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Fuego 20 de Ana García Bergua

Jesús Antonio Caballero Martínez

Ciudad de México, década de los ochenta, música, moda, movimiento y progreso, la ciudad

en crecimiento y la liberación de la sexualidad, una juventud desenfrenada buscando exceder

los horizontes donde las generaciones anteriores sólo encontraron límites. Ese es el espacio

donde Saturnina de los Ángeles y Arturo Lagunes aparecen, donde sus carreras truncas sólo

representaban una imposición y no un verdadero proyecto de vida. Aquella época a la que los

cincuentones recordarán con nostalgia y los más grandes con resentimiento pues fue en

aquellos años donde la modernidad excedió sus propias barreras y la economía comenzó a

desplomarse; en esa década la ciudad tendría ya bien definida su configuración, una

metrópolis centralizada con suburbios ostentosos y viejas colonias en constante

remodelación. Saturnina y Arturo están en la perseverante búsqueda de algo que aún ignoran.

Al igual que la mayoría de jóvenes de final de siglo, Nina y Arturo entran en conflicto ante el

dilema de seguir los pasos de sus progenitores o arriesgarse al reducido abanico de

posibilidades que el mundo les ofrece.

El lector se enfrenta a una narración bipartita, y como si estuviese leyendo dos

novelas diferentes, las historias de Nina y Arturo se van alternando en pequeños capítulos que

finalizan dejándonos suspendidos y de golpe regresan al punto en el que nos quedamos con el

otro protagonista. Una novela ideal para el lector promiscuo al que le gusta leer más de un

libro a la vez con la capacidad de no perder el hilo de las narraciones.

La novela es un juego de narradores. Por un lado, Nina es quien nos va relatando su

vida una vez que sufre la pérdida de la persona a la que idolatra, un hombre ante el cual

cualquiera le parece inferior; es ella quien nos explica la necesidad que siente de volverse

otra, de no vivir enclaustrada en una cotidianidad que ya no la satisface, buscando la forma de

escapar de sí misma. Es entonces que Ángela hace acto de presencia, una chica fresca,

cautivadora, culta y desenvuelta en la sociedad, sin la timidez o los complejos que hacen de
Nina una chica aburrida; Ángela toma las riendas y consige acceder a aquella vida con la que

Nina había soñado y donde creía que hallaría la respuesta a la tediosa vida de la clase media.

Por otro lado la historia de Arturo está contada en tercera persona, en él se presenta el

caso clásico del provinciano que viene a la gran urbe a estudiar lo que su padre quiere que

estudie, pues en el padre está introyectada la idea de progreso que el siglo XX se encargó de

imponer. Arturo no lograr adaptarse del todo a la ciudad, pero sabe bien que su lugar tampoco

está en el pueblo en que nació, su viaje está condenado al naufragio; no obstante descubre en

su amigo Rubén un alter ego que le permite aferrarse a la vida citadina.

En la novela aparecen referentes culturales y urbanos que atrapan de inmediato a los

lectores chilangos, lo que permite afirmar que la ciudad misma es otra protagonista en estas

historias paralelas. Aunque no es necesario reconocer calles, colonias o inmuebles

representativos de la ciudad para que la magnífica pluma de Ana García Bergua te envuelva y

sientas la curiosidad de proyectar un alter ego que te incite a superar tus propios límites.

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