fielmente. ¡Y entre los declarantes estaba Quiroga, el
fletador de la fragata! En cuanto a Freire, cuando el fiscal le preguntó si había tenido
auxilio y protección de alguna autoridad extranjera contestó que tal pregunta ofendía a
su delicadeza, que la consideraba como un abuso del fiscal y que no quería oírla otra
vez.
La pobreza del erario —¡aún no se conocía el guano!—; las preocupaciones del estado
de transición por el que pasaba el Perú con la creación del Estado Norperuano y de la
Confederación; y las características de civilización —aún no se conocía aquí la
navegación a vapor y por ello no se había generalizado el tráfico en el litoral—
contribuían por su parte a este estado de insipiencia naviera. Insipiencia máxima
porque no era la de la ausencia de elementos sino la de la incapacidad para utilizarlos.
A principios de 1836 la escuadra de la Confederación tenía superioridad por lo menos
numérica sobre la escuadra chilena. Contaba con las siguientes unidades según cálculo
seguramente optimista:
___________________________________
46
El Redactor Peruano, tomo 4, N.º 36, 9 de marzo.
47
El Redactor Peruano, N.º 42 de 3 de marzo de 1836. En la comisaría general de marina estaba el inventario.
48
Ídem, N.º 54 de 4 de mayo de 1836.
49
Sotomayor Valdez, ob. cit., tomo ii, p. 136. Toma Sotomayor los argumentos del cónsul Lavalle en las
comunicaciones a su gobierno.
50
Santa Cruz a Orbegoso, Cuzco, 20 de agosto de 1838. Documentos O. de Santa Cruz, p. 505.
51
Manifiesto de 1840, pp. 119 y 120 en la edición citada. Idéntica era la opinión de O’Higgins cuando se
produjeron los sucesos. “Debo decirle querido compadre —escribía al presidente Prieto el 20 de junio de 1836— que
me he dado algunos trabajos para investigar y asegurarme en lo posible acerca de todas las circunstancias de la
loca expedición de Freire y siento el mayor gusto al expresar que ha sido imposible descubrir hecho alguno que
pudiera justificarme en suponer que el gobierno del Perú haya tenido parte alguna en las operaciones de don
Ramón. Él tuvo buen cuidado en sustraerse de este país y embarcarse para Chile, porque ningún hombre racional
hubiese creído que fuese capaz de tan insano proceder” (Epistolario de O’Higgins citado). Sin embargo, años más
tarde se dice que aseguró confidencialmente al general Bulnes que él había sido tentado para una expedición,
aunque mencionando nombres de personas sin carácter oficial en el Perú.
52
Carta trascrita por Vicuña Mackenna, Portales ii, p. 84. Comentando la contradicción entre lo dicho por Santa
Cruz en 1840 y en 1860 sobre Orbegoso, dice Sotomayor Valdez que en 1840 temió Santa Cruz que Orbegoso
hiciera algunas revelaciones, pues aún vivía, y dos años antes había mediado una polémica entre ambos que Santa
Cruz tuvo maña para cortar; mientras que en 1860, Orbegoso ya no existía. No hay mucha buena fe en este
raciocinio y la sicología de Santa Cruz daba lugar a que se le ofendiera de este modo; pero aquí, como en tantos
otros momentos, la dialéctica del historiador chileno ha pecado seguramente de apasionada. Es indudable que si
Orbegoso hubiera tenido revelaciones que hacer descargándose de responsabilidades y echándolas sobre Santa
Cruz, las hubiera hecho de todos modos, ya cuando se convirtió en enemigo suyo en 1838, ya apenas llegó al
destierro o en los últimos años de su vida en que redactó varios documentos justificativos. Santa Cruz tenía en
cuenta en 1840 que Orbegoso podía ser un aliado para alguna posible nueva intentona: tenía que “barrer para
adentro” y de ahí su defensa, a pesar de que en 1838, sin culpar a Orbegoso directamente, lo acusó de “inexplicable
abandono”. Al referirle a “Orbegoso y sus cómplices” en 1860 se refería seguramente a su participación en el asunto
de Freire, en el sentido de que prestaron oídos a los planes del desterrado chileno.
53
El Redactor Peruano, tomo 6, N.º 4, 7 de agosto de 1838.
54
Santa Cruz contestó: “En cuanto a mí, es una temeridad que Ud. diga ni nadie puede atribuirme la más
pequeña parte en la tal expedición que supe con mucho disgusto. No puede existir carta mía que la autorice y al
decirme Ud. que la tiene, creo que padece una muy notable equivocación. Yo no recuerdo haber hecho a Ud. otras
indicaciones que las muy precautorias para evitar ese odio mal encubierto del gabinete chileno o para contenerlo en
su caso”. Terminaba sintiendo su viaje, prometiéndole sus sueldos, insistiendo en que no era el momento de dar
armas a sus enemigos. (Bulnes, “Causas de la guerra entre Chile y la Confederación Perú-Boliviana”, en Revista
Chilena, 1879, p. 40.) Esto debió estimular a Orbegoso para acusar a Santa Cruz; pero no lo hizo.
55
Breve exposición que hace el Gran Mariscal de los Ejércitos del Perú don José de Orbegoso, dirigido a sus
compatriotas desde Guayaquil.
56
Publicado por Paz Soldán, p. 317 (Historia del Perú Independiente, 1835-39).
57
Lavalle a Gamarra, 10 de octubre de 1838. Original en la Biblioteca Nacional.
58
Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile en la colección Enviados de Chile en el Ecuador, 1836-1840. Ver
Sotomayor Valdez, ob. cit. ii, p. 136.
59
“Yo habría podido quejarme a este gobierno contra los que hacían un armamento en el Callao para ir a turbar la
tranquilidad de Chile si lo creyese ignorante de lo que pasa; pero estando él de acuerdo ¿qué podía yo conseguir
sino causar una alarma inútil cuyo preciso resultado sería que los facciosos tomasen mayores precauciones?” —
Lavalle al Ministerio. (Oficio de 7 de julio. Sotomayor Valdés, ob. cit. ii. 137.)
60
El Redactor Peruano, tomo 5, N.º 4, 13 de julio de 1836; N.º 5 de 16 de julio; N.º 6 de 20 de julio.
61
Deportado a Juan Fernández, Freire fue arrojado sobre las costas de Australia, en Port Jackson (29 de junio de
1837). Después de sufrir allí el abandono y la miseria logró trasladarse a la isla de Tahití. Fue entonces protegido
por el comerciante francés M. Moerehout. Luego conoció a la reina Pomaré a la que sirvió de plenipotenciario en sus
dificultades con el Comodoro Du Petit Thouars. Después de la batalla de Yungay regresó a América viviendo en
Cobija. Internado en Bolivia por gestión del cónsul chileno en Sucre, Vial, vivió errante en aquel país. Regresó a su
patria en 1841 con una ley de amnistía y ajeno a la política vivió hasta el 9 de diciembre de 1851 en que murió.
62
Ob. cit. ii, 64.
63
Oficio del ministro Tristán al plenipotenciario Olañeta (12 de noviembre de 1836). En Eco del Norte, N.º 5, 8 de
marzo de 1837.
64
El Eco del Protectorado, de 26 de agosto de 1836, N.º 5 de 3 de septiembre de 1836; en el N.º 22 de 2 de
noviembre de 1836 está la nota de Wilson aclarando el sentido de su misión. Bulnes dice erróneamente que la
mediación fue hecha por Miller.
65
El Eco del Protectorado, N.º 40, 31 de agosto de 1836.
66
Ídem, id
67
Oficio de Garrido, 23 de septiembre. Ob. cit. Sotomayor Valdez, ii, 199.
68
El Eco del Protectorado, N.º 17 de 15 de octubre de 1836.
69
También se dijo que el pago de la tripulación de ambos barcos destinados a promover la guerra civil en Chile se
hizo en la Capitanía de puerto del Callao. Pero en realidad era costumbre que todo capitán de buque nacional
socorriera con un mes de sueldo a la tripulación en ese despacho para evitar reclamos posteriores. Véase en El Eco
del Protectorado, N.º 16 de 12 de octubre de 1836 una amplia refutación a las argumentaciones resumidas en el
texto. En lo que respecta a la salida de la “Flor del Mar”, por ejemplo, preguntaba si en realidad hubiera podido
zarpar del Callao en el caso de que Morán no hubiera querido que diera la noticia en Chile, ya que de antemano
conocía el contrato del ministro Lavalle para hacerla salir; y alegaba que la clausura había tenido única y
exclusivamente como causa estorbar la salida de otros barcos que Freire hubiera podido comprometer.
70
Vegas García, Historia de la Marina de Guerra del Perú, 1929, p. 56.
LAS GESTIONES DE PAZ
El historiador chileno Bulnes trata de justificar la captura de los buques peruanos que
“parece a primera vista como un grave atentado al derecho internacional”, diciendo lo
siguiente: “Chile no se apoderaba de las embarcaciones; las tomaba como rehenes y
estaba dispuesto a devolverlas cuando el gobierno de la Confederación justificase su
inocencia en el atentado de Chiloé. Os he tomado vuestros buques, pudo decirle Chile
a la Confederación, porque me hicisteis un ultraje en plena paz:71 dadme una
explicación del atentado y os devolveré vuestras embarcaciones. Ya que hemos
equilibrado nuestras fuerzas podemos discutir con la calma de la dignidad, sin temer a
vuestra intemperancia ni a mi debilidad”.72
Los hechos, sin embargo, no confirman esta aserción y una simple ojeada a las
gestiones hechas en favor de la paz será suficiente para comprobarlo.
los comerciantes de su país. Los comerciantes dijeron en uno de sus memoriales que
“las hostilidades navales cometidas en el Callao habían sido originadas en un concepto
erróneo de la intervención de este país con respecto a Chile”.73
II) Santa Cruz escribió al presidente chileno Prieto una carta particular con el oficial
Magariños negando toda intervención en agravio a Chile, invocando la paz afianzada
por el convenio con Garrido y las negociaciones que debía iniciar Olañeta (1º de
septiembre de 1836).74 Prieto le contestó insistiendo en que Chile se sentía
amenazado, en que la unión del Perú y Bolivia no había sido consultada ni notificada a
Chile, en que no había sido parcial con Salaverry, en que Santa Cruz debía dar ejemplo
de magnanimidad.
V) El doctor Casimiro Olañeta, el criollo voluble, falaz e inteligente, fue nombrado por
el Protector Ministro plenipotenciario en Chile para que satisficiera al gobierno de este
país en todas las demandas a que pudiese prestarse el Perú sin mengua de su honor
nacional y para que ofreciese cuantas seguridades se le exigieren como garantes de la
paz.
La misión Egaña tenía sólo por objeto ganar tiempo. Entre las condiciones esenciales
que debía plantear ante el gobierno de Santa Cruz, estaba —¡peregrina misión de
paz!— nada menos que la destrucción de la Confederación y del Protectorado. Sus
instrucciones a este respecto decían así: “2º El grande objeto de que va encargado
U.S. puede expresarse en esta breve frase: independencia de Bolivia. La incorporación
de las dos repúblicas en una bajo la forma federativa u otra cualquiera, pone en
manifiesto peligro la seguridad de los Estados vecinos y no nos es posible consentir en
ella sin dejar a la merced de la más funesta contingencia la suerte, futura del país. Que
el general Santa Cruz mande en Bolivia o en el Perú no es indiferente: lo que nos
importa es la separación de las dos naciones que mandadas por un solo hombre (y un
hombre que ciertamente no se ha mostrado insensible al falso brillo, tan costoso a la
humanidad, de las adquisiciones territoriales) nos acarrearía una existencia de
continuo cuidado y zozobra, de costosos e interminables esfuerzos para procurarnos
una seguridad precaria, preñada de recelos y motivos de desavenencia, que al cabo
nos arrastrarían a la guerra con menos probabilidades de buen éxito”.80
Blanco, al responder a Herrera, pidióle que solicitara del gobierno las órdenes para
admitirlo en el fondeadero o que se le declarara enemigo. Como tal había sido tratado
—declamaba—, detenidas las embarcaciones despachadas a tierra, recibidos los
conductores de comunicaciones como si fueran parlamentarios. Excepto el fuego, dada
la distancia, su situación era la misma que cuando al mando de la escuadra combinada
atacaba defendiendo la libertad del Perú los castillos mandados por Rodil.82
Todavía duró algún tiempo la correspondencia entre Blanco y Herrera; y por fin el
almirante chileno se dirigió a don Pío Tristán, minis tro de Relaciones Exteriores del
Perú (3 de noviembre) en el sentido de que “el mejor medio de cortar el progreso de
esta disputa y las serias desavenencias que tal vez pudiera ocasionar, era retirarse la
escuadra chilena dejándolo (al ministro) en el buque de menor porte, quedando éste
en libertad de comunicar con el Vice-Almirante y conducir los avisos que diese”. El
canciller de la Confederación convino en esto pero bajo la inteligencia de que el resto
de la escuadra “se retirara de las costas de los Estados Nor y Sur Peruanos y que no
procedería a cometer acto alguno de hostilidad, captura, embargo, depósito o
detención respecto de propiedades de dichos Estados y sus súbditos, mientras
estuviesen pendientes las negociaciones” (4 de noviembre). Replicó el negociador
chileno que aunque estaba seguro de que la escuadra no cometería acto alguno de
hostilidad “no podía dar la garantía que se exigía de su palabra” y que sería probable
que la escuadra regresara aún antes de que terminasen las negociaciones; y que
también impediría la reunión de los buques peruanos y de todo armamento naval.
Estas cuestiones serían materia de convenciones preliminares una vez que
desembarcara y principiara a ejercer sus funciones como ministro plenipotenciario (5
de noviembre).
El canciller Tristán hizo a Egaña, prosiguiendo su epistolario, cuatro preguntas: “1.a ¿El
gobierno de Chile se considera respecto del de los Estados Nor y Sur Peruanos en
estado de perfecta paz o de abierta hostilidad? 2.a ¿Se abstendrá la escuadra chilena
de cometer todo acto de hostilidad, captura, embargo, depósito o detención respecto
de las propiedades del gobierno de los susodichos Estados y sus súbditos, mientras
esté pendiente la negociación entre éste y el de V.S.? 3.a ¿Se abstendrá la misma
escuadra de impedir o procurar impedir la reunión y el aumento de nuestras fuerzas
navales? 4.a ¿Se retirará ella de las costas de los Estados Nor y Sur Peruanos mientras
esté pendiente la negociación precitada?”
Egaña repuso: “1° Chile y el Nor y Sur Perú estaban en paz, pero bajo amenaza de un
rompimiento y en la necesidad de tomar medidas de precaución, con arreglo a la
conducta del gobierno del Perú. 2° La escuadra chilena se abstendría de cometer estos
actos mientras estuvieran pendientes las negociaciones. 3° Impediría la reunión y
aumento de las fuerzas navales del Perú; conducta prudente y dictada por la
necesidad, no alejados los temores de un rompimiento. Una convención preliminar
sobre las situaciones u operaciones de la escuadra podría hacer inútiles estas medidas.
4° La escuadra chilena no abandonaría las playas peruanas salvo el caso de aguada.”
Después de remarcar la irregularidad del convenio de la “Talbot” y su violación por
ambas partes con el aumento de fuerzas, Egaña pedía que se le contestara si podía
entrar al puerto y desembarcar, si quedaban expeditas sus comunicaciones y si el
buque estaba en libre comunicación.
Tristán replicó recapitulando los hechos, haciendo ver las anomalías de la actitud de
Chile, negando que hubiese aumentado el Perú sus fuerzas antes de que se
reconociera el rechazo del convenio de la “Talbot” y la autorización de guerra hecha
por el Congreso chileno. Como condición sine qua non pedía que se le diera una
seguridad positiva, franca y terminante “de que la escuadra chilena se había retirado
de buena fe y no con el objeto de hostilizar en manera alguna a los buques de guerra y
mercantes peruanos y de impedir que se reúnan los primeros y se pongan en estado
de defensa” (9 de noviembre).
El 11 contestó Egaña que no estaba en su mano dar esa seguridad; y que se retiraba
“anunciando que podía darse ya como declarada la guerra entre Chile y el gobierno de
los Estados Nor y Sur Peruanos”83
6. La doblez de Olañeta
VII) Olañeta presentó sus credenciales el día en que Egaña declaró la guerra. El día en
que Egaña dio cuenta de su misión, Olañeta pidió un armisticio para abrir en Santiago
las negociaciones; y 24 horas después volvió a repetir su pedido diciendo que “acerca
de las dos quejas que hace el gobierno de Chile contra el Perú, la expedición del
general Freire y la prisión del señor Lavalle, su gobierno le mandaba asegurar que
satisfaría por lo uno y lo otro, de la manera más amplia y completa, si el gobierno de
Chile se hallara dispuesto a lo mismo por el modo como aprehendió los buques en el
Callao”. Al mismo tiempo ofrecía “firmar una paz sólida, garantida por todos los medios
que el mismo gobierno chileno elija, siempre, que sean conciliables con los intereses
del Perú y no amengüen en manera alguna su honor” (8 de diciembre).
Portales repuso brutalmente que “la actitud del gobierno del Perú estaba distante de la
paz sobre la que hacía tanta alharaca y que le enviaba los puntos indispensables de
arreglo para que se evitasen estériles contestaciones”. 1° Una satisfacción honrosa por
la violencia cometida en la persona del encargado de negocios Lavalle. 2° La
independencia de Bolivia y el Ecuador que Chile mira como absolutamente
indispensable para la seguridad de los demás Estados sudamericanos. 3° El
reconocimiento de la suma de dinero que el Perú debe a Chile tanto en razón del
empréstito y de los auxilios en la guerra de la Independencia como de la indemnización
que Chile tiene derecho por los daños que ha causado al país la expedición de Freire.
4° Limitación de las fuerzas navales del Perú. 5° Reciprocidad en cuanto a comercio y
navegación colocando cada Estado al otro sobre el pie de la nación más favorecida. 6°
Excepción para los chilenos en el Perú como para los peruanos en Chile, de toda
contribución forzosa a título de empréstito o donación y del servicio compulsivo en el
ejército, milicia y armada.
“El ministro Olañeta —dice Bulnes— empleó en defensa de su causa todos los recursos
de su diplomacia literaria y sostuvo con elocuencia y vigor los intereses de su patria.
Pero las oleadas de elocuencia que vertía su pluma iban a chocar con la precisión fría y
calculada de Portales”.
El gobierno chileno repuso “que debía evitarse todo paso que pudiera dar motivo a la
intervención de un influjo extraño en las querellas de familia” y que los ministros
extranjeros mirarían las cosas desde el punto de vista de sus intereses comerciales (24
de febrero de 1837).
9. La mediación ecuatoriana
XI) Parecía imposible otra gestión. Pero Santa Cruz vio que el mensaje del Presidente
de Chile a las cámaras decía que para dar una respuesta definitiva a la benévola oferta
de la república ecuatoriana sobre mediación, le había parecido necesario aguardar la
resolución del Presidente de Bolivia acerca de las negociaciones directas a que había
sido invitado. Inmediatamente Olañeta, secretario del general del Protector, ofició a la
cancillería chilena comunicándole que aceptaba las negociaciones directas, la
mediación ecuatoriana y “todo medio decoroso de inteligencia”. Este oficio no fue
contestado.
En resumen, para procurar la paz, Santa Cruz se valió de un tratado en que dejó en
rehenes los buques del Perú, de su amistad personal con el presidente Prieto, de dos
ministros (Méndez y Olañeta) y de la mediación de cuatro países; y pidió al gobierno
chileno que fijara las garantías y seguridades que creyera convenientes, salvo la
modificación de la Confederación Perú-Boliviana. Chile envió una legación con el
propósito de plantear la separación del Perú y Bolivia; y acompañada por una escuadra
destinada a inutilizar los buques peruanos.
XII) Cuando en julio de 1837 supo Santa Cruz la noticia de la muerte de Portales, vio
abierto el camino de la paz. Un guerrero ensoberbecido, un enemigo avieso no hubiera
procedido así. ¿Qué habría dicho el káiser Guillermo II, por ejemplo, si en agosto de
1914 antes de que se rompiesen las hostilidades hubiese recibido la noticia de la
muerte de Jorge v o de Nicolás ii? Santa Cruz proclamó a los pueblos confederados:
“Cualesquiera que sean las consecuencias que se desarrollen en aquella república
(Chile) puedo anunciaros la proximidad de la paz por cuya conservación hemos hecho
tantos esfuerzos. La Divina Providencia que protege nuestra causa ha deshecho los
esfuerzos que la envidia hacía para continuar una guerra de escándalo”.93 Derogó, al
mismo tiempo, la prohibición de comunicación con Chile. Y su secretario general,
Casimiro Olañeta, envió un oficio al ministro de Relaciones Exteriores de Chile
insistiendo en que ofrecía como anteriormente la paz sin nada humillante ni indigno
para la nación chilena; y en que la guerra traía dolorosas convulsiones internas y
graves perjuicios económicos. “Si el gobierno de Chile —concluía— se digna aceptar las
nuevas proposiciones de paz a que tengo la honra de invitarle por orden del Jefe
Supremo de la Confederación Perú-Boliviana, éste enviará un ministro plenamente
autorizado para hacer tratados de paz bajo la garantía de potencias respetables o
entre tanto una convención preliminar que con las mismas seguridades nos conduzcan
a una paz definitiva y sólida. También se halla dispuesto a recibir una Legación Chilena
con el mismo fin”.94 Esta gestión no obtuvo resultados.
XIII) Con fecha 22 de julio de 1837, Palmerston, canciller inglés, se dirigió al Ministro
de Relaciones Exteriores de la Confederación, admitiendo en nombre de su gobierno el
rol de mediador en las diferencias con Chile, siempre que este país lo aceptara; y
anunciando que el Cónsul general en Santiago había sido instruido para proponer una
suspensión de hostilidades. “Es de esperar que ese gobierno [el de Chile] esté tan bien
dispuesto como el de la Confederación a poner término a una guerra fatal”, decía el
agente diplomático británico en el Perú, B.H. Wilson, al gobierno Norperuano al poner
en su conocimiento “la actitud del gobierno de S.M.”.95
____________________________________
71
En todo su estudio Bulnes procede dando por cierto un hecho falso: la existencia de la Confederación cuando la
expedición Freire se produjo.
72
“Causas de la guerra entre Chile y la Confederación”. Revista Chilena, Tomo iv, p. 406.
73
El Eco del Protectorado, N.º 5, 3 de septiembre de 1836.
74
El Eco del Protectorado, N.º 16, 15 de octubre de 1836.
75
El Eco del Protectorado, N.º 16, 15 de octubre 1836. Larned se hizo cargo de los intereses chilenos (El E. del P.
N.º 22, 2 de noviembre de 1836).
95
Notas oficiales publicadas en El Eco del Norte, N.º 42 de 22 de noviembre de 1837.
EXAMEN DE LAS CAUSAS DE LA GUERRA Y DE LAS FUERZAS
DE LOS BELIGERANTES
1. Causas de la guerra
Un consejo de personas notables decidió en Chile la guerra; salvo dos votos, uno de
los cuales fue el de don Andrés Bello. El Congreso aprobó la guerra el 26 de diciembre
de 1836 en una ley cuyos considerandos eran:
A estas razones, cabe agregar las siguientes, como otros tantos motivos de la guerra:
Aún no estaban definidos los límites de cada una de las repúblicas americanas. No se
había señalado cada nacionalidad con un carácter fijo que diferenciara profundamente
a cada pueblo. Cuando Colombia se organizó con tres Estados, ninguna república
vecina protestó; tampoco cuando se federó América central. Bolivia había sido parte
integrante del Perú durante mucho tiempo; sus vinculaciones con el Perú estaban
impuestas por la raza, la sociología, la economía y la geografía. Bolívar quiso unirla al
Perú y no sólo al Perú sino a Colombia y nadie protestó. ¿Hasta qué punto tenía
derecho el gobierno chileno para considerar a Santa Cruz “detentador injusto de la
soberanía del Perú?” ¿No lo había reconocido como Protector? ¿No había recibido como
ministros suyos a Méndez y a Olañeta? ¿Por qué no había protestado cuando Santa
Cruz invadió el Perú en 1835, o cuando asesinó a Salaverry? ¿No estaba al lado Rosas
en la Argentina con sus mazorqueros, originando una emigración mucho más compacta
y brillante que la que produjo el encumbramiento de Santa Cruz y había sido Rosas
acaso considerado “detentador” injusto de la soberanía de la Argentina, y no era antes
bien aliado de Chile contra la Confederación? ¿Quiénes si no jefes peruanos habían
llamado a Santa Cruz? ¿No había sido Orbegoso, el presidente legal, su aliado? ¿No
había estado en tratos con él Gamarra que ahora buscaba la ayuda de Chile y del
Ecuador? ¿Quiénes si no los peruanos tenían derecho a tomar cuentas a Santa Cruz?
¿Qué prueba había de que Santa Cruz quería extender sus dominios más allá de las
fronteras Perú-bolivianas? ¿No tenía Chile en sus manos cómo impedir esa supuesta
expansión, ya sea limitando la escuadra y el ejército de la Confederación, ya sea por
otros medios directos o indirectos? ¿No había en todo caso que esperar la más
insignificante tentativa de Santa Cruz a este respecto, antes de comprometer en una
guerra la vida de millares de hombres, la suerte de inmensas cantidades de dinero y la
tranquilidad de tres países?
Decía el gobierno chileno que Santa Cruz era una amenaza para el continente. El
temor no es nunca una causa para la guerra; sino los hechos del contrario (insultos,
agravio, violación de un derecho perfecto, falta de satisfacción o reparación). No faltó
entonces alguien que recordara a propósito la frase de un autor clásico: “¿Podemos
nosotros convertir nuestras propias inquietudes en un título para turbar la paz de que
otros gozan?”96 El temor justo que podía Santa Cruz infundir como vecino más
poderoso podía dar lugar, a lo sumo, a tratados de alianza de Chile con Argentina,
Ecuador y otros países interesados para dejar equilibradas las fuerzas.
Ya se ha visto cómo hay razones poderosas que inducen a dudar sobre la participación
de Santa Cruz en la expedición Freire. Pero, aparte de esto, Santa Cruz se allanó a dar
satisfacciones y seguridades amplísimas inclusive dejando sus barcos en rehenes.
“¿Qué más podía hacer gobierno alguno sobre la tierra?”, se pregunta el historiador
chileno Vicuña Mackenna. “En un caso análogo ¿habría hecho la mitad siquiera de
aquellos sacrificios el gobierno de Chile?” El propio Andrés Bello, consejero de la
política chilena, había escrito en sus Principios de Derecho de Gentes esta frase: “Hay
casos que una guerra justísima ocasiona peligros y daños de mucha mayor importancia
que el objeto que nos proponemos en ella; entonces nos aconseja la prudencia
desentendemos del agravio y limitarnos a los medios pacíficos y obtener reparación
antes de aventurar los intereses o la salud del Estado en una contienda temeraria”.
No era la prisión del encargado de negocios de Chile por unas cuantas horas motivo
suficiente para la guerra. Además, Santa Cruz la había ordenado ante el atentado
pirático de la escuadra chilena y estaba llano a dar las explicaciones más amplias.
La influencia de los emigrados fue efectiva y decidió al gobierno de Chile no sólo por
sus reiteradas súplicas sino porque ofreció las seguridades de uno o muchos
levantamientos en el Perú contra Santa Cruz. Pero no es una razón que justifique la
guerra.
Tampoco la rivalidad ante el predominio de Santa Cruz es una razón ante el derecho ni
ante la ética, pero sí lo es ante el mundo de los hechos. Chile era un pueblo puesto “en
forma” y con su gran político todavía al frente. Tenía que chocar con la Confederación
porque también en ella se trataba de ponerla “en forma” por otro gran político. Si
entonces la Argentina hubiera querido vivir no en la anarquía y en la tiranía sino en la
prosperidad y la unidad, probablemente Chile y Portales hubieran chocado con ella. Se
ha dicho que gobernar es prever. Se ha dicho también que no es asunto de principios
sino de tacto. Se ha dicho igualmente que el verdadero hombre de Estado es ante todo
un conocedor de hombres, de situaciones, de cosas, con la mano segura para aflojar o
ajustar, con un talento contrario al del hombre teórico, lejos de la doctrina, del
sentimentalismo. “El que obra no tiene conciencia y sólo el que contempla tiene
conciencia”. Y todo ello puede aplicarse a Portales. Con la añadidura de que intuyó la
conveniencia vital de Chile. La obsesión del hombre y el destino de un pueblo se
juntaron: no se sabe cuál de los dos primó en esta proyección hacia la lucha que nacía
de un impulso profundo, impulso racial y añorante hacia la preeminencia y la
prepotencia, orientación, dirección, necesidad de acción, de abrirse camino.
Santa Cruz había procedido otrora con la misma inescrupulosidad, con la misma
tenacidad, con la misma saña, con el mismo desprecio para la vida de miles de
hombres, cuando trató de dividir y destruir para lograr su sino unificador. Ahora,
cuando sólo quería trabajar en su obra constructiva, invocó la necesidad de la paz, el
derecho, la moral. Pero todos los que evoquen aquella época sin prejuicios tienen que
darle aquí la razón. Será siempre una demostración de la ceguera que produce el
sentimiento patriótico, el afán de historiadores como Bulnes y Sotomayor Valdés para
presentar a su país como un paladín de la libertad y de la independencia de América
amenazada, como un guerrero sin tacha que fue infaliblemente justiciero en todos sus
actos: Vicuña Mackenna y Lastarria en una hora de menor exaltación nacionalista
(cuando aún no había estallado la Guerra del Pacífico) y sin vinculaciones familiares y
personales con los actores de la guerra, hablaron, en cambio, con franqueza. Otras
etapas de la vida de Santa Cruz sugieren el desdén o la indignación, cuando intrigó y
pecó de alevosía y doblez; pero aquí suscita la simpatía. Nunca ha habido en América
una guerra menos justificada que la que Chile emprendió entonces. En el caso de la
guerra de Brasil, Argentina y Uruguay contra Solano López hubo agravios de éste
contra esos países; y con virilidad aceptó temeraria, imprudentemente, las
responsabilidades de la lucha; había, además, pleitos de límites, el ideal paraguayo del
Estado Mesopotámico de Corrientes y Entre Ríos, la entrega de la navegación fluvial a
los brasileros. En la Guerra del Pacífico, la agresividad chilena repitió el caso de 1836;
pero Perú y Bolivia habían firmado un tratado secreto de alianza y Bolivia no quiso
cumplir su compromiso con Chile en lo referente a la tributación del salitre. Aquí Santa
Cruz levantaba las manos casi implorando la paz; y se allanaba a dar garantías y
seguridades y no había el motivo omnipotente de la avidez económica.
Pero “la historia es un escándalo permanente”, como decía Renán. Nada ni nadie pudo
evitar la guerra. Y eso del fallo de la Posteridad no pasa de ser un tropo. Van a ser ya
cien años. El celo patriótico o el interés personal de los historiadores ha justificado lo
injustificable, ya que sobre todo estuvo acompañado por el éxito. El tiempo ha sido
cómplice de la injusticia. La Divina Providencia que invocaba Santa Cruz en una de sus
proclamas como aliada suya, no dio señales de vida en aquella “guerra de escándalo”.
Unas cuantas personas de buena voluntad se indignan tan sólo por estos hechos ante
la ignorancia y la indiferencia generales.
Pero se diferenciaban también en mucho. Portales —lo ha dicho con acierto Alberto
Edwards— estableció el poder fuerte y duradero, superior al prestigio de un caudillo y
a la fuerza de una facción y restableció el sentimiento de respeto tradicional a la
autoridad en abstracto por el Poder legítimamente establecido, con independencia de
quienes lo ejercen. Creó así un gobierno respetable y respetado, inmutable,
permanente, que no se basó entonces en Prieto, como más tarde no se basó tampoco
en Bulnes ni en Montt, sino en una entidad abstracta llamada “el gobierno”; creó,
pues, la religión del gobierno no vinculada a nadie ni a sí mismo, pues ostentó tan sólo
el título de ministro.
Era fácil relativamente hacer a los invasores la guerra de recursos que los sumiera en
innumerables privaciones. Había que suponer también que ante el desembarco de una
expedición chilena se exacerbara el sentimiento local de los habitantes, pues el ejército
chileno, compuesto por elementos extraños en su inmensa mayoría, fácilmente tenía
que tender a hacer exacciones.
Contaba Santa Cruz, aparte de esto, con la simpatía de los extranjeros, generalmente
comerciantes. Era de suponer, además, como ya le dijera Orbegoso, que esa enorme
masa amorfa que no intervenía en la política pero estaba cansada de tanta turbulencia
tendiese a apoyar a un gobierno que había adoptado benéficas medidas
administrativas, en tanto que la Restauración se presenaba como un vivero de
ambiciones rivales.
También allí podría Santa Cruz tener un apoyo: no era imposible que Gamarra, La
Fuente, Vivanco y cualesquier otro ambicioso que surgiese de repente exacerbaran su
distanciamiento, perdiendo los emigrados y proscriptos su unidad, cayendo en la
anarquía e incurriendo así no sólo en el desprestigio sino también en el debilitamiento.
Algo semejante podría ocurrir con la política de Chile. Parecía imposible que la mayoría
de la opinión pública chilena prestara su apoyo a una expedición tan costosa, tan
aventurada, tan peligrosa para la vida de miles de hombres y del país entero; aun
suponiendo que mirara con antipatía a Santa Cruz, de ahí no se deducía su apoyo a
tales sacrificios. Ya sea una revolución —como la que realizó efectivamente Vidaurre
asesinando a Portales— o un desastre de los invasores en el litoral o en las sierras
peruanos, podían dar pábulo a ese descontento.
