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ee i LAS CRISIS DE LA EDAD ADULTA autoayuda y superacion MEXICO BARCELONA BUENOS AIRES INDICE GENERAL Argradecimientos dela autora 6. oe cee 13 PRIMERA PARTE: MISTERIOS DEL CICLO VITAL 1 Locura y método ... aap ee 2 Crisis previsibles de la plat pul Sebi: nie AS SEGUNDA PARTE: ARRANCAR RAICES a beck pecho a Ia rupoira: s0% ye ae eee eee pes fe 69 A Jugar hasta reventar : 220 spo e Ges ed 84 5 «Si me retraso, empiecen la crisis sin mi» 2... . 104 Gobel ideacode fama pra aeaeraca tee ten en ene 117 7 Los principios del encaje del rompecabezas de la pareja 133 TERCERA PARTE: LOS PENOSOS VEINTE 8 El despegue hacia una salida lanzada ......-..- 149 Ole verdadera:pateya 5 iis Saas Wee ade Sue ee 158 10 Por qué se casan los hombres? ..........-..- 176 11 Por qué no puede la mujer parecerse mas al hombre y cl hombre menos a un caballo de carreras?) 2... 187 12 Breve anticipo. hombres y mujeres en crecimiento .. 202 CUARTA PARTE: EL PASO A LOS TREINTA 13 Alcanzar los tremta : 14 El vinculo bipersonal, la solteria, el rebote QUINTA PARTE: PERO YO SOY SINGULAR 15 Pautas masculinas de vida 16 Pautas femeninas de vida SEXTA PARTE: LA DECADA TOPE 17 Iniciar el camino en el paso de la mitad de la vida 18 Estas en buena compafia ws 19 La perspectiva de los treinta y cinco 20 Los cruciales cuarenra eye 21 La curva de los cuarenta y la pareja 22 El diamante sexual 23 Vivir la fantasia 24 Vivir la realidad SEPTIMA PARTE: LA RENOVACION 25 La renovacién Notas y fuentes Bibliografia - 255 295 338 401 418 .. 430 . 450 aw ald - 501 529 = 246 563 583 - 609 Agradecimientos de la autora La simiente de esta obra fue plantada por el difunto Hal Scharlatt, ad- mirable editor y magnifico ser bumano que me estimuld a explorar la condicion adulta sin precipitactones. Después de su muerte prematura, Jack Macrae avanz todavia mds. Ademds de cientos de horas de sabio consejo editorial, aporté a la personalidad de este libro sus cualidades especificas incluso en cuanto a gusto y temperamento. Cuerpo le dieron todos aquellos que tuvieron tiempo y valor para contribuir con sus bistorias de vida. No es posible agradecerles su colabo- racion menctondndolos. Abriga la esperanza de baberles hecho justicia. Muchos fueron los que contribuyeron al crecimiento de esta obra. Tengo una denda fandamentalmente profesional con Daniel J. Levin- son, Margaret Mead y Roger Gould. Merecen un agradecimiento espe- cial Bernice Neugarten, George Vaillant, Margaret Hennig, James M. Donovan, Marylou Lionells y Carola Mann por la amable aportacién de sw experto conocimiento, Me siento profundamente reconocida a Carol Rinzler, Deborab Maine y Byron Dobell por leer partes del manuscrito y ayudarme a me- jorarlas. También Jerzy Kosinski, Patricia Henion y Chota Chuda- sama me hicieron llegar sus cordiales comentarios. Muchas noches y madrugadas encontraron a Virginia Dajani escribiendo a maquina, a Lee Powell transcribrendo y a Ella Council ti- rando copias de lo que por momentos parecia un improbo esfuerzo que ja- mas adquiriria forma. Les agradezco que nunca lo hayan dicho y agra- dezco tambrén su infatigable buena voluntad. La Alicia Patterson Foundation presté su ayuda financiera en forma de une beca cuando la obra solo era wna nebulosa en mi mente. También me brindd su apoyo moral y me siento mds que profesional- mente agradecida a sn director, Richard H. Nolte. En realidad, no sé como expresar mi reconocimiento a Maura Sheehy y a Clay Felker por sw paciencia, Pero al baber sacrificado mt atencién en casa y en lugares de vacaciones mientras yo escribia angus- tiada, reescribia, soniaba y vivia esta obra son, de hecho, sus padrinos. Gail Sheeby 12 Las crisis de la edad adulta Primera Parte Misterios del ciclo vital ¢Qué trama es ésta del serd, del es y del fue? JORGE LUIS BORGES 1 Locura y método Mediados los treinta y sin advertencia previa, sufri una crisis ner- viosa. Jamas habia pensado que mientras navegaba por las aguas de mi etapa mas dichosa y mas productiva, el mero hecho de permane- cer a flote me exigiria un tremendo esfuerzo de voluntad. O de al- gin poder mas fuerte que la voluntad. Conversaba con un joven en Irlanda del Norte —donde me en- contraba haciendo un trabajo para una revista— cuando una bala le destrozé la cara. Todo cambio instantaneamente. Estabamos de pie bajo el sol, relajados y triunfantes después de una marcha de los Ca- tolicos de Derry por los derechos civiles. Se nos habian unido sol- dados en la barricada; habiamos vomitado gas lacrimdgeno y ha- biamos dado proteccién a quienes se habian visto alcanzados por balas de goma. En aquel momento observabamos a la multitud desde una galeria. —zCémo hacen los paracaidistas para disparar tan lejos esos botes de gas? —inquiri. —¢Ve cémo clavan la culata del rifle en tierra? —decia el mu- v7 chacho cuando el fragmento de acero le arrancé la boca y el tabi- que nasal, transformando su rostro en una masa informe de hucso triturado, —; Dios mio! —exclamé desconcertada—. Son balas de verdad. Traté de pensar en la forma de recomponer su rostro. Hasta ese momento, siempre habia creido que todo podfa arreglarse. Alla abajo, los tanques britanicos empezaron a cargar contra la multitud, De su interior salieron paracaidistas portando rifles de alta velocidad. Recibimos una rociada de balas. E| muchacho sin cara cayo sobre mi. Un hombre mayor, al que habian golpeado en el cuello con la culata de un rifle, tropez6 esca- leras arriba y cay sobre nosotros. Fueron sumandaose cuerpos atur- didos hasta que formamos una especie de oruga humana que ascen- did palmo a palmo, boca abajo y trabajosamente, los peldaiios de la expuesta escalera exterior. —;Metdmonos en alguna casa! —grité Reptamos ocho pisos arriba pero las puertas de todos los apar- tamentos estaban cerradas con llave. Alguien tendria que desafiar el fuego arrastrandose por la galeria para llamar a la puerta mas cer- cana. Desde abajo, otro muchacho chill: —Jestis, estoy herido! Su voz me impuls6 a través de la galeria, temblando pero toda- via sinti¢ndome protegida por una especie de bolsa de liquido am- nidtico de suaves paredes, que —eso creia— me hacia invulnerable. Un segundo después una bala pasd a pocos centimetros de mi na- riz. Me lancé contra la puerta mas préxima y nos dejaron pasar a todos. Las habitaciones de aquel apartamento ya estaban llenas de mujeres con hijos colgando de sus faldas. Seguimos escuchando el ruido de los disparos durante aproximadamente una hora. Desde la ventana vi como tres chicos se levantaban de detrds de una barri- cada para huir precipitadamente. Fueron