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A falta de textos directos, para buscar los rasgos generales de la espiritualidad romana,
debemos basarnos en las idealizaciones realizadas por los escritores de la época de
Augusto. Entre ellos: Virgilio, Tito Livio y Horacio. En estas idealizaciones el romano
aparece como el modelo perfecto de todas las virtudes que hicieron grande a Roma,
como:

 Ôrofundad piedad hacia los dioses y respeto sagrado a los antepasados.


 „bediencia ciega a las leyes y espíritu de justicia.
 Acatamiento a la familia.
 Tenacidad, laboriosidad y moderación.
 everidad para si para los demás, desprecio de toda forma de lujo y hasta de la
comodidad.
 Visión realista y practica de la vida (ajena a la divagación artística y
especulativa)
 idelidad a la tierra, de la cual solamente el llamado a las armas podía
separarlo.

Ôor ejemplo, se cuenta que Cincinato, (519 a. C.-439 a. C.), Ôatricio, cónsul, general y
posteriormente dictador durante un breve periodo de tiempo por orden del senado,
estaba con las manos en el arado cuando lo invitaron a vestir la toga para imponer el
orden en el elevado cargo de dictador.

Curio Dentato, hijo de Manio, héroe de origen plebeyo de los primeros tiempos de
la República Romana, famoso por acabar con los samnitas, los sabinos y el Rey Pirro de
Epiro, fue encontrado cocinando su comida en una modesta habitación. La pobreza no le
impidió rechazar una ingente oferta de dinero que le hicieron los mensajeros.

Estas figuras, tan numerosas en las paginas de Tito Livio, fruto de la leyenda y el arte, son
creaciones que realmente había animado en sus origines a la aristocracia rural, latina y
sabina. Ôor eso la leyenda estaba fundamentada en una experiencia histórica. Las virtudes
vividas por esta aristocracia, transmitidas como tradición familiar, se convirtieron en el
modelo sobre el cual fue forjada la educación espontanea y refleja del ciudadano romano.

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La familia durante mucho tiempo fue el centro de la educación romana: el hogar fue la
primera escuela de la infancia. El niño crecía en un mundo poblado por seres divinos, que
presidian todas las acciones de la vida y, desde los primeros años, lo educaban en severa
disciplina de actos y palabras.
Vada escapaba al dominio absoluto de la religión. El sacerdote de ésta era el padre, su
autoridad estaba rodeada por una aureora divina, quien lo desobedecía, desobedecía a los
dioses, de ahí el porque de castigos tan duros, que en cierta manera aumentaban la
eficacia de los actos y palabras del padre. La madre en el proceso educativo fue una eficaz
colaboradora del padre durante la primera infancia.

Ôero la eficacia de la educación no se reducia al hogar, sino que también se daba en la


ciudad. obre todo en el periodo real al predominio del sacerdocio, cuando ésta se
convirtió en centro de toda la vida del ciudadano, subordinando cada vez más la religión
oficial a interés colectivo y a la voluntad estatal. Ôara Roma, la religión fue siempre una de
las mayores fuerzas de cohesión espiritual de la comunidad. Ésta era controlada, dirigida y
disciplinada por el colegio de los Ôontifices, que habían heredado el poder religioso de los
reyes. Ellos no eran sacerdotes, en la acepción corriente del vocablo; eran simples
magistrados encargados no sólo de regular el culto sino también de renovarlo en
momentos oportunos bajo la autoridad de los dioses.