Mirando las cosas desde el ángulo opuesto, los peligros que se cernían sobre Santa
Cruz eran formidables. El gobierno chileno sabía que tenía en la Confederación un
enemigo y no quería esperar a que las circunstancias lo pusieran en aptitud de
demostrar eficientemente consolidado su poder. Y no se trataba ya de una hostilidad
precaria sino de una hostilidad definitivamente resuelta; confiaba Santa Cruz en una
presión pacifista en Chile pero sin conocer que en los largos años de paz, Portales
había puesto “en forma” a su país disciplinándolo y homoge-neizándolo, aparte de que
por su propia idiosincrasia el pueblo chileno en caso de un desastre era más propenso
a encorajinarse que a pactar. Si a esto se agrega la actitud argentina que por lo menos
obligaba a distraer un ejército e implicaba un considerable peso moral y se agrega por
último la posibilidad entonces remota pero acaso más tarde realizable, de una
intervención ecuatoriana, tenían con qué entusiasmarse los enemigos de Santa Cruz.
La superioridad marítima obtenida por Chile en las primeras incidencias del conflicto
implicaba también un factor de primer orden en contra de Santa Cruz. Resultaba así
seguro que la guerra se haría en territorio peruano con todas sus consecuencias de
posibles sublevaciones, etc. Ningún pueblo de Sudamérica había tenido el sentido del
mar como Chile. Alguien ha dicho que su posición y su sicología parecen insulares; y
que, hasta geográficamente, semeja un barco atracado al costado de los Andes, una
nave-territorio.
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M. de Real, La Science du Gonvernement, Chap. II, Seit. I, VI, cit. Irrisari, Defensa de los tratados de paz de
Paucarpata, 1838. Imp. del Colegio de Artes, La Paz.
GRANDEZA Y MISERIAS DE LOS PROSCRIPTOS PERUANOS
LA ETAPA ANTIGAMARRINA EN LA POLÍTICA CHILENA
Poco a poco se hizo claro que el centro de operaciones contra Santa Cruz estaba en
Chile y, además, el gobierno ecuatoriano no daba señales de apoyar a los
conspiradores. Admirablemente instruido estaba Orbegoso y por ende Santa Cruz de
los manejos de Gamarra y por ello Orbegoso escribió con insistencia al presidente
Rocafuerte ofreciéndole auxilios en caso de que pretendieran derrocarlo y
protestándole que no había ninguna amenaza por parte del gobierno peruano contra el
Ecuador; escribió también al general Flores reiterándole estas protestas, lo mismo que
al poeta Olmedo.99
La neutralidad del Ecuador obtenida por los factores que se enumeran más adelante y
que inutilizaron la gestión del ministro ecuatoriano en Chile Gonzales y la del ministro
chileno en Quito, Lavalle, se vislumbraba ya a mediados de 1836; era urgente además
coordinar los esfuerzos con los proscritos de Chile, sacar hombres de allí para una
expedición al Perú y lograr el suministro de armas, municiones y hasta barcos de parte
de Portales. Fue así como Gamarra despachó hacia Valparaíso a Bujanda, con dinero
para adquirir elementos y con cartas para Portales, La Fuente y otros.100
Pero antes de embarcarse dejó lista la sublevación de la corbeta “Libertad” que con la
goleta “Yanacocha” estaban en el río Guayas refugiadas después de lo ocurrido con el
“Aquiles”. Bujanda tuvo con Rodulfo y Ferreyros la idea de esta sublevación y se puso
en relación con el piloto de la corbeta Leoncio Señoret, francés, acordándose que se
sublevaría apenas saliera de la ría, dirigiéndose a Valparaíso a ponerse bajo las
órdenes del gobierno de Chile; se le darían a Señoret dos ascensos y dinero en Chile.
El golpe se efectuó el 12 de noviembre en alta mar, mientras los jefes de la corbeta
dormían, dirigiéndose la corbeta efectivamente a Valparaíso, donde llegó el 8 de
diciembre. El gobierno chileno premió, además, a Señoret dándole más tarde el mando
de un barco, el “Colo-colo”.102
Bujanda llegó a tener varias entrevistas con Portales. En la primera, presenciada por
Vivanco y que él creyó fuese de etiqueta, Portales le habló con vehemencia de que
Chile lograría arrojar al usurpador del Perú, pero que en seguida se sucedería la guerra
civil supuesto que sin ocupar un palmo de terreno formaban los emigrados muchos
partidos. En la segunda, Portales le habló con mucha estimación de Pardo y Vivanco y
calificó a Escudero como traidor, malvado y enredador y le ofreció el auxilio de armas y
municiones para la expedición desde el Ecuador. Ya desde entonces —mediados de
diciembre de 1836— esperaba Bujanda partir con o sin auxilio de Portales, llevando
más o menos 200 hombres y pedía a Gamarra que mandara un comisionado a Machala
para esperarlos con órdenes y avisos. Sabía en tanto que se estaba preparando una
expedición chilena a órdenes de Blanco con rumbo a Trujillo para evitar la intervención
de Gamarra y Flores en el norte y poner en el camino de la presidencia a Vivanco; pero
confiaba en adelantarse a ella.105
Mientras esta expedición para el norte estaba lista, la realización de la guerra de Chile
contra la Confederación se hacía inminente. Ambos factores debían llevar a Portales a
proteger los planes de Bujanda, Gamarra y La Fuente; pero, al lado de su
antisantacrucismo y de su chilenismo, Portales tenía otra obsesión: su antigamarrismo.
Sea porque recordara al mandatario peruano que había hostilizado al comercio chileno
en 1832; sea porque creyera conocer a ese hombre que difícilmente podría convertirse
en instrumento suyo o de Chile; sea porque efectivamente los hechos de la
administración de Gamarra y la actitud posterior de éste en la génesis de la
Confederación lo presentaran como un ser odioso; sea, por último, por la influencia de
Pardo y Vivanco que querían la regeneración del Perú mediante la renovación de sus
hombres, Portales fue más que duro con Gamarra. Hay una comunicación de él a
Bujanda que es típica. La fuerza que organiza Chile lentamente —le dice allí— no
prestará su cooperación ni indirecta para que Gamarra ejerza autoridad alguna en el
Perú “porque el Perú bajo la influencia de este general volvería a ser el teatro de las
maniobras, de las intrigas y de la anarquía a cuyos males debe preferirse la
administración de Santa Cruz y Chile después de haber salido de la guerra con Santa
Cruz tendría que emprenderla con Gamarra si no se resigna a sufrir como en otro
tiempo la arbitrariedad y vejaciones y agravios gratuitos que este general ha querido
inferirle y que le inferirá si restablece su poder en el Perú”. Chile no se ha de oponer,
agregaba, si la voluntad nacional lo quiere; pero no lo impondría contra esa voluntad.
“El general Gamarra no inspira confianza, todo se teme de él y sus manejos en el Perú
dan un justo derecho para temerlo”.106 Bujanda respondió, de acuerdo con La Fuente y
Salcedo, gamarrista fervoroso, que era resolución de Gamarra no mandar en el Perú
aunque lo llamaran y que serviría si lo creían apto. Los emigrados —decía con tajante
alusión— habían designado como jefe a La Fuente, caudillo con respetabilidad y
prestigio a quien se podía obedecer sin que se resintiera el amor propio de los jefes y
oficiales, acostumbrados a obedecerlo.
La llegada del almirante chileno Blanco, destinado a mandar la expedición, fue la causa
de este cambio. La Fuente, comprometido ya con Bujanda, fue a conferenciar con
Blanco y le demostró que todo estaba listo para la expedición para lo cual utilizó una
relación de los elementos de guerra firmados por aquél. La Fuente manifestó luego a
Bujanda la irritación incontrolable que había contra Gamarra y la próxima entrevista
que junto con Blanco iba a tener con Portales. Al mismo tiempo Blanco procuró seducir
a Bujanda, expresándose duramente de la administración, de la vida pública y de la
vida privada de Gamarra, “magistrado perverso sin fe ni lealtad, militar inepto y
cobarde, ciudadano pernicioso”; Bujanda se enojó y Blanco acabó por llamarle
“obstinado fanático”.
¿Por qué llamaron a La Fuente desde Santiago? Era éste el jefe reconocido y el de más
graduación entre los emigrados. La expedición para Tumbes estaba lista. Chile se
hallaba al mismo tiempo en el caso de abrir la campaña. Había que evitar a Gamarra.
No podía ser Vivanco el caudillo que Chile protegiera porque apenas era coronel; en el
Perú no se le conocía mucho y tenía muchas resistencias entre la mayoría de los
peruanos que debían formar el núcleo de la expedición. La Fuente era ya conocido y
además era hombre manejable; estaba mal con Pardo y Vivanco contra quienes había
hablado amargamente, pero eso podía obviarse si se estimulaba a su ambición con el
señuelo del apoyo de Chile y además se le dijo que Gamarra sería siempre peligroso y
no lo dejaría figurar y que con Pardo y Vivanco tendría a su lado a jóvenes honrados,
etc. En realidad el primer plan de Portales no había variado. El gobierno de La Fuente
sería el eco del gobierno de Chile y el encumbramiento de Pardo y Vivanco se hacía
efectivo. “Pardo sería el Portales del Perú”, decía Bujanda.
La llamada traición de La Fuente produjo una inmensa sensación entre los gamarristas
acérrimos. La exclusión había comprendido sólo a Gamarra, Bujanda y Salcedo; pero
La Puerta, Negrón, Lasarte y Arrisueño decidieron no marchar en la expedición, y
pidieron pasaportes para el Ecuador inútilmente. Joaquín Torrico se presentó en Pisco
pasándose a Santa Cruz. Bujanda estaba iracundo. Con cierta épica grandeza, aún
sospechando la hostilidad de Chile, había estado allegando infatigablemente elementos
de guerra contra Santa Cruz; pero ahora viéndose no sólo burlado sino también
inmovilizado, pues vino orden de que ningún peruano se embarcara, escribió a Iguaín
que Santa Cruz y Orbegoso estaban justificados y canonizados. Decía que todo lo
vivido hasta entonces era poco y que sentía náuseas. Estaban él y los suyos proscritos
del Perú y proscritos ahora por segunda vez. Desde Chile se había organizado antes de
la caída de Santa Cruz, la guerra civil. Pero en medio de todo, si en un rapto de pasión
escribió a Flores instándolo a actuar, daba a Gamarra un consejo prudente: dejar
correr las cosas, no mezclarse en nada; el alma del Perú, a pesar de todo, haciendo
comparaciones era gamarrista porque Gamarra prestaba más que nadie garantías de
seguridad. La Fuente, agregaba, con el énfasis de los hombres de entonces, sería
víctima de su infamia. Y tenía, refiriéndose a Pardo, a La Fuente, a los emigrados que
iban a venir con los chilenos, una frase que simboliza las pasiones profundas de este
hombre representativo: “Nada quiero con ellos, ni la gloria”.107 Años más tarde, esta
frase ha de repetirse en su esencia en aquella otra, también representativa: “Primero
los chilenos que Piérola”.
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97
Bujanda a La Fuente, 31 de mayo de 1836. La Fuente a Bujanda, 8 de julio de 1836. La Fuente a Torrico, 27 de
junio de 1836. Archivo de la BNP.
98
Cuenca, 8 de septiembre de 1836. Archivo de la BNP.
99
8 de abril de 1836. Archivo de la BNP.
100
Cartas de Bujanda a Gamarra, 20 de septiembre, 3, 4, 5 y 9 de octubre. En el Archivo de la BNP.
101
Carta de Bujanda a Gamarra, de Guayaquil: 6 y 9 de octubre; de Valparaíso 18 de noviembre. Archivo de la
BNP.
102
La Fuente a Bujanda, 4 de septiembre de 1836. Archivo de la BNP.
103
La Fuente a Bujanda, 4 de septiembre de 1836. Archivo de la BNP.
104
Escudero, a quien Valdelomar ha pintado tan galantemente después de su actuación equivoca dentro de los
emigrados que provocó reticentes alusiones en El Araucano, se fue a Europa llevándose las joyas que doña
Francisca Zubiaga de Gamarra había dejado en poder de Lamotte. Bujanda estaba muy apesadumbrado no tanto
por el robo en sí sino porque las alhajas hubieran podido servir para comprar útiles de guerra. Consideraciones
debidas al nombre y al respeto de Gamarra impidieron toda acción judicial (Bujanda a Gamarra, 17 de febrero de
1837. Archivo de la BNP).
105
Esto y lo que sigue en cartas de Bujanda a Gamarra, 18 de noviembre; 12, 14 y 27 de diciembre; 22 de
enero; 17 de febrero; 7 de marzo; 25 de abril; 30 de mayo. En la BNP.
106
Portales a Bujanda, 26 de febrero de 1837. Copia en la BNP.
107
Carta cit. 25 de abril.
108
Carta de Orbegoso a Santa Cruz, 27 de junio, Archivo de la BNP. “De qué se queja Bujanda si hasta La Fuente
es tan malo como él”, decía Orbegoso.
109
Publicada en El Eco del Protectorado, N.º 68 de 10 de mayo de 1837 con una relación de todos los
acontecimientos ya mencionados, en conexión con la misión de Bujanda y las actividades de los emigrados
peruanos cerca del gobierno chileno: relación muy minuciosa e idéntica a la que hizo Bujanda en sus cartas a
Gamarra. “Ya podemos decirlo con
franqueza y sin comprometer al individuo que hizo la revelación —decía El Eco del Norte del 21 de julio de 1838
(tomo ii, N.º 5)— y cuyos documentos existen en nuestro poder. D. Juan Ángel Bujanda escribió al Protector por un
conducto seguro cuanto había ocurrido de más indigno...” Y enumera una vez más las supradichas bases. Las dos
bases complementarias en El Eco del Protectorado, N.º 63 de 23 de mayo de 1837.
HACIA UNA COALICIÓN CONTRA SANTA CRUZ
Chile, no obstante, de acusar a Santa Cruz de tirano y usurpador pactó con Rosas, el
caudillo de Buenos Aires.
Chile envió varios agentes a Buenos Aires: don Javier Rosales y don José Joaquín
Pérez. Pero la alianza fracasó porque Rosas quería darle un carácter imperialista,
humillante para Bolivia y el Perú, a partir de cesiones territoriales y pago de deudas de
guerra. A pesar de esto, Chile influyó para que aún sin alianza la guerra fuera
declarada; Rosas expidió el respectivo decreto con fecha 19 de mayo de 1837.111
“¡VIVA LA FEDERACIÓN!”
El Gobierno Encargado de las Relaciones Exteriores de la República en nombre y con sufragio de la Confederación
Argentina.
Considerando: Que el General don Andrés Santa Cruz, titulado Protector de la Confederación Perú-Boliviana, ha
promovido la anarquía en la Confederación Argentina, consintiendo y auxiliando las expediciones que armadas en el
territorio de Bolivia han invadido la República.
Que ha violado la inmunidad del territorio de la Confederación permitiendo penetrar en él partidas de tropas de
Bolivia al mando de jefes bolivianos, destinadas a despojar por la fuerza a ciudadanos argentinos de cantidades de
dinero como lo han ejecutado.
Que despreciando las interpelaciones del Gobierno Encargado de las Relaciones exteriores de la C. A. ha mantenido
en las fronteras de la República a los emigrados unitarios dando lugar a que fraguasen repetidas conjuraciones que
han costado a la Confederación sacrificios de todo género.
Considerando:
Que la ocupación del Perú por el ejército boliviano no se funda en otro derecho que el que le da un tratado ilegal,
nulo y atentatorio, estipulado y firmado por un general peruano sin misión y sin facultad para entregar su Patria al
extranjero.
Que el general Santa Cruz con la fuerza de su mando ha despedazado el Perú alzándose con un poder absoluto
sancionado por asambleas diminutas e impotentes.
Que este procedimiento escandaloso ataca el principio de la soberanía popular que reconocen por base de sus
instituciones todas las Repúblicas de la América Meridional.
Que la intervención del general Santa Cruz para cambiar el orden político del Perú es un abuso criminal contra la
libertad e independencia de los Estados Americanos y una infracción clásica del Derecho de Gentes.
Que la concentración en su persona de una autoridad vitalicia, despótica e ilimitada sobre el Perú y Bolivia, con la
facultad de nombrar sucesor conculca los derechos de ambos Estados e instituye un feudo personal que
solemnemente proscriben las actas de Independencia de una y otra República.
Que el ensanche de tal poder por el abuso de la fuerza invierte el equilibrio conservador de la paz de las Repúblicas
limítrofes al Perú y Bolivia.
Considerando:
Que el acantonamiento de tropas del ejército del general Santa Cruz sobre la frontera del norte de la Confederación,
la expedición anárquica enviada a las costas de Chile desde los puertos del Perú bajo la notoria protección de los
agentes de aquel caudillo y sus simultáneos, constantes y pérfidos amaños para insurreccionar a la República
Argentina, confirman la existencia de un plan político para subordinar a los intereses del usurpador la independencia
y el honor de los Estados
limítrofes al Perú y Bolivia.
Que el estado permanente de inquietud y de incertidumbre en que se halla la República Argentina por las
asechanzas del gobierno del general Santa Cruz causa todos los males de la guerra y ninguna de sus ventajas.
Y, últimamente:
Que la política doble y falaz del general Santa Cruz ha inutilizado toda garantía que dependa del fiel cumplimiento
de sus promesas.
Declara:
1º Que en atención a los multiplicados actos de hostilidad designados y comprobados, la Confederación Argentina
está en guerra con el gobierno del general Santa Cruz y sus sostenedores.
2° Que la Confederación Argentina rehusará la paz y toda transacción con el general Santa Cruz mientras no quede
bien garantida de la ambición que ha desplegado y no evacue la República Peruana dejándola completamente libre
para disponer su destino.
3° Que la Confederación Argentina reconoce el derecho de los pueblos peruanos para conservar su primitiva
organización política o para sancionar en uso de su soberanía su actual división de Estados cuando, libre de la
fuerza extranjera, se ocupe sin coacción de su propia suerte.
4° Que la Confederación Argentina en la lid a que ha sido provocada no abriga pretensión alguna territorial fuera de
sus límites naturales y protesta en presencia del Universo y ante la Posteridad que toma las armas para poner a
salvo la integridad, la independencia y el honor de la Confederación Argentina. — Rosas, Felipe Arana.112
Santa Cruz y su secretario Olañeta refutaron largamente las causales alegadas para
esta guerra en el manifiesto que acompañó a su declaración.
Simpatía de Bolivia para los unitarios: Decían que lo único que había hecho era dar
asilo a los refugiados y emigrados.
Plan iniciado en Salta por la Legación de Bolivia para alentar a los facciosos bajo
pretexto de mediación: No hubo tal plan y sólo el hecho de que el general Aldao fue
arrancado del suplicio por mediación de Bolivia, llevado a La Paz y allí libertado.
Santa Cruz mandó al teniente coronel Campero a Salta: No existen pruebas de eso y
no puede haberlas por ser inexacto.
Rocafuerte era el presidente del Ecuador y Flores el jefe militar de más prestigio y su
antecesor. Flores, que además de general que presumía de estratega y soldado
intrépido era o quería ser letrado eximio, miraba con emulación los triunfos de Santa
Cruz y no dejaba de halagarse con la idea, estimulada por Gamarra y luego por
Lavalle, de vencer al mando de un ejército peruano-chileno-ecuatoriano a Santa Cruz
en una gran batalla. Pero Rocafuerte se dejó ganar por los agentes y las cartas de
Santa Cruz; y el plenipotenciario de la Confederación, general Miller, firmó con él un
tratado de amistad y alianza. El Congreso de 1837, a pesar de que estaba compuesto
en su mayoría por amigos de Flores, se inclinó más bien a la neutralidad y de acuerdo
con Rocafuerte no tomó en consideración el tratado de Miller, pero autorizó al gobierno
para que interpusiera su mediación amistosa entre la Confederación y Chile (febrero de
1837). Flores notó la opinión predominante por la neutralidad y aún recibió consejos
para mantenerla del presidente colombiano Santander, acaso celoso de la notoriedad
que le pudiera dar vencer a Santa Cruz. Éste envió un nuevo plenipotenciario, el
ministro de Hacienda Juan García del Río, que unía a su talento y habilidad numerosos
vínculos con Rocafuerte, Flores y otros ecuatorianos prominentes. García del Río firmó
otro pacto de amistad (abril de 1837); junto con el que trajo Gonzales de Chile fue
encarpetado por el Congreso hasta saber el resultado de la ofrecida mediación.
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110
Manifiesto de las razones que legitiman la declaración de guerra contra el gobierno del general D. Andrés
Santa Cruz intitulado Presidente de la Confederación Perú-Boliviana. Buenos Aires. Imp. del Estado. 1837. Cuenta el
general O’Connor en sus Memorias que en 1831 con motivo de las tropelías del “gaucho” Quiroga, de Salta y Jujuy
fueron comisiones a pedir la incorporación a Bolivia; y que el día de la entrevista Santa Cruz le dijo: “Dios me libre
de poner esta postema a las costillas de Bolivia” (Memorias, p. 209).
111
Sotomayor Valdés, ob. cit. ii. 355.
112
Ya en diciembre de 1836 había Santa Cruz escrito a su agente en Buenos Aires, Armaza, pidiéndole que
tranquilizara al gobierno de Rosas (12 de diciembre y 1 de enero). Cartas interceptadas en Chile y publicadas en El
Eco del Protectorado, N.º 62 de 24 de mayo de 1837. Hay otra carta pacifista de Santa Cruz a Rosas fechada el 5
de abril de 1837 y publicada en El Araucano, N.º 468 y El Peruano, tomo ii, N.º 56, de 5 de octubre de 1839.
113
Contramanifiesto al publicado por el gobierno de Buenos Aires sobre las razones con que pretende legitimar la
guerra que declara a la Confederación Perú-Boliviana. Lima, lmp. de Eusebio Aranda, 1837.
114
Portales a Bujanda, sobre el carácter de Flores como general en jefe, 2 de enero de 1837. Carta de Flores a
Gamarra, desahuciándolo, 8 de mayo de 1837. Sobre el cambio de Flores, Orbegoso a Santa Cruz (12-13 de junio
de 1837). Portales a Bujanda, 12 de enero y 25 de febrero de 1837. Portales a La Fuente, 5 de abril de 1837. Todo
en el Archivo de la BNP.
CAPÍTULO VII
La expedición debía constar de 3000 hombres; pero se contaba, además, con el apoyo
que darían los pueblos del Perú y aun algunos cuerpos del ejército de la Confederación.
El general en jefe era el almirante Blanco Encalada. Jefe de Estado Mayor, el coronel
chileno José Antonio Vidaurre. El coronel Ramón Castilla adiestraba a una pequeña
columna de auxiliares que tomó el nombre de columna peruana. La situación política
de Chile no dejaba, sin embargo, de ofrecer sombras; se habían descubierto varias
conspiraciones y habían sido condenados a muerte y ejecutados sus fautores. Una
nueva conspiración se produjo con motivo del reclutamiento en la provincia de
Colchagua, no obstante estos planes fallidos y estos castigos tremendos.
El 3 de junio de 1837 estalló una revolución en Quillota dentro del propio ejército
expedicionario, encabezada por el coronel Vidaurre; y fue apresado Portales que había
ido de visita a dicho lugar. Los amotinados firmaron un acta, como era de ritual en
tales casos. Uno de los considerandos de esta acta decía después de que otro
considerando acusaba a Portales de despotismo: “Considerando, al mismo tiempo, que
el proyecto de expedición sobre el Perú y por consiguiente la guerra abierta contra esta
República es una obra forjada más bien por la intriga que por el noble deseo de
reparar agravios a Chile, pues aunque efectivamente subsisten estos motivos se debía
procurar primeramente vindicarlos por los medios incruentos de transacción y de paz,
a que parece dispuesto sinceramente el mandatario del Perú”. Y después de un último
considerando sobre la pequeñez de los recursos y elementos de la expedición, decían:
“Hemos resuelto unánimemente a nombre de nuestra patria, como sus más celosos
defensores: 1° suspender por ahora la campaña dirigida al Perú a que se nos quería
conducir como instrumentos ciegos de la voluntad de un hombre...”
Díjose en aquella época que la revolución y aun el asesinato de Portales fueron fruto
de intrigas urdidas por Santa Cruz. El apellido Vidaurre se hizo sinónimo de traidor. Se
invocó la intentona de Freire, los planes de conspiración con asesinato de Portales en
los que estuvo complicado el encargado de negocios Juan de la Cruz Méndez, las
correspondencias que recibía del Perú don Agustín Vidaurre, el tono amenazador que
contra la subsistencia del gobierno de Chile y aun de su primer ministro tenían los
editoriales de El Eco del Protectorado.
Vidaurre en sus declaraciones durante el juicio que se le siguió negó todo complot con
el extranjero, declaración que bajo juramento reiteró al redactar su testamento antes
de ser ejecutado. Aún más, se aclaró durante el proceso que el asesinato de Portales
no había sido el resultado de un plan entre los conjurados, sino de la voluntad
exclusiva del capitán Florín.
En cuanto a las amenazas de El Eco del Protectorado, no hay en ellas nada de raro
pues eran un recurso de dialéctica para afirmar el descontento de la opinión pública
chilena contra la guerra; y acaso, como estaban redactadas por don José Joaquín de
Mora, buen conocedor de la política de ese país y decidido enemigo de Portales,
provenían ya de intuiciones y deducciones suyas, ya de referencias vagas. Ninguna
prueba se logró producir sobre la complicidad de Santa Cruz. Los historiadores chilenos
hostiles a éste reconocen que Vidaurre obró autónomamente; pero alguno de ellos
cree que estuvo rodeado de agentes de Méndez o de Riva-Agüero que no nombra. Tal
presunción resulta ingenua por decir lo menos. ¿Qué fundamento existe para hacerla?
¿No es más lógico creer que si Méndez o Riva-Agüero dejaron agentes, en alguna
forma ellos podrían ser por lo menos señalados; y que debieron ser no personas
insignificantes y por lo tanto dudosas o irresponsables, sino jefes y oficiales de elevada
graduación que no hubo en el motín de Quillota aparte de Vidaurre? Si Méndez o Riva-
Agüero contribuyeron en algo en el motín y en el asesinato de Portales fue, como
Santa Cruz y sus propagan-distas, de un modo difuso, mediante la influencia que su
acción defensora de la Confederación ejerció sobre el ánimo de algunos militares para
convencerles de la injusticia de la guerra.
“¿Pues no han tenido en sus manos —decía Santa Cruz en su manifiesto de 1840
refiriéndose a quienes lo acusaron— bajo el rigor de sus venganzas y el patíbulo a
todos los autores y ejecutores de esa revolución exclusivamente chilena? ¿Se ha
encontrado acaso un solo indicio, el más ligero, de influencia extraña en ella? Pero si el
gobierno de la Confederación hubiese preparado o protegido la revolución de Quillota,
¿habría acaso procedido mal? Destruyendo los elementos que se aprestaban en su
daño, no hubiera hecho más que trabajar en defensa propia.”
Se ha referido ya la gestión de paz que inició Santa Cruz al conocer la noticia de los
trastornos políticos de Chile. Pero la muerte de Portales en vez de acabar con los
planes bélicos contra la Confederación, por él principalmente urdidos, los hizo
populares, pues creyóse que Santa Cruz era el instigador del asesinato. Vicuña
Mackenna afirma que por ello sólo entonces la opinión pública chilena manifestó
fervoroso apoyo a la guerra con el Perú.
Además, Portales había sido el tipo auténtico del gran hombre de Estado. “El político
de alto bordo debe ser educador en un sentido superior, no representar una moral o
doctrina, sino ofrecer un ejemplo en su acción. Lo que distingue al verdadero hombre
de Estado del mero político, del jugador que juega por el gozo de jugar, del cazador
afortunado en las cimas de la historia, del interesado avariento, del vanidoso, del
vulgar, es que le es lícito exigir sacrificios y los recibe porque su sentimiento de ser
necesario para la época y la nación es compartido por miles de personas
transformándolas interiormente y captándolas para hazañas a cuya altura no estarían
de otro modo... lo primero es hacer uno mismo algo; lo segundo, —menos aparente
pero más difícil y de efecto lejano más profundo— es crear una tradición, empujar en
ella a los demás para que prosigan la propia obra, su ritmo y su espíritu, desencadenar
un torrente de actividades uniformes que ya no necesiten del primer jefe para
mantenerse en forma.” “Así el hombre de Estado se eleva a un rango que los antiguos
hubieran calificado de divino”. Raro caso en América, el continente de las vidas
frustradas, eso ocurrió con Portales.
Santa Cruz, en tanto, adoptaba todas las providencias necesarias para impedir los
efectos de la anunciada guerra. El Callao fue clausurado para los buques mercantes
que salieran para Chile, debiéndose dar fianza por parte de los interesados en los
buques que fueran a otra parte (21 de marzo de 1837). Se autorizó el corzo y se
reglamentó el otorgamiento de las patentes de corsarios para hostilizar al enemigo (17
de junio). Se estableció que de la deuda del Perú a Chile se dedujeran las indemni-
zaciones que el gobierno decretaría por los daños que causara la invasión (23 de junio
de 1837). Se ordenó el retiro de los residentes chilenos a los lugares que las
autoridades creían convenientes en relación con los planes de defensa nacional (23 de
junio de 1837). Se decretó la interdicción de los productos naturales y fabriles de Chile
en los puertos de la Confederación (15 de noviembre de 1836); y se cortó toda
comunicación marítima y terrestre con Chile. Se puso en vigencia el severísimo decreto
sobre calificación y castigo de los delitos de sedición, rebelión y otros análogos (18 de
noviembre de 1836).
La vigilancia tenía que ser incesante y perspicaz. No faltaban avisos sobre que se
tramaba el asesinato de Santa Cruz. La invasión del norte por Gamarra o los suyos
podía producirse en cualquier momento y en julio de 1837 llegaron noticias de
Guayaquil de que evitar su viaje se hacía imposible por el apoyo general con que
contaba. Las providencias estaban tomadas para coger a Gamarra si entraba al
territorio y seguramente si eso hubiera ocurrido el fusilamiento habríase efectuado ipso
facto. En Lambayeque y Chiclayo mediante secretas investigaciones se descubrió un
club formado para conspirar y algunos de sus miembros fueron llevados a Lima pero
otros se ocultaron. Moyobamba también estaba revuelta, pero no se trataba sino de
una asonada por las contribuciones que se había impuesto allí la costumbre de que no
fueran cobradas en dinero sino en tocuyo.119 Algunos oficiales y paisanos llegaron a
producir una sedición en Islay, pero fueron vencidos; se embarcaron en un bergatín y
permanecieron a la vista de Islay dos días hasta que el terror que les causó una
balandra armada para perseguirlos hizo que se dirigieran al norte arribando a Ocoña
en busca de víveres y agua. Arrastrado el buque por la corriente, porque las faenas
fueron abandonadas en una lucha, algunos murieron y otros fueron aprehendidos. El
capitán Manuel Zegarra, Juan Graci, Lorenzo Mendoza, los artilleros Manuel Montalvo,
Fabián Nieto, Bernardo Segura, los soldados Custodio Quevedo, Pedro Moya, Manuel
Oyazarte fueron ejecutados en Arequipa el 30 de marzo de 1837.120
Al principio habíase dudado que alguna vez se realizara tal expedición. Pero desde
agosto su llegada se hizo inminente. Hubo vez en que Orbegoso recibió parte de
Malabrigo de que habían divisado dos buques sospechosos, y otros que no podían ser
vistos a causa de la neblina; y puso en movimiento los cuerpos y marchó con ellos
porque no había otro general disponible, hasta comprobar que se trataba de unos
velerso mercantes que venían de Guayaquil. Creyeron al principio Santa Cruz y
Orbegoso que los restauradores se dirigían al norte. Aún más, Orbegoso pensaba que
La Fuente desembarcaría en Santa, lugar que ya conocía; y por eso acantonó en Virú,
en junio, varios cuerpos que por falta de forraje llevó luego a Trujillo. En Huacho,
Santa, Malabrigo, Pacasmayo, Lambayeque se suponía qu pudiera efectuarse el
desembarco. Si los que desembarcaban eran pocos debían ser hostilizados. Si eran
muchos, Orbegoso se retiraría a la sierra y si lo perseguían, a Huamachuco donde
podía parapetarse en posiciones inexpugnables. El desembarco de la caballería sería
señal para distinguir entre un amago y un desembarco efectivo. La guerra de recursos
era la primera que había que hacer y al respecto estaban tomadas las providencias
para que los habitantes se retiraran al interior con sus bagajes, animales, subsitencias,
etc. Alejar a los invasores de los buques: tal era el plan mientras llegaban los refuerzos
de los ejércitos de la Confederación. En lo que respecta a medidas de precaución y
espera son muy interesantes las instrucciones que dejó Santa Cruz a Orbegoso. Unas
tienen fecha de 22 de agosto de 1837 y otras deben ser de la misma fecha más o
menos. Para el caso de que la expedición llegara debían mantenerse las tropas como
estaban: la división del general Nieto en Trujillo y Huaylas para defender los
departamentos septentrionales; la división Ballivián compuesta de los batallones 3° y
5° y Pichincha con el regimiento 1° de la Guardia cubría a Lima: el batallón Cuzco
debía permanecer en el Callao y ser relevado por alguno de los anteriores. El batallón
4° en Huancayo servía de reserva atendiendo al puerto de Pisco y para reunirse a
Ballivián en caso necesario. Estos cuerpos no debían ser debilitados dedicándoseles a
servicios de partidas ni de ordenanzas, etc.; en el caso de invasión debían levantarse
otras partidas del país compuestas de chacareros con oficiales de confianza y apoyadas
por el escuadrón de policía. Especialísima recomendación recibió Orbegoso para que el
pago de las tropas fuera oportuno y puntual como hasta entonces sin que jamás se
diera lugar a alguna falta. El Tesoro del Cuzco proveía a la subsitencia del batallón 4°;
el de Ayacucho remitía 1200 pesos entre plata y otras especies a la comisaría del
ejército y el de Junín pagaba al batallón 3°. Lima, pues, sólo debía pagar Pichincha, al
batallón Cuzco y al regimiento Lanceros, a más de la policía.
