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Septiembre


2010


La
ética:
ciencia
del
bien


German
Gomez
Veas


LA
ÉTICA
:
CIENCIA
DEL
BIEN

a)
Ciencia
 teórico‐práctica.
 La
 ciencia
 ética,
 es
 el
 estudio
 de
 la

moralidad
de
los
actos
humanos,
es
aquella
parte
de
la
filosofía
que

se
interesa
en
analizar
la
conducta
humana
tomando
como
punto
de

vista
la
moralidad
(es
decir,
si
son
buenos
o
malos).

Como
ciencia,
tenemos
que
precisar
que
la
ética
es
un
saber
teórico

en
 cuanto
 a
 su
 fuente
 y
 práctico
 en
 cuanto
 a
 su
 fin:
 participa
 de
 la

reflexión
 y
 la
 acción.
 Esta
 aclaración
 es
 importante
 porque
 la

actividad
 puramente
 teórica
 es
 una
 especulación
 que
 se
 da
 en
 el

terreno
 de
 la
 abstracción
 y
 la
 actividad
 puramente
 práctica
 es
 sólo

ejecución;
 al
 afirmar
 en
 consecuencia,
 que
 la
 ética
 es
 una
 ciencia

teórica
y
práctica,
enfatizamos
que
es
un
saber
para
el
actuar:
busca

el
conocer
para
hacer;
o
desde
otro
punto
de
vista,
aseveramos
que

la
 acción
 humana
 en
 su
 dimensión
 moral1
 tiene
 un
 fundamento

teórico.


El
 ser
 humano
 no
 sólo
 busca
 el
 conocer
 por
 el
 conocer.
 Busca

también
 el
 conocer
 para
 hacer,
 pues
 su
 razón
 no
 es
 únicamente

teórica,
 sino
 que
 podemos
 distinguir
 una
 razón
 práctica.
 Lo
 que

define
 el
 
interés
de
la
 razón
teórica
es
 la
constitución
de
la
ciencia

propiamente
tal
:
los
primeros
principios,
aquello
que
es
necesario
y

que
nunca
cambia2,
en
cambio
lo
que
distingue
a
la
razón
práctica
es

que
ella
se
interesa
por
lo
cambiante,
por
lo
contingente,
en
palabras

de
Santo
Tomás:
“
La
razón
práctica
versa
sobre
lo
operable,
que
es

singular
 y
 contingente,
 y
 no
 sobre
 lo
 necesario,
 como
 la
 razón


1
No está demás apuntar que en nuestra consideración del obrar humano, sólo nos
importa el aspecto moral y no otra dimensión como podrían ser por ejemplo, la
psicológica o la sociológica.
2
Aristóteles sostiene al respecto: “Qué es ciencia, resulta claro de estas consideraciones
-si tratamos de proceder con exactitud y no dejarnos guiar por semejanzas-: todos
pensamos que aquello de que tenemos ciencia no puede ser de otra manera; de lo que
puede ser de otra manera, cuando tiene lugar fuera del alcance de nuestra observación,
no sabemos si es o no. Por consiguiente, lo que es objeto de ciencia es necesario. Luego
es eterno, ya que todo lo que es absolutamente necesario es eterno, y lo eterno, ingénito
e imperecedero”, Ética a Nicómaco, 1139b y ss; “la ciencia es un juicio sobre lo
universal y lo que es necesariamente”, op. cit. 1140b 30. Además de la necesariedad, el
Estagirita señala que la ciencia es sobre los primeros principios: “Cosas verdaderas,
primeras, inmediatas, más conocidas, anteriores y causales...”, Analíticos Segundos,
71b 22 y ss.