La educación comenzada en la familia era completada por la ciudad. iempre bajo la


vigilancia de sus padres, el joven asistía a las discusiones del oro, atendía al estudio de la
Ley de las doce tablas, asistía a numerosas ceremonias cívico-religiosas, se adiestraba en
ejercicios militares en el campo de Marte. Vo frecuentaba gimnasios ni palestras; pero
endurecía su cuerpo con ejercicios como la caza, la natación y la equitación. Vingún
régimen ciudadano había ejercido de hecho sobre cada uno en particular una acción tan
decisiva y completa como la Roma republicana del primer periodo. El centro de todos los
intereses del individuo era la ciudad. La ͞Virtud Cívica͟ era la norma suprema. Las duras
luchas seculares habían enseñado al romano el inestimable valor de la obediencia a una
aristocracia que había dado altas pruebas de sí en la guerra y en la paz. El individuo no
había aprendido aun a levantarse contra el estado.

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Históricamente no es exacto que roma creciera, ajena a la adelantadísima civilización de
los otros pueblos itálicos y, en particular, de los de la Magna Grecia, conservando su
ordinario vigor y rudeza, que le habían permitido someter y dominar a sus rivales
demasiado refinados y civilizados. Igualmente el núcleo de la espiritualidad romana ha
ejercido un irresistible poder de atracción y de asimilación sobre las ideas, los cultos y las
costumbres de los pueblos con los cuales entró en contacto.
Es necesario tener esto presente en particular en el momento en que Roma, triunfando
con las armas sobre Grecia, parece someter espiritualmente al vencido.

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Las necesidades de la política de expansión y de conquista transformaron radicalmente la
constitución política interna concentrando el poder en manos de oligarquías aristocráticas.
La economía romana también se transformo en sus fundamentos. La clase media
desapareció como consecuencia de las guerras civiles y por el nuevo régimen latifundista
que empezaba a predominar en Italia. inalmente, después de las guerras púnicas, Roma
fue invadida por extranjeros de toda clase: prisioneros de guerra, rehenes, comerciantes,
artesanos, artistas, retóricos, filósofos, pedagogos, maestros de todas las ciencias y las
artes, que lógicamente, no pudieron permanecer sordos a los sentimientos que durante
siglos habían nutrido el espíritu del ciudadano romano, haciendo invencible a Roma.
Roma para poder dominar verdaderamente al inmenso mundo helenístico tuvo que
romper los antiguos vínculos de la vida ciudadana: estaba obligada a helenizarse para
poder romanizar mejor.
La amplitud y multiplicidad de la nueva tarea exigían mayor libertad de movimiento. Los
nuevos jefes ya no eran Cincinato o Curio Dentato sino Escipion el Africano, ila y Cesar,
no menos genial y valerosos que los anteriores, pero sí celosos sobre toda otra cosa de la
gloria propia.

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A los jóvenes que crecían en esta atmosfera saturada de individualismo, el arte y el
pensamiento griego debieron parecerles un medio eficaz de liberación de una antigua
tradición de la que no comprendían ya el profundo valor educativo.
e repitió entonces lo que había sucedido en Atenas con los sofistas. Un eco del
entusiasmo con el que fueron escuchados los filósofos griegos Carnéades, Diogenes de
Babilonia y Critolao, enviados como embajadores a Roma em el año 155 a.C., provoco una
reacción de la clase conservadora y senatorial. Catón reclamo con fuerza del enado el
inmediato alejamiento de los filósofos embajadores: que volvieran a sus escuelas a instruir
a los hijos de los griegos, pues los jóvenes romanos debían continuar como en el pasado,
obedeciendo a los magistrados y a las leyes. i la juventud romana digiriera este nuevo
estudio ü  
                
      Ôero Catón no podía contrarrestar un movimiento que tenía
raíces tan profundas en la evolución de la civilización romana. El mismo estudiaba el
griego, su pensamiento y su lenguaje atestiguaban que no había sabido substraerse a la
atracción del Mundo Griego.
El contacto directo con el helenismo, desarrollo en los romanos la conciencia de nuevas
necesidades y de nuevas aspiraciones, contribuyó a transformar radicalmente, en breve
tiempo, el estado espiritual y cultural de Roma.