derribados como mufiecos Gun puesto de tiro al blanco, lo mismo que el sacerdote que los si- guid agitando un pafuelo blanco y el viejo que se inclind sobre 18 ellos para rezar una oracién. Un hombre herido al que habiamos arrastrado escaleras arriba pregunto si alguien habia visto a su her- mano menor. —Muerto —le informaron. Algo similar le habia ocurrido a mi propio hermano en Viet- nam. Pero el funeral se celebré en la placida campifia de Connecti- cut y yo era unos cuantos anos mas joven. La guardia de honor ha- bia recortado con tanto esmero en tridngulo la bandera de la victima, que parecia un banderin bordado sobre un cojin del sofa. La gente me apretaba las manos diciendo: «Sabemos cémo te sien- tes». Eso me hizo pensar en los extrafos que siempre me confiaban que se estaban preparando para someterse a una operacién qui- rirgica o «tomadndose la vida con filosofian después de un ata- que cardiaco. Todo lo que yo podia ofrecer a su afliccion eran las mismas palabras: «S¢ cémo te sientes». Pero no sabia nada sobre es0. Después de la sorprendente masacre, fui slo una entre los mi- les de personas refugiadas en los apartamentos de fragiles paredes del ghetto catélico. Todas las salidas de la ciudad estaban bloquea- das. Todo lo que se podia hacer cra esperar. Esperar a que el cjército britanico registrara casa por casa. —2 Qué hard si los soldados entran disparando? —le pregunté a la anciana que me albergaba. —Tenderme boca abajo —respondid. Otra mujer hablaba por teléfono, verificando los nombres de los muertos. Tiempo atrds yo habia sido una ferviente protestante: traté de orar. Pero el tonto jucgo infantil seguia martillandome la mente... s/ supieras que un solo deseo tuyo se vuelve realidad... Decidi llamar a mi amor, El pronunciaria las palabras magicas que aleja- rian el peligro. —j Hola! ¢Cémo estés? —su voz sond absurdamente despreo- cupada; estaba en la cama, en Nueva York. —Estoy viva. —Bien, ¢eémo va el articulo? 19 —Estuve a punto de dejar de estarlo. Hoy han matado aqui a trece personas. —Espera. El noticiario de la CBS esta hablando de Londonde- rry en este preciso momento... —El dia de hoy pasara a la historia como ¢l Domingo Sangriento —;No puedes levantar la voz? —Todavia no ha concluido. Una madre de catorce hijos acaba de ser aplastada por un tanque. —Eseucha, no tienes por qué estar en primera linea. Estas escri- biendo un articulo sobre las mujeres irlandesas, recuérdalo. Li mitate a estar con cllas y permanece alejada de todo el problema, 2De acuerdo, carifio? Desde que colgué el teléfono tras esa no-conversacién, mi mente se entumecid. Sc me contrajo el cuero cabelludo. Se agité al- guna varita oscura y una serie de pesas empezaron a rodar por mi cerebro como pequefas bolas de acero. Habia desperdiciado mi tinico deseo de salvacién. El mundo era negligente. Podian morir trece personas o trece mil, podia perecer yo y manana nada tendria importancia. Cuando me reuni con las personas que estaban tendidas boca abajo. una tinica idea me domind: Nadie estd conmigo. Nadie puede mantenerme a salvo. No bay nadie que impida que esté sola. Tenia dolores de cabeza suficientes para un ano entero. Cuando parti de Irlanda y tomé el avidén hacia Estados Uni- dos no pude escribir el articulo, no pude afrontar el hecho de mi propia mortalidad. Por fin logré encontrar algunas palabras y cumpli la tarea que se me habia encomendado, aunque a un precio muy alto. Mi genio vivo me llevé a pelearme con mis seres mas queridos, alejando el tinico apoyo que podria haberme ayudado a luchar contra mis demonios. Rompi con el hombre que habia com- partido mi vida durante cuatro afios, despedi a mi secretaria, perdi a mi ama de llaves y me quedé sola con mi hija Maura, dejando pa- sar el tiempo. 20 Cuando llegé la primavera, apenas me conocia a mi misma. El desarraigo que me habia supuesto un placer a principios de los treinta, que me habia permitido cortar los lazos de antiguos roles, ser atolondrada y egoista, y concentrarme en alargar mi suefo re- cién descubierto, vagar por el mundo cumpliendo tareas por en- cargo y quedarme levantada durante toda la noche escribiendo a miquina gracias a la cafeina y a la nicotina... todo eso dejé de fun- cionar. E Una voz intrusa me sacudié por dentro gritando: ; Ha inven- tario! Ya ha transeurrido la mitad de tu vida. ; Qué hay de esa parte de ti que desea un hogar y otro hijo? Antes de que pudiera responder, la voz se refirid a otra cucstién que yo habia postergado: 3¥ esa parte de ti que quiere ayudar al mundo? Palabras, libros, manifestacto- nes, donaciones... ssom suficientes? Has sido una ejecutante pero no bas participado con todo tu ser. Y ahora tienes treinta y cinco aiios. Enfrentarse por primera vez a la aritmética de la vida era, sen- cillamente, aterrador. No cs corriente encontrarse en medio de una cortina de fuggo, pero muchos accidentes de la vida pueden tener un efecto similar. Usted juega dos veces a la semana al tenis con un dinamico hombre de ne- gocios de treinta y ocho afios. En los vestuarios, un coagulo silen- cioso le obtura una arteria a su compafiero y antes de que haya con- seguido pedir ayuda, una gran parte de su musculo cardiaco se ha estrangulado. El ataque afecta a su esposa, a sus socios y a todas sus amigos de la misma generacién, incluido usted. Una conferencia telefénica le notifica que su padre o su madre ha ingresado en el hospital. Usted tiene en la mesilla de noche una fotografia de la persona dinimica que vio la tiltima vez, limpiando un terreno o precipitandose a una reunion de la Liga de Sufragistas Femeninas. En el hospital comprueba que aquella persona lena de vitalidad ha pasado, en un momento y en forma irreversible, al ocaso de la enfermedad y la impotencia. 