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REVISTA VISION
Cuando se viaja por América Latina, la impresión que se recibe es de modernidad, de color y de
atrevimiento de diseño. Los edificios en las ciudades latinoamericanas parecen no responder a nada más
que la aspiración personal de una expresión de belleza. Hay exceso, hay fallas de criterio estético pero,
sobre todo, se palpa una vitalidad física que casi parece haber desaparecido del resto del mundo.
En un sentido, la arquitectura latinoamericana podría considerarse como la expresión cultural más vital
de todo el Continente. Es en América Latina donde todavía no ha perdido el hombre su sentido de gozo
estético ante su arquitectura, para adentrarse –como ha sucedido en otros países- en un frío sentido
funcional.
Como arte: El norteamericano Henry Rusell Hitchcock, en su libro “Arquitectura latinoamericana desde
1945”, había ya apuntado abiertamente que “en América Latina la arquitectura sigue siendo un arte. Los
elementos más responsables de la comunidad esperan que sus arquitectos les den algo más que
soluciones puramente “funcionales”. Los arquitectos opinan de la misma manera. El brasileño Oscar
Niemeyer declara sin ambages: “Yo siempre he considerado a la arquitectura como una obra de arte y
solamente como tal es capaz de subsistir”.
Lo curioso es que en América Latina, la arquitectura “moderna” es, en realidad, un fenómeno de pocos
años de vida. Al lado de grandes monumentos indígenas y la fiebre místico-barroca de la colonia, la
etapa independentista no impulsó a los pueblos recién nacidos a expresarse en piedra con la vitalidad
estética del pasado. Fue como si el natural redescubrimiento de su propia libertad fuera suficiente para el
pueblo y, como resultado, la expresión nacional se canalizó hacia otras artes.
Carrera de triunfo: En Brasil, la Semana de Arte Moderno de São Paulo, de 1922, tuvo efectos
determinantes y no sólo para la pintura y la escultura. Los arquitectos elevaron el pendón de la
contemporaneidad y el ruso-brasileño Gregori Warchavchik publicó en 1925 su “Manifiesto de
Arquitectura Funcional”. Tres años después, construía la primera casa “moderna” de São
Paulo. Empero, no fue sino en 1937 que l arquitectura brasileña inició su carrera de triunfos con la
construcción del edifico del Ministerio de Educción en Río de Janeiro, en la cual colaboraron Le
Corbusier y un grupo de arquitectos brasileños jóvenes entre los que se contaba Lucio Costa y oscar
Niemeyer.
El problema era similar en otros países. Desde 1929, México se había lanzado a hallar “su” arquitectura
con la construcción del Instituto de Higiene, obra del arquitecto José Villagrán García, después de pasar
por una década de experimentación con las estéticas funcionalistas y con una reavivación consciente de
las formas arquitectónicas de la colonia y del pasado precortesiano.
En los demás países latinoamericanos, la arquitectura moderna se originó a partir de la década del
treinta y en su carrera hacia la madurez calzó botas de siete leguas alcanzando su fruición actual en un
período de tiempo asombrosamente corto. En Colombia, la Facultad de Arquitectura se fundó después
de 1935, cuando regresaron al país varios arquitectos colombianos graduados de universidades
europeas y estadounidenses. En Venezuela, la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central se
fundó en 1943. En Chile, os conceptos contemporáneos de la construcción tuvieron que luchar con el
academismo tradicional y aplicar las nuevas teorías en esfuerzos autodidactas. (La arquitectura nacional
contemporánea), por esta razón, se resintió y sólo es últimamente que Chile ha podido hallar una versión
más “nacional” de los conceptos internacionales.) En Argentina, como en Brasil, a fuerza creadora fue
una visita de Le Corbusier que, en 1929, dictó una serie de conferencias y que sirvió para, que en la
década siguiente, se difundiera el “estilo internacional” creado por éste y por Gropius.