Santa Cruz prescribía a Orbegoso terminantemente las medidas que debía tomar en
caso de llegada de la expedición, los refuerzos que debía dar a Nieto, el viaje de la
división Otero a ayudar la guerra de recursos y partidas para el caso de un
desembarco en Pisco, etc. "En ningún caso - decía la cláusula 8.ª - mandará V. E.
adelantar de los departamentos de Junín y Lima los cuerpos bolivianos que ni le serán
necesarios ni lo creo político por motivos que V. E. conoce". "Para resolver - decía en
seguida la cláusula 9.ª - sobre las operaciones militares de más importancia a fin de
tener más exactitud en el conocimiento de las circunstancias llamará V. E. a consejo a
los generales Ballivián y Aparicio que han de estar de continuo cerca de V. E. y que
han de ejecutar las operaciones". Otras instrucciones prescribían hacer pólvora,
capotes, etc. Los emigrados que invadieran su patria serían ejecutados sin otro
comprobante que el de la identidad personal. En cuanto a ascensos Orbegoso sólo
podía proveer las vacantes que se propusieran de subalternos en los batallones; y
proponer los demás ascensos a Santa Cruz. Debía fomentar la guardia nacional;
colocar los batallones de la sierra lejos de la costa, Jauja era lo más estratégico para
evitarles los efectos del clima; nombrar para el Estado Mayor del ejército del norte al
general Armaza o al general Vigil; ser incesante en la vigilancia sobre los cuarteles, las
oficinas, los almacenes militares, el almacén del Callao y los presuntos conspiradores.
La guerra con la Argentina y los asuntos políticos de Bolivia hicieron que Santa Cruz
dejara por segunda vez el palacio de los virreyes y, con su característica actividad,
emprendiera una vez más la marcha al altiplano. Antes de dejar Lima nombró como
presidente del Estado Norperuano a Orbegoso (21 de agosto de 1837).
Al exhumar a su viejo aliado, Santa Cruz utilizaba a un hombre que, por todo lo
ocurrido desde 1835, creía que le sería leal; y al mismo tiempo resolvía un problema
personal, ya que no eran muchos los norperuanos de nacimiento, de importancia y de
confianza que podían ser puestos a la cabeza del Estado, pues Riva-Agüero estaba
viejo, amargado y era un poco díscolo, y en Nieto aunque estaba al frente del ejército
en el Norte no se podía fiar mucho.
Tiene gran importancia el estado de ánimo de Orbegoso cuando fue llamado una vez
más a servir a Santa Cruz. Sólo con gran suspicacia se puede reconocer los primeros
síntomas de esta reacción sicológica en las cartas de Orbegoso a Santa Cruz en aquella
época; aunque más tarde ella aparece evidente en los diferentes manuscritos que dejó
a manera de memorias. Más aún, ninguna de las quejas que más tarde acumuló contra
Santa Cruz en nombre de un peruanismo celoso, la expresó entonces. Aunque se negó
a tener el título de Vicepresidente de la Confederación que Santa Cruz le ofreciera
insistió en sus cartas en que éste era el hombre necesario, en que sus intereses
estaban indisolublemente ligados; y aún más, aplaudió y elogió el pacto de Tacna que
más tarde le dio motivo para tantas quejas.122
Pero sólo un año más tarde todo esto hubo de influir para el derrumbamiento de la
Confederación.
________________________________________
115
Exposición de 1840, p. 158 en la edición O. de Santa Cruz.
116
En agosto circularon noticias de la revolución de Vivanco y la prisión de La Fuente en Quillota. Preguntado
Pardo en Valparaíso sobre estas noticias repuso que las negaba porque La Fuente era muy amigo suyo y cuando le
hizo en confianza esta pregunta fue incapaz de ocultarle la verdad (Pardo a La Fuente, 16 de agosto de 1837).
Archivo de la BNP.
117
Pardo a La Fuente, 3 de julio: argumentaba que él y Vivanco se separarían de la expedición si La Fuente
quería. La Fuente a Tocornal, 1 de julio de 1837, quejándose Archivo de la BNP.
118
El ministro Caraveda llegó a decir a La Fuente que como él valía por un ejército, eso le consolaba de no poder
darle 10 mil veteranos. Paz Soldán se jacta de tal frase sin comprender su ironía (Caraveda a La Fuente, 25 de
julio). Archivo de la BNP.
119
Cartas de Orbegoso a Santa Cruz: 12-13, 27 de junio; 12, 18, 27 de julio, 8 de agosto de 1837. Por un
trastrueque curioso, Paz Soldán ha equivocado la fecha de una de estas cartas, la de 18 de julio y la ha puesto
como correspondiendo al año 1838 (p. 162). Este error ha sido copiado por otros historiadores que han seguido a
Paz Soldán.
120
El Eco del Norte, N° 13 de 19 de abril de 1837.
121
“Instrucciones para S. E. el Gran Mariscal D. Luis José de Orbegoso. Instrucciones que servirán de
conocimiento al Presidente del Estado Norperuano”. Archivo de la BNP.
122
Ver sobre todo cartas de 28 de mayo y 27 de junio de 1837.
123
Véase las páginas 22 y 23 en el presente tomo.
LA PRIMERA CAMPAÑA DE RESTAURACIÓN
Los soldados tenían una casaca usada de paño (salvo Colchagua), el resto de su
vestuario era de brin más un mal poncho.124 De estos batallones el “Portales” y el
“Valparaíso” era de veteranos y el “Valdivia” y el “Colchagua” de reclutas.
Las instrucciones que recibieron Blanco Encalada y don Antonio José de Irrisari eran
explícitas. Se basaban en las que habían sido dadas a Egaña el año anterior.
Reivindicaban el derecho de Chile para hacer una paz separada de la Argentina; salvo
que se firmara un tratado de alianza cuyas estipulaciones darían una pauta. En caso de
victoria debía conseguirse la aniquilación del poder de Santa Cruz aun en Bolivia. El
mínimum de pretensiones chilenas sería el que había sido acordado con la Argentina.
Como compensación de la entrega de Tarija a esta república, Bolivia podría adquirir
una parte de Arequipa con un puerto cómodo “de que en el día carece”. Habría un
tratado de alianza con el gobierno nacional del Perú que se formase. Si alguna
estipulación del tratado fuera contra las instrucciones debíase dejar constancia de la
reserva del gobierno de Chile para aprobarlo. La suspensión de las hostilidades debía
hacerse con las seguridades del cumplimiento del pacto.125
2. Primeras operaciones
En Arica, un emisario del general López, el teniente coronel peruano José Ponce, avisó
al ejército invasor la buena disposición de aquél y su propósito, no de unirse a los
chilenos que era suscitar la tacha de traidor sino dirigirse a La Paz y allí pronunciarse
apresando si era posible a Santa Cruz. También ofreció la posibilidad de un
levantamiento en Puno; pero para todo esto, agregó que era indispensable que el
Ejército Restaurador marchara rápidamente sobre Tacna para dar lugar a que López no
recibiera órdenes superiores. Como este mensajero no trajo ninguna credencial escrita
se sospechó que se tratara de un espía y fue enviado a Tacna el coronel Ugarteche.
Pero cuando Ugarteche regresó trayendo la confirmación, ya la escuadra había zarpado
en dirección a Islay. Blanco defendió más tarde este hecho diciendo que no había
motivo para variar el plan acordado en Valparaíso. Además dijo que si suponiendo la
cooperación de los pueblos, el objeto de la campaña era penetrar a Puno y Cuzco para
apoyar las insurrecciones, al ocupar Tacna sólo se conseguía alejarse de esos puntos y
favorecer la reunión rápida de las fuerzas enemigas, que obraban en los
departamentos del sur; era acometer de lejos y por un extremo al enemigo, alarmarle
y no sorprenderle. Por el contrario, las noticias en Arica sobre la cooperación de López
y el estado de fermentación en Bolivia, debían confirmar el primer pensamiento de
dirigirse sobre Arequipa. Era probable que Santa Cruz se ocupara en tranquilizar el
interior y contener las tropas del general argentino Heredia, en avance. Las fuerzas
enemigas en Arequipa, con Cerdeña a la cabeza, no llegaban entonces a 2000
hombres. Si en esta circunstancias López se dirigía sobre Bolivia y en contra de Santa
Cruz, Cerdeña se habría retirado al mismo punto en defensa del Protector o hacia el
norte para unirse con el ejército de Lima; quedando entonces el Estado Surperuano en
poder del Ejército Restaurador.128
López publicó luego una larga y declamatoria carta a Blanco protestando de que se le
quisiera seducir y afirmando que los pueblos estaban contra la escandalosa invasión
chilena.129
El 9 prosiguió la marcha a través de diez leguas de desierto, luego por una quebrada
honda descendiendo por una cuesta al valle de Vitor, rico en caña y viña. El alto fue
hecho en la hacienda de Churunga de este valle. Desde allí marchó un parlamentario a
Arequipa, protestando del carácter odioso con que se había ordenado hacer la guerra
de recursos. Dos noches estuvieron descansando los invasores en este islote que
hallaron después de su travesía por el mar amarillo del arenal; gente hubo que hasta
ellos llegó con promesas y mentiras halagadoras; y el 11 regresó el parlamentario y
continuó el avance por una cuesta, luego una llanura de arena de cuatro leguas,
nuevas cuestas y laderas montañosas llegando al pueblo de Uchumayo, lleno de tantas
evocaciones recientes.El 12 algunos vecinos de Arequipa trajeron la noticia de que el
ejército era esperado con ansia y éste llegó a Challapampa, a media legua de
Arequipa. Continuó el avance y los expedicionarios pudieron contemplar, a la luz del
crepúsculo que un horizonte transparente embellecía, la blanca ciudad, patria del
yaraví, de la chicha, del picante y de las revoluciones, metrópoli levantisca de nuestra
primera República.
La entrada del Ejército Restaurador fue recibida con unos cuantos vivas. Algunos
disparos de los milicianos rimaron extrañamente aquella noche con la música que
improvisóse en la residencia del general Blanco que era junto con la de Pardo, la casa
de don Miguel Parejas.130
“La conducta del pueblo de Arequipa desde que apareció en las playas del
departamento la expedición chilena es el testimonio más solemne que se puede ofrecer
del entusiasmo por la recuperación de su soberanía que anima a la nación peruana”,
decía la Gaceta del flamante gobierno. Pero esto, así como la no-ingerencia del Ejército
Restaurador en política y la libertad del pueblo soberano no pasaban de ser frases. Las
autoridades, los empleados, el obispo, los canónigos de la catedral, los vecinos de más
importancia habían abandonado la ciudad. Muy pocas personas de respetabilidad
fueron a saludar a Blanco y a La Fuente. Muchos artículos de repuesto para el ejército
no pudieron ser conseguidos por la emigración de gran parte de los artesanos. El
ejército necesitaba de recursos, caballos, acémilas, herraduras, monturas, etc. Las
dificultades se agravaban por las pérdidas sufridas con el naufragio del transporte
“Carmen” en Islay y porque Blanco se oponía al empleo de métodos compulsivos.
En la noche del 27 la noticia de que el enemigo intentaba una sorpresa hizo mover
al ejército y permanecer sobre las armas toda la noche. El 2 de noviembre, herrada ya
la caballería y avituallado el ejército, le pasó revista el general en la llanura de
Miraflores; como espectadores del pueblo no estuvieron presentes más de veinte
personas135 . El 4 se supo que Santa Cruz marchaba con una pequeña fuerza a
reunirse en Pocsi con Cerdeña, y Blanco movió el ejército por la noche teniendo la
escolta que llevar dos cañones que se quedaron en la finca de Tristán, y los víveres
para la jornada, por falta de paisanos. Algunas avanzadas enemigas se retiraron de la
cima de un cerro. Súpose que en Pocsi no había nadie y que Cerdeña estaba un poco
más lejos —“aquicito no más”—, cerca de ese pueblo. La falta de forraje hizo desistir a
Blanco de situarse en Pocsi. Blanco consideró, además, que Cerdeña estaba en
posición más ventajosa y que lo más probable era que se retirara, pues esperaba por
momentos reunirse a Santa Cruz. El ejército regresó, pues, a la ciudad después de 24
horas de molestia con un pan de ración. El 7 una nueva alarma llevó a una partida de
exploración a Tingo, infructuosamente. Otro aviso que fue reiterado hizo que se
movilizara también sin resultado todo el ejército cerca de los molinos de Gutiérrez.136
Santa Cruz se hallaba en La Paz cuando supo que la expedición al fin se hallaba en el
Perú. Acababa de ver surgir en Oruro un motín: el 25 de septiembre un grupo de
individuos sorprendió a la guarnición, pero luego no llegó a dar fuerza ni prestigio al
movimiento y el 2 de octubre una reacción popular acabó con los sublevados,
muriendo algunos de los cabecillas y siendo apresados otros de ellos.137
La primera noticia de la expedición llegó a Santa Cruz no por cierto cuando ella
zarpó de Valparaíso ni cuando pasó por Iquique, sino tan sólo cuando arribó a Arica.
Inmediatamente después Santa Cruz lanzó sendas proclamas a los habitantes de la
Confederación, al ejército del centro, al ejército del sur, a los habitantes de Oruro, a
los pueblos argentino, boliviano, surperuano. También ante el simple anuncio de los
veintitantos veleros, Orbegoso, Nieto, Cerdeña, Ballivián, Brown, Herrera lanzaron
otras proclamas ardorosas que esparcieron por el Perú entero, como los pututos a
través de los Andes, la llamada al combate. El ejército, que Santa Cruz llamaba del
centro y resguardaba Arequipa, estaba situado en diversos puntos cuando desembarcó
Blanco en Quilca. Para su reunión, Cerdeña salió de Arequipa el 28 y se le juntó
Herrera en Puquina donde quedaron esperando refuerzos. De Lima partió por tierra la
división Vigil a cortar a los restauradores la retirada de Islay y avanzó rápidamente a
través de Acarí, Caravelí y Chuquibamba, aunque dificultada por las medidas
adoptadas por los habitantes contra la invasión. Ya a mediados de noviembre salió
también de Lima a ayudar a Vigil, la división Otero.
La batalla se hacía inminente. Pero ya desde Puno, Santa Cruz había aceptado la
gestión pacífica de Herrera ante Blanco. El 8 de noviembre llegó a Arequipa un
parlamentario de parte de Herrera. Blanco había mantenido y continuaba ahora las
relaciones con Herrera, porque “conociendo desde el principio lo azaroso de su
posición, abría con esa correspondencia campo a varias explicaciones en que podían
sondearse las miras de Santa Cruz”. “De ellas se valió para solicitar la regularización
de la guerra y seguridades personales con respecto a los peruanos que acompañaban
al ejército; de ellas se valió, en fin, para manifestar las pretensiones generosas del
gobierno de Chile y la firme resolución en que se hallaban sus tropas aunque fuese
pereciendo gloriosamente.139
Entre tanto Blanco veía que su situación resultaba angustiosa. Sus desavenencias con
La Fuente y los demás jefes peruanos se hicieron más rudas. En vano Castilla había
querido con una columna ir a Puno y Cuzco y tomar los auxilios que después
usufructuó el enemigo; y Vivanco marchar a Quilca, apoderarse de Chuquibamba,
establecer allí un depósito, aprovechar los recursos de las provincias inmediatas y
proteger el movimiento en masa del Cuzco. Censuraban los peruanos la tendencia a
tratar con el enemigo, la inacción de Blanco que se hacía más culpable, pues
embarazaba los planes de ellos. Alegaba el jefe chileno que no se habían cumplido las
promesas hechas sobre apoyo popular mediante levantamientos en el ejército de
Santa Cruz, reunión de tropas voluntarias o por lo menos provisión de subsistencias y
de movilidad. Respondían los peruanos que ellos habían hablado de meras
posibilidades; que no se llevaba ardorosamente la campaña ni siquiera por escrito; que
el pueblo de Arequipa sin preparación para recibirlos estaba vigilado por sus
opresores; que la guardia nacional no había podido organizarse porque Blanco no
había querido; que había gente del pueblo en Arequipa, Puno y Cuzco, dando avisos,
promesas y seguridades. “No podía acudir al peligro y la muerte un pueblo que ve la
absoluta inacción y el profundo reposo a que se condena al ejército destinado a hacer
la guerra de invasión; que ve que el enemigo, casi a la vista, reúne tranquilamente sus
fuerzas traídas de los más apartados confines del territorio, que ve entrar y salir a toda
hora espías escogidos con el nombre de parlamentarios e inspectores. Un pueblo que
sabe la oposición que sufren las determinaciones más esenciales de sus nuevos
mandatarios; un pueblo que ve que se evita emplear a los emigrados en comisiones
interesantes cerca del enemigo sólo para no disgustar a Santa Cruz; un pueblo por fin
que ve los miramientos a los mensajeros enemigos, mientras que con sus
compatriotas, con los mártires de la independencia peruana se tiene tal conducta que
hasta el implacable autócrata se atreve a hablar de reconciliación”.141
¿Por qué Blanco viendo que las cosas tomaban mal sesgo para su causa y su
ejército, no se retiraba antes de que el enemigo acabase de coparlo? La retirada, se
dijo por sus críticos, pudo realizarse al principio, precisamente cuando el enemigo no
se había reunido aún o cuando sus tropas estaban cansadas; la falta de bagajes no
podía alegarse, pues, más tarde, celebrada la paz, fueron entregados en Quilca a los
comisionados de Santa Cruz, dos mil animales cabalgares.
Blanco negó la decisión del pueblo de Arequipa diciendo que no había lo preciso
para alimentar al soldado, que el ejército no pudo aumentarse con un solo recluta y
que a instigación de los habitantes principió la deserción. Una expedición que partió a
Chuquibamba recibió la hostilidad del vecindario. Los víveres que faltaron en Arequipa
faltaron igualmente en los puntos del trayecto. Si a costa de inmensas penalidades se
llegaba al norte debía esperarse el mismo recibimiento que en Arequipa; y consumidos
los pocos víveres de la escuadra se habría visto el ejército en la necesidad de rendirse
a discreción. Además, en esta hipótesis, la caballería debía marchar por la costa
porque faltaban forrajes a bordo y el embarque era una operación laboriosa y
expuesta; y no teniendo los soldados mulas debían hacer las jornadas de la marcha en
sus propios caballos; es decir, maltratarlos e imposibilitarlos para el servicio. No cabía
tampoco la retirada a Valparaíso porque no carecía de peligros y sobre todo porque era
una confirmación vergonzosa de los anuncios del enemigo.
Los acontecimientos se precipitaban hacia una solución. Santa Cruz ocupó Cangallo y
luego los altos de Paucarpata el mismo día 14. Cuenta Valdivia que con un oficial y dos
soldados de caballería con carabina, lanza y banderola él condujo al ejército a esta
posición y que Santa Cruz al llegar al estanque del alto de San Lucas de Paucarpata,
echó una mirada a su alrededor y le dijo: “Nos ha colocado Ud. en el balcón de
Arequipa”. Una pequeña escaramuza pareció anunciar la batalla próxima. Pero al
empezar la tarde llegó un parlamentario de Santa Cruz a Blanco para celebrar una
entrevista en Paucarpata; Blanco aceptó y cuando se dirigía a Paucarpata tuvo avisos
fidedignos de que la división Vigil estaba casi ya a su retaguardia.142 La aldea de
Paucarpata estaba en aquellos momentos llena de paisanos de las vecindades. Santa
Cruz se había alojado en la casa del cura, a donde llevaron a Blanco el general Herrera
y otros militares que salieron a recibirle. Cuando Santa Cruz salió oyéronse los gritos
de “¡Viva el Protector!” que Herrera y otros generales silenciaron. Blanco en vez de
hallar una acogida fría, formalista o simplemente cortés de su enemigo, se encontró
con que éste lo abrazaba con efusión. Abrazados se retiraron ambos a un cuarto donde
conferenciaron a solas. Comieron Blanco y su ayudante con Santa Cruz en una mesa
servida por los edecanes de éste —contraste que disgustó al inglés Sutcliffe— y a las
11 de la noche se retiraron.
Al día siguiente Blanco reunió un consejo de guerra que aprobó la decisión de celebrar
un tratado que salvaría la honra de Chile y del ejército expedicionario, para lo cual
había buena disposición del Protector a pesar de las ventajosas circunstancias en que
se hallaba.143 Momentos después Irrisari partió para la quinta de Tristán donde debía
reunirse con los plenipotenciarios de Santa Cruz, generales Herrera y Quiroz. Blanco
fue a la misma quinta a firmar el tratado.
9. El tratado de Paucarpata
Las dos partes contratantes adoptaban como base de sus mutuas relaciones el
principio de la no-intervención en sus asuntos domésticos; y se comprometían a no
consentir que en sus respectivos territorios se fraguasen planes de conspiración, ni
ataques contra el gobierno existente y las instituciones del otro (art. 7°).
Las dos partes contratantes se obligaban a no tomar jamás las armas, la una contra la
otra, sin haberse entendido y dado todas las explicaciones que bastasen a satisfacerse
recíprocamente, y sin haber agotado antes todos los medios posibles de conciliación y
avenimiento, y sin haber expuesto tales motivos al gobierno garante (art. 8°).
Los intereses devengados por este capital, y debidos a los prestamistas, se satisfarían
por el gobierno de la Confederación en los términos y plazos convenientes, para que el
gobierno de Chile pudiera satisfacer oportunamente con dichos intereses a los
prestamistas (art. 10°).
10. ¿Por qué fue firmado por Blanco Encalada e Irrisari el tratado de
Paucarpata?
El Ejército Restaurador cometió un error inicial al internarse en el sur del Perú y luego
al no regresar a sus buques para dirigirse al norte. Aparte de que en el sur había
menos ambiente propicio para destruir la Confederación, Santa Cruz estaba demasiado
cerca.
Además, el jefe del Ejército Restaurador no era el hombre más a propósito para ese
cargo. Don Manuel Blanco Encalada era marino de profesión y ostentaba el grado de
Vicealmirante. Suponiendo que hubiese sido un buen estratega en su país, ignoraba el
territorio peruano, pues son muy distintos a los paisajes del sur los arenales de
nuestra costa, la inmensidad de nuestras distancias, la grandiosidad y dificultad de
nuestra sierra. Este defecto habría podido ser atenuado o eliminado si Blanco hubiera
oído a los jefes peruanos que lo acompañaban; pero precisamente existió desde los
primeros momentos un creciente desacuerdo entre ellos y además el jefe peruano de
mayor representación, La Fuente, no era un experto en las faenas militares. En este
sentido, la eliminación de Gamarra fue una fatalidad para la primera campaña
restauradora.
Don Manuel Blanco Encalada tenía muchas cualidades como hombre y como
caballero. Su figura y sus modales eran cortesanos y elegantes; amaba las mujeres, el
lujo, el trato con gente distinguida. La estada en Arequipa, en medio de tantas
dificultades, tenía que herir a su refinamiento y a su aristocratismo. Era pundonoroso,
valiente, confiado; habría hecho prodigios de esfuerzo y de empeño si la guerra
hubiera sido cuestión resuelta por una batalla campal. Pero no tenía el arte de soportar
y de resolver las innumerables pequeñeces de la situación en que se había colocado.
Tomaba demasiado en serio su papel de libertador y de restaurador: seguramente
había soñado con que al conjuro de su llegada, los pueblos se sublevarían por la
mágica virtud del patriotismo humillado por Santa Cruz y renaciente merced a la
gallarda intervención chilena. Le faltaban rudeza, vivacidad, astucia, inescrupulosidad.
No quería remotamente aparecer como conquistador ni como caudillo; no consideraba
a su ejército como un instrumento del que podía disponer a su antojo y por eso,
hombre escrupuloso, y racionalista, se afanaba en adoptar la mayor suma de
precauciones para la custodia y conservación de tantos hombres entregados a su
cuidado.
Al lado de Blanco, don Antonio José de Irrisari, hombre que había venido a celebrar
las negociaciones, estaba bien distante de contradecirlo en su estado de ánimo. Irrisari
no era chileno de nacimiento; pertenecía a la clase de americanos que en la
Independencia y en los primeros tiempos de la República actuaron ya sea en las armas
o en las letras en países que no eran los de su nacimiento. Su ligamen con Chile no era
tan profundo en sus raíces afectivas y en sus exponentes íntimos o públicos, como por
ejemplo el de don Andrés Bello. Literato distinguido, de una vigorosa capacidad
dialéctica, percibía mucho mejor que Blanco, trabado a pesar de todo por sus
prejuicios militares y patrióticos y por su poco hábito de independencia mental, la
injusticia de la guerra contra Santa Cruz. Los viajes y las aventuras habían dado a
Irrisari un sentido personal de la vida. No tenían por qué influir sobre él el
apasionamiento implacable que bullía en los jefes peruanos, la previsión patriótica
aunque falaz que había inspirado a Portales, las razones de dignidad y de necesidad
que más tarde primaron en Chile para continuar la guerra.
Una traba podía impedir a Irrisari firmar la paz: las instrucciones que tenía en su
poder. No era por cierto, con ser tan ventajosa, ésta la paz que el gabinete chileno le
había encomendado firmar. Pero la perspicacia de este gran dialéctico se acogió a una
cláusula que autorizaba a los ministros para que hicieran tratados separados de dichas
instrucciones. En todo caso, raciocinó Irrisari, el gobierno chileno quedaba sujeto a
ratificar o no el tratado de Paucarpata.
11. ¿Por qué fue firmado por Santa Cruz el tratado de Paucarpata?
Y ahora bien. Santa Cruz ¿por qué pidió, discutió o aceptó el tratado de Paucarpata?
Los acontecimientos de aquella época son frecuentemente confusos y contradictorios;
pero hay una línea uniforme aunque opuesta en la actitud de Chile y en la actitud de
Santa Cruz en estos años. Si Chile quería la guerra, Santa Cruz quería la paz. El mismo
historiador chileno Sotomayor Valdés, tan creyente en la absoluta inculpabilidad de su
país y en el carácter tenebroso de Santa Cruz a través de todo aquel proceso, llega a
decir que Santa Cruz al firmar el tratado de Paucarpata prefería el poder sin la honra a
la honra sin el poder, lo que equivale a decir que daba la honra con tal de conseguir la
paz. Santa Cruz no era guerrero por temperamento ni por instinto; y este hecho
fundamental de su sicología hace ver cuán injustas eran las prevenciones contra él en
Chile, Argentina y Ecuador. Era administrador y estadista; y anhelaba ya, cumplida su
ambición de dominar el Perú comenzar su obra constructiva. Seguramente pensó que
vencer al ejército chileno le traería ulteriores complicaciones, en tanto que después de
haberle hecho ver la fuerza de la Confederación en cuanto al respaldo popular y al
poder de sus ejércitos, Chile abandonaría sus recelos, mediante una paz honrosa y con
amplias garantías bajo la advocación inglesa, tanto más cuanto que ya había muerto
Portales. Si había estallado un amenazante motín en las tropas chilenas antes de venir
al Perú, cuando se podía creer que bastaba la presencia del Ejército Restaurador para
que la tiranía boliviana fuera sacudida, ¿permitirían en Chile la opinión pública, los
partidos de oposición, el ejército mismo una nueva aventura después de que con
hechos recibieran la demostración de que el temido Santa Cruz sólo quería que Chile lo
dejara tranquilo y de que los pueblos del Perú no lo odiaban tanto como se había
dicho? Santa Cruz creyó por eso, sin duda, que daba un golpe maestro soltando su
presa, cogida en los altos de Paucarpata.144
Y al pensar así se equivocó y esa equivocación le fue fatal. La guerra, como la vida
misma, tiene siempre (y en aquellos revueltos tiempos ello era algo más evidente) su
momento favorable, su sonrisa, su abertura, su “chance”. No aprovecharlo constituye
un delito y un pecado, de esos que acaso la moral y la lógica no castigan, pero que la
vida misma castiga por su cuenta muy duramente. Santa Cruz no debió dejar que el
ejército chileno se le escapara. Fió demasiado en el papel que con dos firmas le
dejaron; firmas que ni siquiera pertenecían al gobierno chileno mismo. Bien pudo o
mantener al ejército como rehén o quitarle su armamento o batirlo para después
plantear una paz honrosa. Se le había llevado a la guerra casi arrastrándolo. Los
restauradores en situación análoga a aquella en la cual él estaba, no le hubieran dado
perdón; ¿por qué no hacerles pagar las consecuencias de su desventura? Un triunfo en
una batalla o una detención de los restauradores hubiera consolidado además a Santa
Cruz inclusive dentro del país mismo, pues estaban insurgiendo el descontento y el
recelo a causa del pacto de Tacna, y los lauros militares hubieran acabado con ellos,
por algún tiempo. Ganar una batalla estratégica, firmar un tratado generoso implicaba
en cambio algo demasiado impalpable, demasiado aleatorio que podía ser de
consecuencias fugaces. Santa Cruz, el hombre que tanto había intrigado, que tantas
pruebas diera de su carencia de lealtad para sus compromisos, que desconfiaba tanto
de los hombres, fue esta vez víctima de su buena fe y de su credulidad.
La guerra de los argentinos tampoco estuvo conforme con las previsiones de los
chilenos. Esta guerra fue afrontada por la división que mandó el general Felipe Brown.
Mientras los generales argentinos, hermanos Heredia, proclamaban a los bolivianos
incitándolos a rebelarse contra la tiranía de Santa Cruz; Brown incitaba a los pueblos
de Salta, Jujuy, Tucumán y Catamarca a sublevarse a su vez contra la tiranía de
Rosas. Un combate en Huamahuaca fue una victoria para los dos contendores a juzgar
por los partes de ambos.148 Varias veces surgió un espíritu de revuelta en los pueblos
argentinos; el ejército de los Heredia se desmoralizó por la pobreza, las deserciones y
los motines; el gobierno de Rosas estaba preocupado por el bloqueo que realizaba
Francia.
Más tarde, en el respiro que tuvo Santa Cruz entre la paz de Paucar-pata y la
segunda expedición chilena, ordenó la ofensiva contra los argentinos. En la primera
quincena de febrero Brown, a cuyo ejército se habían incorporado dos cuerpos
argentinos —Coraceros de la Muerte, uno de ellos— emprendió un avance continuo,
mientras los Heredia se retiraban Brown llegó a estar a sesenta leguas de la frontera y
a seis de la ciudad de Jujuy. Santa Cruz partió a visitar el campamento de Brown.
Premió y halagó a los vencedores, declarando terminada la campaña, por la estación
de aguas y la imposibilidad de que la invasión argentina fuese ya una amenaza.
Gloriosos tiempos para las armas bolivianas. Vencían a los peruanos, a los
argentinos y a los chilenos. Paseaban desde las puertas de Jujuy hasta Paita.
Santa Cruz fue pródigo en notas y proclamas con un tono de alivio y de regocijo,
después de Paucarpata. ¡Cómo hablaba de la paz, con qué fruición! Dio las gracias a
sus ejércitos, otorgó al del centro los derechos, abonos y honores que habrían
correspondido por una batalla ganada, mandó distribuir condecoraciones de la Legión
de Honor. Decretó también que en cada departamento se hiciera una obra de utilidad
pública de más urgente necesidad o de más benéficos resultados dedicada a la paz de
Paucarpata; los gobiernos de los tres Estados propondrían al de la Confederación la
obra que debía erigirse en cada uno de los departamentos para su aprobación y
adquisición de los fondos necesarios a su desempeño.149 Los cuerpos provinciales
fueron disueltos y el ejército reducido en su número. Más tarde la marina fue reducida
a tres corbetas, dos bergantines y una goleta. Y entre el coro de proclamas que estos
hechos suscitaron en los dignatarios y funcionarios de la Confederación, cabe recordar
a la de Nieto llamando a Santa Cruz “el mejor guerrero del Sur y el más profundo y
afortunado político”.150
Satisfecho estaba Blanco de la paz que lo “libraba de tanto pícaro”. Satisfecho estaba
también Irrisari. Satisfecho estaba desde su retiro de Lima O’Higgins.151 Pero La
Fuente y con él los demás peruanos que habían visto realizarse las negociaciones al
margen de ellos, las miraron con acre disgusto. Con fecha 17 de noviembre, La Fuente
dirigió una nota a Blanco “deseoso de indagar si la división formada, equipada, armada
y trasportada a expensas de mi nación que pose a las órdenes de V. S. cuando se trató
del logro de la perdida empresa (luchar contra el conquistador), debería o nó
restituírseme para librar sobre ella las providencias que demandan las circunstancias”;
en caso de que la respuesta fuera negativa, “en cumplimiento de los sagrados deberes
que me están confiados, protesto de ella para ante el gobierno de su república, para
ante la nación chilena y para ante todas las demás naciones”.152
2° Que aun en los mismos artículos de este tratado que eran favorables a Chile se
encontraban cláusulas dudosas y faltas de explicación y sólo darían lugar como era de
temer a que después de dilatadas e infructuosas contestaciones se renovase la guerra.
No reparación de los agravios inferidos a Chile.— El art. 2° reiteraba una vez más
que el gobierno de la Confederación no había autorizado jamás ningún acto ofensivo a
la independencia y tranquilidad de Chile. La retractación no era del caso, pues se usa
para las ofensas verbales, así como tampoco la restitución aplicable por ejemplo al
robo de los buques peruanos. ¿Qué otra reparación cabía? Si había otra, compatible
con la dignidad, el gobierno protectoral estaba dispuesto a hacerla.
En otro país una campaña tan desgraciada como la que encabezó Blanco hubiera
dado alas a la oposición y desprestigiado al gobierno. Conmociones políticas, intereses
personales o presiones populares habrían entrado en juego. En el Perú, por ejemplo, la
derrota de Tarqui y el convenio de Girón en 1829, trajeron la mayor impopularidad
para la guerra con Colombia y para el gobierno de La Mar, siendo una de las causas
principales para su caída.