2
especulativa”
 3.
 El
 conocimiento
 ético
 es
 en
 definitiva
 un
 saber
 que

busca
 la
 aplicación
 práctica
 ‐por
 medio
 de
 la
 razón
 práctica‐
 de
 los

principios
 universales
 y
 necesarios
 que
 aprehende
 nuestra
 razón

especulativa.
El
hecho
de
que
el
fin
de
la
razón
teórica
sea
la
verdad

especulativa,
necesaria
y
universal,
mientras
que
a
la
razón
práctica

por
 ordenarse
 al
 obrar,
 le
 es
 propia
 la
 verdad
 práctica4
 tiene
 una

principal
 implicancia,
 a
 saber,
 que
 ello
 nos
 permite
 explicar
 que
 si

bien
todos
tenemos
la
misma
posibilidad
de
acceder
al
conocimiento

de
 los
 primeros
 principios
 del
 orden
 especulativo,
 sin
 embargo

respecto
 de
 su
 aplicación
 (o
 sus
 conclusiones)
 no
 ocurre
 la

uniformidad
que
se
podría
pensar;
y
qué
decir
sobre
la
función
de
la

razón
práctica
en
el
obrar,
donde
a
todos
nos
resultan
evitentes
los

diferentes
modos
de
actuar
y
los
diversos
fines‐medios
a
buscar.


3
Santo Tomás de Aquino, “ Suma de Teología “ I- IIª, c. 91 a.3 ad. 3; ed. Bac Maior,
Madrid, 1989, p. 712.
4
Importa observar que la distinción de la razones no es por su fundamento, pues ambas
se enraizan en los principios universales y necesarios, sin embargo el punto es que cada
una se orienta a un ámbito distinto: el de lo necesario y universal, la teórica y al terreno
de lo contingente y cambiante, la práctica. Así lo explica el propio Aquinate: “ es propio
de la razón el proceder de lo común a lo particular. Aunque de diferente manera, según
se trate de la razón especulativa o de la razón práctica. Porque la primera versa
principalmente sobre cosas necesarias, que no pueden comportarse más que como lo
hacen, y por eso tanto sus conclusiones particulares como sus principios comunes
expresan verdades que no admiten excepción. La razón práctica, en cambio, se ocupa de
cosas contingentes, cuales son las operaciones humanas, y por eso, aunque en sus
principios comunes todavía se encuentra cierta necesidad, cuanto más se desciende a lo
particular tanto más excepciones ocurren. Así, pues, en el orden especulativo, la verdad
es la misma para todos, ya sea en los principios, ya en las conclusiones, por más que no
sea conocida por todos la verdad de las conclusiones, sino sólo la de los principios
llamados "concepciones comunes". Pero en el orden práctico, la verdad o rectitud
práctica no es la misma en todos a nivel de conocimiento concreto o particular, sino
sólo de conocimiento universal; y aun aquellos que coinciden en la norma práctica sobre
lo concreto, no todos la conocen igualmente.
Por tanto, es manifiesto que, en lo tocante a los principios comunes de la razón,
tanto especulativa como práctica, la verdad o rectitud es la misma en todos, e
igualmente conocida por todos. Mas, si hablamos de las conclusiones particulares de la
razón especulativa, la verdad es la misma para todos los hombres, pero no todos la
conocen igualmente. Así, por ejemplo, que los ángulos del triángulo son iguales a dos
rectos es verdadero para todos por igual; pero es una verdad que no todos conocen. Si se
trata, en cambio, de las conclusiones particulares de la razón práctica, la verdad o
rectitud ni es la misma en todos ni en aquellos en que es la misma es igualmente
conocida...”, Santo Tomás de Aquino, “ Suma de Teología “ I- IIª, c. 94; ed. Bac
Maior, Madrid, 1989, p. 735.

