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La muerte y las actitudes ante la muerte...

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LA MUERTE Y LAS ACTITUDES ANTE LA MUERTE: UNA REVISIÓN

Dr. Jorge A. Grau Abalo


Msc. Margarita Chacón Roger
INSTITUTO NACIONAL DE ONCOLOGÍA Y RADIOBIOLOGÍA.
LA HABANA, CUBA. 2000

Introducción

Las enfermedades crónicas no transmisibles y los accidentes constituyen hoy las


principales causas de muerte en nuestro país. Muchas enfermedades crónicas
conllevan a un estado donde ya no es posible el tratamiento curativo, es el llamado
estadío terminal. El cáncer es la más frecuente de ellas, pero también todas aquellas
enfermedades que lleven a la insuficiencia funcional del organismo: la insuficiencia
renal crónica, la cirrosis hepática, las enfermedades pulmonares obstructivas
crónicas, el propio SIDA, etc.

En estos pacientes, el tratamiento curativo debe ser inexorablemente sustituido por el


enfoque paliativo, que tiene entre sus objetivos fundamentales preparar para la
muerte del paciente, tanto el enfermo mismo, como a sus familiares (1, 2)
Lamentablemente, no siempre se logra este reenfoque de la atención médica, debido
en gran parte al desconocimiento de la conducta a seguir con un paciente de este
tipo, y también, al profundo impacto que causa sobre el personal de la salud la
proximidad de la muerte.

En efecto, la preocupación y el dolor de atender a un niño, a un joven, a una mujer o a


un hombre con cáncer u otra enfermedad terminal, afecta incuestionablemente al
médico y a la enfermera, conscientes de la tragedia a la cual habrá de enfrentarse (3)

La muerte no es un fenómeno instantáneo, sino un verdadero proceso, no sólo


biológico, sino también psicosocial, en que un gran número de actos vitales se van
extinguiendo en una secuencia tan gradual y silente que escapa generalmente a la
simple observación (4) Lamentablemente, hoy en día hay una tendencia a la
ocultación, a la evasión en el tema de la muerte, mediante una censura social rígida,
que lleva, incluso, a engañar al moribundo, convirtiéndolo en un ente solitario, que
está lleno de desesperación, y con una atención insuficiente (5). La falta de tiempo, la
carencia de formación curricular en técnicas de comunicación, la vulnerabilidad propia
hacia la representación de la muerte y la inseguridad, son factores que proceden del
personal de salud y que afectan al moribundo, haciéndolo, a su vez, más vulnerable al
aislamiento y a la insuficiente atención.

Convendría examinar algunos conceptos acerca de la muerte y su condicionamiento


sociocultural, para adentrarnos en el tema de investigación.
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El hombre y la sociedad ante la muerte

La enfermedad y la muerte constituyen reales posibilidades de la existencia humana;


incluso pensamos en ellas, pero eludimos hablar del tema. Las costumbres sociales
contemporáneas facilitan mucho esta actitud evasiva (6). Pero no siempre fue así. La
actitud del hombre ante la muerte ha ido cambiando a lo largo de la historia.

Es imposible explicar la situación actual de los enfermos terminales y las actitudes


ante la muerte que abundan en los profesionales de la salud sin analizar la situación
social, cultural, política y económica de la sociedad moderna y su postura ante la
muerte, sin hacer un breve recorrido histórico de las costumbres y actitudes ante el
final de la vida.

La enfermedad y la muerte eran muy visibles en épocas más antiguas. Los enfermos
andaban por las calles, estaban sentados al borde de los caminos, los leprosos
anunciaban su presencia con el tableteo de matracas, sus procesiones eran
advertencias visibles de otras procesiones más silenciosas que acompañaban
enfermedades como la peste y el cólera. La muerte tenía así una representación que
atañía a cada cual de forma inmediata. Cuando fallecía alguien, la población entera
participaba en su entierro convocado por el doblar de campanas, se le conducía al
cementerio, que antes se encontraba en el centro de la ciudad. La muerte, al igual que
la enfermedad, eran presencias constantes.

Hoy a los enfermos se les retira de la vida pública. Se ingresan en hospitales y


sanatorios. Incluso en estos lugares se trata de que la enfermedad y la muerte anden
en secreto. En caso de que fallezca alguien, los demás enfermos por lo general no se
enteran directamente, más bien se susurra, la muerte se desliza subrepticiamente por
la sala, no le está permitido mostrarse. Con frecuencia se trata de que el moribundo,
poco antes de su fallecimiento, abandone el hospital. Incluso al propio moribundo se
le enmascara la muerte. El médico le administra morfina –frecuente y
lamentablemente por primera vez- no sólo para aliviarle dolor, sino para que la muerte
acontezca en plena inconsciencia (6).

Estos procederes y actitudes no dejan de tener ciertas ventajas: higiénicas, de mejor


cuidado y atención, de evitación de sufrimiento final doloroso. Pero también se corre
el riesgo de que se pierdan muchas cosas. Psicológicamente puede ser peligroso
desterrar de manera tan rotunda la enfermedad y la muerte de la cotidianeidad. La
caducidad de nuestra existencia se puede convertir en una amenaza dorada y
negándola, la enfermedad y la muerte devienen catástrofes que pueden sobrevenir sin
que la persona esté preparada para ello. Se pierde la posibilidad de la elaboración y
resignificación de la experiencia vivida, de redimensionar el pasado y relativizar la
existencia, de experimentar –incluso- profundos cambios enriquecedores…

La sociedad actual niega la muerte. Señal de amenaza, sufrimiento, vulnerabilidad;


cuando aparece se torna en un golpe rudo, que enfrenta al hombre a su condición
perecedera. La conciencia de muerte es una característica esencialmente humana;
como dijo Shopenhauer: “…El animal conoce la muerte tan sólo cuando muere; el
hombre se aproxima a su muerte con plena conciencia de ella en cada hora de su
vida” (7). Aunque en los animales existen comportamientos para morir, estos no son
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aprendidos ni transmitidos socialmente de una generación a otra; no son culturales


sino innatos. Fuera de una conciencia innata o instinto de muerte que el hombre aún
conserva como legado de su origen animal, sus actitudes, creencias y
comportamientos ante la muerte son aprendidos culturalmente (6).

Los ritos funerarios, los sarcófagos, los entierros, los cementerios, todo está
vertebrado desde el origen del hombre alrededor del culto a los muertos, lo cual
evidencia la adherencia emocional de la especie humana al tema del momento del
tránsito de la vida a la muerte. A lo largo de la historia del hombre es evidente que el
tratamiento con el cadáver, el conjunto de objetos funerarios, así como el lugar que la
cultura ha concedido a la muerte y el mantenimiento de una relación entre los vivos y
los muertos, pone de manifiesto cómo el fenómeno de la muerte ha propiciado desde
épocas tempranas, los más complejos y elaborados sistemas de creencias y prácticas
mágico-religiosas que le han servido a la humanidad de todos los tiempos y culturas,
para explicar, entender y manejar el hecho mismo de la muerte.

