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(UAPA)
Recinto Santiago
“TRABAJO FINAL”
Presentado por:
Asignatura:
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO Y SOCIAL
Facilitador/a:
JOSÉ A. PICHARDO
FEBRERO, 2017
Santiago de los Caballeros, Rep. Dom.
Introducción
Remontándonos al pasado
Tras la muerte de Friedrich Engels (1895), el alemán Eduard Bernstein, considerado
como el padre del revisionismo y uno de los fundadores de la socialdemocracia, plantearía
entre otras cuestiones, que el socialismo no se construiría como consecuencia de la toma
del poder por parte de fuerzas revolucionarias, sino fruto de la acumulación de pequeños
cambios producidos por la acción social dentro de los límites establecidos por las
necesidades mismas del desarrollo económico. Bernstein entendía como fundamental
combinar y armonizar las ventajas de una economía capitalista, prestando especial atención
a las fuerzas productivas que el capitalismo genera, sin cuestionar la propiedad privada de
los medios de producción, aunque sí contemplando una necesaria regulación estatal del
mercado y la economía.
Si observamos las políticas propugnadas por los llamados gobiernos “revolucionarios”
de Venezuela, Bolivia o Ecuador, podremos comprobar que en ningún momento dichos
gobiernos han cuestionado al capitalismo, sino más bien se ha procedido a mejorar las
condiciones económicas de los sectores más debilitados a través de fuertes programas
asistenciales e incrementos salariales superiores a los desarrollados en la época neoliberal.
De igual manera, tras el neoliberalismo que dejó al Estado reducido a su mínima
expresión, los gobiernos del socialismo del siglo XXI reconstruyeron dicho Estado,
incrementando notablemente su intervención sobre el mercado y convirtiéndolo en ejes
motores de sus respectivas economías nacionales.
El presidente Correa resumía muy bien esta cuestión en referencia a su gestión:
“básicamente estamos haciendo mejor las cosas con el mismo modelo de acumulación,
antes que cambiarlo, porque no es nuestro deseo perjudicar a los ricos, pero sí es nuestra
intención tener una sociedad más justa y equitativa” (El Telégrafo, 15/01/12).
Para Bernstein, las instituciones políticas creadas por el liberalismo eran un avance
fundamental de la humanidad y los socialistas lo que debían hacer era mejorar dichas
instituciones en lugar de cuestionarlas. El viejo socialdemócrata consideraba fundamental la
permanencia del sistema parlamentario de representación, lo que en la práctica significó en
Europa la imposibilidad de desarrollar políticas dirigidas a la consagración de la democracia
participativa, radical y directa, hoy tan demandada por los movimientos contestatarios a la
crisis actual.
A ese respecto, los gobiernos del llamado socialismo del siglo XXI –especialmente
Bolivia y Ecuador- no han buscado fortalecer los niveles de autonomía, organización y
participación de la sociedad en la toma de decisiones, como tampoco han desarrollado
políticas de resignificación social de sus instituciones. En lugar de eso, estos gobiernos se
han caracterizado por intentar controlar a través de políticas clientelares a las
organizaciones sociales, anulando su anterior capacidad de movilización –por considerarla
un factor de desestabilización política- y criminalizando la protesta social.
En contraposición, basta ver como el partido de gobierno en Ecuador procesa como
metodología de selección para sus candidatos a legisladores ante el próximo comicio
electoral, un mecanismo que combina la popularidad con los niveles de lealtad hacia su
líder, ignorando procesos democráticos internos que pudieran contemplar mecanismos de
primarias u otros por los cuales participe el conjunto de la sociedad.
De igual manera, la búsqueda del estado del bienestar por la socialdemocracia
europea, es confundida por los gobiernos del socialismo del siglo XXI con los objetivos
plasmados en las constituciones de Bolivia y Ecuador de la búsqueda del Buen Vivir (suma
qamaña en Bolivia o sumak kawsay en Ecuador), ignorando así que el concepto del Buen
Vivir nace en la periferia social de la periferia mundial carente de los elementos engañosos
del desarrollo convencional que ha conocido mundo industrializado.
