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ANTROPOLOGÍA (UCM)

APUNTES DE ANTROPOLOGÍA I

CURSO 13-
FERNÁNDEZ LIRIA, CARLOS
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ANTROPOLOGÍA I
La aventura de la ciudadanía comienza con la condena de Sócrates simplemente por ir
preguntando por ahí. No extrañaría que esta condena hubiese sido dictada por un
tirano, pero fue lo que hoy llamaríamos una democracia la que condenó a Sócrates.
¿Condenaríamos nosotros a muerte a un viejo que anduviera por ahí preguntando qué
es un zapato? La pena de muerte, ni siquiera está reconocida en nuestra Constitución.
Si ese viejo preguntara de la misma manera y con la misma insistencia que Sócrates,
nuestra saludable democracia encontraría alguna manera de condenarle a muerte,
aunque para ello tuviera que hacer una reforma constitucional o incluso que sacrificar la
Constitución.
En Grecia había una democracia, en el centro de las ciudades había un espacio vacío,
la plaza pública donde se asentaban la asamblea (hoy llamada parlamento) y el
mercado. En ese sitio se engañaban bajo juramento y aún hoy en el parlamento esto
ocurre, por eso al intentar engañar hay que argumentar, discutir, contra argumentar,
dialogar y de esos diálogos salen consensos y de ellos leyes. Los griegos eran
“ciudadanos” en la medida en que pisaban ese espacio vacío en el centro de sus
ciudades. Era el espacio al que, en adelante, llamaremos el espacio de la ciudadanía.
Es importante que este espacio esté vacío. Poner en el centro de la ciudad un espacio
vacío es como pretender que toda la vida ciudadana, todo aquello sobre lo que bascula
el tejido social, gire en torno a un lugar en el que no hay dioses ni reyes: ni tiranos
terrestres ni déspotas celestes. Eso no quiere decir que en otras partes del tejido
social, incrustados en otros barrios más o menos periféricos de la ciudad, no pueda
haber lugar para la vida religiosa o para determinados tipos de servidumbre. La gente
puede decidir ir a rezar a los templos, puede aceptar un contrato basura en una
empresa, aceptar ser cabo de la guardia civil y obedecer las órdenes de un capitán.
Pero sólo si así lo decide, pues el lugar de la última y más legítima autoridad seguirá
estando en otra parte. En la democracia la autoridad última está en un lugar vacío que
puede ser visitado por cualquiera.

El discurso de Pericles que ensalzaba la democracia era alabado por los griegos y les
encantaba, sin embargo Sócrates despreciaba este discurso, le parecía insuficiente y
que los griegos estaban injustificadamente orgullosos de su democracia. Esto no
significa que Sócrates despreciara el espacio vacío, despreciaba la ciudadanía porque
le parecía insuficientemente ciudadana porque consideraba que ese espacio vacío
estaba demasiado lleno. Sócrates lo veía, en realidad, atiborrado de diosecillos, de
idolillos y reyezuelos, de pequeños déspotas celestes y terrestres, de todo un tejido de
servidumbres insensibles que acababan por constituir la más imponente de las tiranías.

Para que ese lugar hubiera estado, a gusto de Sócrates, suficientemente vacío, tendría
que haber sido, realmente, algo a lo que vamos a llamar “el lugar de cualquier otro”.
También podemos llamarlo “Razón” o, también, “Libertad”. Sólo si está vacío puede ser
ocupado por cualquiera. Y sólo en ese sentido puede ser el lugar de todos, a fuerza,
precisamente, de no ser el lugar de nadie, a fuerza de que nadie pueda apropiarse de
ese lugar y decir que es un dios, o un representante de dios, o un rey o un príncipe con
más derecho a estar ahí que los demás. Un lugar de todos y de nadie, un lugar vacío
que cualquiera puede llenar, sin que por eso deje de estar vacío.

