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1. Introducción 1
2. Determinismo fuerte y fisicalismo eliminativo 3
3. El experimento de Libet 6
4. Determinismo débil y fisicalismo no reductivo 9
5. Conclusiones 11
Bibliografía 13
Resumen: Aun aparentemente distintas, las cuestiones acerca de la causación mental y
del libre albedrío guardan múltiples similitudes estructurales y argumentales. Ambas
pueden ser vistas como parte de un problema más general de quausación mental, esto es,
el problema de demostrar la eficacia causal del contenido mental intencional, cualitativo
o de libre elección qua intencional, cualitativo o de libre elección. El eliminativismo y el
determinismo fuerte esgrimen argumentos similares para negar la existencia de estados o
procesos mentales y de actos de libre elección, respectivamente. Lo mismo ocurre con el
fisicalismo no reductivo y el determinismo débil. Veremos las implicaciones del
experimento de Libet en la cuestión del libre albedrío y cómo afecta esto al problema de
la causación mental. Finalmente, expondremos las razones para abandonar el
eliminativismo y el determinismo fuerte en pro de un fisicalismo y un determinismo que
sí otorguen cierta autonomía a los estados y procesos mentales intencionales, cualitativos
o deliberativos.
1. Introducción
Los debates acerca de la causación mental y el libre albedrío se han desarrollado, por lo
general, en vías separadas. Sin embargo, tanto las cuestiones que conciernen a dichos
debates como las distintas respuestas que se han articulado como solución a los mismos
parecen estar íntimamente relacionadas. En la cuestión del libre albedrío se presenta el
problema de la tesis científica del determinismo, es decir, la idea acerca de que ‘todo
evento es una consecuencia de las leyes naturales y del estado de cosas del mundo en un
tiempo dado.’ (Bernstein & Wilson, 2016). De ser cierta la tesis determinista, los actos
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de libre elección estarían determinados por las leyes físicas y el estado material previo al
evento, perdiendo así su característica libertad. Paralelamente, la cuestión de la causación
mental se enfrenta al argumento de cierre causal del mundo físico, entendido, en
resumidas cuentas, como el principio que asegura que todo evento físico tiene una
explicación causal física suficiente. Partiendo de la base de que, aparentemente, hay
estados o procesos mentales que causan estados o procesos físicos, podemos entender la
causación de M sobre F de dos maneras. Por un lado, podría darse el caso de que M sea
idéntico a otro estado físico F’ y que ambos juntos causen F, pero, de ser así, se violaría
el principio de clausura causal del mundo físico. Por otro lado, podríamos considerar que
M y F’ son, por separado, suficientes para causar F, en cuyo caso nos encontraríamos ante
la problemática de la sobredeterminación causal (Kim, 1989). Ambos problemas pueden
considerarse como englobados en una cuestión mayor, la cuestión de la quausación
mental, que consiste en la causación de eventos o procesos mentales en tanto que, o en su
virtud de ser, mentales. La causación mental qua mental comienza a ser un tema de debate
debido a que varias corrientes de filosofía de la mente han tratado de salvaguardar la
eficacia causal de los estados mentales a través de su identificación con estados físicos.
Ante tal identificación, numerosos autores han objetado que, de ser así, los estados
mentales serían eficaces en virtud de sus propiedades físicas, no por el hecho de ser
mentales. Así, desde la quausación mental, debemos atender a la eficacia causal de un
estado o proceso mental, intencional, cualitativo o de libre elección, qua intencional,
cualitativo o de libre elección (Horgan, 1989). Al incluir los eventos libres-deliberativos
entre el contenido mental a estudiar por la quausación mental estamos estudiando la
cuestión del libre albedrío en tanto sea causalmente eficaz. Dicho de otro modo, la
intuitivamente cierta libertad de decisión humana se vería confirmada si demostrásemos
que los actos de libre elección son algo distinto que meros eventos físicos y tienen poder
causal en su virtud de ser libres. Las similitudes entre causación mental y libre albedrío
son tales que encontramos paralelismos entre las respuestas que se han dado a cada una
de dichas cuestiones. La tesis del determinismo fuerte es estructural y
argumentativamente similar al fisicalismo eliminativo, mientras el determinismo débil se
acerca al fisicalismo no reductivo. Partiendo de estas similitudes, con pequeñas
variaciones, los mismos argumentos y las mismas críticas que se esgrimen contra uno
pueden aplicarse en el otro.