En resumen, el llamado socialismo del siglo XXI no pone en cuestión ni la economía
de mercado, ni la propiedad de los bienes de producción, ni tampoco el sistema de precios,
con lo cual carece de elementos nuevos que merezcan destacarse, quedando lejos de la
fórmula planteada por el marxismo de Mariátegui en cual indicaba que “tenemos que dar
vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano”.
Contradicciones socialistas
Es desde esos parecidos con la socialdemocracia europea desde donde se puede
entender que los procesos latinoamericanos que se denominan a sí mismos como los más
radicales, generen incongruencias en el ámbito del sector financiero privado como las
siguientes:
En Venezuela, la Superintendencia de las instituciones del Sector Bancario (Sudeban)
ha definido el pasado mes de abril a este período como “el mejor momento en su historia”,
haciendo referencia a la situación actual de la banca. La Sudeban calificó con 71.67 puntos
la salud de su sistema bancario, aplicando el método internacional de evaluación Camel, el
cual toma en cuenta aspectos como: suficiencia patrimonial, calidad de activos, gestión
administrativa, liquidez y rentabilidad. Así, los primeros siete bancos privados en ganancias
para abril de 2012, obtuvieron unos resultados netos de 4.951 millones de bolívares. Según
fuentes oficiales, en julio del 2011, la banca privada había ganado ya un 81,7% más que en
el mismo período del año anterior, pasando de 498,5 millones de dólares a mediados de
2010 a 846,2 millones doce meses después, todo ello a pesar de la que economía se había
contraído un 7,1%.
En Bolivia, según datos de la Autoridad de Supervisión del Sistema Financiero (Asfi)
se revela que las utilidades que obtuvieron las entidades pertenecientes al sistema
financiero a junio del 2011 fueron de 176,2 millones de dólares, superando en 7,88% las
obtenidas por este sector durante toda la gestión 2010. Son 21 grupos corporativos,
empresariales y de inversiones los propietarios de todo el sistema bancario boliviano.
En Ecuador, el crecimiento acumulado del sector bancario privado fue durante los tres
primeros años de gobierno de Correa (2007-2009) un 70% superior al de los gobiernos
neoliberales anteriores en el mismo período. En 2010 el sector bancario privado alcanzó un
15’4% de utilidades más que en el ejercicio 2009, y en el 2011 un 52% que en el ejercicio
2010, aproximándose sus utilidades a 500 millones de dólares.
Y similares incongruencias encontramos respecto al sector económico privado:
En Venezuela, el mismo presidente Chávez declaró el pasado 18 de mayo que el
crecimiento del sector privado está por encima del público. Pero no solo es el sector privado
que más crece, sino que si consideramos el excedente de explotación venezolano, concepto
que comprende los pagos a la propiedad (intereses, regalías y utilidades) y las
remuneraciones a los empresarios, así como los pagos a la mano de obra no asalariada,
veremos que este pasó del 49,02% en 1999 al 61,30% en el 2010. Es decir, los 400 mil
empresarios existentes en Venezuela se llevan mayor parte de la tarta, por encima del trozo
que le corresponde a los 14 millones de trabajadores asalariados existentes (sumados
trabajadores formales e informales). Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE)
de Venezuela y a pesar de las mejoras respecto al índice Gini en el país, tras más de una
década de gobierno “revolucionario”, el 20% de los hogares con mayores ingresos
económicos devenga el 45,56% del ingreso total, mientras el 40% de los hogares más
pobres apenas se apropia del 15,1% del ingreso.
