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Dios está en el corazón de nuestra existencia concreta.

En toda nuestra actividad,


estamos llamados a conformarnos a su voluntad y a permanecer unidos a Él. Por el
dinamismo de nuestra fe, lo encontramos en los acontecimientos, en las personas y de
una manera especial en la oración.

La espiritualidad es la relación con Dios, en la cual adquieren sentido nuestras vidas y


nuestra misión. No es algo lejano a nosotros, sino que es la experiencia más íntima y
personal que se puede tener. Dios nos habla a través de su Palabra, pero también de
los acontecimientos cotidianos y de las personas, si llevamos todo eso a la oración.

Nuestra relación con Dios nace de la certeza de que Él nos ama, y para nosotros el
camino principal para acercarnos a ese amor es el Corazón de Jesús: Un corazón que
nos muestra cómo Dios nos ama hasta dar su propia vida; un corazón del que brota
vida verdadera para todos; un corazón presente en los corazones heridos y frágiles de
los niños y jóvenes. La espiritualidad Corazonista es una “espiritualidad de la
compasión”, pues parte de la misericordia de Dios por nosotros y nos lleva a ser
misericordiosos con los demás. Es también una “espiritualidad de la comunión”, pues
el amor de Jesús genera comunidad fraterna a su alrededor.

En buena parte del Occidente cristiano, en los últimos siglos, ante ese proceso varias
veces secular de emancipación de la sociedad civil respecto al dominio y control de
las Iglesias, éstas no han cesado de anatematizar la política como algo negativo,
pecaminoso, como un ámbito propio de intereses mezquinos, sucios. Para muchas
personas de formación cristiana tradicional, la política es algo malo, nada noble,
demasiado rastrero, o más todavía: algo pecaminoso.

Por su parte, la palabra espiritualidad, durante muchos siglos, ha estado bajo el


monopolio de las religiones, y en nuestra esfera cristiana occidental concretamente, la
espiritualidad, remitiéndose a su propio pedigrí etimológico, ha sido realmente
“espiritual”, lo que dentro del dualismo filosófico-cultural tradicional, significa lo
opuesto a material, corporal, terrenal, temporal, histórico. Una persona sería tanto más
espiritual cuanto más se desprendiese de lo material, de los cuidados del cuerpo, de las
preocupaciones terrestres y temporales, y más se entregara a los asuntos espirituales,
a las “cosas de arriba”, los asuntos de Dios, los bienes eternos, la vida futura, el más
allá de la historia. Así que para un buen cristiano tradicional, o para un ciudadano
culturalmente deudor de esta matriz cultural cristiana, la espiritualidad poco o nada
tendría que hacer ante la política, excepto huir de ella. La espiritualidad, cuanto más
lejos de la política, mejor.

Pero los tiempos han cambiado, ahora se valora muy positivamente la política como
una dimensión esencial, imprescindible para la comunidad humana, estimulando a los
cristianos a participar en ella. La política, para el cristianismo de inspiración
liberadora, a nivel mundial, ya no sería “algo pecaminoso de lo que hay que huir”,
sino, más perspicazmente mirado, “algo que, precisamente porque está en pecado,
necesita del compromiso de los cristianos para ser liberado de ese pecado”. En vez de
una actitud de ignorancia o de huida, el cristianismo liberador actual guarda hacia lo
político una relación positiva.
Los cristianos inspirados por esta corriente posconciliar liberadora se han abierto sin
resistencias a la valoración positiva de lo político, valoración que el personalista
Enmanuel Mounier expresaba con una frase que se hizo célebre: “Todo es político,
aunque lo político no lo es todo”. Desmond Tutu, el famoso arzobispo de Ciudad del
Cabo, en Sudáfrica, uno de los líderes de la participación de los cristianos en la lucha
política contra el apartheid, inspirado por la TL –que en Sudáfrica prefieren llamar
teología “contextual”–, hizo célebre también su posición: “No sé qué Biblia leen los
que dicen que la espiritualidad no tiene que ver nada con la política”. La evaluación
positiva del compromiso político y la aceptación convencida de la necesidad de su
mediación, forman parte del patrimonio cristiano progresista actual, hace ya unas
décadas, y pese a todos los retrocesos. Afortunadamente, pues, los tiempos han
cambiado.