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(1) Si todo evento está subsumido por leyes naturales deterministas, entonces la
causación de eventos mentales por medio de actos de libre elección qua libre no
existe.
(2) Si todo evento físico está subsumido por leyes físicas, entonces la causación de
eventos físicos por eventos mentales qua mentales no existe (Bernstein & Wilson,
2016).
Las distintas teorías acerca de la causación mental y del libre albedrío se definirán a
través de la posición que tomen con respecto a los dos condicionales planteados. Para el
condicional del libre albedrío:
El determinismo fuerte es la postura que defiende que el libre albedrío es una ilusión,
pues los actos de libre elección están en realidad subsumidos por las mismas leyes físicas
deterministas que rigen sobre el resto del mundo. El eliminativismo, dentro del marco de
la causación mental, argumenta que todo aquello que no sea susceptible de ser descrito
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en términos físicos no existe. Como hay barreras fundamentales para definir los estados
y procesos mentales en términos físicos, estos no deben existir. Tanto el determinismo
fuerte como el fisicalismo eliminativo y el epifenomenalismo coinciden en aceptar el
principio de cierre causal del mundo físico y en negar la posibilidad de la quausación
mental. El epifenomenalismo, aun negando la eficacia causal de los estados mentales,
admite su existencia como estados emergentes de relaciones causales física. Esto es, lo
mental puede ser causado, pero no puede causar. En este sentido, la corriente que más se
acerca al determinismo fuerte es el fisicalismo eliminativo, pues en ambos la eficacia
causal de estados o procesos mentales – ya sean cualitativos, intencionales o de libre
elección – sí determina su existencia.
U. Place (1956) plantea ya las bases del eliminativismo al afirmar, como hipótesis
científica plausible, que la conciencia es un proceso cerebral. Asegura que la existencia
de propiedades internas no implica el dualismo, y que la tesis acerca de la identidad
conciencia-proceso cerebral no puede resolverse en términos lógicos. Siendo así, toda
respuesta a la cuestión de explicar la conciencia será siempre de corte científico –
contingente –. Aunque la teoría de Place se reduzca al estudio de la conciencia, podemos
extender su argumento al resto de estados y procesos mentales, obteniendo así una teoría
general de identidad psicofísica. Un primer esbozo de la teoría de la identidad psicofísica
lo tenemos en Sensations and Brain Processes de J. Smart. (1959). En este artículo, Smart
aplica la navaja de Ockham para argumentar que es más simple aceptar la identidad entre
procesos mentales y cerebrales que optar por un interaccionismo de sustancias. Esto se
debe a que dicho interaccionismo dualista implicaría la exigencia de leyes psicofísicas
estrictas que, hasta el momento, no hemos conseguido establecer. Un primer escollo con
el que se topa esta teoría es el de que en nuestro lenguaje cotidiano aludimos a estados
mentales más que a procesos cerebrales, y las explicaciones en las que utilizamos
términos mentales tienden a ser satisfactorias. Frente a esta adversidad Smart acude al
concepto de expresiones neutrales, que viene a decir que cuando afirmamos algo como
“he visto algo de color naranja” estamos afirmando más bien algo como “está ocurriendo
algo que es como lo que ocurre cuando veo una naranja” (Hierro-Pescador, 2005, p. 80).