En Bolivia, hasta noviembre del 2011, las recaudaciones fiscales lograban un record
histórico. Según el ministro de Economía y Finanzas, Luis Arce Catacora, el ingreso
tributario más importante es el Impuesto a las Utilidades Empresariales (IUE), que
representa el 24% del total de las recaudaciones impositivas. Dicho monto representa que
prácticamente un cuarto de los ingresos de impuestos que recibe el Tesoro, y está generado
por las utilidades proporcionadas por el sector privado. Arce se congratulaba de dicha
situación indicando que “le está yendo muy bien al sector privado, porque están pagando
grandes cantidades por el Impuesto a las Utilidades Empresas. Y nos alegramos que les
vaya bien a los empresarios privados, porque mientras sigan contribuyendo (…) a las
recaudaciones tributarias, el país seguirá teniendo estos récords de recaudaciones
impositivas”.
En Ecuador, tras más de cinco años de gobierno de la revolución ciudadana, 62
grupos económicos concentran el 41% del PIB, teniendo el sector privado un beneficio
superior al 54% del que obtuvo durante los mismos períodos de gobiernos inmediatamente
anteriores a Correa, los cuales eran de perfil neoliberal.
En resumen, el llamado socialismo del siglo XXI, carente como se puede ver del
histórico concepto de lucha de clases, ha permitido que en sus respectivos países, los
sectores excluidos de la sociedad nunca estuvieran menos mal, y que sus grupos
económicos poderosos nunca estuvieran mejor. Algo muy parecido al rol desarrollado en
Europa por la socialdemocracia durante la segunda mitad del siglo pasado.
El mito de la revolución:
Ahora bien, como sostiene Bolívar Echeverría (2011), los procesos de transformación
de la sociedad o las llamadas revoluciones, como son en este caso los ejemplos que hemos
citado, no pueden y no deben ser comprendidas como un “mito”, como esa narración que
nos habla de una supuesta conquista del paraíso, o entrada definitiva en la época de la
felicidad, momento de eliminación de todas las contradicciones, o momento de la
reconciliación total entre los seres humanos, momento en el que ya no existiría ningún
sufrimiento, ni preocupación y donde ahora todo sería un puro disfrute.
Las revoluciones, nos dice Echeverría, deben ser comprendidas por fuera de este
mito o ingenuidad, las transformaciones radicales son procesos complejos, que están
apegados a las contradicciones de la realidad, no pueden desprenderse de ella, son intentos
decididos a modificar las relaciones de convivencia, priorizando la emancipación de las
relaciones sociales, así como el fomento y expansión de otro tipo de lógicas, más
comunitarias, más públicas, como parte fundamente del nivel estructurante de la vida social
en su conjunto.
Ser de izquierda, nos dice Echeverría (2000), vendría a ser entonces, la afirmación
de un programa político que se plantea la construcción de una modernidad alternativa,
como promesa de abundancia y emancipación para todos. En línea con muchas de las
políticas públicas llevadas a cabo en la última década en la región, esto quiere decir,
apostar por la construcción de sociedades incluyentes, en donde ya no se reproduzcan
las comunidades excluidas (del conocimiento, de la vivienda, de la salud, de las jubilaciones,
etc.) o los hacinamientos en guetos.
Es por ello que los movimientos sociales, movimientos que hablan de respeto, de
reconocimiento, de libertad, de democracia, nos dice este pensador latinoamericano,
sumaron y contribuyeron -a través de sus luchas y reivindicaciones en el tiempo-, en la
elaboración y configuración de las agendas políticas y sociales de las Constituciones de los
procesos políticos que llegaron al poder a inicios del siglo XXI.
Desde esta perspectiva, como señala García Linera (2016), uno de los principales
aportes del sociólogo marxista greco-francés Nicos Poulantzas, va ser repensar la
importancia del Estado como un espacio o campo de condensación o procesamiento de las
relaciones de fuerzas entre las diferentes clases al interior de la sociedad.
