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Quausación mental y libre albedrío: paralelismos y soluciones.


Urko Gorriñobeaskoa Artolozaga
Índice:

1. Introducción 1
2. Determinismo fuerte y fisicalismo eliminativo 3
3. El experimento de Libet 6
4. Determinismo débil y fisicalismo no reductivo 9
5. Conclusiones 11
Bibliografía 13
Resumen: Aun aparentemente distintas, las cuestiones acerca de la causación mental y
del libre albedrío guardan múltiples similitudes estructurales y argumentales. Ambas
pueden ser vistas como parte de un problema más general de quausación mental, esto es,
el problema de demostrar la eficacia causal del contenido mental intencional, cualitativo
o de libre elección qua intencional, cualitativo o de libre elección. El eliminativismo y el
determinismo fuerte esgrimen argumentos similares para negar la existencia de estados o
procesos mentales y de actos de libre elección, respectivamente. Lo mismo ocurre con el
fisicalismo no reductivo y el determinismo débil. Veremos las implicaciones del
experimento de Libet en la cuestión del libre albedrío y cómo afecta esto al problema de
la causación mental. Finalmente, expondremos las razones para abandonar el
eliminativismo y el determinismo fuerte en pro de un fisicalismo y un determinismo que
sí otorguen cierta autonomía a los estados y procesos mentales intencionales, cualitativos
o deliberativos.

Palabras clave: Determinismo, causación mental, experimento de Libet, fisicalismo,


eliminativismo, propiedades mentales.

1. Introducción

Los debates acerca de la causación mental y el libre albedrío se han desarrollado, por lo
general, en vías separadas. Sin embargo, tanto las cuestiones que conciernen a dichos
debates como las distintas respuestas que se han articulado como solución a los mismos
parecen estar íntimamente relacionadas. En la cuestión del libre albedrío se presenta el
problema de la tesis científica del determinismo, es decir, la idea acerca de que ‘todo
evento es una consecuencia de las leyes naturales y del estado de cosas del mundo en un
tiempo dado.’ (Bernstein & Wilson, 2016). De ser cierta la tesis determinista, los actos
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de libre elección estarían determinados por las leyes físicas y el estado material previo al
evento, perdiendo así su característica libertad. Paralelamente, la cuestión de la causación
mental se enfrenta al argumento de cierre causal del mundo físico, entendido, en
resumidas cuentas, como el principio que asegura que todo evento físico tiene una
explicación causal física suficiente. Partiendo de la base de que, aparentemente, hay
estados o procesos mentales que causan estados o procesos físicos, podemos entender la
causación de M sobre F de dos maneras. Por un lado, podría darse el caso de que M sea
idéntico a otro estado físico F’ y que ambos juntos causen F, pero, de ser así, se violaría
el principio de clausura causal del mundo físico. Por otro lado, podríamos considerar que
M y F’ son, por separado, suficientes para causar F, en cuyo caso nos encontraríamos ante
la problemática de la sobredeterminación causal (Kim, 1989). Ambos problemas pueden
considerarse como englobados en una cuestión mayor, la cuestión de la quausación
mental, que consiste en la causación de eventos o procesos mentales en tanto que, o en su
virtud de ser, mentales. La causación mental qua mental comienza a ser un tema de debate
debido a que varias corrientes de filosofía de la mente han tratado de salvaguardar la
eficacia causal de los estados mentales a través de su identificación con estados físicos.
Ante tal identificación, numerosos autores han objetado que, de ser así, los estados
mentales serían eficaces en virtud de sus propiedades físicas, no por el hecho de ser
mentales. Así, desde la quausación mental, debemos atender a la eficacia causal de un
estado o proceso mental, intencional, cualitativo o de libre elección, qua intencional,
cualitativo o de libre elección (Horgan, 1989). Al incluir los eventos libres-deliberativos
entre el contenido mental a estudiar por la quausación mental estamos estudiando la
cuestión del libre albedrío en tanto sea causalmente eficaz. Dicho de otro modo, la
intuitivamente cierta libertad de decisión humana se vería confirmada si demostrásemos
que los actos de libre elección son algo distinto que meros eventos físicos y tienen poder
causal en su virtud de ser libres. Las similitudes entre causación mental y libre albedrío
son tales que encontramos paralelismos entre las respuestas que se han dado a cada una
de dichas cuestiones. La tesis del determinismo fuerte es estructural y
argumentativamente similar al fisicalismo eliminativo, mientras el determinismo débil se
acerca al fisicalismo no reductivo. Partiendo de estas similitudes, con pequeñas
variaciones, los mismos argumentos y las mismas críticas que se esgrimen contra uno
pueden aplicarse en el otro.
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Podemos expresar las respuestas a las cuestiones de la quausación mental y el libre


