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2010
La ética: ciencia del bien
German
Gomez
Veas
LA
ÉTICA
:
CIENCIA
DEL
BIEN
a)
Ciencia
teórico‐práctica.
La
ciencia
ética,
es
el
estudio
de
la
moralidad
de
los
actos
humanos,
es
aquella
parte
de
la
filosofía
que
se
interesa
en
analizar
la
conducta
humana
tomando
como
punto
de
vista
la
moralidad
(es
decir,
si
son
buenos
o
malos).
Como
ciencia,
tenemos
que
precisar
que
la
ética
es
un
saber
teórico
en
cuanto
a
su
fuente
y
práctico
en
cuanto
a
su
fin:
participa
de
la
reflexión
y
la
acción.
Esta
aclaración
es
importante
porque
la
actividad
puramente
teórica
es
una
especulación
que
se
da
en
el
terreno
de
la
abstracción
y
la
actividad
puramente
práctica
es
sólo
ejecución;
al
afirmar
en
consecuencia,
que
la
ética
es
una
ciencia
teórica
y
práctica,
enfatizamos
que
es
un
saber
para
el
actuar:
busca
el
conocer
para
hacer;
o
desde
otro
punto
de
vista,
aseveramos
que
la
acción
humana
en
su
dimensión
moral1
tiene
un
fundamento
teórico.
El
ser
humano
no
sólo
busca
el
conocer
por
el
conocer.
Busca
también
el
conocer
para
hacer,
pues
su
razón
no
es
únicamente
teórica,
sino
que
podemos
distinguir
una
razón
práctica.
Lo
que
define
el
interés
de
la
razón
teórica
es
la
constitución
de
la
ciencia
propiamente
tal
:
los
primeros
principios,
aquello
que
es
necesario
y
que
nunca
cambia2,
en
cambio
lo
que
distingue
a
la
razón
práctica
es
que
ella
se
interesa
por
lo
cambiante,
por
lo
contingente,
en
palabras
de
Santo
Tomás:
“
La
razón
práctica
versa
sobre
lo
operable,
que
es
singular
y
contingente,
y
no
sobre
lo
necesario,
como
la
razón
1
No está demás apuntar que en nuestra consideración del obrar humano, sólo nos
importa el aspecto moral y no otra dimensión como podrían ser por ejemplo, la
psicológica o la sociológica.
2
Aristóteles sostiene al respecto: “Qué es ciencia, resulta claro de estas consideraciones
-si tratamos de proceder con exactitud y no dejarnos guiar por semejanzas-: todos
pensamos que aquello de que tenemos ciencia no puede ser de otra manera; de lo que
puede ser de otra manera, cuando tiene lugar fuera del alcance de nuestra observación,
no sabemos si es o no. Por consiguiente, lo que es objeto de ciencia es necesario. Luego
es eterno, ya que todo lo que es absolutamente necesario es eterno, y lo eterno, ingénito
e imperecedero”, Ética a Nicómaco, 1139b y ss; “la ciencia es un juicio sobre lo
universal y lo que es necesariamente”, op. cit. 1140b 30. Además de la necesariedad, el
Estagirita señala que la ciencia es sobre los primeros principios: “Cosas verdaderas,
primeras, inmediatas, más conocidas, anteriores y causales...”, Analíticos Segundos,
71b 22 y ss.
2
especulativa”
3.
El
conocimiento
ético
es
en
definitiva
un
saber
que
busca
la
aplicación
práctica
‐por
medio
de
la
razón
práctica‐
de
los
principios
universales
y
necesarios
que
aprehende
nuestra
razón
especulativa.
El
hecho
de
que
el
fin
de
la
razón
teórica
sea
la
verdad
especulativa,
necesaria
y
universal,
mientras
que
a
la
razón
práctica
por
ordenarse
al
obrar,
le
es
propia
la
verdad
práctica4
tiene
una
principal
implicancia,
a
saber,
que
ello
nos
permite
explicar
que
si
bien
todos
tenemos
la
misma
posibilidad
de
acceder
al
conocimiento
de
los
primeros
principios
del
orden
especulativo,
sin
embargo
respecto
de
su
aplicación
(o
sus
conclusiones)
no
ocurre
la
uniformidad
que
se
podría
pensar;
y
qué
decir
sobre
la
función
de
la
razón
práctica
en
el
obrar,
donde
a
todos
nos
resultan
evitentes
los
diferentes
modos
de
actuar
y
los
diversos
fines‐medios
a
buscar.