Por parte de la sociedad civil se ha dado en los últimos años una transformación
cultural semejante, y convergente. Hasta hace pocas décadas, en ambientes laicos se
notaba un rechazo espontáneo, a veces apenas disimulado, hacia todo lo que sonara a
“espiritualidad”, vinculada como estaba la palabra, inevitablemente, al monopolio de
la misma que el cristianismo proclamaba detentar. Pero un sin fin de factores ha
producido también un cambio de actitud. La antropología, la psicología, las ciencias
sociales han ido conociendo cada vez mejor el ser humano, y han ido revaluando el
reconocimiento de su dimensión “espiritual”. Por todas partes está creciendo un uso
notablemente laico y profano de esta palabra, espiritualidad, a pesar de su pesada
historia y del mal recuerdo que lleva impreso en su propia cara, por el dualismo anti-
mundano, anti-material y anti-corporal al que su raíz etimológica hace referencia
explícita inevitable. La palabra estaba ya consagrada, y no es fácil encontrar una nueva
que resulte satisfactoria. En esta situación, lo que ha ocurrido, de hecho, es que se ha
preferido cambiar el significado, más que cambiar el significante, una palabra con
tanto peso histórico y de sustitución tan difícil. Son infinidad los círculos profanos,
laicos, arreligiosos, ateos incluso, que hoy día hablan de espiritualidad, no sólo con
toda naturalidad, sino con convencimiento y queriendo marcar pauta. Obviamente, no
están hablando de aquella “espiritualidad espiritualista”, dualista, religiosa,
eclesiástica, sino de un nuevo significado de espiritualidad, que por cierto, ha dado
origen a conceptuaciones de la misma bien interesantes.

Hoy la espiritualidad es un dato, una dimensión y una categoría de primera importancia


tanto en la antropología como en las ciencias humanas en general y en las ciencias de
la religión en particular, y todo ello en un ambiente enteramente civil, científico,
liberado de adherencias teológicas y religiosas. La espiritualidad no es ya patrimonio
-ni mucho menos monopolio- de las religiones, sino que hablan y debaten sobre ella
con igual interés y derecho las ciencias y las corrientes y tradiciones de sabiduría, hasta
el punto de que pretende abarcar la diversidad actual de espiritualidad.

Bibliografía

Berger, K. (2001). ¿Qué es la espiritualidad bíblica? España: Sal Terrae.


Bucay, J. (2011). El Camino de la Espiritualidad. Grijalvo.
Casaldáliga, P. (1992). Espiritualidad de la liberación. España: Sal Terrae.
La ciencia ha logrado maravillas. No obstante, el alcance de su visión es limitado. Hay
mundos más allá de los sentidos; hay misterios ocultos. La ciencia no tiene acceso a
estos mundos; la ciencia nunca puede resolver estos misterios. Pero una figura
espiritual puede fácilmente, con su visión interna, penetrar en estos mundos y sondear
estos misterios. Y aún así, una figura espiritual es un auténtico idealista que no
construye castillos en el aire sino que, mas bien, tiene sus pies firmemente plantados
en la tierra.

La espiritualidad no es mera tolerancia. Ni siquiera es aceptación. Es el sentimiento de


unicidad universal. En nuestra vida espiritual consideramos lo Divino, no sólo en
términos de nuestro propio Dios sino en términos del Dios de todos. Nuestra vida
espiritual establece firme y seguramente las bases de la unidad en la diversidad.

La espiritualidad no es mera hospitalidad con la fe en Dios de los demás. Es el


reconocimiento y la aceptación absoluta de su fe en Dios como la propia de uno.
Difícil, pero no imposible, puesto que esta ha sido la experiencia y la práctica de todos
los Maestros espirituales de todos los tiempos.

La «Verdad» ha sido el problema de los problemas en todas las épocas. La verdad vive
en la experiencia. La verdad en su aspecto externo es sinceridad, veracidad e
integridad. La verdad en su aspecto interno y espiritual es la visión de Dios, la
realización de Dios y la manifestación de Dios. Eso que respira eternamente es la
Verdad. Incitador del alma es el grito de nuestros videntes Upanishádicos: Satyam eva
jayate nanritam: "Sólo la Verdad triunfa, y no la falsedad". Bienaventurada es la India
por tener este como su lema, su aliento de vida, su extenso mensaje de divinidad
universal.

La espiritualidad no va a ser hallada en los libros. Aunque exprimamos un libro no


vamos a obtener espiritualidad alguna. Si queremos ser espirituales, tenemos que
crecer desde dentro. Los pensamientos y las ideas preceden a los libros. La mente
levanta a los pensamientos y a las ideas de su sueño. La espiritualidad despierta a la
mente. Una persona espiritual es la que escucha los dictados de su alma, y a la que el
temor no puede torturar. Las opiniones del mundo son demasiado débiles para
atormentar su mente y su corazón. Ella conoce, siente y personifica esta verdad.

