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El embeleco de una paz negociada con las FARC que llevo a Pastrana Arango
al poder (1998-2002), catapulto a Uribe Vélez a su primer mandato y preparo
la estigmatización total de cualquier modelo de oposición, dado que sin
mediar debate se les endilgaba el apelativo de aliados de las FARC,
inicialmente, y luego del “eje del mal” de Chávez, Correa y Ortega y todo
aquello que se opusiera levemente a los principios de la seguridad
democrática, sin importar, la compra de votos congresales a cambio de
notarías, embajadas y contratos estatales. El “todo vale” se impuso y
Colombia ante el horror del terror, se forjo la idea que luego de Uribe Vélez
sería la hecatombe.
Será verdad tanta belleza, la bomba del 12 de agosto en Bogotá, parece ser un
llamado de atención, para que el “traidor” saque el pie del acelerador y el
acuerdo de unidad nacional no sea utilizado para atacar al ex presidente Uribe
Vélez, según lo manifestado por Juan Lozano jefe del Partido que llevo al
muñeco diabólico al palacio de Nariño. No olvidemos que el presidente del
Congreso colombiano expreso que dicho atentado provenía de la ultraderecha
para frenar el bandazo santista, en su visita al “ex terrorista y aliado de las
Farc”: Hugo Rafael Chávez Frías.
Al momento de editar este artículo, pareciera que Santos Calderón con el 84%
de aceptación popular, todavía no es visto como un traidor, o que el 67% que
no voto por él, el 20 de junio, ya lo acepto como el adalid de la democracia. Es
decir, el tránsito de Chucky a Santo, es fruto de un plebiscito y la plebe, o
condena o alaba, en tanto que la plutocracia solo sabe vivir del trabajo y del
voto del “inepto vulgo” como catalogaba al pueblo Laureano Gómez. El
santoral tiene a un nuevo integrante y del olor a azufre pasamos al “olor del
guayabo”; ojalá la resaca la sintamos en el año 3.000 y estas carnitas y estos
huesitos no estén en ningún cementerio ilegítimo.