Entonces el problema con Sócrates era que se empeñaba en preguntar desde ese
lugar vacío y Sócrates iba por ahí como abriendo un agujero en el que toda la ciudad
amenazaba con precipitarse como si fuera un abismo. Este abismo era la democracia y
exigía a la vida entera de la ciudad que caminara en otra dirección a la que estaba

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caminando, era el pozo donde se cayó Tales y dio origen a la historia de la filosofía y
Sócrates se empeñaba en que toda la polis cayera con él. Como si recordara a los
ciudadanos que si verdaderamente lo eran, la cosa no podía seguir así. Sus
conciudadanos encontraron el medio de acallarle a él, condenándole a muerte, y de
acallar también las propias exigencias de la ciudadanía y de la democracia,
suplantando a éstas por una apariencia de ciudadanía y una apariencia de democracia.
Es obvio que en este dilema nos encontramos aún, veinticinco siglos después.

Hay quienes consideran que Sócrates y Platón no respetaban la democracia. Se


acusaba a Sócrates de autoritario y totalitarista porque en su mensaje se esconde una
profunda aversión hacia la democracia. Popper y Savater también acusaron de esto a
Platón. Según esto los herederos de Sócrates serían personajes de la calaña de Hitler
o Stalin, lo cual es un disparate. Estas acusaciones son un problema porque llevan a
malinterpretaciones y a la confusión entre Democracia y Estado de Derecho. Para que
una sociedad esté en Estado de Derecho, el lugar de las leyes debe de estar vacio y ni
siquiera el pueblo tiene derecho a ocupar su lugar (democracia) pues serian legales por
ejemplo los linchamientos. Es de esto de lo que estaba en contra Sócrates, porque
estaba en contra de que la democracia no se sometiera a las normas del Estado de
Derecho lo cual supone que se impongan las mayorías y éstas pueden decir muchas
cosas malas.

Si la mayoría no tiene que atenerse a una ley, justicia o verdad es fácilmente


manipulable y de esto se aprovecha una minoría poderosa que engaña a la mayoría.
Platón entiende que así el triunfo en una discusión depende de quién sea el poderoso.
Platón rechaza este sistema en el que hay una tiranía de las opiniones sin
preocuparse de si estas son justas o injustas. Es como si Sócrates y Platón hubieran
entrevisto que hay un tipo de golpe de Estado que es el más peligroso de todos y que
consiste en que el pueblo en masa usurpa el lugar de las leyes para acabar con el
Estado de Derecho. En ese punto, la democracia y el fascismo se convierten
exactamente en la misma cosa.

En este contexto los sofistas, que eran básicamente profesores de retórica,


desempeñaron un papel fundamental pues sus enseñanzas eran muy útiles en la
democracia, para expresarse en la Asamblea, para convencer de votar algo… Pero no
buscaban persuadir siendo fieles a la verdad, hacían pasar cualquier mentira por
verdad. Este desentendimiento de la verdad corresponde con el desentendimiento de la
justicia que había en la democracia pues dejaba que ocurrieran cosas malas con tal de
que la mayoría lo aceptase.

Frente a ellos, Sócrates se empeñó en demostrar que la única retórica legítima


consistía en decir la verdad. Que para convencer de verdad, hay que decir la verdad,
porque sólo la verdad convence de verdad. Pero, por lo mismo, Sócrates se empeñó en
demostrar que una democracia que no respeta la Ley es tan despreciable y odiosa
como la más execrable de las tiranías.

Platón defiende la soberanía de la razón por encima de la soberanía del pueblo porque
defiende que ni siquiera la mayoría tiene derecho a decidir cosas injustas. Sin embargo
no somos dioses y ninguno puede tener la razón en sus manos, nadie puede pretender
que sabe mejor que otro lo que es justo y lo que no. Entonces ¿quién dice qué es justo
y qué no lo es?

Academia vs Edipo
Platón considera divinidad a la razón y por ello se enfrenta a la democracia, que por