albedrío en dos condicionales. El condicional del libre albedrío se trata del siguiente:

(1) Si todo evento está subsumido por leyes naturales deterministas, entonces la
causación de eventos mentales por medio de actos de libre elección qua libre no
existe.

Mientras el condicional de la quausación mental dice así:

(2) Si todo evento físico está subsumido por leyes físicas, entonces la causación de
eventos físicos por eventos mentales qua mentales no existe (Bernstein & Wilson,
2016).

Las distintas teorías acerca de la causación mental y del libre albedrío se definirán a
través de la posición que tomen con respecto a los dos condicionales planteados. Para el
condicional del libre albedrío:

Libre albedrío Antecedente Consecuente


Determinismo fuerte V V
Determinismo débil V F
Libertarianismo F F

Y las respuestas al condicional de la quausación mental:

Quausación mental Antecedente Consecuente


Eliminativismo y V V
epifenomenalismo
Fisicalismo reductivo y no V F
reductivo
Dualismo de sustancias F F

2. Determinismo fuerte y fisicalismo eliminativo

El determinismo fuerte es la postura que defiende que el libre albedrío es una ilusión,
pues los actos de libre elección están en realidad subsumidos por las mismas leyes físicas
deterministas que rigen sobre el resto del mundo. El eliminativismo, dentro del marco de
la causación mental, argumenta que todo aquello que no sea susceptible de ser descrito
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en términos físicos no existe. Como hay barreras fundamentales para definir los estados
y procesos mentales en términos físicos, estos no deben existir. Tanto el determinismo
fuerte como el fisicalismo eliminativo y el epifenomenalismo coinciden en aceptar el
principio de cierre causal del mundo físico y en negar la posibilidad de la quausación
mental. El epifenomenalismo, aun negando la eficacia causal de los estados mentales,
admite su existencia como estados emergentes de relaciones causales física. Esto es, lo
mental puede ser causado, pero no puede causar. En este sentido, la corriente que más se
acerca al determinismo fuerte es el fisicalismo eliminativo, pues en ambos la eficacia
causal de estados o procesos mentales – ya sean cualitativos, intencionales o de libre
elección – sí determina su existencia.