En Brasil, después de la construcción del ministerio de Educación, donde se fundieron por primera vez
los principios arquitectónicos de Le Corbusier y la inventiva peculiar de los arquitectos brasileños,
empezaron a surgir otras edificaciones que seguían rompiendo con la norma clásica y fijando los
elementos característicos de lo que es hoy la arquitectura brasileña. Edificios como la Asociación
Brasileña de Prensa, proyectado por los hermanos Roberto el pabellón de Brasil en la Ferian Mundial de
Nueva York, proyecto de Lucio Costa y Oscar Niemeyer; la estación de pasajeros del aeropuerto de
Santos Dumont, fueron dando cuerpo a aquello que hoy llamamos la arquitectura brasileña: la planta
libre, los “brisoleils”, las formas geométricas puras, las superficies planas, las grandes fachadas de vidrio
que marcaban un nuevo tipo de arquitectura y que el brasileño empezaba a reconocer como suya en sus
trajines cotidianos.
Dinamismo: Hoy, la actividad de construcción en todos los países latinoamericanos es alucinante; desde
edificios oficiales –en los cuales a diferencia de otros países, la actitud es favorable a la modernidad del
concepto- hasta escuelas, hospitales, iglesias, centros de viviendas, edificios de apartamientos, oficinas,
universidades, escuelas, casas particulares, edificios todos que expresan, quizá con un tanto de vanidad
exhibicionista, os esfuerzos de cada país por expresar su vida interior. Los arquitectos han ganado su
batalla.
Situación actual
Brasil, que hasta ahora ha sido el país que mayores aportes ha dado a la arquitectura mundial, sigue la
trayectoria esperada con proyectos de tanta importancia como su propia capital, Brasilia, manteniendo la
originalidad que siempre ha destacado sus esfuerzos. La influencia que recibe hoy la nueva generación
de arquitectos parte principalmente de Le Corbusier y otros, como Mies van der Rohe y el grupo del
Bauhaus, sobre todo Gropius, que estructuraron sus edificios a base de acero y vidrio. De una docena
de facultades de arquitectura en todo el país egresan jóvenes profesionales, todos dentro de la línea
contemporánea, con mayor o menos influencia de los hombres citados, pero siempre en busca de una
formula nacionalista para interpretar, en términos de la propia cultura, la evolución arquitectónica
brasileña. Aunque estéticamente influidos por el racionalismo de Mies van der Rohe o por la arquitectura
orgánica de Le Corbusier o Niemeyer –este último provocando una ola imitativa no siempre digna de
elogios- los esfuerzos de la nueva generación se orientan y hacia el objetivo de hallar sus propios
caminos y a veces volver a encontrar –en términos contemporáneos- la imagen fijada en el estilo colonial
con sus barandas, azulejos y persianas.
En esta nueva generación, al lado de nombres consagrados como Niemeyer, Vilanova Artigas, Jorge
Moreira, Marcelo y Mauricio Roberto, Eduardo Kneese de Melo, Eduardo Reidy, Lucio Costa, Sergio
Bernardes, Enrique Mindlin, va surgiendo una pléyade de nuevos arquitectos que tratan de destacar los
aspectos nacionalistas de la arquitectura brasileña. Es ésta una arquitectura que procura utilizar sólo
materiales locales y encuadrarlos despojándolos de todo aditamento. Vilanova Artigas es un exponente
de esa tendencia que algunos llaman “brutalista” porque defiende sobre todo la utilización e materiales
“en bruto”, en su textura original. Es una arquitectura que, más propiamente, se podría llamar
“arquitectura de concreto aparente” caracterizada justamente por el uso de paredes de concreto, sin
revestimiento, cuya rudeza se atenúa por la vegetación, los vidrios o la madera.
Marcos Konder Neto, Acacio Gil Borsoy, Pedro Paulo Saraiva, Paulo Mendes da Rocha, Jorge Wilheim
Reis Netto, Flavio Marinho Rego, son unos cuantos entre los centenares de arquitectos jóvenes que
están ganando premios en concursos arquitectónicos en el país y en el extranjero y quienes están
exportando la arquitectura brasileña y contribuyendo a dar cuerpo a su movimiento cultural
arquitectónico.