Esta traducción es metafísicamente neutra, pues no se compromete ni con el materialismo
ni con el dualismo. Sin embargo, resulta poco intuitivo que al utilizar lenguaje intencional
o cualitativo – quiero, creo, duele, etc. – estemos, de fondo, referenciando una similitud
entre procesos cerebrales. Partiendo de la tesis de la identidad psicofísica, tal y como
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demostró P. Feyerabend (1963), podemos defender una teoría eliminativa de los estados
mentales. En la manera en que lo plantea en su artículo, la identidad entre estados
mentales y cerebrales puede expresarse en términos lógicos como ‘X es un proceso mental
del tipo A syss X es un proceso cerebral de tipo B’. Entendida desde el monismo, esta
identidad nos comprometería con la asunción de un dualismo de propiedades, en tanto,
aun habiendo una sola sustancia física, el cerebro presenta propiedades o características
mentales. Sin embargo, dada la identidad psicofísica, las propiedades mentales, en tanto
idénticas a propiedades físicas, serían explicativamente inútiles. Por tanto, dice
Feyerabend, sólo queda adoptar un eliminativismo hacia los estados y procesos mentales.
Esto se debe a la naturaleza propia de las relaciones de identidad, sean del tipo que sean.
En términos del Tractatus de Wittgenstein (5.5303) “decir de dos cosas que son idénticas
es un sinsentido, y decir de una que es idéntica consigo misma es no decir nada” (1921).
3. El experimento de Libet
A pesar de lo revelador del experimento de Libet, tenemos varias razones para dudar
de su validez. En primer lugar, G. Gomes remarca ciertos problemas terminológicos en
el experimento de Libet, alegando que la poca precisión conceptual de términos como
‘intención’ o ‘decisión consciente’ pueden suscitar conclusiones erróneas. Así, por
ejemplo, el término ‘decisión consciente’ podría interpretarse como un acto de elección
consciente, pero que puede tener efectos previos a la conciencia1 o como un acto de
elección intrínsecamente consciente, cuyos efectos únicamente pueden darse luego de ser
conscientes de la misma. Aceptando la crítica de Gomes, dependiendo de qué
interpretación de los términos asumiésemos podríamos dar con una conclusión u otra,
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Podría interpretarse como simplemente un cierto lag o retardo de nuestra consciencia en percibir una
elección. Es decir, el estado mental de “ser consciente” tarda un tiempo en producirse, tiempo durante
el cual otras ordenes van siendo enviadas, generando una supuesta falsa sensación de “acto
inconsciente”.
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Además de estas críticas – y otras no tan fuertes no mencionadas – varios autores han
tratado de sugerir algunas mejoras metodológicas al experimento de Libet, alegando que
ciertas pruebas de éste podrían ser poco precisas. A. Marcel sugiere que un aislamiento
mayor de los sujetos de prueba podría ayudar a su más profunda “inmersión” en la
experiencia, logrando un mayor grado de concentración y evitando distracciones que
pudieran modificar los resultados. También sugiere la utilización simultánea de varios
métodos de registro de actividad cerebral, junto con unas instrucciones más sencillas para
los pacientes (Marcel, 2003).
Finalmente, cabe mencionar que el propio Libet se decanta finalmente de lado del
libertarismo, alegando que la posibilidad de veto, expresada durante los 200 ms que
separan la consciencia del acto y el acto en sí, ofrece un amplio abanico de posibilidades
para rechazar – o ir en contra de – las decisiones supuestamente inconscientes manifiestas
en el incremento de potencial de preparación previo a la consciencia de la acción. Esta
posibilidad de veto no es más que la posibilidad del sujeto de interrumpir la acción durante
el tiempo que transcurre entre la consciencia del movimiento y el movimiento en sí. Así
pues, aun si todo lo que dice Libet fuera cierto, y nuestro cerebro y nuestra mente actuasen
bajo leyes deterministas fuertes, siempre quedaría una mínima cabida para el libre
albedrío, expresada en la capacidad de vetar una acción cuando ya se es consciente de
ella, pero antes de que ocurra.
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Distintos pacientes con distintos reflejos, capacidades visuales, etc. podrían ofrecer mediciones
distintas acerca del momento en que son conscientes de que van a ejecutar el movimiento. Teniendo en
cuenta que toda la experiencia transcurre en apenas medio segundo, las diferencias que devienen de las
capacidades subjetivas de cada individuo se ven acrecentadas.
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tomar los resultados de Libet como enteramente significativos para la cuestión del
determinismo y la causación mental.