U. Place (1956) plantea ya las bases del eliminativismo al afirmar, como hipótesis
científica plausible, que la conciencia es un proceso cerebral. Asegura que la existencia
de propiedades internas no implica el dualismo, y que la tesis acerca de la identidad
conciencia-proceso cerebral no puede resolverse en términos lógicos. Siendo así, toda
respuesta a la cuestión de explicar la conciencia será siempre de corte científico –
contingente –. Aunque la teoría de Place se reduzca al estudio de la conciencia, podemos
extender su argumento al resto de estados y procesos mentales, obteniendo así una teoría
general de identidad psicofísica. Un primer esbozo de la teoría de la identidad psicofísica
lo tenemos en Sensations and Brain Processes de J. Smart. (1959). En este artículo, Smart
aplica la navaja de Ockham para argumentar que es más simple aceptar la identidad entre
procesos mentales y cerebrales que optar por un interaccionismo de sustancias. Esto se
debe a que dicho interaccionismo dualista implicaría la exigencia de leyes psicofísicas
estrictas que, hasta el momento, no hemos conseguido establecer. Un primer escollo con
el que se topa esta teoría es el de que en nuestro lenguaje cotidiano aludimos a estados
mentales más que a procesos cerebrales, y las explicaciones en las que utilizamos
términos mentales tienden a ser satisfactorias. Frente a esta adversidad Smart acude al
concepto de expresiones neutrales, que viene a decir que cuando afirmamos algo como
“he visto algo de color naranja” estamos afirmando más bien algo como “está ocurriendo
algo que es como lo que ocurre cuando veo una naranja” (Hierro-Pescador, 2005, p. 80).
Esta traducción es metafísicamente neutra, pues no se compromete ni con el materialismo
ni con el dualismo. Sin embargo, resulta poco intuitivo que al utilizar lenguaje intencional
o cualitativo – quiero, creo, duele, etc. – estemos, de fondo, referenciando una similitud
entre procesos cerebrales. Partiendo de la tesis de la identidad psicofísica, tal y como
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demostró P. Feyerabend (1963), podemos defender una teoría eliminativa de los estados
mentales. En la manera en que lo plantea en su artículo, la identidad entre estados
mentales y cerebrales puede expresarse en términos lógicos como ‘X es un proceso mental
del tipo A syss X es un proceso cerebral de tipo B’. Entendida desde el monismo, esta
identidad nos comprometería con la asunción de un dualismo de propiedades, en tanto,
aun habiendo una sola sustancia física, el cerebro presenta propiedades o características
mentales. Sin embargo, dada la identidad psicofísica, las propiedades mentales, en tanto
idénticas a propiedades físicas, serían explicativamente inútiles. Por tanto, dice
Feyerabend, sólo queda adoptar un eliminativismo hacia los estados y procesos mentales.
Esto se debe a la naturaleza propia de las relaciones de identidad, sean del tipo que sean.
En términos del Tractatus de Wittgenstein (5.5303) “decir de dos cosas que son idénticas
es un sinsentido, y decir de una que es idéntica consigo misma es no decir nada” (1921).

Podemos extrapolar las estrategias argumentativas del eliminativismo al


determinismo fuerte. Si consideramos que los actos de libre elección son idénticos a
ciertos estados o procesos cerebrales, aplicando el mismo análisis que Feyerabend,
concluimos que sólo existen dichos estados o procesos cerebrales. Aunque este análisis
resulta plausible y bastante convincente, hay serias razones para pensar que los estados
mentales -intencionales, cualitativos y de libre elección – existen. En primer lugar, todo
dualismo objeta que es más intuitivo pensar que lo mental existe que aceptar las premisas
especulativas y teoréticas del eliminativismo (Bernstein & Wilson, 2016). Aunque
simple, este es un argumento fuerte, pues muchos de estos contenidos mentales son
tenidos por la conciencia, y parece imposible negar la existencia de algo que tan
íntimamente percibimos y conocemos. El fisicalismo eliminativo toma la existencia del
contenido mental como una conclusión a ser demostrada, cuando intuitivamente
deberíamos tomarla como una premisa. A esto hay que sumar que ninguna teoría ha
llegado a ser capaz de demostrar ningún evento mental en sus términos físicos de manera
satisfactoria, por lo que las propuestas del eliminativismo y del determinismo fuerte están
débilmente confirmadas empíricamente.

Visto su poco respaldo empírico, como hemos comentado, el eliminativismo debe


aferrarse a consideraciones lógicas para defender su argumentación. El argumento
ontológico más fuerte del que echa mano el fisicalismo eliminativo es el argumento del
cierre causal. Dicho argumento suele presentarse de la siguiente manera:

P1- Si un evento físico tiene una causa, esa causa es física.


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P2- Algunos eventos físicos tienen causas mentales


P3- Un mismo evento físico no puede tener más de una causa (no puede
estar sobredeterminado)
C- Los eventos mentales deben ser, en algún sentido, eventos físicos.
El sentido en que los eventos mentales son físicos sería, para el eliminativista, en tanto
los unos son idénticos a los otros. Así, aceptando P1 y P3, negaría P2 para evitar la
contradicción. Sin embargo, todavía podemos dar una vuelta más de tuerca al evaluar la
fortaleza de este argumento.