3
La
vida
diaria,
con
todas
sus
vicisitudes,
es
el
terreno
de
la
ética
y
de

la
 razón
 práctica,
 “el
 conocimiento
 práctico
 es
 la
 vía
 para
 la

comprensión
 operativa
 de
 las
 situaciones
 concretas”
 5.
 Este
 es
 el

asunto
 que
 nos
 debe
 preocupar
 en
 la
 filosofía
 moral,
 ya
 que
 la

verdad
no
queda
restringida
en
la
esfera
de
lo
especulativo,
sino
que

se
extiende
al
plano
de
la
acción:
“La
verdad
no
queda
restringida
al

campo
 de
 la
 teoría,
 sino
 que
 se
 extiende
 a
 la
 vida,
 al
 interés,
 a
 la

práxis”6
 .
 Por
 eso
 es
 que
 las
 acciones
 humanas
 pueden
 ser

prácticamente
 verdaderas,
 pero
 no
 exclusiva
 y
 científicamente

verdaderas7.
El
obrar
moral
del
hombre
no
es
fruto
del
solo
azar
o
del

mero
decisionismo,
sino
que
tiene
que
ver
con
la
razón
y
el
examen

que
en
cada
situación
particular
hay
que
hacer.

b)
¿Qué
 es
 el
 bien?
 En
 nuestra
 vida,
 la
 de
 todos
 los
 días,
 atribuímos
 a

diversas
 situaciones
 o
 realidades
 el
 concepto
 de
 bien.
 Bueno,
 por

ejemplo,
llamamos
a
un
programa
de
televisión
que
nos
causa
agrado

o
cuando
nos
entretiene
cumpliendo
ciertas
‐las
nuestras‐
exigencias

y
 expectativas;
 decimos
 que
 está
 bien
 ayudar
 al
 desvalido
 que
 nos

pide
colaboración;
buena
encontramos
la
comida
cuando
nos
agrada

y
causa
placer
o
cuando
reparamos
en
que
es
sana;
etc.
En
un
sentido

general,
 llamamos
 bueno
 a
 todo
 lo
 que
 aplaca
 una
 necesidad
 o

satisface
una
tendencia.
De
aquí
que
la
frase
aristotélica
“el
bien
es
lo

que
 todos
 desean
 (o
 apetecen)”
 significa
 que
 todo
 lo
 deseado
 lo
 es

porque
es
bueno,
y
no
al
revés,
esto
es,
que
lo
bueno
es
tal
porque
es

deseado.

El
 bien
 satisface
 el
 apetito
 poniéndole
 término:
 fin.
 Todo
 bien
 tiene

razón
 de
 fin,
 tanto
 el
 fin
 último,
 como
 los
 medios
 (que
 son
 fines

intermedios),
 pues
 el
 bien
 es
 en
 donde
 el
 apetito
 se
 completa;
 la

tendencia
termina,
se
acaba,
se
completa
en
el
bien.
Por
esto
es
que

5
Alejandro Llano C., “El futuro de la libertad”, EUNSA, pamplona, 1985, p. 104.
6
Alejandro Llano C., op. cit. ,p. 176.
7
Fernando Inciarte recoge muy bien el fundamento y misión de la razón práctica, y al
respecto de lo que estamos afirmando explica que “la verdad práctica, en cuanto obra de
una razón que se tiene que corregir constantemente, es a la vez y para siempre no (aun)
verdadera: la verdad práctica tiene, en efecto, que ver con aquello que se comporta
siempre de diversa manera” ,“El reto del positivismo lógico” , RIALP, Madrid, 1974,
p. 183. En otras palabras, por pertenecer la acción práctica al ámbito de lo contingente,
de lo cambiante, siempre es susceptible de ser mejorada, ya que no es de suyo perfecta o
acabada, por ello la verdad de cada acción no está dada de antemano, sino que se da en
cada momento de la acción en que ésta se dé conforme a la razón especulativa. Es su
constante presencia en la acción lo que caracteriza a la verdad práctica, no su posible
antecedencia respecto de la acción.

