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A fines de 1992, nadie ocupa las bancas de madera del Palacio Arzobispal, la sede del Arzobispado de
Santiago construida en 1851 y ubicada frente a la Plaza de Armas de la capital. En su patio interior, ya no se
ven niños jugando a la pelota, mientras sus madres piden ayuda para ubicar a sus maridos detenidos o
hechos desaparecer. Tampoco hay abogados preparando recursos de amparo, asistentes sociales prestando
ayuda, ni médicos atendiendo heridos. Lo único que se ve son hombres que trasladan cajas y desocupan las
viejas oficinas.
La mudanza consiste en 83 camionadas con archivos, muebles, papelería y enseres que salen del edificio
que albergó por 16 años a la Vicaría de la Solidaridad, el organismo eclesiástico fundado en 1976 por el
cardenal Raúl Silva Henríquez, para ir en ayuda de las víctimas y perseguidos por la dictadura de Augusto
Pinochet. Hasta hace poco en sus oficinas trabajaron más de 150 personas en cinco mil metros cuadrados
que se dividían entre el segundo y tercer piso del Palacio Arzobispal, vecino a la Catedral de Santiago.
Llegaron a estar hacinados. Hubo que construir altillos de madera aprovechando la doble altura de los cielos.
Durante los años en que funcionó, ninguna otra entidad logró sacar de sus casillas al régimen militar como la
Vicaría. En los días del poder total, con los partidos de izquierda diezmados por la represión y con un Poder
Judicial amilanado por los militares, fue el único refugio de los oprimidos al que la DINA no podía golpear. La
Vicaría fue, literalmente, el asilo contra la opresión.
En los ‘80, Pinochet logró sacarse de encima a Silva Henríquez, gracias a la ayuda del nuncio Angelo
Sodano. Pero un nuevo arzobispo, el cardenal Juan Francisco Fresno, se convenció de que el organismo
debía seguir con su tarea. El asesinato de uno de sus funcionarios en el Caso Degollados, el sociólogo
comunista José Manuel Parada, tampoco detuvo la labor del organismo.
Los pasillos de la sede de la Vicaría de la Solidaridad en el Palacio Arzobispal.
memoriachilena.cl
“La voz de los sin voz”
A partir del mismo 11 de septiembre de 1973, el cardenal Raúl Silva Henríquez, secundado por la cúpula de
los obispos chilenos, se transformó en “la voz de los sin voz”, frente a una dictadura que clausuró el
Congreso, proscribió los partidos y sindicatos y que persiguió de manera implacable a quienes apoyaron al
gobierno de Salvador Allende.
Ese mismo año el cardenal fundó el Comité de Cooperación por la Paz, para dar asistencia legal y social a
todas las personas que estaban siendo detenidas y asesinadas y a cualquiera que se sintiera sin protección.
El Comité Pro Paz era una organización ecuménica, en la que participaban la Iglesia Católica, Luterana,
Metodista, Presbiteriana, Bautista, Ortodoxa y el Gran Rabino de la Comunidad Israelita de Chile.
El cardenal se vio obligado a disolver el Comité en diciembre de 1975, cuando Pinochet se lo exigió, luego de
un enfrentamiento en Malloco entre agentes de la DINA y el MIR. Los miristas que sobrevivieron se cobijaron
en distintas parroquias y en la Nunciatura Apostólica. Este incidente le dio motivos al régimen para acabar
con el Comité.
El cardenal Raúl Silva Henríquez desafió al general Augusto Pinochet al fundar la Vicaría de la Solidaridad.
Fundación Documentación y Archivo de la Vicaría de la Solidaridad.
Sin perder tiempo, el 1º de enero de 1976 Silva Henríquez formó la Vicaría de la Solidaridad, dependiente del
Arzobispado de Santiago y bajo su directa protección. Las otras Iglesias, a diferencia de la Católica, tenían
inferior rango ante la ley y sus instituciones en pro de los derechos humanos podían ser fácilmente proscritas.
La Iglesia Católica, en cambio, era una corporación de derecho público. A pesar a la irritación de Pinochet, la
Vicaría de la Solidaridad no podía ser disuelta por decreto.
El enojo del general fue mayúsculo. Ordenó invitar a Silva Henríquez a su despacho. Así describe el agrio
diálogo el libro La historia oculta del régimen militar, de los periodistas Ascanio Cavallo, Manuel Salazar y
Oscar Sepúlveda:
– ¡O sea que otra vez vamos a empezar con la misma! ¡Parece que la Iglesia no quiere entender, oiga!
El cardenal subió brúscamente el tono.
– ¡Ustedes no pueden impedir la Vicaría! ¡Y si tratan de hacerlo yo voy a poner a los refugiados debajo de mi
cama, si es necesario!
Se acaba el adjetivo “presuntos”
En diciembre de 1978 se produjo el conmovedor hallazgo de osamentas humanas en los hornos de Lonquén,
una zona campesina a pocos kilómetros al sur de Santiago. Un anciano del lugar acudió a la Vicaría para dar
cuenta de lo que había encontrado. Los restos pertenecían a 15 detenidos desaparecidos.