Pero entre la guerra de 1829 y esta guerra no sólo había obvias diferencias de
circunstancias; había diferencias de país a país. Chile estaba “en forma” y su gobierno
sólidamente afincado. Además, el pueblo chileno no tenía heterogeneidades
disolventes, no era una mezcla de mestizos díscolos y de indios apáticos; y hasta la
geografía lo ayudaba echándolo sobre el mar y enseñándole el hábito del trabajo frente
a un clima frío y un territorio pobre. Desde tiempos lejanos los indios chilenos habían
sido bravos y fuertes y la Colonia no había sido allá muelle remanso. Carecían los
chilenos entonces de brillo mental, de gracia artística, de ingenio ágil, y por eso José
Joaquín de Mora los comparaba a los beocios. Pero tenían disciplina, sentido de la
dignidad colectiva, sobriedad, valentía y sobre todo, patriotismo. Acertó sin duda aquel
de sus poetas que en una imagen soldadesca que no choca sino complementa la
imagen naviera aludida en páginas anteriores comparó a Chile con una espada colgada
al cinto de Sudamérica.
____________________________________________________
124
Exposición que hace el general Blanco al Supremo Gobierno sobre su conducta en la campaña del Perú.
Santiago, 1838. Ver “Vida de D. Manuel Blanco Encalada” por Enrique Villamil Concha, Revista Chilena de Historia y
Geografía, año x, tomo xxxiii, l.er trimestre de 1920.
125
Borradores dejados por don Andrés Bello. Sotomayor V. iii, 101.
126
Una carta de José Luis Calle, fechada el 16 de septiembre de 1837, decía que el sur estaba accidentalmente más
débil. Ir al sur, además, era ir a la solución de una vez. La población de Arequipa tenía fama de ser muy entusiasta.
Los pueblos estaban en el sur menos aniquilados que en el norte. El teatro de los sucesos era más reducido; y la
campaña duraría menos. Los ejércitos argentinos obraban además sobre Bolivia y podrían, si el ejército chileno
amagaba también Bolivia, llegar a Potosí. Valdivia dice que también debió influir la creencia de que Cuzco y Puno
habían sido gamarristas en la campaña de Yanacocha. (Archivo de la BNP. Revoluciones de Arequipa.)
127
La relación seguramente más imparcial y minuciosa de la expedición está en Sixteen Years in Chile and Perú
from 1822 to 1839 by the retired Governor of Juan Fernández. London, Fisher son and Co. El autor fue Sutcliffe,
ayudante de Blanco en esta campaña.
128
Declaración de Ponce en el proceso. Defensa del general Blanco, cargo 2º.
129
El Eco del Norte, 28 de octubre de 1837. La carta lleva la misma fecha de la entrevista con Ugarteche. En esta
carta no hacía sino despistar a Santa Cruz. Después, abandonó a su división cuando ésta recibió orden de reunirse
con las fuerzas de Cerdeña y se dirigió con un oficial a Chuquisaca. Allí obtuvo un salvoconducto para la frontera del
sur donde encabezó una montonera contra el gobierno de Santa Cruz. Más tarde se entregó, fracasada la
montonera, al general Velasco. Sometido a consejo de guerra, murió —se ha dicho que asesinado— durante el
proceso. Santa Cruz en su manifiesto afirmó que el envenenamiento es una calumnia y que López iba a morir
fusilado.
130
Sutcliffe, libro cit.
131
Gaceta del Gobierno, N.º 1, Arequipa, 14 de octubre de 1837. El número del ejército de los restauradores era
elevado por este periódico a 5000.
132
Defensa de Blanco cit., cargo 3°.
133
Contestación del general La Fuente al general Blanco.
134
La Gaceta del Gobierno, N.º 4 de 25 de octubre de 1837.
135
Sutcliffe, op. cit.
136
Defensa de Blanco, cargo 5°.
137
El Eco del Protectorado, N.º 91. El Eco del Norte, N.º 35 y N.º 40.
138
El Eco del Norte, N.º 34, 25 de octubre de 1837; N.º 36 de 1 de noviembre, N.º 37 de 4 noviembre, N.º 39 de
11 noviembre. El Eco del Protectorado, N.º 93 de 22 de noviembre de 1837. Revoluciones de Arequipa, p. 136.
139
Defensa de Blanco, cargo 5°.
140
Sutcliffe. Defensa de Blanco, cargo 6°.
141
Exposición de La Fuente.
142
Valdivia dice que Blanco solicitó el tratado y que fueron nombrados los plenipotenciarios reuniéndose en
Sabandía. Dice también que la entrevista entre Blanco y Santa Cruz se realizó en la quinta de Tristán después de la
firma. Aquí se ha seguido la relación de Sutcliffe que es la más verosímil.
143
Paz Soldán dice que esta acta de los jefes chilenos no fue publicada porque en ella se comprobaba el terror de
dichos jefes. En realidad, se publicó: está en el libro de Sutcliffe citado en otras partes de la presente obra. Vargas
repite el error de Paz Soldán, con tono más enfático; error más grave pues cuando Vargas publicó su libro,
Sotomayor Valdés había reproducido el acta en su Campaña del Ejército Restaurador.
144
Valdivia dice que Santa Cruz previó que los tratados no serían aprobados por Chile. Esto no parece verosímil. No
los hubiera firmado. Al entrar a Arequipa, reprochaba Santa Cruz a O’Connor que estuviera triste porque en vez de
batir o rendir al enemigo, se le había dejado escapar. “Oh, ¿no sabe Ud. compañero que estamos en el siglo de la
filosofía?”. “No sé, le contestó O’Connor, qué tendrá que ver la filosofía con su tratado de Paucarpata. El tiempo le
desengañará, mi general” (Memorias cit., p. 264).
145
Sutcliffe cuenta que conversando con muchos de ellos se manifestaron favorables a la administración Santa
Cruz, porque les daba tranquilidad, si bien no lo querían personalmente.
146
Cuenta Sutcliffe que firmada la paz tuvo que regresar a Arequipa por asuntos del servicio y visitó un convento en
donde habían depositado ropa, y halló que las monjas entonaban preces en loor de Santa Cruz. Pocos días antes
había visitado el mismo convento Blanco y su jefe de Estado Mayor Aldunate y entonces todas las oraciones habían
sido para los restauradores.
147
Manifiesto de Santa Cruz, edición de O. Santa Cruz, p. 155.
148
El Eco del Norte, N.º 35 de 28 de octubre de 1837.
149
El Eco del Protectorado, N.º 45, 2 de diciembre.
150
El Eco del Protectorado, N.º 49, 16 de diciembre.
151
“Si mi querido general gloriese V. de haver alargado la mano saludable porque así merecerá, seame permitido
decirlo, que los presentes lo reverencien y los venideros veneren su posteridad — que los pueblos le llamen su
Pacificador, Padre, bienhechor y astro saludable de las achacosas secciones Sud Americanas en justo premio de su
consagración y sus sacrificios por la Paz... ¿quienes pues juzgaremos sean los que atizan la tea de la discordia, los
que tan ciegamente toman injustamente las armas no por amor a la justicia como por ardor de la venganza — los
que no quieren aplacarse y se dejan conducir violentamente a los delitos? quienes? esa gavilla fatua y tumultuaria
que no ha cesado en quince años de desnaturalizar las buenas actitudes de los chilenos...” (Carta de O’Higgins a
Santa Cruz, publicada en facsímil por O. de Santa Cruz, ob. cit., p. 496).
152
Contestación de La Fuente cit.
153
Sutcliffe, libro cit.
154
Manifiesto del gobierno protectoral sobre el decreto del gobierno de Chile de 18 de diciembre de 1837 en que
rehúsa su ratificación al tratado de paz de 17 de noviembre del mismo año. Paz de Ayacucho, 1838, Imp. del
Colegio de Artes.
155
Ya mencionada. Hay una reimpresión en La Paz, 1838, con apéndice.
156
Impugnación a los artículos publicados en “El Mercurio” de Valparaíso sobre la campaña del Ejército Restaurador,
por Antonio José de Irrisari, 1838, Imp. Francisco Valdés.
157
Revista de los escritos publicados en Chile contra los tratados de paz de Paucarpata, por Antonio José de Irrisari,
Arequipa, 20 de febrero de 1838, Imp. Anselmo Valdés.
158
Diálogos políticos en defensa del tratado de Paucarpata, Arequipa, 18 de junio de 1838, Imp. Valdés. Los
diálogos son seis. Los artículos refutados están en El Araucano, N.os 401, 402, 403, 404, 405.
159
Tocornal a Caraveda, 24 de diciembre. En Sotomayor V. Campaña del ejército chileno contra la Confederación
Perú-boliviana, p. 182.
160
El Eco del Norte, N.º 85, 21 de abril de 1838. El ministro mediador era según estas informaciones el diplomático
Mendeville, y debía actuar conjuntamente con el general Guido, mandado por el gobierno de Buenos Aires.
161
Manifiesto cit., p. 155.
LA EVOLUCIÓN GAMARRISTA EN LA POLÍTICA CHILENA
1. Reaparición de Gamarra
Convencido al fin Gamarra de que no era posible actuar en el norte decidió el viaje
a Chile. Ya desde 1836 había pensado en este viaje; pero, felizmente para él, no lo
realizó en aquellos momentos en que sus enemigos tenían una privanza absoluta en el
gobierno chileno. Aún en marzo de 1837 pudo escribir Pardo a La Fuente que si
Gamarra iba a Chile, estaría en una posición desairada.
Bujanda, el más fiel de los amigos de Gamarra, no estaba a su lado ahora. Cuando
vio fracasados sus planes contra Santa Cruz, proscrito entre los proscritos y aun
descubierto en su labor de acercamiento al enemigo, Bujanda cayó en un gran
abatimiento. Una relación de la época lo pinta paseando por las calles de Valparaíso,
solo, con las manos en los bolsillos, pensativo, taciturno, disgustado de sí mismo, de
los suyos y de la política, agobiado bajo el peso de sus recuerdos, de sus rencores y de
sus meditaciones. Enfermo de ictericia, fue a convalecer en la hacienda de un amigo,
en septiembre de 1837. El dueño de esa hacienda componía arsénico para la caza de
buitres. El muchacho que Bujanda había traído de Costa Rica recogió las drogas de
botica de su patrón al regresar a la ciudad, y puso entre ellas el papel del veneno. A
los dos días de estar en Valparaíso se le antojó a Bujanda naranjada con crimor y en
lugar de esta sal equivocadamente se sirvió el arsénico. Murió el misma día, 9 de
octubre, a las 10 de la noche. En su testamento dejó a Gamarra como albacea; última
prueba de su adhesión.168
Pero Gamarra tenía además otros buenos amigos, y pronto adquirió algunos más.
Se estableció en Santiago y ya en febrero decía que el gobierno lo había honrado con
algunas confianzas. Los peruanos continuaban, sin embargo, desunidos y el gobierno
chileno se ocupaba de la organización de la nueva campaña con extrema lentitud.
Pardo continuaba aliado de Vivanco y conservaba su influjo palatino; José Domingo
Allende, uno de los amigos de Gamarra, los llamaba “la sabandija palaciega y
compañía”.169 La Fuente se entendió pronto con Gamarra y reconoció que éste sería el
general que marcharía a la cabeza de los peruanos.
Por conductos muy seguros, mediante oficiales extranjeros de toda confianza o dentro
de cajones de artículos comerciales o bajo cubiertas insospechables, Gamarra y La
Fuente mandaban y recibían cartas del Perú. Las noticias que llegaban eran muy
halagadoras. Santa Cruz había dado un decreto ordenando la confiscación de las frutas
de Chile que llegaran al Perú después del 27 de febrero; pero este decreto, según tales
noticias, no había sido cumplido ni lo sería tampoco. Inclusive los amigos de Lima
estaban conquistando a Orbegoso, que había reasumido el mando del Estado
Norperuano; y no dejaban de tener esperanzas. Una carta desde Lima a Izquierdo,
activo corresponsal de Gamarra en Valparaíso, decía textualmente en uno de sus
párrafos: “Aquí se trabaja mucho por conducto de su amiga (la Cañete) para
conquistar al salvaje grande y también hay otras empeñadas en lo mismo (las
Rábagos) y Ud. sabe lo que pueden las limeñas”.170 El general boliviano Ballivián había
fugado de su prisión en Chile; pero en los círculos peruanos de Valparaíso se
sospechaba que había estado en tratos con el gobierno chileno. Maliciosamente eran
enviadas al Perú noticias de que la partida de Gamarra era inminente con tropas de
desembarco. A Lambayeque y Piura eran escritas cartas que decían que Chile admitiría
frutos del Perú sin más derechos que los consignados en el tratado Távara, siempre
que vinieran de puertos que hubiesen desconocido la autoridad de Santa Cruz.
Por su parte Gamarra se interesaba en comprar dos buques o uno que pudiera
llevar 300 hombres. Al fin su agente Izquierdo pudo comprarle firmando las escrituras
con nombre de otra persona el bergantín “San Antonio” en 9900 pesos, de los cuales
1000 debían ser dados al contado y el resto en un plazo de tres meses. No era nuevo
este bergantín; pero no ofrecía peligro e Izquierdo calculaba que pudiera llevar 200
hombres. Pero Gamarra quería dos buques más. Los tratantes aprovechaban de la
demanda y hacían difícil la compra; y por eso Izquierdo llegó a poner avisos vendiendo
el “San Antonio” para que vieran que no lo necesitaba.171
Gamarra estaba también en estrechas relaciones con José Domingo Allende, que
redactaba el periódico El Eclipse de Paucarpata, algunos de cuyos artículos revisó y
cuyos ejemplares se encargaba de vender.172
La expedición debía marchar. Cierto es que el propio general chileno nombrado para
dirigirla, el general Manuel Bulnes, que se había distinguido por su denuedo
combatiendo con los araucanos, había creído al principio que eso no llegaría a ocurrir.
Pero Chile había mantenido la guerra con Santa Cruz, estaban ya ligados a ella no sólo
sus intereses sino también su honor. Y no cabía sino repetir la aventura de 1837
aumentando sus eventualidades favorables, mandando al Perú un ejército más
numeroso y llevándolo al norte; porque pasaba el tiempo y Santa Cruz seguía
gobernando tranquilamente el Perú y Bolivia, en tanto que numerosos indicios
evidenciaban que a la aproximación de un nuevo Ejército Restaurador habrían
sublevaciones y pronunciamientos, sobre todo, precisamente, en el norte; por lo
menos una nueva exhibición bélica podía dar a Chile garantías y seguridades.
Todo esto fue seguramente medido y pesado por Tocornal, Prieto y Garrido entre el 8 y
el 12 de mayo. Bulnes era simpatizante decidido de Gamarra. El insulto a Gamarra que
había puesto Pardo en medio del manifiesto del gobierno chileno no era sino un
torpedo para hacer volar la amistad entre ellos. Prieto, escribía a Gamarra su leal
amigo Izquierdo, seguramente no había leído el manifiesto en el que había puesto su
firma y ni por la imaginación se le había pasado la idea de esta ofensa. Ahora, insistía
Izquierdo, debía Gamarra acercarse al gobierno más que nunca. Si se separaba,
conseguían su plan los enemigos. Del Perú seguían viniendo buenas noticias; inclusive
las de que Gamarra reconcentraba la opinión a su alrededor y que se esperaba su
próximo viaje. Estas noticias fueron habilidosamente puestas en conocimiento de
Prieto y de Tocornal; Pardo, que no era caudillo, no podía mostrar pruebas de esta
especie. Gamarra seguramente siguió el consejo de Izquierdo. Ni siquiera refutó lo
dicho en el manifiesto: ello hubiera sido un paso en falso.180 Un impreso acusando a
Pardo de connivencia con Santa Cruz y que fue llevado para el “visto bueno” de
Gamarra quedó inédito. Bulnes influyó en el gobierno. Los oficiales firmaron además
un acta declarando que querían seguir las operaciones con Gamarra. En fin, Gamarra
demostró tener respaldo personal y al mismo tiempo tino y discreción. Cedió también
en su pretensión absoluta, conviniendo en la suprema jefatura chilena aunque podían
formarse cuerpos de ejército peruanos. Triunfó.
Las instrucciones que recibió el general Bulnes, jefe de la expedición, se referían a los
propósitos de Chile de buscar su propia seguridad y la de las demás repúblicas
limítrofes en la destrucción del poder de Santa Cruz; de restituir al Perú a su
independencia, evitando dejarlo bajo las garras de la guerra civil; de no tomar
propiedad alguna peruana a título de empréstito, contribución ni otro alguno, sino en
los casos absolutamente necesarios.
En lo que respecta al mando de los ejércitos, las instrucciones dadas a Bulnes por su
gobierno decían textualmente: “Las fuerzas peruanas que U. S. organice
permanecerán constantemente bajo las órdenes de U. S. sin que por ningún motivo
deban substraerse hasta que U. S. se retire a Chile con la fuerza chilena de su mando.
Por consiguiente, entonces y sólo entonces podrán las tropas peruanas tener un jefe
que se ponga a la cabeza de ellas, pero este jefe estará siempre a las órdenes de U. S.
que como ya se ha dicho ejercerá el mando de ambos ejércitos hasta la evacuación del
Perú”.183
6. Partida de la expedición
___________________________
162
Gamarra a Portales, de Cuenca, 8 de septiembre de 1836. “No tenemos más esperanza que Ud.”, le dice. Desde
el año
29 ha empleado Santa Cruz el oro y la seducción para gobernar el Perú. “Yo lo acusé ante las Cámaras el año 31”,
agrega. Copia en el Archivo de la BNP.
163
Nota de Lavalle agradeciendo este homenaje (30 de agosto de 1837). Carta de Rodulfo a Gamarra felicitándolo
por lo mismo (30 de agosto de 1837). Archivo de la BNP.
164
Defensa que hace Luis José de Orbegoso, pp. 14, 33, 53.
165
El Eco del Norte, N.º 48 de 13 de diciembre de 1837.
166
Lavalle a Gamarra, 24 de septiembre de 1838, alude a ellos y a la gratitud de Gamarra.
167
El Mercurio de Valparaíso, N.º 2729, 17 de enero de 1838.
168
Salcedo a Gamarra, 31 de octubre de 1837. Archivo de la BNP.
169
Allende a Gamarra, 8 de octubre de 1838. Archivo de la BNP.
170
Izquierdo a Gamarra, 23 de marzo de 1838, Archivo de la BNP.
171
Izquierdo a Gamarra, 26, 27, 29 de marzo de 1838. Archivo de la BNP.
172
Allende a Gamarra, 3 y 21 de junio de 1838. De El Eclipse salieron 10 números, el primero de ellos el 5 de
febrero y el último dedicado a Portales cuyos manes invoca, el 11 de junio.
173
La Fuente a Gamarra, 10, 18, 19 de marzo. Archivo de la BNP.
174
La Fuente a Gamarra, 28 de marzo, publicada por Paz Soldán, p. 168. Archivo de la BNP.
175
La Fuente a Gamarra, 31 de marzo de 1838. Archivo de la BNP.
176
La Fuente a Gamarra, 17 de abril de 1838. Original en la BNP.
177
Gamarra a La Fuente. Publicada por Paz Soldán, p. 169. Original en la BNP.
178
La Fuente a Gamarra, 10 de mayo de 1838. Publicado por Paz Soldán, p. 169. Originales en la BNP.
179
“El general La Fuente se hizo jefe supremo del Perú —dice Irrisari en su Defensa de los tratados de Paucarpata
citado ya— desde que llegamos a esta ciudad (Arequipa) y descubrió una nulidad completa para desempeñar las
funciones de su cargo en tiempo tan difícil. Ni pensaba ni hacía cosa que no fuese un desatino político y una medida
perjudicial”. Vivanco decía de él: “Nada tiene en sí mismo y todo lo ha debido a las circunstancias o a los caprichos
de la revolución”.
180
Curioso es que, ante el ejemplo que habían dado Bujanda e Irrisari, los recelos de que el despecho podía llevar
al acercamiento a Santa Cruz tocaron también a Pardo. Izquierdo estaba convencido de que Pardo hacía el juego a
Santa Cruz. Sus relaciones de familia, la suspensión de hostilidades repentinamente cuando le dejaron parte del
dinero que reclamaba el gobierno de la Confederación, la amistad íntima de Santa Cruz con su cuñada Mercedes
Lavalle, el carácter de espía público que tenía su concuñado Soyer en Lima, la amistad con Mora: tales eran los
indicios que tenia Izquierdo. Los insultos a Gamarra eran —según él— para inmovilizar las medidas contra Santa
Cruz (Izquierdo a Gamarra, 8 de mayo. Archivo de la BNP).
181
Publicada por Paz Soldán, p. 161. Original en la BNP.
182
Diario militar de la campaña restauradora, p. 1.
183
Historia de la campaña del Perú en 1838, por Gonzalo Bulnes, Santiago, 1878, Imp. Los Tiempos, p. 22. Uno de
los motivos que colaboraban en el ánimo de Bulnes era su “amistad amorosa” con la viuda de Salaverry, doña Juana
Pérez, según varias cartas de la época (Archivo de la BNP.).
LA SEGUNDA CAMPAÑA RESTAURADORA
EL PERUANISMO ANTIBOLIVIANO Y ANTICHILENO
1. Biografía de Nieto
Nieto nació en Ilo el año 1803. Principió su carrera de capitán de milicias en cuya clase
ingresó al ejército en 1822. En la campaña de intermedios realizada aquel año prestó
servicios en comisiones de utilidad y asistió a las batallas de Torata y Moquegua en los
días 19 y 21 de enero de 1823. En este año se halló en la segunda campaña de
intermedios. Concurrió luego a la campaña final de 1824 y a las batallas de Junín y
Ayacucho; y en la primera fue capitán del glorioso regimiento de Húsares y en la
segunda ayudante del Mariscal don José de La Mar. Después de haberse encontrado en
el segundo sitio del Callao fue promovido en 1826 al mando del regimiento de Húsares.
Hizo la campaña de Colombia en 1828 y 1829 y se distinguió en la batalla de Tarqui
por su combate singular con el colombiano Camacaro al que atravesó con su lanza.184
A fines de 1829 ascendió a coronel; en 1831 a jefe de una brigada de caballería que
mandó durante la aproximación del ejército a Bolivia conservando este mando junto
con el de su regimiento. Ascendió a general de brigada a fines de 1833 mediante los
trámites legales.185
Años más tarde reveló Nieto que en 1833 ya se le hizo desde Bolivia la proposición de
que se pronunciara por la Confederación, dividiéndose el Perú además en dos Estados;
100 mil pesos y 2000 soldados bolivianos le fueron ofrecidos; él tendría a su
disposición estos recursos y sería el Jefe Supremo de cualquiera de los Estados. A
pesar de su edad, 29 años propensos a la ambición, repuso que los Congresos debían
discutir este plan, que el de Bolivia tuviera la iniciativa y que estando la Convención
Nacional del Perú en funciones, era la oportunidad de discutir una nueva organización
del país. Por lo demás Santa Cruz desmintió estas aseveraciones. “Yo afirmo que son
falsas y ridículas; ni el general Nieto ni otra persona alguna podrá comprobarlas
jamás”, dice en su exposición de 1840.186
Pero la causa del gobierno provisorio nombrado por la Convención salió al fin
triunfante. Nieto que había sido uno de sus defensores más leales y relevantes, viendo
venir nuevos desórdenes por la imprudente prodigalidad de ascensos y la creciente
importancia del aspirantismo, renunció los honores que se le confirieron; habiéndose
negado por tres veces a admitir el ascenso a general de división. La revolución de
Salaverry lo hizo su primera víctima, expatriándolo en un buque. Pero después de
lograr dominar a su centinela con una pistola que su esposa le había enviado entre un
paquete de ropa blanca logró poner al buque a su disposición, haciéndolo arribar a
Huanchaco desde donde promovió la guerra civil en el departamento de La Libertad en
defensa del gobierno legítimo. Caído en poder de Salaverry, “este hombre que
inspiraba el terror y que parecía insensible a las consideraciones con sus enemigos
políticos” lo colmó de deferencias, le invitó a que se le reuniera dejando a su elección
el destino o jerarquía que quisiese ocupar. Nieto se negó a todo y prefirió la
deportación.
Hallábase en Chile Nieto cuando tuvo noticia de la invasión de Santa Cruz en medio de
la guerra entre Salaverry y Orbegoso y la reaparición de Gamarra. Conmovido en
defensa de la dignidad y la independencia de la Patria proyectó con otros peruanos
venir al sur del Perú a hacer la guerra al invasor. Solo y en son de paz llegó, sin
embargo, a Arequipa el 4 de agosto de 1835. Quería lograr un frente único entre los
peruanos; pero la exaltación de las pasiones y el estado de incertidumbre de las cosas
le impidieron actuar. Sin embargo, habló a Orbegoso particularmente. Luego,
producido el triunfo de Santa Cruz en Yanacocha y sus provincias, usurpando la
autoridad peruana, Nieto de acuerdo con Castilla mandó a don Mariano Vigil como
comisionado secreto donde Salaverry para que llamara al solio presidencial a don
Manuel Salazar Baquíjano, a quien legítimamente correspondía el reemplazo de
Orbegoso e iniciara así una guerra nacional contra el conquistador; pero Salaverry se
negó. Insistió entonces Nieto ante Orbegoso sobre todo por los decretos de Santa Cruz
con relación a ciudadanos peruanos; y Orbegoso le prestó alguna atención,
coincidiendo en considerar como insidiosa la conducta de Santa Cruz y lamentando sus
circunstancias y su débil posición, pues no podía oponérsele, según dijo, “con sólo su
florete”, aunque agregando que el remedio lo daría el tiempo, lo cual implicaba una
esperanza.
“Dando tiempo —dice Nieto— al torrente de los sucesos que favorecían a Santa Cruz
que no era posible contener en esas circunstancias, concebí la idea de pedir al general
Orbegoso un despacho de Prefecto y Comandante General del departamento de La
Libertad que me mandó extender al momento. Con esa autoridad de que no dudé
encargarme a su vez bajo la protección del mismo Orbegoso que siempre consentí en
que por una política necesaria lo conservaría Santa Cruz, calculé que no sería difícil
hacerme de alguna fuerza y elementos de guerra para poder oponerme al
conquistador, seguro de arrojarlo del suelo que había profanado y de restituir al Perú
su libertad”.
No al Ecuador sino a Chile se dirigió Nieto con el consentimiento verbal del Presidente
y tomó sus instrucciones de la Secretaría General del gobierno peruano. Desde Chile,
ante la inminente batalla entre Santa Cruz y Salaverry, escribió a Orbegoso dueño del
norte y mandó cerca de él a personas de confianza instándolo a hacer respetar la
dignidad del Perú, señalando el camino del regreso a las tropas de Bolivia y a su jefe.
Llegó al Callao a poco y buscó a Orbegoso en el Pacayar, donde residía, insistiendo en
su actitud y haciéndole ver la gravedad de lo que ocurría y la posibilidad de convocar,
ya que el país estaba pacificado, un Congreso constitucional sin dividirlo por regiones.
Orbegoso le contestó con disgusto y desdén. Él se negó a ir al Ecuador. Adoptó
provisionalmente con gran alegría el plan surgido entre los congresales de Huaura de
declarar independiente el norte, sin unirse a la Confederación bajo el título de
República Peruana. Por influjo del general Morán mantuvo su nombramiento de
Prefecto de La Libertad. Sin embargo, Santa Cruz deja constancia en su manifiesto que
Nieto se decidió de movimiento propio por el régimen confederal “dispuesto a servirle y
sostenerle como me aseguró en muchas cartas”, por la cual y también por la
recomendación de Orbegoso, abandonó sus desconfianzas.190
Llegado a Trujillo, Nieto hizo regresar a sus hogares a muchos perseguidos y dedicarse
a todos al trabajo para hacer convalecer a la patria. Colocó a muchos jefes y oficiales,
antes excedentes, en la división que empezó a formar y en destinos civiles.
Presionados por la fuerza, en tanto, los diputados de Huaura no se atrevieron a
aprobar el plan de la República Norperuana independiente. Para evitar persecuciones
Nieto entonces entregó la Prefectura al Intendente de Policía y haciendo uso de licencia
se dirigió a la capital para imponerse del estado de las cosas. Llegado al pueblo de
Pativilca, a 40 leguas de Lima, a las doce de la noche fue sorprendido por un correo
extraordinario que le traía pliegos oficiales y muchas cartas personales. El gobierno,
participándole el suceso conocido con el nombre de “el robo de Aquiles”, lo obligaba a
regresar aprisa a tomar el mando del departamento para defenderlo de las incursiones
de los buques chilenos. Después de 18 horas de vacilación se decidió a luchar contra
los chilenos por su política injusta y a asegurarse en un puesto en el que Santa Cruz
por las circunstancias bélicas lo dejaría, dándole con ello posibilidades de libertar el
Perú. Renunciar era entregar el país al usurpador, burlar las esperanzas de muchos
patriotas que en él confiaban, despojarse del mando de un ejército útil. Ante la
primera expedición chilena sus proclamas denunciaron ya sus intenciones. La
atacaban, pero sin defender a la Confederación, sin siquiera hablar de ella. Había una
frase que textualmente declaraba que los peruanos “sólo desean deberse a sí mismos
su felicidad o su desventura” (13 de octubre de 1837). Libertad, independencia
repetíase en aquellos documentos con peligrosa insistencia.
Olañeta, secretario de Santa Cruz, y el general boliviano Ballivián pregonaron que esta
proclama era el primer cañonazo tirado contra la Confederación. Para conservar su
posición, no por fines personales sino para realizar sus planes ulteriores, Nieto hizo, en
medio de un cerco de recelos y recriminaciones, nuevos sacrificios. Su proclama
después de Paucarpata, donde adulaba a Santa Cruz, fue uno de ellos. Posiblemente
también lo fueron otros hechos en los que Santa Cruz, contestando a Nieto, insistió
más tarde: inclusive una carta por su condecoración de la Legión de Honor,
prometiendo acreditar en los campos de batalla y en los lances difíciles su aptitud para
la banda de Gran Legionario que no le había sido concedida; y el préstamo que pidió a
Santa Cruz de una crecida suma de dinero “para reparar imprudentes quebrantos que
comprometían su honor”.191 A pesar de eso se le llenó de espías y se quiso ganar la
confianza de los jefes de la división; y todo lo cual llevóle a una conducta más
estudiada y circunspecta.
4. Semblanza de Nieto
A pesar de la doblez con que procedió en sus relaciones con Santa Cruz y con la
Confederación era Nieto un hombre bueno. Quizá en nuestros tiempos ya no pueden
aparecer caracteres análogos al suyo. La creencia en cierta predisposición para tutelar
y vigilar los destinos de la Patria por el mismo hecho de que había contribuido a crearla
con su espada, influía muy adentro en su espíritu, como en el de casi todos sus
contemporáneos militares de la Independencia. Pero en él la fe de la Patria era mucho
más profunda que en sus compañeros, porque no estaba enturbiada por el frenesí de
las pasiones o por inescrupulosidades de perillán. Amaba en la Patria algo de valor
absoluto, indiscutible y esencial. Se parecía por cierta sencillez espiritual a la gente de
campo y a la gente de hogar de sus tierras de Moquegua; pero las agitaciones de su
vida consagrada al servicio público le habían dado también alguna cultura, no muy
asimilada ni variada, pero que le infundía ciertas supersticiones intelectuales. Por eso,
sin ser un doctrinario, tenía una credulidad reverente ante las grandes palabras con
mayúscula: Libertad, Independencia, Democracia, convocatoria y reunión de Congreso
Nacional, etc. Estaba convencido de que actuaba en la política como en un teatro y de
que la Posteridad sería un tribunal inapelable para juzgar el rol que cada cual había
desempeñado. Acentuábase en sus gestos, en sus actos y en sus proclamas, el énfasis
de la época. Si en otros personajes de entonces se encuentra la influencia de Napoleón
y de Bolívar, en Nieto más bien hállase la influencia de los hombres de la República
Romana, antes de Sila, de Mario, de Pompeyo y de César. El mariscal greco-romano,
llámesele con ironía.
¿Por qué Santa Cruz dejó a Nieto con el mando de esa división en el norte?
Posiblemente se creía más fuerte de lo que era en realidad; la precipitación y gravedad
de los acontecimientos le hicieron olvidar un poco este asunto; no tenía muchos jefes
peruanos de alta graduación a su lado; no podía agregar nuevos nombres a la lista de
sus enemigos con un despojo a Nieto por meras sospechas; acaso confiaba en ciertas
cualidades de consecuencia y lealtad que Nieto tenía personalmente y que debían
exacerbarse ante la invasión chilena. Además, Orbegoso le garantizó no una sino
innumerables veces a Nieto. Santa Cruz, por último, estaba, no debe olvidarse, muy
lejos del Perú cuando se precipitaron estos sucesos.
Se ha visto ya en qué estado de ánimo se hizo cargo Orbegoso del mando en el Estado
Norperuano cuando Santa Cruz se dirigió en agosto de 1837 al sur.193 Más tarde, él
llegó a decir que el mando fue para él un sacrificio aceptado porque (y en esto
coincidía con Nieto) pensaba que debía salvar al Perú en el porvenir. Los
acontecimientos no hicieron sino exacerbar la reacción peruanista que en él estaba
aumentando. No faltaban gentes que bajo el velo de la delicadeza o sin él le
manifestaban la necesidad de que proclamase las antiguas fórmulas. Entre quienes
querían seducirlo estaban algunos agentes de los emigrados en Chile, inclusive
mujeres como ya se ha visto. Don José Antonio Rodulfo marchó a Chile como agente
del gobierno chileno a convencerlo. Pero Orbegoso se resistía porque tenía esperanzas
de que el propio Santa Cruz cedería al impulso de la opinión y conocería lo vacilante de
su posición; y, además, la invasión le era odiosa por ser chilena y por estar
capitaneada por sus enemigos capitales La Fuente y Gamarra. Lograda ya la paz
externa cuando fueran vencidos los chilenos, pensaba que a favor de la prudencia y de
las negociaciones pudiera conseguirse para la patria “la restitución de su nombre, su
honor y su libertad”.
