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Kitto, La mente griega

El sentido de la totalidad de las cosas es quizás el rasgo más típico de la mente griega. El
pensamiento moderno divide, especializa, piensa en categorías; el instinto griego era lo
opuesto; prefería adoptar los puntos de vista más amplios.

Un modo de ejemplificar esto es a través del idioma griego. Por ejemplo la palabra “kalós”
significa bello y su contrario “aiskhrós” (“feo”). Uno puede leer en Homero que la virtud es
“bella”, que es “bello morir por la patria”, que “el hombre de alma grande se esfuerza por
alcanzar lo bello”; también que una buena arma o un puerto espacioso son “bellos”. Cabe
hacer la aclaración de que para el griego la Virtud es Belleza y el Vicio es Fealdad.

Somos nosotros quienes dividimos los conceptos en categorías diferentes, aunque quizás
paralelas: lo moral, lo intelectual, lo estético, lo práctico. Para el griego “kalón” puede
significar “bello”, pero también “honrado”, “digno de cálida admiración”.

Algunas de las virtudes griegas son tanto intelectuales como morales. Por ejemplo la palabra
“sophrosyne”, literalmente “disposición total” o “disposición invariable”. Según el contexto
significará “sabiduría”, “prudencia”, “moderación”, “castidad”, “sobriedad”, “modestia” o
“autodominio”, es decir algo íntegramente intelectual, moral o intermedio. La dificultad con
esta palabra consiste en que nosotros pensamos más fragmentariamente.

“Virtud”, al menos en algunas lenguas modernas, es casi siempre una palabra moral; “areté”,
en cambio, se usa sin distinción en todas las categorías y significa “excelencia”. Se halla, por
supuesto, limitada por su contexto; la areté de un caballo de carrera es la velocidad; la de un
caballo de tiro es la fuerza. Si se refiere a un hombre, en un contexto general, significará
excelencia en las direcciones en que un hombre puede ser excelente: moral, intelectual, física
o prácticamente.

Para el griego el adiestramiento físico constituía una parte importante de la educación.


Resultaba tan natural para la polis tener sus gimnasios como poseer un teatro o barcos de
guerra, y eran utilizados por hombres de toda edad, no solo para ejercicio corporal sino
mental. Por ejemplo, los Juegos Olímpicos eran celebrados en honor de Zeus en Olimpia; los
Juegos Píticos en honor de Apolo, los juegos Panatenaicos en honor de Atenea. Además, se
realizaban en recinto sagrado. El sentimiento que impulsaba esto era perfectamente natural.
El torneo constituía un medio para estimular y desarrollar la areté humana, y a la vez, una
digna ofrenda al dios. Pero como la areté es tanto de la mente como del cuerpo, no existe la
menor incongruencia en combinar los certámenes musicales con los atléticos.

Los juegos estaban destinados a poner a prueba la areté, la areté del hombre completo, no
una habilidad meramente especializada. Las habituales pruebas eran una carrera, de unos 200
metros, la gran carrera, la carrera con coraza, el lanzamiento del disco y la jabalina, el salto en
largo, la lucha, el boxeo y la carrera de carros. Si uno vencía en todo esto, podía considerarse
un hombre.

Otro aspecto de la mentalidad griega es su firme creencia en la Razón. El griego jamás dudó ni
por un momento de que el universo no es caprichoso: obedece a la Ley y, por consiguiente, es
susceptible de una explicación. Detrás de los dioses hay un poder sombrío que Homero llama
“ananké”, la necesidad, un orden de las cosas que ni siquiera los dioses pueden infringir. La
tragedia griega está forjada sobre la fe en que la Ley reina en los asuntos humanos y no en el
azar. En el Edipo Rey, de Sófocles, se profetiza antes del nacimiento de Edipo que él matará a
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su padre y se desposará con su madre. Ejecuta estas dos cosas, ignorándolo por completo.
Pero la obra sería una tontería si la interpretamos como que el hombre es juguete de un
destino maligno. Lo que Sófocles quiere decir es que en la más compleja y aparentemente
fortuita combinación de acontecimientos existe un designio, aunque ni podamos llegar a
comprenderlo.

Para Tales de Mileto, a pesar de las apariencias, el mundo no consistía en muchas cosas sino
en una sola: el agua. Y aquí encontramos un aspecto del pensamiento griego: el universo tanto
el físico como el moral, no debe ser solo racional, y por consiguiente cognoscible, sino también
simple; la multiplicidad aparente de las cosas es sólo superficial. De esta manera, bajo la
apariencia múltiple subsiste la simplicidad; el universo está regido por el gobierno de la razón y
mediante el razonamiento puede descubrirse su íntima realidad.

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