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Iván Efremov
Título original: Tumannost Andromedy
Traducción: A. Herraiz
© 1973 by Iván Efremov
© 1975 Editorial Planeta S.A.
ISBN 84-320-1433-8
Capítulo I - LA ESTRELLA DE HIERRO
-¿Cómo?
-Armamentos, medios de rápido exterminio en masa.
La pequeña Miiko quedó pensativa y triste; luego, dijo
en voz queda:
-Sí, es lo natural, teniendo en cuenta el objetivo de este
escondrijo. Ahí se guardan, de una posible destrucción, los
principales valores técnicos y materiales de la civilización
occidental de entonces. Mas ¿qué se consideraba «lo
principal», cuando no existía aún la opinión pública de
todo el planeta y ni siquiera de los pueblos de aquellos
países? La necesidad e importancia de algo, en un
momento dado, las determinaba el grupo gobernante,
integrado a menudo por personas que distaban mucho de
ser competentes. Por ello, en esta cueva no se encuentra
ni mucho menos lo que en realidad constituía los mayores
valores de la humanidad, sino lo que uno u otro grupo de
gentes estimaba como tales. Procuraban conservar, en
primer término, las máquinas y, posiblemente, las armas,
sin comprender que las superestructuras de la civilización
se forman, en la historia, a semejanza de un organismo
vivo.
-Cierto, mediante el aumento y asimilación de la
experiencia del trabajo, de los conocimientos, de la
técnica, de las reservas de materiales, de substancias y
formaciones químicas puras. Restablecer una elevada
civilización destruida es imposible sin aleaciones muy
sólidas, sin metales raros, máquinas de gran rendimiento y
suma precisión. Si todo eso ha sido aniquilado, ¿de dónde
tomar los materiales y la experiencia, el arte de crear
máquinas cibernéticas cada vez más complejas, capaces de
satisfacer las necesidades de miles de millones de
personas? Y tampoco era posible, entonces, el retorno a la
civilización antigua, desprovista de máquinas, con la que
soñaban algunos a veces.
-Desde luego. En vez de la cultura antigua, habría
surgido un hambre espantosa. ¡Los soñadores
individualistas no querían comprender que la historia no
se repite jamás!
-Yo no afirmo categóricamente que tras esa puerta haya
armas -manifestó Veda volviendo al tema fundamental-,
aunque muchos indicios lo indican. Si los constructores de
este escondrijo estaban en el error, cosa propia de aquel
tiempo, de confundir la cultura con la civilización, sin
comprender la obligación indeclinable de educar y
desarrollar las emociones del ser humano, en tal caso no
eran imprescindibles para ellos las obras de arte y de
literatura o una ciencia alejada de las necesidades del
momento. A la sazón, hasta la ciencia la dividían en útil e
inútil, sin pensar en su unidad. Una ciencia y un arte
semejantes eran considerados como atributos agradables,
mas no siempre necesarios y provechosos, de la vida del
hombre. Ahí se oculta lo más importante. Y yo creo que
son armas, por ingenuo y absurdo que nos parezca hoy
día.
Veda calló, clavados los ojos en la puerta.
-Quizá se trate simplemente de un mecanismo de
composición y podamos abrirlo auscultando con el
micrófono -dijo de pronto, acercándose a la puerta-. ¿Qué,
nos arriesgamos?
Miiko se interpuso entre su amiga y la puerta.
-¡No, Veda! ¿A qué correr un riesgo estúpido?
-Me parece que la cueva está a punto de derrumbarse. Si
nos vamos, no podremos volver más... ¿No oye usted?
Un ruido confuso y lejano llegaba de vez en cuando
hasta el recinto, resonando ya arriba, ya abajo.
Pero Miiko, de espaldas a la puerta, muy abiertos los
brazos, permanecía inflexible, cerrando el paso.
-Si ahí hay armas, Veda, ¡tiene que haber por fuerza un
dispositivo de defensa!...
Dos días más tarde fueron llevados a la cueva unos
aparatos portátiles: una pantalla reflectora Roentgen para
la radioscopia del mecanismo y un emisor de radiaciones
enfocadas ultrafrecuentes para destruir las conexiones
interiores de las piezas. Más no hubo ocasión de
utilizarlos.