Retomar el Estado en países como Bolivia, Ecuador o Venezuela, hizo posible que los
sectores olvidados pasen a constituir los nuevos poderes públicos, y que a partir de sus
acciones, puedan recuperar la posibilidad de trazarse un porvenir distinto, transformando
sus condiciones de existencia.
El acceso al poder y a la reconfiguración de las constituciones de la mano del pueblo,
hizo posible materializar sus demandas en acuerdos, leyes, presupuestos, inversiones,
reglamentos que se vuelven materia de Estado. Es por ello que resulta trascendental
disputar el acceso al Estado: porque desde allí los gobiernos pueden seguir apuntalando el
socialismo del siglo XXI, abriendo paso para que la sociedad pueda decidir e intervenir en
los asuntos que le competen, en la definición de lo público, lo común, lo colectivo, lo
universal y lo privado (García Linera, 2016).
Si pensamos desde la izquierda, desde y para la sociedad, el Estado recupera su
sentido, solamente si es capaz de producir en función de las luchas sociales, en función de
la recuperación de los recursos pertenecientes a toda la sociedad, como son: la educación,
la salud, la protección social. Por todo esto es fundamental dar la disputa por el control del
Estado (García Linera, 2016).
Estado y hegemonía
Retomando a Gramsci, podemos decir que la construcción social del llamado Estado,
es al mismo tiempo un proceso de formación de hegemonía, puesto que tiene que ver con la
capacidad que tenga el bloque histórico dominante en el poder, de articular y sumar en su
proyecto de sociedad, a los otros sectores y clases que no comparten ese proyecto o que
representan su antítesis.
“Cambiar el mundo sin tomar el poder”, es pensar que el poder es una propiedad y no
una relación social, es pensar que el poder es una cosa externa a lo social y no un vínculo
que nos atraviesa a todos. Si el Estado capitalista moderno, es a su vez una relación que
atraviesa a toda la sociedad, entonces el socialismo, comprendido como transformación
estructural de las relaciones de fuerzas, necesariamente tiene que atravesar al propio
Estado.
Retomando a García Linera en esta lectura sobre el socialismo del Siglo XXI,
podemos decir entonces, que las luchas populares desplegaron su intensidad al interior del
Estado, modificando las relaciones de fuerza; transformando la materialidad de su
legislación, alterando la manera de administrar los bienes comunes y modificando los
esquemas morales y lógicos con los que las personas organizan su presencia en el mundo.
Hablamos entonces de una década en que las fuerzas populares que asumen el
control del poder del Estado, sectores trabajadores, campesinos, indígenas, mujeres, las
llamadas clases subalternas, se tornan diputados, asambleístas, asumen con
responsabilidad la gestión de la función pública, se movilizan, hacen retroceder la políticas
neoliberales, modifican las políticas públicas.
En sentido contrario al mainstreem neoliberal, y a todas las políticas de ajuste y
demás recetas de los gurús neoliberales, América Latina en esta última década ganada,
logró limitar las desigualdades sociales como no se había visto antes en la historia
contemporánea de nuestras repúblicas.
Estamos hablando de gobiernos nacional-populares que permitieron al Estado llevar
adelante procesos de nacionalización de empresas privadas, de creación de empresas
públicas, de una mayor participación del Estado en la economía, con la cual ha sido posible
generar reformas post-neoliberales que permitieron recuperar el mercado interno, así como
la capacidad del Estado como distribuidor de la riqueza.
De igual manera, como sostiene Serrano (2015), gracias al compromiso de estos
mandatarios en materia de política exterior, se recuperó el espíritu integracionista de la
Patria Grande, se pudo constituir la CELAC, la UNASUR, el ALBA en pos de una integración
propia de latinoamericanos, sin Estados Unidos, sin la necesidad de tutelajes, sin la
necesidad de patrones. Tenemos que tener claro como latinoamericanos, que la integración
política del Continente no es poca cosa. Hemos vivido prácticamente el momento más
importante en materia de integración, de soberanía, de independencia que ha tenido nuestra
región.