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Platón considera divinidad a la razón y por ello se enfrenta a la democracia, que por
entonces había degenerado en una teatrocracia la se opone totalmente a su modelo
del “Rey Filósofo”. La Academia y los poetas tenían dos formas distintas de medir el
mundo: la matemática y el destino respectivamente.
En la geometría del mundo basada en el destino, todo lo que se hace dirige al destino
por lo que lo único válido es el oráculo pues al final el individuo se ve definido tal cual lo
dice el oráculo aunque intente escapar de ello, la identidad d que el hombre tiene que
ver con el destino. Seguir el destino es como seguir una tradición, no hay que evitar
nada, es una repetición a la cual llamamos costumbre, algo que se repite y eso da la
identidad. Esto es una forma de ceguera, como se narra en el mito de Edipo.
Los griegos descubren una forma de huir del destino al descubrir a2+b2=c2 algo que es
común a todo el mundo y que supone la existencia de otra geometría del mundo que no
depende de la subjetividad de cada individuo ni de quién se sea individualmente. A esto
lo llaman razón teórica. Descubrieron con el matema una diferencia diferente a todas
las diferencias que da lugar a la posibilidad de que haya igualdad. Descubrieron una
manera de estar más allá de su cultura y por tanto de todas las culturas y cómo
escapar de sí mismos, de su destino. Esto es, poniéndose en contra de su propia
identidad cultural a la cual se aferran todas las culturas.
Este khorismos/división afectó fundamentalmente a la ética y a la política y representa
el origen del proyecto político que vertebra la sociedad moderna.
La razón dio lugar a un nuevo topos/lugar en el que habitar teórica y prácticamente al
que llamamos “lugar de cualquier otro”. Construir una ciudad sobre esos cimientos es el
ideal de la ilustración y la idea de gobernar desde ese lado del khorismos es de lo que
trata el ideal platónico del Rey Filósofo.
El modelo del Rey Filósofo se contrapone totalmente al modelo del Rey Poeta. El libro
de Havelock Prefacio a Platón se publicó en un momento en el que se empezaba a
olvidar de qué iba realmente La República al despreciarse los libros II, III y X a favor de
los libros V, VI y VII. Esto hace que se considere el khorismos platónico una simple
alegoría, “La teoría de las ideas”, cuando realmente la división mediaba en los modelos
del Rey Poeta y el Rey Filósofo. Cuando se publicó el libro, se pensaba en el Rey
Filósofo como si un profesor de filosofía tomara las riendas del poder. También las
interpretaciones popperianas consideraban a Platón un dictador. No se advertía que el
modelo del Rey Poeta era más extravagante y conformaba la realidad política del
momento y el modelo del Rey Filósofo era el único que servía para darse cuenta de
cómo se apoyaba la ciudadanía en el modelo del Rey Poeta.
En el libro X de La República Platón afirma que “la desavenencia entre la filosofía y la
poesía es de antigua data”. Esta era muy seria pues fue Meleto, representando a los
poetas pidió la pena de muerte contra Sócrates. En el libro III Platón censura a Homero
y prohíbe las melodías, quiere quitar agujeros a las flautas, expulsar a los poetas y
dramaturgos, quitar cuerdas a las cítaras y abomina de la pintura sombreada y
coloreada. Este tema es una cuestión primaria para Platón, en Las leyes lo primero que
hace es discutir los ritmos musicales y después denuncia al teatro.
Havelock ayudó a desvelar el misterio relacionando lo que hoy llamamos medios de
comunicación con los poetas de la antigua Grecia. Platón hablaba de los poetas como
hay hablamos del periodismo, la televisión y el sistema educativo, también del sistema
legislativo pues la ley es lo que tiene que ser recordado y los mitos de los pueblos
contienen las leyes con las que este ha de regirse. Es por esto que el Rey Poeta
representa una realidad normal y cotidiana para un antropólogo, que acostumbra a oír