Muchas teorías contemporáneas consideran que la causalidad se puede reducir al


intercambio entre estados de cantidades conservadas, que son las magnitudes en las que
se expresan propiedades tales como la energía, el momento o la masa. Así, el requisito
que debemos exigir a un estado para atribuirle poder causal es que instancie al menos una
de las mentadas cantidades conservadas. En tanto la causalidad es el intercambio o la
interacción entre propiedades físicas conservadas, la causación sólo puede producirse a
nivel físico. Las leyes que operan sobre tales magnitudes son las leyes de conservación,
como pueden ser las leyes de la termodinámica o las leyes de Newton. Sin embargo, todas
esas leyes de las que beben las leyes causales son claramente a posteriori, lo que parece
indicar que carecen de fuerza modal. Esto es, aunque aquí la causalidad funcione en base
a leyes de conservación tales como las de la termodinámica, es posible imaginar mundos
posibles donde esto no fuese así, y donde, por tanto, la causalidad funcionase de manera
distinta y el principio de cierre causal no pudiese aplicarse (Vicente, 2001). Sin embargo,
en este punto podríamos objetar, basándonos en el ya clásico argumento kripkeano, que
la a posterioridad de una ley no implica su contingencia. Así, creo que es prudente
concluir que tanto la fuerza modal del argumento del cierre causal del mundo físico como
su validez siguen en tela de juicio, y por ello no resulta ser un argumento definitivo para
la tesis eliminativista ni para el determinismo fuerte.

3. El experimento de Libet

En consonancia con la tesis eliminativista y con el determinismo fuerte, en los años


setenta B. Libet, neurólogo y filósofo estadounidense, realizó una serie de experimentos
relacionados con la conciencia y la acción motora, y que arrojaron algo de luz acerca del
problema de la causación mental.
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El experimento más importante de Libet consistía en lo siguiente. Se colocaba a un


paciente frente a un osciloscopio y se le pedía que, de manera aleatoria y repentina,
moviese la muñeca en un momento cualquiera y que registrase en el osciloscopio el
momento en que había decidido realizar tal movimiento. A su vez, un
electroencefalógrafo y un electrodo registraban el potencial eléctrico del cerebro y el
movimiento real de la muñeca, respectivamente. Así, el osciloscopio mostraría el
momento en que el paciente era consciente de que iba a ejecutar el movimiento, el
electroencefalógrafo registraría el momento en que el cerebro empezaba a actuar para
realizar dicho movimiento y el electrodo de la muñeca marcaría el momento en que se
produce el acto en sí. Los resultados de Libet fueron, cuanto menos, inesperados, ya que
mostraron que alrededor de medio segundo antes de la consciencia de la acción, el cerebro
ya empezaba a cargarse o prepararse para tal acción. Esto es, en el segundo 0 se producía
un incremento del potencial eléctrico del cerebro, conocido como potencial de
preparación o readiness potential, en el segundo 0,4 se registraba la decisión del paciente
por muñeca y en el segundo 0,55 el movimiento en sí. De ser correctos, estos resultados
implicarían la existencia de un proceso cerebral previo al proceso mental de decidir mover
la muñeca, lo que supondría, sin lugar a dudas, una fuerte confirmación de la tesis
determinista. Significaría además un argumento en pro del fisicalismo eliminativo, en
tanto el movimiento de la muñeca no vendría causado por la decisión – mental,
consciente. – de realizar tal movimiento, sino por el proceso cerebral subyacente a la
misma.