Supo Orbegoso que el general Ballivián que mandaba la segunda división del ejército
que casi contenía la total fuerza de él tenía instrucciones reservadas de Santa Cruz
para obrar en ciertos casos; del mismo modo, al margen de su autoridad presidencial,
había un activo espionaje por el que alguna vez los transeúntes que iban a la capital
fueron detenidos, exigiéndoseles la correspondencia que trajesen; juntas clandestinas
celebraban los agentes santacrucinos y tenían con su jefe activa y directa relación. Los
extranjeros ejercían tal influjo en el gobierno —decía más tarde Orbegoso, herido en
su dignidad de presidente— que de los bufetes de las casas de comercio salían
decretos para los ministerios y de allí pasaban al acuerdo gubernativo.194 Los tenientes
de Santa Cruz —Herrera, Larenas, Bedoya y otros— obtenían pagos exorbitantes por
deudas atrasadas, concesiones inconvenientes, etc.
Vino al fin la primera expedición chilena. Después de ella, Santa Cruz, por su parte,
desahuciando el pacto de Tacna y convocando un nuevo Congreso de Plenipotenciarios
en Arequipa, suscitó nuevas alarmas en los partidarios de la independencia y la
libertad peruanas: decían ellos que el Protector no había tenido de la asamblea de
Huaura otra autorización que la de nombrar diputados a un Congreso de
Plenipotenciarios y no para convocar otro Congreso y nombrar otros diputados. El
tratado con la Gran Bretaña sirvió para atizar el descontento, pues decíase que por él
quedaba el Perú privado de tener marina mercante por lo menos respecto de los
buques británicos, pues para ser tenidos por peruanos los buques debían ser
construidos en astilleros peruanos. El mensaje del Protector al último Congreso de
Bolivia donde hablaba despreciativamente del Perú acabó de colmar las medidas y
exasperar del todo a los peruanos.195 Además, el general Ballivián procedió
descortésmente con el gobierno peruano embarcándose sin su anuencia en la
“Confederación” y dando lugar a la pérdida de esta corbeta y a nuevas críticas. Para
los tres departamentos del norte sostener solos toda la escuadra de la Confederación,
un ejército de seis mil hombres, la formidable lista civil y militar, todos los empleados
generales de la antigua República y los nuevos, implicaba una carga inmensa. Del Sur
no se recibía un peso y antes bien desde allí se libraban sueldos. Además, para
complacer a los extranjeros, se redujo al 3% el derecho de extracción del dinero
amonedado que hacía la más segura entrada de la Caja de Moneda, entrada
hipotecada a la deuda contraída para el sostén de la guerra.196
Sin embargo, nada de esto hubo de traslucirse al público. Orbegoso que se enfermó a
principios de enero reemplazándolo el Consejo de Ministros publicó una proclama con
fecha 21 de enero, negando su complicidad con los conspiradores. “Por algunos datos
recogidos en estos días —decía— y por una carta que acaba de llegar a mi poder,
contestando a otra que se supone escrita por mí, se pone de manifiesto que algún
perverso ha usado indignamente de mi nombre para comprometer la causa santa del
orden social”.197 Varios editoriales de El Eco del Norte defendieron también su lealtad.
Los decretos sobre precaución y defensa contra Chile fueron restablecidos. El territorio
del Estado Norperuano fue declarado en asamblea (La Paz, 15 de febrero de 1838). El
ejército de la Confederación fue puesto en el pie de 16.000 hombres: 6000 del norte
con cuartel general en Lima, 5000 en el centro con cuartel general en Arequipa y 5000
de Bolivia con cuartel general en Tupiza (12 de febrero). La suma de los poderes
públicos fue dada por el Protector al Presidente del Estado Norperuano, menos la
dirección de las Relaciones Exteriores, la derogación del Reglamento de Comercio y la
dación de los altos grados militares.
Ya más tarde, en junio, ante los rumores de que el ejército que guarnecía la capital se
retiraría ante la aproximación del enemigo, Orbegoso dio una proclama
tranquilizadora, afirmando que moriría en defensa de los limeños. “Desconfiad
enteramente, decía, de los que introduciendo el desaliento y valiéndose de otros
medios reprobados, trabajan en favor del enemigo. Sea cual fuere su pretexto, ellos no
son, no pueden ser sino viles, traidores, parricidas: detestadlos más que a los mismos
invasores”.198 Con fecha 5 de junio fue anunciada la prisión de cinco conspiradores.199
La muerte del teniente coronel graduado Juan Flores por una bala de cañón de la
escuadra chilena en Huacho fue solemnizada con un servicio fúnebre en la capital y
con concesiones para la viuda y los hijos para exacerbar el patriotismo y el odio contra
los invasores.200 Con pueril suspicacia Orbegoso se opuso a que una división al mando
del general Herrera, enemigo suyo desde los días del Congreso de Huaura, avanzara
sobre Lima; y Santa Cruz deferente ordenó que no pasara de Ayacucho.
Desde La Paz, Santa Cruz tomó otras medidas para esperar la segunda invasión.
Pensaba colocarse entre Puno y Cuzco para dar al ejército del centro la dirección
conveniente si la expedición venía a Intermedios o para pasar en apoyo de Orbegoso si
su dirección era al norte. En el primer caso confiaba en obtener la victoria en 20 días y
ordenó a Orbegoso que no hiciera movimiento alguno que no fuera parecido al de Vigil
en la expedición anterior.
En el caso de la expedición al norte, como se decía con más insistencia, Santa Cruz
temía por las rivalidades y antipatías que había en el ejército y recomendaba a
Orbegoso energía y prudencia. Ordenábale que hiciera situar la infantería de Nieto en
Canta dejando en observación a la caballería en Trujillo. Si los enemigos
desembarcaban en las inmediaciones de la capital, Orbegoso unido a la división Nieto
estaría en condiciones de resistir la batalla campal. Si el desembarco se efectuaba
entre Pisco, Cañete u otro punto análogo, Orbegoso debía limitarse a hacerle hostilizar
con montoneras y partidas ligeras mientras llegaba el ejército del centro. Si el
desembarco era de Chancay hacia el norte podía salir de la capital dejando el Callao
bien guarnecido.
Nieto debía acercarse a la capital. La batalla debía darse sólo en defensa de la capital y
el puerto y evitarla en los demás casos. La situación económica era muy mala; los
fondos de Bolivia habían atendido a las necesidades del sur en los años 35 y 36 y
ahora, teniendo que sostener un ejército fuerte y habiendo mandado 200,000 $. a
Europa por azogues las cosas iban peor. Esperaba por otra parte a los diputados al
Congreso de Arequipa, lamentando su tardanza.201
Llegada a Pativilca la división Nieto, circularon en Lima rumores de que el general que
la mandaba y sus jefes y oficiales estaban acordes en el propósito de sustraer al Perú
de la dominación de Santa Cruz. Nieto había pedido permiso para venir a Lima, pero
Orbegoso se lo había negado por temor a dejar la división sola en tales circunstancias.
Orbegoso, en cambio, creyó prudente ir a visitar a la división, situarla
convenientemente y reprimir por el momento cualquier intentona revolucionaria. Esta
decisión causó gran alarma en Lima. Unos temían que en la capital abandonada por el
Presidente del Estado, hubiera desórdenes; otros creían inminente la invasión chilena,
favorecida con esa ausencia. Orbegoso optó entonces prudentemente por suspender el
viaje para evitar la alarma. “Después he sentido esta docilidad, dijo más tarde, porque
es probable que entonces yo hubiera podido contener el estallido, pues los pueblos aún
no habían tomado parte decidida ni hecho públicos sus compromisos”.203
Las operaciones exigían acercar aún más al Sur a la primera división, pues había que
evitar el peligro de que los chilenos se colocaran cortando los grandes núcleos del
ejército peruano. Dio Orbegoso la orden para que la división Nieto viniese a situarse en
Chancay, a donde debió llegar el 10 de julio. En esos días le llegaron nuevos avisos
que ya no le dejaron duda de la disposición de aquella división en favor de un
pronunciamiento. Orbegoso se resolvió entonces a marchar sin demora confiando en
que su presencia contendría el complot, dejando antes en Lima las disposiciones
convenientes para que la escuadra saliese en la noche del Callao y fuese a encontrar y
atacar el convoy enemigo. Dejó también instrucciones al general Otero como al más
antiguo del ejército para los tres días que debía estar fuera de Lima. A las diez de la
noche del 21 de julio se despidió de Otero en casa de su compadre Riglos, sin tener
más sospecha que la de que el general Nieto estaba inclinado a dar el estallido y con la
firme persuasión de que podría contenerlo. A su llegada a Chancay en la noche del 22
fue sorprendido de no encontrar allí la división ni más noticia de ella sino que estaba
establecida en Huaura. El general Nieto se hallaba en Huacho casualmente. El pueblo
de Huacho recibió a Orbegoso con transportes de contento y significativos vivas al
Perú. Su entrada en Huaura dio lugar a una recepción igual, aumentada por las
aclamaciones de la división que estaba formada en las calles.
Acabando de desmontar fue a ver desfilar la división en la puerta de la casa donde se
había alojado y en seguida lo cumplimentaron todos los jefes y oficiales con Nieto a la
cabeza. En su arenga le dijeron que aquella división toda peruana había salvado el
pabellón que enarbolaba. “Que en esa misma villa de Huaura había sido destrozada la
nación y que allí mismo volvían los peruanos a recoger su estandarte que habían
jurado defender y que deponían en mis manos como el jefe que reconocían y que
estaban seguros de recobrar conmigo nuestras primitivas instituciones. Últimamente,
que esa división peruana toda, había jurado sostener con su sangre el voto de la
Nación por su libertad y por su independencia. Estas palabras fueron acompañadas de
lágrimas de ternura secundadas por todos los circunstantes”.204 Pero, a pesar de esto,
Orbegoso confiaba aún anteponer la victoria sobre los chilenos a la demanda de
libertad para el Perú.
“Si es verdad —dice Nieto— que la serie sucesiva de mis acontecimientos me presenta
preparándome para apoyar cualquiera manifestación popular contra la Confederación,
no por eso quise tomar la iniciativa en esta cuestión nacional, dando el funesto
ejemplo de hacer intervenir la fuerza armada en materias de esta naturaleza y debí
pues esperar como esperé a que los pueblos hiciesen la declaratoria que yo me presté
a apoyar y sostener en consonancia con los principios que formaban la causa de mi
corazón”.205
La primera de las actas que dieron lugar al renacimiento de la República peruana fue la
de Huaraz, capital del departamento de Huaylas, y tiene fecha 21 de julio de 1838. Sus
considerandos se refieren a lo siguiente: El Estado Norperuano había quedado sin la
representación necesaria para la nueva forma de gobierno que quiso darle la Asamblea
de Huaura pues, determinando que un Congreso de Plenipotenciarios acordara las
bases de la Confederación, confió únicamente al Protector la elección de los
plenipotenciarios del Estado Norperuano y olvidó designar la autoridad peruana que
debiese examinarlos y ratificarlos. Aunque en el art. 5° de su decreto confiaba
provisionalmente la plenitud del poder público al Gran Mariscal Santa Cruz no pudo
incluirse en este poder el de ratificar el pacto sin incurrir en el enorme abuso de
trasmitir la Asamblea una facultad que la Nación no puede enajenar en su forma de
gobierno popular representativo proclamado por la misma Asamblea, envolviendo
además la monstruosidad de que reunidas en el Protector las facultades de nombrar
los plenipotenciarios y de ratificar el pacto sería él quien hiciese el pacto consigo
mismo y no con la Nación. Atendiendo el art. 10 de la declaración de Huaura, el
Congreso de Plenipotenciarios que debió ceñirse a acordar las bases de la
Confederación sobre el gobierno popular representativo, se extendió a dar una
verdadera Constitución en la que podía decirse había más elementos de monarquía que
de forma popular. Acumulando tantas facultades en el jefe de la Confederación y
dejando tan diminutas las de los presidentes de los Estados en unas distancias tan
enormes hacían imposible la regular administración según lo acreditado por el ensayo
ya hecho. No habiéndose declarado en aquel pacto, no obstante otros pormenores a
que se refiere, que habría una capital de la Confederación y cuál debía ella ser, y
siendo por otra parte moralmente imposible el que se designara esa capital con mutuo
beneplácito del Perú y Bolivia, quedaría el Supremo Jefe de la Confederación
sentenciado a la pena de vivir ambulante con los gravísimos peligros consiguientes.
Del art. 34 del pacto de Tacna resultaba que Bolivia se eximía de entrar en parte del
paño de la deuda pública peruana, a pesar de que había adquirido una nueva Aduana
en Arica, propiedad exclusiva del Perú, haciéndose de ingresos que disminuían los
recursos con que el Perú debía contar para ratificar sus compromisos. La extensión
dada por el Protector a sus atribuciones llamando a la presidencia del Estado
Surperuano a un extranjero implicaba una violación del principio por todas las
Constituciones establecido, de que al frente del gobierno debían estar hijos auténticos
del país. A pesar de todo esto el pacto de Tacna había encontrado oposición en Bolivia
y se había convocado un nuevo Congreso de Plenipotenciarios en Arequipa. Pero el
Protector se había excedido en sus atribuciones al convocar este Congreso contra el
tenor expreso del art. 38 del pacto de Tacna y sin que la Asamblea de Huaura le
hubiera concedido la más remota facultad para el caso no previsto en que ese pacto no
fuese ratificado por uno de los tres Estados. Si el Protector para legalizar esa
convocatoria en Bolivia había creído indispensable recabar del Congreso de aquella
República la aprobación de los actos anteriores a su fecha, el mismo requisito no era
menos preciso en los otros Estados y por lo tanto necesaria la convocatoria de un
Congreso Nacional en cada uno de ellos para que deliberara sobre el pacto de Tacna y
resolviera lo conveniente para la futura organización del país. La falta de convocatoria
de un Congreso de los Estados Peruanos era altamente atentatoria a su honor
nacional, pues establecía una diferencia injuriosa entre los derechos de los bolivianos y
los de los demás súbditos de la Confederación; diferencia más odiosa aún después del
mensaje del Protector al Congreso de Bolivia donde no se recordaba al Perú sino para
ofrecerlo como un trofeo del ejército boliviano. La Confederación no podía llenar los
fines que se propusieron las asambleas de Sicuani y Huaura, pues no todos los Estados
participaban de iguales ventajas por su plantificación: Bolivia, según el mismo
mensaje, sin embargo, de tener rentas menores a las del Estado Norperuano y haber
llevado sola el peso de una guerra contra las fuerzas argentinas se hallaba con sus
arcas llenas, todos sus compromisos satisfechos, sus establecimientos públicos
prósperos, sus empleados bien pagados y el crédito del gobierno asegurado; mientras
que en el Estado Norperuano, cuyas rentas efectivas eran conocidamente mayores que
las de Bolivia y después de dos años de organizada la Confederación y diariamente
pregonadas sus ventajas, el erario se hallaba exhausto, el gobierno sin crédito, las
rentas menguadas, la lista civil sin pagar, los establecimientos públicos en completa
decadencia y esto en circunstancias que una guerra extranjera amagaba destruir la
agricultura y otros ramos de riqueza pública. Hasta la ratificación del pacto de Tacna
por todos los Estados, la Confederación era un simple proyecto cuya iniciación no era
bastante para imponer a las partes contratantes obligaciones recíprocas e impedir su
disolución salvo consentimiento de todos los Estados confederados. Y no pudiendo
esperarse la convocación de un Congreso nacional y que este deliberara con
independencia mientras permanecieran tropas bolivianas en el Estado Norperuano, se
hacía indispensable para lograrlo, suspender los efectos de la proyectada
Confederación.
Por todo ello pedían la convocatoria a un Congreso nacional para que con arreglo a los
intereses y votos de los pueblos peruanos y la forma popular representativa, hiciera las
declaraciones convenientes.
En los días sucesivos, continuaron las actas de otros pueblos en el mismo sentido:
Chancay el 25, Lambayeque el 26, Huacho el 25, Piura el 28, Cajamarca el 29, Santa
el 25, San Pedro de Chavín el 27, Huántar el 29, Huacho el 29, Llamellin el 29, San
Marcos de Collapingos el 27, San Luis el 29, Huari el 29, Santiago de Cabana el 27,
Sihuas el 30. Otros pueblos tienen sus actas con fecha 31 de julio o 1 de agosto.
Los rumores que corrían acerca de la actitud de la división Nieto, las noticias sobre el
pronunciamiento de Huaraz y, de otro lado, la inminencia de un desembarco de los
chilenos en Ancón hicieron que reunido el Consejo de Ministros el día 25 de julio
llamara al general Otero y al general Morán; este último después de haber sido jefe de
la escuadra había sido nombrado comandante general de la iii división del ejército del
norte; y quedó acordado que esta división marchara a Copacabana. El coronel
ayudante general de Orbegoso, Juan Pedernera, mandaba dentro de ella una compañía
de cazadores del batallón Pichincha y estaba también en Copacabana. Orbegoso a
quien se le hizo creer por Nieto o los suyos en el arribo de una división chilena a
Chancay, le escribió para que se pusiera en marcha para Pacasmayo y también pidió
su escolta; pero como estas órdenes estuviesen en contradicción con las prevenciones
verbales que la junta de ministros hiciera a Morán, éste no permitió dicha marcha. La
causa de tal medida estaba, escribió Morán a Orbegoso, en que extrañaba al Consejo
de Ministros que habiendo Orbegoso prometido ir a detener la revolución pidiera tropas
en vez de regresar a Lima. Orbegoso se exaltó ante esta desobediencia. Estallaron
todas sus prevenciones sobre su situación humillada. ¡El Consejo de Ministros se había
convertido en junta de guerra! ¡Esa junta de guerra o el general del ejército
contrariaban al Presidente del Estado, al general en jefe! Sospechaba también
Orbegoso que Bermúdez y Herrera podían quitarle por orden de Santa Cruz la
presidencia. Quejoso e indignado escribió a Morán el 26 advirtiendo que la división
Nieto era un modelo de subordinación y patriotismo. Nuevamente escribióle ese día
diciendo que los ministros y Otero y él (Morán) habían delinquido y expuesto al país y
al ejército a males infinitos de los cuales los hacía responsables ante la nación, ante el
Protector y ante el mundo. Por eso él, Orbegoso, no había ido todavía a Lima. La
primera división (Nieto) le obedecería y estaba dispuesto a emplearla tanto para hacer
la guerra a los enemigos exteriores como en hacer respetar su autoridad. “El suceso de
Huaraz —decíale— es cosa de un pueblo y no merece gran importancia que no hubiera
dejado de poderse cortar sagazmente sin el suceso de Uds.; pero esto justifica el que
no haya dispuesto a diseminar fuerza como pensaba para pacificarlos”. “Ud. y los otros
señores se han hecho la gran pegadura creyendo que la primera división se había
sublevado contra la Confederación... que yo también me había sublevado contra mí
mismo”... “Ni con carretas me arrancan de la cabeza de la primera división sin
garantías sólidas y que cese el estado hostil que Ud. tiene ahora. Sólo sentiré que
entretanto nos ataquen los chilenos; me será sensible batirme solo pero me batiré: es
mejor morir peleando que morir de tabardillo”. Pardo de Zela, jefe de Estado Mayor,
fue a ver a Orbegoso y lo tranquilizó el 28.207 En cambio en Chancay se supo el
empeño de Olañeta para que las tropas bolivianas batieran a las peruanas y esto
acrecentó la indignación antiboliviana de la división Nieto.
Se acercó Orbegoso a Lima con sus tropas que —no debe olvidarse— aún no habían
hecho su pronunciamiento en forma oficial, pero cuyos sentimientos peruanistas ya
eran completamente públicos. Ante la noticia de su llegada, el 29 de julio, se reunió un
cabildo abierto en Lima, a pesar de la guarnición santacrucina.
Del cabildo abierto reunido a las 2 de la tarde resultó un acta que repetía los
principales considerandos de las actas de Huaraz y Trujillo ya mencionadas; y en su
parte resolutiva declaraba también la independencia del Perú, el regreso a la
Constitución del 34, la ratificación de la presidencia de Orbegoso, la cesación de la
guerra con Chile, el llamado a Lima de la división Nieto “de cuyos sentimientos
patrióticos y consagración a la causa nacional espera el Perú que sostendrá el bien
inapreciable de su libertad”. Las firmas no son muy relevantes. Se destacan entre ellas
las de Francisco Rodríguez Piedra, Buenaventura Seoane, Juan Antonio Ribeiro,
Joaquín Torrico, Juan Bautista Eléspuru, José Maruri de la Cuba, Andrés Reyes, etc.208
Orbegoso que venía con la división supo la noticia estando a 5 leguas de Lima y forzó
su marcha. Dos leguas antes de llegar se adelantó con su escolta y habiendo salido a
su encuentro solos los generales de la guarnición con el batallón Pichincha, peruano,
que tenía como cuartel el de Santa Catalina, lo persuadieron de la necesidad de dejar
fuera de Lima a la división Nieto para que no se alterase el orden. Orbegoso regresó a
ordenar a Nieto que acampase en Aznapuquio o Aliaga; pero Nieto estaba tan receloso
de las tropas bolivianas y aun de las peruanas que mandaba Morán, que no aceptó y le
fue concedido “el empleo de todos los medios conducentes a la seguridad de su
división”, a la que hizo vivaquear en la plaza de Lima a las 12 de la noche. En todo el
resto de esa noche llegaron propios anunciando el estado de excitación del Norte; un
propio del prefecto de Junín anunció también su decisión por la independencia que iba
a ser ya manifestada. Con ello las últimas esperanzas de detener la revolución se
desvanecieron en Orbegoso. A las 5 de la mañana del 30 de julio, Nieto, después de
haber estado toda la noche a caballo, entró al dormitorio de Orbegoso para decirle que
era tal la excitación del pueblo y de la tropa que él mismo no podía responder de su
división si Orbegoso no manifestaba su decisión públicamente. Varias veces había
respondido Orbegoso que lo dejara obrar; que todo se arreglaría pronto; pero ahora no
cabía ya más dilaciones. “Llegó para mí el momento terrible”, dice Orbegoso. Salió a
caballo a la plaza en donde arengó al pueblo y a la tropa. Recién en aquel instante se
decidió ya a abandonar a Santa Cruz sin batir antes a los chilenos. “No había elección
entre mis compatriotas y sus opresores. Aún cuando no hubiera estado convencido de
la justicia y nobleza de la causa, yo no podía emplear las tropas bolivianas para
degollar a los peruanos. Retirarme, en esas circunstancias, habría sido dejar al país al
furor de los partidos, anegarlo en sangre y entregarlo maniatado a la expedición
invasora”.209
Fue así como el mismo 30 expidió al fin un decreto y una proclama sobre la
independencia del Perú. En la proclama a los pueblos hablaba de “la decisión de
vuestros conciudadanos armados que no he podido retener, los gritos de la naturaleza
y de la humanidad me han hecho ceder a vuestro impulso a destiempo”. Y concluía:
“Recibid, os ruego el sacrificio que os ofrezco, hasta de la esperanza que tenía de vivir
tranquilo alguna vez. ¿Qué me resta ya que ofreceros?”.210 En el decreto enumeraba
las manifestaciones de la opinión —repugnancia el régimen pasado, actas, decisión de
las tropas, entusiasmo popular a favor del Perú puro, etc.; declaraba al Estado
Norperuano libre e independiente de toda dominación extranjera; convocaba a una
Representación Nacional; dejaba expresa constancia de que el Estado se hallaba en
guerra con Chile “entretanto no se haga la paz la que debe esperarse supuesto que ha
cesado el motivo alegado para la guerra”; daba las gracias a la división boliviana
existente en la capital por su comportamiento; anunciaba que al presidente de Bolivia
se le mandaría comunicaciones sobre lo ocurrido.211 Es interesante resumir el sentido
de estos documentos: peruanismo, resignación a la Independencia por otros
reivindicada, velado recelo a Chile en contraste con el pacifismo de algunas actas
populares, cortesía con Santa Cruz, evitando por lo menos insultarlo. Otros decretos
declararon insubsistentes e inobservables los Códigos Civil, de Procedimientos y Penal
y el Reglamento de Tribunales promulgados por Santa Cruz (31 de julio); concedieron
amnistía y absoluto olvido de delitos políticos (30 de julio); restituyeron al ejército
peruano las insignias que usaba antes de la Orden General de 25 de agosto de 1836
que les impuso las bolivianas (31 de julio). En vez de ministro firmó los decretos el
oficial mayor José Dávila. Prefecto de Lima fue nombrado don José María Lastres. Jefe
del Estado Mayor, el general Loyola. Los generales Eléspuru y Raygada quedaron
repuestos en el goce de sus empleos.212
En lo que respecta a las tropas que obedecían a los generales Otero y Morán, Orbegoso
llegó a un acuerdo con Otero. Se iría la división boliviana; sus presupuestos del mes
serían cubiertos por la tesorería con la condición de quedar comprometido el general
Otero bajo palabra de honor de conducirla hasta el Desaguadero, sin oponerse en lo
menor a la expresión de los pueblos.213
En su retirada a la sierra Morán se llevó además los batallones Pichincha y Cuzco que
eran peruanos. Nieto le dijo a Morán que haciéndolos irse con los bolivianos degradaba
el pabellón bicolor “ahijado mío y engendrado por Ud.”; Morán repuso que se iban por
su voluntad y que Pichincha era cuerpo de su corazón y símbolo de la lealtad.
Todo ello demoró la lucha contra Otero y Morán, cuyas actitudes demostraban no una
cristiana resignación a las determinaciones de Nieto y Orbegoso, sino que serían la
vanguardia de Santa Cruz. Pero las deserciones que abundaban en sus filas ofrecían
posibilidades favorables para una persecución. Ella se hubiera realizado con los
combates consiguientes; pero se produjo el arribo de la expedición chilena.
La actitud peruanista de Nieto que Orbegoso secundó con desgano se parece a las
actitudes peruanistas que, igualmente débiles, surgieron durante la guerra de la
Emancipación. Así como ahora había bolivianos y chilenos en lucha en el Perú,
apoyados por peruanos, así durante la guerra de la Emancipación hubo argentinos,
colombianos y españoles en igual situación. Morán y Otero con pacte de las tropas de
Lima y además Riva-Agüero, Bermúdez y otros jefes peruanos apoyaban en 1838 a los
bolivianos; La Fuente y Gamarra a los chilenos. De 1821 a 1824 San Martín tuvo sus
partidarios. Bolívar los suyos, la continuación del régimen colonial los suyos y no
faltaron también quienes pensaron en la monarquía peruano-española. Se ha dicho
que el nacionalismo se encarnaba en Riva-Agüero; algo hay en ello de cierto, pero el
nacionalismo riva-agüerino estaba teñido de españolismo y de espíritu de casta,
buscaba precisamente la fusión de peruanos y españoles bajo la égida de la
monarquía. El nacionalismo más puro y más auténtico en cambio está quizá en Luna
Pizarro y su grupo: hostil a San Martín, a su monarquismo y a su prepotencia personal,
hostil a Bolívar, hostil a Riva-Agüero, hostil a los españoles, buscando en cambio la
consolidación de la Patria naciente dentro de las instituciones representativas, dentro
de la democracia más amplia. Nacionalismo democrático que inspira la acción
doctrinaria del Congreso Constituyente de 1822, que triunfa con el retiro de San
Martín, con el nombramiento de la Junta Gubernativa y que es opacado luego por el
motín militar que derroca a esta Junta, por la anarquía posterior y por la llegada de
Bolívar, resurgiendo apenas en las actitudes de Luna Pizarro y sus amigos,
oponiéndose a los planes vitalicios de Bolívar y logrando su fracaso mediante la ayuda
de las propias tropas colombianas el 27 de enero de 1827.
Esta actitud era simpática: que se acabase la dominación boliviana pero sin que se
llegara a producir la intervención chilena. El Perú por sí sólo decidía su libertad y
luchaba por ella. Nada tenían que hacer los extranjeros con su destino y con su
gobierno.
Pero suponiendo que lo hubiese sido, aquel no era el momento propicio para
enarbolarla. Este nacionalismo era no sólo de undécima sino hasta de vigésima quinta
hora. En ese sentido había mucha cordura en el afán de Orbegoso de batir primero a
los chilenos y luego pedir a Santa Cruz ciertas concesiones. Ocurriendo lo que ocurrió,
en cambio, el ejército destinado a contener esa invasión se fragmentó; dos divisiones
se retiraron a la sierra; sufrió la moral misma de los soldados; perdió el movimiento
del norte fuerza ante los chilenos, quienes resultaron así favorecidos. Cierto que ante
los peruanos del norte ejercía gran influencia sicológica la idea de tener que batirse
con más de 5000 hombres defendiendo un orden de cosas por el que no sentían
fervor; pero Nieto y los mejores elementos de aquel neoperuanismo, bien podían
suponer que los chilenos no se retirarían ante el solo anuncio del pronunciamiento
encabezado por Orbegoso, precisamente el coautor de la intervención de Santa Cruz y
el responsable directo de la expedición Freire; y enton-ces se presentaba otra vez la
posibilidad de la lucha y disponiendo de menor fuerza.
Por lo demás, en nombre del pasado más reciente, Orbegoso no era quien debía
encabezar aquel movimiento antisantacrucino. Sus actitudes desde 1835 hacían de él
acaso el único peruano que estaba impedido moralmente para ello. “Uno crea su
manera y luego la manera lo encierra a uno”, dice una admirable frase de Emerson; y
Orbegoso estaba encerrado, aprisionado por su pasado. Al aceptar su nueva situación,
sin embargo, no había en él perfidia sino más bien debilidad, aceptación de su rol de
juguete de las circunstancias so capa de popularidad y de llamado de la opinión
pública.
Otro hecho es también insólito entonces: la actitud del ejército comandado por Nieto,
favoreciendo pero no realizando ese cambio.
La goleta “Janequeo”, destacada del convoy chileno para recoger datos, trajo el 6 de
agosto la noticia del pronunciamiento del norte que fue recibida con transportes de
alegría: vivas y dianas. Por la noche el convoy ancló sobre el lado norte de la isla de
San Lorenzo. En la madrugada siguiente llegó el coronel Castro con un oficio en el cual
el Secretario General de Orbegoso transcribía al general Bulnes la nota en que daba
cuenta al gobierno de Chile de lo ocurrido y otro en el cual Orbegoso notificaba al jefe
de la escuadra que habían cesado los motivos para la guerra, más una carta particular
a Bulnes.
En esta carta se refería a toda la historia de lo ocurrido desde 1835. Alegaba que el
pacto que había celebrado con él —con Santa Cruz— debió ser un convenio de
subsidios según las instrucciones a los plenipotenciarios y se convirtió en pacto de
asociación y constitución interna. Él, Orbegoso, lo había aceptado, sin embargo, por
una razón teórica y una razón práctica. “Ciertas ideas de perfectibilidad social, ciertas
prevenciones contra el sistema republicano en una nación diseminada en un vasto plan
de territorio, tal vez intereses personales disfrazados con esas razones de común
provecho; y la experiencia de frecuentes trastornos atribuidos bien o mal a la
coexistencia del Sur y Nor Perú formando un todo único, habían contribuido a mi ver a
presentar en esa época a los pueblos en especial a los del sur, la emancipación
recíproca como el talismán de la paz doméstica”. Razón práctica: el ejército boliviano
penetró en territorio peruano antes de que las estipulaciones del pacto fueren
aprobadas. Refiriéndose en seguida a la dominación de Santa Cruz repetía los cargos
de falta de libertad, gobierno ambulante, coacción sobre las asambleas de Huaura y
Sicuani, pobreza general, etc. Se quejaba de los medios mezquinos y limitados puestos
a su alcance y reiteraba la afirmación de que había esperado la paz exterior para
buscar la solución de los problemas internos, así como los cargos más recientes contra
Santa Cruz ya expresados en las actas de Huaraz y Trujillo. Narraba por último los
sucesos más recientes y terminaba declarando su confianza en que Santa Cruz
contribuiría a devolver al Perú su reposo interior, su prosperidad y su nombre y a que
se forjaran con Bolivia relaciones de amistad espontáneas y declarando asimismo que
ante Dios, ante el mundo y ante su conciencia estaba satisfecho de haber cumplido su
deber. Así Orbegoso renegó públicamente de la intervención boliviana que solicitó y
obtuvo para readquirir su poder tambaleante; renegó de la Confederación con la que
se mostró de acuerdo pública y privadamente; renegó de las asambleas de Sicuani y
Huaura que él convocó e inauguró y cuyos honores y prebendas aceptara; renegó del
régimen político cuya cabeza visible fue en el norte después de haber sido su
promotor.