4
el
bien
es
perfección,
incluso
tendríamos
que
decir
que
el
bien
es
lo

perfecto:
 “Obsérvese
 que
 el
 bien
 que
 se
 pone
 como
 fin
 de
 una

apetencia
 y
 se
 define
 por
 ello
 presupone
 una
 adecuación
 o

conveniencia.
Un
ser
apetece
lo
que
le
conviene
y
precisamente
por

ello.
 Y
 como
 algo
 conviene
 en
 la
 medida
 que
 es
 perfectivo
 debe

decirse
 que
 el
 bien
 es
 lo
 perfectivo
 de
 alguna
 cosa.
 Nada,
 empero,

puede
 ser
 perfectivo
 sin
 ser
 perfecto,
 es
 decir,
 sin
 estar
 dotado
 de

perfección;
 por
 ello
 hay
 que
 concluir
 que
 el
 bien
 es
 lo
 que
 es

perfecto.
 La
 perfección
 y
 la
 perfectividad
 son
 como
 dos
 caras
 del

bien.
 La
 perfección
 es
 la
 cara
 interior,
 el
 constitutivo
 intrínseco
 del

ente
bueno;
la
perfectividad
es
la
cara
externa
por
la
que
la
bondad

se
 manifiesta.
 Suelen
 llamar
 los
 autores
 a
 la
 perfección
 bondad

formal
y
a
la
perfectividad
bondad
activa.
Es
natural
que
la
bondad

activa
 encuentre
 su
 raíz
 y
 fundamento
 en
 la
 bondad
 formal
 o

perfección
del
ente”8.

La
bondad
radica
en
la
perfección
actual
por
lo
que
algo
es,
de
modo

tal
 que
 toda
 realidad
 es
 buena
 en
 cuanto
 es9.
 El
 bien
 es
 una

propiedad
del
ente:
de
lo
que
es;
no
siendo
algo
realmente
distinto
el

bien
 y
 el
 ente,
 sino
 que
 entre
 ambas
 nociones
 sólo
 existe
 una

distinción
formal.
La
noción
de
bondad
asocia
o
agrega
a
la
noción
de


8
Angel González Alvarez, “Tratado de Metafísica”, Tomo II (Ontología), ed. Gredos,
S.A., Madrid, 1967, p. 164.
9
Por esta razón, el mal es carencia de bien, privación o ausencia de bien, lo que traduce
en definitiva en imperfección. No existe el mal como una realidad subsistente en sí
misma, sino que es una noción que se manifiesta allí donde no se encuentra el bien
correspondiente. Recogiendo la filosofía clásica, Santo Tomás dice a este respecto lo
siguiente: “El mal implica ausencia de bien. No obstante, no toda ausencia de bien es
llamada mal. Pues la ausencia de bien tomada como negación, no contiene razón de
mal. En caso contrario se seguiría que aquellas cosas que no existen serían malas.
También se diría que cualquier cosa es mala al no tener todo el bien que tienen las
demás. Ejemplo: El hombre sería malo por no tener la velocidad de la cabra o la
fortaleza del león. Pero la ausencia de bien tomada como privación es llamada mal,
como se llama ceguera a la privación de la vista. El sujeto de la privación y de la forma
es uno y el mismo, esto es, el ser en potencia, tanto si es ser en potencia absolutamente,
como la materia prima, que es sujeto de la forma sustancial y de la privación de su
opuesto, bien sea ser en potencia en cierto modo, y en acto absolutamente como el
cuerpo transparente, q es sujeto de las tinieblas y de la luz. Es evidente que la forma por
la que algo está en acto es una cierta perfección y un determinado bien. Así, todo ser en
acto es un determinado bien. De forma parecida, todo ser en potencia, en cuanto tal, es
un determinado bien, en cuanto que está ordenado al bien. Es un ser en potencia como
es un bien en potencia. Hay que concluir, por tanto, que el bien es el sujeto del mal”,
Santo Tomás de Aquino, “ Suma de Teología “ I, c. 48, a. 3; ed. Bac Maior, Madrid,
1988, p. 476.