A pesar de lo revelador del experimento de Libet, tenemos varias razones para dudar
de su validez. En primer lugar, G. Gomes remarca ciertos problemas terminológicos en
el experimento de Libet, alegando que la poca precisión conceptual de términos como
‘intención’ o ‘decisión consciente’ pueden suscitar conclusiones erróneas. Así, por
ejemplo, el término ‘decisión consciente’ podría interpretarse como un acto de elección
consciente, pero que puede tener efectos previos a la conciencia1 o como un acto de
elección intrínsecamente consciente, cuyos efectos únicamente pueden darse luego de ser
conscientes de la misma. Aceptando la crítica de Gomes, dependiendo de qué
interpretación de los términos asumiésemos podríamos dar con una conclusión u otra,

1
Podría interpretarse como simplemente un cierto lag o retardo de nuestra consciencia en percibir una
elección. Es decir, el estado mental de “ser consciente” tarda un tiempo en producirse, tiempo durante
el cual otras ordenes van siendo enviadas, generando una supuesta falsa sensación de “acto
inconsciente”.
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podría considerarse la decisión como consciente si entendiésemos que el individuo es


consciente del contexto, por así decirlo, en que se produce la acción (Gomes, 1999). A la
dificultad terminológica hay que añadir que el hecho de que la consciencia de una acción
venga separada de la propia acción no implica lógicamente que dicha acción y la
consciencia de la misma no guarden una relación causal (Nahmias, 2002).

Además de estas críticas – y otras no tan fuertes no mencionadas – varios autores han
tratado de sugerir algunas mejoras metodológicas al experimento de Libet, alegando que
ciertas pruebas de éste podrían ser poco precisas. A. Marcel sugiere que un aislamiento
mayor de los sujetos de prueba podría ayudar a su más profunda “inmersión” en la
experiencia, logrando un mayor grado de concentración y evitando distracciones que
pudieran modificar los resultados. También sugiere la utilización simultánea de varios
métodos de registro de actividad cerebral, junto con unas instrucciones más sencillas para
los pacientes (Marcel, 2003).

Finalmente, cabe mencionar que el propio Libet se decanta finalmente de lado del
libertarismo, alegando que la posibilidad de veto, expresada durante los 200 ms que
separan la consciencia del acto y el acto en sí, ofrece un amplio abanico de posibilidades
para rechazar – o ir en contra de – las decisiones supuestamente inconscientes manifiestas
en el incremento de potencial de preparación previo a la consciencia de la acción. Esta
posibilidad de veto no es más que la posibilidad del sujeto de interrumpir la acción durante
el tiempo que transcurre entre la consciencia del movimiento y el movimiento en sí. Así
pues, aun si todo lo que dice Libet fuera cierto, y nuestro cerebro y nuestra mente actuasen
bajo leyes deterministas fuertes, siempre quedaría una mínima cabida para el libre
albedrío, expresada en la capacidad de vetar una acción cuando ya se es consciente de
ella, pero antes de que ocurra.

En definitiva, el experimento de Libet, aunque interesante, es poco fiable. La


imprecisión de sus términos, las complicadas instrucciones, o el simple hecho de que una
de las mediciones – la del osciloscopio – dependa de propiedades subjetivas del sujeto2
nos hacen dudar de la veracidad de sus resultados. Es por ello que, considero, no podemos

2
Distintos pacientes con distintos reflejos, capacidades visuales, etc. podrían ofrecer mediciones
distintas acerca del momento en que son conscientes de que van a ejecutar el movimiento. Teniendo en
cuenta que toda la experiencia transcurre en apenas medio segundo, las diferencias que devienen de las
capacidades subjetivas de cada individuo se ven acrecentadas.
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tomar los resultados de Libet como enteramente significativos para la cuestión del
determinismo y la causación mental.

4. Determinismo débil y fisicalismo no reductivo

Al igual que en el caso del determinismo fuerte y el eliminativismo, la versión débil del
primero y el fisicalismo no reductivo son estructuralmente similares. En la cuestión de
explicar la causación mental, el fisicalismo reductivo tiene serias trabas para justificar la
causación qua mental, en tanto las estrategias de esta clase de fisicalismo tienden a
identificar o subsumir lo mental a lo físico. Es por esto que la versión no reductiva del
fisicalismo guarda más similitudes con el determinismo débil. Por un lado, ambas teorías
consideran verdadera el antecedente de los condicionales que mencionábamos en la
introducción, aceptando, por tanto, el principio de cierre causal del mundo físico. Por otro
lado, comparten la estrategia de explicar la eficacia causal de lo mental qua mental
defendiendo la asociación de cada evento mental con un determinado subconjunto no-
vacío de características físicas del efecto físico que causan.