Siguiente
________________________________________
Las primeras medidas del flamante gobierno fueron conciliadoras: montepío para las
familias de los caídos en Guía, llamado a los militares y marinos reconociendo sus
empleos y grados a los que se presentaran. Además comenzó la organización de un
ejército nacional: fue nombrado general en jefe del ejército, La Fuente; quedaron
derogados los derechos contra la introducción de productos chilenos y argentinos; se
hicieron exequias en todas las iglesias por las víctimas de Yanacocha y Socabaya
ordenándose dobles generales de campanas por dos días; fue organizada la guardia
nacional nombrándose al coronel Mendiburu Inspector General; Chorrillos quedó
habilitado como puerto mayor; los funcionarios y demás empleados de la lista civil y de
hacienda fueron declarados a medio sueldo.245
Pero la preocupación inmediata de Gamarra tenía que ser la situación del Callao. Una
mañana de agosto se dirigieron al Callao don Manuel Tellería, Fiscal de la Corte
Suprema, don José Maruri de la Cuba de la Corte Superior, don José Cáceres y don
Aniceto Corvacho miembros del Venerable Cabildo de la Iglesia Metropolitana, don
Tomás Vallejo, don Bernardo Barbarán y don José Antonio Cobián individuos de la
Municipalidad, en comisión para persuadir al gobernador del Callao sobre la necesidad
de unir sus fuerzas al Ejército Restaurador. Así que llegaron a la línea del sitio se les
dio un corneta para que hiciera al acercarse a la fortaleza la señal de paz; y con él
avanzaron hasta tres cuadras de la fortaleza. Salieron entonces de allí dos oficiales a
encontrar a los dos coches de los comisionados y advertidos del objeto del viaje les
respondieron que el gobernador del Callao no reconocía el gobierno de Lima y que no
recibía a persona alguna de su parte. Se le repuso que no el gobierno sino las
corporaciones solicitaban la entrevista y la respuesta fue igualmente inhibitoria.246
En el Callao, Nieto había sido autorizado por Orbegoso, todavía prófugo, con la
investidura suprema; y convencido de que en su débil posición era inútil tratar con los
chilenos, decidió hacer la guerra en el norte para lo cual salió en un buque pequeño
que burló a la escuadra bloqueadora, desembarcando en Supe y emprendiendo previa
reunión de dispersos, marcha sobre la Libertad.247
2. Orbegoso en el Callao. La declaración del 1° de septiembre
1° Con el ejército chileno invasor del Perú no entraré de modo alguno en otro tratado
que no sea desocupar el territorio peruano sin exigir condición alguna.
3º Exijo del general Santa Cruz que batiendo o no batiendo al ejército chileno deje al
país en entera libertad de reunir su Congreso y que éste sin coacción y en una
absoluta libertad disponga de su suerte.
4° Exijo que no pueda ser yo elegido Presidente ni bajo otro título Jefe de la Nación y
que se me permita vivir sin ejercer destino público al lado de mi familia.
5º Si para entera tranquilidad del país fuese preciso que yo esté fuera me someto a
salir del país.
7º Si el general Santa Cruz se negara a permitir la libre reunión del Congreso peruano,
si de algún modo lo coactara, yo con todas las fuerzas peruanas le haré la guerra hasta
el último lo mismo que al ejército de Chile. Esta es mi resolución y obro conforme a
ella enteramente. Fortaleza de la Independencia, 1° de septiembre de 1838. —Luis
José de Orbegoso.248
Con fecha 3 de septiembre, Gamarra escribió una carta a Orbegoso, después de que
una nueva gestión conciliadora de Bulnes fracasó.
Si Santa Cruz había dado pruebas fehacientes de avidez por el poder, Gamarra estaba
desde 1836 jugando el juego del desinterés. Con la hostilidad del vecindario de Lima,
al frente de un gobierno vacilante, sus zorrunas protestas tenían que hacerse más
vivas. En esta clase de movimientos de flanco era más ducho que en el ataque este
hijo de escribano. “Si Ud. cree que yo he venido con el ejército de Chile dispuesto a
hacerme cargo del mando supremo o de cualquiera otro destino que no sea el de hacer
la guerra al conquistador del Perú, se equivoca altamente”, le decía. “Ud. ha visto las
cartas que yo he escrito a mis amigos asegurándoles mi desprendimiento y la
resolución en que he estado de volver a desterrarme de mi patria si en esto sólo
consistía el restablecimiento de la paz y la unión con el ejército de Chile. Ha visto Ud.
también que a mi llegada me he ofrecido a servir bajo las órdenes de Ud. y que de mi
corazón se habían disipado todas las prevenciones anteriores. Bajo ese concepto debe
Ud. creer también que mi colocación en el mando que hoy ejerzo ha sido el sacrificio
mayor que pude haber hecho en mi vida”.
Narraba en seguida lo ocurrido. “Ansío cada día por descargarme del mando tan luego
como pueda hacerlo con decencia y en bien del Perú. En la alocución que hice a las
corporaciones y pueblo de Lima al día siguiente de haber prestado juramento les
protesté con el lenguaje de mi corazón que si Ud. se presentaba en ese acto a tomar el
gobierno, sería el primero que le rendiría obediencia. Le aseguro a Ud. que esta
disposición de mi ánimo no ha variado; y que estoy decidido a influir en mis amigos y
en todos los buenos peruanos para que se haga Ud. nuevamente cargo del gobierno si
se resuelve a seguir una marcha que salve de sus compromisos con la República
entera, en consonancia con los votos de los pueblos libres”.
Negaba, sin embargo, luego, la legitimidad de Orbegoso, perdida desde la división del
Perú en dos Estados. Ambos gobiernos, el de Callao y el de Lima, eran de hecho: la
necesidad y la conveniencia y no las fórmulas constitucionales inspiraban las palabras
de cordialidad de esta carta. Recapitulaba con algunas expresiones duras los sucesos
más inmediatos desde julio y ponía ante Orbegoso un dilema: o se rendía a Santa Cruz
capitulando con él la entrega de estos departamentos a su dominación o abrazaba
cordialmente a sus hermanos los peruanos juramentados para pelear por la
Independencia. Terminaba por decirle que él, Gamarra, concurriría con sus amigos a
que Orbegoso presidiera el Perú hasta la reunión de un Congreso siempre que se
pusiera de acuerdo en los puntos siguientes: 1° Mantenimiento de la Constitución y de
los cuerpos ya reorganizados. 2° Guerra al usurpador del Perú hasta lanzarlo del Perú
y reducirlo a la impotencia de hacer una nueva invasión. 3° Alianza con Chile. 4°
Exclusión de los agentes o adictos de Santa Cruz de los puestos políticos. “Hágame Ud.
la justicia de reputarme como un buen peruano y que a este renombre deseo
sacrificarlo todo”.249
Orbegoso contestó con fecha 5. Recordaba otra carta concebida en análogos términos
que recibió en 1834, en análogas circunstancias. Afirmaba que si había Gamarra
venido o no con los chilenos a asaltar el mando lo decían los resultados. Evocaba la
actitud del pueblo el 28 de enero. Decía que en el tratado de La Paz no se estipuló la
cisión del Perú sino la reunión de un Congreso del norte y otro del sur; y que este
tratado fue posterior al que Gamarra celebrara con Santa Cruz y en virtud del cual
entró al Perú. Dejaba constancia de su fidelidad a los principios de la revolución de
julio del 38, y de su espíritu pacifista ante los chilenos que le impidió atacarlos en
condiciones favorables cuando desembarcaron en Ancón. Decía que el general Santa
Cruz, cuyos proyectos habían sido ayudados, por los chilenos, sin saberlo, no habría
podido oponerse a la decisión de los peruanos, y si hubiera venido un choque
habríanse levantado los pueblos como un solo hombre. Declaraba que no se uniría a él
(Gamarra) en quien veía el primer enemigo de la patria, la causa de todas sus
desgracias; no transigiría con los chilenos porque habían invadido el país, vertido la
sangre de sus hijos y traído muchas calamidades; no se uniría a Santa Cruz porque su
sistema era contrario a los deseos y a los intereses de los peruanos. “Este pabellón
nacional en su pureza está enarbolado, clavado diré mejor en estos torreones... ni Ud.
ni el ejército chileno ni el general Santa Cruz tienen poder para arrancarlo. Moriré si es
preciso abrazado de él”. Se refería luego a que era increíble sostener ya que los
chilenos habían venido a trabajar en favor de los peruanos. No era el general Santa
Cruz ni su causa lo que el ejército peruano defendió a las puertas de la capital. “El
ejército invasor conducido por Ud. ha venido a hacer la guerra a los peruanos, a
esclavizarlos, a destruirlos”. El resultado de la invasión, aparte de inmensos males al
país, había sido engrandecer el poder de Santa Cruz, rodearlo de la opinión y darle
fuerza moral que no tenía. Y en cuanto a la proposición concreta que le hacía Gamarra
contestaba que si no fuera el jefe de la patria proclamado libre y unánimemente, si no
hubiera hecho formal protesta de abstención política, “si fuera capaz de creer en Ud.
alguna vez buena fé”, si viera la salvación del país pendiente de la humillación que se
le proponía contestaría siempre: “nadie tiene el poder de degradarme, nada en el
mundo es capaz de envilecerme”.250
De otro lado el general Castilla logró ponerse en contacto con don Juan B. Mejía, que
se dirigió a actuar en Huaraz. Mejía escribió a Castilla haciéndole ver la necesidad de la
unión entre los norperuanos antisantacrucinos y los restauradores chileno-peruanos,
dándole varias razones: a) sin dicha unión Santa Cruz los destruiría y continuaría
oprimiendo al Perú; b) ella obligaría a Nieto, que estaba en aquellos momentos en el
norte, a transar y a unir sus huestes contra Santa Cruz; c) Santa Cruz, que estaba
reuniendo sus fuerzas en Tarma y Jauja, estaba decidido a atacar Lima que sucumbiría
sin la unión; d) esa unión era la única forma de acallar la animosidad de los pueblos
contra el ejército chileno; e) los peruanos que habían en Tarma y Jauja y que sólo
temían a los chilenos se decidirían a actuar contra Santa Cruz, inclusive Morán. No
importaba si Orbegoso desaparecía de política. Encargado del acuerdo fue el general
Vidal.253
Con la fugaz elección de Vidal llegaron a siete los presidentes que tuvo entonces el
Perú: Orbegoso, del Estado Norte; Gamarra, de la República resurrecta; Santa Cruz,
Protector de la Confederación; Riva-Agüero puesto por Santa Cruz al frente del Estado
Norte en vez de Orbegoso; Pío Tristán, Presidente del Estado Sur; Nieto que hizo sus
correrías por el norte con despachos de Jefe Supremo expedidos por Orbegoso; y
Vidal.
En Ica el general Salas tuvo encuentros parciales con tropas peruanas orbegosistas
que ya se manifestaban santacrucinas.
Una carta muy típica, entre dolorida e irónica, escribió Nieto a su amigo Juan Manuel
Grau sobre sus últimas andanzas: “Noche maldita fué para mí la de nuestra última
despedida. Perdí mis cazadores, mis ordenanzas, un ayudante que se cansó de
perderse conmigo y yo me perdí también en el camino sin embargo de teacher por
guía al Imperdible o al que jamás se había perdido. Sancho decía que hay horas
menguadas y yo aseguro que no sólo hay horas sino años, períodos, épocas si se
quiere para algunos hombres y naciones. Mi patria padece largo tiempo y yo con ella
porque la adoro tanto o más que un joven loco a su querida y ya no encuentro el
remedio para salvarla y salvarme a mí y casi estoy tentado de hacerla hacer
libremente el papel de Mesalina y obrar yo como Aristipo, no por cierto en cuanto a la
amistad pero sí en cuanto al amor a la Patria. ¿Os parece bien? Sigo mi ruta. Llegué a
Paita bien comido y mal dormido y gravemente estropeado. Huve de bolver a Piura
para una función de armas a la que decían se había resuelto su leal guarnición y
esperaba la contestación de una nota que dirijí al gobernador sobre el particular, con el
rocinante envridado cuando hete aquí que se presenta el santo advenimiento y deja
estupefactos a todos... Con este motivo suvo o monto (no sé el término técnico marino
de que debo hacer uso aquí) en ‘Nuestra Señora del Carmen’ y vengo a esta ciudad en
el mismo tiempo que tardó Jesu Cristo en resucitar y suvir a los cielos conducido por el
último vástago del Congreso del Perú con la sola diferenca de haver vajado a los
infiernos pues el calor que se experimenta se parece algo al de aquellas tierras según
lo que tú mismo me has dicho”.257
Una vez en Guayaquil, Nieto se negó reiteradamente a las instancias de don Manuel
Ferreyros para que entrara en tratos con Gamarra. Seguía pensando que la única
solución para los problemas del Perú era un Congreso.258
El gobierno de Gamarra se encontró, en primer lugar, con una nota del cónsul Wilson
exigiendo protección a las personas y propiedades de los súbditos de S. M. B.
refiriéndose en especial a las mercaderías depositadas en los almacenes del Callao,
plaza sitiada por el ejército chileno aliado de aquel gobierno y, por lo tanto, susceptible
de saqueo. Igual solicitud hicieron los señores Suillard, agente francés, y Bartlett,
agente yanqui.
El gobierno de Gamarra dio con fecha 30 de agosto un decreto prohibiendo el comercio
de los extranjeros al por menor y ordenando la clausura de sus tiendas, en el plazo de
ocho días.
Con motivo de la declaratoria del bloqueo del Callao el 11 de septiembre los agentes
de Francia, Estados Unidos y la Gran Bretaña habían solicitado prórroga de algunos
días. El 13 se dirigieron al general en jefe del Ejército Restaurador, general Bulnes,
declarando que no reconocían el bloqueo; e instados a explicar la causa de su conducta
respondieron que faltaba al bloqueo una declaración formal y que el Callao no estaba
bajo el dominio del general Santa Cruz a cuyo gobierno solamente había declarado
Chile la guerra. Esto motivó la declaración de guerra del gobierno chileno a Orbegoso
(17 de octubre de 1838) y el decreto oficial del bloqueo del Callao de la misma
fecha.262
Las necesidades de la requisa crearon pronto otro incidente. Una partida de soldados
chilenos estaba una tarde en el puente de Lima deteniendo a cuanto caballo pasaba
con o sin jinete. El médico escocés Guillermo Mac Lean fue también detenido; se
resistió a consentir en la requisa y fue herido levemente en la cara. El cónsul general
inglés protestó airadamente de este atropello ante el gobierno peruano y —significativa
reiteración— ante el general Bulnes.263
Si de un lado el canciller Lazo a nombre del gobierno de Gamarra cumplía con cargar
sobre el escuálido fisco peruano los gastos del ejército chileno y de la campaña
restauradora, de otro lado quiso dar apariencias autónomas a su gobierno. Por decreto
de 15 de octubre, alegando Gamarra que las fuerzas peruanas y chilenas debían
marchar bajo un solo jefe, y que las atenciones de la administración no le permitían
ser general en jefe de las fuerzas unidas cuyo supremo mando y dirección debía
ejercer en la campaña inminente, nombró para el arduo cargo de general en jefe al
general Bulnes. Designación innecesaria y formulista pero acorde con los compromisos
contraídos al iniciarse la expedición.266
La nueva misión Egaña tenía como origen la persistencia de la Gran Bretaña para
plantear sus buenos oficios y como objeto nominal “observar atentamente la situación
del Perú, estudiar la opinión de sus habitantes con respecto al sistema federal y
calcular las probabilidades de suceso en la empresa de la Restauración. Pensaba el
gobierno (chileno) que el reconocimiento de la Confederación propuesto por la potencia
mediadora no podía fundarse sino sobre la suposición de que los medios empleados
para el establecimiento de aquella habían sido justos y legítimos”.270
Lima vivió unos días curiosos durante este tiempo. Abundaban las “bolas”. Los
montoneros pululaban por los alrededores: Bao en Canta, Rivas y Giménez en Yauli; y
por otro lado, en diversos sitios, Ninavilca, Rayo, Remolina... Las campanas repicaban
y había música callejera ante el menor anuncio favorable a los restauradores: la noticia
del pronunciamiento del sur, la actitud de Vidal, la entrada de La Fuente en Trujillo, el
combate de Matucana. La recluta era incesante. El teatro estaba clausurado. Las
contribuciones abundaban; y a algunos propietarios se les exigía 200 pesos o la
entrega de un caballo. El baile del 18 de septiembre se hizo notar por la inasistencia de
la sociedad más encumbrada, de la cual concurrió sólo la señora La Fuente. Las
prisiones abundaban; Necochea, García del Río, Aparicio, Ross, Díaz de la Peña,
Ganosa, Loyo, Herrero, Solar, Samudio, Quiroz, Guido, Álvarez, Galdeano, Aramburú,
Reyna, Telles, Perla, la señora Valle Riestra, las señoritas Úrsula Valdés, Carmen
Manrique de Lara, Armaza y Rivero son nombres de perseguidos. Antiguos amigos de
la Restauración como Martínez y Rodulfo estaban escondidos.271
11. Nuevas derrotas de los argentinos
Si había surgido una fuerte amenaza en el norte para Santa Cruz, nuevamente el
peligro del sur habíase ya desvanecido. Santa Cruz había declarado terminada la
campaña contra los argentinos demasiado prematuramente, pues a principios de junio
de 1838 fuerzas argentinas empezaron a amenazar Tarija. Pero una columna boliviana
alcanzó a dispersar y perseguir a una división argentina en el punto llamado Iruya (11
de junio de 1838). Al grueso de las tropas invasoras, mandadas por el coronel
Gregorio Paz, pudo también vencer el general boliviano Brown en compañía del general
O’Connor, hacendado de la región en la acción de Montenegro (24 de junio de 1838).
En realidad, no hubo resistencia argentina en Montenegro. El avance de los bolivianos
fue conocido en el campamento argentino por la polvareda que delató su marcha;
hubo tiroteo mientras los bolivianos subían una meseta en pos de sus enemigos pero
luego ellos se dispersaron en las alturas, los huecos y las ensenadas. La persecución
fue larga. Gran cantidad de almofreces, petacas, caballos cansados, jergas, aperos
quedaron abandonados por los fugitivos. Los coraceros para atravesar el río de
Cuyambuyo arrojaban las corazas para aligerarse.
La sequía y una plaga de langostas fueron alegadas luego por el general argentino
Heredia para explicar la paralización de la campaña. En realidad, ella se produjo por la
inferioridad de las fuerzas argentinas, tropas de tipo montoneril, y por la pobreza y las
dificultades políticas en que estaba el gobierno del Plata. El 12 de noviembre de 1838
el general Alejandro Heredia fue asesinado por una partida de militares; no faltando
con tal motivo acusaciones de culpabilidad contra Santa Cruz.272
Santa Cruz despachó al norte una división al mando del general Herrera que tenía el
título de general en jefe del ejército del Norte y Presidente del Estado Surperuano; con
motivo de las críticas que se habían hecho a este nombramiento y ocupado Herrera en
la guerra, fue nombrado presidente del Sur, Pío Tristán. Invocando el hecho de que
Orbegoso había cesado en su autoridad legal al defeccionar y que había contrariado los
votos y las resoluciones del Congreso de Huaura, única fuente de su poder, para cuyo
cumplimiento le fueron delegadas las facultades respectivas, nombró Presidente
provisorio del Estado Norperuano al mariscal don José de la Riva-Agüero y como
vicepresidente al general de brigada don Pedro Bermúdez (Decreto de 11 de agosto de
1838).275 Con fecha 18 de septiembre convocó a la reunión de una asamblea para
determinar la suerte del país: debía reunirse una asamblea del norte en Lima y otra
del sur en Cuzco, efectuándose las elecciones 15 días después de que terminara la
guerra contra el enemigo común.276
14. Santa Cruz planea y prepara la independencia del sur del Perú
Entre los decretos que dio Santa Cruz en el Cuzco, el que convocó a sendas asambleas
en Lima y Cuzco tuvo una virtualidad a la que no se ha prestado la debida atención. Ya
con fecha 13 de marzo había convocado un Congreso Plenipotenciario en Arequipa
para que se pronunciara sobre la continuación o disolución de la Confederación.
Este decreto había tenido como origen principal la oposición existente en Bolivia contra
el pacto de Tacna, de la que había sido un reflejo las discusiones del Congreso de
1837. El doctor Buitrago, uno de los que habían redactado dicho pacto, fue su más
ferviente opositor. El señor Torrico empleó en vano su dialéctica para defenderlo y tuvo
que declarar a nombre del Congreso que “jamás se consideraría el pacto”. Pero el acta
fue falsificada y en vez del “pacto no se considerará jamás” se puso “no se considerará
por ahora”. Y fue así como el Congreso de 1838 reunido extraordinariamente en
Cochabamba, que mereció el nombre de “canalla deliberante”, atemorizado con la
prisión de algunos diputados y la presencia de Santa Cruz aprobó este pacto (31 de
mayo de 1838). Sin embargo vino la convocatoria al Congreso de Arequipa, luego
transformada a los congresos especiales del Nor y Sur Perú y Bolivia. ¿Por qué esta
convocatoria sucesiva?
Es que no había dejado de influir sobre el ánimo de Santa Cruz la actitud de Orbegoso,
de Nieto y del Norte. Volvía a rumiar ahora aquella vieja idea de la segregación del sur,
nacida cuando Bolívar aceptó la fundación de Bolivia y soñó la federación de la nueva
República con el Perú; sostenida por Lazo prefecto de Puno en 1826; perseguida por el
propio Santa Cruz en aquel año, desde su sitial de Presidente del Consejo de Gobierno
del Perú; conversada para derribar a La Mar, entre Santa Cruz, Gamarra y La Fuente;
intentada por los amigos de Santa Cruz en 1829, según lo revelaron las prisiones
hechas en Arequipa ese año por Castilla y Amat y León; defendida por el deán Valdivia
desde las columnas de El Yanacocha en 1836 en oposición a la idea de Confederación;
reaparecida en las negociaciones entre Olañeta y Nieto en 1838.
“Convengo —escribía Santa Cruz a Calvo, encargado del mando en Bolivia— en que la
fusión del sur (del Perú) con Bolivia no será acaso conveniente; pero al fin quiero saber
cuál es el partido al que Ud. se inclina en el caso de deshacerse la confederación. La
independencia del sur a la que estoy dirigiendo todas mis medidas, creando intereses
propios, es en verdad lo que más conviene a la seguridad de Bolivia; siendo ese mismo
el resultado más cierto de la Confederación si durase algunos años. Más, en ese caso,
¿renunciaremos a toda indemnización por todos nuestros sacrificios? Arica sería un
buen compensativo pero imposible de obtener por voluntad. En queriendo tomarlo por
la fuerza, tendríamos que luchar otra vez, dando sin duda un buen motivo para la
reunión del Perú, a que siempre debemos oponernos como el mayor de nuestros
enemigos”.277
Entre tanto, debía vencer a los chilenos. El norte volvía hacia él los ojos, convencido de
su impotencia ante los invasores que habían excitado la indignación lidiando con
Orbegoso y el repudio con sus exacciones. El Callao tenía tanta importancia que si
caía, la guerra resultaría muy larga y azarosa. Por fin, se unió, pues Santa Cruz a las
divisiones Herrera, Otero y Morán. Para la custodia del sur quedó una división a cargo
de Cerdeña. Numerosos particulares habían escapado de Lima cuando entraron los
chilenos y habíanse unido al ejército confederal: Riva-Agüero, Tristán, Echenique,
Saco, Pardo de Zela, etc. Teniendo Jauja como baluarte, el ejército confederal llegaba
con sus avanzadas hasta Santa Eulalia donde estaban los generales Herrera y Otero; y
la vanguardia hasta Chaclacayo con Morán.
Con esta esperanza no exenta de recelos, Orbegoso rechazó una nueva gestión de paz
que hizo el plenipotenciario Egaña.280
Los lugares mencionados fueron marcados por Gamarra acompañado por Plasencia y
Torrico. Después de algunos movimientos de tropas de acuerdo con aquel plan, en otra
junta de guerra (3 de noviembre) con la presencia de Gamarra, Bulnes, Castilla, Cruz,
el plenipotenciario Egaña y el secretario general Barra se ratificó la decisión de la
retirada. Los enfermos y el equipo sobrante de la tropa fueron embarcados en
Chorrillos; inutilizadas las máquinas de la fábrica de pólvora se pusieron a bordo la
mayor parte de sus piezas; se acopió bestias de silla y se recogió todo el ganado
vacuno de los valles inmediatos; se previno a la división sitiadora del Callao que
marchara a Aznapuquio y a la escuadra que pasase a Ancón dejando en Chorrillos una
goleta con advertencias para los barcos que llegaran de Chile o del norte. Se tomaron
las precauciones para evitar un golpe de mano o de sorpresa.
Una vez más el pueblo de Lima revivía sus recepciones cortesanas. Como a San Martín
en 1821, a Bolívar en 1824, a Luna Pizarro en 1827, a Orbegoso en 1834, recibía
ahora a Santa Cruz. ¿Y el pronunciamiento del norte? ¿Y la impopularidad de “Jetiskan”
que había influenciado hasta al propio Orbegoso llevándolo a sublevarse contra su
propio gobierno, a ser revolucionario malgre lui como aquel medecin malgre lui que
pintó Moliere?
Hay que recordar que los chilenos habían entrado a Lima derramando sangre peruana.
No sólo los amigos de la Confederación sino los amigos de Orbegoso y Nieto estaban
contra ellos. Santa Cruz había lanzado proclamas y decretos tranquilizadores.
Orbegoso habíase puesto otra vez en entendimiento con él. Sin los productos de la
aduana del Callao, sin las barras de Pasco, sin el apoyo del comercio extranjero, harto
disminuido por lo demás, la situación económica del gobierno de Lima había sido
desesperada y había suscitado muchas exacciones. Un ejército extranjero ocupante de
una ciudad hostil no es tampoco nunca un modelo de moderación; y ya no estaba al
frente del ejército chileno Blanco Encalada con sus arrestos de paladín sino Bulnes,
soldado genuino.
18. Orbegoso entrega las fuerzas del Callao a Santa Cruz. Versión de
Orbegoso
Orbegoso había transado con Santa Cruz sin mandarle un plenipotenciario para firmar
un convenio y sin exigirle una declaración pública de sometimiento a la profesión de fe
de 1° de septiembre.
Desde Tarma Santa Cruz le pidió ocho piezas de artillería con todos sus útiles y
municiones y también una columna compuesta de la infantería que tenía de guarnición
el Callao. El mismo día en que Santa Cruz entró a Lima envió al mariscal Necochea al
castillo del Callao a pedir la tropa y el armamento diciendo a Orbegoso que los
enemigos estaban en Infantas decididos a batirse y que eran urgentes esos auxilios.
Orbegoso a pesar de que no había recibido contestación de algunas notas envió los
auxilios esa misma noche con el general Guarda, gobernador de la fortaleza. En el
Callao quedaron los enfermos, algunos marineros y el desventurado presidente del
Estado Norperuano que no había querido ni mandar sus tropas en persona ni regresar
a Lima libertada, no obstante que muchos vecinos habían ido a esperarlo. Cuando
Santa Cruz obtuvo las tropas del Callao hizo entender a Orbegoso que su ánimo al
aceptar la declaración del 1° de septiembre no había sido el de dejar las fuerzas bajo
las órdenes del propio Orbegoso; y que creía que todos sus ofrecimientos serían
cumplidos reuniendo, después de la derrota de los chilenos, una Asamblea en cada
Estado. Al mismo tiempo hizo ir al mismo jefe que estaba a cargo de la tropa, como
gobernador de la fortaleza y con la prevención que Orbegoso quedase a sus
órdenes.283
¿Por qué Orbegoso se despojó ingenuamente del único resto de fuerza que quedaba
bajo su poder? “El haber convenido en deshacerme —dice él mismo en uno de sus
escritos de aquella época— de la guarnición del Callao sin una garantía real que
hubiese asegurado el cumplimiento de los ofrecimientos del general Santa Cruz y
confiado únicamente en su firma, es el único cargo contra mí que no parece del todo
infundado... Ciertamente cometí un error que después trajo funestos resultados a la
Patria; y sin el que tal vez ahora no estarían los enemigos gozándose en la suerte de
sus víctimas. La premura con que el general Santa Cruz me mandó decir que iba a
batir a los enemigos en circunstancias en que despavoridos habían salido de la Capital,
en retirada, con fuerzas muy inferiores en todo a las que habían traído y el peligro de
que se embarcasen aún perdiendo su caballada y sus bagajes, no me dieron lugar para
asegurar las previas garantías que debía exigir antes de mandar la tropa. Por otra
parte ¿cómo había de persuadirme que el general Santa Cruz faltase tan abiertamente
a un compromiso que había estampado bajo su firma y que le había producido nada
menos que ser recibido de los pueblos como defensor, como aliado en lugar de caudillo
de una causa detestada generalmente? Su misma posición, su rango, su fama, la gloria
de que iba a cubrirse, eran otras tantas garantías para mí. Obré ligeramente, lo
confieso, y sufro las consecuencias de aquel error y las sufrí desde entonces
mismo”.284
La divergencia que surgió entonces giró alrededor del deseo que Orbegoso tenía de
conservar el mando de sus tropas, como presidente del Estado Norperuano hasta que
se reuniera la representación nacional; este era uno de los puntos de su declaración de
1° de septiembre a la que se había sometido Santa Cruz.
Años más tarde Santa Cruz aludió a estos hechos. A él no le fue dable —dijo—
reconocer a Orbegoso como presidente del Estado Norpe-ruano. El título de Orbegoso
provenía del alzamiento que hizo contra la Confederación; aceptarlo era declarar
anulada la autoridad protectoral y disuelta la Confederación, en cuyo caso Santa Cruz
no tenía derecho para estar en Lima ni para combatir a los chilenos. Conforme a los
decretos expedidos por las asambleas de Sicuani y Huaura, sigue diciendo Santa Cruz,
él era la sola autoridad legal de los Estados del Perú; y los actos ilegales y
tumultuarios de julio no eran bastantes para destruirlos. El anuncio publicado en El Eco
del Protectorado sobre el posible envío de un comisionado ante Orbegoso, aparte de
carecer de valor estrictamente oficial, se refería a la misión de atraerlo otra vez a su
deber e impedir su unión con los chilenos. Respecto a la carta privada a Orbegoso,
decía Santa Cruz: “Contestaré a aquel cargo confesando paladinamente que en medio
de la multitud de negocios graves que llamaban mi atención cuando escribía la carta
agitado por la idea de fatales consecuencias para la causa pública, de la pérdida del
Callao y deseoso de conciliar en cuanto fuese posible las pretensiones del general
Orbegoso, no me fijé mucho en la naturaleza de todas las que contenía el papel que
dió a luz acerca de su profesión de fé política: en aquel momento en que todo era
incierto y en que no debíamos pensar en más que debelar al enemigo, no hice alto en
la solicitud del general Orbegoso de permanecer en las fortalezas como autoridad
independiente hasta que se reuniese la Representación Nacional; y juzgando que esta
reunión sería el objeto importante de sus aspiraciones, no dudé en prometer mi
aquiescencia a sus demandas, pues yo también anhelaba reunir la Representación
Nacional de los tres Estados. Este fué mi error, que tal vez merezca alguna disculpa,
tanto por las circunstancias ya expresadas cuanto por la consideración de ninguna
seguridad que la interposición de fuerzas enemigas ofrecía para la correspondencia; lo
cual me obligaba a no entrar en tantos pormenores y a contraerme tan sólo a las
materias de interés general”. Además, dejar al Callao atrás en situación dudosa, era
cometer un craso error militar.285
¡Doblez de político!, se dirá incrédulamente ante esta defensa. Todos los ofrecimientos
y seguridades antes de lograr la guarnición del Callao y el olvido de ellos al conseguir
ese objeto. Tal vez fuera así. Pero es cierto que las necesidades de la guerra no
permitían la bifurcación del mando ni era conveniente ya el separatismo del Callao.
Además, esa guarnición estaba en realidad por Santa Cruz. Orbegoso era prisionero de
ella, con mera libertad de hablar y de escribir; como había sido prisionero de la
oligarquía militar gamarrista en palacio durante los primeros días de su presidencia,
antes del 4 de enero de 1834. Santa Cruz había ascendido a los jefes del Callao:
Manuel Guarda y Francisco X. Panizo, a generales de Brigada; Juan José Panizo a
capitán de navío; Domingo Valle Riestra a capitán de fragata; Enrique Pareja a
coronel; Miguel Saldívar a capitán de Corbeta.286 Ninguno de los agraciados había
protestado. “Con el coronel Guarda estamos en comunicación”, decía el general
Herrera en una nota que fue publicada.287 Una carta de Pedro Astete en el Callao a
Santa Cruz le daba seguridades de que en el castillo era difícil una sublevación a favor
de Orbegoso y de que este mismo no la deseaba, salvo el caso de estar influenciado
“por aquella señora de Lima”.288 En último caso, ¿cómo los jefes, oficiales y tropas
incorporados al ejército confederal no protestaron ni entonces ni después por haber
sido alejados de Orbegoso?
Hay en esta nota un inconsciente tono entre trágico y bufo. Principia Orbegoso por
reconocer el ascenso dado a Guarda por Santa Cruz cuando Guarda mandaba las
tropas orbegosinas. Da las gracias a una guarnición que lo había abandonado y pide
premios para ella.
Pero ahora, en Orbegoso dialogando con su propio espíritu atribulado se despierta una
fiebre de escritor. La soledad y la desgracia son sus musas. Y entonces redacta una
Protesta a la Nación. Allí recuerda su ilusión en la Confederación Perú-Boliviana de
derechos equivalentes, desvanecida con el pacto de Tacna y los incidentes posteriores.
La revolución de julio ajena a su voluntad pero que le puso en el trance de optar entre
los peruanos y sus opresores. La batalla de Guía, señal de los propósitos proditorios de
Chile. El golpe de caballo que sufrió y la entrada al Callao ocho días después de la
batalla. El arreglo con Santa Cruz y su engaño. El cese de su autoridad por falta de
medios materiales. “Más en mi carácter de última autoridad legal —agrega— protesto
solemnemente ante la nación y el mundo contra todo acto atentatorio a la soberanía
del pueblo, a la independencia y a la dignidad del Perú”. Prosigue en seguida
declarando que se ha negado a secundar al ejército chileno a pesar de ofertas
reiteradas de reconocerlo como presidente, hechas hasta el día antes de abandonar el
asedio. “Tampoco ha sido posible ajustarme con S. E. el Presidente de Bolivia contra
cuyo régimen humillante se han pronunciado los pueblos con entusiasmo y cuyos
principios son reprobados por todas las naciones del continente americano como
opuestos a las luces del siglo. El abatirá el orgullo chileno; esto está en el orden de las
cosas. Si él entonces no desconoce su posición, si no se alucina con quiméricas e
irrealizables esperanzas dejará a mi patria en libertad para disponer de sí propia y de
este modo ganará lauro inmortal. Más si, por el contrario, se obstinase en violentar la
tendencia popular, su dominación será tan precaria como la de todos los que han
pretendido sobreponerse a la voluntad nacional”. Algo más agrega todavía: el país
puede utilizarlo pero con la condición de que no volverá a ejercer el mando supremo.