Durante cientos de años la muerte era una ocasión para la renovación de la vida, se
bailaba frente a iglesias y en los cementerios. Ya a fines del siglo XIV cambiaba el
sentido de estas danzas: de un encuentro entre vivos y muertos, se transformó en una
experiencia meditativa, instrospectiva…Para el hombre medieval la muerte significaba
una comunidad de destino; enseñó al hombre de la ilustración que su vida debía ser
preparación para la eternidad: el hombre debía ser capaz de asumir su finitud, de
abandonarse a su caducidad, desligándose de los compromisos y de las ataduras de
la vida cotidiana. Si las sociedades primitivas concebían la muerte como el resultado
de la intervención de un agente extraño (de un “mal de ojo” o de la influencia de una
bruja o un ancestro), durante el medioevo cristiano y musulmán la muerte continuó
considerándose como el resultado de una intervención deliberada y personal de Dios,
representada por la lucha de un ángel y un demonio que luchaba por el alma que se
escapaba del moribundo…Apenas durante el siglo XV aparecieron las condiciones
propicias para que la muerte fuese más “natural”…en una parte inevitable, intrínseca,
de la vida humana. La muerte se vuelve autónoma y durante tres siglos coexiste,
como agente distinto, con el alma inmortal, la divina providencia, los ángeles y los
demonios (8). La representación de la muerte se convirtió, como antaño en las
paredes de las cavernas, en el tema más popular de la poesía, el teatro, la pintura y
las artes gráficas, generalmente cargada de atributos terroríficos o de tintes
demoníacos apocalípticos, induciendo la meditación de la caducidad de lo terrenal. La
gente quiso dominarla aprendiendo el arte o la destreza de morir, fue cuando surgió el
Ars moriendi, de autor aún no identificado y reeditado en varias lenguas por muchos
decenios, ornado con grabados en madera de alta calidad artística. Entonces lo que
se jugaba era la salvación o la condenación eterna y las imágenes del Juicio Final, de
la subsecuente agonía de los réprobos en el Infierno y del júbilo de los beatos,
adquirían un punto tan dramático y majestuoso, que ha producido durante mucho
tiempo un perdurable efecto en la mente y el corazón de los hombres…El hombre era
amo no sólo de su propia vida, sino de su muerte…ella le pertenecía a él y sólo a
él…(1)

Fue a partir del siglo XVII que el hombre dejó de ejercer esa soberanía absoluta sobre
su muerte y empezó a compartirla con su familia. El romanticismo del siglo XIX que
exaltaba por igual pasiones violentas y emociones desbordadas, hizo aparecer en
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escena el dolor y la desesperación frente a la muerte del otro, del ser amado…Junto
con ello, cobra importancia el sentimiento de privacidad, característico de los vínculos
de la familia y emanados de ellos. La muerte es así exaltada, se le considera terrible,
pero hermosa, y aunque no desaparece del todo la conexión de la muerte, el pecado y
el infierno, comienza a verse el otro mundo como el lugar de reunión eterna de
aquellos que han sido separados por la muerte. En el catolicismo, algunos ejercicios
religiosos (cumplimiento de deberes como preparación, escapulario o rosario)
adquirieron cierto carácter propedéutico; el Islam veía más la relación con la muerte
de una manera natural y sencilla.

Así, durante muchos siglos, los hombres morían de una manera bastante similar, sin
grandes cambios, hasta que todo comenzó a transformarse hace cuatro o cinco
décadas de modo radical…El hombre moría en su casa, rodeado de su familia
(incluso niños), amigos y vecinos. El enfermo era el primero en saber que iba a morir
(sintiendo que “su final se acercaba”), se comunicaba abierta y espontáneamente con
los suyos en los últimos momentos, momentos de grandes amores, de perdones y
despedidas, de reparto de bienes, de últimos consejos a sus hijos…recibían la
compañía del clérigo…la muerte era vivenciada como un acontecimiento público,
morir era una “ceremonia ritual” en la que el agonizante se convertía en protagonista
principal. La muerte “maldita” era la súbita, inesperada (por accidente o
envenenamiento), mientras que la “buena muerte” era aquella avisada, advertida, que
permitía preparar los últimos asuntos.

Hoy, por el contrario, las condiciones médicas en que acaece la muerte han hecho de
ella algo clandestino. Ya la terapia actual en los grandes hospitales está cargada de
anonimato, que llega a su cima en el momento de la muerte. Al moribundo se le exige
dependencia y sumisión a las prescripciones, sus derechos son “no saber que va a
morir, y si lo sabe, comportarse como si no lo supiese” (9). El estilo de muerte que
desea el hombre que vive en la sociedad tecnológica de hoy está en armonía con esa
atmósfera de clandestinidad que rodea la defunción. Se aconseja la discreción, que
parece ser la versión moderna de la dignidad: la muerte no debe crear problemas en
los supervivientes. Lo ideal es desaparecer de puntillas, sin que nadie lo note (6). Esta
es la “dulce muerte del hombre masa” (10).

El caso es que hoy se oculta a la muerte y todo lo que nos recuerde a ella
(enfermedad, vejez, decrepitud, etc.). Nada que tenga que ver con la muerte es
aceptado en el mundo de los vivos. Esto se ha traducido en un cambio radical en las
costumbres y actitudes de las personas y también de los profesionales, en los ritos
funerarios, en el proceso de duelo; el embate del modernismo ha introducido múltiples
innovaciones. En los Estados Unidos y en otros países, empresas especializadas se
encargan de lo que es ya “el gran negocio de la muerte”, ofreciendo un espectáculo
verdaderamente patético. Aumentan las tendencias al perfeccionamiento de la
tanatopraxia (reconstitución y embellecimiento del cadáver), con grandes anuncios
comerciales; se proponen modas para los muertos con un gran fetichismo de lo
natural; se conservan en la actualidad cientos de cádaveres congelados en espera de
que la ciencia pueda resucitarlos, curarles de la enfermedad que les produjo la muerte
y hasta rejuvenecerlos; se fabrican colchones especiales para muertos y ataúdes con
aire acondicionado; se envían cenizas en cápsulas espaciales que giran alrededor de
la tierra…
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La idea de dejar de existir es rechazada, negada y la muerte se convierte en un acto


no propio, mentiroso, temido. Cuando su representación emerge, la fuerza vivencial
llega a extremar mecanismos defensivos (6). Y aún cuando la apariencia sea de
indiferencia, la idea de “ser mortal” ejerce importantes efectos. Algunos estudiosos
opinan que la actitud que una persona tenga ante la muerte tiene influencia en su
conducta y se relaciona con los demás problemas de esa persona (11).