Silva Henríquez decidió esperar cerca de un mes para hacer la denuncia ante la justicia civil. Prefirió aguardar
a que terminase un simposio mundial que había organizado la Iglesia y que se celebraba en Santiago, para
conmemorar el Año Internacional por los Derechos Humanos. De este modo, el régimen no lo culparía de
instrumentalizar este hallazgo ante los visitantes extranjeros. Mientras tanto, la Vicaría temía que esta fosa
con desaparecidos fuera saqueada por agentes del régimen. Como prueba, sus funcionarios pusieron en una
caja un cráneo y otros huesos de Lonquén y los guardaron en las oficinas frente a la Plaza de Armas. Los
pocos que sabían de su existencia preferían ni recordar que partes de cuerpos de varios desaparecidos
estaban allí, mientras sus familiares llevaban años buscándolos.
La noticia de Lonquén fue la primera prueba de la existencia de los detenidos desaparecidos, que hasta
entonces el régimen militar se empeñaba en desmentir. Hasta ese momento la prensa cercana al régimen se
refería a los desaparecidos anteponiendo el adjetivo “presuntos”.
Quince cadáveres fueron encontrados en 1978 en los hornos de Lonquén: todos eran de detenidos
desaparecidos, cuya existencia hasta ese momento era negada.
Fundación Documentación y Archivo de la Vicaría de la Solidaridad.
Ya en esos días la Vicaría se había convertido en una organización demasiado importante. Era un verdadero
ministerio. Aparte del Departamento Jurídico con los abogados que llevaban los casos judiciales, estaban los
asistentes sociales; el centro de documentación y archivo, que llegó a tener información de 45 mil chilenos
que denunciaron atropellos; el departamento laboral; el departamento campesino; los comedores infantiles; la
unidad de salud; el departamento de información y análisis; la revista Solidaridad; y la fundación de apoyo a
los artesanos, entre otras dependencias.
Los fondos para mantener este gran buque provenían del Consejo Mundial de Iglesias, de otras Conferencias
Episcopales y de fundaciones alemanas, inglesas, holandesas y belgas.
En la Iglesia algunas voces opinaban que la Vicaría había crecido en exceso y que podia salirse del control de
la jerarquía. Su primer vicario, Cristián Precht, se convirtió en blanco de las críticas y su permanencia se hizo
insostenible. El cardenal Silva Henríquez quería cuidar a Precht para que pudiese llegar a obispo y no teñir su
trayectoria con el trabajo en derechos humanos. En ese tiempo, decir Vicaría de la Solidaridad era decir
Cristián Precht, quien estaba dispuesto a no ser obispo con tal de continuar. El cardenal, sin embargo, lo
sacó. En su reemplazo puso como vicario al sacerdote Juan de Castro. Décadas después, Precht llegaría a
ser obispo auxiliar, pero su carrera sacerdotal se vería seriamente dañada luego de que se presentaran
denuncias de abuso sexual en su contra y en 2012 El Vaticano lo sancionara por “conductas abusivas” con
mayores y menores de edad, suspendiendo por cinco años el ejercicio público de su ministerio sacerdotal.
El sacerdote Cristián Precht lideró la Vicaría desde su fundación hasta marzo de 1979, cuando fue
reemplazado por el sacerdote Juan de Castro (ambos en la foto).
Fundación Documentación y Archivo de la Vicaría de la Solidaridad.
“Esto tiene que seguir”
En 1978 el arzobispo de Cracovia, cardenal Karol Wojtyla, fue entronizado como Papa. Su país, Polonia,
llevaba décadas bajo la órbita soviética y era dirigido por un régimen comunista totalitario. Los católicos
polacos eran perseguidos. Juan Pablo II, el nombre que eligió el nuevo Pontífice, estaba profundamente
marcado por la lógica de la Guerra Fría. Era anticomunista y consideraba que la Iglesia Católica
latinoamericana estaba demasiado influenciada por la izquierda y por experimentos como la Iglesia popular y
la Teología de la Liberación.
Los vientos comenzaban a cambiar en Roma. Y eso repercutió en Santiago.
Un año antes de que Wojtyla fuese elegido Papa, en 1977, llegó a Chile un nuevo nuncio apostólico, el
italiano Angelo Sodano. A diferencia de la jerarquía de la Iglesia chilena, Sodano era conservador, tuvo una
cercana relación con Augusto Pinochet y jamás criticó públicamente las violaciones de los derechos humanos
de su régimen de facto. Además, acabó entendiéndose a la perfección con Juan Pablo II.
En 1983 Silva Henríquez cumplió 75 años. Le correspondió entonces presentar su renuncia por razones de
edad ante el Vaticano, que podía aceptarla o extender por un tiempo su labor pastoral. Juan Pablo II la
admitió en tiempo record. En su reemplazo fue nombrado el entonces arzobispo de La Serena, Juan
Francisco Fresno, de perfil más conservador. Cuando supo la noticia, la primera dama, Lucía Hiriart de
Pinochet, exclamó públicamente: “Gracias señor, por fin escuchaste nuestras plegarias”.