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las leyes de una comunidad en forma de poesías largas acompañadas de música o una
danza porque estas comunidades desconocen la escritura por lo cual el verso, la
música y la danza son sustitutas para poder recordar, son recursos mnemotécnicos.
En resumen, el verdadero proyecto filosófico de Platón es establecer un gobierno a
priori o independientemente de aquello que estudian los antropólogos, de la identidad
cultural, no como malas interpretaciones popperianas de Platón lo hacen ver, como un
dictador delirante. Platón pretende acabar con los mensajes inmorales y la deformación
del mensaje que ocurre con la transmisión mediante los métodos de los poetas.
El poder de los poetas empieza a estar en peligro cuando los griegos inventan la
escritura, lo cual permite la posibilidad de generar un discurso independiente de la
transmisión oral. Los principales escritores eran los sofistas y como la escritura era el
enemigo de los poetas, estos deciden condenar a l que consideran el peor de los
sofistas, Sócrates, que en realidad no es un sofista y de hecho detesta la escritura.
Platón también se opone a la escritura porque tampoco deja pensar o razonar y es un
coladero de mentiras, es otro recurso mnemotécnico. Sin embargo, la introducción de
la escritura permitió una forma de recordar basada en el ejercicio de la razón a la que
se llamo matemática o teórica. El medio de esta forma de recordar es tanto para Platón
como para Sócrates el dialogo, una forma de dialogo en la que los interlocutores
aceptan ser llevados a donde les conduzca la argumentación, concluir a partir de lo
dicho y en la que es preferible contradecir a los demás a contradecirse uno mismo.
Esta forma de hablar constituyo una forma de hablar en la que no importaba lo
verosímil, ni lo convincente retóricamente, ni lo aceptado públicamente, en esta forma
de hablar solo importaba la verdad y desde ella se opuso el matema al poema y se
regía por criterios independientes a lo que la poesía había consolidado como “aquello
que merece saberse”.
La verdad es para Platón divinidad, no depende de que el hombre sea hombre, mortal,
espartano, ateniense… no depende de la cosa humada en cada caso. Havelock saco
de esto consecuencias importantes para la interpretación general del programa
ilustrado Para Havelock, la ilustración dio a esto significado político y lo aplico a la
ciudadanía. De este modo Grecia había abierto la posibilidad a un nuevo espacio para
el hábito de la humanidad que estaba regido y medido por leyes, es decir, ninguna cosa
humana debía tener derecho de dictadura sobre los demás. El Rey Filósofo lo que
significaba entonces es un estado de derecho en el que “el lugar de cualquier otro”
fuera lo que midiera lo límites de la ciudad.

El lugar de cualquier otro


“El lugar de cualquier otro” es un espacio vacío, un lugar que está regido por la razón
teórica y práctica. “Si yo no fuera yo, habría hecho lo mismo”, esta frase rige el lugar de
cualquier otro, significa que yo no me comporto conforme a mi condición personal (si
soy cura, gallego, ateo, nazi o negro), sino como cualquier otro lo haría. Un buen
ejemplo es el jinete solitario porque lo que hacía en la película no dependía de nada de
lo que él era. De hecho, él no tiene, según lo han pintado en la película, ni patria, ni
familia, ni dios, ni amo, es un poco como si fuera “nadie”, como si sus actos fuesen los
actos de “nadie”. Si se enfrenta a los bandidos es porque ve que lo que ahí está
ocurriendo es intolerable y porque, si pasara de largo ante eso intolerable. Así pues, el
héroe de la película (y por eso funciona el argumento y atrae la atención del
espectador) hace, sencillamente, “lo que tiene que hacer”. Lo que esperamos de él es,
en efecto, que al final de la película pueda decir “no es nada, sólo hice lo que tenía que
hacer, eso es todo”. Esta frase significa, en realidad, lo mismo que esa otra que antes

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hacer, eso es todo”. Esta frase significa, en realidad, lo mismo que esa otra que antes
apuntábamos: “no es nada, cualquiera habría hecho lo mismo”.
El que ha hecho «lo que cualquiera habría hecho» no es el que ha hecho «como todo
el mundo», sino, precisamente, el que ha hecho lo más excepcional. Así pues,
podríamos concluir que ese lugar al que hemos llamado «lugar de cualquier otro» es lo
más difícil y lo más excepcional. Se trata del lugar desde el que actuamos de tal modo
que nuestro acto no depende del hecho de que seamos gallegos o andaluces, ricos o
pobres, hombres o mujeres, hombres o marcianos, es decir, cuando actuamos de tal
modo que nuestro acto no depende de nada. Eso no quiere decir, por supuesto, que al
actuar no tengamos en cuenta que somos todas esas cosas. Sería absurdo andar por
la vida sin tener en cuenta lo que somos. Lo único que quiere decir es que nuestro acto
no es consecuencia de que seamos esas cosas, es decir, que no somos esclavos de
esas cosas que somos. Se comprende, así, que esto que estamos llamando «el lugar
de cualquier otro» es lo que llamamos libertad. Por tanto, el jinete solitario, el personaje
que ha sido libre es, curiosamente, el que se ha comportado como cualquiera, en lugar
de comportarse «como todo el mundo», porque lo que todo el mundo ha hecho es
comportarse en tanto que esclavo de su condición. Esta aparente paradoja, en realidad
es todo el meollo del pensamiento ético de Kant.
Ser libre es no depender de nada, llevar a cabo los actos sin obedecer a mi padre de
Sevilla, a mi abuela gallega, a mi religión, mis ganas (porque ser libre no es hacer lo
que me dé la gana ya que mis ganas están definidas por mi condición)… Mi acto no de
pende de una cosa o de otra, “soy murciano pero si hubiera sido catalán habría hecho
lo mismo”, “soy mujer pero si hubiera sido hombre habría hecho lo mismo” mi acto era
un acto necesario para cualquier ser racional que quisiera conservar su dignidad, que
quisiera poder seguir respetándose a sí mismo. Ahora bien, un acto necesario es un
acto que, de alguna manera, exige convertirse en ley.