3
Santo Tomás de Aquino, “ Suma de Teología “ I- IIª, c. 91 a.3 ad. 3; ed. Bac Maior,
Madrid, 1989, p. 712.
4
Importa observar que la distinción de la razones no es por su fundamento, pues ambas
se enraizan en los principios universales y necesarios, sin embargo el punto es que cada
una se orienta a un ámbito distinto: el de lo necesario y universal, la teórica y al terreno
de lo contingente y cambiante, la práctica. Así lo explica el propio Aquinate: “ es propio
de la razón el proceder de lo común a lo particular. Aunque de diferente manera, según
se trate de la razón especulativa o de la razón práctica. Porque la primera versa
principalmente sobre cosas necesarias, que no pueden comportarse más que como lo
hacen, y por eso tanto sus conclusiones particulares como sus principios comunes
expresan verdades que no admiten excepción. La razón práctica, en cambio, se ocupa de
cosas contingentes, cuales son las operaciones humanas, y por eso, aunque en sus
principios comunes todavía se encuentra cierta necesidad, cuanto más se desciende a lo
particular tanto más excepciones ocurren. Así, pues, en el orden especulativo, la verdad
es la misma para todos, ya sea en los principios, ya en las conclusiones, por más que no
sea conocida por todos la verdad de las conclusiones, sino sólo la de los principios
llamados "concepciones comunes". Pero en el orden práctico, la verdad o rectitud
práctica no es la misma en todos a nivel de conocimiento concreto o particular, sino
sólo de conocimiento universal; y aun aquellos que coinciden en la norma práctica sobre
lo concreto, no todos la conocen igualmente.
Por tanto, es manifiesto que, en lo tocante a los principios comunes de la razón,
tanto especulativa como práctica, la verdad o rectitud es la misma en todos, e
igualmente conocida por todos. Mas, si hablamos de las conclusiones particulares de la
razón especulativa, la verdad es la misma para todos los hombres, pero no todos la
conocen igualmente. Así, por ejemplo, que los ángulos del triángulo son iguales a dos
rectos es verdadero para todos por igual; pero es una verdad que no todos conocen. Si se
trata, en cambio, de las conclusiones particulares de la razón práctica, la verdad o
rectitud ni es la misma en todos ni en aquellos en que es la misma es igualmente
conocida...”, Santo Tomás de Aquino, “ Suma de Teología “ I- IIª, c. 94; ed. Bac
Maior, Madrid, 1989, p. 735.
3
La
vida
diaria,
con
todas
sus
vicisitudes,
es
el
terreno
de
la
ética
y
de
la
razón
práctica,
“el
conocimiento
práctico
es
la
vía
para
la
comprensión
operativa
de
las
situaciones
concretas”
5.
Este
es
el
asunto
que
nos
debe
preocupar
en
la
filosofía
moral,
ya
que
la
verdad
no
queda
restringida
en
la
esfera
de
lo
especulativo,
sino
que
se
extiende
al
plano
de
la
acción:
“La
verdad
no
queda
restringida
al
campo
de
la
teoría,
sino
que
se
extiende
a
la
vida,
al
interés,
a
la
práxis”6
.
Por
eso
es
que
las
acciones
humanas
pueden
ser
prácticamente
verdaderas,
pero
no
exclusiva
y
científicamente
verdaderas7.
El
obrar
moral
del
hombre
no
es
fruto
del
solo
azar
o
del
mero
decisionismo,
sino
que
tiene
que
ver
con
la
razón
y
el
examen
que
en
cada
situación
particular
hay
que
hacer.
b)
¿Qué
es
el
bien?
En
nuestra
vida,
la
de
todos
los
días,
atribuímos
a
diversas
situaciones
o
realidades
el
concepto
de
bien.
Bueno,
por
ejemplo,
llamamos
a
un
programa
de
televisión
que
nos
causa
agrado
o
cuando
nos
entretiene
cumpliendo
ciertas
‐las
nuestras‐
exigencias
y
expectativas;
decimos
que
está
bien
ayudar
al
desvalido
que
nos
pide
colaboración;
buena
encontramos
la
comida
cuando
nos
agrada
y
causa
placer
o
cuando
reparamos
en
que
es
sana;
etc.