Al igual que en el caso del determinismo fuerte y el eliminativismo, la versión débil del
primero y el fisicalismo no reductivo son estructuralmente similares. En la cuestión de
explicar la causación mental, el fisicalismo reductivo tiene serias trabas para justificar la
causación qua mental, en tanto las estrategias de esta clase de fisicalismo tienden a
identificar o subsumir lo mental a lo físico. Es por esto que la versión no reductiva del
fisicalismo guarda más similitudes con el determinismo débil. Por un lado, ambas teorías
consideran verdadera el antecedente de los condicionales que mencionábamos en la
introducción, aceptando, por tanto, el principio de cierre causal del mundo físico. Por otro
lado, comparten la estrategia de explicar la eficacia causal de lo mental qua mental
defendiendo la asociación de cada evento mental con un determinado subconjunto no-
vacío de características físicas del efecto físico que causan.
Hay muchas formas de fisicalismo no reductivo, entre ellas, las que aparecen
descritas en Bernstein & Wilson (2016), que son el funcionalismo, la realización
mereológica y la relación determinable-determinado. Todas estas propuestas guardan una
relación, y es que las tres acuden a una estrategia de ‘subconjunto de poderes causales’,
que considera que los poderes causales de una propiedad mental M en una ocasión
determinada – a nivel de caso – son un subconjunto no vacío de los poderes causales de
la propiedad física F que la realiza en ese momento. Otra alternativa sería la teoría de
Kim, que se compromete con un fisicismo mínimo, aceptando el monismo de sustancias
y el principio de clausura causal, pero sin negar la existencia de propiedades mentales y
dando lugar a cierta eficacia causal mental después de todo. Kim postula relaciones de
dependencia y superveniencia entre lo mental y lo físico. Admite que, en última instancia,
las propiedades mentales deben estar relacionadas y depender de alguna forma de las
propiedades físicas que las realizan. Sin embargo, postula que tal dependencia no es en sí
causal, sino de sobreveniencia. Las propiedades mentales sobrevienen a las propiedades
físicas, esto es, la tenencia de unas u otras propiedades físicas podrá determinar la
tenencia de unas u otras propiedades mentales (Kim, 2014).
ciertas condiciones iniciales. Así, cuando decido cruzar la calle lo hago porque veo que
el semáforo está en verde y creo que los conductores también lo verán y sabrán interpretar
el semáforo y decidirán frenar. Si, en última instancia, toda decisión consciente depende
antecedentes independientes a dicha decisión, ¿hasta qué punto soy libre de decidir lo que
quiero? Mis decisiones estarían determinadas por dichos condicionales. Sin embargo, J.
Hawthorne y P. Pettit, en su taxonomía de estrategias compatibilistas – aquellas que
aceptan cierto tipo de determinismo sin negar la posibilidad de existencia de la libre
decisión. – afirman que toda forma de determinismo débil tiende a aceptar que existe una
parte de esos antecedentes que sí da más libertad al sujeto en cuanto a la decisión. Esto
es, aun asumiendo que las leyes físicas y deterministas gobiernan sobre el mundo, y que
toda decisión que tome estará determinada por esas leyes y por las condiciones anteriores
a la decisión, algunos de los antecedentes a mi decisión, al menos los relevantes,
satisfacen la condición de dejar la elección en manos del sujeto (Bernstein & Wilson,
2016).
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5. Conclusiones
Sin duda hay un claro paralelismo entre las cuestiones de la causación mental y el libre
albedrío. Ambas cuestiones pueden ser vistas como parte de un problema global,
entendido como el problema de la quausación mental, esto es, la atribución de poderes
causales a estados y procesos intencionales, cualitativos o deliberativos qua el tipo de
estado o proceso mental que son. Demostrar la eficacia causal de dichos contenidos
metales en su virtud de ser mentales significaría demostrar cierta independencia de
nuestros actos con respecto a las leyes físicas y deterministas del mundo, otorgando cierta
autonomía a la conciencia y a la libre elección.
contradictorias, pero sólo a través de una formulación poco precisa, muy general y débil
de su teoría.
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