Inopinadamente, un rumor entrecortado se oyó en las
entrañas de la cueva. El suelo empezó a temblar
fuertemente, bajo los pies, obligando a los exploradores -
que estaban en la tercera cueva, la inferior- a lanzarse
instintivamente hacia la salida.
El ruido aquél iba en aumento convirtiéndose en seco
rechinar. Por lo visto, toda la masa de agrietadas rocas
cedía siguiendo una falla a lo largo de la falda de la
montaña.
-¡Todo está perdido! Hemos llegado tarde. ¡Sálvense!
¡Arriba! -gritó Veda con amargura, y la gente se abalanzó
hacia las carretillas automáticas.
Aferrándose a los cables de las carretillas, todos
empezaron a trepar por el pozo. El ruido sordo y el
temblor de las paredes de piedra los perseguían, pisándoles
los talones, y acabaron por darles alcance. Resonó un
trueno espantoso... La pared interior de la segunda cueva
se derrumbó en la brecha que se había abierto en el lugar
del pozo de entrada a la tercera sala. La ola de aire arrastró
a la gente, en unión del polvo y de la grava, hasta las altas
bóvedas de la primera sala. Los arqueólogos se pegaron al
terreno, en espera de la muerte.
Poco a poco, las nubes de polvo se fueron disipando. Las
estalagmitas y concreciones que se veían a través de
aquella niebla conservaban sus anteriores contornos. Un
silencio sepulcral reinaba de nuevo en el subterráneo...
Al recobrar el conocimiento, Veda se levantó. Dos de
sus colaboradores se apresuraron a sostenerla, pero ella se
desprendió de sus manos con impaciencia.
-¿Dónde está Miiko?
Su ayudante, apoyada contra una baja estalagmita, se
limpiaba cuidadosamente el polvillo del cuello, de las
orejas y de los cabellos.
-Casi todo se ha perdido -dijo en respuesta a la muda
pregunta de Veda-. La infranqueable puerta continuará
cerrada bajo una capa de cuatrocientos metros de piedra.
La tercera cueva ha quedado completamente destruida, y
la segunda... en ella aún se pueden hacer excavaciones.
Encierra, como ésta, lo más preciado para nosotros.
-Así es... -asintió Veda, humedeciéndose los resecos
labios-. Pero nosotros somos culpables por nuestra
lentitud y cautela. Debíamos haber previsto el
derrumbamiento.
-Hubiera sido un presentimiento gratuito. Pero no hay
que apurarse. ¿Acaso habríamos apuntalado estas
montañas sólo por el gusto de conocer, tras la puerta, unos
valores dudosos? Sobre todo si allí había armas inútiles...
-¿Y si eran obras de arte, valiosísimas creaciones del
genio humano? Sí, ¡debíamos haber actuado más de prisa!
Miiko se encogió de hombros y condujo a la apenada
Veda en pos de sus compañeros, hacia el magnífico día de
sol y el gozo del agua limpia y de la ducha eléctrica
aliviadora de los dolores.
Mven Mas, según su costumbre, paseaba de un extremo
a otro de la habitación que le habían destinado en el piso
superior de la Casa de la Historia, situada en el sector
indio de la zona Norte de viviendas. Habíase trasladado
allí hacía dos días solamente, después de su trabajo en la
Casa de la Historia del Sector Americano.
La habitación -mejor dicho, la galería con pared exterior
de cristal polarizante- miraba a las lejanías azules de una
accidentada planicie. De vez en cuando, Mven Mas corría
las persianas de polarización cruzada. La estancia quedaba
envuelta en una penumbra gris, mientras por la pantalla
hemisférica desfilaban lentas, una tras otra,
reproducciones electrónicas de cuadros, fragmentos de
viejos filmes, esculturas y edificios, elegidos previamente
por el africano. Mven Mas los examinaba e iba dictando al
robot-secretario notas para su futuro libro. La máquina
imprimía, numeraba las páginas y las clasificaba
cuidadosamente por temas o recopilaciones.
