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LEER Y CONTAR HISTORIAS PARA COMBATIR LA MALA EDUCACIÓN

Dime y olvidaré, muéstrame y podría recordar, involúcrame y entenderé.


Proverbio Chino

Ya empieza otro año escolar. ARETÉ saluda a la comunidad educativa, especialmente al


magisterio que, después de cuatro semanas de vacaciones colectivas, regresa a comenzar labores
en las mismas condiciones de años anteriores. Antes de retornar a los planes inoficiosos de
mejoramiento educativo, a la visión y misión de la escuela fuera del tiempo, a los planes de áreas
sin teorías y autores, a los manuales de convivencia sin principios de Sociología educativa, al
planeamiento educativo institucional que reproduce el tradicionalismo oficialista, es bueno que se
intente hacer una parada inteligente, así sea durante el tiempo de lectura de esta editorial.
La calidad de la educación y enseñanza es un tema de abordar desde diversas perspectivas.
En esta oportunidad, nos referimos al papel cultural de la escuela en la formación y desarrollo de
lectores y escritores conscientes de las necesidades sociales del pueblo.
El aprendizaje de la lectura en la escuela toca la experiencia pedagógica llena de
adversidades y contradicciones de todo orden imaginable. Históricamente, las bibliotecas son
lugares emocionantes y simbólicos agentes de la cultura nacional; por tanto, es deber del Estado
crear verdaderas bibliotecas escolares que fomenten la cultura del libro para desarrollo de la buena
educación.
Por mucho tiempo se ha escuchado discursos, desde todos los estrados oficiales, las escuelas,
editoriales, particulares y hogares familiares en el sentido que es bueno leer porque la lectura
ayuda a ser una buena persona. Pero esto no tiene valía cuando se dice y no se hace. Napoleón
Bonaparte afirmaba que, “nada puede ir bien en un sistema político en el que las palabras
contradicen los hechos.” Si el niño, desde que nace; luego, desde que va a la escuela; y ya,
cuando sale a la calle no ve libros ni ve lectores y tampoco tiene la oportunidad de sentir la lectura
de historias encantadas, encontrar al maestro que le cuente toda su experiencia lectora, (es ahí
donde comienza el placer de leer), como terapia para desbordar la delicia de la fantasía, es
imposible que se inculque el placer de sentir la alegría y tristeza emanada de un buen libro. Si el
alumno no ve a su profesor leyendo ni tampoco le oye contar historias, es imposible que la escuela
lo convenza de que el mejor estilo de vida está en el mundo de los libros.
El ejemplo es una forma excelente, si no la mejor que motiva, ya que genera placer y
diversión. Sin embargo, la reflexión se tornaría interesante si se respondiera con objetividad ¿Qué
políticas educativas de lectura se llevan en Colombia? ¿Qué políticas educativas de
lectura se llevan en la escuela colombiana? ¿Qué relación existe entre la escuela y la
lectura?
Empecemos por recordar que la escuela fue instrumentada para la lectura; así lo hemos
conocido desde la antigua Grecia. La escuela comienza a existir en el momento en que la lectura
ya no es propiedad sólo de algunos escribas profesionales sino que se concibe como lo que cada
ciudadano necesita. En Grecia sólo era ciudadano el que participaba de la vida política de la ciudad
y para ello era requisito saber leer y escribir, por eso no todos los habitantes eran ciudadanos.
En el siglo VI surge la idea de articular la lectura, como sinónimo de alfabetización, con la
vida de la ciudad, idea que se crea desde la escuela. Los primeros maestros encargados de esta
idea escolar son los de gramática, o de letras como se llamaban entonces.
Hacia finales del siglo XII, la humanidad aprendió la lectura silenciosa. Leer en silencio es una
lectura que no se comparte. La escuela y las bibliotecas son lugares que tienen que salir del
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silencio. Sólo la lectura de la que se habla es una lectura que se comparte. Es necesario que quien
lea sea escuchado por alguien; es decir, la lectura forma comunidad de sociabilidad que da y
recibe lo que dicen los libros.
Por allá en el siglo XVI, la escuela es reinventada en la cultura occidental, cuando la iglesia
decide que para formar un cristiano hay que alfabetizarlo. Surgen las primeras escuelas
parroquiales en Italia, y, luego en toda Europa para vincular la formación cristiana con la
alfabetización.
En el siglo XIX, la escuela se convierte en una institución estatal encargada de formar ya no
al cristiano sino al hombre nacional; en Colombia al colombiano. La relación de la escuela con la
lectura aparece cuando se le retira a la iglesia la responsabilidad de la escolarización.
