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La invención del telégrafo

El telégrafo fue uno de los inventos que más revolucionó las


comunicaciones, ya que permitía la comunicación a larga distancia
de forma instantánea, algo impensable en aquellos años.
Se le suele dar la autoría a un solo hombre, a Samuel Finley Beese
Morse, pero realmente fue el resultado de una cadena de aportes
realizados por varios investigadores. Algunos de esos ejemplos son
Francisco Calvá y Campillo, que logró mandar un parte gracias a las
descargas de un condensador, Guillermo Eduardo Weber y Carlos
Federico Gauss instalaron un telégrafo eléctrico entre la
Universidad y el Observatorio de Góttingen consistente en una
flecha que señalaba el sentido de la corriente, o Carlos Augusto Steinhelque creó un sistema
para que una aguja golpease dos campanillas con distinto tono.
Sin embargo, fue el fotógrafo y pintor Samuel F. B. Morse el que consiguió crear en 1837 el
primer telégrafo, además de crear un alfabeto para transmitir la información que tiempo
después llevaría su nombre, el código morse. Nació en Charlestown, Massachusetts, el 27 de
abril de 1791.
La idea surgió debido a un trágico hecho. Morse se encontraba pintando un retrato del
general Lafayette en Washington cuando falleció su esposa en Connecticut. La noticia le
llegó una semana más tarde. Debido al retraso con el que había llegado la información,
decidió tratar de inventar un aparato que permitiese mantener una comunicación sin
barreras de espacio ni tiempo.
Lo primero que hizo fue interesarse por descubrimientos que se habían producido en Europa
como el electroimán y el electromagnetismo. Después de su viaje por el Viejo Continente,
regresó a Estados Unidos y allí comenzó a desarrollar las bases del telégrafo eléctrico. Contó
con la ayuda de Henry y Alfred Vail para la creación del alfabeto que usaría. Para ello se
utilizaron dos tipos de señales eléctricas, una corta, o punto, y una larga, o raya. Cada una de
las letras estaría compuesta por una combinación de estas señales.
Tanto el aparato como el alfabeto comenzaron a usarse 7 años después de su invención. La
primera comunicación se hizo entre Washington y Baltimore, separadas por apenas 60
kilómetros. La comunicación se hizo el 24 de mayo de 1844 y el mensaje que se envió fue
“Lo que Dios ha creado”.
El invento fue todo un éxito y comenzó a
extenderse por todas las partes del mundo. En
1850 se trató de establecer una conexión
submarina entre Francia e Inglaterra, lo que dio pie
a que en 1866 se lograran unir Europa con América
gracias a cables submarinos que pasarían por
debajo del océano Atlántico. El telégrafo sembró la
semilla para que décadas después surgiera el
teléfono.
La invención del teléfono
El teléfono, último de los grandes inventos eléctricos simples, fue una consecuencia directa
del telégrafo.

EXPERIMENTO DE MEUCCI. El
grabado muestra el dibujo
explicativo de Meucci, donde dos
personas se comunican a través de
hilos telefónicos.

La idea de que los hilos pudieran transmitir, no ya señales sino la voz humana misma,
parecía una hipótesis fantástica hasta el momento en que el telégrafo empezó a transmitir
palabras en clave. Los físicos dedujeron entonces que si era posible transformar las ondas
sonoras en corriente eléctrica variable, la palabra podía perfectamente ser enviada por
medio de los cables.
La prehistoria del teléfono se inició hacia 1854, cuando Boursel predijo que "el sonido podría
transmitirse en breve por medio de la electricidad". El primero en utilizar la palabra
"teléfono" fue Wheaststone en 1860, quien llamó así a un transmisor no eléctrico del habla
humana que él había diseñado y que fracasó. Pero el primero en construir un aparato que se
asemejara a lo que sería el teléfono fue el alemán Johann Philipp Reis, que en 1861 diseñó
uno destinado a transmitir sonidos musicales y dos años después mejoró sus dispositivos,
consiguiendo, al parecer, difundir por los hilos cantos y palabras inteligibles. No se sabe si
Reis produjo realmente la corriente "variable" necesaria para la transmisión de ondas
sonoras, o si sólo se trató de un zumbido eléctrico
provocado por la simple interrupción de contacto. Si
fue lo primero, habría que reconocer que Reis fue el
verdadero inventor del teléfono, quince años antes de
que Bell y Gray dieran a conocer sus aparatos.
Alexander Graham Bell se quedó con la gloria de haber
inventado el teléfono gracias sólo a haber llegado dos
horas antes a la oficina de patentes que Elisha Gray,
quien había concebido simultáneamente un modelo
casi idéntico al suyo. Estos singulares hechos
sucedieron el 14 de febrero de 1876.
Aquel día, después de cinco años de experimentos, Bell transmitió la primera frase telefónica
de la historia utilizando un transmisor de tipo químico. Sus palabras, fuera de programa, se
harían posteriormente célebres en los anales de la historia de la ciencia.
El inventor, habiendo derramado ácido sobre su traje, lanzó este sencillo y urgido mensaje
por el tubo a su ayudante que estaba en otra habitación: "Mr. Watson, venga aquí, le
necesito."
Había nacido el teléfono y Bell se apresuró a patentarlo. Apenas dos horas después de que
había concurrido a la oficina de patentes, hizo su
entrada en ella Elisha Gray, de Ohio, que en un
memorial describía un invento prácticamente igual al
de Graham Bell. La estrecha llegada en esta carrera
por obtener el teléfono tuvo que ser dirimida por los
tribunales de justicia, que, tras largos alegatos,
fallaron la causa en favor de Bell. Por sólo 120
minutos, Gray había perdido su oportunidad de
pasar a la historia como un inventor célebre.
Tras ser perfeccionado por Edison, el teléfono experimentó un rápido desarrollo técnico,
alcanzando en pocos años las proporciones de una amplia red de telecomunicaciones. En
1900, sólo la "Bell Telephone Company" contaba ya con más de un millón de abonados y
cerca de dos millones de líneas que transmitían anualmente nada menos que 2 mil millones
de conversaciones. Durante la década del veinte fue introducido el sistema automático y
desde entonces hasta la fecha el teléfono ha tenido una difusión impresionante a través de
todo el globo, hasta convertirse en uno de los aparatos más indispensables de uso cotidiano
y a la vez en una especie de símbolo del febril mundo moderno.

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