Hay muchas formas de fisicalismo no reductivo, entre ellas, las que aparecen
descritas en Bernstein & Wilson (2016), que son el funcionalismo, la realización
mereológica y la relación determinable-determinado. Todas estas propuestas guardan una
relación, y es que las tres acuden a una estrategia de ‘subconjunto de poderes causales’,
que considera que los poderes causales de una propiedad mental M en una ocasión
determinada – a nivel de caso – son un subconjunto no vacío de los poderes causales de
la propiedad física F que la realiza en ese momento. Otra alternativa sería la teoría de
Kim, que se compromete con un fisicismo mínimo, aceptando el monismo de sustancias
y el principio de clausura causal, pero sin negar la existencia de propiedades mentales y
dando lugar a cierta eficacia causal mental después de todo. Kim postula relaciones de
dependencia y superveniencia entre lo mental y lo físico. Admite que, en última instancia,
las propiedades mentales deben estar relacionadas y depender de alguna forma de las
propiedades físicas que las realizan. Sin embargo, postula que tal dependencia no es en sí
causal, sino de sobreveniencia. Las propiedades mentales sobrevienen a las propiedades
físicas, esto es, la tenencia de unas u otras propiedades físicas podrá determinar la
tenencia de unas u otras propiedades mentales (Kim, 2014).

El problema fundamental para todo tipo de determinismo es que todas nuestras


decisiones parecen tener antecedentes. Esto es, todo acto deliberativo parece depender de
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ciertas condiciones iniciales. Así, cuando decido cruzar la calle lo hago porque veo que
el semáforo está en verde y creo que los conductores también lo verán y sabrán interpretar
el semáforo y decidirán frenar. Si, en última instancia, toda decisión consciente depende
antecedentes independientes a dicha decisión, ¿hasta qué punto soy libre de decidir lo que
quiero? Mis decisiones estarían determinadas por dichos condicionales. Sin embargo, J.
Hawthorne y P. Pettit, en su taxonomía de estrategias compatibilistas – aquellas que
aceptan cierto tipo de determinismo sin negar la posibilidad de existencia de la libre
decisión. – afirman que toda forma de determinismo débil tiende a aceptar que existe una
parte de esos antecedentes que sí da más libertad al sujeto en cuanto a la decisión. Esto
es, aun asumiendo que las leyes físicas y deterministas gobiernan sobre el mundo, y que
toda decisión que tome estará determinada por esas leyes y por las condiciones anteriores
a la decisión, algunos de los antecedentes a mi decisión, al menos los relevantes,
satisfacen la condición de dejar la elección en manos del sujeto (Bernstein & Wilson,
2016).

El determinismo débil puede entenderse en términos probabilísticos. Esto es, el


espacio para el libre albedrío se expresa en que la determinación entre eventos, el hecho
de que un evento venga determinado por sus antecedentes, no es exacta y precisa, sino
probabilística. Esta parte puede entenderse en analogía con la física cuántica de principios
del s. XX, en tanto en cuántica no podemos conocer la posición exacta de una partícula,
sino sólo las probabilidades de que se encuentre en un lugar u otro. Incluso algunas líneas
de investigación recientes, que se engloban dentro de la conocida como ‘neurología
cuántica’ aseguran que en el cerebro realiza sus funciones a nivel cuántico, y que, por
tanto, podemos estudiar sus probabilidades, pero no podemos asegurar que esté
unidireccionalmente determinado (Béjar, 2016).