21 Cuando nos acercamos a la mitad de la vida —a mediados de los treinta o principios de los cuarenta— nos volvemos susceptibles ala idea de nuestra propia perdurabilidad. Si en ese moménto oeu- rre un accidente que afecta nuestra vida, nuestro temor a la muerte se agudiza. No estamos preparados para la idea de que el tiempo corre, ni para la sorprendente verdad de que si no nos apresuramos a cumplir nuestra definicién de una existencia significativa, la vida puede convertirse en una repeticién de rutinarias obligaciones de mantenimiento. Tampoco anticipamos un cataclismo de los roles y reglas que pueden habernos definido comodamente en la primera mitad de la wida, pero eso debe reordenarse en torno a un centro de valores personales fuertemente sentidos en la segunda mitad. En circunstancias normales y sin el choque que significa un ac- cidente vital, los problemas relacionados con Ja edad mediana se ponen de relieve en un periodo de afios. Tenemos tiempo de adap- tarnos. Pero cuando caen sobre nosotros en un santiamén, somos incapaces de aceptarlos de inmediato. El declive de la vida se nos hace demasiado duro y dificil. En mi caso, la imprevista escaramuza con la muerte en Irlanda situé cn un primer plano y en toda su magnitud los problemas subyacentes de la primera mitad de mi vida. Si les hablara de aquella semana, seis meses mds tarde, si les contara los hechos observables —cuando sali corriendo para coger un avidn a Florida con el fin de cubrir la informacién de la Convencién De- mocrata; una madre sana, profesional y divorciada, encuentra muerto a uno de sus periquitos y rompe a llorar incontrolable- mente—, dirian: «Esta mujer se estaba desmoronando». Y eso es precisamente lo que yo pensé. Ocupé el asiento del lado del pasillo en la cola del avién, para que asi, cuando nos estrelléramos, fuera la ultima en ver la tierra. © Para mi, viajar en avion siempre habia sido un placer. A los treinta afios era muy valerosa y habia practicado el deporte del pa- 22 racaidismo. Ahora todo era diferente. Cada vez que me acercaba a un avién veia una galeria de imagenes de Irlanda del Norte. En seis meses, el miedo a los aviones se habia transformado en autén- tica fobia. Cualquier fotografia de un accidente de aviacién Ila- maba mi atencidn. Estudiaba las imagenes con morboso detalle. Los aviones siempre parecian agrictarse en la parte de delante, asi que me impuse la regla de sentarme en la cola. Desde la seguridad de la entrada, le preguntaba al piloto: «gTiene experiencia en ate- trizajes con instrumentos?». No me daba vergiienza. Tenia un consuelo. Las alteraciones que habia experimentado durante los primeros meses de mi trigésimo quinto afio de vida eran vagamente susceptibles de clasificacién. Podia relacionar mi angus- tia con cualquier clase de acontecimientos reales, Mi fobia al avidn podia situarse en el contexto de las reacciones de conversién (pro- ceso mediante el cual un hecho psiquico reprimido se convierte en otro sintoma). La sensacién de desarraigo podia explicarse en vir- tud de que habfa tenido que experimentar cuatro domicilios distin- tos en los dos afios anteriores. Todos mis sistemas de apoyo vital estaban cambiando. No obstante, aquel mes de julio habia apretado los frenos. Pa- recia haber renacido la calma. Pero eso no era cierto. Era muy poco lo que ocurria en la superficie, pero todo se agitaba por dentro. Un ataque de Ianto por un periquito muerto fue la sefial. s Qué me ocurria que ni siquiera podia mantener vivo a un periquito? Por alguna raz6n, relacioné esa pérdida con la inesperada partida de mi ama de llaves. Si no conseguia una persona que ocupara su puesto tendria que dejar mi trabajo. ;Camo sobreviviriamos entonces mi hija y yo? En ese momento, Maura estaba instalada con su padre, libre de todo mal. A pesar de nuestro divorcio, o quizd como resultado de él, sentiamos el tipo de carifio de largo alcance que trasciende las Pequefieces porque s¢ basa en una conviccién compartida. Incluso en los momentos de tensidén de la separacién, habiamos acordado 23 que siempre nos reconoceriamos como la madre y el padre de esa hija. Habiamos elaborado juntos ese contrato, que era inalterable y aplazaba cualquier otro. Asi habiamos Iegadd a disfrutar de las cualidades especificas del respeto y la amistad que surgen cuando se sitia en primer plano el bienestar de otro. No tenia nada de ex- traordinario que Maura pasara una semana con su padre, pero yo la echaba mucho de menos. Bruscamente habia perdido la capaci- dad de distinguir entre una separacién temporal y una ruptura defi- nitiva. Una idea aciaga ocupé su lugar: lo que se hab/a roto en mi interior, fuera lo que fuese, habia liberado una fuerza siniestra que amenazaba destruir mi mundo de pacotilla. En el vuelo a Miami, no habia hecho sino desear ferviente- mente que el 727 salvara la Bahia de Flushing, cuando volvié la voz intrusa a revolverme la psiquis y desdenar el valor de mis re- cursos: Has hecho un buen trabajo pero... qué importancia tiene en realidad? Me sentia demasiado nerviosa para comer pero ignoraba que en mi zona abdominal se habia desatado un combate entre dos me- dicamentos incompatibles. Uno de ellos me lo habian recetado para un persistente transtorno intestinal; el segundo me lo habia prescrito ocro médico, después del trauma de Irlanda. A las aguas y aceites que se separaban violentamente en ese sistema digestivo, agregué cognac y champagne. Cuando entré a la habitacién del hotel, me parecié que lo me- jor seria actuar en forma esnipidamente mecdnica, Llenar los arma- rios. Despejar un sitio para trabajar. Instalar, como sucle decirse, una nueva «base». Abrir la maleta. Pero en ese preciso momento, al abrir la maleta: paralisis. Habia apoyado sobre una falda blanca un par nuevo de sandalias rojas de piel que dejaron una mancha brillante sobre la falda, Me estremeci, De pronto comprendi que no podia forzarme a hacer planes, recibir mensajes telefdnicos, cumplir plazos. De todos modos, gqué estaba escribiendo y para qién? Sin que yo lo supiera, la pugna de los medicamentos habia empezado a manifestarse. El marco, los lacerantes calambres esto- 24 macales. Mi coraz6én adquirié un ritmo maniaco y empezd a sal- tarme en el pecho como una rana dentro de un frasco. Mi habitacion se encontraba en el piso 21. Un ventanal de vi- drio comunicaba con un baleén, temerariamente suspendido sobre la Bahia Vizeaina. Debajo sélo agua, nada, salvo liquido. Aquella noche tenia lugar un eclipse. Me senti atraida al balcén. Con mérbida fascinacin, segui el eclipse, Hasta el planeta estaba suspendido en situacién inestable entre fuerzas interpuestas del Universo, Observé cémo un re- Limpago sacaba chispas de las torres de Miami Beach. Mi impulso era dejarme ir, flotar con el. Fragmentos de mi misma —enterrada viva con un padre irreconciliable, un marido herido, amigos y amo- res fuera de lugar, incluso mis antepasados desconocidos— quebra- ron la superficie y saltaron sobre mi en una masa de visiones frac- cionadas, confundidas con la cabeza sangrante del muchacho de Irlanda. Pasé la noche en ese baledn de Miami, tratando de obte- ner de la luna alguna seguridad. A la mafiana sigwiente telefoneé a los dos médicos que me ha- bian recetado las pildoras. Queria una clara explicacién cientifica que diera sentido al temor que me acosaba con tanta liberalidad. Cuando conoci el diagnéstico, logré tenderme y librarme del miedo. Ambos médicos confirmaron que las dos drogas (un barbi- tirico