Por último, tengo un secreto abierto para los que quieran emprender la vida espiritual.
El secreto abierto es este: pueden cambiar su vida. No necesitan esperar años, ni
siquiera meses para este cambio. Este se inicia en el momento en que uno bucea en el
mar de la espiritualidad. ¡Intenten vivir la vida de la disciplina espiritual por un día,
¡un solo día! Están llamados al triunfo.
Las cuatro leyes de la espiritualidad
Dicen que existe un breve momento en la vida en el que te sientes más perdido que
nunca y que ese es el momento de un encuentro. Un encuentro contigo mismo, con
tus abismos, con tus miedos, con tu alma.

La espiritualidad va más allá de lo material y lo terrenal. No es una religión ni una


doctrina, la espiritualidad es cuidar y mimar nuestro interior, dejar que nuestro
corazón salte los abismos que crea nuestra mente y cultivar nuestros valores
humildemente.

Dicen que si este texto llega a tus manos, no es por casualidad, sino porque hay algo
que necesitas comprender. Estas son las cuatro leyes de la espiritualidad de la
filosofía hindú…

1. La persona que llega a tu vida siempre es la persona


correcta
Cada persona que pasa por nuestra vida es única. Siempre deja un poco de sí y se
lleva un poco de nosotros. Habrá los que se llevan mucho pero, no habrá quien no
deje nada. Esta es la prueba evidente de que dos almas no se encuentran por
casualidad.
Jorge Luis Borges

Nadie llega a nuestra vida por casualidad. Todas las personas que nos rodean están
ahí por algo, incluso las personas tóxicas. En cada intercambio y en cada momento,
todos nos aportamos algo.

Vivimos en un mundo con tonalidades grises. No todos somos siempre alumnos o


siempre maestros. Cada uno de nosotros aporta algo positivo, aunque sea a través de
un rasgo negativo, como por ejemplo algo que no aguantamos o que nos hace daño.

Las personas somos siempre linternas en la oscuridad. Hay personas más


representativas que otras pero todas, sin excepción, tienen algo que decirnos. Por eso,
con el tiempo llegamos a agradecer las piedras de nuestro camino, tales como que
alguien nos complicara la existencia en un momento dado o que nos apoyara fielmente.

Todo, absolutamente todo, suma en la vida. Esta es la razón por la que debemos
tener una buena predisposición hacia los demás y no desestimar ningún aprendizaje.

2. Lo que sucede es la única cosa que podría haber


sucedido
Somos una casualidad llena de intención

Nada de lo que acontece en nuestras vidas podría haber sido de otra forma. Desde
que pasó lo que pasó ya es lo único que podía haber pasado. Lo que nos sucede es lo
que nos tiene que suceder, lo adecuado en cada momento y a través de lo cual tenemos
que extraer un significado concreto.

Estamos acostumbrados a pensar en lo que podría haber sido, en crear situaciones


hipotéticas en las que actuábamos de otra manera y, como consecuencia, obteníamos
otro resultado.

Cada cambio genera situaciones impredecibles, por esto, debemos aceptar que lo que
sucede ya lo ha hecho y no hay otras posibilidades. Lo hecho, hecho está. Cada uno
de nuestros comportamientos generará en nuestro entorno una cadena secuencial de
acontecimientos que marcan nuestro camino.

No nos amarguemos con lo que podíamos haber hecho y no hicimos, cada cosa tiene
su momento y lleva su tiempo asumir los aprendizajes necesarios. Como dicen, no
puedes hacer una maratón si antes no caminaste y no puedes caminar si antes no
gateaste. En definitiva, no podemos evitar dar los pasos necesarios en la vida.

3. Cualquier momento en el algo comience es el


momento correcto.
No esperes que llegue el momento perfecto… Toma el momento y hazlo perfecto.

Lo que comienza lo hace en el momento adecuado siempre, ni antes ni después. Lo


nuevo en nuestra vida aparece porque nosotros lo atraemos y estamos preparados
para verlo y disfrutarlo. Entendiendo esto, aceptaremos que cuando la vida pone algo
en nuestro camino tenemos que disfrutarlo.

4. Cuando algo termina, termina


Deja fluir, no te aferres a nada ni a nadie, todo tiene su momento en nuestras vidas y
también tiene un porqué

Solemos estar atados a un sinfín de historias y emociones. Decir adiós duele, pero
cuando algo termina mantenerlo a nuestro lado es un ejercicio de masoquismo que
generará un gran malestar y múltiples dependencias e inseguridades.

Seguir adelante y avanzar es la mejor opción para enriquecerse y no sufrir.


Recuerda que la persona más influenciable con la que hablas cada día eres tú. Ten
cuidado entonces con lo que te dices a ti mismo y fluye con la vida.

Cuando se trata de Dios y el hombre, sólo existe un lenguaje, y ese lenguaje es la


espiritualidad.

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