5
ente,
 únicamente,
 una
 relación
 de
 conveniencia
 al
 apetito
 o

tendencia
 impelente,
 pero,
 como
 señala
 Ángel
 González
 Álvarez,

dado
que
se
trata
“de
una
relación
de
razón
fundada
en
la
perfección

de
 la
 existencia
 que
 formaliza
 al
 ente
 como
 ente,
 la
 bondad
 reside,

en
 definitiva,
 en
 las
 cosas
 y
 debe
 expresar
 más
 propia
 y

principalmente
 la
 entidad
 que
 la
 relación
 de
 conveniencia
 al

apetito”10.
Esto
tiene
una
especial
implicancia,
porque
en
definitiva
el

bien
no
se
encuentra
tanto
en
el
sujeto
‐y
su
tendencia‐
como
en
el

ser
 de
la
 realidad
 apetecida.
La
bondad
es
una
noción
trascendente

que
emana
del
propio
ente
‐de
lo
que
es
en
acto‐
atrayendo
hacia
sí

al
apetito,
fundamento
por
el
cual
comprendemos
que
el
bien
tiene

también
razón
de
finalidad:
lo
bueno
es
el
fin
para
la
tendencia.

El
 análisis
 metafísico
 del
 bien
 que
 hemos
 intentado
 explicar

brevemente,
comprende
en
consecuencia,
tres
sentidos
del
bien.


El
 primero
 se
 refiere
 a
 que
 algo
 es
 bueno
 en
 cuanto
 es,
 debido

únicamente
a
su
constitución
ontológica:
todo
ente
por
el
hecho
de

ser,
 tiene
 acto
 y
 por
 tanto,
 posee
 un
 grado
 de
 perfección.
 Este

sentido
del
bien
es
el
llamado
en
propiedad,
bonum
trascendentale.

El
segundo
sentido
dice
relación
con
el
fin:
algo
es
bueno
cuando
ha

alcanzado
su
fin:
un
buen
alumno
no
es
tal
sólo
por
ser
alumno,
sino

que
 es
 buen
 alumno
 en
 cuanto
 obtiene
 excelentes
 notas
 y
 aprueba

sus
 asignaturas,
 esto
 es,
 el
 bien
 se
 da
 en
 este
 sentido,
 cuando
 se

alcanza
 el
 fin.
 El
 tercer
 alcance
 consiste
 en
 que
 el
 bonum
 est

diffusivum
 sui,
 es
 decir,
 el
 bien
 tiende
 de
 suyo
 a
 comunicarse,
 a

difundir
su
perfección
(no
olvidemos
que
en
el
bien
hay
perfección
y

perfectividad).

c)
El
 bien
 moral.
 De
 la
 noción
 primera
 de
 bien,
 que
 es
 esa
 noción

metafísica,
se
desprenden
todas
las
demás
ideas
o
tipos
de
bien.
Así

por
 ejemplo,
 encontramos
 un
 bien
 útil
 o
 un
 bien
 deleitable,
 que

consisten
 respectivamente,
 en
 la
 bondad
 instrumental
 o
 de
 servicio

que
 tiene
 una
 realidad
 y
 en
 el
 agrado
 o
 placer
 que
 es
 capaz
 de

despertar
o
proporcionar
una
realidad.
Como
ellos,
el
bien
moral
es

también
un
tipo
de
bien:
el
del
ser
humano.

En
efecto,
el
bien
propio
del
género
humano
es
el
bien
moral,
debido

a
 la
 naturaleza
 peculiar
 que
 aquel
 posee,
 pues
 al
 estar
 dotado
 de

razón
y
voluntad
y
agraciado
con
la
condición
de
ser
libre,
puede
por

sí
mismo,
cumplir
o
no
con
los
fines
que
su
naturaleza
pide;
en
otras


10
Angel González Alvarez, op. cit., Ibid.

6
palabras,
 la
 consecusión
 del
 bien
 correspondiente
 a
 su
 condición

natural,
es
causada
por
la
libre
autodeterminación
que
cada
persona

practica.
 El
 ser
 humano
 tiene,
 en
 esta
 perspectiva,
 la
 obligación
 ‐
porque
es
libre‐
de
ordenar
sus
actos
a
la
consecusión
del
bien
que
le

