Si hay algo que debería ir siempre en el ADN de todo cristiano es la alegría.
Y esto responde a que nuestro Dios no es un Dios que le guste la pesadumbre, las caras largas o avinagradas, vivir en un constate pesimismo o en un completo tenebrismo como forma de existencia. Nada más lejos de esto. Porque Él no es así. Nuestro Dios, es el Dios de la Alegría, el Dios de la Vida. Y a esto nos invita cada día a los cristianos, a vivir irradiando esa alegría que nace de sabernos amados y elegidos por Él como hijos. Bien sabemos que durante mucho tiempo (y aun hoy se sigue viendo en algunos aspectos) parece que se ha distorsionado a nuestro Dios y por consiguiente la vida cristiana confundiendo lo que debería ser la mayor alegría con pesadumbre, lamento, “moralina” o falsa piedad, como si estuviésemos en un continuo funeral o si queremos decirlo con palabras del papa Francisco, como si los cristianos viviéramos en una constante Cuaresma sin Pascua. Esto no siempre es fácil pero creo que es el momento de comenzar la revolución de la alegría, de ser cristianos auténticos que se nos note en nuestra forma de ser y estar en el mundo, mostrado el rostro de un Dios que es la misma alegría y que se alegra con la vida del hombre. Es el momento en la Iglesia de desechar todas esas actitudes, caras largas y avinagradas que no dan ningún testimonio y que dan una imagen falsa, distorsionada y rancia de lo que es nuestra fe y que por supuesto a nadie convencen. Es el momento de decir adiós a esas misas donde entrar a la celebración parece estar asistiendo a un completo duelo –triste y sombrío- en vez de reflejar que estamos participando de una auténtica fiesta con todo lo que esto conlleva. Y esto creo que es tarea de todo cristiano, de ti que puedes estar leyendo estas líneas y de mí que a veces tampoco lo vivo así. ¿Te atreves a dar testimonio con tu vida del Dios de la alegría? Dice una antigua frase de San Ireneo de Lyon que “la gloria de Dios es que el hombre viva”. Y si esta es la gloria, la alegría de Dios, el hombre por tanto tiene que vivir, con todo lo que ello supone: disfrutar, reir, divertirse, viajar, bailar, celebrar, tomar algo con los amigos… porque todo ello es bueno, y para nada se aleja de la vida cristiana, es mas Dios lo quiere así. Esto no se cansa de recordárnoslo cada día el papa Francisco con su lenguaje y su ejemplo y es curioso que dos de sus documentos (“La alegría del Evangelio y “La alegría del amor” ) lleven en su título este aspecto que él considera que es tan propio de la vida del cristiano. Y tú, ¿estás dispuesto? Es el momento de que todos plantemos cara a esas concepciones de la fe que la asocian con un continuo funeral y a esas falsas “moralinas” que limitan el verdadero vivir para dar el salto a la revolución de la alegría donde mostrar que la gloria de Dios es que el hombre viva -y viva alegre- y ser este el mejor testimonio. Porque, amig@, Dios no tiene cara “avinagrada”.