La muerte se ha ido convirtiendo así en la “muerte escamoteada”, en una expresión


de miedo, en el final del consumo en una sociedad de competición y de opulencia, en
la antítesis de la juventud y la belleza (6). Nos encontramos con una sociedad que,
siendo mortal, rechaza la muerte. Admitirla pareciera admitir un fracaso en el mandato
social de ser felices y tener éxito. De hecho esencial a la existencia humana, pasa a
ser un absurdo, padecido en la ignorancia y en la pasividad, es una falla sin
justificación. Ariés describía la sensación del hombre actual ante la muerte con estas
palabras: “Los hombres o bien intentan ponerse al abrigo de la muerte, como se
ponen al abrigo de una bestia salvaje en libertad, o bien le hacen frente, pero están
entonces reducidos únicamente a su fuerza y a su coraje, en un enfrentamiento
silencioso, sin el auxilio de una sociedad que ha decidido, de una vez por todas, que
la muerte no es su asunto” (12), para tratar de explicar el fenómeno que se ha llamado
desocialización de la muerte, con la falta de solidaridad y abandono con respecto a los
moribundos, los difuntos y también los supervivientes. Aquella muerte familiar se ha
ido convirtiendo en una muerte escondida, ocultada. Ya no se muere en casa, sino en
el hospital, a solas. La vida obligadamente feliz debe alejar toda idea de la muerte y
las apariencias de “siempre estar vivo” predominan en la sociedad. Se esconde el
paso de la muerte, se le disfraza a los niños, el muerto debe ser evacuado lo antes
posible, el luto se hace en la intimidad y se comparte poco el dolor.

La muerte en el hospital adquiere cada vez más la modalidad moderna de muerte


escamoteada, ella ha adquirido la connotación de fracaso en vez de ser admitida
como un fenómeno natural necesario. En el hospital la muerte debe ser discreta y no
alterar la rutina de trabajo. Cada día más es deseable morir sin darse cuenta, pero
también conviene morir sin que los demás se den cuenta, es la muerte silenciosa, “de
puntillas” (6).
Aunque hay diferencias en varios países, e incluso, dentro de un mismo país entre el
medio rural y urbano, la mayoría de las personas que enferman crónicamente van a
morir al hospital. Ya casi no se muere en el domicilio, rodeado por sus seres queridos.
Se dice que la muerte ha cambiado de cama…El hombre moderno ha ido perdiendo
su derecho a presidir el acto de morir, la muerte técnica ha ganado una victoria…La
muerte se ha convertido así en un personaje incómodo, al que se desea olvidar,
incluso en el hospital.

No es casual que hoy en día la Organización Mundial de la Salud (OMS) promueva la


idea de que el enfermo debe morir en casa, rodeado de objetos queridos, en una
atmósfera tranquila y al lado de sus familiares y allegados, respetando sus derechos y
voluntades, después de haber recibido durante cierto tiempo los beneficios de los
programas de cuidados paliativos (13). Cicely Saunders, médica y enfermera inglesa,
pionera de los cuidados paliativos, decía: “Tendrá que llegar un momento en que la
mejor solución para una hemorragia interna no sea otra transfusión, ni para una
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neumonía los antibióticos, sino una mano cálida que acaricie y sostenga la mano del
paciente” (14)

Los profesionales de la salud ante la muerte de sus enfermos

Para los profesionales de la salud, y en particular para los médicos, el tema de la


muerte constituye un análisis apasionado, porque engloba toda su actitud hacia el
paciente. Es muy difícil para ellos sostener una actitud serena y madura frente a la
muerte. Cuando sucede, tratamos enseguida de sentirnos bien, y esto no es más que
una forma de ocultamiento, un simple mecanismo de defensa ante el dolor que nos
produce.

Se supone que el profesional de la salud, y el médico en particular, es el profesional


más íntegramente educado por, para y contra la muerte, vista ésta como una realidad
biológica, como un fenómeno humano y como un valor cultural. Sin embargo, esto no
es siempre así, y muchas veces se refleja esto en la poca atención a los enfermos
terminales. Podríamos enumerar algunas razones de que esto sea así (15):

En primer lugar, por un déficit de formación: en la Universidad no se enseña nada en


absoluto sobre lo que tenemos que hacer con un enfermo incurable. El 96 % de los
médicos españoles entrevistados considera que sería muy necesario que en la
Universidad les ofrecieran cursos de Medicina Paliativa (16). La falta de
conocimientos, de habilidades, la inseguridad en atender a enfermos moribundos
queda muchas veces compensada por el deseo de ayudar a otros, pero esto no es
suficiente. Cuando esta falta de formación se combina con instalaciones inadecuadas,
la situación se vuelve dramática. Un estudio realizado en 1989 en 70 hospitales de 4
regiones alemanas, detecta que más de la mitad de los profesionales encuestados
considera totalmente inadecuadas las condiciones de espacio en los hospitales, una
cuarta parte se ve expuesta a una falta de reconocimiento por parte de sus colegas si
se dedican intensamente a los moribundos, dos tercios se consideran muy
deficientemente preparados en su formación de cara a la muerte y la mayoría de los
encuestados considera que una muerte digna no es posible en un hospital (17).
Estudios realizados en universidades americanas ponen de manifiesto que sus
médicos residentes, en su mayoría, sienten una tremenda ansiedad y falta de
preparación cuando se ponen en contacto con pacientes diagnósticados de procesos
irreversibles (18). De esta forma, el hecho de no saber manejar la situación, puede dar
lugar a una situación defensiva por parte del médico, a que este responda a su
ansiedad con mecanismos de defensa inadecuados, entre ellos con cólera y actitudes
negativistas.