Nuestro siglo XIX transcurrió sin que surgiera un gran sabio. Aparecieron guerreros como
Bolívar pero no grandes pensadores que idearan un tipo de hombre nacional y un modelo de
sociedad justa y Estado igualitario. Por eso es difícil explicar el romanticismo y modernismo
colombiano. Estas ideas filosóficas y nacionalistas de amor patrio, identidad cultural, trascendencia
del Ser no brotaron en Colombia con autenticidad. En cambio, en Argentina surgió D. F.
Sarmiento; en Cuba se conoció a J. Martí, quienes atinaron a construir identidad cultural y
nacional.
La escuela hace de la alfabetización un servicio de sus objetivos más poderosos; por ejemplo,
en Europa, el auge de la educación popular y no la educación limitada a ciertas élites. La escuela
inventa los mejores materiales de lectura para formar a los pequeños europeos, y, los grandes
pedagogos crean las teorías para dar cientificidad al debate de la educación. Los ejemplos son
selectos. J. E. Pestalozzi (1746-1827) crea las Escuelas Normales y construye el modelo de Escuela
Nueva como granjas agropecuarios para los hijos de los campesinos. F. Frobel (1782-1852)
construye la Educación del Hombre con los Jardines Escolares. G. W. Hegel (1770-1831) hace del
Gimnasio, el modelo educativo de Alemania. P. Torrance fija el modelo de la educación
norteamericana.
Esta experiencia no se ha vivido en Colombia, y, aun estamos relativamente lejos de
transformar la escuela puesto que la mayoría de maestros no ha emprendido la gran hazaña de
hacer que cada institución educativa tenga funcionando, al menos, una sala de lectura para una
verdadera alfabetización de los escolares.
Alfabetizar es penetrar el mundo del alfabeto; es decir, el mundo de la cultura escrita que
hace historia. El alfabeto creó la cultura de lo fijo y estable. La escritura es el paso de la oralidad,
del folclor, del mito a la literatura que ha hecho estatua nacional. Parece ser que esta visión
cultural de lo que traduce alfabetización es lo que ha querido imprimirse en países vecinos como
Argentina y Cuba. En éste último, Fidel Castro, inmediatamente que baja de la Sierra para tomarse
el Poder (1959), lo primero que hace es transformar iglesias y cuarteles militares en escuelas, y,
una vez instaladas las escuelas emprende la gran Campaña de Alfabetización. A lo largo y ancho
de la Isla del Caribe se alfabetizaba para la liberación nacional, es decir, para la libertad.
En Colombia ninguna campaña de alfabetización ha tenido clara su finalidad cultural porque
la alfabetización se ha separado de los programas escolares de lectura. Se alfabetiza para que la
persona aprenda a reproducir la consonancia vocálica sin sentido, en lugar de enseñar a leer y
escribir el origen de la vida, la naturaleza, la sociedad y la historia del hombre.
Los escasos libros que se hallan en la biblioteca escolar no son los más apropiados para los
niños de preescolar, primaria, secundaria y los jóvenes de educación media. La buena literatura
que deben leer los escolares está fuera de la escuela, creemos que tampoco está dentro de la
biblioteca personal de la mayoría de los maestros o dentro de las bibliotecas familiares. Pudiera
decirse que entre los nuestros: Rafael Pombo, Santiago Pérez Triana, Porfirio Barba Jacob, Gabriel
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García Márquez, Jairo Aníbal Niño, Celso Román, Leopoldo Berdella de la Espriella representan una
buena pléyade de escritores colombianos para armar una buena sala de lectura escolar, sin
desconocer Los Maderos de San Juan de José Asunción Silva, unas varias poesías de Geovanni
Quesep, algunos cuentos de Álvaro Cepeda Zamudio, Gloria Cecilia Díaz y los hermanos Pardo del
Tolima.
Aunque Colombia está en pañales, en materia de literatura para niños y jóvenes, haciéndose
una buena selección de la literatura colombiana se encuentra excelentes autores, desde los
tiempos de la Conquista, cuya obra puede adaptarse a los distintos niveles de la educación formal.
Cuánto se divierte un joven de octavo o noveno grado leyendo las ingeniosidades que narra El
Carnero de Rodríguez Freyle. Cuánto goza un escolar de primaria con las leyendas y mitos del
folclor colombiano. Qué fenómeno pedagógico bien interesante el que está mostrando la Antología
Lengua Castellana Grado Primero en las escuelas del Tolima donde los maestros están
implementando la Metodología de Enseñanza de la Lengua para el Desarrollo Integral del Lenguaje
de los Escolares.