En resumen, tanto el fisicalismo no reductivo como el determinismo débil adoptan


estrategias en las que aluden a subconjuntos de propiedades físicas realizadoras sin la
necesidad de identificar o relacionar causalmente las propiedades mentales con tales
subconjuntos. Son estrategias muy ingeniosas, pues siguen otorgando algo de
independencia a la causación mental y al libre albedrío, sin por ello entrar en
contradicción con el principio de clausura causal del mundo físico ni con el principio
determinista acerca de que nuestras acciones están determinadas por las leyes físicas

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5. Conclusiones

Sin duda hay un claro paralelismo entre las cuestiones de la causación mental y el libre
albedrío. Ambas cuestiones pueden ser vistas como parte de un problema global,
entendido como el problema de la quausación mental, esto es, la atribución de poderes
causales a estados y procesos intencionales, cualitativos o deliberativos qua el tipo de
estado o proceso mental que son. Demostrar la eficacia causal de dichos contenidos
metales en su virtud de ser mentales significaría demostrar cierta independencia de
nuestros actos con respecto a las leyes físicas y deterministas del mundo, otorgando cierta
autonomía a la conciencia y a la libre elección.

Tanto el fisicalismo eliminativo como el determinismo fuerte presentan dificultades


para adecuarse a lo que la experiencia y la intuición parecen mostrar; que poseemos
estados y realizamos procesos mentales distintos de los físicos, y que somos capaces de
decidir libremente. A esto hay que sumar el poco respaldo empírico de estas propuestas,
sumado a la vaguedad del argumento de clausura causal que mencionábamos en el
segundo apartado. Aunque el experimento de Libet parecía ser un fuerte argumento en
pro de estas teorías, la ambigua interpretación de sus resultados, los problemas
metodológicos y terminológicos, y otros problemas derivados muestran que difícilmente
los resultados de Libet pueden considerarse como significativos para cuestión de la
libertad.

El fisicalismo no reductivo es intuitivamente más fiable que la opción eliminativa.


Asume sus mismos presupuestos acerca del monismo y de la clausura causal del mundo
físico, pero, aun dando primacía a lo físico con respecto a lo mental, admite la existencia
de propiedades mentales distintas a las propiedades físicas que las realizan, y las
considera causalmente eficaces. Para ello, opta por una estrategia muy similar a la del
determinismo débil, en tanto admite que sólo algunas de las propiedades físicas serán
relevantes para la tenencia o falta de determinadas propiedades mentales. A su vez, el
determinismo débil también acepta los presupuestos deterministas profundamente
fisicistas, pero dejando cierto lugar para la decisión dentro de la determinación. Además,
fácilmente se adecúa a las hipótesis neurocientíficas más contemporáneas, lo cual no
sorprende, teniendo en cuenta que una teoría tan laxa es fácilmente acomodable. Esta es
justamente la mayor traba a la que creo se enfrentan el determinismo débil y el
antireduccionismo, pues ambas acomodan ideas que, en principio, parecen
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contradictorias, pero sólo a través de una formulación poco precisa, muy general y débil
de su teoría.

En definitiva, ninguna de las propuestas es capaz de resolver el problema de la


causación mental ni del libre albedrío, pero sin duda tenemos razones para confiar más
en unas que en otras. El eliminativismo y el determinismo fuerte se basan en
consideraciones lógicas de dudosa validez, además de no adecuarse a la experiencia, por
lo que deberían ser abandonadas. El determinismo se ve claramente enfrentado por la
cuántica, pues, aunque puedan darse interpretaciones deterministas de la misma, no
estaríamos hablando del mismo tipo de determinación que se postula en el problema del
libre albedrío. El hecho de que las posturas débiles del determinismo y los fisicalismos
no reductivos estén empezando a tener respaldo empírico parece indicar que tal vez
estemos investigando en la línea adecuada. Sin embargo, tendremos que esperar a nuevos
avances en neurología y ciencia computacional para obtener una respuesta a las
cuestiones de la causación mental y del libre albedrío, si es que la hay.
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Bibliografía
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Available at: https://blogs.comillas.edu/FronterasCTR/2016/11/29/la-neurologia-
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