y un estimulante) habian entrado en conflicto, produciendo una violenta reaccién quimica. Debia guardar cama un dia entero. Mantener la estimulacién al minimo. Descansar. Si. Pero el diag- néstico médico no logré hacerlo desaparecer, porque «eso» era de mucha mayor magnitud que una simple enfermedad de un dia. Probe una vieja técnica. Escribiria para exorcizar a los demo- nios. Escribir siempre me habia servido para comprender lo que es- taba viviendo. Sin ninguna razén aparente, habia llevado conmigo unas notas para escribir un cuento roto. De hecho, ine sentia casi obligada a escribir ese relato mientras estaba en Miami. Se inspi- raba en un incidente que me habia descrito un médico interno diez afios atras. Repasé las notas: 25 Una mujer excepcionalmente vital y activa de sesenta afios habia llevado una vida conyugal prolongada y cémoda en el hotel Fifth Avenue. Su marido murié. De la noche a la maiiana, se encontro sin medios de vida. No tuvo mas remedio que abandonar el hogar y los amigos de hacia mas de cuarenta afios. El nico pariente al que podia recurrir era una antipatica cufiada que vivia en el Sur. A pesar de este giro brusco y total, la viuda fue despidi¢ndose gracio- samente de su vida neoyorquina, La noche anterior a su partida, durante la cena, su director espiritual y sus amigos ensalzaron la notable fortaleza de su cardcter. A la mafana siguiente fueron a buscarla para llevarla al aeropuerto: nadie respondié a la llamada. Forzaron la puerta y al entrar la encontraron tendida en el suelo del cuarto de bafio, en ropa interior. No tenia ninguna moradura ni protuberancia que indicara que habia resbalado. Sencillamente, ha- bia perdido el conocimiento. Desconcertados, sus amigos la condujeron al hospital. En un examen preliminar, el médico interno no encontré nada. La Viuda, ahora consciente, tuvo que instalarse en un rincon de la coneurrida sala de urgencias. Su pelo, recién peinada estaba desgrefiado. Sus ojos cada vez mds vacios. Olwidé subir la tapa del inodoro para usarlo. Sus amigos esperaban pacientemente a que atendieran a los herides de urgencia, pero en ese ambiente parecian totalmente fuera de lugar. Eran personas delicadas, vestidas de seda, al igual gue la viuda... antes de eso. Empez6 a alterarse hasta llegar a resul- tar irreconocible para sus propios amigos. Titubeaba ante las pre- guntas mis sencillas, confundia nombres y fechas, y por ultimo per- dio toda orientacién. El sacerdote y sus amigos retrocedieron discretamente horrorizados. En el transcurso de unas horas se ha- bia desintegrado hasta convertirse en una vicja balbuciente. No logré escribir una sola palabra del relato. Todo lo que me sentia capaz de hacer era ver la television. A medianoche apagué el aparato. Para lo que ocurrié después existe un¥ sencilla explicacién mecénica, pero en aquel momento la segura concatenacién de causa y efecto estaba fuera de mi alcance. 26 Pasé frente al televisor y me incliné para recoger un cinturén de metal. Del aparato escapé un sonido siseante, Levanté la vista en estado de alerta y vi una aparicién. Una medusa de diabélicos matices s¢ deslizaba por la pantalla haciendo destellar sus repulsi- vos azules y repugnantes verdes, sus pegajosos pelos de amarillo sulfirico. ;Basta! Me ergui, atontada, y senti que algo explotaba en el interior de mi cabeza. —Ya esté —dije en voz alta— Me he desintegrado. El teléfono estaba en el dormitorio, detras del ventanal que daba al balcén suspendido sobre el agua. Las puertas de corredera se encontraban abiertas. El viento proyectaba hacia afuera las corti- nas, agitandolas por encima de la bahia. De pronto me dio panico pasar junto al ventanal. Si me acercaba a ¢se balcon perderia el equilibrio, caeria al vacio. Me agaché. A la manera de un cangrejo, afcrrandome a las patas de los muebles, atraves¢ la habitacién. Traté de convencerme de que todo eso era ridiculo. Pero cuan- do me levanté, lo que ocurrié fue que mis miembros se aflojaron. Persistia una sola idea: Si pudtera Iegar a la persona adecuada, esta pesadilla cesarfa. Me estaba aferrando a una mentira y lo sabia. Lo de Irlanda era perfectamente explicable: unas balas reales habian amenazado mi vida desde el exterior. Se trataba de un he- cho constatable. Mis temores se correspondian con la realidad. Pero ahora la fuerza destructiva moraba en mi interior. Yo era mi propio acontecimiento. No podia escapar. Algo ajeno, horrible, in- nombrable pero a la vez innegable, habia empezado a apoderarse de mi: mi propia muerte. Todos nos vemos enfrentados al importante problema de la mitad de la vida en algiin momento de la década que va de los treinta y cinco a los cuarenta y cinco afios. Aunque también puede ser un paso corriente sin ningun acontecimiento exterior que lo senale, fi- nalmente todos acabamos por plantearnos la realidad de nuestra 27 propia muerte. Y de algin modo debemos aprender a vivir con ella, La primera vez que se recibe el mensaje es, probablemente, la peor. Tratamos de rehuir la tarca de asumir nuestros defectos y nuestra destructividad, al igual que hacemos con el lado destructivo del mundo. En lugar de aceptar los fantasmas inaceptables, intenta- mos alejarlos recurriendo a técnicas que han dado buen resultado anteriormente. La primera consiste en encender las luces. En la nifez, la luz siempre hacia huir a los fantasmas. De adultos, aplicamos la misma técnica a la adquisicién del conocimiento correcto. Busqué en pri- mer lugar una explicacién médica clara y sencilla. Sdlo una parte de mis sintomas era atribuible a una reaccién quimica provocada por las pildoras; yo queria que esa parte fuera toda la explicacion. Pero no lo era, y encender las luces no alejo mis temores Una segunda técnica consiste en pedir ayuda. Cuando cl nifio tiene miedo llama a una Persona Fuerte para que haga desaparecer el temor. Después aprende la téenica por si mismo y logra superar los temores mds irracionales. ¢Y qué ocurre cuando sentimos un mi¢do que no logramos desvanecer? Nadie posee una magia contra la mortalidad. Aquéllos a quienes asignamos esa tarea nos decep- cionan. Mi llamada telefonica desde Irlanda fracaso, naturalmente. El rercer método se reduce a ignorarlo manteniéndonos ocupa- dos, fingiendo seguir adelante como si nada hubicra cambiado. Pero es probable que persistan las mismas sensaciones. No podia evadir los interrogantes referentes a donde habia estado y a donde iba, la abrumadora sensacién de pérdida de equilibrio. El equilibrio es, simbélicamente hablando, permanecer erguido sobre los dos pies. Es el primer estadio que alcanzamos de nifios cuando estrena- mos los