En
un
sentido
general,
llamamos
bueno
a
todo
lo
que
aplaca
una
necesidad
o
satisface
una
tendencia.
De
aquí
que
la
frase
aristotélica
“el
bien
es
lo
que
todos
desean
(o
apetecen)”
significa
que
todo
lo
deseado
lo
es
porque
es
bueno,
y
no
al
revés,
esto
es,
que
lo
bueno
es
tal
porque
es
deseado.
El
bien
satisface
el
apetito
poniéndole
término:
fin.
Todo
bien
tiene
razón
de
fin,
tanto
el
fin
último,
como
los
medios
(que
son
fines
intermedios),
pues
el
bien
es
en
donde
el
apetito
se
completa;
la
tendencia
termina,
se
acaba,
se
completa
en
el
bien.
Por
esto
es
que
5
Alejandro Llano C., “El futuro de la libertad”, EUNSA, pamplona, 1985, p. 104.
6
Alejandro Llano C., op. cit. ,p. 176.
7
Fernando Inciarte recoge muy bien el fundamento y misión de la razón práctica, y al
respecto de lo que estamos afirmando explica que “la verdad práctica, en cuanto obra de
una razón que se tiene que corregir constantemente, es a la vez y para siempre no (aun)
verdadera: la verdad práctica tiene, en efecto, que ver con aquello que se comporta
siempre de diversa manera” ,“El reto del positivismo lógico” , RIALP, Madrid, 1974,
p. 183. En otras palabras, por pertenecer la acción práctica al ámbito de lo contingente,
de lo cambiante, siempre es susceptible de ser mejorada, ya que no es de suyo perfecta o
acabada, por ello la verdad de cada acción no está dada de antemano, sino que se da en
cada momento de la acción en que ésta se dé conforme a la razón especulativa. Es su
constante presencia en la acción lo que caracteriza a la verdad práctica, no su posible
antecedencia respecto de la acción.
4
el
bien
es
perfección,
incluso
tendríamos
que
decir
que
el
bien
es
lo
perfecto:
“Obsérvese
que
el
bien
que
se
pone
como
fin
de
una
apetencia
y
se
define
por
ello
presupone
una
adecuación
o
conveniencia.
Un
ser
apetece
lo
que
le
conviene
y
precisamente
por
ello.
Y
como
algo
conviene
en
la
medida
que
es
perfectivo
debe
decirse
que
el
bien
es
lo
perfectivo
de
alguna
cosa.
Nada,
empero,
puede
ser
perfectivo
sin
ser
perfecto,
es
decir,
sin
estar
dotado
de
perfección;
por
ello
hay
que
concluir
que
el
bien
es
lo
que
es
perfecto.
La
perfección
y
la
perfectividad
son
como
dos
caras
del
bien.
La
perfección
es
la
cara
interior,
el
constitutivo
intrínseco
del
ente
bueno;
la
perfectividad
es
la
cara
externa
por
la
que
la
bondad
se
manifiesta.
Suelen
llamar
los
autores
a
la
perfección
bondad
formal
y
a
la
perfectividad
bondad
activa.
Es
natural
que
la
bondad
activa
encuentre
su
raíz
y
fundamento
en
la
bondad
formal
o
perfección
del
ente”8.
La
bondad
radica
en
la
perfección
actual
por
lo
que
algo
es,
de
modo
tal
que
toda
realidad
es
buena
en
cuanto
es9.
El
bien
es
una
propiedad
del
ente:
de
lo
que
es;
no
siendo
algo
realmente
distinto
el
bien
y
el
ente,
sino
que
entre
ambas
nociones
sólo
existe
una
distinción
formal.
La
noción
de
bondad
asocia
o
agrega
a
la
noción
de
8
Angel González Alvarez, “Tratado de Metafísica”, Tomo II (Ontología), ed. Gredos,
S.A., Madrid, 1967, p. 164.