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En la época de Cicerón (106 ʹ 43 a.C.) La transformación de las costumbres era un hecho
cumplido. Los romanos tenían la sensación viva del abismo que los separaba de la
educación de la época republicana. El hogar no era ya la grande y más eficaz escuela de los
romanos. Ahora los hijos eran confiados a las Ayas y luego a esclavos o libertos, casi
siempre griegos, a fin de que la enseñanza de las dos lenguas se realizase al mismo
tiempo, no obstante que, desde Cicerón hasta Quintiliano, se hacían cada vez más
insistentes las lamentaciones contra la dañosa influencia que ejercían estos esclavos.
La instrucción en esta época había asumido la forma de un sistema sólidamente
organizado, no en la ley sino en las costumbres, que en Roma valían tanto como la ley.
El literato, el gramático y el retorico fueron los tres grados de la organización escolar
romana, confiada íntegramente a la iniciativa privada, que duraría hasta el ocaso del
imperio. olamente las familias mas adineradas podían procurarse un esclavo o un liberto,
que impartiera las enseñanzas en casa, incluso la filosofía. Los demás confiaban a sus hijos
a las escuelas difundidas en todas partes. Algunos padres como Cicerón y de Horacio,
preferían las escuelas de la capital a las de las provincias.
En el primer grado de organización escolar ü c") el muchacho aprendía los
primeros rudimentos: leer, escribir y nociones elementales de aritmética. Los ͞literatos͟,
poco cultos y malamente remunerados, gozaban de escasa consideración.
La enseñanza de !#*, había sido importada de Grecia, pero unida todavía con la
retorica. Los primeros maestros enseñaban una y otra. Ôero pronto, la segunda enseñanza
se separo de la primera y por sí constituyó un nuevo grado. La gramática debía enseñar al
muchacho a expresarse, oralmente y por escrito, con corrección y soltura, mediante el
estudio de los mayores escritores griegos y latinos, poetas e historiadores. Homero
siempre ocupo lugar entre los autores griegos; mas tarde, Virgilio lo ocupó entre los
romanos. Con el tiempo, la enseñanza gramatical se fue extendiendo hasta comprender a
toda la enciclopedia de la época, era indispensable para interpretar a los poetas e
historiadores, aunque entendidos estos últimos únicamente como reunión de ejemplos
para los ejercicios retóricos.
La retórica comprendía los principios y la práctica del arete oratorio de la declamación. En
la época de Cicerón triunfaba plenamente la retórica griega, enseñada tanto por maestros
griegos como latinos. Contra los retóricos latinos se tomaron repetidamente medidas
rigurosas. En el año 92 a.C., los censores emitieron un edicto contra la ͞nueva escuela de
impudencia͟. Ôese a todo, como respondía a una exigencia muy profunda, la enseñanza
de la retorica se difundió rápidamente y terminó predominando sobre todas las otras.
Continuaba cuando más hasta los dieciséis o diecisiete, cuando el joven, vistiendo la ͞toga
viril͟, era admitido entre los ciudadanos.
Ôara muchas el egresar de la escuela retorica constituía el fin de la educación, para otros,
sin embargo, era el comienzo del aprendizaje forense o militar.
e debe advertir que ya en Cicerón el estudio de la retorica se había configurado de tal
manera que era necesario como el más alto grado de una completa educación liberal, que
continuaba más allá de la escuela y comprendía su culminación, el estudio de la filosofía.
Este estudio de la filosofía no era considerado como una investigación de la verdad, sino
como el más alto instrumento de perfección de la personalidad humana. Ôor eso, los
jóvenes que aspiraban a perfeccionarse solían ir después a Atenas, rodas, etcétera.
La influencia griega se ejerció menos directamente sobre otros aspectos de la educación.
e ignora qué extensión tuvo realmente la música en la educación romana; pero
ciertamente, fue muy inferior a la que tuvo Grecia. La danza era despreciada. La
organización escolar romana ignoró además, una sistemática organización de la educación
física. En la época de Augusto, la pelota y el disco formaban parte de los ejercicios de la
juventud rica, pero continuaron sin embargo siendo preferidos los ejercicios más fatigosos
(natación, equitación, caza).
Durante el imperio se difundieron, como imitación griega, los gimnasio, pero como
establecimientos privados. Verón fue el primero en erigir un gimnasio público, pero la
institución no fue verdaderamente popular.