De la libertad a la ley
Aquel que se comporta libremente es el representante de la ley, los conceptos de ley y
libertad coinciden de alguna manera. Lo que quiere decir la frase “cualquiera habría
hecho lo mismo de encontrarse en mi lugar” es que ningún ser racional puede hacer
otra cosa estando en ese lugar manteniendo su dignidad. Todo ser racional debe
actuar libremente, tomar una decisión y de una decisión emana siempre una ley. Si
sólo fuéramos andaluces, ingleses, ricos o pobres no habrían leyes, sino costumbres
propias de cada condición y no estaríamos obligados a nada. Sin embargo al ser seres
racionales además de gallegos o persas tenemos por encima de nuestras costumbres
leyes que nos obligan por encima de nuestras tradiciones, sacerdotes, cultura…
Seguir las leyes de los seres racionales es hacer lo que cualquiera habría hecho de
encontrarse en mi lugar y esto es lo que hace el jinete solitario, el hombre sin ley en un
lugar donde se siguen las leyes correspondientes a cada condición en función de si se
es cura, pobre, nazi…, sea nombrado sheriff o representante de la Ley. Obedecer a la
Ley de los seres racionales es ser libre. Hacer lo que uno tiene que hacer es muchas
veces ponerse por encima de aquello a lo que llaman “las leyes”. Las leyes que llegan
a nosotros a través de la tradición no nos hacen libres, por ejemplo en Sudán es ley la
ablación del clítoris. Muchas veces se cuelan como leyes cosas que son en realidad
prejuicios arraigados, costumbres o caprichos de poderosos, la obligación de un ser
racional es más bien desobedecerla aun actuando en contra de todos los demás pues
es la única forma de respetarse a sí mismo; la dignidad es un síntoma de la libertad.
Los actos dignos o libres nos infunden respeto porque vemos en ellos algo por encima
de nuestras costumbres, tradiciones, autoridades… de lo que solemos llamar “leyes”.

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En el acto libre se esconde la verdadera ley que se debería haber seguido. El
representante de la ley es aquel que no se atiene a sus condiciones, el que actúa
libremente. La libertad se gana el derecho a ser respetada como representante de la
Ley ante la que todo ser racional tiene que sentir respeto.
Para ser un buen ser racional no hay por qué dejar de ser sioux o gallego, no hay por
qué dejar de tocar la gaita o de bailar sevillanas. Pero, desde luego, ser un buen ser
racional, es decir, ser un ser racional que conserva su dignidad, es enteramente
incompatible, por ejemplo, con traicionar a un amigo.