Fuera de nuestro país, el abanico es más copioso. En el continente son obligados los nobeles
chilenos: P. Neruda y G. Mistral; el guatemalteco M. A. Asturias y el mejicano O. Paz; seguidos de
escritores argentinos: J. Cortázar, M. H. Wash, J. L. Borges, A. Storni, E. Bornemann. En Uruguay,
J. de Ibarbourou y E. Galeano. En cuba, la Edad de Oro de J. Martí, se convirtió en monumento de
la literatura nacional, pero esta es una obra poco conocida por la escuela colombiana. Si
recorriéramos país por país nos resultaría una lista exquisita. Algo similar ocurriría, haciendo el
mismo periplo literario por el continente europeo. En España encontramos la obra cumbre de
Cervantes: El Quijote. G. A. Bécquer, A. Machado, J. Hernández, F. García Lorca, R. Alberti. Los
Hermanos Grimm en Alemania recogieron parte del folclor, como trató de hacerlo en Italia, Italo
Calvino con Cuentos Populares y Edmundo D´amici el autor de Corazón, un libro que debería ser
una de las obras elegidas de lectura para los escolares. En Dinamarca, Hans Christian Andersen es
figura sin igual de la literatura para niños que ha corrido las fronteras del pensamiento infantil. En
Irlanda, Oscar Wilde. En Francia, Balzac, Standal, Voltaire, Víctor Hugo, Flaubert tienen literatura
bellísima que cabe en las mentes de los escolares de todas las edades. De Rusia podemos citar a
ese gran poeta Nacional A. Pushkín, L. Tolstoi, F. Dostoievski, N. Gogol, M. Gorki, A. Chejov.
La lista de autores y obras para armar una buena biblioteca escolar es abundante, pero una
buena selección de autores clásicos de todas las ciencias del saber humano (matemáticas, física,
química, historia, geografía, filosofía, psicología, sociología, economía, política, arte y literatura)
llenaría las mentes vírgenes de todos los niños que ingresan a la escuela pública y la mayoría de
padres de familia que no conocen por dentro un libro. Se debe empezar por leer las mejores
biografías de los grandes clásicos del conocimiento, porque en todas las profesiones se utiliza la
lectura y escritura.
Los grandes hombres de ciencia hicieron literatura importante para explicar sus
investigaciones; una evidencia mayor, J. Echegaray, ese matemático español que obtuvo Premio
Nobel de Literatura en 1904. Estos trabajos debe divulgarlos la escuela. José Martí, pedagogo
cubano, afirma: “donde yo encuentro poesía mayor es en los libros de ciencia, en la vida del
mundo, en el orden del mundo, en el fondo del mar, en la verdad y música del árbol, y su fuerza y
amores, en lo alto del cielo, con sus familias de estrellas, y en la unidad del Universo, que encierra
tantas cosas diferentes, y es todo uno, y reposa en la luz de la noche del trabajo productivo del
día. Es hermoso asomarse a un colgadizo y ver vivir al mundo: verlo nacer, crecer, cambiar,
mejorar, y aprender en esa majestad el gusto de la verdad y el desdén de la riqueza y la soberbia
a que se sacrifica, y lo sacrifica todo, la gente inferior e inútil. Es como la elegancia, que está en el
buen gusto y no en el costo. Un alma honrada, inteligente y libre, da al cuerpo más elegancia, que
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las modas más ricas de las tiendas. Muchas tiendas, poca alma. Quien tiene mucho adentro,
necesita poco afuera. Quien lleva mucho afuera, tiene poco adentro y quiere disimular lo poco.”
La escuela, además de enseñar el acto de leer que no es una actividad fácil, tiene que
enseñar a socializar la lectura. Compartir la lectura constituye el placer más fuerte de leer. El
compartir las emociones, los sentimientos, los valores, los conocimientos en un espacio social
constituido por la escuela es enseñar a leer para la libertad. ¿De qué otro modo se combate la
mala educación? La escuela es el espacio ideal para que se comprenda que el libro no sólo se
lee, sino que un libro se habla y que, quizás lo más importante cuando se ha leído un libro, es ser
capaz de hablar de él para que otro lo lea.
La lectura asumida como alfabetización escolar es algo muy poderoso, extremadamente
invaluable, que llega a círculos muy poderosos. Este vínculo y la escuela va a ser amenazado casi
de muerte que hasta hoy no ha logrado convalecerse. En la segunda mitad del siglo XX se inventa
la televisión (1954) y la escuela pierde la confianza en la alfabetización porque descubre que en
torno de ella hay otra cultura igualmente importante; lo que no descubre es que la televisión surge
como oposición a los procesos escolares de educación y enseñanza.