primeros zapatos de suela dura. Aun entonces, en virtud del aprendizaye de la forma de adquirir parte de la responsabilidad de nosotros mismos, nos sentimos al mismo tiempo ganadores de rilevos poderes y perdedores de nuestros apoyos protectores. La principal tarea a llevar a cabo en la edad mediana consiste en aban- 28 donar a nuestros imaginarios proveedores de seguridad y situarnos de pie desnudos en el mundo, como paso previo para asumir la au- toridad plena sobre nosotros mismos. E] temor se expresa en estos términos: 3 ¥ sf #0 puedo permane- cer de pie sobre mis dos pies? La nocidén de la muerte es demasiado terrorifica para encararla de frente, de modo que se nos aparece disfrazada: aviones estrella- dos, suelos movedizos, balcones poco firmes, disputas de amantes, misteriosas disfunciones de nuestro organismo. La eludimos fin- giendo que todo sigue su curso normalmente. Algunas personas aprictan mas a fondo el acelerador. Otras juegan mas al tenis, pa- san mas tiempo corriendo, organizan fiestas mas fastuosas, en- cuentran carne mas joven para llevar a la cama. Yo vole para asistir a una convencidn politica. Pero tarde o temprano un desencadena- miento de pensamicntos, visiones distorsionadas y agudas del enve- jecimiento, la soledad y la muerte, llegan a adquirir fuerza sufi- ciente para dislocar transitoriamente nuestra premisa basica: mi sistema trabaja en perfecto orden y soy capar, de resistir siempre que lo deseo. ¢Qué ocurre cuando no podemos confiar siquiera en eso? Co- mienza una seria lucha entre una mente que ocupa ¢l primer plano ¢ intenta eludirlas y los penetrantes problemas de la segunda mitad de la vida, que martillean cn cl segundo plano de la mente, repi- tiendo: ;No puedes alvidarnos! Trabajar es otra forma de estar ocupados. En mi caso, el temor me impedia trabajar. El articulo que estaba tratando de escribir en Miami trataba sobre una mujer que estaba llegando al limite. Esta sola, cae desmayada, pierde sus facultades mentales y se transforma en una anciana a la manera de Dorian Gray. En verdad era el relato de! drama psiquico interior que yo es- taba viviendo. Tambi¢n mi estructura se estaba desintegrando por completo. Estaba abandonando el mundo de la chica que me gus- taba creer que cra —la chica «buena», amorosa, generosa, audaz y ambiciosa que vivia en un mundo humano, sensible, de seda estam- pada— y me veia enfrentada a su lado oscuro. Los temores inson- 29 dables eran: Perderé mi pauta estable y todo lo que funciona para mi... Daspertaré en un lugar extratio... Perderé a todos mis amigos y relacio- nes... Suibitamente, dejaré de ser... Quedaré convertida en una forma execrable... en una vieja. Pero no fue asi. Sobrevivi. Creci un poco y ahora parece que hubic- tan transcurrido cien afios. Un extraordinario accidente vital habia coincidido con un punto critico de mi ciclo vital. Esa experiencia fue la que me estimulé a averigiiar cuanto me fuera posible en rela- cién con ¢so que se designa como «rists de la mitad de la vida o crisis de la edad mediana. Pero en cuanto empecé a estudiar a las personas que son prota- gonistas de los casos que se relatan en esta obra, me encontré in- mersa en un tema infinitamente mas laberintico. Detect la existen- cia de crisis o, mejor dicho, coyunturas criticas en todos los momentos de la vida. Cuantas mds personas entrevistaba, mas similitudes percibia en las coyunturas criticas que la gente descri- bia. No sélo existian otras ajenas a la mitad de la vida, sino que aparecian con implacable regularidad a las mismas edades. La gente se desconcertaba ante esos periodos de quebranta- micnto: Trataban de relacionarlos con acontecimientos externos, pero no habia coincidencia en los hechos a los que responsabiliza- ban, en tanto si la habia, y sorprendente, con la perturbacién interior que describian. En puntos especificos de su ciclo vital, sentian agitacién, a veces cambios momentaneos de perspectiva, a menudo misteriosas insatisfacciones con ¢l camino que habian ele- gido con todo entusiasmo apenas un aiio atras. Empecé a preguntarme si existirian, de hecho, coyunturas criti- cas previsibles en la vida adulta. 30 3Hay vida después de la juventud? Se me ocurrié que nadie habia hecho para nosotros, los adultos, lo que Gesell y Spock hicieron para los nifios. Los estudios de la evolucién infantil han puesto al descubierto hasta el tiltimo matiz del crecimiento y nos han proporcionado re- confortantes definiciones tales como los Terribles Dos Afos y los Ruidosos Nueve. La adolescencia ha sido tan minuciosamente di- seccionada que se la ha privado de la mayor parte de la novedad de sus caracteristicas. Pero después de documentar meticulosamente Jos periodos del desarrollo de la personalidad hasta los dieciocho o veinte anos, nada mds se ha hecho. Traspasada la frontera de los veintitin afias, aparte de los profesionales de la medicina que solo se interesan por nuestra gradual decadencia fisica, debemos apafiarnos por nuestra cuenta en la cuesta abajo que nos conduce a la senec- tud, momento en el que vuelven a ocuparse de nosotros los geria- tras. Resulta mucho mas sencillo estudiar a los adolescentes y a los ancianos. Ambos grupos se encuentran en instituciones (escuclas o residencias) de las que son sujetos cautivos. El resto de nosotros se encuentra en la linea central de una sociedad confusa y enmara- fiada, tratando de encontrarle algiin sentido a nuestro viaje sin re- torno a través de sus ambigiedades. #Donde estan las guias para recorrer los Penosos Veinte o los Melancélicos Cuarenta? ;Se puede confiar en la sabiduria popular. por ejemplo, cuando nos dice que cada siete afios los adultos expe- rimentamos una comez6n? Nos han ensefiado que los nifios evolucionan por edades y eta- pas, que los peldafios son practicamente los mismos para todo el mundo y que para superar la limitada conducta de la infancia debe- mos escalarlos todos. Los nifios alternan entre etapas de equilibrio y desequilibrio. Como padres, se nos ensefia que no debemos culpar de estos extremos de comportamiento a los maestros —segundos 31 padres— ni a los propios nifios, sino aceptarlos como pasos inevita- bles en el desarrollo, Pero después de aplicar esta comprensién del capitulo de la evolucién de la personalidad y de habernos versado en la forma de guiar a nuestra prole desde la cuna hasta la Universidad, dejamos a los hijos a la puerta de la edad adulta como muficcos de cuerda: tecnoldgicamente eficientes, preparados para resolver problemas, entrenados para maniobrar y eludir obstaculos, pero no equipados con una comprension real de los mecanismas 7nJernas, con