En segundo lugar, porque –quiéranlo o no admitir- la muerte constituye para los


profesionales de la salud, y muy especialmente, para los médicos, una sensación de
fracaso profesional. A ellos se les enseña a salvar vidas, y aunque todos saben que la
muerte es inevitable, el médico tiende en lo más íntimo a sentirse culpable de no ser
capaz de curar a su enfermo. La situación terminal es entendida como un signo de
impotencia, y con la caída de la esperanza de curarlo, cae también en el médico su
interés por el enfermo. Muchas veces esto sucede a un nivel inconsciente,
naturalmente (15). La muerte se ve como un enemigo, y las Facultades de Medicina y
de Enfermería refuerzan involuntariamente esta ilusión. Para los médicos que
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consideran su trabajo como la lucha por todos los medios contra la muerte, habría dos
maneras de evitarla: una, consistente en intentar retrasarla más o menos
obstinadamente (encarnizamiento terapéutico); otra, en resignarse y adelantarla
(eutanasia). El encarnizamiento terapéutico y la eutanasia son así las tentativas
simétricas para evitar la confrontación con la hora de la muerte. Cuesta trabajo el
aceptar el “no hacer nada”…

Para las enfermeras, sus primeros encuentros con la muerte y la agonía son como un
baño como agua helada, pero ellos no se pueden escapar tan fácilmente como los
médicos. Algunas tienden a dedicarse a alguna labor innecesaria y a ignorar el
significado de lo que les está sucediendo. De todas formas, por la razón de ser de su
trabajo y de su formación, suelen tener menos sensación de fracaso ante la muerte
que los médicos y se convierten frecuentemente en “defensores” de los enfermos ante
los galenos, insistiéndoles en que vayan a visitar al paciente, pidiéndoles que les
receten algún analgésico más enérgico, etc.

En tercer lugar, la confrontación con la muerte de su paciente genera en los


profesionales angustia ante su propia muerte. Los profesionales de la salud son
también seres humanos, con las mismas características fundamentales que aquellos
que yacen esperando su cuidado. En escenarios como éste, afloran los prejuicios y
las creencias, las ansiedades y temores ante la muerte y la historia personal de cada
uno.

Se ha dicho que los médicos tienen más miedo a la muerte que a los enfermos.
Kasper estudió en varias profesiones las respuestas a las preguntas: con qué
frecuencia piensa en la muerte? cuánto miedo tiene a la muerte? (19), y resultó que el
grupo de médicos era quien menos pensaba en ella y el que más le temía. Algunos
podrían explicar esto con razones de orden profesional: el médico es quien ve la
muerte con más frecuencia, y, como consecuencia, puede comprender más a fondo
su inevitabilidad, miseria, pena y horror. Pero también puede haber otra explicación.
Antonelli (20) plantea que es inexacto que el médico tenga más miedo a la muerte
porque se ha hecho médico, sino que se ha hecho médico, porque era quién tenía
más miedo a la muerte. Según él, tal miedo a la muerte constituye una motivación
determinante, entre las que orientan hacia la elección de la profesión médica. Así,
cada encuentro con la muerte le desensibiliza y va reforzando sus propias ilusiones de
inmortalidad. Así también piensa H. Leeb (21).

De frente a esta angustia, es inevitable que los médicos pongan inconscientemente en


juego mecanismos de defensa, que pueden ir desde la dimisión y abandono, hasta la
hiperactividad terapéutica, tan valiente y esforzada como inútil. Entonces, todo
profesional de la salud debería tener interés en analizar y comprender los diferentes
componentes de su malestar: una toma de conciencia de las razones ocultas que le
empujan a huir ante tales situaciones, permitiría a veces rectificar su actitud y estar
más cómodo en semejantes circunstancias (15). Tampoco puede pensarse que esta
es una tarea fácil. Enfermo terminal y familia, la mayoría de las veces bajo un gran
impacto, generan un ambiente con una gran carga emocional, en la que hay que
saber estar y se ha de estar preparado y formado para ello. El médico debe aprender,
en fin, que la muerte es algo natural, cuando es capaz de aceptarla así, se dedicará a
cuidar y consolar a su enfermo hasta el final y sin sensación de fracaso.
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Algunos problemas conceptuales en torno a la muerte: diferentes perspectivas

Ya se ha dicho que la muerte es un verdadero proceso, biológico, psicosocial y


cultural. Es una experiencia universal (todos la experimentan), pero cada cual la
concibe y enfrenta de forma individual, y en un contexto familiar, de acuerdo a las
experiencias vívidas previamente, a sus creencias religiosas, a la filosofía con que se
ha regido su vida, a su origen étnico y cultural, y a su personalidad particular (22).

La muerte como problema filosófico tiene una serie de atributos: es inevitable,


invivible, impredecible, incomprensible, instransferible, inefable y trascendente. No se
puede experimentar la propia muerte a través de la ajena, es un fenómeno que no se
puede sufrir por otros, aunque lo que frecuentemente se hace es sufrir los temores de
la representación de nuestra propia muerte. En el plano individual, la muerte es la
“pérdida de la identidad personal” (22). Esto es algo que diferencia a la muerte
biológica (que también sufren los animales) de la muerte que sufren las personas. Si
bien la terminación biológica implica la muerte, en el caso de los seres humanos lo
inverso no es absolutamente cierto: se puede morir, en el sentido de pérdida de la
identidad personal, estando –incluso- vivos. Uno también puede elaborar pérdidas de
personas en vida. Un magnífico ejemplo de lo anterior se presenta en la novela
“Danza con lobos” de M. Blake, que fue realizada como película por Kevin Costner, en
que se relatan las experiencias del teniente Dumbar, en su doble identidad de hombre
blanco y miembro de una tribu india, al matar a varios soldados que atacaban a los
indios. La alternancia de remordimientos y la aceptación del hecho, después de que
fue convencido por el viejo de la tribu de que él ya no era el teniente Dumbar, sino
“Danza con lobos” habla de la sustitución (muerte) de una identidad por otra. Muchas
de estas obras de arte nos enseñan que al hablar de la muerte, tenemos que saber
con exactitud de que estamos hablando, caracterizando los rasgos distintivos de este
proceso. Si la muerte fuera tan sólo un conjunto de signos bien caracterizados
biológicamente, no preocuparía tanto a la persona.

Muchos autores han recogido en la literatura las principales manifestaciones o


síntomas en el proceso de morir. Sanz, por ejemplo, refiere: sequedad en la boca,
anorexia intensa, astenia y reducción del espacio físico, caquexia o consupción
intensa, hipersensibilidad al tacto de cuidadores, escaras, respiración ruidosa
(estertores por secreciones), mioclonias faciales o de otros grupos musculares, hipo,
pérdida general de la esperanza, hipersomnia, desasosiego posicional con dolor “sin
dolor”, molestias difusas mal definidas, necesidades de contacto físico, miedo a la
soledad, disminución de comunicación verbal, ansiedad y depresión, celos hacia
quienes le rodean por estar sanos, agresividad y resentimiento con el entorno,
rebelión contra su religión, creencias o ideales, etc. (23). Muchas de estas
manifestaciones escapan del orden estrictamente biológico. Ni la más detallada
descripción de los signos que rodean a la muerte podrían dar una caracterización
holística, integral de ésta.