En 1956, aproximadamente, aparecen los primeros discursos sobre el fin de la cultura, el fin
del poder de la escuela y el fracaso de su trabajo. Este fenómeno ideológico contra la escuela
coincide con el lanzamiento del primer Sputnik ruso, también al finalizar la década del 50.
Estos hechos culturales importantes van a remover toda la tradición occidental de la
formación humanística mediada por la lectura asidua de las obras clásicas para imponer la
competencia bárbara de la tecnología mal concebida y los descubrimientos mal difundidos puesto
que desde ningún punto de vista es aceptable separar la formación científica de la persona con su
formación humanística.
La lectura es libertad porque en los libros se encuentra la verdad. Se lee para vivir con
intensidad la propia vida; pero, cuando se va la libertad, la vida se vuelve insípida y pierde su
gusto. El que lee se comporta como un caballero templario o como un centinela. Estas dos
actitudes están claras por la vocación que genera la lectura cuando empuja hacia la escritura
permanente, haciendo que el escritor siempre esté atento cuando la luz se apaga, mientras los
demás duermen. El escritor es la persona que permanece alerta. M. Gorki, en su obra capital, La
Madre, explica que “cuando menos se sabe mejor se duerme.”
El maestro debe retomar el hecho de contar historias en el aula de clase a alumnos y padres
de familia ya que muchos niños llegan a la escuela sin que sus padres les haya contado nada. El
lector se hace cuando el niño es muy pequeño y una manera de hacerlo es satisfacer la necesidad
de contar historias. Si el niño en la casa ve que la familia quiere los libros, se despierta la
curiosidad de abrir un libro para sentir qué le sucede. Si el escolar tiene en la escuela un maestro
que quiere los libros, muestra lo aprendido y lo nuevo que le lleva a la clase extraído de los libros,
seguramente que el escolar va a acercase a los libros para ver qué cosas nuevas puede contar en
su casa, en la calle y en la escuela.
Que el niño, desde bien temprano tenga el modelo lector en la casa y en la escuela. Así se
forma lector, porque leer contagia. Tener libros en las manos, en la casa y escuela combate la
mala educación. Fomentar la lectura y escritura al mismo tiempo, en la escuela con sentido de
prolongación en la casa, representa una de las mejores formas de que los niños enfrenten la
dificultad de construir historias. Hacer la vida indisociable del mundo de los libros, es la mejor
pasión como experiencia vital.
Se debe enseñar con halago porque los niños y jóvenes que van a la escuela son de nuestra
gente, por eso se debe enseñar mediante la clase de lectura explicada, explicando el sentido de las
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palabras, no más gramática que esa: la gramática la va descubriendo el niño en lo que lee y oye, y
esa es la única que le sirve.
No existe otra alternativa. Los docentes debemos leer mucho, ser firmes en nuestras
posturas, siempre rigurosos para que no nos prestemos a los vaivenes de las editoriales
comerciales y los sabihondos del Ministerio de Educación tan prolíficos en nuestra escuela
atrasada.
Los maestros no pueden ser los que engrosan las filas de quienes destruyen con
mezquindades políticas y personales sin ponderación cierta los ideales educativos de una
educación nacional, científica y popular que eduque para la libertad, la igualdad social y la justicia.
La educación cambiará desde nuestro convencimiento, y debemos estar convencidos que si
no avanzamos en nuestros conocimientos no podremos contra la campaña del Estado de capacitar
para mantener la mala educación. Cada uno debemos saber qué nos hace falta, qué no sabemos y
qué debemos saber, qué es lo que es recomendable para nuestra actividad pedagógica, dónde
debemos capacitarnos, dónde están las fuentes del conocimiento que debemos adquirir, quienes
nos darán lo mejor, qué necesitan aprender los alumnos para que vivan dignamente en sociedad.
Somos adultos, somos profesionales, tenemos producción intelectual y experiencia en el aula
de clase, y como tales, debemos resaltar nuestra independencia y libertad para combatir la mala
educación. Tenemos ideología propia. Tenemos una FECODE y un SIMATOL que aunque se han
convertido en transmisores de las leyes oficiales, un día se comprenderá la necesidad de combatir
la mala educación como única alternativa para construir un Modelo de Educación Nacional,
Científica y Popular. Este asunto debe ser elemento de debate para la elección sindical de la Junta
Directiva el próximo 30 de mayo.
El maestro es quien debe hacer más caso del testimonio de su propia conciencia que de
todos los juicios que los demás hagan por él.
Consejo Editorial

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