la nocién de que incluso en su ¢poca adulta deberan alternar entre el equili- brio y el desequilibrio tanto consigo mismos como con las fuerzas del mundo: esto no forma parte de la programacién cultural. Los afios gue transcurren entre los dicciocho y los cincuenta constituyen el centro de la vida, el despliegue de las oportumidades y capacidades maximas. Pero sin nada que nos guie por las modifi- caciones interiores en el camino al pleno estado adulto, avanzamos a ciegas. Cuando no «eneajamos», ¢s probable que pensemos que nuestra conducta es la prueba de nuestra inadecuacién y no una etapa valida de una secuencia de evolucién, algo que, sin embargo, todos aceptamos cuando hablamos de la ninez. Resulta mas comodo culpar de nuestros periodas de desequilibrio a la persona o institucion mas pr6xima: nuestra madre, nuestro matrimonio, nuestro trabajo, la familia nuclear, el sistema. Responsabilizamos a In que tenemos mas a mano. Hasta hace muy poco tiempo, siempre que los psiquiatras y los cientificos sociales se referian a la vida adulta, lo hacian tinicamente en términos de los problemas planteados y rara vee desde la perspectiva de cambios continuas y previsibles. Los conceptos aporta- dos por Freud se basan en el supuesto de que la personalidad queda determinada mds o menos cuando el nifo alcanza la edad de cinco anos, 2De qué pueden servirle estos conceptos al hombre de cuarenta afins que ha alcanzado su meta profesional pero se siente deprimido y desvalorizado? Culpa a su trabajo, o a su esposa, o a su entorno 32 fisico por ser esclavo de esa ruvina. La fantasia de escapar empieza a dominar sus pensamientos. Una mujer interesante a la que acaba de conocer, otra actividad profesional, un lugar paradisiaco en el campo... 5¢ convierten en imanes de sus descos de liberacién. Pero cuando esos objetos de deseo Iegan a ser accesibles, a menudo se invierte el cuadro, La nueva situacién parece ser la trampa peli- grosa de la que ansia huir retornando a su antiguo hogar, esposa ¢ hijos, cuya pérdida repentina los vuelve queridos. No es extrano que muchas esposas se comporten como pasma- das espectadoras de este juego de azar, al que sdlo pueden calificar como «la locura de mi maride», Nunca les han dicho que hay que esperar una sensacién de estancamiento, de desequilibrio y depre- sion cuando ingresamos en cl periodo de la mitad de la vida. 2Y-qué pueden decirle Jos tradicionales conceptos freudianos a la madre de treinta y cinco ahos que después de intentar proporcio- nar lo ideal para la formacidn de los egos de sus hijos, de pronto siente que el suyo es tan solido como una casa-en ruimas? Cual- quiera sea su edad, usted puede sentir que se identifica con la ex- periencia apécrifa de una mujer de treimta y cinco afios Mamada Doris. En quince afios de matrimonio, el marido nunca la habia pre- sionado para que recibiera a sus relaciones de trabajo o le acompa- fara a reuniones de negocios. Una noche volvié a la casa con la no- vedad de que la principal competidora de su empresa estaba pensando en él como candidato al puesto mas elevado. —Ademds —le dijo a su mujer—, el presidente que est4 a punto de retirarse nos ha invitado a una cena que dard la semana proxima. Esto definira la cuestién. — (Dios Santo! —exlamé Doris—. Hace un afio que no ceno con nadie que me llegue mas arriba de la cintura. Ni siquiera sé de qué temas hablar con adultos. —Por favor, carifio, todo lo que tienes que hacer es leer los pe- riédicos de la semana pasada —sugirié el marido, Sumisamente, Doris leyé los mimeros de Svntesis semanal 33 correspondientes a las cuatro ultimas semanas y todas las noches, antes. de dormirse, memorizaba el nombre de algun lider arabe. La cena era una reunion de sabios y mundanos. E] compaiiero de mesa de Doris cra el presidente de la empresa. «;Oh, no!», pens6, pero se lanzé con valentia y empezé a exponer el problema de los derechos aéreos cuando las ciudades empezaran a utilizar la energia solar. El hombre tenia la boca llena, de modo que Doris percibia, encantada, que todos los. mesa tenian su atencin fija en ella. Estimulada, siguié hablando vitados de ese extremo de la durante cinco minutos mas. El presidente estaba evidentemente impresionado. De hecho, no podia apartar los ojos de ella. Doris bajé la vista, modestamente. Entonces descubrié que du- rante todo el tiempo, Hevada de la costumbre, le habia estado cor- tando el biftee al presidente. La médula de esta historia —y la situacién del marido en ese momento— atane a algo que podemos haber sentido pero que nunca nos dijeron que debiamos esperar: que despues de la adoles- cencia la vida mo es una extensa llanura. Los cambios no sdlo son posibles y previsibles, sino que negarlos significa convertirse en complice de una innecesaria vida vegetativa. Un nuevo concepto del estado adulto que abarca la totalidad del ciclo vital, pone en cuestién actualmente las antiguas premisas. Si no se considera a la personalidad como un todo fundamental- mente construido cuando concluye la infancia, sino como algo que siempre esta evolucionando en su esencia, la vida a los veinticinco, © a los treinta, o a las puertas de la madurez, proporcionard su pro- pia intriga, sorpresa y emocién de descubrimientos.' Los misticos y los poetas son siempre los primeros en llegar. En el discurso «Todo el mundo es un teatron, de A vnestro gusto, Shakespeare intenté decirnos que el hombre vive a través de siete eStadios. Y muchos siglos antes de Shakespeare, las escrituras hin- dies describian cuatro etapas vitales distintas, cada una de las cua- 34 les exigia su propia respuesta: estudiante; cabeza de familia; reti- rado —etapa en la que se estimulaba al individuo a hacerse pere- grino ¢ iniciar su verdadera educacién como adulto—, y sanmyasin, al que se define como «aquél que no odia ni ama nada».” Else Frenkel-Brunswik fue el primer psicdlogo que enfocd el ciclo vital por etapas. Construyé su teoria en la opulencia intelec- tual de la Viena de los afios treinta y posteriormente presenté sus planteamientos a diversos tedricos de la Universidad de California, en Berkeley, El suyo fue un esfuerzo pionero en el intento de vincu- lar la psicologia a la sociologia. Basandose en las biografias de cua- trocientas personas —una lista deslumbrante que incluia a la reina Victoria, a John D, Rockefeller, a Casanova, a Jenny Lind, a Tolstoi, a Goethe y a la madre de éste—, analizé sus historias tanto por lo que se refiere a los acontecimientos externos como experien- cias subjetivas. Frenkel-Brunswik llega a la conclusién de que todas las personas pasan por cinco fases claramente delimitadas.