Cuando sentía cansancio, descorría las persianas y se
acercaba al ventanal, donde, perdida la mirada en la
lejanía, reflexionaba largamente sobre lo observado.
No podía menos de sorprenderse de los muchos aspectos
de una cultura todavía reciente que habían dejado de
existir. Tal suerte habían corrido las sutilezas del lenguaje,
argucias verbales y escritas, tan propias de la Era de la
Unificación Mundial, que se consideraban antaño
muestras de una gran instrucción. No se cultivaba en
absoluto la escritura como música de la palabra, tan
desarrollada ya en la Era del Trabajo General (ETG); había
cesado por completo ese hábil malabarismo de vocablos
denominado ingeniosidad. Y antes aún había desaparecido
la necesidad de enmascarar los propios pensamientos, tan
importante en la Era del Mundo Desunido. Todas las
conversaciones eran más breves y sencillas. Y,
seguramente, la Era del Gran Circuito sería la del
desarrollo del tercer sistema de señales del hombre: la
comprensión sin palabras.
De vez en cuando, Mven Mas dictaba al incansable
robot-secretario nuevas formulaciones de sus
pensamientos:
-La psicología fluctuante del arte, fundada por Liúda Fir,
data del primer siglo de la Era del Circuito. Fue ella
precisamente quien logró demostrar, de un modo
científico, la diferencia entre la percepción emotiva de las
mujeres y de los hombres, poniendo así al descubierto una
esfera que venía existiendo desde hacía muchos siglos
como un subconsciente casi místico. Pero demostrar, en el
sentido actual de la palabra, era sólo la menor parte de la
tarea. Liúda Fir consiguió algo más: señalar los principales
nexos de las percepciones sensoriales, merced a lo cual ha
sido posible hacerlas corresponder a ambos sexos.
El repiqueteo de un timbre y una luz verde que se
encendió de pronto llamaron al africano al televisófono.
Una llamada en horas de estudio tenía que obedecer a algo
muy importante. El secretario automático se desconectó, y
Mven Mas bajó presuroso a la cámara de conversaciones a
larga distancia.
Veda Kong, arañadas las mejillas y con profundas ojeras,
le saludó desde la pantalla. Mven Mas, lleno de alegría, le
tendió sus manazas, suscitando una débil sonrisa en el
preocupado rostro de la joven mujer.
-Ayúdeme, Mven Mas. Ya sé que está usted trabajando,
pero Dar Veter no se encuentra en la Tierra, Erg Noor está
lejos, y, aparte de ellos, no tengo a nadie más que a usted
para dirigirme, sin reparo, con cualquier ruego. Me ha
ocurrido una desgracia...
-¿Qué me dice? ¿Dar Veter?...
-¡Oh, no! Un derrumbamiento en el lugar de las
excavaciones. Y Veda le contó brevemente lo ocurrido en
la cueva de Den-Of-Kul. -Ahora, usted es el único de mis
amigos que tiene actualmente libre acceso al Cerebro
Profético...
-¿A cuál de los cuatro centros? -Al de Determinación
Inferior.
-Comprendido. ¿Hay que encontrar la forma de llegar a
la puerta de acero con el menor gasto posible de trabajo y
material? ¿Ha recogido usted los datos? -Aquí los tengo.
Mven Mas apuntó varias columnas de cifras.
-Ahora, hay que esperar hasta que la máquina reciba mi
mensaje. Aguarde, voy a ponerme inmediatamente en
comunicación con el ingeniero de guardia del CP. El
centro de Determinación Inferior se encuentra en el
Sector Australiano de la zona Sur.
-¿Y el de Determinación Superior?
-En el Sector Indio de la zona Norte de viviendas, donde
yo... Cambio, espere.
Ante la apagada pantalla, Veda trataba de imaginarse el
Cerebro Profético. Se figuraba un gigantesco cerebro
humano, con sus circunvoluciones y surcos, palpitante,
vivo, aunque ella sabía que en realidad se trataba de unas
enormes máquinas electrónicas de investigación, de la más
elevada clase, capaces de resolver casi todos los problemas
al alcance de las ramas ya estudiadas de las matemáticas.