perfecciona
 y
 por
 ello,
 cuando
 no
 se
 cumple
 con
 ese
 deber,
 nos

encontramos
 con
 el
 mal
 moral
 ,
 que
 es
 un
 mal
 de
 culpa,
 es
 un
 no

cumplir
 con
 lo
 que
 es
 debido,
 en
 este
 caso,
 con
 la
 realización
 ‐
perfección‐
de
la
propia
naturaleza.
Todo
lo
que
hace
no
cumplir
con

el
 deber
 natural,
 es
 un
 mal
 moral,
 y
 el
 ser
 humano
 por
 ser
 libre,
 es

responsable
‐en
la
medida
que
es
dueño
de
sus
actos
y
poseedor
de

libre
 arbitrio‐
 de
 esa
 situación.
 Cumplir
 con
 los
 fines
 trazados
 en

nuestra
 naturaleza
 es,
 como
 diría
 Spaemann,
 “hacer
 justicia
 a
 la

realidad”11,
 a
 nuestra
 realidad
 y
 la
 realidad
 extrahumana
 que
 nos

rodea.

El
 bien
 moral
 asimismo,
 nos
 emplaza
 a
 reconocer
 una
 concepción

teleológica
 del
 obrar
 humano
 por
 la
 cual
 advertimos
 que
 con
 su

conducta
libre,
la
persona
humana
tiende
naturalmente12
a
los
fines

que
 le
 son
 propios
 a
 su
 condición
 esencial,
 que
 como
 hemos
 visto,

son
dos:
la
verdad
‐fin
y
objeto
de
la
razón‐
y
el
bien
‐objeto
y
fin
de

la
 voluntad.
 Ambos
 constituyen
 los
 fines
 de
 la
 naturaleza
 humana
 y

por
lo
tanto,
la
realización
de
esta
última
depende
de
que
los
actos

humanos
se
conduzcan
a
su
alcance,
pues
sólo
de
esta
forma
se
llega

al
fin
último
que
cada
ser
humano
lleva
ínsito:
la
felicidad.

El
 máximo
 bien
 ‐y
 por
 ello
 último‐
 al
 que
 tiende
 el
 hombre
 es
 la

felicidad,
entendida
como
aquello
en
donde
la
persona
encuentra
la

plena
realización
de
su
naturaleza.
De
tal
suerte,
que
con
sus
actos
el

hombre
 si
 bien
 tiende
 a
 lograr
 fines
 determinados,
 sin
 embargo

todos
 ellos
 están
 ordenados
 a
 la
 consecusión
 del
 fin
 último.
 Desde

muy
 antiguo
 los
 pensadores
 han
 creído
 que
 este
 fin
 último
 es
 a
 la

vez,
principio
de
la
vida
humana
y
lo
han
llamado
Dios,
Ser
supremo,

Acto
 Puro,
 etc.,
 hecho
 que
 incorpora
 en
 el
 orden
 moral,
 y
 en
 la

significación
del
bien
moral
en
lógica
consecuencia,
una
noción
más

profunda
que
la
sola
autorrealización.

11
Cnfr. Robert Spaemann, “Ética: cuestiones fundamentales”, ed. Eunsa, Pamplona,
1987, pp. 99- 111.
12
“Naturalmente” se entiende aquí como un proceso basado en la propia naturaleza, y
no se puede entender como que esta tendencia fuera algo “espontáneo” o irreflexivo.
Esta puntualización me parece pertinente porque hay una corriente ética, la naturalista,
que sostiene que es bueno todo aquello que se basa en el espontáneo deseo humano y
que el fin del obrar humano es satisfacer esos deseos.

7

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