* Las eta- pas que describe anuncian los ocho estadios (tres de ellos corres- pondientes a la edad adulta) del ciclo vital posteriormente bosque- jados por Erik Erikson.‘ Fue Erikson quien empez6 a hacer del ciclo vital un concepto claro y popular con la publicacién de su primera obra, Childhood and Society en 1950. Sdlo conocemos tangencialmente los. sufri- mientos que padecié ¢l propio Erikson en el esfuerzo que llevé a cabo durante toda su vida por construir una identidad personal. Era hijo de madre judia y de un padre que abandoné a la familia antes de que él naciera. Repudid el apellido de su padrastro judio aleman y creé su nombre: Erik, hijo de Erik, declarandase asi su propio padre. Abandoné Europa en 1939, victima del nazismo, y se establecié en California naturalizindose como estadounidense. En Berkeley empezé a dedicarse al estudio de las crisis universales del desarrollo.* Erikson construyé un grafico que mostraba el desenvolvi- miento de la vida en secuencias observables. Cada etapa estaba se- fialada por una crisis. La palabra «crisis» no implica una catastrofe 35 sino un punto decisivo, un periodo crucial de vulnerabilidad cre- ciente y potencial elevado. Insistio en sefialar que no consideraba que toda evolucién fuera una serie de crisis. Afirmé que el desarro- Ilo psicosocial se produce a través de pasos criticos, siendo el término «critico» una caracteristica de los momentos decisivos entre el progreso y la regresion. En esas coyunturas se alcanzan lo- gros o se producen fracasos que hacen que el futuro sea mejor o peor pero que, en cualquier caso, lo reestructuran. Erikson sélo dedicé unos pocos parrafos a describir las tres etapas de la edad adulta. Planted el tema central de la evolucion de cada periodo, cl terreno que la personalidad podia ganar o perder. En el primer estadio adulto, la cuestién clave es la intimidad y la alternativa, el aislamiento. El siguiente criterio —segin él— pa- ta la continuacién del crecimiento es la gemeratividad, el proceso mediante el cual el individuo se vuelve paternal y creativo en un sentido diferente, al aceptar el compromiso voluntano de guiar a las nuevas generaciones. La tiltima etapa presenta la oportuni- dad de alcanzar la émtegridad y pucde decirse que representa el pun- to en el que la crisis de la mitad de la vida ha quedado resuelta Me senti estimulada cuando descubri que Erikson habia hecho un llamamiento para que otros desarrollaran sus teorias en embrién. Yo sentia una natural afinidad con las obras de Frenkel-Brunswik. Erikson y otros a quienes ellos habjan inspirado. Mi mentora fue Margaret Mead. Comprendi que la forma cn que yo estaba acos- tumbrada a escribir sobre la gente adolecia de un fallo muy grave: la enfocaba siempre en fragmentos, tomando un capitulo de cada vida. Me di cuenta de que la perspectiva de la gente 4 través del uempo habria resultado mucho mas lucida y aclaratoria. Avanzando con dificultad por el laberinto de la literatura impresa sobre el matrimonio, él divorcio, la familia, la muerte de la familia, etcétera, un dia tropecé con una estadistica de una Oficina de Censos: 56 La duraci6n media del matrimonio antes del divorcio ha sido, du- rante los tltimos cincuenta afins, de aproximadamente siete afios.* La computadora coincidia con la sabiduria popular. ;Cudntos nuevos descubrimientos, estudios, estadisticas ¢ historias adultas no registradas esperarian salir a la luz? Esto me decidié. Me senti muy excitada ante la oportunidad de aceptar una beca de la Alicia Pat- terson Foundation y dedicar todo mi ticmpo al estudio de la evolu- cién del estado adulto. Una noche de la primavera de 1973 asisci a un simposio sobre «Crisis normal en los afios maduros», El auditorio del Hunter Co- llege estaba eno de rostros indefinidos pero esperanzados: una mezcla —cabia imaginar— de buscadores, acusadores, escépticos de si mismos, desertores, conyugues fracasados dos 0 tres veces, muje- res maduras abandonadas y nerviosos hombres «menopausicos». Todos estaban ansiosos por ofr qué tenia de normal la crisis que ha- biar ereido sélo les afectaba a ellos. Daniel Levinson —un profesor de psicologia social de Yale timido y atractivamente entrecano— empezé a describir la vida de los hombres entre los dieciocho y los cuarenta y siete afios. El y su equipo habian estudiado durante afios a cuarenta hombres de diver- sas profesiones. Asi como existen principios basicos que rigen el de- sarrollo en la infancia y en la adolescencia, afirmé Levinson, los adultos evolucionan por periodas, y en cada uno de dichos perio- dos se hallan sumidos en empresas especificas. Dentro de cada pe- riode pueden tener lugar muchos cambios. Pero la persona sdlo pasa al siguiente periodo cuando se dedica a nuevas tareas evoluti- vas y construye una nueva estructura para su vida’ Ninguna estructura, segtin los calculos de Levinson, puede pro- longarse mas de siete u ocho anos. Una vez mis, la ciencia rarifica el folklore. Me senti muy interesada por las teorias de Levinson, aunque me plantearon un cimule de interrogantes. Descubri que Else Frenkel-Brunswik habia sido su mentora. Cuando me acerqué a él a: para que me guiara en la forma de trabajar con el método bio- grafico, fue generoso con su tiempo y leyé algunas de las primeras biografias que yo habia reunido. —Son entrevistas excelentes, con muchas citas interesantes —dijo—, lo que significa que usted capta a la persona en su plenitud a en su vaciedad (me senti dichosa). Pero no introduzca conceptos que resulten demasiado abstractos. Cuando quieran hablar de algo importante, déjclos La tiltima observacién me lleyé a preguntarme si no pasarian a ser un caso geridtrico antes de que yo lograra transcribir todas las tas, * Aunque el estudio del desarrollo adulto estaba atin en sus pri- meras fases, algunos esfuerzos tedricos brotaban en Harvard, en Berkeley, en Chicago. en la UCLA (Uiversity City of Los Ange- les). Cuando visite dichos centros académicos, me sorprendié des- cubrir que practicamente no habia tenido lugar ningiin contacto entre esos diversos nucleos, Evidentemente, operaba el fendmeno de la simultaneidad. Pero la mayor parte de las investigaciones las Ilevaban a cabo hombres que estudiaban a otros hombres. Puede aislarse a hombres y mujeres con el fin de realizar un es- tudio académico, pero no es asi como vivimos. Vivimos juntos. Como podremos comprender la evolucién de los hombres si no escuchamos también a las personas que los traen al mundo, a las mujeres que aman y odian y temen, que dependen de cellos y de quienes ellos dependen, a las que destruyen y por las que son