La muerte, entonces, no es exclusivamente el fin de la existencia individual, tiene un


sentido, una proyección para el que se muere, para sus allegados, para quienes
debemos atender al moribundo (22). Este sentido no tiene que ser necesariamente
una intención ni un sacrificio, puede ser el resultado de una actitud hacia la vida. En
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“Los muertos”, el último relato de “Dublineses” de Joyce, Gretta cuenta a su marido


Gabriel la triste historia de Michael Furey, quien murió a los 17 años: cuando aquél le
pregunta de que murió el joven, ella responde “creo que murió por mí”…El hecho de
que la muerte, concebida para el muchacho como una ofrenda por la persona amada,
haga ganar el recuerdo eterno de esta mujer, no significa que debe ser restringida a
un sacrificio. Al reformular continuamente sus creencias, deseos, motivaciones y
acciones para mantener o transformar su identidad, en una espera en vano por un
amor inaccesible, Michael había decidido dejarse morir, en un acto que daba sentido a
su muerte. Como bien expresara Gabriel: “mejor pasar audaz al otro mundo en el
apogeo de una pasión que marchitarse consumido funestamente por la vida”…(22).

Es cierto que muchas personas dan un sentido a la muerte, otras no tienen siquiera
tiempo o condiciones para hacerlo. Si lográramos comprender mejor a las personas
en vida y entender mejor el papel central de sus motivaciones, de su intencionalidad,
podríamos tener una mejor comprensión de la muerte, no como el fenómeno objeto de
estudio de una sola ciencia (la Tanatología), ni tampoco como el límite invisible e
inefable ante el cual sólo podríamos tener una aproximación mística, sino de la muerte
como algo que tiene sentido y que puede ayudar al proceso de morir de estas
personas.

Al plantearnos entonces la pregunta crucial: qué es la muerte? deben ser revisados


distintos conceptos implicados. Muchos autores hablan de 3 conceptos (23):

1. La muerte en sí misma: es una transición entre el estar vivo y el estar muerto,


nunca es dolorosa. Nadie ha podido describirla.

2. El proceso de morir: que puede ser largo, doloroso y lleno de sufrimiento, con tres
fases clínicas: a) fase aguda de crisis (toma de conciencia de la proximidad de la
muerte), b) fase crónica más o menos prolongada (pérdida paulatina de
capacidades, pertenencias, autoestima, seguridad, que expresan la frontera entre
el vivir y el morir, y, c) fase propiamente terminal (últimos días)

3. El duelo: puede ser un largo proceso lleno de sufrimiento para la persona que ha
perdido un ser querido, y también para los profesionales de la salud que han
atendido y se han encariñado con quien ha fallecido.
Los profesionales de la salud que atendemos pacientes moribundos podemos influir
con intervenciones apropiadas en los dos últimos de estos procesos.

Analicemos algunos aspectos del proceso de morir y de la percepción de la incidencia


de la muerte desde el punto de vista psicológico, como un evento estresante, como
una crisis, como “la gran crisis”.

En realidad, este evento comparte aspectos propios de cualquier crisis, al tratarse de


un estresor que sobrecarga los recursos disponibles hasta ese momento sin vivencias
previas que sirvan de referencia exacta, se percibe como amenaza que interrumpe
metas vitales y la secuencia de la vida, despierta otros problemas no resueltos (tanto
recientes, como del pasado lejano) y ofrece una curva de tensión que alcanza un pico
y luego decrece. Pero, además, tiene otras particularidades, el problema es
irresoluble, ha de afrontarse y no resolverse, es una experiencia totalmente nueva y
La muerte y las actitudes ante la muerte... 132

desconocida, una pérdida que se hace total y que va cambiando el significado de lo


que queda de vida, las relaciones con todos, hasta con los seres más queridos (24).

Es esencial, psicológicamente hablando, considerar las necesidades del paciente


moribundo. Este tiene todas las necesidades del ser humano, más aquellas que son
propias de un ser humano que sufre y que está muriendo: control adecuado de sus
síntomas, sensación de seguridad, no ser una carga para los familiares y el personal,
dar y recibir afecto, necesidad de ser aceptado, explicación y discusión de los
síntomas, ser incluido en el proceso de toma de decisiones (1). No es casual que en
el enfoque paliativo se haya puesto énfasis en el modo particular de apresar lo que es
confortable para cada enfermo, en función de sus características y necesidades (2).

Los factores que determinarán las necesidades del paciente terminal son cuatro (1):

1) Características personales (edad, sexo, creencias, educación, tipo de


personalidad, antecedentes, estilo y mecanismos de ajuste, asuntos pendientes,
expectativas, etc.),
2) Características de las relaciones interpersonales del moribundo (cantidad y calidad
de vínculos afectivos, grado de apertura en la comunicación, apoyo y seguridad),
3) Factores socioeconómicos (recursos financieros, grado de afectación familiar,
costos de la enfermedad), y,
4) Características de la enfermedad (localización, relación con culpas, significado
personal, dolor, deterioro, etc.)

La interacción de estas variables nos hará comprender una y otra reacción que el
paciente asumirá ante su enfermedad terminal y el curso que haya de tomar el
proceso tendiente a la aceptación final.

En su trayectoria hacia la muerte inevitable, los enfermos terminales enfrentan


múltiples temores (a la muerte en sí, a lo desconocido, al dolor, a perder su familia, su
identidad, etc.), pero en muchos casos experimentan temores a compartir sus temores
con su familia, lo que representa algo así como una condena a permanecer en
silencio, con la consiguiente reducción de la comunicación y aislamiento. Este es el
resultado, además, del desconocimiento que tienen familiares y profesionales de la
salud acerca del manejo adecuado de la información (25).

Se reconoce que “morir es saber perder” (24). En realidad, en la vida enfrentamos


pérdidas constantemente. Al morir, dejamos o somos dejados, nos separamos,
reemplazamos, renunciamos…Las pérdidas pueden ser de otros seres queridos, o de
asuntos propios (ilusiones y sueños, libertad para algo, determinados roles, riquezas,
poder, expectativas, sentidos, seguridad). Se dice que las pérdidas que va
experimentando un paciente terminal son “micromuertes”, que van preparando para la
pérdida final y definitiva. En este sentido, el morir es un gran acto de desarrollo
personal y madurez, ya que el camino hacia el desarrollo y la madurez humana está
pavimentado con pérdidas y determinado en gran parte, por nuestra forma particular
de enfrentarlas. Si no hemos aprendido a enfrentar las pérdidas durante el proceso de
la vida, el proceso de morir será mucho más doloroso, porque cada cual muere como
ha vívido.
La muerte y las actitudes ante la muerte... 133