9
Por esta razón, el mal es carencia de bien, privación o ausencia de bien, lo que traduce
en definitiva en imperfección. No existe el mal como una realidad subsistente en sí
misma, sino que es una noción que se manifiesta allí donde no se encuentra el bien
correspondiente. Recogiendo la filosofía clásica, Santo Tomás dice a este respecto lo
siguiente: “El mal implica ausencia de bien. No obstante, no toda ausencia de bien es
llamada mal. Pues la ausencia de bien tomada como negación, no contiene razón de
mal. En caso contrario se seguiría que aquellas cosas que no existen serían malas.
También se diría que cualquier cosa es mala al no tener todo el bien que tienen las
demás. Ejemplo: El hombre sería malo por no tener la velocidad de la cabra o la
fortaleza del león. Pero la ausencia de bien tomada como privación es llamada mal,
como se llama ceguera a la privación de la vista. El sujeto de la privación y de la forma
es uno y el mismo, esto es, el ser en potencia, tanto si es ser en potencia absolutamente,
como la materia prima, que es sujeto de la forma sustancial y de la privación de su
opuesto, bien sea ser en potencia en cierto modo, y en acto absolutamente como el
cuerpo transparente, q es sujeto de las tinieblas y de la luz. Es evidente que la forma por
la que algo está en acto es una cierta perfección y un determinado bien. Así, todo ser en
acto es un determinado bien. De forma parecida, todo ser en potencia, en cuanto tal, es
un determinado bien, en cuanto que está ordenado al bien. Es un ser en potencia como
es un bien en potencia. Hay que concluir, por tanto, que el bien es el sujeto del mal”,
Santo Tomás de Aquino, “ Suma de Teología “ I, c. 48, a. 3; ed. Bac Maior, Madrid,
1988, p. 476.
5
ente,
únicamente,
una
relación
de
conveniencia
al
apetito
o
tendencia
impelente,
pero,
como
señala
Ángel
González
Álvarez,
dado
que
se
trata
“de
una
relación
de
razón
fundada
en
la
perfección
de
la
existencia
que
formaliza
al
ente
como
ente,
la
bondad
reside,
en
definitiva,
en
las
cosas
y
debe
expresar
más
propia
y
principalmente
la
entidad
que
la
relación
de
conveniencia
al
apetito”10.
Esto
tiene
una
especial
implicancia,
porque
en
definitiva
el
bien
no
se
encuentra
tanto
en
el
sujeto
‐y
su
tendencia‐
como
en
el
ser
de
la
realidad
apetecida.
La
bondad
es
una
noción
trascendente
que
emana
del
propio
ente
‐de
lo
que
es
en
acto‐
atrayendo
hacia
sí
al
apetito,
fundamento
por
el
cual
comprendemos
que
el
bien
tiene
también
razón
de
finalidad:
lo
bueno
es
el
fin
para
la
tendencia.
El
análisis
metafísico
del
bien
que
hemos
intentado
explicar
brevemente,
comprende
en
consecuencia,
tres
sentidos
del
bien.
El
primero
se
refiere
a
que
algo
es
bueno
en
cuanto
es,
debido
únicamente
a
su
constitución
ontológica:
todo
ente
por
el
hecho
de
ser,
tiene
acto
y
por
tanto,
posee
un
grado
de
perfección.
Este
sentido
del
bien
es
el
llamado
en
propiedad,
bonum
trascendentale.
El
segundo
sentido
dice
relación
con
el
fin:
algo
es
bueno
cuando
ha
alcanzado
su
fin:
un
buen
alumno
no
es
tal
sólo
por
ser
alumno,
sino
que
es
buen
alumno
en
cuanto
obtiene
excelentes
notas
y
aprueba
sus
asignaturas,
esto
es,
el
bien
se
da
en
este
sentido,
cuando
se
alcanza
el
fin.
El
tercer
alcance
consiste
en
que
el
bonum
est
diffusivum
sui,
es
decir,
el
bien
tiende
de
suyo
a
comunicarse,
a
difundir
su
perfección
(no
olvidemos
que
en
el
bien
hay
perfección
y
perfectividad).
c)
El
bien
moral.
De
la
noción
primera
de
bien,
que
es
esa
noción
metafísica,
se
desprenden
todas
las
demás
ideas
o
tipos
de
bien.