destruidos ? En la UCLA encontré una excepeidn: el psiquiatra Roger Gould, que habia hecho un estudio preliminar sobre personas de raza blanca de la clase media entre dieciséis y sesenta anos, incluyendo a mujeres. Debido a que no se habian hecho entrevistas en profundidad, los resultados eran fascinantes pero incompletos. Posteriormente, Gould estuvo de acuerdo en que era de vital im- portancia entrevistar tanto a hombres como a mujeres, Ley6 algu- 38 nas de las historias que yo estaba reuniendo y me ofrecié exhausti- vas interpretaciones." Al comenzar este libro me propuse tres objetivos basicos. El pri- mero consistia en descubrir los cambios /nternos del individuo en un mundo en ¢l que la mayoria nos preocupamos por los acontecimicn- tos externos: redescubrir lo obvio y de algiin modo expresarlo en palabras. ¢Habria alguna forma de desmitificar la jerga profesio- nal? ¢De convertir en un arte vivo y terapéutico el auto-examen que queda al alcance de quienes, como yo, se encuentran atrapados en el laberinto de ser adultos, pero al no contar con una guia se cul- pan a si mismos o a las personas que les rodean? El segundo objetivo consistia en comparar la pauta de evolu- cién de hombres y mujeres. Pronto resulté manifiestamente obvio que el tiempo de desarrollo de ambos sexos no esta sincronizado, Los pasos fundamentales de expansidn que con el tiempo abriran a una persona al pleno florecimiento de su individualidad son los mismos para ambos Sexos. Pero hombres y mujeres fafa vez se en- cuentran en el mismo lugar, enfrentados a los mismos problemas, a la misma edad. El tercer propésito se planted como consecuencia natural: estu- diar las crisis previsibles de las parejas. Si Dick y Jane tienen la misma edad, la mayor parte del tiempo no estardn sincronizados. En los veinte, cuando el hombre adquiere confianza a pasos agi- gantados, la mujer pierde, generalmente, la seguridad superior que tuvo como adolescente. Cuando cl hombre supera los treinta y de- sea asentarse, a menudo la mujer se siente inquieta. Y alrededor de los cuarenta, cuando al hombre le parece que se encuentra ante un precipicio, que su fuerza, su potencia, sus sueiios ¢ ilusiones se le es- capan, es probable que su esposa sienta la ambicién de esealar su propia montafa. Dado que a menudo se cumple este modelo asinerénico y en virtud de que esta obra sigue cronologicamente el ciclo vital, du- 39 rante la primera mitad del libro el lector pensara quizas que me ocupo mas de las mujeres. Ello se debe a que observé mas restric- ciones externas y contradicciones internas en el caso de las mujeres durante la primera mitad de la vida. Con frecuencia ocurre todo lo contrario en la segunda mitad, de ahi que la ultima parte de la obra puede resultar mas reconfortante para los hombres. El uso de la palabra erisis para deseribir la alternacién estra- tégica de perfodos estables y coyunturas criticas ha provocado al- guna confusion. La gente suele decir, a la defensiva: «:Y yo? Yo no tuve ninguna crisis». La interpretacion que set da entre nosotros al término griego &riss es peyorativa ¢ implica fracaso personal, de- bilidad ¢ incapacidad de resistencia frente a acontecimientos externos cargados de tension. He reemplazado este confuso rotulo por una palabra mas as¢ptica para referirme a las transiciones criti- cas que sé producen entre una y otra ctapa, y las he designado pasos. Mi propio trabajo progreso por ctapas, Comenzo con una ino- cente excitacion. Despues publiqué un articulo ntulado «Cath-30» en la revista New York, en el que planteaba las grandes lineas del tema que estaba estudiando. Las respuestas, y cientos de cartas de personas de todas las edades que decian «Usted se refiere a min, me dieron un toque de ficbre mesidnica a la que de inmediato si- guid ¢l panico. 7 Y si diez personas se tomaban en serio lo que yo decia? La mayoria de nosotros no influye sobre diez personas extrafias en toda su vida. La responsabilidad era pavorosa. Me volwi pesada: leia psiquiatria, psicologia, biografias, novelas, estu- dios longitudinales y publicaciones estadisticas mortalmente aburti- das. En las cenas todos se reian de mi, de modo que dejé de asistir a ellas 0, cuando iba, me dedicaba a comer pistachos. Gradualmente fui abandonando mi dependencia de las autori- dades en la materia. Empecé a confiar en la riqueza de las historias de vida que habia reunido para demostrar ¢ informar la teoria y lara agregar una interpretacién original, Empecé a sentirme comoda con mi propia autoridad. 40 Reuni en total 115 historias de vida. Estudié juntas a muchas parejas después de haber claborado sus biografias por separado. Esas sesiones cran de una fascinante complejidad y arrojaban mu- cha luz sobre la psicologia individual. La gente a la que decidi estudiar pertenece al «grupo de los que marcan la pauta» norteamericana: gente sana y motivada que parti de o ingresé en la clase media, aunque algunos de ellos pro- cedian de la pobreza, ¢ incluso varios provenian de ghettos. Escogi a este grupo por diversas razones. En primer lugar, tenia que elegir un estrato de la sociedad ame- ricana con el fin de poder extraer consecuencias rastreando parale- lamente su interior. En segundo lugar, la gente de dicho grupo es la portadora de nuestros valores sociales. Son también los mas importantes exporta- _dores de nuevas pautas de vida y actitudes a otras clases. Aproxi- madamente cinco afios después de que surgen ideas en la clase me- dia —como lo demuestra el ensayo de Daniel Yankelovich—, los jOvenes de la clase trabajadora hacen suyas las nuevas opiniones so- bre el sexo y la familia, las expectativas de trabajo y de estilo de vida.® Por ultimo, escogi a este grupo porque la clase media educada tiene el mayor ntimero de opciones y el menor ntimero de obstdcu- los a la hora de clegir qué hacer de su vida. No estdn constrenidos por las tradiciones, como los que nacieron ricos y socialmente po- derosos y tampoco gozan de la nfisma estabilidad. No se ven priva- dos de educacién ni de posibilidades econémicas, como la clase obrera y tampoco disfrutan de la prerrogativa de algunos miembros de aquélla clase, que tienen parientes y amigos a los que recurrir cuando se encuentran en dificultades. Si hay un grupo social que tiene posibilidades de cambio y de mejorar su vida, es la clase media americana. Cierto que con la li- bertad aparece la inquietud. De ahi que en las tensiones, las victo- rias y derrotas de la gente de la clase media —gente que se permite el lujo de elegir— es mas pasible que observemos con mayor clari- 41

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