El Instituto de Arquitectos de Brasil, una organización profesional con ramificaciones por todo el país,
defiende y apoya a la nueva mesada de arquitectos, estimulando a las entidades oficiales y particulares
para que organicen concursos, que siempre representan excelentes oportunidades para dar a conocer a
los nuevos profesionales de talento. Concursos de expresión internacional –como el del edificio Peugeot
en Buenos Aires- fueron ganados por valores de la nueva generación brasileña.
En México, la arquitectura moderna pasa a su período de madurez a partir de 1940. Carlos Lazo, hijo,
encabezó un grupo de arquitectos, pintores y escultores que se plantearon ambiciosos propósitos.
Aunaron sus esfuerzos los arquitectos Pérez Palacios y O’Gorman, los muralistas Rivera, Siqueiros y
Chávez Morado y el escultor Luis Ortiz Monasterios.
Tendencias: Posteriormente, las generaciones jóvenes se agruparon en torno a Lazo- en cuyo grupo se
destacan los arquitectos Guillermo Rosell, Raúl Cacho y otros- y se lograron importantes construcciones:
la Ciudad Universitaria y el edificio de la Secretaria de Comunicaciones y Obras Públicas, realizaciones
que ilustran la temática de la época: tendencia a las formas piramidales, uso de los basaltos volcánicos,
inspira, inspiración en la plástica escultórica de la meseta central y en los temas pictóricos de los códices
indígenas. Surgen entonces nuevas aportaciones como las de Jorge Tarriba, Manuel barrón, José Luis
Ezquerra, etc., que tratan de salirse de los cánones del estructuralismo contemporáneo en busca de
nuevas expresiones y de formas guiadas “más por realidades sicológicas que materiales”.
- El movimiento estructuralista –en que se destaca la albor internacionalmente famosa de Félix Candela-
que usando como material básico el concreto, crea estructuras provenientes dela geometría proyectista.
- El movimiento personalísimo de Luis Barragán quien “en pos de fino plasticismo estético, deja caer su
vista hacia la arquitectura popular: toma sus pobres materiales para las obras más refinadas, fija la luz, el
color, la proporción y la textura de cada elemento arquitectónico”, en las palabras del arquitecto Ricardo
de Robina.
Sin embargo, más que en los descubrimientos técnicos o estéticos, De Robina opina que “el camino más
importante abierto en los últimos años es el señalado por el deseo de incorporar la producción industrial
a la producción en serie de la arquitectura, especialmente para resolver los problemas de habitación y el
escolar”. En este movimiento, el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, director del Comité Nacional de
Construcción de Escuelas –y cuyo diseño de aulas rurales ha merecido premios internacionales- es uno
de los más destacados protagonistas.
Venezuela carece de una gran tradición plástica como la tradición indígena de México o Perú o el
barroco portugués de Brasil y esto ha tenido como resultado que el perfilamiento nacional de la obra
arquitectónica sea de gran juventud y de gran libertad. Esta ausencia de tradición ha sido, en la opinión
de muchos, ventajosa, ya que ha permitido al país evadirse del formalismo y del folklorismo y abrirse
hacia un eclecticismo positivo de todas las mejores influencias.
En Venezuela, según la opinión del arquitecto francés Paúl Damaz “más que en ningún otro país
latinoamericano, la introducción de los conceptos estéticos o funcionales se debe a una sola persona:
Carlos Raúl Villanueva... sin disputa posible, el padre de la arquitectura moderna venezolana”.
Solo hay que pensar que fue hacia 1956 que el interés por este campo se inició bruscamente y que la
matrícula de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central – que hasta hace cuatro años era la
única en el país- pudo elevarse en un 32% (este porcentaje aumentó a un 45% en 1958), para
comprender que Venezuela casi de la noche a la mañana ha despertado a la visión arquitectónica como
expresión nacional. En unos pocos años, Caracas se ha transformado de una ciudad provinciana en una
metrópoli activista cuyo caótico crecimiento rivaliza con México o São Paulo.