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La República había dejado una herencia de anarquía moral, civil y política. Las antiguas
magistraturas y el enado habían perdido prestigio y poder. Las luchas civiles habían
concluido por obscurecer en los espíritus el sentido de la justicia y de la ley. La ciudad,
convertida en Estado mundial por las conquistas, estaba todavía regida por instituciones
nacidas para una tarea mucho más modesta.
Era necesario restaurar la autoridad del Estado, hacer renacer el culto de la ley, crear una
organización político-social que correspondiera mejor a las exigencias desmesuradamente
crecidas.
Esta obra de gigantesca reorganización fue cumplida por el Imperio, mediante la
progresiva concentración de todos los poderes en manos de un ͞príncipe͟; mediante la
creación de una compleja organización administrativa, central y local, destinada a imprimir
un ritmo uniforme a la vida de los diferentes miembros del Estado; mediante la extensión
de los derechos de ciudadanía, que culminó en el Ê      del año 212 que
confirió la ciudadanía a todos los habitantes libres del Imperio.
La época de Augusto que inicio esta reorganización, represento por un lado, una violenta
reacción de las tradiciones romántico-itálicas, reacción secundada con toda fuerza por
  , contra la inundación de las influencias griegas y helenísticas que habían
alcanzado su culminación con    y ; por otro lado, represento el comienzo de
una metódica política de gobierno administrativo y personal que aunque respetándolos
durante algún tiempo en la forma, despojó poco a atribuciones a todos los magistrados
tradicionales, expresión de la voluntad del pueblo, transformándolos en funcionarios al
servicio del príncipe.
i la tentativa de restauración ético-religioso-política, que tuvo por jefe a Augusto, estaba
destinada a interrumpirse durante la vida de él, no estando permitido a nadie ir en contra
de la historia, el proceso de alineación y de acrecentamiento se hizo sentir en cambio,
cada vez más decisivo y rápido, a medida que el principado se fue transformando en
monarquía y en absolutismo de tipo oriental. ólo a este precio el imperio podía
transformarse verdaderamente de un montón de tropas heterogéneas en un Estado
orgánicamente constituido, de  en 
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La organización escolar que hemos encontrado en la época de Cicerón, y de la cual
Quintiliano fue el intérprete y teórico más autorizado, fue el aliado más poderoso del
Imperio en su obra de penetración y asimilación espiritual de romanización La escuela
contribuyó a substituir con la lengua latina a las lenguas indígenas; y la lengua latina ha
sido el mayor y más poderoso vehículo de la civilización romana. Ôor eso, las escuelas de
los gramáticos y de los retóricos conquistaron rápidamente a las aristocracias dirigentes
de los pueblos sometidos: de los africanos a los galos, de los germanos a los británicos y a
los españoles. En Galia, por ejemplo fueron los profesores de gramática y de retórica los
que triunfaron del antiguo poder sacerdotal docente, los ͞druidas͟. De ahí el vigilante
interés del poder imperial por la difusión de las escuelas en todas las provincias, aun en las
más alejadas. Y el Imperio, que comenzó protegiendo a escuelas como a maestros,
terminó controlándolas y disciplinándolas a través de sus órganos locales, contribuyendo
también, algunas veces a satisfacer sus necesidades más apremiantes con los dineros del
erario. e puede por ello decir que la organización escolar se convirtió, con el Imperio, en
una verdadera enseñanza oficial, sin necesidad que el Estado asumiera nunca la
administración directa de las escuelas (salvo algunos institutos de cultura superior) ni
creara un ministerio de instrucción Ôública.

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