Después de escuchar confesiones de miles de pacientes moribundos, el proceso de


morir fue descrito por Elizabeth Kübler-Ross (26) en etapas que han sido muy
discutidas. Según la propia Kübler-Ross, estas etapas no tienen que seguir
necesariamente una secuencia rígida, ellas pueden yuxtaponerse, repetirse en el
curso de enfermedades crónicas largas, no darse a aparecer en desorden. Pueden
ser sinópticamente caracterizadas de la siguiente manera:

1. Negación: ante la percepción o la noticia, la reacción es de incredulidad,


aturdimiento, shock: “No, esto no me puede estar sucediendo a mí”, “no puede
ser”, “debe haber un error”. El enfermo comienza a buscar el error médico, va de
doctor en doctor…Esta negación cumple una función adaptativa: la de
amortiguar el impacto del hecho y dar lugar a que la persona movilice otras
defensas para afrontar la realidad, que poco a poco, se impone.
2. Rabia o ira: el paciente es especialmente difícil en este período, se torna irritante,
descontento con todo, desagradecido y abiertamente hostil, tanto con las
enfermeras, como con el personal médico o la familia. La comprensión de su
problema por parte de él mismo y de quienes le rodean, permitirá el flujo a la
próxima etapa.
3. Depresión: por qué ahora? Disminuye la agresividad, hay aceptación parcial de lo
irreversible y se aprecia de forma directa o simbólica, la tristeza caracteriza este
período, abarca un área mucho mayor de pérdidas: su independencia, su rol
anterior, control sobre su vida y su cuerpo, su autoestima, sueños, ilusiones, etc.
4. Aceptación: el paciente no manifiesta interés hacia nada, vive en un clima interior
de serena tristeza y aceptación de lo que no pudo cambiar. Toda intervención
demandante del mundo exterior es ignorada por el enfermo, quien se beneficia del
silencio acompañante y expresivo de sus seres queridos, esperando que llegue el
momento final. Hacia el final de esta etapa se da un período de decatexis y franca
depresión preparatoria.

Todas estas etapas generan determinadas actitudes en los familiares y los


profesionales de la salud. Los primeros pasan –prácticamente- por estas mismas
etapas. Los profesionales cada vez más hablan menos con los enfermos y también,
los escuchan menos. Establecen una excesiva distancia emocional con él, y se
centran y ocupan exclusivamente en los aspectos físicos de la enfermedad. Esta
actitud bloquea la capacidad terapéutica del médico, quien no tiene posibilidades de
reconocer y encarar lo más grave del enfermo: su incomunicación, su aislamiento, su
enfrentamiento con la incoherencia y el derrumbe de su escala de valores familiares.
Al aislarse del enfermo, se aísla de la realidad, se empobrece su capacidad para
elaborar su propia impotencia ante la muerte, la cual se vuelve abrumadora y dañina
para el propio médico.

Por esta razón, un elemento cardinal en el enfoque paliativo moderno es decir NO al


distanciamiento. Quienes se distancia, creyendo que lo único que pueden inspirar es
una falta de comprensión, no se dan cuenta que, con frecuencia, es su intento de
entender, y no el éxito en lograrlo, lo que verdaderamente conforta y atenúa la
soledad de su paciente. El paciente percibe, a un nivel inconcebible, la expresión
médica de que “ya no hay nada más que hacer” y eso lo llena de desesperación y
desesperanza. El médico cambia rotundamente sus actitudes y conductas ante la
conclusión de un estadío terminal, la enfermera pierde la motivación desafiante de sus
La muerte y las actitudes ante la muerte... 134

habilidades y se muestra descontenta de los inexplicables cambios de humor del


paciente, el psicólogo no encuentra herramientas para enfrentarse a un enfermo que
no fantasea con la muerte, sino que se está muriendo de verdad…No faltará quien
aconseje que lo vea un psiquiatra para darle antidepresivos, los familiares rehuirán
estar a solas con esa persona, “a quien ya no hay de qué hablarle”, y siempre están
dispuestos a mantener la llamada conspiración del silencio: “yo sé que tú sabes que
yo sé que tu sabes…pero hagamos de cuenta que ninguno de los dos sabe que el
otro sabe”…El hospital, como institución, no puede brindarle todas las comunidades
que necesita, la sociedad en general se aleja del enfermo, a quien poco a poco se le
acortan las visitas y se limita, si acaso, a una llamada telefónica al acompañante,
“pero que no vayan a pasar al paciente al teléfono”…En fin, todos diagnostican una
muerte social que precede en mucho a la muerte biológica.

Las investigaciones con respecto al tema de la muerte

Aún cuando la muerte forma parte irrenunciable de la condición humana y suscita


intensas emociones, hasta hace pocos años han sido escasos los trabajos que la han
estudiado desde un punto de vista psicológico (26, 27). Más abundantes han sido los
estudios dedicados a precisar cuándo ocurre la muerte desde el punto de vista
biológico.

En 1956, bajo los auspicios de la American Psychological Association (APA) se


organizó un Simposio, sobre “el concepto de muerte y su relación con el
comportamiento” (28). Durante los años 60 y 70, varios autores han tratado de
abordarlo desde un punto de vista científico (29-32). La aparición de la revista
OMEGA en 1969, casi simultáneamente con el desarrollo del movimiento Hospice, por
C. Saunders, y la posterior y rápida expansión por todo el mundo de los cuidados
paliativos, han generalizado el interés por su investigación.

En los últimos años, se ha subrayado cada vez con mayor rigor, la necesidad de
profundizar en el papel que juegan los aspectos emocionales en los pacientes con
enfermedades en etapas terminales al tiempo que crece la exigencia de prestar a los
mismos una atención terapéutica adecuada (33-42).

Salvando las primeras descripciones de Kübler-Ross, las investigaciones desde el


punto de vista psicológico se han centrado en dos temas, aparentemente distintos,
pero que se superponen: a) la investigación de la ansiedad ante la muerte, y, b) el
estudio de las actitudes en los profesionales de la salud.

La investigación de la ansiedad ante la muerte surge en el campo de la Psicología de


la Salud a partir de los años 70 con un interés destacado (43). Hace más de 10 años,
Neimeyer (44), al revisarlo, encontró algo más de 500 trabajos sobre el tema, y unos
años más tarde, presenta reunidas en un libro (45) varias de las herramientas
metodológicas más utilizadas para investigarlo. La ansiedad ante la muerte se podría
conceptualizar como “una reacción emocional producida por la percepción de señales
de peligro o amenaza –reales o imaginadas- a la propia existencia, desencadenada
tanto por estímulos ambientales como situacionales o disposicionales” (46),
favoreciendo la aparición de la misma el hecho de que nuestra sociedad trata el tema
con distanciamiento e, incluso, como tabú. Aunque el fenómeno es importante para
La muerte y las actitudes ante la muerte... 135

todos los seres humanos, es especialmente relevante para los médicos de familia y
para los profesionales de la salud que trabajan en unidades de cuidados paliativos,
servicios de Oncología, SIDA, o en todas aquellas unidades asistenciales en las que
la muerte o su amenaza se encuentran permanentemente presentes. Las razones son
harto elocuentes y han sido referidas en la literatura señalada y en muchos otros
materiales bibliográficos (47-49).