Así
por
ejemplo,
encontramos
un
bien
útil
o
un
bien
deleitable,
que
consisten
respectivamente,
en
la
bondad
instrumental
o
de
servicio
que
tiene
una
realidad
y
en
el
agrado
o
placer
que
es
capaz
de
despertar
o
proporcionar
una
realidad.
Como
ellos,
el
bien
moral
es
también
un
tipo
de
bien:
el
del
ser
humano.
En
efecto,
el
bien
propio
del
género
humano
es
el
bien
moral,
debido
a
la
naturaleza
peculiar
que
aquel
posee,
pues
al
estar
dotado
de
razón
y
voluntad
y
agraciado
con
la
condición
de
ser
libre,
puede
por
sí
mismo,
cumplir
o
no
con
los
fines
que
su
naturaleza
pide;
en
otras
10
Angel González Alvarez, op. cit., Ibid.
6
palabras,
la
consecusión
del
bien
correspondiente
a
su
condición
natural,
es
causada
por
la
libre
autodeterminación
que
cada
persona
practica.
El
ser
humano
tiene,
en
esta
perspectiva,
la
obligación
‐
porque
es
libre‐
de
ordenar
sus
actos
a
la
consecusión
del
bien
que
le
perfecciona
y
por
ello,
cuando
no
se
cumple
con
ese
deber,
nos
encontramos
con
el
mal
moral
,
que
es
un
mal
de
culpa,
es
un
no
cumplir
con
lo
que
es
debido,
en
este
caso,
con
la
realización
‐
perfección‐
de
la
propia
naturaleza.
Todo
lo
que
hace
no
cumplir
con
el
deber
natural,
es
un
mal
moral,
y
el
ser
humano
por
ser
libre,
es
responsable
‐en
la
medida
que
es
dueño
de
sus
actos
y
poseedor
de
libre
arbitrio‐
de
esa
situación.
Cumplir
con
los
fines
trazados
en
nuestra
naturaleza
es,
como
diría
Spaemann,
“hacer
justicia
a
la
realidad”11,
a
nuestra
realidad
y
la
realidad
extrahumana
que
nos
rodea.
El
bien
moral
asimismo,
nos
emplaza
a
reconocer
una
concepción
teleológica
del
obrar
humano
por
la
cual
advertimos
que
con
su
conducta
libre,
la
persona
humana
tiende
naturalmente12
a
los
fines
que
le
son
propios
a
su
condición
esencial,
que
como
hemos
visto,
son
dos:
la
verdad
‐fin
y
objeto
de
la
razón‐
y
el
bien
‐objeto
y
fin
de
la
voluntad.
Ambos
constituyen
los
fines
de
la
naturaleza
humana
y
por
lo
tanto,
la
realización
de
esta
última
depende
de
que
los
actos
humanos
se
conduzcan
a
su
alcance,
pues
sólo
de
esta
forma
se
llega
al
fin
último
que
cada
ser
humano
lleva
ínsito:
la
felicidad.
El
máximo
bien
‐y
por
ello
último‐
al
que
tiende
el
hombre
es
la
felicidad,
entendida
como
aquello
en
donde
la
persona
encuentra
la
plena
realización
de
su
naturaleza.
De
tal
suerte,
que
con
sus
actos
el
hombre
si
bien
tiende
a
lograr
fines
determinados,
sin
embargo
todos
ellos
están
ordenados
a
la
consecusión
del
fin
último.
Desde
muy
antiguo
los
pensadores
han
creído
que
este
fin
último
es
a
la
vez,
principio
de
la
vida
humana
y
lo
han
llamado
Dios,
Ser
supremo,
Acto
Puro,
etc.,
hecho
que
incorpora
en
el
orden
moral,
y
en
la
significación
del
bien
moral
en
lógica
consecuencia,
una
noción
más
profunda
que
la
sola
autorrealización.
11
Cnfr. Robert Spaemann, “Ética: cuestiones fundamentales”, ed. Eunsa, Pamplona,
1987, pp. 99- 111.
12
“Naturalmente” se entiende aquí como un proceso basado en la propia naturaleza, y
no se puede entender como que esta tendencia fuera algo “espontáneo” o irreflexivo.
Esta puntualización me parece pertinente porque hay una corriente ética, la naturalista,
que sostiene que es bueno todo aquello que se basa en el espontáneo deseo humano y
que el fin del obrar humano es satisfacer esos deseos.
7