Reclama luego la unión sagrada contra Chile; pero sin ingerencia extraña. “Soy
hombre —prosigue— y no he podido hacer más en desempeño de la misión que me
confiaron los pueblos y que acepté no por miras personales sino para cooperar al
restablecimiento del pabellón bicolor, en su gloría primitiva y el de las instituciones
patrias. Ahora doy la última prueba de consagración a la causa pública separándome
de la tierra querida donde ví la luz primera: alejándome de los lugares donde yacen las
cenizas de mis abuelos: entregando mis hijos a la orfandad: abandonando cuanto
tengo de caro y sagrado en el mundo: mi familia saqueada, insultada y arrestada en
mi propia casa por las bayonetas enemigas y tratada indignamente por ellas. Dejo mi
corazón en la Patria: en la Patria por la cual solo he vivido, por la cual solo he
continuado viviendo”. Termina expresando su gratitud a los compatriotas por la
confianza depositada en él en distintas circunstancias; y su deseo de consagrarles sus
últimos días “que ha querido perdonar la muerte en las jornadas en que la fortuna
traicionó el valor de los defensores del Perú”.290
En esos días circularon proclamas firmadas con el nombre de Orbegoso incitando a los
peruanos a unirse al Ejército Restaurador contra Santa Cruz. El 26, todavía en la bahía
del Callao, a bordo de la “Andromede” Orbegoso escribió con tal motivo una nueva
protesta. “Mi conducta —agregaba— desde que mis enemigos invadieron el país, hasta
que levantaron el sitio del castillo el 8 del corriente, debe haber marcado a mis
compatriotas mis principios. Todo el que sienta correr en sus venas sangre peruana y
abrigue nobles sentamientos está obligado a hacer la guerra a los invasores de la
patria; que la han hollado, derramado a torrentes la sangre peruana, saqueado las
propiedades, encendido la anarquía y que aún aspiran a degradarnos, colonizarnos y
destruirnos. Bien lejos yo de aconsejar a mis compatriotas unirse a sus bárbaros y
crueles enemigos, he preferido expatriarme dejando a mi familia en la orfandad antes
que conservar, (transigiendo con ellos en la humillación de mi patria) mi puesto y mis
particulares intereses.
Estos son mis sentimientos y los serán constantemente. ¡Ojalá que mis compatriotas
animados del santo ardor que inspira el patriotismo, se unan todos para arrojar del
suelo peruano al ejército invasor que tiene sumida la patria en consternación y
amargura! —A bordo de la fragata “Andromede” en el Callao, 26 de noviembre de
1838. —Luis José Orbegoso”.292
Nótese que en toda esta literatura pública, Orbegoso acalla su resentimiento contra
Santa Cruz y exhala su resentimiento contra los chilenos. En el fondo es la misma
actitud que tuvo antes del pronunciamiento de julio y que inspiró su declaración de 1°
de setiembre: acabar ante todo con la invasión chilena.
Pero no por eso Orbegoso resulta aliado de Santa Cruz. La prueba está en la frustrada
entrevista de la “Andromede” y en su viaje mismo. Más tarde llegó a afirmar que el
desprecio manifestado por Santa Cruz a la opinión netamente peruana, restó
popularidad a su causa desde los días siguientes a su triunfal recepción en Lima;
empezando la gente a considerar la guerra como un asunto de dos ejércitos
extranjeros.
Embarcado en una goleta mercante, Orbegoso salió del Callao el 4 de diciembre con
destino a Guayaquil.
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244 Don Manuel Ferreyros estaba todavía en Guayaquil. No aceptó el ministerio de Hacienda. Alegó en carta
particular a Gamarra repugnancia a dicho cargo desde sus conversaciones en Puno, Lampa, Cuzco y Lima en otra
época y en Guayaquil más recientemente. Aún sin su horror “al caos de la hacienda peruana que los gobernantes y
la avaricia extranjera deben haber enmarañado, más y más”, él era “mediano administrador de Hacienda” y le
faltaban conocimientos para ministro del ramo, se sentía incapaz y no miedoso. (Ferreyros a Gamarra, 6 de octubre
de 1838, original en la BNP.)
245 El Peruano, N.º 2, 28 de agosto de 1838, N.º 3 de 31 de agosto, N.º 4 de 4 de septiembre.
246 Al público, hoja suelta; sin pie de imprenta ni fecha.
247 Memoria cit., p. 46.
248 Protesta hecha por el general Orbegoso desde el castillo de la Independencia a donde se ha acogido y cuya
copia ha venido a esta capital por varios conductos. Imp. del Estado por E. Aranda. Reproducido en Al pueblo
americano, Guayaquil, 24 de noviembre de 1838, firmada por Orbegoso en el ejemplar de la BNP.
249 Carta escrita por S. E. el presidente provisorio Gran Mariscal D. Agustín Gamarra al de igual clase militar Exmo.
Sr. D. Luis José Orbegoso (Hoja suelta sin fecha y sin pie de imprenta).
250 Al público americano, Guayaquil, 29 de octubre de 1838, Imp. de Manuel I. Murillo.
251 Plasencia, Diario, pp. 21 a 25 con un mapa. —Santa Cruz, manifiesto, p. 164. Oficialmente y en cartas privadas
los santacrucinos sostuvieron que los vencedores habían sido ellos: cartas de Herrera a Vivas, Jauja, 30 de
septiembre; Otero, 31 de septiembre, de Santa Olaya a Vivas.
252 Lizarburu a Gamarra, 28, 30 de octubre, 22 de diciembre. Archivo de la BNP.
253 Mejía a Castilla, 12 de septiembre de 1838 desde Huaraz. Archivo de la BNP.
254 Plasencia, pp. 32 y 33.
255 D. Nieto a La Fuente, 6 de septiembre de 1838. Archivo de la BNP.
256 Memorias cit., pp. 45 y 48.
257 Nieto a Grau, Guayaquil, 5 de octubre de 1838. Archivo de la BNP.
258 Ferreyros a Gamarra, Guayaquil, octubre (en la BNP). Ferreyros no coincidía con la opinión de Nieto por temor
a que se repitiesen los desórdenes del año 22.
259 “No conoce Ud. —decía el N.º 2— que la plebe cuando lleguen a su colmo las medidas que UU. ponen hoy en
planta para trastornarlo todo a mano armada atacaría a UU., los saquearía y haría de UU. un San Francia que nadie
podría evitar?” “No, no, señorita, nuestras Escuadras... Malditas sean sus escuadras ¿valdrían éstas cuando llegase
el caso de darles un golpe de mano?”
260 “Pero señorita ¿qué es lo que han hecho los señores extranjeros en Lima? —No guardar neutralidad, ingerirse
en las contiendas y diferencias de los peruanos, atizar el odio y rencor de los partidos y procurar que el país nunca
pueda tener orden ni arreglo. Algunos han usado de tan poca delicadeza y decoro que se han jactado de causarnos
males y para que ellos sean más efectivos y más crueles se han plegado al usurpador del país, al tirano Santa Cruz,
por él están decididos abiertamente. La otra noche estuvo aquí, don Guillermo y disparató tanto y ensalzó tanto a
su amigo como él llama al idiota jetón que tuve un mal rato... Pobres de los peruanos si en Inglaterra u otra nación
tuviesen el más ligero desliz; no los tolerarían un momento; pero nosotros estamos condenados a que en nuestra
casa todos los extranjeros quieran mandar” (El Periodiquito, N.º 3. Ver en el número 5, “El inglés y la limeña” y en
el N.º 6 “Diálogo entre una señorita limeña y un mercachifle”.
261 Colección de los tratados, convenciones, capitulaciones, armisticios y otros actos diplomáticos y políticos
celebrados desde la Independencia hasta el día, por Ricardo Aranda, tomo x, Imp. del Estado, Lima, 1907, p. 239 y
siguientes. Reproducido en Las relaciones entre Méjico y el Perú. Archivo Histórico Diplomático Mejicano, 1923,
tomo 4, p. 37 y siguientes.
262 El Peruano, N.º 13 de 5 de octubre de 1838, N.º 22 de 6 de noviembre. Oficios de Bulnes cit. Sotomayor
Valdés, iii, p. 427.
263 Las notas de Wilson que se conservan en el Archivo de Límites son de una dureza extrema. El gobierno las
publicó en forma parcial e incorrecta, según el propio Wilson (El Peruano, N.º 7). Inclusive el agente británico
llegaba al sarcasmo personal. “El Sr. Lazo —dice en su nota de 15 de Septiembre— aduce un cargo al infrascrito por
la omisión de haber protestado contra el armamento de los castillos del Callao donde están situados los almacenes
de la Aduana; pero seguramente el Sr. Lazo que era el único ministro del gobierno del general Orbegoso a tiempo
que en la mayor parte se verificaba esta obra, no habría consentido en tal acto de ingerencia con la defensa militar
de una nación para resistir a la invasión próxima a su territorio por un ejército extranjero; tampoco las
circunstancias de haberse efectuado esta invasión bajo el carácter de una Restauración chilena varía en nada la
cuestión viéndose que la tal proyectada Restauración chilena fué solemnemente protestada y resistida como una
invasión por el gobierno que entonces sirvió el señor Lazo.” (En el Archivo de Límites.)
264 “Estoy siempre fijo en mis opiniones respecto de las fuertes potencias —escribía Ferreyros a Gamarra— nada de
tratados ni de cónsules y agentes diplomáticos ni de estaciones: ni un buque de guerra extraño quiero en los
puertos americanos. Que el niño ataque el pan del gato o este quiera quitar su pan al niño ¿cuál de los dos saldrá
en todo caso arañado?” (Ferreyros a Gamarra, desde Guayaquil, 18 de diciembre de 1838. En la BNP.
265 Aranda, colección de tratados cit. Tomo iv, 1892, pp. 47 a 49. Cuéntase que La Fuente, uno de loa principales
restauradores en su vejez era senador cuando se discutió el tratado de alianza con Bolivia. Habiendo opinado que
este tratado traería a los chilenos otra vez al Perú, alguien le interrumpió diciendo que él los había traído en 1838.
La Fuente repuso: “Los trajimos bien pagados. Ahora vendrán como invasores”.
266 El Peruano, N.º 18 de 23 de octubre de 1838.
267 El Peruano, N.º 15 de 12 de octubre de 1838.
268 Izquierdo a Gamarra, 7 de octubre de 1838. Archivo de la BNP.
269 “Este señor, como Ud. conoce, es testarudo, no lo creo su amigo y tal vez quiera variar la influencia política me
parece que muy a destiempo y siendo también muy pusilánime y cobarde quiera tentar otro Paucarpata. Por de
contado, la pandilla de Pardo y Vibanco será la primera en rodearlo y lo que pueden decirle Ud. lo conoce”, (ídem,
id.). En su carta siguiente Izquierdo insiste en que a pesar de la ocupación del norte y la victoria de Matucana,
Egaña está prevenido en contra de Gamarra (17 de octubre).
270 Mensaje del Presidente de Chile el 1° de junio de 1839.
271 Diario de los sucesos ocurridos en Lima (El Eco del Protectorado, N.º 121 a 128 y N.º 132). Cartas particulares,
archivo de la BNP.
272 Memorias de O’Connor cit., pp. 270, 277, 282 con algunos detalles de testigo y actor. El Eco del Norte, 28 de
julio de 1838; El Araucano, 2 de noviembre de 1838. En carta de Allende a Gamarra, aludiendo al asesinato de
Heredia y a la posibilidad de que la mano de Santa Cruz estuviera oculta allí, decíase: “Pero con esa muerte el único
que ha perdido es Santa Cruz porque cualquiera que reemplace a Heredia no será tan borracho, tan ladrón y tan
cobarde como el finado”. (Archivo de la BNP.) Una relación del asesinato publicada en El Mercurio de Valparaíso de
12 de marzo de 1839, concluye diciendo: “Por lo que a mí toca, creo que el general Heredia ha sido víctima de sus
excesos y sus excesos efecto de las circunstancias tormentosas y complicadas en que lo puso la falta de recursos”.
273 O’Connor, Memorias cit., pp. 283 y 284.
274 Carta citada más atrás a propósito de la expedición Freire.
275 El Eco del Protectorado, N.º 122 de 19 de septiembre de 1838.
276 El Eco del Protectorado, N.º 124 de 22 de septiembre de 1838.
277 “La proscripción y la defensa de Mariano Enrique Calvo”, p. 4, Carta de 26 de septiembre. Calvo publicó
también su respuesta “lo que sí no me parece político ni llano es tratar de hacer una nación compacta del sur y de
Bolivia. Ya he dicho a Ud. en mis anteriores lo que siento a este respecto y ahora para no volver a tocarlo, sólo
recordaré a Ud. que en esto mismo pensó Ud. antes de la Confederación, en época por supuesto más favorable que
la presente para emprenderlo: entonces todo el sur huyendo del despotismo y de la anarquía al mismo tiempo que
de la supremacía de Lima clamaba por unirse a nosotros y parece que algo tuvo Ud. que trabajar para que la
Asamblea de Sicuani no se pronunciase en este sentido: entonces Bolivia, orgullosa y deslumbrada con los triunfos
de Yanacocha y Socabaya habría visto la cosa si nó con agrado, por lo menos con poca repugnancia: ahora es todo
lo contrario, los pueblos del Perú si es de creer a los que han venido de ellos, empezando desde el señor Torrico,
están cansados de la intervención boliviana; nos ven como a sus conquistadores y opresores; los de Bolivia nunca
han podido digerir esta amalgama; y después de todo lo ocurrido con motivo del pacto de Tacna, éste sería un
nuevo y más precioso pretexto para que retozasen los malvados... ¿Cómo se haría la fusión? ¿Conservando Bolivia
alguna superioridad o cediéndola al sur? Tan malo es lo uno como lo otro y conservar un justo medio es tan
imposible como inútil y perjudicial: conservando el sistema representativo no haríamos más que traer a nuestros
congresos una semilla infernal de anarquía y desorden; en una palabra, si por nuestra pequeñez y nuestros
principios republicanos no podemos pensar en agregarlo como conquista, mejor es tratar de consolidar la
independencia y separación del norte que nos proporciona casi todos los bienes de la unión sin exponernos a sus
males”.
278 El Eco del Protectorado, N.º 125 de 26 de septiembre de 1838.
279 Al público americano. Documentos interesantes sobre los actuales acontecimientos del Perú, Guayaquil, Imp. M.
I. Murillo, 24 de noviembre de 1838. —Fechada el 26 de octubre. También incluye una carta a Santa Cruz fechada
el 28 de octubre, en los mismos términos.
280 Sotomayor Valdés, ob. cit., iii, p. 404.
281 Diario Militar cit., p. 44.
282 El Eco del Protectorado, N.º 125 de 26 de septiembre de 1838.
283 Memorias de Orbegoso, Paz Soldán, p. 321. Breve exposición de Guayaquil, julio de 1839, cit., pp. 28 y 29.
284 Breve exposición de Guayaquil, julio de 1839, cit., pp. 30 y 31.
285 Santa Cruz, manifiesto cit., pp. 170 a 173.
286 Decreto de 18 de septiembre, en El Eco del Protectorado, N.º 124 de 22 de septiembre de 1838.
287 Tarma, 8 de septiembre, en El Eco del Protectorado, N.º 124 de 22 de septiembre de 1838.
288 1° de Noviembre de 1838. Ver también la carta del misino Astete a Herrera, 31 de octubre (Archivo de la BNP.)
289 Protesta: “Debiendo los peruanos tener conocimiento de los documentos siguientes, que no fué posible publicar
en Lima, en las fechas en que tuvieron lugar y que sólo corrieron manuscritos, con el riesgo de ser confundidos con
otros apócrifos que inventó la perfidia de los enemigos de aquel país, se ha aprovechado de la primera ocasión para
darlos a la prensa”. —Guayaquil, Imp. de M. I. Murillo, 17 de diciembre de 1838. (Ejemplar entregado a la BNP por
don Pedro Orbegoso.)
290 Protesta cit.
291 Paz Soldán, ob. cit., p. 229. Orbegoso no cita esta entrevista ni en su Manifiesto de Guayaquil en 1839 ni en
sus Memorias publicadas por su hijo don Pedro y por Paz Soldán.
292 Protesta cit., publicado en Guayaquil, 17 de diciembre de 1838.
EL AGUACERO Y EL SAUCE
Don Ricardo Palma ha contado que niño todavía, cierto día, en que al anochecer su
familia tomaba “el fresco” en el patio de su casa en la calle Rastro de San Francisco,
vio pasar una cabalgata compuesta de varios jinetes llenos de polvo y deprisa; y que
con infantil espontaneidad gritó al verlo: “Viva Santa Cruz”. Uno de los jinetes se
volvió y se quitó el sombrero. Era el propio Santa Cruz que entraba a Lima.326
Más tarde en el palacio de Riva-Agüero, Santa Cruz hizo entre lágrimas el relato de la
derrota. Él, tan frío y tan reservado, lloró esa noche como un chiquillo. Pero aún había
esperanza. El 26 de enero fue firmada en el salón de gobierno un acta por el cabildo
eclesiástico, los magistrados y algunos padres de familia. En su proclama, después de
detallar las circunstancias de la derrota, decía Santa Cruz que el ejército combatiente
no estaba perdido por completo, pues sus numerosos restos marchaban reunidos a
ocupar el valle de Jauja, los ejércitos del centro y el sur estaban intactos y la fortaleza
del Callao contaba con los elementos necesarios para un largo asedio. “Acepten los
enemigos —agregaba— los medios de que quede disuelta la Confederación por la
expresión de la Representación Nacional; acepten mi renuncia de toda intervención en
el Perú y aún de la vida pública”.327
Cuatro días estuvo Santa Cruz en Lima, donde dejó a Vigil con alguna fuerza. En el
Callao quedó Morán al frente de la guarnición.
Todavía pensó Santa Cruz en la posibilidad de la paz. Contestando una carta que le
había dirigido O’Higgins decíale: “Si Ud. por sus relaciones con el general en jefe del
ejército chileno y por su influencia pudiese contribuir a que nos entendiésemos, yo por
mi parte me prestaría gustoso a retirarme del otro lado del Desaguadero con las tropas
de mi mando quedando in statu quo los Estados Sud y Nor Peruanos; convocando las
respectivas autoridades en uno y otro Estado y en Bolivia los Congresos
extraordinarios que resuelvan definitivamente sobre la suerte del país y quedando
obligadas ambas partes beligerantes a observar estrictamente la resolución de los
legítimos Representantes de los pueblos”. Y en carta de 28 de enero, de regreso del
Callao contestando a otra de O’Higgins, interesándose siempre por la paz, lo autorizó
para procurar una negociación que salvara el honor y los derechos de los pueblos
evitándoles las calamidades de la guerra civil a la que estaban expuestos “por la
duración de una guerra a cuyo mal no estaba menos expuesta la República de Chile”.
Al mismo tiempo le entregó unos apuntes privados para las presuntas negociaciones.
Decían ellos textualmente:
1° Chile ha obtenido cuanto podía desear en un triunfo que asegura sus derechos y sus
pretensiones y no debiera pasar adelante para correr nuevos riesgos que nacen de la
disminución del ejército chileno y del aumento de las fuerzas de Gamarra que será
luego un peor enemigo de Chile que Santa Cruz.
(Véase aquí cómo aún en estas negociaciones póstumas, Santa Cruz insistía en su idea
del Perú dividido en Sur y Norte, cuya preparación había revelado a Calvo el año
anterior. Es el obscurecimiento y la negación del pan peruanismo que en otros
momentos encarna Santa Cruz.)
3° El general Santa Cruz repasará el Desaguadero con sólo las tropas bolivianas
absteniéndose de toda intervención en el Perú, sea que continúe gobernando aquel
país o no; en cualquier caso debe Chile por su interés sostener la independencia de
Bolivia sin consentir en las pretensiones de Gamarra sobre él. Si la Confederación ha
sido mala, peor sería la conquista de Bolivia por el Perú.
(Aquí está visible el eje de la política en el Perú y Bolivia entre 1828 y 1841. O
Gamarra o Santa Cruz: o la intervención de Bolivia en el Perú o la subyugación del
Perú por Bolivia. El destino no falló dentro de ese dilema: dio a Gamarra el triunfo en
el sentido de que fracasó la intervención santacrucina y falló a favor de Santa Cruz en
el sentido de que fracasó la penetración peruana en Bolivia dos años más tarde;
redundó en beneficio del Perú por cuanto no se produjo su balcanización mediante la
cisión del sur y en perjuicio del mismo porque no prosperó la pan peruanidad y antes
bien se entronizaron los recelos y las enemistades con Bolivia.)
4º Para que Chile obtenga una pronta indemnización de los gastos de guerra que le
debe el Perú y pagos de su ejército, puede exigir que el puerto de Arica se incorpore a
Bolivia a condición de que Bolivia pague dos millones de pesos en compensación a la
posesión de este puerto. De este modo quedarían más equilibrados los tres Estados y
más asegurada la influencia de Chile sobre todos ellos y pagado Chile que no lo será de
otro modo.
Si para consolidar los tratados con Bolivia y los Estados del Perú se creyera
indispensable que el general Santa Cruz se apartase de la escena política, no será
difícil obtener su voluntario apartamiento sobre la base de que se respete la
independencia de su Patria haciendo Bolivia con Chile tratados que ambas partes
convienen, en precaución de las malignas miras de Gamarra y de los generales y jefes
del Perú. Un paso más que dé el general Bulnes de adelante, dejando Lima y el Callao
en poder de Gamarra corre a su ruina y es necesario que aproveche el momento más
feliz para negociar con ventaja en favor de su patria contando con la lealtad del
general Santa Cruz y con el fastidio que ha mostrado por la duración de la guerra.328
Es el “programa mínimo” que siempre tuvo Santa Cruz incluyendo ahora su retiro a
causa de la derrota. Es algo más todavía: una conversión chilenófila de Santa Cruz. El
más taimado enemigo del Perú no hubiera planteado proposiciones más dañosas para
la integridad y la unidad peruanas. Si Chile hubiera querido obtener en forma definitiva
su supremacía en el Pacífico habría aceptado esta vez el trato con Santa Cruz. Portales
vivo, Portales en el Perú seguramente hubiese tendido entonces la mano a su
enemigo. La derrota hacía a Santa Cruz acordarse de que era ante todo y sobre todo
boliviano; el triunfo lo volvía panperuano. Y es que vencido estaba constreñido al
altiplano y necesitaba que el Perú fuera vecino débil; vencedor, restauraba los linderos
del Virreinato y Bolivia no resultaba sino una de sus provincias. Su aparente duplicidad
tenía la lógica de la ambición. Ahora quería que el Perú pagara con su ruina las
consecuencias de Yungay. Y es que estaba enloquecido por el temor de que Gamarra
triunfante se apoderase de Bolivia y de que Chile lo matara políticamente, viniendo
luego la ruina o la conquista de Bolivia a servirle de sepulturero.
Contando con estos elementos, el plan de Santa Cruz era hacer una capitulación
honrosa y luego consagrarse exclusivamente a Bolivia.330
Santa Cruz llegó a Arequipa el 14 de febrero, el mismo día y a la misma hora en que
Salaverry, vencido, había llegado a esa misma ciudad, cuatro años atrás, para ser
fusilado.
Cuando sus amigos de Arequipa supieron que se hallaba en Vitor en viaje a aquella
ciudad movieron al pueblo, inclusive de los alrededores, empavesaron las calles y el
recibimiento fue muy suntuoso. Cuatro días después fue reunida en la pampa de
Miraflores una multitud como de seis mil hombres y Santa Cruz le pasó revista. Pero
pronto le enteraron de que la revolución estaba hecha virtualmente en Bolivia por
Velasco y en Puno por Ballivián, sus segundos, sus secuaces. Entonces mandó una
carta al cónsul inglés en Islay, Crompton, para que lograra que permaneciese en ese
puerto durante algunos días más la fragata inglesa allí fondeada. Luego, supo por los
propios conspiradores que se estaba preparando la revolución en la propia Arequipa
para ese mismo día 20 de febrero en que pensaba marchar a Puno y de allí a Bolivia
para contener la revolución y “armar hasta a las ratas”.331
Santa Cruz y Cerdeña escondieron en casas amigas algunos objetos de interés; y una
compañía municionada fue llamada a su casa retirándose al interior y quedando sólo el
centinela en el zaguán. Entre tanto Santa Cruz se dedicó a recoger y guardar papeles.
Los comisionados exigieron el nombramiento de don Pedro José Gamio como prefecto
y comandante general del departamento y que el propio Santa Cruz lo hiciera
reconocer. Santa Cruz aceptó y enterado el pueblo aumentaron los vivas a la República
y a Gamarra. Llegó Gamio “con gran pueblada y vivas” y Santa Cruz le dijo: “El pueblo
ha pedido que nombre a Ud. prefecto y comandante general. Queda Ud. nombrado por
mí y espero que tomará Ud. providencias para conservar el orden; yo me retiraré del
país”.332
Salió Gamio a la calle y dijo a los manifestantes: “Vamos a un cabildo abierto”. (Dentro
del derecho consuetudinario de la época, el cabildo abierto era la solución para casos
como éste.) Santa Cruz hizo que Cerdeña acompañara a Gamio y lo aconsejara. Los
gritos y los vivas en la prefectura eran estruendosos; y por las calles corrían los
hombres en busca de armas. (Arequipa era entonces la ciudad donde al sonar las
campanas tocando a rebato las puertas se abrían y hombres armados salían de sus
casas preguntando: “¿Por quién, por quién combatimos?”. En Lima, en tanto, como
observaba el inglés Archibald Smith, lo corriente era que cuando sonaban unos tiros
por Monserrate se cerraran todas las puertas hasta el barrio de Guadalupe.)
“Santa Cruz dio orden —dice Valdivia— para que el batallón viniese a la calle, y
sirviese como de su guardia. De repente se oyó un trueno espantoso, y cayó un rayó a
cuadra y media de distancia de la casa de Cerdeña, que destrozó un sauce colosal; y
principió la lluvia. Santa Cruz se colocó en medio del batallón, cuándo ya se oían
algunos tiros y gritos del pueblo en diferentes direcciones. El batallón marchó a paso
redoblado con lluvia fuerte: tomó el camino para el panteón con orden de ir a tomar la
Laja.
“El aguacero era muy fuerte, los rayos se veían caer a diferentes distancias. Sin
embargo, Santa Cruz pudo tomar el camino de la Laja; y adelantándose ya del
batallón, llegó a Congata, chacra de La Jara.
“Debemos consignar aquí un hecho notable de doña Petronila Herrera y Rivera, mujer
de Meléndez, vecina de la calle de la Ranchería, y hermana del maestro de Postas, don
José Herrería y Rivas. Avisada de lo que había sucedido con Santa Cruz, preparó una
alforja y colocó en ella una gallina sancochada, pan, bizcochos, chocolate, chocolatera,
platos, cucharas, trinches, cuchillos, vino, un anafe, huevos duros, posillos, servilletas,
un par de botas, un par de medias, un sombrero, cigarros puros y de papel; y con un
mozo experto de los de la posta le mandó ese auxilio al General Santa Cruz; que lo
había recibido como a las dos de la mañana.”
(También una mujer del pueblo de Arequipa ayudó a Santa Cruz cuando en cierto
amanecer dorado corrió a advertirle el loco avance de Salaverry. Otra mujer lo
despedía ahora con su rústico homenaje, más valioso que el de los cortesanos lujosos
e infidentes.)
“Santa Cruz tomado ese ligero desayuno, con sus ayudantes y seis soldados de su
confianza que lo acompañaban, salió de Congata poco después de las cuatro de la
mañana, para el tambo de La Jara, sin ser sentido del batallón, que se alojó un poco
distante de la casa.
Así se perdió de vista, por los arenales, para siempre, fugando en medio de la lluvia,
los rayos y los disparos el que tan orgullosamente había ostentado los títulos de “Gran
Ciudadano, Restaurador y Presidente de Bolivia, Capitán General del Ejército, General
de Brigada de Colombia, Gran Mariscal Pacificador del Perú, Invicto Protector Supremo
de los Estados Sur y Nor Peruanos, Supremo Protector de la Confederación Perú-
Boliviana”, condecorado con las medallas del Ejército Libertador, de los Libertadores de
Quito, de Pichincha, de Junín, de Cobija y con la del Libertador Simón Bolívar, fundador
y jefe de la Legión de Honor de Bolivia y del Perú, Gran Oficial de la Legión de Francia,
etc., etc.
Santa Cruz expidió dos decretos fechados en Arequipa pero posiblemente redactados
en el destierro anunciando su intención de retirarse del país. He aquí esos decretos
inspirados evidentemente en la abdicación de Fointainebleau, así como la carta que
dirigió al Presidente de Bolivia y dos proclamas, una a Bolivia y otra al Perú.
Excmo. señor:
Excmo. señor:
Las últimas ocurrencias de Bolivia en coincidencia con las de Puno y Yungay, me han hecho expedir los decretos de
esta fecha que acompaño, en los cuales renuncio el Protectorado de la Confederación Perú-Boliviana, y también la
Presidencia de Bolivia, que ejercía legalmente.
Aquellos desgraciados sucesos y los informes que se me han trasmitido, de ser necesarios estos actos, para el
reposo y seguridad de Bolivia, me deciden a tomar una resolución, que, si no es enteramente legal en el modo, está
autorizada por las circunstancias. Yo debo ceder a la salud de la Patria, por quien estoy dispuesto, no sólo a dimitir
con gusto la autoridad, sino a sacrificar mi existencia.
Si la Confederación no ha sido conveniente a los Estados, o si no ha podido sostenerse, he padecido un error común
a todos aquellos Bolivianos y Peruanos, que, teniendo la representación de sus respectivas Repúblicas,
contribuyeron al establecimiento y sostén de ella: error de que también han participado casi todos los hombres que
han mostrado algún interés por la prosperidad de estos pueblos.
A mí, me queda el consuelo de no haber conducido esta obra sino consultando el engrandecimiento, la paz estable y
la íntima armonía de que necesitaban los pueblos de Bolivia y del Perú. Si el Arbitro Supremo de los destinos de las
Naciones no me ha concedido el acierto en los medios, estoy bien seguro de que aprobará mis intenciones siempre
patrióticas.
Yo no hago ningún sacrificio, ciertamente, en separarme de la vida pública, ni lo haría entregándome en holocausto
a la venganza de los enemigos exteriores, si esto se creyese bastante para la seguridad de mi Patria, por quién
serán insaciables mis fervientes votos; y me es mucho más sensible la precisión de separarme del suelo en que
nací, puesto que mi ausencia es necesaria. Al alejarme, no llevo otro deseo que el de ver restablecido el orden legal
y la armonía entre mis compatriotas, para que no sean interrumpidos los progresos que han podido hacer durante
diez años de concordia y de paz.
Como mi separación de la escena pública, y aún mi ausencia sólo tiene el objeto de no servir de pretexto para que
se fomente la anarquía, ni se amenace a Bolivia, yo recibiré siempre con respeto, y cumpliré gustoso, las órdenes
que el Gobierno de mi Patria quiera impartirme al Ecuador, a donde me trasladaré.
Considerando:
Que el trastorno del orden legal efectuado recientemente en Bolivia, demanda que se remueva todo obstáculo al
restablecimiento de la tranquilidad y al imperio de las instituciones, base de la felicidad pública,
Decreto:
Artículo 1°— Dimito la autoridad de que legalmente estaba investido como Presidente de Bolivia.
Artículo 2°— Por lo demás, no debe padecer alteración alguna el sistema constitucional; y el Gobierno de la
República continuará en el ejercicio de sus atribuciones conforme a las leyes.
Casimiro Olañeta,
Ministro de Gobierno.
Considerando:
Que los recientes acontecimientos, ocurridos en Bolivia y en Puno, exigen de mi parte que todo lo sacrifique al
deseo de evitar a los pueblos la guerra civil y las calamidades que ella trae consigo,
Decreto:
Artículo 1°— Me desprendo desde ahora de la autoridad Protectoral que legalmente ejercía sobre los Estados de la
Confederación.
Artículo 2°— En el Estado Sud Peruano el Gobierno General y las autoridades locales, quedan encargadas de
mantener el orden social, y de conservar la tranquilidad pública con arreglo a las leyes, hasta tanto que la
Representación Nacional, resuelva lo que estime conveniente acerca de la suerte del Perú.
Casimiro Olañeta,
Ministro de Gobierno.
El Presidente a los pueblos de Bolivia.
Bolivianos:
Cuando vuestra Legislatura me autorizó para tomar las medidas necesarias a preservar la Patria de las desgracias,
con que la amenazaba el despotismo entronizado por la revolución en un Estado vecino; cuando a consecuencia de
la expresión legal de nuestros representantes y de los del Perú se estableció la Confederación, estaba yo muy
distante de pensar, que lamentables acontecimientos internos, aún más: que la guerra declarada por el Gobierno de
Chile, producirían en tan corto tiempo el completo trastorno que hoy deploramos.
Compatriotas: — Si la Confederación existió, fue porque así lo quisisteis; si se disuelve, también es obra de vuestra
voluntad. Cúmplase ésta ahora como entonces; pues, que no he tenido el menor interés personal en que aquel
sistema se adoptase, ni jamás ha sido otra mi guía que el voto público, ni nunca he reconocido más móvil de mi
conducta que el anhelo más ardiente por vuestra felicidad. Sin que me hagan variar de dictamen las circunstancias;
sin dejar de creer que la Confederación conviene a los intereses de Bolivia y del Perú, y que está calculada para
evitar a entre ambos desconfianzas nocivas y graves calamidades, es mi deber someterme a la opinión dominante,
quitando a los enemigos de vuestra dicha hasta el pretexto para inquietaros.