Para evaluar la ansiedad ante la muerte, al igual que sucede con la ansiedad en
general, posiblemente la mejor forma de hacerlo sea a través del autoinforme.
Paradójicamente, la mayoría de las escalas de ansiedad ante la muerte que se
conocen no son éticamente aplicables a las personas que se encuentran gravemente
enfermas o próximas al fin de su vida, ya que, en la mayoría de los casos, al plantear
a los enfermos las preguntas que contienen, estas podrían sugerirles nuevas
amenazas, generarles mayor ansiedad ante la muerte y aumentar el sufrimiento. Por
ello, la mayoría de los investigadores optan por administrar sus escalas a colectivos
que no se encuentren bajo una amenaza de muerte inminente: estudiantes
universitarios y personas sanas extraídas de la población general, profesionales
sanitarios, enfermos aquejados de enfermedades crónicas sin peligro inminente,
trastornos leves o personas jóvenes que han superado una enfermedad grave (45).
Ante esta realidad, estamos de acuerdo con Bayés (26) en un cuestionamiento
esencial: hasta qué punto los datos así obtenidos se pueden generalizar a situaciones
reales que suscitan una amenaza mortal, en la medida en que al plantear las
preguntas en situaciones emocionalmente neutras, los sujetos pueden tomarlas como
simples componentes de un mero juego intelectual?

En un trabajo conducido por Bayés y cols., en 1999 (26), utilizando en estudiantes


universitarios la escala Colett-Lester, una de las tradicionalmente usadas en otros
países se hizo un intento de conocer el hipotético nivel de ansiedad ante la muerte,
tratando de establecer el mismo en función de su grado de distanciamiento cognitivo
ante la muerte y de su experiencia pasada con ella. Para ello, se completó esta escala
con 4 escalas análogo-visuales sobre la percepción de la propia muerte y varias
preguntas complementarias sobre creencias religiosas y experiencia con la muerte
real o su proximidad. Se obtuvo como resultado interesante que de las 4 escalas de la
Colett-Lester modificada, la que genera mayor ansiedad en los estudiantes es la que
se refiere a “Tu propio proceso de morir”, mientras que “Tu propia muerte” es la que
produce menos ansiedad. Las otras dos subescalas: “La muerte de la persona más
querida” y “El proceso de morir de otras personas” ocupan posiciones intermedias.
Los resultados avalan la conclusión, ya anticipada en páginas anteriores, que la
muerte en sí misma preocupa mucho menos que el proceso que conduce a ella. Los
datos obtenidos en este trabajo sugirieron que: a) en muchos casos, es posible
atenuar el sufrimiento a través de una actuación paliativa, b) con la mayoría de las
personas no es necesario abordar el problema filosófico de la muerte, ante el que el
mismo profesional de la salud puede sentirse inseguro.

La otra línea de investigación frecuente ha sido la de las actitudes ante la muerte,


englobando más bien la actitud de los profesionales de la salud. En este tema se
parte del supuesto de que la actitud del médico de cabecera de un paciente es vital
para el manejo adecuado de los enfermos, y en gran medida, condiciona la actitud de
los propios pacientes ante su enfermedad terminal y la proximidad de su muerte. Está
La muerte y las actitudes ante la muerte... 136

claro que debemos gestar el desarrollo de actitudes adecuadas ante la muerte o el


cambio significativo de actitudes hacia ella, un movimiento de comprensión y respeto
hacia las circunstancias de la muerte, donde equipos multidisciplinarios aborden a
pacientes y familiares.

Una actitud es un fenómeno psicológico complejo, que se va formando y


desarrollando a lo largo de la vida, que muestra carácter de tendencia o disposición y
que influye en las respuestas conductuales del sujeto (51). Para que exista una actitud
tiene que haber un objeto frente al cual el sujeto reacciona (por ejemplo: el médico
ante la posibilidad de la muerte de su paciente), una dirección o signo positivo o
negativo hacia el objeto (digamos, aceptación o rechazo) y una intensidad o magnitud
(mínima, media o máxima), que generalmente se reseña en forma de una
determinada conducta (por ejemplo, asumir con determinada entereza la respuesta a
una pregunta que nos haga un moribundo).

Desde el punto de vista de su estructura, toda actitud tiene: a) un componente


afectivo, como aspecto central, b) un componente cognoscitivo, derivado de las ideas,
la información, las creencias, y, c) un componente conductual, que puede ser pasivo y
no siempre se evidencia. De esta forma, las actitudes se relacionan con las creencias,
las emociones y sentimientos, las conductas y los motivos y necesidades del ser
humano. Componentes cognoscitivos estereotipados pueden ser la base de actitudes
prejuiciadas, como suele ocurrir ante el problema que nos ocupa. Cuando las
actitudes se vinculan mediante metas comunes, globalizándose, se constituyen los
valores, organizados alrededor del núcleo central de la personalidad de cada cual.

En Cuba, existe una investigación precedente, realizado en 1997, que estudió las
actitudes ante la muerte en 50 médicos de familia del Policlínico “Plaza de la
Revolución” (52). Para ello se utilizó la versión modificada de un instrumento diseñado
para estudiar las actitudes: el cuestionario conocido como “Death Attitudes and Self-
Reported Health/relevant Behaviors”, de Martin y Salovey (53). Este instrumento
extranjero fue sometido a criterios de expertos hasta su versión, para su adaptación a la
evaluación de las actitudes ante la muerte en médicos de familia cubanos, siendo
convencionalmente reformulado como “Cuestionario de Actitudes ante la Muerte” o
CAM (CAM-1).