La ventaja que este auge representa para la arquitectura es que la magnitud de los recursos nacionales
y el movido ritmo de la construcción, han permitido que los proyectos puedan convertirse en obras
realizadas. “Lo bueno de todo esto –decía un estudiante- es que bien o mal, buenos edificios o no, la
actividad de los arquitectos no se ha quedado en la mesa de diseño”.
Uno de los principales problemas con que se han tenido que enfrentar los arquitectos en los últimos
años, es que durante el auge de la construcción, se multiplicaron las viviendas hechas sin sujeción a
normas estéticas y técnicas por constructores y maestros de obras. A esto se añade la dificultad de la
dispersión de los esfuerzos que realizan no menos de treinta instituciones diferentes, públicas y privadas,
empeñadas en diversos programas de viviendas. En Venezuela se hicieron grandes fortunas, entre 1955
y 1958 especialmente, en el negocio de la construcción de edificios para renta, hechos por personas sin
mayores conocimientos de arquitectura. “Los resultados, en la mayoría de los casos, son deprimentes”,
se dolía un arquitecto.
Añoranza: En argentina, la arquitectura moderna mira hacia Europa. “Los argentinos, en todo lo que
hacemos, sentimos una especie de nostalgia por lo europeo”, comentaba un arquitecto que se quejaba
de que la arquitectura nacional no hubiera alcanzado la fuerza de la brasileña. E escritor inglés,
refiriéndose a esta peculiar actitud, la explicaba, la explicaba afirmando: “Parece que por el hecho de
estar fuera de los límites europeos, el argentino trata más que nadie de ser aceptado por una cofradía
extranjera. Los resultados a veces son, si no originales, al menos de gran excelencia técnica”.
Esta es una de las características que forman la arquitectura Latinoamérica: países como Argentina,
Chile y Colombia, que o se han destacado como muy originales en cuestiones de diseño, sobrepasan las
grandes escuelas de Brasil y México en lo que se refiere a la construcción misma. En este sentido,
Venezuela parece pertenecer a un mundo que comparte, además de cierta originalidad nacional,
características de buenos métodos de construcción.
Integración natural
Los resultados son a veces desiguales. La obra plástica propagandística de los muralistas mexicanos
muchas veces no tomó en cuenta la función esencial del edificio y, con contadas excepciones, sólo sirvió
para obliterar el espacio arquitectónico. La misma – y enorme – concepción de la Ciudad Universitaria
destaca mejor que todo los fallos de una integración incompleta. (En este sentido, la Ciudad Universitaria
de Caracas quizás sea el ejemplo más perfecto de una verdadera integración de las artes. En todo este
complejo arquitectónico diseñado por Carlos Raúl Villanueva, los murales y las piezas escultóricas han
pasado a ser parte integrante–constructiva- del total.) En Brasilia, las artes plásticas ocupan una posición
de gran importancia y los murales y las esculturas forman parte determinante de la concepción
arquitectónica y urbanística.
Pero no sólo las grandes construcciones las que reciben el apoyo de las artes adyacentes. En modestos
edificios de oficinas, apartamientos, y residencias, el mural de cerámica o piezas escultóricas parecen no
faltar nunca.
Expresión Nacional
En todos los países latinoamericanos, en una forma u otra, se discute la importancia que debe darse a la
influencia de la arquitectura extranjera, especialmente aquella que, respondiendo a condiciones
climatológicas y culturales diferentes, descubre soluciones inaplicables en nuestros países. A este
respecto, el arquitecto mexicano José Villagrán García dice: “hace años, Born, crítico norteamericano,
escribía en su obra sobre México que cambiábamos, al igual que los primeros pobladores, el oro por una
lata, brillante pero vacía, sin reparos, un complejo de pequeños que nos hace desestimar lo que tenemos
y sobreestimar lo ajeno”. Al mismo tiempo que así se expresaba, Villagrán García reconocía la
importancia de lo realizado por los arquitectos extranjeros más influyentes y lo “mucho que hay que
aprender de la corriente internacional: del Bauhaus, de Le Corbusier, de van der Rohe, etc.” Sin
embargo, no dejaba de enarbolar la solución nacionalista para los problemas arquitectónicos de su
patria.