De la Ley a la libertad
La Ley de la que hablamos no se trata de ninguna ley concreta, pero es la que merece
ser llamada propiamente ley y la que todo ser racional ha de obedecer ya sea
ateniense, espartano, hombre o mujer. Cualquier ley concreta ha de seguir esta Ley
para ser propiamente una ley y no algo que se hace pasar por una. La Ley tiene una
forma a la cual las leyes se tienen que ceñir.
ESTÁS OBLIGADO A:
Que tu acto no sea una acción contingente, que sea necesario.
Que hagas lo que realmente quieres que ocurra en el mundo.
Que hagas lo que quieras que sucediera mil veces.
Que no seas esclavo de nada.
Que no dependas de las circunstancias que te definen.
Que sea de manera que tienes obligación a ser libre, a no depender de tu
condición.
Cualquier ley tiene que poder obligar, sin excepción, a todos por igual; en principio no dice
nada sobre si debemos comportarnos de un modo u otro; a lo único que nos obliga es a que,
hagamos lo que hagamos, no resulte incompatible con que eso mismo pueda hacerlo
cualquiera, es decir, pueda valer para todos.
Las cosas incompatibles con la forma de la ley son intolerables y no se han de hacer leyes de
ellas porque entonces no se habrían hecho desde el lugar de cualquier otro. La idea de Ley,
lejos de resultar en algún sentido incompatible con la libertad, es precisamente la
garantía de que todo el mundo pueda hacer lo que quiera con su vida, con su sexo o
con su propiedad, siempre que eso no resulte incompatible con la forma de la ley. No
se pueden hacer excepciones personales en ningún acto la forma de la ley obliga a
tratarse a uno mismo como a uno cualquiera y, precisamente en ese sentido, a ser libre.
Del mismo modo, hay «leyes» que no son sino apariencias de ley. Eso se pretende
demostrar, en efecto, cuando se lleva una ley al Tribunal Constitucional, para que éste
decida si se trata de una verdadera ley o de una impostura. El Tribunal Constitucional
comprueba si esa ley es compatible con la Constitución, donde deben estar recogidos
los derechos fundamentales de todos, la cual, a su vez, es compatible con los
principios del ordenamiento constitucional (que sirven para interpretarla). Y en último
término, los principios de la Constitución hacen referencia a algo así como la
Declaración Universal de los Derechos Humanos.

El proyecto político de la ilustración

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Hubo un momento en la historia de la humanidad en el que este proyecto político que
se plantearon los antiguos griegos y que consistía en la pretensión de dejar vacío el
lugar de la ley fue retomado con una fuerza inusitada. Así ocurrió en 1789, con la
Revolución francesa. De pronto, se cayó en la cuenta de que había alguien ocupando
el lugar de las leyes, el rey Luis XVI. Según lo que hemos visto decir a Platón, ese
alguien estaría cometiendo el más grave delito contra la ciudad. Ese hombre, debía ser
condenado a muerte, y debía serlo sin necesidad de juicio alguno, pues todo hombre
tiene derecho a un juicio justo bajo la ley, excepto aquel que usurpa el lugar de las
leyes, aquel que es, en sí mismo, incompatible con el hecho mismo de que haya leyes.
O hay Ley hay Rey. Así pues, Luis XVI fue guillotinad para que pudiera haber leyes.

Todas las democracias constitucionales actuales se consideran herederas de este


proyecto ilustrado, hunden sus cimientos en el lugar de la ciudadanía que está
señalado en el artículo 2 de la Declaración de los Derechos Humanos que dice así:
Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración,
sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de
cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o
cualquier otra condición.

Se puede decir, por tanto, que nuestro edificio político descansa sobre la convicción de
que, antes que pertenecer a una cultura, una nación, una religión…, somos ya otra
cosa más fundamental e importante, somos ciudadanos. Y en tanto que ciudadanos,
tenemos determinados erechos que ninguna ley puede violar sin entrar en
contradicción con su carácter de ley. Ese lugar de la ciudadanía es “el lugar de
cualquier otro” del que veníamos hablando. Si pensamos en alguien
independientemente de que sea negro, mujer, cristiano… no pensamos en nadie. El
artículo 2 acaba con un etcétera que señala a una especie de agujero, el mismo en el
que se cayó Tales. Aquello que no depende de condiciones personales, que es libre, es
a lo que llamamos libertad.

Al remitir a los derechos del hombre, los ordenamientos constitucionales lo que están
haciendo es recordar que en lo alto de toda la pirámide legislativa tiene que instalarse
una especie de “nadie”, una especie de “vacío”. Se trata, en definitiva, de recordar que
todo depende de que nadie ocupe el lugar de la ley.

Los revolucionarios franceses tuvieron muy claro que todo se basaba en respetar ese
imperativo platónico. Dictaron la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano para que, en adelante, sirviera de vara de medir para cualquier cuerpo
político.

Para asegurar que el espacio de la ley continúa vacío, elaboraron la división de


poderes, que si realmente fuera lo que pretende ser, sería la genuina fórmula política
del verdadero anarquismo. Es así porque garantiza que no hay nadie en el lugar del
poder, es el mundo contrario a la sumisión, ni Dios ni Amo, como dicen los anarquistas.

Este era el objetivo del proyecto político de la ilustración y aunque saliera realmente
mal nos consideramos herederos de él.

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