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En su libro “El liderazgo al estilo de los jesuitas”, (2004) publicado en español por
Editorial Norma, Chris Lowney, ex sacerdote jesuita y experimentado ejecutivo del
banco de inversión JP Morgan, nos revela, en un relato pleno de ejemplos, los principios
que han guiado a los líderes jesuitas en sus diversas actividades durante más de 450
años.
¿Por qué han prosperado y prosperan los jesuitas? Es la pregunta clave que el autor,
actualmente consultor de la Catholic Medical Mission Board de Nueva York, intenta
responder. Según Lowney, los jesuitas desecharon el estilo de liderazgo aparatoso para
concentrarse en cuatro valores verdaderos como sustancia del liderazgo: conocimiento
de sí mismo, ingenio, amor y heroísmo. En otras palabras, Ignacio de Loyola y sus
seguidores equiparon a sus aprendices para que triunfaran, formándolos como
líderes que “entendieran sus fortalezas, sus debilidades, sus valores y tuvieran
una visión del mundo; innovaran confiadamente y se adaptaran a un mundo
cambiante; trataran al prójimo con amor y una actitud positiva; y se fortalecieran
a sí mismos y a los demás con aspiraciones heroicas”, señala el autor.
Un aspecto no menor, indica Lowney, es que los jesuitas formaban a todos los
novicios para dirigir, convencidos de que todo liderazgo empieza por saber
dirigirse a sí mismo. Y estos principios no son sólo aplicables o reservados a unos
pocos dirigentes de grandes empresas, ni tampoco se limitan las oportunidades de
liderazgo al escenario del trabajo, se adelanta en aclarar el ex jesuita. “Podemos ser
líderes en todo lo que hacemos: en el trabajo y en la vida diaria, cuando
enseñamos y cuando aprendemos de los demás; y casi todos hacemos todas
estas cosas en el curso de un día”.
El autor admite que los jesuitas no son conocidos popularmente como expertos en
liderazgo y tampoco son reconocidos como tales por la literatura sobre este tema. Al
buscar ejemplos históricos, el autor señala que los libros sobre liderazgo suelen
enfocarse en Atila, el rey de los hunos, por haber logrado unir a muchas tribus dispersas
para lanzar el castigo que asoló a Europa hacia el año 440 de nuestra era; o en Nicolás
Maquiavelo, contemporáneo de Loyola, que ha sido ensalzado por media docena de
libros sobre liderazgo. Lowney contrapone que los métodos de la “Compañía”, su visión
y longevidad, los hacen superiores en esta materia a los aludidos. “A diferencia de los
hunos, que fueron flor de un día, la Compañía de Jesús ya lleva 450 años de éxitos.
Mientras Maquiavelo puso sus esperanzas en la capacidad de dirección de un gran
príncipe, el equipo jesuita basó las suyas en el talento de todo el grupo”. Pero, no
sólo eso. A diferencia de Atila y el autor de El Príncipe, explica Lowney, los jesuitas no
consideraban ni el engaño ni el asesinato como estrategias aceptables para ganar o
ejercer influencia.
Desde la perspectiva del autor, la innovación más visionaria e influyente de los jesuitas
parece, en retrospectiva, casi obvia o inevitable. Antes de los jesuitas, ya existían
escuelas y redes de escuelas, “pero ninguna organización había instalado antes una en
tan grande escala y con tanta imaginación”, comenta el autor. En su texto, Lowney dice
que las empresas globales todavía luchan por incorporar en sus negocios ciertas
prácticas que fueron típicas de las escuelas jesuitas hace cuatro siglos: reunir un
personal multifuncional, gerenciar a través de las fronteras, idear y hacer circular
incansablemente las mejores prácticas, y diferenciarse de los competidores
mediante el compromiso de entregar un producto de calidad total.
Lowney aclara que ni Loyola ni los suyos entendían aquellos como principios de
liderazgo, tal y como hoy en día usamos esos términos. Tomados en su conjunto y
reforzados por una práctica de toda la vida, los tenían como un modo de proceder,
una actitud integral frente a la vida. Por eso, llama la atención sobre el hecho de que
no son las compañías “sino las personas las que tienen conciencia de sí mismas,
y no son las organizaciones sino los seres humanos los que tienen amor. Liderar
es una elección personal”. Tomando el ejemplo de Loyola, el autor recuerda que éste
atrajo a algunos de los mejores talentos de Europa, no por su inteligencia superior ni
con “un plan atractivo de negocios”. El gran atractivo del fundador de la orden estaba
en su habilidad para ayudar a los demás a hacerse líderes. “Su manera de dirigir a sus
compañeros fundadores sirvió de modelo para la compañía: todos tienen potencial de
liderazgo y los verdaderos líderes abren ese potencial en los demás”.
En cuanto al principio del heroísmo, el ex jesuita plantea que aquel no se medía por la
escala de las oportunidades que se les presentaban a los hombres de “la compañía”
sino por la calidad de su respuesta a ellas. “Los líderes heroicos no esperan hasta que
llegue el gran momento: se lanzan a captar la oportunidad que esté a su alcance y
extraen de ella la mayor riqueza posible. El heroísmo está en la nobleza de
comprometerse con una manera de vivir que se concentra en metas más grandes que
uno mismo”.
Lowney postula que el que descubre quién es, qué quiere y qué defiende ya ha dado el
primer paso hacia el liderazgo heroico. En su tesis, ésa es la esencia del conocimiento
de sí mismo, principio que según el autor, “arraiga y nutre las demás virtudes”. Añade
que no es un proyecto de una sola vez. “No menos importante que la evaluación
inicial que uno hace de sus fortalezas, sus debilidades, valores y visión, es el
hábito diario de reflexión, el examen de conciencia”.
Lowney reconoce que todo liderazgo importa riesgos, pero dice que para los primeros
jesuitas éste fue mayor, porque seguir a Loyola significaba correr el riesgo de un líder y
una visión no probados. Al contrario, los que hoy adoptan ese camino tienen algo más
en que basarse, explica. “De entonces a acá, la formula se ha puesto a prueba en
múltiples generaciones y en diversos continentes y culturas. Es la integración de cuatro
pilares esenciales”. El Papa Francisco deberá tomar esos riesgos, pero tiene a su haber
todo ese fundamento histórico de éxito de la Compañía de Jesús, donde deberá poner
en práctica esos cuatro pilares de los cuales nos habla Lowney. Estaremos orando por
su misión como él pidió a los cristianos de todo el mundo, reconociendo la inmensa
responsabilidad que ha tomado y las grandes expectativas que se han creado acerca
de su liderazgo.