Por esto, deseoso de evitar nuevos escándalos y de ahorrar lágrimas y sangre, no sólo he dimitido la autoridad
legítima de que estaba investido, y desaparezco de la escena política, sino que he resuelto hacer el único sacrificio a
mi corazón: alejarme del suelo natal.
Bolivianos: — Ya no existe la Confederación, ni tengo yo intervención en los negocios públicos. ¡Quiera el Cielo que
vuestros enemigos se muestren consecuentes en sus protestas, y no se obstinen en llevar adelante su plan de
humillaros! Mas, si queréis ser respetados, fuerza es que permanezcáis unidos; que toméis una actitud reposada e
imponente, y que todo lo sacrifiquéis a la independencia y a la seguridad de la Patria.
Conciudadanos: — Durante una administración feliz de diez años, que ha producido algunos bienes a Bolivia y
ensalzado su nombre, no pretenderé decir que he estado exento de errores, por más pureza que haya habido en
mis intenciones. Pero no habiendo sido yo el único que haya pagado este tributo a la ley común de la humanidad,
justo será nos toleremos mutuamente, y demos al olvido todo lo pasado para evitar los progresos de la discordia y
concurrir a la unión de que necesitamos. Por lo que a mí toca, no sólo estoy dispuesto a no hacer inculpaciones a
nadie, sino que he tomado la firme resolución de no contestar a las que a mí se dirijan: daré gustoso el ejemplo de
sacrificar todo sentimiento de amor propio en las aras de la Patria y de la paz.
Bolivianos: — Compatriotas queridos; no escandalicéis al mundo con excesos que plaguen de desgracia al país.
Apresuraos a entrar de nuevo en el sendero de la legalidad, para continuar disfrutando del orden y ventura de que
habéis gozado durante diez años, sin ejemplo en América.
Si por desgracia sois desacordados; si no os reunís todos en torno de la Patria; si cediendo al estímulo de las
pasiones os llegáis a dividir, seréis desgraciados, porque la anarquía os confundirá.
Desde cualquier punto a donde la Providencia me conduzca; mientras mi ausencia se crea necesaria al
restablecimiento de vuestro reposo; que no tenga yo, sino motivos para admirar vuestras virtudes, y contemplar el
espectáculo de vuestra felicidad, único objeto de mis más fervientes votos.
El Protector
Las circunstancias me obligan a alejarme de vosotros, dejando encomendada a vuestra prudencia la salvación de
vuestra Patria, que yo no he podido realizar.
Un enemigo obstinado que funda la idea de su prosperidad sobre vuestra ruina, asociando a sus intereses las
pasiones que engendra la revolución y la ambición menos noble, ha triunfado de vuestros verdaderos votos, y es
necesario que el tiempo y la experiencia vengan en vuestro auxilio para revelaros mejor vuestros verdaderos
intereses.
Si no os dejo tan felices, como esperé dejaros, tengo al menos la satisfacción de haber trabajado en vuestro
obsequio con la mayor sinceridad y buena fe: mis intenciones han sido las más puras, y en todos mis actos no he
tenido otro objeto que el bienestar de los pueblos que me confiaron su dirección.
Al separarme de vosotros os recomiendo la unión, la cordura y la moderación para que no seáis presa de la
anarquía, y la decisión más firme para libraros del injusto enemigo que humilla vuestra Patria. Estáis
desgraciadamente rodeados de dos escollos temibles, de que sólo os libraréis siendo moderados entre vosotros, y
reuniéndoos todos contra el enemigo común.
Si la Confederación y mi autoridad fueron la sola causa de la guerra que os ha hecho el Gobierno de Chile, ahora
debiera cesar, puesto que han dejado de existir ambos motivos.
Si así no fuese, conoceréis mejor los verdaderos objetos con que se opuso a vuestra organización ese Gobierno
temerario.
¡Quiera el Cielo poner término a la guerra que aflige a los dos pueblos, y haceros tan felices como podéis serlo, y
como os lo desea un amigo vuestro!
Nótese que Santa Cruz habla a los bolivianos como un compatriota y a los peruanos
como un extranjero deseoso de salvarlos. Pero hay algo más.
Santa Cruz llegó a Islay el 22 y se hospedó en la casa del vicecónsul inglés Crompton,
en sus habitaciones. El 23 por la mañana llegó a Islay un grupo de hombres armados,
en tumulto: los soldados con sus lanzas enristradas y los oficiales sin insignias pero
con pistolas en las manos. Después de penetrar esta mesnada violentamente en la
casa de Crompton, uno de los oficiales puso una pistola en el pecho de éste diciéndole
que tenía órdenes de coger a Santa Cruz donde quiera que lo encontrase. Crompton se
negó —según dice una información del Encargado de Negocios británico— pidiendo un
oficio sobre el asunto y un mandamiento escrito del juez competente. Entonces, ante
el ultraje al representante británico, según éste o llamado por él, según las
autoridades peruanas, desembarcó de la fragata inglesa “Sammarang” un
destacamento de 50 marineros. Al poco tiempo, Santa Cruz y su comitiva
acompañados por el vicecónsul y resguardados por el capitán de la “Sammarang” se
embarcaron en ese buque. Santa Cruz fue recibido con una salva de veintiún
cañonazos “como tributo que pagaba una nación generosa a la grandeza en la
adversidad”.334 Frente a la desgracia, a la derrota, a la ineptitud, a la traición, a la
infidencia a la amargura, el rústico presente de aquella mujer arequipeña había
significado para Santa Cruz la compensación de la piadosa bondad popular; estos
cañonazos significaban la comprensión de los extranjeros. El pueblo y los extranjeros:
he aquí los mayores beneficiados con Santa Cruz gobernante.
Las causas militares tenían en aquella época gran importancia. Para llegar al poder
público y para conservarlo se necesitaba, antes de la vocación administrativa,
condiciones de general y de soldado. El poder era adquirido mediante una campaña
bélica; para conservarlo había que triunfar en una o en varias campañas. Santa Cruz
era un excelente administrador; al mando del ejército un excelente comisario pero un
mediano estratega.335 Entre tas causas militares de su fracaso en la campaña de
Yungay, está además, el aporte de los chilenos. No sólo significaron los chilenos un
número crecido y una calidad selecta de jefes, oficiales, soldados y armamento, que
contrapesaban la organización perú-boliviana; significaron también el dominio del mar
con todas sus ventajas. También cabe mencionar como causa militar fundamental los
errores cometidos por Santa Cruz en la campaña: la demora en avanzar a Lima, la
iniciación de la campaña misma, el avance hasta Huaraz, la timidez en Buin aparecen
ahora como oportunidades fallidas con esa fácil previsión que a la distancia se cree que
hubieran podido tener los hechos que encontramos ya consumados. Y ya producida la
derrota, dentro de las características de la época, era imposible resistir nuevamente.
Ascendiendo un poco, cabe decir que a Santa Cruz lo venció el kairos de su época, que
no pudo comprender ese kairos. Esta palabra griega significa oportunidad fatídica,
ocasión, coyuntura. Filósofos alemanes recientes, Paúl Tillich, por ejemplo, la aplican
en un amplio sentido histórico y filosófico. Kairos es entonces la inminencia de algo
grande, decisivo y solemne, la condensación súbita de elementos decisivos, de las
estructuras del porvenir. Si se entiende por lo eterno la capa más profunda de tiempo,
kairos es la erupción de lo eterno en el tiempo. Sólo el hombre que vive en el interior
del tiempo descubre por intuición ese destino oculto de las cosas. Y es así entonces
cómo, en cierto sentido, el grande hombre no manda sino obedece y resulta, a su
modo, profeta, profeta de la acción.
No se trata de incrustar una moraleja ética en eso inasible que es la vida. No se trata
de exigir que el gran político sea un hombre virtuoso privadamente. Puede tener, como
individuo, lascivia, incontinencia, impulsividad, crueldad, histrionismo, incultura,
pobreza de intimidad, dureza de piel; y, algo más, despilfarrar sangre y lodo. Pero ello
no importa si su obra significa eficiencia, orden, prosperidad, unidad; así como no
importa si la obra del artesano o del artista está bien hecha, las angustias y la
impureza desde donde se irguió el artesano o artista para hacerla.
Y por ello el gran político “debe ser educador en un sentido superior, ofrecer un
ejemplo en la acción. Sólo la fuerza cósmica vinculada a la persona puede realizar
creaciones en lo viviente. Lo primero es hacer uno mismo algo; lo segundo —menos
aparente pero más difícil y de efecto lejano más profundo— es crear una tradición,
empujar en ella a los demás para que prosigan la propia obra, su ritmo y su espíritu,
desencadenar un torrente de actividad uniforme que ya no necesiten del primero para
mantenerse ‘en forma’. Ese algo cósmico, esa alma de una capa dominadora y
gobernante puede un individuo engendrarlo y dejarlo en herencia”. Y esta es la piedra
de toque para distinguir el verdadero y el falso grande hombre en política. Quien
después de triunfar y de gobernar deja sólo el desconcierto, la anarquía, la crisis, la
falencia no es en realidad un grande hombre.
Grande hombre en política es, por ejemplo, Bismarck, forjador de la unidad alemana,
subsistente a pesar de su personal caída en su vejez soberbia y a pesar de la derrota
del Imperio. Napoleón, en este sentido, no fue por completo un grande hombre en
política si bien fue un gran militar y un ejemplar curioso en la fauna humana. En los
últimos tiempos se puede ya afirmar que el político más grande, el más grande quizá
de todos los tiempos ha sido Lenin, no por su ideología en sí que puede no haber
triunfado aún sino por sus personales características de gobernante. En América es
grande Washington a pesar de ser mediocre sicológicamente; y, sobre todo, es grande
hombre Lincoln. Grande es también el indio Juárez cuando salva la libertad y la
democracia de Méjico del peligro monárquico e imperialista y echa las bases de una
política laica y social. Bolívar, a pesar de sus frecuentes gestos napoleónicos es grande
y por cierto más grande que Napoleón, pues se vincula a la independencia de América.
Portales es también ejemplar típico de grande hombre.
Castilla estaba menos dotado que Santa Cruz para la eficiencia desde el gobierno; no
era en realidad un administrador; no dejó tras de sí orden administrativo, ni disciplina
nacional, ni decisión colectiva; encaraba sólo las situaciones y no los problemas y
cuando encaró problemas los encaró para resolver situaciones; su máxima de político
era “subir, durar”. Pero Castilla tuvo oportunidad para actuar más efectivamente como
gobernante porque representó un peruanismo no discutible sino, antes bien, genuino;
porque tenía mejores condiciones de militar y era más “cunda criollo”. La libertad de
los esclavos y la abolición del tributo es lo que hace más egregio a Castilla —
demostración de que lo efectivamente valioso en política es incidir sobre la nación,
sobre la colectividad—; aunque antes de proclamar ambos principios en una
revolución, Castilla desde el gobierno había protegido a la esclavitud y después de
triunfar esta vez, de nuevo en el gobierno, intentó restablecer el tributo y detuvo de
hecho la efectividad y la continuación de la política de carácter social que hubiera
podido implantarse entonces.337
Piérola tampoco es equiparable al tipo del grande hombre que encarnan en la América
republicana Juárez o Portales. Lo mejor de Piérola —como político, como estadista,
como “nacionista”— es acaso la estabilidad institucional que deja después de su
gobierno, en 1899 y que seguramente por el apartamiento en que fue puesto en sus
últimos años, resulta al cabo de algunos años, malograda, por la falta de adecuación
que hay entre la maquinaria del sufragio, es decir, de la democracia y la vibración
popular, falta que señaló una grave crisis dentro de nuestro organismo político,
precursora de los sucesos que comienzan en 1919.
El ejército vencedor en Yungay marchó hacia Tarma y Jauja llevando como vanguardia
a Torrico. En la marcha fue hecho prisionero el general boliviano Armasa a quien luego
se le encontró muerto misteriosamente en la cama. Torrico procedió drásticamente
imponiendo multas, azotes y cupos; urgido para sacar 50.000 pesos remató, además,
los bienes del general santacrucino Otero y de su hermano, inclusive las minas de
azogue de Huancavelica. Se escalonó entre Jauja y Huancayo en tanto que se le
sometían varias partidas enemigas. Gamarra se adelantó a Huacho donde convino con
La Fuente la marcha a Lima.338 La Fuente con una división avanzó hacia la capital,
retirándose el general Vigil y produciéndose la ocupación sin lucha (17 de febrero). El
ejército vencedor entró pocos días después de noche por el mal estado de sus
vestidos.339 Cuando luego llegó Gamarra por la portada de Guía fue recibido con gran
regocijo.340
Vigil desde Nazca se sometió al orden de cosas triunfante. Lo mismo hicieron otros
jefes santacrucinos dispersos. Quedaba Morán en el Caen el Callao. Casi dos meses
habían pasado de Yungay y el Callao no estaba por Gamarra. Morán, una vez que ya
no quedó más fuerza disidente en todo el Perú, y en toda Bolivia, recibió una
intimación para que reconociera a aquel orden de cosas en el plazo de cuarenta y ocho
horas. Contestó que las intimaciones y los plazos no lo arredraban y que sí estaba
dispuesto a ajustar un convenio, en vista de haberse acabado la guerra, siempre que
se consultaran los intereses nacionales y el honor de sus defensores; e insistiendo en
que la guarnición “perteneciendo como pertenecía a la nación peruana procuró ponerse
a la disposición de la única fuente legal reconocida en las naciones que han adoptado
el gobierno popular, que es su representación nacional”. Nombrado La Fuente para
tratar con Morán nombró a su vez comisionados que con los designados por éste se
reunieron en el tambo de la Legua y acordaron la capitulación. La guarnición reconocía
el gobierno de Gamarra; los generales, jefes, oficiales y empleados conservaban sus
honores y grados pero quedaban por ahora separados del servicio; se concedía
garantías inclusive a los pasados del Ejército Restaurador a las fortalezas. Mientras
Morán se dirigía a Lima algunos jefes del Callao soliviantados por noticias insidiosas
sobre el arreglo —coronel Arrisueño, comandante Morote— alborotaron contra él e
hicieron algunas prisiones. Morán regresó al Callao y Arrisueño salió a decirle al verlo
acercarse que se les quería humillar y tratar como bandidos y que él (Morán) había
sido cohechado con treinta mil pesos y el grado de Gran Mariscal, acompañando otros
militares a estos cargos grandes vociferaciones. Morán les entregó el tratado original y
pasó a la población donde el populacho quiso agredirlo, teniendo entonces que
contenerlos con su espada y viéndose obligado a embarcarse en una fragata
extranjera. La tropa se fue desmoralizando, se oyeron tiros, los oficiales buscaron asilo
en buques extranjeros y el almirante inglés Ross a pedido de sus connacionales mandó
cien hombres. Ellos y un cuerpo de caballería que llegó de Lima impidieron la
consumación de los robos en los almacenes del Estado y de la aduana que estaban
haciendo soldados, paisanos y mujeres.341
¡Pobre Morán! Peruano, como él dijera con magnífica elocuencia, no por la casualidad
del nacimiento sino por la eficacia de su espada, aquí vivió, luchó y murió. Gobierno o
caudillo que en él se apoyaran bien podían confiar en que sería soldado valiente,
hombre disciplinado, jefe pundonoroso inclusive en la hora de la derrota, en la cual
lucharía hasta la última carga o en la retirada misma para luego acatar los hechos
consumados obteniendo garantías para los suyos, aunque la soldadesca lo insultara.
Entre la infidencia, la deslealtad, la cobardía, la doblez, la ambición, la avaricia, la
debilidad o la mezquindad, él y unos cuantos como él, no más ilustres, encarnaban las
virtudes antiguas del militar y del caballero. ¡Pobre Morán! También más tarde fue
cortesano de la desgracia y, vencido, fue condenado a muerte en una de esas
encrucijadas en que el éxito, la inconsciencia y la maldad se yerguen contra la virtud.
Estas palabras que lo recuerdan como último defensor de Santa Cruz y como jefe
cuidadoso de los suyos e incomprendido por ellos, ¡cómo pudieran convertirse en una
doble fila de soldados del Perú presentando las armas e inclinando el pabellón ante la
evocación de su figura doliente que pasase con la arrogancia con que luchó en Yungay
aun cuando todo estaba perdido, con la espada desnuda como cuando contuvo al
populacho del Callao, condecorado el pecho con la última recompensa que dio la Patria
a sus servicios: ¡el fogonazo del fusilamiento!
Apenas llegado a Lima Gamarra dio una serie de decretos que Mendiburu refrendó por
ausencia del general ministro. Convocatoria el 15 de abril en Huancayo para la
asamblea convocada primero para el 9 de diciembre de 1838. Exequias para los
militares del Ejército Restaurador muertos en la campaña. Medallas para los asistentes
a la jornada de Ancash. Un grado a todos los jefes y oficiales chilenos que se hallaron
en esa batalla. Nombramiento de Bulnes como Gran Mariscal del ejército del Perú y de
Cruz, jefe de Estado Mayor, como General de División. Título de departamento de
Ancash al departamento de Huaylas. Exequias al Gran Mariscal Eléspuru. Otorgamiento
del título de beneméritos a la Patria en grado eminente a los expatriados por el
usurpador; y predilección a favor de ellos en todos los destinos públicos. Título de
beneméritos en grado heroico y eminente a los vencedores de Ancash. Reorganización
de las Cortes de Justicia con personas “de probidad, conocimientos y patriotismo que
no hayan cooperado activamente a la destrucción del Perú y estando el Gobierno en el
deber de premiar a los que con heroica constancia han resistido a las pretensiones del
tirano de la Patria o padecido por sostener la dignidad y gloría de ella”. Cancelación de
los títulos y honores de los militares que desde los títulos y honores de los militares
que desde 1835 no defendieron a la nación de la injusta agresión del ejército boliviano,
se unieron a ella, e hicieron armas contra el gobierno que restableció la libertad:
Guillermo Miller, Mariano Necochea, José de la Riva-Agüero, Blas Cerdeña (ex Gran
Mariscales); Francisco de P. Otero, Luis José Orbegoso y Domingo Nieto (ex generales
de división); Manuel Aparicio, José Rivadeneyra, Juan Pardo de Zela, Domingo Tristán,
Pedro Bermúdez (ex generales de Brigada). Anulación de los títulos dados en el
escalafón del Perú a los generales de Bolivia, Bravo, Ballivián, Herrera y O’Connor.
Adjudicación del título de “enemigo capital del Perú” a Santa Cruz, borrándolo además
de la lista militar. Vacancia de las provisiones hechas por el régimen anterior en las
Catedrales.
12. El “Restaurador”
Cabe hacer un paralelo bufo-serio entre Santa Cruz y Napoleón. Santa Cruz creó
también grandes mariscales y grandes ejércitos del centro, del sur y del norte. Los
Códigos Santa Cruz se dieron en Bolivia como los Códigos Napoleón en Francia. La
Legión de Honor, boliviana y peruana, tenía una evidente ascendencia francesa. Bolivia
se ligó a Francia por medio de tratados de amistad, navegación y comercio. El
establecimiento de liceos, institutos, universidades y caminos evocó la obra civilizadora
de Bonaparte. El título de Protector del Sur y Nor Perú equivalió al de Rey de Italia y el
de Protector de la Confederación al que se dio Napoleón sobre la Confederación del
Rhin. Los coraceros de Salaverry, prisioneros de Socabaya, hicieron el papel de los
mamelucos en la campaña de Egipto. La Inglaterra de Santa Cruz, implacable y
vencedora, fue Chile. Su campana de Sajonia fue la de Yungay; y como Napoleón,
aludió a la traición como causa de su derrota. La defección de Marmont fue la de
Ballivián y Velasco; y Tayllerand, Olañeta. Los decretos y proclamas de Arequipa se
parecen a la abdicación y a la despedida de Fontainebleau. El “Sammarang” equivalió
al “Belerophon”. Guayaquil, a la isla de Elba. Y “Restauración” se llamó también el
nuevo gobierno.
Así mismo este Napoleón aymara hubo de intentar los “cien días”. Después de muchas
esperas, gestiones e intrigas, en los últimos días de agosto de 1843, logró embarcarse
a bordo del bergantín-goleta “Paquete peruano”. La alarma cundió en los gobiernos de
Chile, Bolivia y Perú que estaba bifurcado entre el Directorio de Vivanco y una Junta
Gubernativa militar que dominaba en el sur. El gobierno boliviano dio un decreto de
interdicción parcial con el Perú, declarando en estado de sitio las comarcas cercanas a
la frontera con el Perú. Entre tanto, Santa Cruz aprehendido por partidas peruanas en
la cordillera quedó detenido en Tacna, cuyo vecindario —padres de familia y señoras—
pidieron piedad para el antes poderoso Protector recordando los bienes que a esa
ciudad había hecho. Y una fragata de guerra que el gobierno de Chile había
despachado fue el siguiente lugar de su reclusión por haber accedido la Junta
Gubernativa del Perú a su relegación temporal en ese país. Largas negociaciones
diplomáticas mediaron en seguida mientras Chillan servía de Santa Elena a Santa Cruz.
Luego su suerte fue resuelta por una reunión de plenipotenciarios de tres Estados y fue
enviado a Europa donde desempeñó la representación diplomática de Bolivia,
procurando luego en vano, regresar a la política de su patria, más maduro y después
de su contacto con la civilización moderna. Y no era que Bolivia hubiese logrado la paz
y el progreso; al contrario, se debatía en la anarquía, trágica y bufa, de los “caudillos
bárbaros”. Pero prevalecieron el recuerdo de las pasadas turbulencias, el temor ante
una nueva conflagración suramericana...
¿Hasta qué punto los caudillos militares de América están a través de toda la primera
mitad del siglo xix bajo la hipnosis de ese gran tótem que viene a ser Napoleón?
Influencia interesante que hace recordar la tesis wildeana de la influencia no de la
naturaleza sobre el arte sino del arte sobre la naturaleza. Fenómeno que no es aislado
porque coincide con una propensión general en América a la imitación: instituciones
políticas. Constituciones, estilos literarios, modas sociales.
Hay que distinguir entre adecuación y mimesis. Por la adecuación se adapta la vida en
sus diversas formas al espíritu y la técnica de su época y del mundo; se trata de un
fenómeno normal, incurriéndose en anacronismo, terquedad, ceguera o locura si se
prescinde de él. Por la mimesis se remeda lo que no es esencial o útil, acallando
virtualidades propias, dejándose de ser lo que se es para ser otro. América ha estado
en el pasado y lo está aún ahora, llena de mimesis. Por algo es el continente del simio
y del papagayo. Pero por su geografía, por sus elementos aborígenes todos y por la
mezcla que resulta del aporte adventicio hay en América posibilidades de originalidad.
Por eso frente a la mímesis hay que postular no el misoneísmo que a la máquina
prefiere la rueca sino la adecuación que acepte lo esencial o lo de útil de lo que viene
de afuera y, con la adecuación, el mimetismo que acomode esa incorporación a las
características típicas del propio medio o que saque partido de ellas.
Se ha visto ya que el siglo XIX fue también en América el siglo de la afirmación de las
nacionalidades. Ello contribuyó grandemente al fracaso de Santa Cruz como, en 1841,
contribuiría al fracaso de Gamarra
Hay tres Américas del Sur. Una es la América atlántica, la que mira a Euopa, que
puede subdividirse también. Otra, la América norpacífica, que comprende Ecuador,
Colombia y Venezuela. Y la tercera, la América surpacífica: Chile, Perú y Bolivia.
Lo que fracasó por la insipiencia de la época puede realizarse en una época de mayor
intercambio e internalización. Lo que tuvo el pecado original de su sentido militar y
guerrero puede repetirse con carácter económico y social. Lo que excluyó a Chile
puede comprender a Chile para que no vengan la suspicacia o el choque; y para que
no vengan tampoco lo mezuino y lo funesto que así mismo implica el acercmiento
peruano-chileno y antiboliviano. Lo que se quiso hacer prescindiendo de derechos e
intereses autónomos puede hacerse con respeto mutuo y mutua independencia. Lo que
no logró el ensueño de un hombre, lejos del alma misma de las masas, puede hacerlo
la justicia social.
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327 El Eco del Protectorado, N.º extraordinario, 28 de enero de 1839. En El Peruano, N.º 2, tomo ii de 17 de abril
de 1839 están publicadas algunas cartas de jefes de las tropas en retirada por las que se ve la desmoralización y la
necesidad de zapatos, frazadas y sobre todo dinero en que estaban.
328 Documentos encontrados en los baúles de O’Higgins en Moltalván y revelados por B. Vicuña Mackenna. Paz
Soldán inserta el artículo de Vicuña en que publica estos documentos pero no los utiliza en el texto de su narración
ni mucho menos los interpreta. Sotomayor y Bulnes no aluden a ellos.
329 Manifiesto cit., pp. 181 y 182. Carta a Tristán desde Ica, 2 de febrero de 1839. Olañeta coincide en esto con
Santa Cruz: “Perdida la batalla de Yungay, tenía el Protector abundantes recursos para continuar la guerra
sobrándoles soldados en diez batallones y cuatro regimientos y lejos de haber muerto sus esperanzas, las
alimentaba, con lo que sentía a cada paso en el Perú con lo que yo he visto y oído lleno de asombro... Nadie mejor
que yo sabe cual fué la situación del ejército chileno en Caraz, la excesiva disminución que había sufrido y las
grandes necesidades que lo obligaron a tomar la ofensiva... Una nueva campaña desde Yungay con el pueblo de
Lima a retaguardia y teniendo el Callao a las espaldas con el bravo Morán a la cabeza demandaba más número de
fuerzas para atender a puestos difíciles y para perder todo lo que pierden los ejércitos en cansados, desertores,
enfermos y más en la marcha en un tiempo difícil por las arenas”. La Defensa de Bolivia. Imp. Libertad, La Paz,
1840.
330 Revoluciones de Arequipa, charla con Valdivia, p. 211 y siguientes.
331 Refiriéndose a la infidencia de Velasco, dice el general O’Connor en sus memorias que al saberla maldijo su
mala suerte de haberse enfermado en el comando del ejército del sur y haber sido relevado por aquél. “Ya no me
hubiera pronunciado como él lo hizo contra el Mariscal Santa Cruz sino que en el momento hubiera marchado al
norte, impuesto al ejército del centro que era inferior en todo al del sur, recibido al general Santa Cruz y los
derrotados, improvisado un nuevo ejército y tal vez repuesto nuestras pérdidas con una victoria segura”.
(Recuerdos del general Burdett O’Connor, cit., p. 290.) Alguna vez había dicho O’Connor a Santa Cruz que sólo eran
de confianza él (O’Connor), Braun y Herrera porque eran extranjeros y que todos los demás generales, peruanos o
bolivianos, eran aspirantes a más poder y por eso podrían traicionar en cualquier momento.
332 Manifiesto que da Pedro José Gamio a la Heroica Arequipa y al mundo todo de su conducta en el ejercicio de la
Prefectura que desempeñó por elección de este ilustre pueblo, en su Pronunciamiento del 20 de Febrero de 1839.
Imprenta de Bernardo Valdés. Arequipa, 1840. En este folleto Gamio se refiere a lo siguiente:
El año 32 regresó a este país un sacerdote. “Traía su cabeza ocupada de la Mitra de Arequipa”. Creyó que Gamio
obstaculizaba sus planes. Y empezó a minarlo “por adicto a la administración que entonces regía”. Gamio supo que
un oficial boliviano le llevó “ciertos pliegos” al obispo. “Hecho el cambiamiento, el año 34”, se le intimó a Gamio la
expatriación. Gamio se retiró a su hacienda. Se trató entonces de colocar de Obispo a un Eclesiástico que en toda su
carrera pública, no hizo más que dividir al país por medio de los Congresos que había logrado dirigir más se le oyó
hablar sobre Industria, Agricultura, Minería, Leyes, Hacienda. “Su única ciencia era remendar constituciones”. En
este estado de cosas acaeció la acción de Maquinguayo. El único pueblo que le quedó adicto al Presidente
Constitucional fue Arequipa. “El señor Orbegoso trataba de mudarse al estranjero para que los pueblos
determinasen de su suerte como mejor les estuviese”. Apareció entonces nuevamente en escena el General
Gamarra. Desde este momento cambiaron el plan sus áulicos e hicieron convocar al pueblo de Arequipa, para que
se llamase a Santa Cruz. Se reunió el pueblo en San Agustín. Se firmaron actas, llamando a Santa Cruz. “Todos los
notables que eran atacados entonces por gamarristas tuvieron que firmar lo que no quisieron”. Solo Gamio tuvo el
valor de no firmar. Poco después sucedió la acción de Yanacocha. Los buenos peruanos de esa ciudad, para impedir
al vencedor que marchase de pronto a Lima, maniobraron para que Santa Cruz viniese a Arequipa “a contener un
partido” que contrariaba sus planes. La estratagema surtió buen efecto. S. C. fue a Arequipa dando así tiempo a
Salaverry para que formase su Ejército y fortaleciese el norte. S. C. pretendió atraerse a Gamio. Pero no lo
consiguió. Gamio agrega que las gentes de Vítor huyeron cuando llegó Salaverry, por temor a éste y a S. C. Gamio
se quedó allí.
Derrotado Salaverry, fue conducido a ésta y sólo Gamio tuvo el valor de auxiliarlo. Declarada la guerra por Chile, se
hicieron firmar en Arequipa representaciones exhortando “al Conquistador” a sostenerla. Gamio se negó a firmar,
malquistándose así con el Protector. Prodújose después el movimiento de Zegarra en Islay. (“Zegarra fué víctima
del amor a la libertad de la Patria”). Gamio fue acusado de complicidad. Pero probó su inocencia. Luego fue a Lima.
Allí le apresaron por orden de Tristán. Después fue deportado a Guayaquil donde encontró a otros ilustres
desterrados. Gamarra le ordenó que fuese a Chile. Su misión tuvo éxito. Y el Presidente de Chile hizo que Gamio
fuese a Arequipa, aprovechando de una amnistía de S. C. Se le autorizaba para “garantir al General Cerdeña
siempre que éste acordándose de que era peruano, tratase de restituir al Perú su Independencia”. “Si el general
Ballivián no se hubiese adelantado a ir a Puno, el General Cerdeña hubiese despedido a S. C. y asegurado la
independencia peruana”. Llegado el 20 de febrero, Gamio fue nombrado Prefecto por el Pueblo. Gamio se enfrentó a
S. C. que tenía un Batallón de 800 hombres, mandado por su hermano, y un Escuadrón de Caballería. Gamio logró
tomar la caballada y el Escuadrón y hacer retirarse a S. C. con el Batallón.
En seguida, Gamio refuta los cargos que le han hecho a su actuación prefectural. Dice que se somete al juicio de
residencia, aunque la ley no le obliga a ello. Enfila acerba crítica contra su detractor La Torre, a quien le quitó la
vocalía que le dio S. C. Refuta cargos de otras personas sobre su pretendida paternidad de ciertas órdenes abusivas
que Torrico le dictaba. Luego dice que “la Restauración no costó un peso en este Departamento; y en otros, algunos
miles”. Pormenoriza las excelencias de su gestión prefectural. Niega haberle tenido apego al cargo, como que
renunció varias veces. Aclara en una nota final su misión ante Cerdeña. Asevera que D. Blas Cerdeña rogó y
convenció a S. C. para que se concluyese la guerra y tratase desde Puno con Gamarra. Esto lo sabe “con evidencia
y de un modo extraordinario”. Elogia finalmente a Cerdeña por haberse mantenido fiel a S. C. en la desgracia.
333 Documentos relativos a la dimisión que el general Santa Cruz hizo de su autoridad como Presidente de Bolivia y
Protector de la Confederación. Guayaquil 1839, El Peruano, T. ii, N.º 3 de 24 de abril de 1839 los reprodujo.
334 Este asunto dio lugar a una larga polémica entre las autoridades de Islay primero y de Arequipa después con el
representante inglés. Véase El Republicano, N.º extraordinario de 26 de febrero de 1837. En el Archivo de Límites
se conservan los siguientes documentos: B.H. Wilson ante el Ministerio (11 de marzo de 1839). Copias de cartas de
Crompton al jefe encargado de la partida venida de Arequipa rehusando entrar en discusión con él (23 de febrero) y
al gobernador de Islay (26 de febrero) recordándole que él mismo se refugió bajo la bandera inglesa por no tener
una guarnición el 23; Wilson al Ministerio (11 de marzo); Prefectura de Arequipa a Crompton (26 de febrero);
Crompton al Prefecto de Arequipa (28 de febrero).
335 Véase más atrás los párrafos sobre los ejércitos contendores en Yungay, p. 272.
336 El Dr. Mariano Ibérico ha escrito sobre el significado del kairos un sugerente ensayo en el N.º 4 de Nueva
Revista Peruana.
337 Véase una semblanza de Castilla por el autor de este libro en El Comercio del 28 de julio de 1929.
338 Torrico a Gamarra, Chiquián, 29 de enero; Cerro, 1º de febrero; Cerro, 7 de febrero; Ayacucho, 8 de marzo.
Miguel Otero a Gamarra desde Pachachaca, 1º de febrero (Archivo de la BNP).
339 Garrido a La Fuente, desde Copacabana, 18 de febrero (Archivo de la BNP).
340 El Peruano, N.º 25 de 27 de febrero de 1839.
341 El Peruano, N.º extraordinario y N.º 29 de 13 de marzo de 1839.
(*) Basadre se refiere al tomo tercero de La Iniciación de la República anunciado como “próxima publicación” de la
Librería Francesa Científica y Casa Editorial E. Rosay en la página ii de la primera edición de este tomo (1930). Este
tomo nunca apareció; ver para ello en el tomo i: “Jorge Basadre: el ensayo como estrategia” de Gustavo Montoya.
[N. del E.]