Otros arquitectos mexicanos opinan como Ruth Rivera, quien afirmó: “Creemos que la ruta que debemos
seguir en forma más apremiante es la que marcó el arquitecto Ludwing Mies van der Rohe hacia la
prefabricación e industrialización de los métodos de construcción para así lograr lo más pronto posible
que l arquitectura esté al alcance de todos los mexicanos”.
Otras ideas: Félix Candela, por su parte, insiste en la “la íntima relación entre la matemática y la
arquitectura” y Juan O’Gorman lanza un reto a la nueva generación de arquitectos mexicanos afirmando
que “la tradición no es para que se copie, sino para que se ame. El arquitecto que se queda con el
“modernismo” tendrá que repetir hasta la saciedad las recetas académicas.
El que no se lance un día a hacer algo diferente, se queda reducido a comer eternamente lo que otros
han digerido”
Lo importante en la labor que realizan los arquitectos latinoamericanos es el sentido de originalidad que
saben imprimir a lo que realizan. Así, el argentino Amancio William puede utilizar una fórmula
matemático-acústica para determinar el espacio interior de su proyecto para un teatro –todavía sin
construir – y Félix Candela hace otra aplicación matemática de otras formas. Pero los edificios de
Candela, con su lirismo en concreto, muy pocos se parecen a los creados por la mente organizada de
William.
Lo que parece unificar la creación arquitectónica de todo el Continente, es en primer lugar, el uso de
materiales de construcción similares sobre los que predominan el concreto y la mampostería. Así como
el acero de los países industrializados ha determinado la forma del cubo y la rigidez del diseño, el uso
del concreto ha permitido que el lirismo innato del creador latinoamericano se exprese sin cortapisas.
A pesar de que América Latina es muy rica en maderas, el costo prohibitivo de las mismas –quizás
debido a la falta de transporte – hace que el arquitecto tenga que descartarlas como material básico.
Además, por tradición ibérica, la mampostería es el material de construcción por excelencia.
Parece como si los latinoamericanos fueran capaces de contemplar sin aspavientos los más ambiciosos
proyectos – comentaba un arquitecto francés – y lanzarse a realizarlos sin temor alguno. Pero ese
ímpetu original va perdiendo velocidad e intensidad y muchas veces se dejan sin terminar ciertos
aspectos imprescindibles, como son las reparaciones naturales y el cuidado necesario para mantenerlos
en su estado original. Ver ciertas joyas de la arquitectura contemporánea latinoamericana cayéndose a
pedazos es algo que parte el alma.
“Quizás en ese descuido – con todas sus implicaciones negativas –descanse a la larga una actitud
profundamente positiva. El arquitecto latinoamericano, sediento de líneas, de forma y de color, crea para
su presente. El futuro le ofrece oportunidades de creación similares a las que en estos momentos llenan
su vida. En este sentido –como ha sucedido siempre en épocas de gran vitalidad artística – el artista
crea para su época y sus contemporáneos.
Fantasía de Concreto: Un joven arquitecto chileno, hablando de la construcción de Brasilia, comentaba:
“Lo asombroso es el simple hecho de su existencia. A veces me pregunto si este proyecto hubiera
podido realizarse en cualquiera otra parte del mundo. Y no lo digo sencillamente como elogio a Brasil.
Pero, para mi, Brasilia no parece tener visos de realidad. Es como si un vidente o un Poseidón hubiera
decidido crear allí, en el medio de nada, una ciudad impecable. Sólo la imaginación necesaria para llegar
a esta realización hace palidecer los esfuerzos de los arquitectos de otros países.