El nombramiento de Juan Francisco Fresno como nuevo arzobispo de Santiago en reemplazo de Silva
Henríquez fue celebrado por el régimen militar. No así en la Vicaría.
Fundación Documentación y Archivo de la Vicaría de la Solidaridad.
Fresno era un pastor cercano al estilo del nuncio Sodano y a la Iglesia de Juan Pablo II. No venía a
contradecir al régimen militar, ni a buscarse pleitos. Los propios funcionarios de la Vicaría de la Solidaridad
vieron su nombramiento como una mala señal.
“Angelo Sodano odiaba a la Vicaría”, recuerda Héctor Contreras, ex abogado del organismo eclesiástico.
Contreras estaba seguro de que Fresno venía con el mandato vaticano de cerrarla en 1983.
Apenas asumió, el nuevo arzobispo recorrió todas las sedes de la Arquidiócesis de Santiago. Se demoró
demasiado en visitar la Vicaría, a pesar de que estaba muy cerca de sus oficinas. Lo hizo por casualidad, al
día siguiente de la primera gran protesta callejera contra el régimen en 1983. El espectáculo que vio adentro
fue desolador. Estaba repleto de heridos por balines o lumazos, que esperaban ser atendidos en el policlínico.
Las mujeres de los detenidos desaparecidos, al verlo, se le abalanzaron y, abrazándolo, le dieron las gracias
por mantener abierta la Vicaría. Fresno caminó hacia la Secretaría Ejecutiva. Iba llorando. Y habló: “Yo quiero
felicitarlos por lo que hacen. Esto tiene que seguir”.
Un “dossier” con fotografías
En reemplazo de Juan de Castro, Fresno nombró al frente de la Vicaría al jesuita Ignacio Gutiérrez, un
español progresista que no tenía mucho que ver con la Iglesia despolitizada que se empujaba desde el
Vaticano.
A poco andar, Ignacio Gutiérrez se enfrentó con el régimen militar y, con motivo de su viaje a Europa a visitar
a los donantes de la Vicaría, Pinochet le prohibió el reingreso a Chile. La Iglesia reaccionó indignada y un
personero de la jerarquía se reunió con un uniformado, emisario del general. Antes que comenzara el alegato,
el militar le entregó un dossier con fotografías del vicario Gutiérrez, que probaban su relación con una
amante, una mujer casada que, además, era su secretaria.
“Monseñor, le estamos haciendo un favor a su Iglesia”, dijo el uniformado. En la Vicaría sospechaban que
Gutiérrez tenía algo con la funcionaria, pero nadie podía probarlo. La inteligencia del régimen, que hacía
seguimientos de todos, pudo más. Para la Vicaría, lo que sucedió con Gutiérrez fue chocante. Se le reprochó
haber puesto en entredicho la credibilidad y seriedad de la institución. En noviembre de 1984, Gutiérrez fue
reemplazado por el sacerdote Santiago Tapia, quien tendría que enfrentar algunos de los episodios más
complejos para la Vicaría. Tiempo más tarde, además, los jesuitas expulsaron a Gutierrez de la orden.
En democracia, a varios de los profesionales que trabajaron en la Vicaría les costó encontrar nuevos trabajos,
pues estaban “marcados” por su paso por el organismo
Fundación Documentación y Archivo de la Vicaría de la Solidaridad.
La memoria histórica
En 1992 se creó la Fundación Documentación y Archivo de la Vicaría de la Solidaridad, localizada en el
Arzobispado de Santiago y que resguarda 85 mil expedientes únicos sobre la guerra sucia que ocurrió en
Chile. Según el abogado Roberto Garretón, ex funcionario de la Vicaría, el régimen militar estaba
obsesionado con este archivo: “Lo que quería Pinochet es que se quemaran esos documentos. Ya en
democracia, nosotros no podíamos dejarlos en poder del Estado ¿Y si llegaba un gobierno de derecha al
poder y los desaparecía? Este archivo es nuestra memoria histórica”.
En noviembre de 1992 quedaban solamente 42 funcionarios en las oficinas frente a la Plaza de Armas. La
última semana de ese mes, el arzobispo Oviedo celebró una ceremonia en la vecina Catedral Metropolitana, a
la que asistió parte importante de la clase política, además de dirigentes sociales y de derechos humanos.
Era la despedida oficial para la la Vicaría de la Solidaridad. En medio de la homilía, el ya retirado cardenal
Silva Henríquez ingresó tímidamente al templo. Tenía 92 años. La catedral se vino abajo con los aplausos y
vítores. El fundador de la Vicaría odiaba los homenajes, aunque esta vez la gran obra de su vida era la que
llegaba a su fin. Más tarde se apagaron las luces del templo y se encendieron cientos de velas blancas. Los
asistentes lloraban emocionados. Algo avergonzado, Silva Henríquez aprovechó la oscuridad para
escabullirse con sigilo.
Moriría siete años más tarde, en medio del reconocimiento de todo un país por su lucha a favor de los
perseguidos.