La versión 1 del CAM estaba compuesta por 33 proposiciones, distribuidas a lo largo del
texto del instrumento, en 6 dimensiones que corresponden a diferentes aspectos
actitudinales ante la muerte: 1) de evitación, 2) de aceptación, 3) de temor, 4) con base
en la creencia de que la muerte es un pasaje o tránsito, 5) con fundamento en la
concepción de la muerte como una salida o solución, y, 6) involucrando la perspectiva
profesional. Cada médico debía completar el instrumento haciendo una marca sobre la
línea continua que aparecía en cada proposición, y en cuyos extremos quedaban fijados
los polos “Totalmente en desacuerdo” y “Totalmente de acuerdo”. Aunque era en su
registro una escala análogo-visual, para la investigación de referencia se utilizó una
magnitud que variaba de 1 a 5, y que fue llevada basándose en datos para su
procesamiento posterior. El instrumento era anónimo, siendo contestado de una sola vez,
sin entrevista focalizada preparatoria.
La muerte y las actitudes ante la muerte... 137

Los datos obtenidos con la aplicación del CAM-1 a los 50 médicos de familia fueron
procesados con el sistema SPSS, en un esquema de análisis que incluía: a) análisis
de distribuciones de frecuencia de las respuestas a cada proposición del instrumento,
así como de las variables sociodemográficas que caracterizaban la población bajo
estudio, b) determinación de las medias para cada dimensión y variable y obtención
de la correlación entre las variables que pertenecían a una dimensión y la media de
esa dimensión, para un análisis de consistencia interna item-subescala, c)
determinación de las medias por rangos para cada variable sociodemográfica, para
obtener su correlación con los promedios de las dimensiones del CAM, y, d) análisis
de componentes principales para buscar grupos de variables que expliquen la
varianza total del problema bajo estudio (análisis factorial) y obtener índices de validez
de constructo del CAM.

Los resultados de esta primera aplicación del CAM pusieron de manifiesto:

1) Que las actitudes en la población estudiada manifestaban cierta ambiguedad


(ambivalencia direccional). Junto a algunas actitudes positivas de Aceptación
(especialmente a nivel cognitivo), predominaban actitudes de Evitación,
matizadas fundamentalmente por el contenido afectivo (Temor).
2) La mayoría de los médicos no valoraron a la muerte como un Pasaje o tránsito
hacia una vida mejor, ni como una Salida a los problemas de la vida, aunque
gran parte de ellos reconoce que en determinados momentos puede ser un
alivio al sufrimiento.
3) La mayoría de los médicos prefiere vivir sin calidad a morir, denotando un apego
irracional a la vida como actitud prejuiciada sobre la base de un estereotipo
cognitivo, afectivamente acuñado, que desconoce la relación esencial
existente entre salud y calidad de vida.
4) Con excepción del Temor, que disminuye con la edad, no se dieron relaciones
significativas entre las dimensiones del CAM y el resto de las variables
socio demográficas.
5) Se obtuvieron indicadores de alta correspondencia de los reactivos del CAM con
sus subescalas, que revelan buena consistencia interna en la conformación de los
items del instrumento.
6) El análisis de componentes principales permitió identificar 11 agrupaciones de
proposiciones que explicaban el 73,4 % de la varianza. Este análisis factorial
corrobora sólo parcialmente la validez de constructo del CAM, al coincidir con
el fundamento teórico de las subescalas de Pasaje y Temor, y sugerir la
desagregación de otras dimensiones en agrupaciones funcionales más
delimitadas, para el rediseño futuro del instrumento en investigaciones
posteriores.

De forma general, la investigación reseñada (52) apuntó a la necesidad de reelaborar


el instrumento, permitiendo su posterior reestructuración, y reveló la insuficiente
preparación de los médicos de familia investigados para la aproximación realista y útil
a la muerte de sus pacientes, entremezclándose, junto a determinadas actitudes,
creencias, valores, emociones y afrontamientos en una doble perspectiva: personal y
profesional. Esta investigación puso de manifiesto la necesidad de aplicar en
momentos sucesivos el CAM a una población de médicos y enfermeros de familia que
serían sometidos a una intervención de modificación de actitudes ante la muerte, con
La muerte y las actitudes ante la muerte... 138

una metodología basada en elementos cognitivos y manejo de vivencias y


estereotipos.

Con este fin, se rediseñó la versión 1, efectuándose fundamentalmente los siguientes


cambios:

1) Ligera modificación de las INSTRUCCIONES, para evitar tendencias de extrema


en las escalas correspondientes a las diferentes proposiciones.
2) Revisión en la reformulación de los items, especialmente de las subescalas de
Pasaje y Salida, evitando la redacción que diese lugar a respuestas de
deseabilidad
social o de puntuación extrema.
3) Reconstrucción de las dimensiones o subescalas del instrumento, en base a los
resultados del análisis factorial llevado a cabo en la versión 1.

El CAM-2, INOR/PLAZA, fue así el instrumento remodelado a partir de los resultados


de esta investigación. Considerando esta última fuente de variaciones, quedaron 6
subescalas en la versión 2, en las que se mantienen 6 de los principales factores que
explicaban la varianza:

a) La muerte como Tránsito (proposiciones señalizadas como “Tr”),


b) Temor (proposiciones señalizadas como Tm),
c) La muerte como Salida a la carga de la vida (proposiciones señaladas como S),
d) Manifestaciones de distanciamiento profesional o sensibilidad (aceptación) con el
hecho de la inevitabilidad de la muerte (proposiciones señalizadas como D/S),
e) Manifestaciones de impacto emocional en relación a la atención profesional
(proposiciones señalizadas como IE),
d) Defensividad, mecanismos de evitación (proposiciones señalizadas como D).

La nueva versión mantuvo 32 de los reactivos (proposiciones originales), pero


remodelados y reubicados en dimensiones. Se eliminó 1 reactivo que no aportaba.
Los reactivos que aparecían en más de un factor se dejaron en aquellas subescalas
que cubrían la mayor varianza. Se decidió no eliminar en esta versión otros reactivos
que quedaron excluídos de los 11 primeros factores, al no ser definitivo el estudio
anterior y seguir por la recomendación de esperar por una muestra mayor de
profesionales; estos pocos reactivos “sobrantes” del primer análisis factorial fueron
reubicados en diferentes subescalas, en base al criterio de expertos, que analizó el
nuevo contenido de acuerdo al proceso efectuado de reformulación (cambio de
redacción). Aunque en la primera versión la pregunta abierta final no fue productiva,
se mantuvo en esta versión, con el objetivo de conocer si no había sido contestada
por dificultades en la orientación al aplicar el CAM o porque realmente, no había
interés en expresar algo adicional.

En conclusión, el tema de la muerte y las actitudes ante ella en profesionales de la


salud ha sido realmente poco investigado y son necesarios aún numerosos estudios
que permitan esclarecer aquellos eslabones fundamentales sobre los cuales se pueda
intervenir para modificar las tanatofobias y las actitudes inadecuadas ante la muerte
que no permiten considerar el proceso de morir como algo natural, como parte del mismo
La muerte y las actitudes ante la muerte... 139

proceso de la vida. Ante la disyuntiva de si preocuparnos o no por la muerte, vale más


la pena preocuparse por la vida, sobre qué hacemos, cómo vivimos, cómo tenemos
que hacer para vivir satisfechos con nuestro propio decursar…es la mejor forma de
prepararnos para la muerte.

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