En el planeta sólo había cuatro máquinas semejantes, de
distinta especialización.
Veda tuvo que esperar poco tiempo. Se iluminó la
pantalla y el africano le pidió que volviese a llamar dentro
de seis días, pero más tarde, por la noche.
-¡Mven Mas, su ayuda es de un valor inestimable!
-¿Por la sola razón de que yo tengo algunos
conocimientos de matemáticas? Su trabajo sí que es
verdaderamente inestimable, pues usted conoce las
culturas y los idiomas antiguos... ¡Veda, está usted
demasiado absorbida por la Era del Mundo Desunido!
El africano soltó una carcajada tan bonachona y
contagiosa, que Veda rió también. Y después de despedirse
con un gesto, desapareció.
El día convenido, Mven Mas volvió a verla en el
televisófono. -No me diga nada, ya veo que la respuesta es
desfavorable.
-Sí. La estabilidad es inferior al límite de seguridad... De
seguir el procedimiento general, habría que excavar en la
parte derruida un kilómetro cúbico de piedra calcárea.
-Dentro de nuestras posibilidades, no queda más que
extraer por una galería las cajas de caudales de la segunda
cueva -dijo tristemente Veda.
-¿Vale la pena afligirse tanto por eso?
-Perdone, Mven, pero usted ha estado también ante una
puerta tras la que se ocultaba un misterio. La de usted era
grande, universal, mientras que la mía es pequeña. Mas,
desde el punto de vista emotivo, mi fracaso es igual al
suyo.
-Los dos somos compañeros de infortunio. Puedo
asegurarle que más de una vez hemos de tropezar aún con
puertas de acero. Cuanto más audaz y fuerte sea el afán,
con más frecuencia las encontraremos.
-.¡Alguna de ellas se abrirá!
-¡Cierto!
-Pero ¿usted no ha renunciado definitivamente?
-Claro que no. Recogeremos nuevos hechos, indicadores
de giros más precisos. La fuerza del Cosmos es tan enorme,
que era una ingenuidad por nuestra parte lanzarse contra
ella con un simple chuzo... Lo mismo que si usted
intentase abrir con las manos esa peligrosa puerta.
-¿Y si tiene que esperar toda la vida?
-¿Qué significa mi vida personal en comparación con
tales pasos hacia el saber?
-Mven, ¿dónde está su vehemente impaciencia?
-No ha desaparecido, pero está refrenada. Por el
sufrimiento...
-¿Y Ren Boz?
-Va mejor. Sigue las búsquedas para precisar su
abstracción.
-Se comprende. Espere un momento, Mven. ¡Es algo
importante!
Apagóse la pantalla llevándose a Veda en sus sombras.
Cuando se encendió de nuevo, a Mven Mas le pareció que
ante él se encontraba otra mujer, juvenil y despreocupada.
-Dar Veter desciende a la Tierra. El sputnik 57 ha
quedado terminado antes del plazo previsto.
-¿Tan pronto? ¿Han hecho ya todo?
-No, sólo el montaje exterior y la instalación de las
máquinas energéticas. Los trabajos interiores son más
fáciles. Le llaman para que descanse y analice luego el
informe de Yuni Ant sobre una nueva forma de
comunicación por el Circuito.
-¡Gracias por la noticia, Veda! Será para mí una gran
alegría volver a ver a Dar Veter.
-Lo verá sin falta... Pero no le he dicho aún todo.
Merced a los esfuerzos del planeta entero, ya están
preparadas las reservas de anameson para la nueva
astronave Cisne.
Usted...
-Iré. El planeta mostrará a la tripulación, como
despedida, lo más hermoso y preciado de la Tierra. Como
ellos también hubieran deseado ver la danza de Chara en
la Fiesta de las Copas Flamígeras, ella misma irá a bailarla
al cosmopuerto central de El Homra. ¡Allí nos
encontraremos!
-¡De acuerdo, querido Mven Mas!
Capítulo XV - LA NEBULOSA DE ANDRÓMEDA